Kitabı oku: «El cerebro adicto», sayfa 3
Adicciones tóxicas y no tóxicas
Las adicciones tienen una categorización que separa a las adicciones tóxicas de las no tóxicas, cuya diferencia se basa en que las tóxicas son aquellas que alteran la percepción de la realidad de una manera directa, mientras que las no tóxicas lo hacen de una manera no directa.
El principal problema de las no tóxicas, a la hora de detectar síntomas, es que la sociedad las mantiene en un cono de silencio. Por ejemplo, la naturalización de la ludopatía, mediante las salas de juego, que en algunos países están abiertas las veinticuatro horas o los accesos por internet que naturalizan el comportamiento del ludópata, como se da también con los trastornos de alimentación en países como EE.UU. (las cifras en obesidad escalan a millones de habitantes), donde se naturaliza la comida chatarra (haciendo, de paso, que los trastornos cardiovasculares estén a la orden del día).
Las adicciones no tóxicas son tan letales y mortales como las tóxicas. La creencia popular es que un adicto es aquel que se está inyectándose heroína en un zanjón y que muere de sobredosis en un estado de indigencia. Pero las adicciones no tóxicas son las que más se expandieron en los últimos veinticinco años. La adicción a internet y a los juegos en red, las cirugías estéticas, las compras virtuales y las redes sociales, junto a las susceptibilidades que contienen, son parte de una sociedad que busca tapar los agujeros emocionales. Se llega a una vibración en el inconsciente colectivo y a una conciencia social que naturaliza estas actividades como parte de la vida cotidiana. Y en verdad están cubriendo un agujero emocional o un vacío existencial que el ser humano siente desde el principio de la creación. Más aún, el cerebro, de manera patológica, tuvo un giro hacia la resolución de estos interrogantes existenciales, transformándose en el cerebro adicto.
Si un individuo tiene un comportamiento compulsivo a las compras, esta adicción afecta directamente en todo su sistema cardiovascular y al sistema nervioso central y, además, esto es volcado hacia la totalidad de la sociedad, al menos indirectamente. Lo mismo sucede si un ludópata concurre diariamente a un bingo o a un casino, porque el impacto en el grupo familiar se siente y esto también repercute en la sociedad. Sus hijos, en la escuela, van a cambiar el comportamiento, los maestros llamarán a sus padres, ellos los llevarán a psicólogos o psicopedagogos tratando de encontrar en el chico el motivo de su deficiente rendimiento escolar, sin advertir que la causa de su problemática es que la familia está atravesada por la enfermedad de la adicción. En la adicción a las compras, el impacto que reciben serán las deudas, el déficit y el quebranto económico, por lo cual el grupo familiar entero entra en un resquebrajamiento que luego incide en la sociedad.
Estos nódulos sociales, que son los individuos y las familias, arman las membranas vinculares de toda la sociedad. El cerebro adicto y sus resoluciones de vacío, en cuanto a las adicciones no tóxicas se refiere, están creando un agujero en esa colectividad.
En esta sociedad del inmediatismo, la resolución del vacío espiritual apela a la compra inmediata, al juego de azar, a la compulsión por la comida o a obsesionarse con los músculos y los gimnasios. Nunca en la historia de la humanidad hubo tantos gimnasios, ni tantas personas corriendo en las plazas, en los parques y en las ramblas de todos los países del mundo. Es la obsesión por el running, como por verse flaco o por verse pulido desde la piel o por las compras, como si un par de zapatillas o una cartera nueva modificara la estructura del individuo de la clase media. Estas actitudes hacen que las adicciones no tóxicas sean un síndrome epidémico en los albores del siglo XXI.
Entonces, en cuanto a adicciones no tóxicas se refiere, los niveles de filtración de estas conductas que devienen en patologías severas, son el fiel reflejo de una sociedad resquebrajada, donde la idea de la búsqueda de completitud, de integridad —hasta de dignidad— quedan reemplazados por tapa agujeros que no son más que meros comportamientos, repetitivos, día tras día, hora tras hora, negando toda circunstancia de trascendencia como, por ejemplo, la caducidad y la muerte.
Como todos sabemos, a medida que el tiempo pasa, no cumplimos años sino que restamos años. La paradoja consiste en que, en vez de conectarme con la idea teleológica y hasta teológica de la existencia, me conecto con una búsqueda de consumir o, en el caso de las cirugías estéticas, de mejorar aquello que se va deteriorando, con costos altísimos por llegar a estándares de belleza que transforman a los individuos en monstruos. Monstruos de la cirugía, o sea, de la ciencia que, en lugar de ser volcada para una quemadura de primer grado o la reconstrucción en un accidente grave, es comercializada para los adictos, donde el cirujano, es decir, el científico, se transforma en el dealer del consumidor compulsivo de las cirugías estéticas. Los gimnasios y los centros de estética son lugares que agrupan a personas con el fin de negar todo vestigio de realidad, borrando por completo la idea del fin, es decir, de la muerte. Se busca borrar la idea de que absolutamente todo lo que tenemos y lo que somos, como cuerpos, como habitantes de casas o de ciudades, lo tenemos que dejar, porque solo lo estamos usando. Ni siquiera nuestro propio cuerpo nos pertenece.
Por esa razón, las compras, las cirugías, la vigorexia y la adicción a las dietas son un grupo de síntomas que esconden un gran miedo a la muerte, al deterioro y a la vejez. Es la búsqueda de ser viejos sin envejecer.
El grupo de la electrónica, donde está internet, los videojuegos, el teléfono móvil y la ludopatía, es una categoría que junta lo recreativo con lo lucrativo, la producción y la destrucción en el mismo acto. Esto lleva a niños, jóvenes y adultos a transformar sus cerebros en cerebros adictos, es decir, en un cerebro dopamínico que esconde las emociones de angustias y desconexión social, ya que las redes sociales, con su falso código comunicacional, crean en el individuo la fantasía de estar conectados con otras personas. Creen hablar con esas otras personas, produciendo la gestión de un sentido emocional por el otro, cuando, en verdad, no hay ningún otro, porque lo que tiene enfrente de sí es una máquina. La otredad implica la presencia física del otro, donde hay matices, tono de voz, tacto, miradas y el fenómeno irremplazable del contacto emocional. La otredad desaparece cuando el individuo está solo; por lo tanto, no hay otro. Solo hay aislacionismo e individualidad, gestionando un montón de contactos con otros en situación de soledad, escondiendo el gran miedo al contacto, a la intrusión del otro que invadiría su espacio físico con sus hábitos, sus gustos, su aliento, sus bacterias y sonidos. El otro debe de existir físicamente para que realmente esté.
Lo mismo sucede en los juegos en red. Al jugar en red, los jóvenes —hoy jóvenes, pero que en unos años serán adultos— seguirán teniendo los mismos hábitos reemplazados por nuevas tecnologías. Así, serán adultos o viejos con esos mismos hábitos. Lo que hoy es actualizado, queda desactualizado cuando las nuevas tecnologías reemplacen a las actuales. Estos jóvenes no están jugando con nadie, porque da lo mismo que los comandos de los otros contrincantes, para el caso, los esté operando otro individuo en otra parte del mundo o simplemente otro ordenador en otra parte del mundo, al que llamamos Inteligencia Artificial (IA).
Por lo tanto, el cerebro no produce ningún contacto con nadie, la otredad desaparece y el cerebro no diferencia entre el otro y una máquina. Solo le queda el placer por jugar, ganar y llevar una vida a través del juego en internet, alejada de todo otro valor.
Asimismo, la adicción a los fondos de inversión —conexión con Bloomberg las veinticuatro horas para revisar todas las bolsas de comercio del mundo, buscando especular entre un sistema de ganancias y el otro— no es muy diferente a cualquier otro tipo de entretenimiento o juego de azar, ya que el cerebro construye el mismo sistema de «placer y recompensa» como en cualquier otro síntoma de adicción. En el caso del adicto a la bolsa (así como el del juego), se disfruta de la pérdida y no de la ganancia, generando en un principio el hechizo de jugar para ganar pero, en verdad, el cerebro disfruta de perder, ya que, en los cambios de carriles entre el bien y el mal, el placer y el displacer, el gozo y el dolor, son una inversión de valores y hacen que el individuo necesite un tratamiento igual al que se hace con cualquier adicción tóxica.
Por otro lado, tenemos una adicción tan común como es la adicción a la televisión y a las noticias, donde también incluimos radios y periódicos. Generalmente están volcadas a noticias sociales y políticas, maquillados en frases como «hay que estar actualizado para saber qué pasa». Estos son individuos que se levantan a la mañana con la radio, como si fuera un despertador, escuchando a distintas personas hablando de cuestiones totalmente ajenas al individuo y donde los canales de noticias repiten la misma noticia diariamente porque, en el periodismo amarillista y el sistema de control social a través de los noticieros, la noticia que se supone es la información y la divulgación de lo que está pasando en una sociedad fue reemplazada por la noticia negativa. Lo que se informa desde el periodismo son crímenes, robos, la acción de un político deshonesto, la catarata de denuncias sobre situaciones domésticas de maltrato y violencia familiar o las inundaciones en los barrios por alguna lluvia o tormenta. Lo que sucede como buenas noticias, por ejemplo, lo que estoy haciendo en este momento —alguien escribiendo un libro— no es una noticia. O adquirir un nuevo gatito para la familia, no es una noticia. Entonces, el adicto a la noticia está conectado a una cascada de circunstancias que le generan una emoción negativa y una idea imaginaria de que lo que está sucediendo en todos lados, todo el tiempo; son catástrofes que muestran una ruina que resquebraja de la sociedad en su totalidad. Es, en definitiva, un fiel reflejo de una cultura en decadencia. Las noticias no somos los pensadores ni las buenas acciones cotidianas. Mucho menos las noticias científicas, porque para lo científico existen revistas especializadas con publicaciones determinadas, a las que no accede el que es adicto a la televisión y a los otros medios. Para comprender el contenido de las publicaciones científicas debe utilizar otras regiones del cerebro, que no son regiones adictas. El cerebro adicto consume noticias, consume vibración mala. Consume ruido.
En cuanto a las «personas adictas a las personas», muchas veces deviene en adicción al sexo, por lo que forman parte de un mismo grupo. Es el mismo núcleo autodestructivo que se genera poniendo el foco de la atención sobredimensionada a las circunstancias que la otra persona está generando. Por ejemplo, con cada movimiento que el otro realiza en su cotidianidad —si el otro se va a trabajar, si me llama, si se cambia de ropa, si se baña, si duerme o se despierta— le genera emociones diferentes al adicto. En su adicción, elucubra una serie de fantasías respecto de cada uno de esos actos, con frases como: «Me llamó a las cuatro, cuando siempre me llama a las dos, algo le pasa…». «Mi marido se puso una camisa blanca y no una celeste», dándole una entidad a estos actos simples que llevan a la paranoia y al delirio de persecución, asfixiando al individuo que está relacionado con el adicto a las personas.
Cuando esta circunstancia toma carriles más perversos, donde la satisfacción solamente pasa por el sexo, el individuo entra en procesos lascivos que llevan hasta el daño físico. Estos procesos tienen un abanico muy poderoso, que va desde el porno y la masturbación hasta el sadomasoquismo y el consumo de prostitución compulsiva, llegando a crear vacíos tan profundos que pueden llegar al suicidio, a la muerte por desnutrición, a la insuficiencia cardiaca o terminar en angustias y depresiones profundas.
Por lo que vemos en esta reseña de las adicciones no tóxicas, los caminos y el desarrollo conductual y autodestructivo de cada una de ellas son parte del mismo cuadro, ya que el cerebro es el adicto que busca diferentes medios para la autodestrucción.
El impacto del estrés en el cerebro adicto
Al hablar de adicciones, el impacto del estrés aporta elementos significativos en el concepto general del cerebro adicto. En un cerebro normal se experimentan sensaciones de bienestar y placer en proporciones normales entre los opioides y las endorfinas que están presentes en él. La encefalina, uno de los neurotransmisores más comunes cuando de opioides se habla, al encontrarse el individuo bajo estrés, el nivel de opioides-endorfinas disminuye de manera significativa. Este mecanismo de disminución implica la liberación de la encefalinasa, enzima destructora de las endorfinas que, en condiciones de estrés, incrementa su segregación. Este mecanismo es normal, ya que es un mecanismo de defensa. Cuando los opioides bajan, se desarrolla una alarma en el cerebro que determina una urgencia, la cual ayuda a la persona a realizar ciertas actividades en estado de cansancio, como son las de hacer tareas específicas que requieran de una vigilia permanente, enfocados y concentrados. Cuando los opioides bajan, causan un aumento en la producción de dopamina, lo que genera claridad en el pensamiento y determina reacciones instintivas, ya que la dopamina es, por antonomasia, el mayor elemento instintivo. Debido al alto nivel de dopamina, disminuye la producción de serotonina, lo cual quita del individuo la somnolencia y la necesidad de dormir. También la baja serotonina produce el aumento de la norepinefrina y el ácido aminobutírico gamma (GABA), que eleva el acceso a la memoria y aumenta la ansiedad. El GABA incrementado reduce la disponibilidad de opioides y sigue aumentando la producción de dopamina.
Cuando el mismo estrés ocurre en un individuo con procesos endorfínicos normales, estos encuentran niveles correctos, recuperando la sensación de bienestar. Sin embargo, algunas personas no nacieron con sistemas endorfínicos normales. Estas padecen, en el transcurso de su vida, una baja producción de endorfinas y, por consiguiente, de una sensación de urgencia, de estrés, incomodidades nerviosas y enfermedades psicológicas, como son los ataques de pánico y demás síntomas.
En la sociedad del inmediatismo, los niveles de estrés son mucho mayores. Aunque un individuo se encuentre encerrado en su casa todo el tiempo, el estrés psicológico está presente, disminuyendo los niveles de endorfina aún más. Algunas investigaciones determinan que en la actualidad los niveles de estrés del hombre promedio se duplican cada dos años. Hay personas que, con baja producción de opioides y estrés ambiental, tienen tendencias a incursionar en hábitos y rituales que determinan los síntomas en la enfermedad de la adicción. Por eso se incrementa la producción de opioides de manera artificial, como el consumo de marihuana, para acrecentar temporalmente una sensación de bienestar.
Si hablamos de hábitos adictivos, diremos que son ejercicios pensados para aumentar o disminuir diferentes niveles en los neurotransmisores y donde la fantasía implícita está dada por una prolongación del bienestar. Esto produce una elevación de las endorfinas o, quizá, con las adicciones no tóxicas como la comida, el juego, el cigarrillo y el sexo, que aumentan, por carácter transitivo, las endorfinas, aunque la búsqueda es la misma. Basado en una sensación de displacer, producto del estrés, se desemboca en ejercicios llamados hábitos adictivos que producen endorfinas.
Incurriendo en las drogas opiáceas más fuertes como la heroína, la morfina y estimulantes opiáceos como la marihuana, las investigaciones —precisamente con marihuana— han encontrado sitios específicos de tetrahidro cannabinol (THC) en el cerebro. Reemplazándolas por sustancias naturales —similares al THC, como las anandamidas—, se ha descubierto que activa la dopamina, tal como lo hacen la cocaína, las anfetaminas, la heroína y la morfina.
En el caso del alcohol, este produce un efecto aliviador en los opioides, pero de un modo un tanto diferente. Cuando se ingiere alcohol, es metabolizado en isoquinolinas tetra hidro (IQT). Estos se enlazan a diferentes tipos de opioides, que tienen la capacidad de desplazar a las encefalinas y a las endorfinas de estos sitios. Los IQT actúan como opioides, produciendo una sensación de bienestar y paz en una primera instancia del alcoholismo. Estos también recrean un circuito de retroalimentación que disminuye las encefalinas. El estudio de Genazzani de 1982 determinó que el nivel betha-en-endorfínico en el fluido del cerebro espinal en un grupo de veinte alcohólicos crónicos fue de dos tercios menos que en las personas no alcohólicas. Inclusive, beber cuatro copas de alcohol en un almuerzo o cena disminuye en cantidades considerables los opioides naturales y apoya a los neurotransmisores. Las investigaciones en ratones estresados tendían a preferir el alcohol, en lugar del agua y la hidratación, inmediatamente después del momento del estrés. Podemos sospechar entonces que era para restablecer la sensación de bienestar.
Orígenes y causas del cerebro adicto
Las relaciones y las causas que devienen en la enfermedad de la adicción cuando un cerebro se encuentra biológicamente alterado están muy vinculadas con:
1 Estrés emocional situacional
2 Mala nutrición en la adultez
3 Exposición tóxica: metales pesados, pesticidas, herbicidas, insecticidas
4 Estrés emocional de un cerebro biológicamente alterado
5 Mala genética. Menos neurotransmisores y menos receptores
6 Mala nutrición del lactante y del niño
7 Mala nutrición prenatal: durante el período de gestación, madre con tabaquismo, ingestas de alcohol y drogas.
Todas estas situaciones afectan a diferentes regiones del cerebro que terminan en depresión, adicciones a la comida, alcohol, drogas, sexo y violencia, trastorno de desatención, problemas de aprendizaje, síndrome obsesivo compulsivo y síndrome de Tourette. También devienen en una mala expresión genética, niveles de receptores de dopamina más bajos, niveles de receptores de serotonina más bajos y niveles de receptores de endorfinas más bajos. Además, la mala nutrición de la madre y del padre tiene como consecuencia un útero desnutrido y una deficiencia del embarazo, cuya debilidad obedece a una exposición a metales pesados, pesticidas, herbicidas e insecticidas. Si incursionamos en la historia familiar, revisando hasta siete generaciones anteriores, se pueden encontrar causas que dan como resultado casos agudos de depresión, esquizofrenia, trastorno bipolar y ansiedad severa.
Los neurotransmisores
Las endorfinas: son sustancias naturales sintetizadas por el cerebro que, entre otras cosas, alivian el dolor a niveles muy efectivos solo comparables con la morfina u heroína, sin tener los efectos secundarios que tienen las drogas de alto impacto. Por otro lado, la baja segregación de endorfinas produce un cuadro de anhedonia, que es la dificultad para expresar placer y la incapacidad de dar y recibir amor. Es decir, corta el circuito de la empatía. Por ejemplo, la heroína, la marihuana y el alcohol, como también el azúcar y el tabaco, afectan a los sitios de este neurotransmisor sacando al cerebro de los carriles empáticos, emocionales y afectivos. También hay que decir que la D-fenilalanina es una proteína que se encuentra en muchos alimentos, siendo unos de los diez aminoácidos esenciales para el ser humano inhibiendo la actividad de la encefalinasa y, de ese modo, aumenta los niveles de endorfinas.
La serotonina: ayuda a mantener la estabilidad emocional, la autoestima y la sensación de bienestar, bajando los niveles de consumo de alcohol y carbohidratos. Una deficiencia de serotonina produce depresión, tendencias suicidas, obsesiones, ansiedades, pérdida del sueño y la compulsión por los dulces, como también irritabilidad del carácter. La marihuana, el éxtasis y el azúcar bajan la segregación de serotonina. También el tabaco reduce los sitios y neurotransmisores de serotonina. El L triptófano y el 5 hidroxi triptofano son suplementos de aminoácidos que elevan la producción de serotonina en el cerebro.
El AAG: el ácido aminobutírico gamma o GABA produce tranquilidad y relajación, generando efectos antiansiedad y, en algunos casos, ayuda con el insomnio. Cuando la mente se siente demasiado activa, cuando hay una deficiencia, los síntomas son una ansiedad flotante, es decir, temor, inseguridad, insomnio, tendencia a los ataques de pánico y atracones. El Valium, el alcohol y la marihuana afectan a la función de este neurotransmisor. Para aumentar los niveles de GABA, son imprescindibles la L glutamina y el AAG, ácido aminobutírico gamma.
La norepinefrina: brinda energía, motivación, ambición, poder, estado de alerta y una sensación de bienestar. Una deficiencia de esta parece estar asociada con el estado de letargo, la falta de energía, la melancolía y la depresión. La cocaína, el Speed, la cafeína, el tabaco y la marihuana, el alcohol y el azúcar afectan a la función neurotransmisora de la norepinefrina. La L tirosina y la L fenilalanina son precursores de la norepinefrina.
La dopamina: es la activadora principal de los centros del placer. Crea una sensación de bienestar, felicidad, amor, contento y paz interior. Disminuye los atracones. La carencia de dopamina crea una sensación de miedo, urgencia, depresión, irritabilidad y una falta de la sensación de bienestar. La cocaína, el Speed, la marihuana, el alcohol, el tabaco y el azúcar funcionan como un inhibidor de sus funciones. La L tirosina y la L fenilalanina son precursores naturales. La L fenilalanina parece incrementar el número de receptores dopamínicos, un hecho que es importante debido a que muchas personas nacen con un alelo A2 D1 disminuido, lo que significa que tienen un tercio menos de receptores dopamínicos.