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Capítulo 1
Las industrias Coltejer y el mecenazgo del arte moderno
Jamás se da un documento de cultura sin que lo sea a la vez de barbarie. E igual que él mismo no está libre de barbarie, tampoco lo está el proceso de transmisión en el que pasa de uno a otro.
WALTER BENJAMIN1
La Compañía Colombiana de Tejidos Coltejer fue fundada en 1907 por Alejandro Echavarría (Barbosa, 1859 – Medellín, 1928) y sus hijos, en sociedad con Vicente B. Villa. Coltejer fue un caso paradigmático de los procesos de industrialización y crecimiento económico por los que atravesó Medellín durante la primera mitad del siglo XX. Al igual que otras compañías de la región, se fundó con capitales provenientes de una casa de comercio: la Casa Comercial de los Echavarría que abrió en 1904 en sustitución de la casa R. Echavarría e Hijo, fundada en 1872, que entre otros productos comer-cializaba telas importadas.2
En 1908 fue puesta en marcha la fábrica de Coltejer, que dos años después empleaba a 182 obreros, en su mayoría mujeres, algunas de ellas niñas, y para 1914 contaba con sus primeras máquinas de hilado.3 Fabricaban tejidos de punto como camisetas y medias de lana, además de tejidos planos de algodón con hilazas importadas de Alemania, Estados Unidos e Inglaterra, lo que demuestra que su producción estaba más diversificada que otras compañías predecesoras, como la Fábrica de Hilados y Tejidos de Bello (fundada originalmente en 1902), que producía solo hilos y tejidos.4
El crecimiento de Coltejer en las décadas siguientes fue considerable: en 1932 adquirió las primeras máquinas de estampación y en 1942 y 1944 compró dos empresas textiles de importancia en la ciudad: Rosellón y Sedeco, respectivamente. Para 1943 Coltejer contaba con mil novecientos telares, setenta mil husos y más de cuatro mil trabajadores, consolidándose como una de las empresas más grandes del país.5
Otra de las empresas de gran envergadura fundadas para competir con las ya existentes fue la Fábrica de Hilados y Tejidos El Hato, Fabricato, creada en 1920 en el municipio de Bello por Carlos Mejía Restrepo (representante de la Casa Comercial L. Mejía S. y Cía.), Antonio Navarro (representante de la Casa Comercial Miguel Navarro y Cía.) y Alberto Echavarría (de la Casa R. Echavarría y Cía.).6 Su fábrica abrió en 1923 con tecnología de punta para esos años, con algodón importado de Estados Unidos y con una producción especializada en telas de alta calidad y telas finas. Fabricato llegó a ser, junto con Coltejer, una de las dos fábricas textiles más importantes de la región, contando para 1943 con tres mil trabajadores.7 Al tamaño de estas dos compañías del sector en Antioquia solo pudo asemejarse Tejicondor, creada en 1934 por representantes de doce casas comerciales, que llegó a ser la tercera fábrica textil más grande del país al finalizar la Segunda Guerra Mundial.8
Estas, y otras empresas textiles que se crearon en la ciudad, atravesaron por importantes transformaciones en el trascurso del siglo; destacan la modernización de sus centros de producción, la diversificación de sus productos y la consolidación de un mercado regional que permitió la aparición de nuevas compañías.9 Hasta finales de la década de 1960, la actividad del sector textil fue uno de los principales motores del desarrollo económico en la región, representando para esos años el 90% de la producción de textiles de algodón del país, lo que hizo de Medellín una capital de la producción de telas a nivel latinoamericano.10 De esta manera, el papel de la industria textil fue fundamental en los procesos de industrialización por los que atravesó esa ciudad durante el siglo XX.
Además de impulsar el desarrollo industrial y económico de la región, las empresas textiles de Antioquia llevaron a cabo, desde principios del siglo XX, proyectos de asistencia, cuyo objetivo era promover procesos de modernización y solucionar problemas de carácter social en la región. Dichos proyectos se realizaron en diversos ámbitos, como la educación (financiación de escuelas para los hijos de los obreros); en la vivienda de interés social (construcción de barrios y concentraciones de obreros por medio de la creación de fundaciones como Fraternidad Medellín de 1957); en la salud pública (subsidios en supermercados para los asalariados, programas de salud preventiva y financiación de hospitales, entre otros); y en la cultura y las artes (organización de concursos y eventos de promoción de las artes).
El objeto de estudio de este primer capítulo serán los proyectos de asistencia social desarrollados por la empresa privada en Medellín a mediados del siglo XX. Específicamente, nos centraremos en aquellas iniciativas de Coltejer que tomaron la forma de mecenazgo en el campo de la cultura, entre las que se encuentran las bienales de arte de esa compañía.
El capítulo estará dividido en tres secciones por medio de las cuales pretendemos responder a la pregunta de por qué los dirigentes de la compañía Coltejer decidieron incidir en el campo de la cultura por medio de la realización de las bienales de arte moderno.
La primera sección aborda las representaciones que los miembros de las élites industriales tenían de sí mismos, es decir, las responsabilidades que se adjudicaron en el desarrollo de la sociedad antioqueña por medio de una idea particular sobre el asistencialismo; en la segunda veremos la incidencia de los impulsos asistencialistas de esas élites industriales en el campo de las artes por medio de la organización y el financiamiento de eventos culturales; por último, en la tercera sección veremos cómo, con la labor de Leonel Estrada, los impulsos de las élites industriales por incidir en el campo de las artes tomaron un giro particular que se expresó en un interés hacia la modernidad artística. Tanto los discursos de Estrada sobre la modernidad en las artes como las ideas de Uribe Echavarría sobre su labor social como empresario servirán de marco para entender los motivos que explican la propuesta de realización de unas bienales de arte, con las que finalizaremos el capítulo.
El asistencialismo como labor social del empresario
Los proyectos asistencialistas desarrollados por las élites industriales en Medellín comenzaron en los albores del siglo XX, al mismo tiempo que los primeros procesos de industrialización en la ciudad e incluso antes de que se formularan las leyes nacionales que estipulaban obligaciones de este tipo para las compañías.11 Así lo demuestra, por ejemplo, el caso del fundador de Coltejer, Alejandro Echavarría, figura fundamental en la creación de instituciones como el Hospital Universitario San Vicente de Paúl en 1912.12
No obstante, a mediados del siglo XX, el contexto de la economía nacional y transnacional presentó ciertas circunstancias que influyeron en el desarrollo de la industria a nivel regional y en su relación con el entramado social.
En el ámbito continental, por ejemplo, instituciones como la Comisión Económica para América Latina (Cepal), creada en 1948 en el marco del Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas, contribuyó a la gestación y puesta en práctica de teorías económicas basadas en mecanismos para el desarrollo y la modernización social e institucional.13 Algunas de esas teorías, conocidas en el continente con el nombre de desarrollismo, se basaban en la idea de que las iniciativas políticas y económicas en América Latina debían centrarse en promover la industrialización como principal motor del desarrollo. Para algunos de sus principales exponentes, como el brasilero Celso Furtado, el impulso de la economía industrial tendría como consecuencias la potencialización de la investigación empírica y la innovación en las técnicas de producción. Por ese motivo, según proponía Furtado, el empresario industrial se caracterizaría por formar de sí mismo una imagen de “creador de progreso” en la sociedad.14
La Cepal llevó a cabo asesorías y análisis que fueron adoptados por otras instituciones y proyectos regionales, como la Alianza para el Progreso, constituyéndose así en una entidad fundamental en el plano discursivo, en medios académicos, políticos, estatales, y como motor de la integración regional de dichos medios.15 Para el caso colombiano, las teorías y las recomendaciones en materia de apoyo y protección a la industria propuestas por la Cepal tuvieron una mayor aplicación que en otros países por tres motivos: los impulsos reformistas que se propusieron en el comienzo del Frente Nacional, en particular por su primer presidente Alberto Lleras (1958-1962); el modelo de desarrollismo que se propuso desde las políticas estatales estadounidenses para América Latina en el marco de la Alianza para el Progreso desde 1961; y el papel de los industriales en el apoyo y la gestión del nuevo modelo político y económico del Frente Nacional.16
En 1964, la Cepal publicó un exhaustivo estudio sobre el estado de la industria textil en Colombia, que da cuenta de las relaciones entre ese tipo de instituciones y los grupos industriales colombianos como la ANDI (Asociación Nacional de Industriales).17 En el informe, la Cepal explicaba las especificidades de la industria de textiles en Colombia sin enfatizar en casos particulares: apuntaban como característica principal de ese sector productivo en Colombia su dinamismo y modernidad con respecto a otros países de la región y señalaban la importancia del consumo en el crecimiento de la capacidad productiva de las compañías nacionales. Asimismo, afirmaban que:
Es posible que la situación ventajosa en que se encuentra la industria textil colombiana se deba a factores muy particulares, como su alta concentración en un departamento del país —Antioquia— y en su centro, la ciudad de Medellín, donde prevalece una clase empresarial quizá única en América Latina por su iniciativa, visión y espíritu progresista.18
Este carácter “progresista”, que marca el discurso cepalino, da cuenta de las representaciones19 que los industriales antioqueños tenían de sí mismos por esos años y del papel que ellos mismo se adjudicaron en los procesos de modernización20 y progreso21 por los que atravesó la región a mediados del siglo XX. Al respecto, Jorge Orlando Melo ha afirmado que, en Colombia,
para 1930 se habían creado las condiciones fundamentales para el desarrollo de un proceso modernizador, y que el período de 1930 a 1958 consolidó este proceso, aunque en un contexto particularmente contradictorio. A partir de 1958 el dominio de las instituciones modernas se impone en forma acelerada, pero sin dejar de coexistir con aspectos tradicionales incorporados y promovidos en muchas ocasiones por las instituciones modernas.22
Ese proceso, que Melo ha llamado modernización tradicionalista, a pesar de lo contradictorio del término, fue promovido en el país, en parte, por el modelo de desarrollo impuesto por las élites conservadoras industriales antioqueñas.23 En ese modelo coexistían los impulsos de un desarrollo industrial, con el respectivo mejoramiento de las estructuras de producción capitalistas y su modernización, con una defensa de valores culturales tradicionalistas vinculados a la vida familiar y religiosa, propia de un “ethos social individualista”.24 No obstante, esa modernización tradicionalista permitió, a partir sobre todo del Frente Nacional, desarrollos culturales como la expansión del sistema escolar masivo, la democratización de medios de comunicación como la prensa y la radio, la consolidación del conocimiento científico profesional y la institucionalización de la cultura y las artes, entre otros.
En el caso del departamento de Antioquia, varios autores, entre ellos Luis H. Fajardo, Daniel Pécaut y Nicanor Restrepo Santamaría, han afirmado que una de las características de las élites industriales de esa región ha sido que estas no se han conformado por grupos tradicionales provenientes de linajes de corte aristocrático, como ocurrió en Popayán o Bogotá, sino de nuevos empresarios self-made, o autoformados, vinculados a sistemas de comercio diferentes a los del período colonial.25 Para Restrepo Santamaría, por ejemplo, el carácter cambiante y renovado de la burguesía antioqueña, en muchos casos de origen rural, y su falta de enraizamiento en grupos tradicionales de poder, propició su movilidad hacia otros sectores diferentes al de la administración empresarial.
De esta manera, los industriales antioqueños solían moverse entre el sector privado y la administración pública, desempeñándose en cargos en la Gobernación del departamento, la Alcaldía o el Concejo de la ciudad y, en algunos casos, yuxtaponiendo sus funciones y confundiendo las distinciones entre lo público y lo privado.26 Ejemplo de lo anterior fueron los presidentes de Coltejer Carlos J. Echavarría (Medellín, 1902-1978), quien dirigió la compañía desde 1940 hasta 1961 y que fue miembro del directorio del Partido Conservador; o su sobrino Rodrigo Uribe Echavarría (Medellín, 1918-2001), presidente de la compañía desde 1961 hasta 1974, que fue concejal de Medellín en los períodos 1958-1960 y 1968-1970, gobernador de Antioquia 1978-1980 y senador de la República.27
Los anteriores no fueron casos aislados de traspasos de la actividad económica a la gestión de la administración pública. Ricardo Olano manifestaba años atrás que “el concejo [de la ciudad] debe ser compuesto de ingenieros, médicos, hombres de negocios, abogados, arquitectos, industriales. No se ve qué papel puede hacer un político en un Concejo municipal”.28 Las indistinciones entre la labor de administración empresarial, llevada a cabo por la burguesía industrial, y las actividades de gestión y administración pública permiten comprender el porqué de la incursión de esas élites en otros aspectos de la sociedad como el educativo y el de la cultura.
Al respecto, Fernando A. Gil Araque ha afirmado en su tesis doctoral que los ideales del progreso se manifestaron en las élites de la ciudad Medellín desde el último cuarto del siglo XIX hasta la primera mitad del XX en una unión discursiva con la idea de civilización y de modernización. Para estas élites, esas nociones tenían puntos en común con las enunciadas por las élites europeas y por autores del siglo XIX como Saint Simon, que basaban el motor del progreso de la sociedad y su civilización en el desarrollo industrial y en el liderazgo cívico que los grupos de industriales podían ejercer en el resto del tejido social.29 De esa manera, continúa el autor,
la idea de progreso unida al crecimiento económico, permitió el surgimiento de grupos de amigos que patrocinaron artistas y conciertos, que trajeron del exterior exposiciones de pintura, arquitectos y grupos de música e intérpretes, que ampliaron de manera significativa el horizonte del arte en la ciudad de Medellín.30
Es en este marco en el que Rodrigo Uribe Echavarría, nieto del fundador de Coltejer Alejandro Echavarría, se desempeñó como presidente de la compañía (1961-1974). Durante los trece años de su gestión, Coltejer atravesó por un proceso de modernización en su infraestructura y de crecimiento de su mercado que le permitieron a la compañía desarrollar proyectos de asistencia de diversa índole. Esos proyectos intentaron ajustarse a los cambios sociales por los que atravesaba la ciudad, continuando con el objetivo de llevar a cabo el proceso modernizador de la sociedad.
Según afirmó al asumir la dirección de la compañía, la propuesta de trabajo de Rodrigo Uribe Echavarría consistía en un programa de cinco puntos que incluía: 1) “Conservar el liderato en volumen de producción, calidad y eficiencia dentro de la industria textil latinoamericana”; 2) “Aumentar las exportaciones de textiles con el ánimo de contribuir a la solución efectiva de la escasez de divisas que afecta al país”; 3) “Promover la descentralización industrial”; 4) “Diversificar la producción de Coltejer con la manufactura de artículos relacionados con textiles”; y 5) “Establecer planes de mejoramiento socio-económico para los trabajadores de Coltejer”.31
Es en ese último punto en el que se enmarcaron diversas propuestas sociales y culturales que llevó a cabo la compañía durante la presidencia de Echavarría, entre las que se encuentra la realización de las bienales de arte. Según expresó en varias oportunidades, Echavarría consideraba que su labor social al mando de la compañía Coltejer tenía como objetivo consolidar unos procesos particulares de modernización de la sociedad colombiana y antioqueña. Así lo afirmó en 1972:
Un gerente no debe interesarse tan solo en los aspectos económicos: debe estar atento a los problemas de su país, a su desarrollo; al mejoramiento del pueblo colombiano. Hay que tener en cuenta que la empresa privada es un patrimonio nacional y, como tal, debe aprovecharse en beneficio de todos.32
Echavarría concebía la empresa privada como un patrimonio del país que “se proyecta a la Comunidad en todos los campos”, y que no responde a la satisfacción de beneficios particulares sino colectivos.33 Es decir, se pensaba a sí mismo, en cuanto empresario, como un servidor público que compartía obligaciones con los obreros de la fábrica en el sentido de que, tanto los unos como los otros, tenía la obligación de defender los intereses nacionales.
En sus discursos, Echavarría daba cuenta de las lógicas e intereses específicos —siguiendo a Bourdieu— por las que se articulaba su labor en la empresa privada “como servicio [y] como factor de desarrollo, proyectada a la comunidad”.34 De esta manera llegó a defender la dimensión social que el empresario, según pensaba, debía tener:
Quienes estamos al frente de la empresa privada somos servidores de la comunidad y esta tiene derecho a saber qué pensamos y cómo estamos manejando aquella porción de los medios de producción que nos ha sido encomendada. Los accionistas deben comprender —en cuanto propietarios de las empresas— que sirven mejor sus intereses y se les defiende con más eficacia, cuando se hace partícipe a la comunidad del grado de prosperidad que aquellas alcanzan.35
Como afirmamos, las trasformaciones de Coltejer por las que atravesó a mediados del siglo XX se enmarcaron en unos procesos más amplios de modernización que afectaron diversos sectores de la vida social y productiva del país. Entre las décadas de 1940 y 1960, la ciudad de Medellín fue testigo de un importante crecimiento demográfico, pasando de 358 189 habitantes en 1951 a 772 887 en 1964. La mayoría de los nuevos habitantes de la ciudad provenían de sectores rurales, muchos de ellos desplazados por la creciente situación de violencia producto de los conflictos bipartidistas, que engrosaron las listas de empleados de las industrias locales y transformaron el espacio urbanístico de la ciudad.36 Las migraciones internas y el crecimiento demográfico del tejido urbano de Medellín presentaron nuevos retos a los procesos de modernización que las élites industriales pretendían impulsar.
Entre los proyectos de corte asistencialista desarrollados por Coltejer en esos años podemos mencionar la construcción de la Escuela de Santo Domingo Savio de Medellín; las donaciones a la Universidad del Norte en Barranquilla y al Instituto de Integración Cultural, encargado de realizar actividades de investigación y divulgación científica; en la financiación del Concurso Nacional Folclórico y, por supuesto, en las bienales de arte. Todos ellos, según afirmó el director de Coltejer, pretendían consolidar ese proyecto social modernizador, a la vez que aspiraban a hacer partícipe a la comunidad de la “prosperidad” por la que atravesaba la compañía.37 Así lo expresó en el discurso inaugural de la II Bienal de Coltejer:
La empresa que propicia este certamen no es autónoma. Es dependiente de todos los sectores de la sociedad y a todos y cada uno de ellos quiere servir para que la relación entre Empresa y Comunidad tienda a robustecerse. […] Por eso Coltejer ha creado escuelas, ha ayudado al avance de las universidades colombianas, ha estimulado a los bachilleres y a los universitarios, ha prestado su ayuda a los hospitales, ha propiciado el deporte, ha estimulado las artes plásticas, escénicas y musicales. Por eso mismo ha creado la Bienal de Medellín, la Bienal de Colombia.38
Las ideas de Uribe Echavarría estaban en sintonía con las expresadas más de ciento veinte años antes por Baudelaire, en el prefacio de su crítica al Salón de París de 1846 titulado “A los burgueses”. En él, Baudelaire afirmaba que la empresa de la burguesía debía responder al elevado propósito de “realizar la idea de futuro en todas sus diversas formas: políticas, industriales, artísticas”, en otras palabras, de impulsar el progreso humano en todas sus formas.39 Marshall Berman ha denominado como “pastoral” esa visión baudelairiana de la burguesía, debido a que pasa por alto “las posibilidades más oscuras de sus impulsos económicos y políticos”.40 En ambos casos, las ideas de Echavarría y las de Baudelaire, proclaman, como afirma Berman sobre el último, “una afinidad natural entre la modernización material y la espiritual; [que] sostiene que los grupos más dinámicos e innovadores en la vida política y económica estarán más abiertos a la creatividad intelectual y artística”.41 Como veremos a continuación, esas ideas sobre la predisposición de las élites industriales y económicas antioqueñas a impulsar el desarrollo cultural e intelectual de la región, permitieron la aceptación de un proyecto de divulgación y promoción artística de gran envergadura como, entre muchos otros, las bienales de Coltejer.
Para Leonel Estrada, artista y director de las bienales de arte, su cuñado Rodrigo Uribe Echavarría era un individuo de “excelente cultura” y un “gran lector”.42 Según informó la prensa capitalina, Echavarría, quien se había graduado como ingeniero del Instituto Tecnológico de Massachusetts, tomó cursos de pintura en el Museo de Arte Moderno de esa ciudad y mostraba un especial interés por las artes.43 Eso explica por qué figuraba en el catálogo de la segunda edición de las bienales de Coltejer como el presidente de la exhibición y miembro de la junta asesora, en cuyo cargo desempeñaba funciones que incluían llevar a cabo relaciones con entidades gubernamentales como el Ministerio de Educación, el de Relaciones Exteriores, con Colcultura o con la Dirección Nacional de Aduanas, además de cursar invitaciones especiales y oficiar la inauguración del evento.44
El interés del presidente de Coltejer por las artes, además del gusto que demostraba por esos temas en su círculo personal, intentaba llenar una ausencia del Estado en la promoción de cuestiones artística. Hacía finales de la década de 1960 el presupuesto de la ciudad de Medellín para la financiación de las artes no excedía los cien mil pesos y se centraba en ayudas para el Instituto de Bellas Artes y para el Museo de Zea, única institución de museística de la ciudad especializada en la difusión de las artes. Cómo veremos a continuación, la ausencia del Estado en la financiación de la cultura les abrió a los empresarios de la industria privada la posibilidad de incursionar en ese ámbito por medio de la publicación de revistas culturales o la organización de eventos como concursos y exposiciones.