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Kitabı oku: «Antología portorriqueña: Prosa y verso», sayfa 7

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LA MORAL Y LA ESCUELA

Las profesiones espirituales, como podemos llamar á las que más directamente se relacionan con el gobierno ó dirección espiritual de las sociedades, son las peor desempeñadas. La razón es obvia: reclaman una vocación más decidida y una noción y cumplimento del deber mucho más austeros que cualesquiera otras funciones, y es claro que si la moral condena el descarrío general de vocaciones que caracteriza el período industrial de la civilización, cuanto mayor sea la transcendencia social de la profesión, tanto mayor será su responsabilidad en el mal que se condena.

Se comprende que el labriego no sepa que es una entidad social de primer orden; se explica que el obrero ignore su importancia social; se concibe la ignorancia en que viven de la transcendencia de sus funciones sociales los mil agentes del trabajo industrial: la sociedad de hoy está fundada sobre la sociedad de ayer, y la sociedad de ayer, ignorando la igualdad natural de los servicios, ignoraba la igualdad social de los méritos. Pero que el maestro no sepa á punto fijo el papel que desempeña; que el cura de almas y el de cuerpos estén casi siempre por debajo del alto deber de su función; que el sostenedor de la ley y el que la aplica prefieran los gajes del oficio á la gloriosa responsabilidad que los distingue y enaltece: que el periodista, guardián de la civilización, haya reducido á industria comercial de innoble especie su vasta representación de la razón y la conciencia populares, ni se concibe ni se comprende ni se explica.

Y aquí no es la sociedad, aquí es el funcionario el primer responsable del desnivel entre él y su función: también por estar basada la sociedad contemporánea en la sociedad pasada, duran aún las preocupaciones en favor de los sacerdocios liberales ó espirituales, y cuanto obsta en las sociedades no completamente reformadas para la dignificación de los funcionarios industriales, tanto consta la ayuda y favor de las profesiones que se tienen por más dignas.

Entre las más, la primera por el orden de su transcendencia, es el magisterio. Aún no han llegado las sociedades humanas hasta proporcionar escrupulosamente los honores y la recompensa á la dignidad del magisterio; pero no hay una sola, principalmente entre las esclarecidas por la democracia, que no incluya prácticamente entre las primeras y más dignas de respeto, á la función social que tiene por objeto la guia de las generaciones.

En cambio no es tan general entre los encargados de esa función el conocimiento de sus responsabilidades, de su grandeza y de su fin social. Así, con excepción del corto número de sociedades que tienen de la educación fundamental la exacta idea que practican los norteamericanos, la escuela no es lo que debe, porque el maestro no sabe ser lo que debe ser.

Antes que nada, el maestro debe ser educador de la conciencia infantil y juvenil; más que nada, la escuela es un fundamento de moral. Si educa la razón, ha de ser para que se desarrolle con arreglo á la ley de su naturaleza y para que realice el objeto de su ser, que es exclusivamente la investigación y el amor de la verdad; si educa los sentimientos, es porque son el instrumento más universal del bien en cuanto son instrumento de la atracción universal entre los hombres; si educa la voluntad, ha de ser para enseñarla á conocer el bien como el único modo en esencia y el mejor en práctica, de ejercitar la actividad; en suma, si educa lo que debe y como debe, ha de ser con el supremo objeto de educar la conciencia, de formar conciencias, de dar á cada patria los patriotas de conciencia, y á toda la humanidad los hombres de conciencia que hacen falta. Á ese fin, la Escuela tiene que satisfacer tres condiciones: ha de ser fundamental, ha de ser no sectaria, ha de ser edificante.

Fundamental, suministrará sin reservas de ninguna especie los fundamentos coordinados de toda la verdad que se conozca: así educará la razón, es decir, la guiará hacia su propio fin, y preparará hombres que amen la verdad como se ama un bien necesario y conocido, y que detesten el error con la fuerza viril con que se debe detestar el mal.

No sectaria, la Escuela deberá defender con vigor su independencia de todo dogma religioso, de todo dogma político, de todo dogma económico, de todo dogma científico, de todo dogma literario; en una palabra, de todo dogma. Religión, moral, derecho, Estado, sociedad, literatura, todo es progresivo, porque todo es expresión de una fatalidad biológica que ha sujetado y sujeta á la ley de su propio desarrollo á todos los seres, y triplemente progresivo el ser de razón, de conciencia y de sociabilidad reflexiva.

Edificante, la Escuela ha de educar en vista y previsión contínua de su propio objeto moral y del objeto que tiene en la vida y en la humanidad el niño. El niño es la promesa del hombre, el hombre la esperanza de alguna parte de la humanidad: la Escuela tiene por objeto moral la preparación de conciencias. Así, por su objeto como por el del niño que va á ser hombre, la Escuela ha de edificar en el espíritu del escolar, sobre cimientos de verdad y sobre bases de bien, la columna de toda sociedad, el individuo.

Si la sociedad, concibámosla como la concibamos, es de todos modos un compuesto de individuos, y si experimentalmente se prueba que las sociedades más sanas son las compuestas de individuos menos corrompidos; y si la corrupción del individuo empieza por la ignorancia de la realidad, sigue por el fanatismo de cualquiera orden de creencias y acaba por el olvido sistemático de la propia conciencia y del deber que la mejora, es lógico inducir que allí donde empieza el individuo social, que es en la Escuela, empieza la tarea de moralizarlo socialmente, como empieza en el hogar, su primer centro, la tarea de moralizarlo individualmente.

Para que la Escuela moralice, se repite, será fundamental y suministrará los fundamentos precisos de cuantos conocimientos positivos están organizados en ciencia y son capaces de educar á la razón en el amor de la verdad; será no sectaria y educará el sentimiento y la voluntad, no en dogmas religiosos ó morales ó políticos, ó científicos ó literarios que sean germen de fanatismo exclusivista, sino en el ejercicio de lo bello bueno y del bien concreto, en la práctica de todas las tolerancias y en los horizontes abiertos del sentir y del querer, que no son fuerzas para puestas al servicio de sistemas deleznables, sino para manifestar la eficacia de las leyes inconmovibles de la naturaleza; será edificante la Escuela, y edificará hombres de conciencia y de deber, para la familia, para la patria y para la humanidad. Los edificará para la familia, que es la base moral de la patria; los edificará para la patria, que es el fundamento moral del amor á la humanidad; los edificará para la humanidad, que es el centro moral de atracción á que convergen y sobre el cual gravitan todos los seres de razón consciente.

MANUEL CORCHADO

Los portorriqueños de la nueva generación no pueden formarse una idea cabal de las facultades extraordinarias de Corchado como orador. Los pocos discursos suyos que se han conservado impresos son una pálida y desmayada expresión de las ideas en que se inspiraba al pronunciarlos; pero no queda casi nada en ellos de la exaltación magnífica de aquel temperamento impresionable y nervioso, ni de las inesperadas gallardías de la acción, espontánea y vehemente, con que acentuaba sus frases y daba mayor viveza y colorido al caudal abundantísimo de su elocuencia. Era imposible copiar sus palabras, y tampoco había entonces taquígrafos que se atrevieran á intentarlo. Él mismo no podía reconstruir sus discursos, ni recordar tampoco la estructura de sus principales párrafos.

No escribía ni siquiera componía mentalmente sus discursos antes de pronunciarlos. Estudiaba bien el asunto de su oración, acariciaba con el pensamiento los puntos más interesantes de ella, y dejaba después libre curso á su espontaneidad é inspiración.

Había nacido en Isabela, el día 12 de Septiembre de 1840. Cursó en Barcelona la segunda enseñanza, y se graduó más tarde de Abogado en la misma ciudad. Allí ejerció su profesión durante algunos años, y allí adquirió también legítima fama en la tribuna y en la prensa.

Á los 22 años, cuando era todavía estudiante, fué laureado en un certamen poético que celebró la Sociedad Económica de Amigos del País, en elogio del pintor portorriqueño José Campeche. Cultivó indistintamente, durante toda su vida, el verso y la prosa, y en uno y otro género obtuvo merecidos triunfos; pero su inspiración ardorosa y vehemente encontraba más adecuada y completa exteriorización en el discurso oral, en la palabra que fluía raudamente de sus labios, sin las cortapisas de la rima y la versificación.

Sus triunfos profesionales más celebrados fueron un admirable discurso que pronunció en el Ateneo Catalán, combatiendo La pena de muerte; la defensa que hizo de Ángel Ursúa, ante la Audiencia de Madrid, y la magnífica conferencia que pronunció en Madrid, sobre La prueba de indicios, en la época en que se hallaba en estudio el Código penal español.

Durante la agitación que se produjo en España en favor de la abolición de la esclavitud, compuso una preciosa Biografía de Lincoln. Publicó también por aquel tiempo un canto lírico Al Trabajo, y un juicioso estudio político y social titulado Las Barricadas.

Escribió asimismo algunas obras notables para el teatro, entre las que descuella un drama trágico titulado María Antonieta.

En 1871 fué electo diputado á Cortes por el distrito de Mayagüez, y su elocuente palabra resonó con frecuencia en el Congreso español, en defensa de las reformas liberales de Puerto Rico. En 1879 regresó Corchado á su país, y trabajó briosamente en el foro, en la tribuna y en la prensa en favor de la justicia y de las libertades patrias. Ejerció también con éxito brillante el cargo de Diputado Provincial.

Era de estatura baja, de temperamento nervioso; muy afable y servicial en su trato, muy amante de la verdad y de la caridad, y muy sensible á los afectos de la amistad y de la familia.

Fatigado por la constante labor del espíritu, y sintiendo su salud algo quebrantada, se trasladó de nuevo á Madrid en 1884, y allí falleció, en Noviembre del mismo año.

Esta prematura muerte privó á Puerto Rico de un valioso factor de su cultura, y de un elocuentísimo defensor de sus derechos y de sus libertades.

UNA CONSULTA

 
La faz entre el velo oculta,
Entró en mi despacho ayer
Temblorosa una mujer,
Para hacerme esta consulta:
 
 
– Busqué labor; no me dieron;
Limosna, y no conseguí,
Y cuando á casa volví,
Mis hijos pan me pidieron.
 
 
Presa de horror y de afán,
Desde mi propia cocina
Con un gancho, á una vecina
Conseguí robarle un pan.
 
 
Nada comimos ayer,
Y hoy lo mismo aconteciera,
Si al robo no recurriera.
Pregunto: ¿lo debo hacer?
 
 
La escuché petrificado;
Pan y dinero le dí,
Y por respuesta añadí:
– Que conteste otro abogado.
 

LA JUSTICIA

Fragmento de un discurso de Corchado

Contemplando Fidias, el gran artista griego, la inimitable labor de su cincel, sintióse dominado por la ambición de gloria, sintió el anhelo de inmortalidad, y concibió la idea de dejar su nombre escrito de un modo imperecedero. Labró entonces su maravillosa estatua de Minerva, apoyada majestuosamente en el escudo, y en medio de éste esculpió en visibles caracteres el nombre de "Fidias."

¿Por qué lo esculpió en el escudo, y no en otro sitio más importante de la famosísima escultura? Porque el escudo estaba tan íntimamente adherido á la mano, la mano al brazo y el brazo al resto del cuerpo, que no era posible arrancar el nombre sin arrancar el escudo; éste, sin destruir la mano; la mano, sin romper el brazo; el brazo, sin arruinar la obra en su totalidad. Así está, Señores, así está la Justicia grabada en la conciencia del hombre y de los pueblos. ¿Queréis arrebatarla de mi alma? Pues destruidme, pulverizadme, si queréis conseguir vuestro propósito… Pero he dicho mal; ni aún así llegaréis á conseguirlo; no lo conseguiréis jamás. Mi alma, donde reside necesariamente la idea de la justicia, no puede morir. Libre, por vuestro atropello, de las ligaduras corporales, se remontará viva y fulgente al trono del Eterno, arquetipo de lo justo, y allí, alimentándose de su bondad sin límites, sentirá anhelo infinito de imitarle, y habrá de ser justa con Dios que la ha creado; justa con las otras almas que la solicitarán hacia el bien, y justa consigo misma… ¿No veis, no comprendéis ahora claramente que la justicia, siendo ingénita en los seres humanos, tiene que ser al mismo tiempo eterna? ¿No existe el alma? ¿No es inmortal? Sí; luego la razón, que es facultad del alma, será eterna como ella, y conservará eternamente entre sus formas la forma indestructible de la justicia.

JOSÉ R. FREYRE

Las energías humanas de la vocación en lucha constante con las dificultades del medio económico y social, ofrecen en la vida de don José Ramón Freyre un ejemplo digno de estudio y de meditación.

Nació en Mayagüez, en el año 1840. Su padre (hijo del general Freyre, de noble abolengo portugués y héroe de la famosa guerra española de la Independencia contra las legiones de Napoleón I) ejercía en Mayagüez el oficio de platero, con muy escasos recursos. Por esta causa no pudo alcanzar José Ramón más enseñanza que la de primeras letras, y en las horas que la escuela le dejaba libres ayudaba á su progenitor en los trabajos de aquel oficio.

Desde muy temprana edad se fué desarrollando en él una gran afición á la lectura y al estudio, y solicitaba con frecuencia la cooperación y el consejo de los hombres doctos, especialmente la de su maestro y amigo don José Ma. Serra, un dominicano inteligente, emigrado de su país por causas políticas, que ejerció en Mayagüez, durante muchos años, la enseñanza y el periodismo. Así se fué desarrollando y nutriendo la inteligencia de Freyre hijo, sin menoscabo de su labor diaria en el taller del padre.

Las primeras aficiones literarias que en José R. Freyre se despertaron, iban preferentemente hacia la forma poética. El verso era su encanto, y la colección de sus primeros ensayos forma un abultado tomo, que conservan sus hijos con noble y legítima estimación. Pero como él aspiraba á ser actor en la lucha que ya por entonces se iniciaba en favor de las reformas del régimen colonial, trató de ejercitarse también en la prosa, como instrumento más apto para la lucha diaria de las ideas. Hizo su primera tentativa de escritor fundando un pequeño periódico, que circulaba durante los entreactos en las funciones teatrales. Se titulaba Los Gemelos, y se hizo notar bien pronto por lo ingenioso y urbano de su crítica, y por la gracia y novedad de sus observaciones.

En el año 1870, cuando se organizaba el partido reformista portorriqueño al calor de las ideas democráticas de la Revolución española, los reformistas de Mayagüez eligieron á Freyre para la dirección de un periódico que propagara y defendiera en aquella ciudad las ideas y los intereses de su partido; y en ese periódico, que tuvo por nombre La Razón, se pusieron en evidencia las grandes dotes de escritor de aquel inteligente joven.

Baldorioty de Castro, en su periódico El Derecho, calificaba á Freyre de "concienzudo publista," y añadía que "ningún otro escritor del país había sido más recto ni más firme en la defensa de la Justicia y la Libertad."

Era, en efecto, un periodista excelente, que supo conservar en medio de las más ardientes luchas un lenguaje digno, mesurado y cortés, un aplomo completo y una dialéctica admirable. La abolición de la esclavitud tuvo también en Freyre un esforzado y constante paladín. Llegaba hasta el heroísmo en el cumplimiento de sus deberes políticos y en la defensa de su dignidad personal; era muy agradable y ameno en su trato, y en el seno de la familia era un constante modelo de ternura y amor.

Murió en 1873, en lo más florido de su juventud, y cuando la República española había libertado ya los esclavos de Puerto Rico, y concedido amplias libertades políticas á todos sus habitantes.

Es de lamentar que los trabajos periodísticos de este escritor no se hayan coleccionado, pues si como expresión de ideas y manifestación de luchas de otra edad carecen de aquel interés palpitante que tuvieron en su origen, siempre hubieran servido como buenos modelos de discusión política, de urbanidad literaria y de bien decir.

La siguiente composición poética fué escrita por Freyre en los primeros años de su juventud.

EL LAÚD

FANTASÍA
 
Al Supremo Hacedor de lo creado
Dirigí fervoroso mis cantares,
Pidiéndole calmara los pesares
Que desgarraron ¡ay! mi juventud.
 
 
Y el Sumo Ser oyóme con agrado
Y conmovióle mi cristiano acento;
Y mitigar queriendo mi tormento,
Del Rey Profeta me cedió el laúd.
 
 
Instrumento dulcísimo y sonoro,
De madera del Líbano formado,
Con dibujos magníficos grabado,
Embutido de nácar y marfil;
 
 
De sus cuerdas finísimas de oro
Salen acordes de sonidos suaves,
Semejantes al cantó de las aves
Cuando alegres recorren el pensil.
 
 
Ese laúd será mi compañero;
Con él he de marchar en mi camino,
Y doquiera me lleve mi destino
Sus cuerdas armoniosas vibraré.
 
 
Ora cruce resuelto erial sendero,
O de verdura un valle delicioso;
Ora esté en la mansión del poderoso,
O del mendigo en el hogar esté.
 
 
Pulsaré mi laúd con valentía,
Que en ello cifro mi ventura sólo,
Y como alumno del divino Apolo
Él me dará su sacra inspiración.
 
 
Y el mundo admirará mi fantasía
Al comprender el fuego de mi mente,
Y sin cesar esperará impaciente
Que salga de mis labios la canción.
 
 
Pero no esperará: porque fecundo
Prodigaré los cantos á millares,
Y armónicos los ecos, tras los mares
Repetirán los sones del laúd,
 
 
Y sumergido en éxtasis el mundo
Al escuchar las voces del poeta,
Como calmó á Saul el Rey Profeta
Yo calmaré del mundo la inquietud.
 
 
Cuando de fama me contemple rico,
Yo buscaré á mis padres afanoso,
Y obediente, sumiso y cariñoso
El báculo seré de su vejez.
 
 
Y á mi patria feliz, á Puerto Rico,
Arrullaré cual cumple á mi deseo,
Y de mis lauros el mejor trofeo
La sien adornará de Mayagüez.
 
 
Y al dirigirme á la mujer que adoro,
Al ángel tutelar de mis amores,
Envidia me tendrán los ruiseñores
Que no podrán mis cantos igualar;
 
 
Y los querubes del Castalio coro
Atónitos oirán mi melodía.
Cuando llame á esa hermosa prenda mía,
Mi Dios, mi bien, mi cielo, mi ideal.
 
 
Por la virtud sublime y bendecida,
Por la amistad, que enlaza á los humanos,
Siempre dispuestas estarán mis manos
Para tañer las cuerdas del laúd.
 
 
Y en recompensa, al acabar mi vida
El Universo admirará mi gloria:
Mi humilde nombre guardará la Historia,
Y adornarán laureles mi ataúd.
 

JOSÉ Mª. MONGE

Nació en Mayagüez, en el año 1840, y sin más instrucción escolar que la primaria llegó á ser uno de los escritores más eruditos y cultos del país. Por sus estudios personales, sin auxilio de maestro alguno, aprendió el latín y pudo leer en sus textos originales á Horacio, Virgilio, Juvenal y otros autores clásicos, de su devoción. Aprendió también literariamente los idiomas inglés, francés y algo del italiano, y llegó á ser un buen hablista de su propio idioma.

Escribió en prosa y en verso, cultivó con buen éxito el género satírico en ambas formas, suscribiendo esta clase de producciones con el pseudónimo de Justo Derecho; fué uno de los periodistas más ilustrados é ingeniosos del país, y como poeta lírico deja verdaderos modelos de versificación y galanura de estilo.

Y todos estos triunfos los alcanzaba en medio de los accidentes fatigosos y á veces violentos de la lucha por la vida, á costa muchas veces del necesario descanso, y por medio de grandes esfuerzos de la voluntad.

Fué uno de los escritores antillanos que con más instrucción y acierto ejercieron en el siglo anterior la crítica literaria, y fué también un aventajado defensor de las ideas liberales en Puerto Rico.

Aunque no carecía de altas dotes poéticas, la preocupación retórica y el afán incesante de la corrección y de la rima solían acortar á veces el vuelo de su inspiración.

Joven aún, se unió en matrimonio á una bella mayagüezana, que fué su Musa inspiradora de toda la vida, y supo honrar su memoria después de muerto.

En un viaje que hizo á Italia en 1884, y acerca del cual escribió Monge un precioso libro, contrajo una fiebre malaria, que fué minando poco á poco su naturaleza y le ocasionó la muerte. Falleció en el mes de Marzo de 1891.

La esposa de Monge recogió cuidadosamente las obras inéditas de su dulce cantor, y las publicó en un bello libro, en 1897.

De ese libro fueron copiados los dos trabajos que se insertan á continuación:

LOS CAMPOS DE MI PATRIA
 
Ya en el oriente la argentada lista
Al mundo anuncia el reluciente coche
Del poderoso rey, á cuya vista
Recoge el manto la callada noche.
 
 
De ópalo y grana, y oro y amatista,
Se van las pardas nubes decorando:
Murmura el manso río,
Y en las húmedas hojas resbalando
Las gotas de rocío,
En mil cristales diminutos saltan,
Que el valle alegre en su extensión esmaltan.
 
 
Del monte oscuro en la poblada cumbre
Destácanse mil árboles gigantes,
En cuyas copas la apolínea lumbre
Finge colores vívidos, brillantes.
 
 
Los crujientes bambús y los helechos
En sus dormidas aguas silenciosas
El lago azul retrata,
Y en recamados lechos
Las fuentes bulliciosas
Quiebran sus hilos de bruñida plata.
 
 
Ya en el risueño prado
Saltan los corderillos revoltosos,
Sale el buey del cercado;
El campesino la cabaña deja,
Y estirando los miembros perezosos,
La desgastada reja
Apresta sin tardanza,
Y removiendo fértil el terreno,
Deposita en su seno
Con la rica semilla, su esperanza.
 
 
Y mientras de su frente
Abundante sudor la tierra baña,
Óyense en la cabaña,
De su fiel compañera
Los sencillos cantares
Que entona, preparando los manjares,
Con los que ufana á su amador espera.
 
 
¡Oh, quién habrá que ciego
Á los encantos viva de Natura!
¡Quién que placer no sienta
Al contemplar el plácido sosiego,
La majestad sublime y la hermosura
De los alegres campos, donde ostenta
El Hacedor su inmenso poderío!
 
 
Venid, los que en la orilla
Del Támesis sombrio,
El canto no escucháis del avecilla
Que con presteza suma
Los espacios cruzando diligente,
En el cristal de solitaria fuente
Viene á empapar la matizada pluma.
 
 
Venid, los que del Sena
En la poblada margen bulliciosa,
Sólo miráis esplendidos placios
Y cúpulas soberbias, que parecen
Escalar de las nubes los espacios:
Y los que en leños débiles se mecen
Al compás de las aguas turbulentas
Del histórico Rhin, en cuya orilla,
Salvando de los tiempos el abismo,
Las ya negruzcas torres nos recuerdan
El pasado esplendor del feudalismo.
 
 
Venid todos, venid: en esta Antilla
Breve porción del mundo americano,
Donde Natura desplegó sus galas
En cielo, y mar, y cúspides y llano;
Donde agitan sus alas
El ruiseñor, la alondra y el jilguero;
Donde crece el banano
Y el rico limonero,
De la ciudad ornato y de la granja;
Donde brota el hicaco diminuto,
Al oro imita la sin par naranja,
Y el alto cocotero
Mece en los aires su sabroso fruto;
 
 
Aquí al rayo de lumbre matutina
Que ofrece por doquier bellos celajes,
Naturaleza ostenta mil paisajes
Que envidia dan á la región alpina,
Y á los fecundos valles
Que el Ararat altísimo domina.
 
 
¡Oh, si á las obras de natura sabia
También viese yo unidas
Aquellas que pregonan
La inteligencia y el esfuerzo humano!
¡Si desde las alturas que coronan
Las lomas florecidas
Y los extensos llanos
Donde crecen la caña cimbradora,
La palmera, y el mango, y el yagrumo,
Viese cruzar con rapidez que impone,
Entre penachos de humo,
Veloz locomotora!
¡Si en los bosques espesos
Que forman los cocales,
Viese pasar la barca silenciosa
Por los anchos canales
Trazados por la ciencia, que orgullosa,
Parte de su caudal quitando al río,
En múltiples variadas direcciones
Va llevando riqueza y poderío
Á lejanas é incógnitas regiones…
Entonces yo diría
Lleno de orgullo y de emoción sincera,
Que tú eras, patria mía,
Entre todas las otras, la primera!
 
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27 eylül 2017
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