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De ese modo, se entra en un bucle sin sentido porque no hay futuro y, por lo tanto, solo hay presente, solo un presente vivido a través de las drogas, lo cual borra mucho más aún cualquier instinto de supervivencia y progreso, colocando al cerebro en esta suerte de marea dopamínica, confundiendo el placer con la felicidad.

La sociedad de la adicción, que busca solamente la satisfacción del placer, la recreación y la nada misma, empieza a resquebrajar desde sus bases a las naciones, las cuales se definen en millones de personas que terminan siendo problemas para los grupos familiares y los gobiernos, con costos enormes a nivel del Estado.

Aquí nos encontramos con una paradoja, en la que las drogas se viabilizan en todas las naciones del mundo, exceptuando a Kuala Lumpur como ejemplo de lo que Foucault llamaba la sociedad disciplinaria más panóptica, donde la conducta es penalizada por la ley mediante castigos muy severos a los consumidores y con pena capital a los traficantes de manera directa, sin ningún proceso judicial ni derechos porque, para ese Estado, el narcotraficante es un individuo que comete crímenes de lesa humanidad. Es decir, hay un grupo en la Tierra que tiene la idea de que las drogas son un programa de diseño en contra de la humanidad.

En el inmediatismo existen estos mensajes, de los cuales tenemos que tomar plena consciencia para no confundir a la sociedad, porque en la mayoría del mundo civilizado, las drogas —la cocaína, el éxtasis, el crack y la marihuana— están prohibidas. Sin embargo, estas drogas son casi de libre comercio y uso. Cualquiera puede adquirirlas y usarlas durante el día o la noche en cualquier ciudad del mundo.

Y no solamente este ejemplo confunde a la sociedad; podemos compararlo con la industria automotriz, que crea autos de 200 a 300 caballos de potencia que alcanzan velocidades de 250 km/h y, a su vez, construimos carreteras con velocidades máximas de 120-130 km/h, confundiendo a las poblaciones con dos lineamientos extremadamente opuestos. Es decir, se le da una herramienta que puede llegar en este caso a cierta velocidad, pero si lo hace, lo multan o lo penan apresándolo y condenándolo.

El paralelismo es muy gráfico, ya que con las drogas sucede lo mismo: las drogas están prohibidas, pero las usa toda la sociedad: «Si te encuentro usándolas, te apreso», «Si te encuentro alcoholizado manejando, te saco el registro», lo cual muestra el reflejo de la sociedad del inmediatismo, enloqueciendo al ser humano con reglas claramente contradictorias: «Te doy, pero si lo usás, te condeno»; «Está para tomarlo, pero si lo usás en estas circunstancias, te condeno».

Debemos tomar una decisión en las próximas décadas respecto del mensaje tóxico. Vamos hacia una sociedad que en los próximos años se multiplicará por cuatro; solamente en India hay quinientos millones de personas menores de 25 años. En este salto demográfico de la humanidad como especie, debemos vernos como un grupo que debe salir de la edad de la inocencia y entender que el ejercicio del poder, ya adentrados en la tercera década del siglo XXI, está dado por una administración y un plan neuro-político, neurotóxico, que lleva al cerebro de la creatividad en un camino de regreso al deseo por el deseo en sí mismo.

Parte I El cerebro adicto

Capítulo 1 La enfermedad de la adicción

Cuando hablamos de adicciones tenemos un gran espectro de conceptos para poder resumir lo que es esta enfermedad.

En general, el debate siempre se centraliza en las drogas, pero mi idea es excluir a las sustancias de la ecuación, es decir, las drogas no tienen nada que ver con las adicciones, así como tampoco el alcohol tiene que ver con el alcoholismo, ni la comida tiene que ver con el trastorno de alimentación.

Hoy, gracias a las neurociencias, sabemos que la adicción se debe a un bajo suministro o a la carencia de un neurotransmisor que se denomina ácido-gamma-aminobutírico (GABA). Este elemento es un inhibidor encargado de reabsorber la dopamina en el cerebro, y esa acción permite detenernos a la hora del consumo. La dopamina funciona solamente para el área de la alimentación y la sexualidad. Cuando nos sirven un plato de comida, el sistema nervioso segrega dopamina; cuando nos sirven el segundo plato, aparece el inhibidor GABA que detiene la segregación de dopamina y uno dice: «No, muchas gracias». En el caso de las personas con trastornos de alimentación, cuando viene el segundo plato de comida, el cerebro les sigue mandando la señal de que tiene hambre —el cuerpo sigue teniendo hambre—, por lo que acepta ese segundo plato, acepta un tercero, acepta un postre y, al rato, vuelve a tener hambre.

Ahora bien, ¿por qué ocurre esto? Porque el cerebro, sin la presencia del inhibidor GABA, que reabsorbe la segregación de dopamina, sigue segregándola . Lo mismo pasa con cualquier otro estímulo. Puede suceder con el consumo de alcohol o con el consumo de drogas, o con el juego, una de las llamadas adicciones no tóxicas, ya que ocurre sin ningún tipo de ingesta. Lo mismo en el caso de la adicción a la tecnología, que apareció en el siglo XXI. Todos estos casos se dan de la misma manera: el inhibidor GABA no está presente en cantidad suficiente y el cerebro comienza a funcionar mal, distorsionando el mecanismo que nos hace parar de consumir. ¿Qué significa esto? Significa que adicto es aquel que consume en contra de su voluntad. Y esto se produce en dos niveles.

En un primer nivel yo quiero dejar de comer, quiero parar de tomar alcohol, quiero parar de jugar o quiero detenerme con las drogas y no lo puedo hacer. Tengo una gran dificultad para detener el consumo de aquello en lo que la adicción se enfocó.

El segundo nivel de las adicciones está relacionado con la toxicología. Desde mi punto de vista como técnico en adicciones desde hace veinticinco años, una de las tareas que hacemos dentro de los tratamientos es dividir, por un lado, la enfermedad de la adicción y, por otro, el consumo en sí mismo.

Por ejemplo, la torta de ricota no es adictiva, es decir, no produce adicción por sí sola; el alcohol no produce adicción en sí mismo; la marihuana ni la cocaína producen adicción. Las grandes cantidades de ingestas de psicotrópicos producen desvíos a la hora del crecimiento emocional.

Una de las situaciones que suceden cuando se consume marihuana o cualquier otro psicotrópico es que se pierde la tensión madurativa.

¿Qué significa la tensión madurativa? Cuando una persona no adicta transita por un evento emocional —una separación, un fracaso o una situación dolorosa natural de la vida—, pasa por una curva de frustración. Cuando una persona consume marihuana, cocaína o consume alcohol, lo que le empieza a pasar es que se borra la tensión que le produce lo madurativo de ese evento, es decir, no lo termina resolviendo sino que se produce un efecto de «borrado» de la información de esa frustración, y al otro día vuelve a recomenzar sin necesidad de tomar contacto con la frustración, con el dolor o con la pena que le causa determinado evento.

Así es como nuestro cerebro empieza a acostumbrarse. Cuando algo me vuelva a suceder en términos de frustración, en términos negativos, vuelvo a suministrarle otra vez el elemento que borra el proceso madurativo. Esto significa que, a medida que va pasando el tiempo, mi cerebro se acostumbra a no madurar y me quedo en la edad emocional en la que empezó el consumo.

Cuando una persona entra en tratamiento, al sacarle las sustancias que borran los procesos madurativos, inicia un proceso que se llama la recuperación, es decir, vuelve a tenerse a sí mismo, vuelve a ser una persona adulta con un proceso madurativo en el cual cada frustración la resuelve de una manera orgánica y no de una manera artificial.

Al principio de la recuperación, cuando estas situaciones empiezan a suceder, el cuerpo comienza a temblar y las reacciones son poco apropiadas en relación con la edad que se tiene. Esto sucede hasta que la recuperación avanza. El individuo entra en unas crisis que nosotros llamamos crisis positivas, porque son crisis del aprendizaje madurativo que el adicto no tuvo o no vivenció durante todo el proceso de consumo, y este período puede llegar a durar entre siete o diez años, o más.

Está el caso de la persona que empieza a consumir marihuana, cocaína, alcohol o cualquier otro psicotrópico en la adolescencia —entre los 13 y los 19 años—, período de la vida en el que se producen ajustes madurativos —cognitivos, sexuales, conductuales y emocionales de todo tipo—. Lo que se produce entonces es que el cerebro, en vez de ajustar esos factores, desajusta todos los niveles de crecimiento y maduración, creando una conversión de ese proceso madurativo. En lugar de madurar, la persona queda detenida en una edad emocional marcada por el momento en que empezó a consumir, trayendo una disfuncionalidad, cuando llega a la adultez, en lo conductual, en lo cognitivo y en sus respuestas muy precarias ante la realidad.

Para entender este proceso, marcamos este dato central: cuando una persona, que empezó a consumir en la adolescencia y lo hizo por diez o quince años, al comenzar la recuperación de todos esos niveles y todos esos neurotransmisores pasa por un período de aproximadamente un año hasta que restablece estas funciones naturales. Este dato debe ser tenido presente, y muy en cuenta, en el momento de dar inicio al tratamiento de recuperación.

El camino hacia la adicción

Si bien más adelante aclararemos científicamente cómo un cerebro está preformateado para la proliferación de la adicción, en nuestra sociedad moderna el comienzo de la manifestación de la adicción tiene algunos modelos que he definido sobre la base de mi experiencia como profesional: la contención de grupos familiares, adictos queriéndose recuperarse, adictos recuperados y adictos que no quieren entrar en ningún proceso y prefieren entregarse al camino de la muerte a cambio de un poco de placer.

Esto también es discutible. ¿En verdad el placer se transforma en placer en el camino y desarrollo de la adicción, o el dolor se desarrolla en placer, ya que se van cambiando los circuitos a medida que la enfermedad de la adicción avanza y podemos determinar que el adicto disfruta del dolor y disfruta de la pérdida? Ello se da como contrapartida a la recuperación, que consiste en construir tensiones madurativas que hagan sustentable el proceso de la vida, donde hay lineamientos como la responsabilidad, la toma de decisiones, el cumplir horarios, la administración de dinero y la gestión de emociones, tanto de felicidad como de frustración. Acá se ve que hay un versus, que es la vida versus la ruina y, cuando de gestionar se trata, utilizamos tanta cantidad de energía para la vida como para la ruina. El problema subyace en que los neurotransmisores en el cerebro tienen que estar entrenados para la tensión madurativa, de la misma manera que, por desgracia, se entrenan para la ruina. Este es el camino hacia la adicción que consiste en el ensayo sistemático de destruirte y destruir a todos y a todo, basado en un cerebro que ya tiene la predeterminación GABA-dopamina o dopamina-GABA.

Todo comienzo hacia el desarrollo de la adicción tiene su base en un vacío que el individuo siente. Podemos denominarlo vacío existencial o vacío espiritual, pero es el clásico vacío en el que abrevó la historia de la filosofía, desde la academia de Platón o el liceo Aristotélico, hasta los filósofos contemporáneos como Heidegger o Foucault en el siglo XX; o sea, desde el vacío existencial, el porqué de las cosas, del destino humano y de la razón de la existencia. De hecho, sin llegar a ninguna conclusión definitiva que nos tranquilice o resuelva este vacío existencial propio del ser humano en el siglo XXI, un adolescente con las mismas sensaciones tiene como propuesta las variables de la sociedad adicta, como son los entretenimientos, los juegos electrónicos en los celulares o las consolas, las tablets y demás, o desviándose en el alcohol, los fármacos y las drogas recreativas.

Podemos decir que toda esta búsqueda en una temprana edad no es solamente una pulsión de muerte, sino que linda con la búsqueda de un sistema de percepción acrecentada o de sensaciones que den resultados más allá de lo evidente, en cuanto a percepción se trata. Ahí comienzan a funcionar criterios filosóficos como el «volar», el «flotar» y el «estar a mil», o palabras como «mambo» o «high», que describen estados de consciencia derivados de las drogas o del entretenimiento electrónico en esa etapa adolescente.

Téngase en cuenta que entre los 13 y los 19 años el cerebro está haciendo ajustes madurativos, conductuales, cognitivos y sexuales, que traen como resultado procesos de confusión y, por carácter transitivo, se da una sensación de consciencia acrecentada y una sensación de vacío, sin tomar en cuenta los elementos exógenos particulares, es decir, las disfunciones clásicas de los grupos familiares del siglo XXI: padres separados, maltrato, pobreza, desnutrición, abundancia y riqueza, que finalizan en desbordes y pérdida de sentido. A estos factores, en un proceso adolescente y cuando el cerebro está conformando lineamientos y criterios de realidad, la propuesta que da la sociedad adicta es resolverlo con drogas.

Las drogas son una solución artificial en esta sociedad de la inmediatez porque nos sacan de la percepción resquebrajada que el mundo propone y del vacío espiritual y emocional que se siente. Pero lo hacen creando una marea neurológica de procesos alterados, bioquímicos, destruyendo desde las bases la capacidad madurativa de resolver la frustración, el dolor, la carencia y la adversidad propia de la vida del hombre. Porque al ser humano lo define la adversidad, factor principal para moldear el carácter y adquirir habilidades sociales y emocionales.

Capítulo 2 El cerebro adicto ¿Qué es la adicción?

El cerebro, a través de sus miles de años de construcción, desarrolló como instinto un componente llamado dopamina. Este componente es lo que se necesita para la evolución, porque nos da el deseo de alimentarnos, es decir, cuando tenemos hambre se activa la segregación de dopamina en el cerebro. Y eso mismo ocurre en el momento de la sexualidad. Las bases de la raza, en cuanto a la procreación, están dadas por este neurotransmisor tan importante en el sistema evolutivo. Del mismo modo que esto constituye las bases bioquímicas para la sexualidad y la evolución, también es el cimiento para todo tipo de deseo como comida, ropa, gustos y demás.

A partir de la construcción de la civilización y de los productos industrializados, se modificaron los elementos a consumir, subiendo los niveles de intensidad en cuanto a sabores, colores, formas, etc. De hecho, se reinventó una gama de colores digitales que ni la propia naturaleza produce; se crearon sabores intensos e, incluso, alimentos genéticamente modificados. El cerebro, en su forma constitutiva, no está preparado para los niveles de estridencia e intensidad de esos productos industrializados. Todo esto crea un desequilibrio a la hora de tener que detenernos en el consumo de sustancias como alimentos o colores, sin mencionar las drogas y el alcohol.

Como dijimos, para detener el proceso dopamínico hay un elemento inhibidor de la dopamina llamado el inhibidor GABA. El inhibidor GABA, o ácido-gamma-aminobutírico, es un aminoácido no proteico que se encuentra presente ampliamente en la neocorteza. Es el responsable de detener la segregación de dopamina a la hora de lo que llamamos «saciar el apetito». La actual costumbre, basada en la estridencia de los nuevos colores, sabores y drogas, produce en el cerebro lo que podemos denominar como la nueva «cultura dopamínica». Así, el cerebro se transforma en un cerebro adicto, como contrapunto de aquel cerebro disciplinado que da un temple y un carácter donde puede haber un pensamiento que permite enfocar, es decir, que tiene la capacidad de elegir. La construcción de un cerebro enfocado es el opuesto al cerebro adicto, que es desenfocado, que lleva al individuo de cerebro dopamínico a una suerte de individuo sin rumbo que busca solo la satisfacción del placer sin poder detenerse.

Esta imposibilidad de detenerse en el consumo es lo que define al adicto como tal, porque, como dijimos antes, adicto es aquel que consume en contra de su voluntad. Esa voluntad está dada por un cerebro disciplinado que contiene al inhibidor GABA como estructura neurológica, lo que le da al individuo un carácter de integridad y dignidad, mientras que el cerebro adicto coloca al individuo como alguien insaciable y arrastrado por el deseo, y para quien una dosis no es demasiado y mil no son suficientes. Esto conlleva a un padecimiento que deriva en la adicción como una enfermedad circunscripta, en el mundo moderno, al plano de lo psicológico o mental.

El consecuente tratamiento para reeducar al cerebro hacia lineamientos psicológicos restablecidos o reaprendidos es a través de la recuperación. Neurológicamente, lo definimos como la reeducación bioquímica que da una repetición de nuevos criterios que producen un nuevo cerebro.

Este procedimiento da paso a un nuevo concepto, donde vemos que hay elementos distorsionadores en cuanto a bioquímica y elementos organizadores, los que —iniciado el siglo XXI y en camino hacia el siglo XXII— deberán ser tomados en cuenta. Estas categorías dopamina-GABA deben ser consideradas desde la educación infantil en adelante, ya que hoy son los primeros factores que desvían a los niños, jóvenes y adultos del foco de la salud mental y emocional, cuyas consecuencias son los ataques de pánico, las depresiones, los suicidios o la drogadependencia y el alcoholismo.

Si planteamos este versus entre la dopamina y el inhibidor GABAcomo parte estructural de nuestra cotidianidad, podremos tener importantes criterios de prevención. Este es el gran factor que nos lleva a ser conscientes de que el siglo XXI es el siglo de los estímulos o sobre-estímulos. Un concepto de prevención, como definición, debemos circunscribirlo a un universo de ataques de los cuales tenemos que prevenirnos. Estos ataques están dados por el campo de lo digital, la industria de los saborizantes, los alimentos transgénicos, y la naturalización de las drogas y del alcohol como proceso recreacional, los que actúan en el cerebro como desvirtuadores de los lineamientos que construyen una personalidad con elementos sólidos.

Tenemos que decir que toda recuperación o rehabilitación en adicción, tanto tóxica como no tóxica, es también 90 % preventiva: reeduca al individuo o al cerebro para evitar consumir la primera dosis.

Neurociencia y adicción

Hoy, basados en el estudio de la ciencia, a través de la informática, la nanotecnología y los diagnósticos por imágenes, se ha descubierto un nuevo concepto llamado la neuroplasticidad. La neuroplasticidad es la capacidad de reutilizar y agrupar neuronas según las funciones requeridas. Por ejemplo, para que un adolescente pueda comprender álgebra o matemáticas complejas, el cerebro utiliza la neuroplasticidad para asociar superconductores neurológicos que organicen conceptos tan abstractos y complejos. A esto se le llama resolución neurológica.

De la misma manera, el cerebro debe reagruparse para resolver todo tipo de problemas: emocionales, cognitivos, subjetivos o prácticos que van desde cómo conducir un auto hasta resolver problemas matrimoniales. También podemos compararlo con la manera de cómo detener un estímulo y resolver la información para darle de baja, determinando que este no va a aparecer más. Por ejemplo, en el caso de la resolución del tabaquismo desde el punto de vista neurológico, el cerebro resolutivo debe llegar a la conclusión de que no va a tener más ese estímulo, elaborando así procesos madurativos de frustración y reagrupando, luego, nuevas cadenas neuronales que suplanten ese tipo de estímulo.

Por lo demás, las drogas duras como la cocaína, la marihuana, el alcohol, el éxtasis, el LSD, que son estímulos más invasivos, determinan el funcionamiento del cerebro en una categoría que podemos llamar la «dopaminización» del cerebro. Desde el punto de vista de la neuroplasticidad, esta «dopaminización» es muy difícil de resolver, ya que en una primera instancia el cerebro se niega a dejar las hormonas del placer —la dopamina—, presuponiendo que no habrá reagrupación neuronal posible que suplante esos niveles de placer. Se repite esto una y otra y otra vez, es decir, consumiendo un día tras otro.

En términos bioquímicos y filosóficos, el placer está en el extremo opuesto de la felicidad. Basados en esto, podemos determinar que el cerebro neuroplásticamente debe lanzarse a una aventura, debe entender que hay un vacío abismal entre la construcción hecha por el placer y la futura reedición en las cadenas neuronales, en el recableado que hay que construir en pos de la felicidad, en pos de la búsqueda de las soluciones bioquímicas que generan la felicidad. Se debe tener en cuenta que el esfuerzo para lograrlo, para cruzar el río del cambio entre lo que soy hoy químicamente y la nueva versión de mí mismo, produce angustia, miedo e incertidumbre que deben ser enfrentados, porque la resolución de todas esas sensaciones emocionales, neurológicamente hablando, son, en sí mismas, las herramientas del nuevo yo. Son la capacidad de resolver emociones y la administración emocional.

La administración emocional como dispositivo es un concepto que define al individuo que posee una capacidad de elegir por cuenta propia la dirección de las emociones. La epigenética, término acuñado por Conrad Hal Waddington en 1942, refiere al estudio de la interacción de los genes y el medio ambiente. Epi significa «sobre». O sea, sería: «sobre los genes». El gran difusor e investigador Bruce Lipton afirma que el medio ambiente gestiona más organización en las células que de la información que proviene de los propios genes.

Entonces, tanto la epigenética como la neuroplasticidad y otros conceptos científicos del siglo XXI colocan al hombre en una condición de reedición de sí mismo, con capacidades de recablear todo el sistema nervioso, eligiendo una nueva información cualitativa, traspasando las fronteras de sus principios genéticos originalmente editados. Más aún, reedita el programa hacia nuevos horizontes de percepción de sí mismo, donde se manifiestan nuevas realidades construidas a partir de estas emociones, quitando la mirada de los problemas y poniéndola en las soluciones.

Dentro de este mecanismo se encuentra en el cerebro el cuerpo estriado, también conocido como núcleo estriado. Es una parte subcortical en el interior del encéfalo, del telencéfalo, y forma parte de los ganglios basales. El centro estriado recibe información de la corteza estriada también en los primates. El cerebro estriado se encuentra dividido por secciones de sustancia blanca llamada Cápsula Interna, formada por dos sectores: el núcleo caudado y el núcleo lenticular, el cual a su vez está conformado por el putamen y el globo pálido. El estriado ventral está formado por el núcleo accumbens y el lóbulo olfatorio.

Para no ponernos tan técnicos, explicaremos que el núcleo caudado es un elemento que evalúa los niveles de estímulos, en máximos y mínimos, tomando en cuenta los diferentes tipos de estímulos. Si el sistema de hábitos de un individuo es ingerir cocaína, marihuana, altos niveles de azúcares, juegos o dispositivos electrónicos de alta estimulación en la corteza visual, el cuerpo estriado es el encargado de evaluar estos niveles de alta estridencia y estimulación. Pero cuando no están estas sustancias u otros estímulos, el cuerpo estriado comienza a depreciar el resto de los estímulos, como son una vida cotidiana común, circunstancias de paz y tranquilidad, etc., porque estos no elevan los niveles de placer. Ello obedece a que los mecanismos no son tan agudos en una vida normal y en circunstancias normales como los producidos por drogas o estímulos adictivos. Entonces, vemos que un cerebro adicto se educa a partir de estímulos estridentes y el cuerpo estriado es el que recibe la información, determinando cuál estímulo es el alto y cuál es el bajo. Ello crea un sistema de recompensas y castigos bioquímicos a través del núcleo accumbens, construyendo un cerebro cada vez más adicto.

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