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Un código en la enfermedad de la adicción

El ser humano, desde sus comienzos como mamífero, fue construido sobre la base de la supervivencia. Este principio está fundado en la dopamina como el neurotransmisor que motoriza el hambre y la reproducción, ubicado en el cerebro límbico o cerebro medio. Este diseño implica el hábito representado por la búsqueda del placer del hambre y la sexualidad, basado en la proliferación de la especie como un acto de supervivencia. Otro factor importante que define al hombre primitivo es la conquista del espacio territorial, mediante la lucha con otros animales y, luego, la lucha con otros grupos de los mismos hombres. La evolución trajo la neocorteza, el lóbulo frontal como factor evolutivo, dándole a este último el carácter de la corona de la creación. Todos estos diseños tienen un propósito específico, pero a partir del siglo XIX, con la industrialización de muchos factores en la sociedad, estos lineamientos originales fueron alterados por la civilización.

Aquí aparece el hombre como hombre, como sujeto enclavado en una mecánica social que estimula al cerebro y lo ubica con otra mirada de sí mismo y con otra expectativa de realidad. Desde la revolución cognitiva en la alfabetización, que tardó trescientos años entre el siglo XV y el siglo XVIII —que no fue un acto menor en cuanto a las capacidades del cerebro—, podemos entender que esta fuerza neurológica ha dado capacidades neuroplásticas de otro nivel. El ser humano comenzó a jugar en otra liga: en la liga del texto. La revolución de la imprenta y la revolución de los libros en serie le dieron un carácter expansionista al cerebro, donde la cantidad de datos se multiplicó ampliamente en una mutación informacional. Esto produjo una apertura a regiones del cerebro que antiguamente no se abrían ni estimulaban. Podemos hacer la analogía de ampliar una casa. Donde anteriormente se usaban cien metros cuadrados, en trescientos años se ampliaron a miles de metros cuadrados. Se abrieron espacios nuevos, espacios totalmente desconocidos, con funciones novedosas para el hombre, enmarcadas por la estimulación alfabética.

El conocimiento dado por la lectura, sumado al inicio de la escolarización a nivel masivo y las carreras terciarias y universitarias, tuvo un impacto en el cerebro que, estimo, aún no hemos producido el proceso completo de su metabolización. La universidad, en términos de acceso masivo, no tiene más de 250 años. De hecho, Oxford, Cambridge o la Sorbona eran bastante elitistas en sus comienzos, ya que uno debía ser de la aristocracia o tener un cerebro privilegiado para sortear exámenes de ingreso estrictos donde se evaluaba si estábamos calificados para que la institución invierta tiempo en nosotros.

Además, debemos tomar en cuenta el cambio de eje del cerebro en su relación con el poder, donde estos asuntos sufrieron transformaciones desde las monarquías a las naciones soberanas. No se trata de un acto menor, ya que el poder de las monarquías administraba arbitrariamente asuntos tales como quién vive y quién muere. Fueron épocas donde el conde o el duque permitían al pueblo vivir en sus tierras, pero podían ordenar su muerte si no cumplían los reglamentos y las pautas que, muchas veces, se sancionaban por intereses personales o caprichos del regente de la zona.

En la Modernidad, el hombre cambió este sistema. La desaparición de las monarquías puso al individuo en otra posición social. Este tipo de relación con el poder del hombre promedio, sumado a un cerebro proveniente de la Edad Media, cambió hacia las relaciones sociales en las cuales el poder administra los patrimonios del pueblo y este es el dueño de la tierra, de los recursos e, inclusive, comienza a seleccionar a sus líderes. Así se empieza a comprender que el poder administra la vida y no la muerte. De allí los reclamos sociales y las luchas de clases.

Estas pinceladas de un análisis social y cultural, traen dos datos:

1. La alfabetización de la humanidad y el giro del poder como ejemplos estructurales de un cambio neurológico. Se comienza a denotar que hay un código dentro del cerebro que va armándose a medida que las épocas van cambiando. La mirada del hombre sobre sí mismo va transformándose. Llegados al siglo XX, esto da nuevas conexiones a la revolución industrial y a la revolución social que dividió al mundo en comunismo y capitalismo, lo que imprime un giro neurológico a todo el pensamiento colectivo. Con ello, nacen estos nuevos cerebros que se formatearon para las siguientes revoluciones neurológicas dadas por el arte, la música y actualmente la gran revolución neurocognitiva que es la revolución digital.

Desde el comienzo de la radiofonía, donde los grupos familiares se sentaban a escuchar relatos de ficción que producían sensaciones a través de la emisión de una máquina, se creó esta relación máquina-hombre donde aparece el concepto de la cibernética que, recordemos, es el control de las máquinas sobre el hombre o, dicho más amablemente, la relación de las máquinas y el hombre. Allí, el impacto de la cibernética en el cerebro ha sido menospreciado. Luego vino la televisión y, unos años después, la televisión color, creándose una nueva especie en cuanto al comportamiento se refiere: el homo-espectadoris. Este individuo, que a mediados del siglo XX comenzó a sentarse frente a pantallas relacionándose con las imágenes emitidas, se transformó en una raza, una especie, que venía de luchar por el espacio y la supervivencia como individuo que recibe información y placer a través de una pantalla. A finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI, esta revolución dio un gran salto en cuanto a la digitalización se refiere. Las pantallas y sus usos: el touch deslizante de las pantallas.

A esto se suma la creación de una industria que modifica los alimentos a través de los niveles de azúcares, aditivos, colorantes y elementos artificiales, lo que también genera un código nuevo en el cerebro. Una categoría con la que hasta entonces no habíamos tenido que lidiar como especie y que transforma al cerebro en el cerebro de un homo-adictus. Ello generó un código en la enfermedad de la adicción, dándole a la población mundial un patrón en cuanto a la dopamina y serotonina con niveles mucho más elevados que los del hombre del siglo XV o del siglo XII, cuando el cerebro debía resolver neurocognitivamente otro tipo de problemas.

El asunto es que a este código —en el cerebro posmoderno, posneurológico— nuestro cerebro no lo lee como un problema a resolver sino que, por el contrario, la naturalización de estas costumbres y hábitos son un sistema que le dio forma a una nueva sociedad y a una nueva especie. Con esto, le dio nuevos enclaves en el funcionamiento del cerebro. Ya no es un cerebro que resuelve problemas —lo cual fortalecía los músculos neurocognitivos—, sino que podemos decir que es un cerebro que busca placer, retrotrayendo sus funciones a un cerebro primitivo con la paradoja y la complejidad de que es un cerebro altamente cognitivo. En efecto, para operar las máquinas digitales e interactuar con la nueva tecnología 5G que está viniendo, con la robótica y la cibernética, el cerebro tuvo que haber mutado a estas velocidades cognitivas. Sin embargo, no tienen otra finalidad que el confort, el placer y una composición del ser humano en relación con su medio ambiente sin precedentes, sin luchas y sin desafíos. De este modo, el comportamiento del nuevo hombre estará relacionado con una gran carta a jugar: el nuevo código del cerebro adicto va a determinar la continuidad de la especie humana. Por ejemplo, si todos los insectos desaparecen de la Tierra, no será una extinción como la de los dinosaurios hace millones de años sino que, en este caso, toda la vida del planeta desaparecerá en cinco años.

Si el ser humano desaparece, toda la vida del planeta resurge porque el comportamiento del ser humano con este cerebro adicto pasó al estamento del depredador en la cadena alimenticia. Somos un virus para el planeta. Depredamos y fagocitamos. Ponemos a los árboles, las montañas y los ríos en la posición funcional en que la población humana lo requiere. Porque el código humano llamado «La enfermedad de la adicción» es un comportamiento y una mirada egocéntrica del ser humano en relación con el medio ambiente y con todo lo que pasa. Esta mirada más profunda y con tintes de fatalismo nos pone en un punto reflexivo en lo concerniente al código de la enfermedad de la adicción dentro del cerebro.

Capítulo 3 Un código en la enfermedad de la adicción
El pensamiento web

Analizando el código de la enfermedad de la adicción dentro del cerebro humano, tenemos esta mirada —claramente del siglo XXI— relacionada con el pensamiento web. Los paquetes informacionales de un individuo se empiezan a organizar a partir de estas plataformas digitales, dándole lugar a palabras nuevas sobre los individuos. Los perfiles, los CV y las tendencias no son más que agrupaciones de datos sobre sujetos o sobre mí mismo que dan una identidad digital del Yo.

Este Yo-digital no excluye el patrón en la enfermedad de la adicción, ya que los «me gusta» o «no me gusta» impactan sobre este yo digital y sobre los seguidores que posee, de tal modo que hasta se han transformado en situaciones de mercado. Hay personas con trabajos como influencers, que no hacen más que construir una falsa identidad sobre sí mismos para luego difundirla a los demás. Los individuos del siglo XXI persiguen esto utilizando regiones de su cerebro que conectan a las regiones del placer.

El Yo-digitalis es como un código dentro de la enfermedad de la adicción. No solo no se tiene en cuenta a la hora de los tratamientos ni de evaluar lo que nos está sucediendo como especie, sino que simplemente es una invasión neurocognitiva a la cual el cerebro debe organizar y administrar sin ningún recurso. Ni siquiera es tomado en cuenta como parte de la vida del hombre y su transformación.

Este pensamiento web es creado por sonidos, imágenes, colores e identidades digitales, llevándolo a niveles masivos y colectivos de estrés, generando mecanismos adictivos, ataques de pánico, aislacionismo o sentimientos tales como la soledad y la angustia generalizada, para finalizar en cerebros más adictos que sanos.

El incremento de esta filosofía digital fue exponencial en los últimos treinta años, ya que hoy no se puede ni siquiera trabajar fuera de la digitalización. La labor del hombre promedio es una labor digital en gran parte de sus funciones, exceptuando si uno es médico, operario en un banco, un correo o en la mecánica automotor. Cualquier función no deja de estar teñida por la actualización de la digitalización. Todos debemos estar actualizados. Y el que no lo está, es mal visto socialmente por su entorno, descalificado por el medio y finalmente queda afuera de todo. Por esto, el pensamiento web es impuesto por este constructo de una sociedad que transforma cerebros adictos.

Las dos emociones básicas de la enfermedad de la adicción

Las emociones son un gran capítulo dentro del armado del código de la enfermedad de la adicción. Como las emociones marcan la tasa vibratoria de un individuo, en la enfermedad de la adicción siempre hay dos emociones constantes y sonantes dentro del código: el miedo y el resentimiento.

El miedo, como emoción en el inconsciente, provoca grandes hazañas tales como la supervivencia, no caer por un precipicio o correr cuando los lobos nos rodean o nos persigue un león. El miedo es estructural en el sistema de supervivencia, pero cuando esto se mezcla con sistemas neuróticos, y en la enfermedad de la adicción con sistemas neuroides, el miedo prevalece como una constante. Esta constante es, sin duda, una tasa vibratoria que dispara fantasías y pensamientos negros. Esto lleva a la persona a accionar basándose en este miedo permanente y constante, propio de la enfermedad de la adicción.

Por ello, podemos enmarcar a este miedo como un trauma que, a diferencia de los traumas convencionales, está originado por una situación en la vida referida a abusos, violencia, violencia familiar, violencia verbal o cualquier otro suceso de este tipo. En la adicción, el miedo no tiene ningún origen como trauma, pero queda en el mismo núcleo traumático, como el centro de la estructura psíquica: transformando este síntoma con el centro del pensamiento que da lugar a la célebre frase de: «el trauma, el rey», ya que un trauma es un núcleo psíquico donde toda la personalidad, las emociones y las decisiones de la vida de un individuo se construyen alrededor o a partir de él, sin tocar por un instante este lugar, ya que allí —en el trauma—, en este lugar sensible, está casi prohibido tocarlo o hablar de él, porque el mero hecho de acercarnos a este núcleo representa el inicio de una crisis emocional. El individuo no se mete en el foco del trauma, salvo a través de técnicas terapéuticas que puedan contener al paciente, en un trabajo muy delicado, para desarmar los componentes de aquello que causa dolor, angustia hasta el punto de la desesperación.

En el adicto funciona el miedo como trauma, con el mismo mecanismo donde el adicto no quiere tocar ese miedo, ni hablar de él, ya que es algo que, como decía Jung, forma el carácter. Entonces podemos definir, en el adicto, que el miedo es el carácter, o sea, es la base de su propia personalidad. Esto tiene dos características muy claras en lo concerniente a la personalidad. La primera es el carácter fóbico, que se reconoce por el encierro y la asociabilización hasta la anorexia emocional y la deserotización de la vida, llegando a perder todo interés en cuanto al progreso, al armado de una familia o por cualquier otra tendencia teleológica, ya que carece de visión de futuro. No hay futuro para esta personalidad; solo hay presente. Un presente basado en el deseo y en la satisfacción de este en un universo aislacionista que termina en una vida de ruina y que dispara, a su vez, síntomas más profundos, como la demencia, entre otros. El segundo carácter del miedo en el cerebro adicto es la agresión, la irascibilidad y la violencia. Este sería un carácter contra fóbico como mecanismo de defensa, basado en el sentimiento de miedo instintivo, transferido a neurosis y a un núcleo pseudo traumático del código de la enfermedad de la adicción. Este carácter belicoso es típico de los episodios que muestran los noticieros, como son los casos de mujeres golpeadas, que revelan reacciones contra fóbicas de un alcohólico, ya que en su psique más profunda expresa el miedo a la pérdida. En el caso de la mujer, con la fantasía de que la mujer lo engaña, todo ello construido por sus fantasías e inseguridades clásicas de la sintomatología; o que la mujer lo supera en cuanto a la competencia en el seno de su relación, lo que termina en violencia, primero verbal y luego física.

Esto no es más que el miedo transformado en violencia. Siempre que hay violencia, detrás hay dolor y miedo. El carácter violento también está enmarcado dentro de uno de los cuatro estadíos del alcoholismo ya detallados, que son el mono (el social), el tigre (el violento), el oso (el pesado) y el chancho (el perezoso), donde pierde control de esfínteres y se puede ahogar en su propio vómito. Estas etapas enmarcan una ruta, la del miedo, llevando al individuo a mantener una conducta autodestructiva y a un miedo que construye el carácter más allá de esas conductas. Esta personalidad, dentro del código oculto en la enfermedad de la adicción, hace a un individuo fóbico o contra fóbico que toma decisiones de vida basadas en el miedo, ligándose a pensamientos temerosos y tomando decisiones que llevan a una existencia totalmente disfuncional.

Miedo: al ambiente emocional

En la enfermedad de la adicción, o en el camino de la adicción en lo atinente a lo conductual, es un constructo que proyecta una vibración hacia las personas que pertenecen al entorno de un adicto. Esta es la vibración del miedo, que queda como la reverberación de una campana que suena en una iglesia, donde las ondas sonoras quedan vibrando durante un período. De la misma manera, el adicto va sembrando esta vibración por donde pasa e instala esta sintonía en el ambiente que habita. El consumo genera esta emoción, mejor dicho, se inicia el consumo por esta vibración, y después se proyecta y genera esta vibración a su alrededor. Este entorno capta esta energía y el adicto no solamente desea un ambiente de ruina, sino que crea este ambiente de miedo. El adicto abre la puerta de su casa y todos los habitantes comienzan a sentirse con miedo, ya que no saben si vino borracho, drogado o con el humor cambiado. La adicción, como síntoma, está basada en este cerebro reptil que tiene en su naturaleza intrínseca el principio del miedo, que se transforma en principio de placer al tener como consuelo el consumo.

Esta sensación que la enfermedad produce es igual a la de estar perdido todo el tiempo. La desesperanza y la desesperación, la pérdida de la dignidad y una visión de futuro destruida, construyen la idea del pánico y del miedo como los sentimientos más terribles en el proceso de la enfermedad.

Así, el ambiente en la adicción activa es el contexto de miedo que el código de la enfermedad de la adicción proyecta en el afuera, en los escenarios de la vida como son el hogar, la pareja, el trabajo, los padres, los hijos, los amigos y los vecinos. Todos estos ámbitos de un individuo en la sociedad están dados por el miedo que construyen. El famoso hecho de «perderse en la enfermedad de la adicción» se da porque las personas del entorno comienzan a huir, ya que nadie quiere permanecer en esta vibración.

Nadie quiere sentir miedo cuando ve al otro, a ese otro tomado por estos síntomas y en pleno desarrollo de la enfermedad. De ese modo, gestiona, genera y promueve los lineamientos del miedo hasta creer que el miedo que provoca es un medio de vida que le permite conseguir aquellas cosas que quiere, insisto, produciéndoles miedo a los demás. Muchas veces esto le da al individuo adicto características sociopáticas. Como los barrabravas en el fútbol, que transforman su personalidad en un organismo colectivo, asociándose con otros que promueven el miedo, hasta la sofisticación de poseer jerarquías en estas sociedades del miedo, extorsionando y coaccionando a la población para lograr objetivos económicos a través de la política, los intereses de clubes o del narcotráfico. De esta manera, generan recursos para seguir el consumo y mantener el circuito del miedo, retroalimentado para lograr más miedo.

En el caso del cocainómano, esto se ve con claridad, ya que en un adicto de cocaína avanzado, es decir, alguien que consume cocaína por más de dos años y donde las dosis superan al bienestar dopamínico, genera que la persona ingrese en síndromes de paranoia inducidos, en los cuales el sentimiento y la sensación que reina es el miedo y la locura.

Podemos concluir que el adicto en su medio ambiente, en su universo personal, construye una identidad proyectada en el miedo y, muchas veces, se transforma en una personalidad socioactiva que produce un medio de vida.

Resentimiento: recodificación constante

Cuando una emoción es sostenida en el tiempo se llama resentir, lo cual significa seguir sintiendo. Ello produce una recodificación constante, con un patrón emocional sostenido basado en una idea o en un impacto de la realidad que queda como un núcleo traumático. Esto, en la enfermedad de la adicción, es mantener una oscuridad latente que deviene justamente en el resentimiento.

Este es el proceso meditativo a la inversa, es decir, creando y construyendo oscuridad, ya que construir luz u oscuridad requiere de la misma mecánica: concentrarse en una idea, concentrarse en una emoción. Cuando la concentración o la consciencia se enfocan, florece todo lo que enfocan, sin discriminar entre bueno y malo, entre luminoso y oscuro. Cuando la persona encuentra el sistema del resentimiento como una mecánica que está instalada, el proceso pasa por dejar de sentir como siento y de dejar de sentir lo que yo siento.

Este concepto, que parece simplista, encierra una sabiduría fundamental en el código de las emociones. Las emociones son el gran poder que tiene el ser humano, pero sin guía, sin vela y sin timón las emociones pueden transformarse en el producto que inicia la enfermedad.

Así como ocurre con el océano que contiene un gran poder y potencial, pero si se desata una tormenta sin control, aquello que podría curar, mejorar, albergar la vida de grandes cantidades de microorganismos, de peces, de plantas y gestionar, con sus corrientes, el flujo de vida del planeta entero, puede a su vez destruir todo por completo. De manera análoga, las emociones en un proceso organizado con bordes, con cuenca, producen el efecto opuesto.

Dependiendo de la organización administrada que la consciencia le pueda dar a este flujo para tomar una decisión, debemos saber que está en nosotros la decisión de seguir resintiendo un mismo dolor, una misma sensación de vacío y angustia, o modificarla por una nueva idea o sentimiento de amor o prosperidad, cuando el océano se calma y busca su nivel. Porque tal es el camino del agua, ir para abajo, amoldarse a todas las cosas y buscar su propio nivel. La consciencia tiene el poder de salir del resentimiento y del dolor y transformarlo en un vergel de uno mismo.

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