Kitabı oku: «Nuestro maravilloso Dios», sayfa 10

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9 de marzo

Como un aguijón

“Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dura cosa te es dar de coces contra el aguijón” (Hechos 26:14).

“Dar de coces contra el aguijón”. ¿A quién se le puede ocurrir? La palabra “aguijón” en este pasaje es una traducción del griego kéntron, el extremo puntiagudo de una vara con que se picaba a los bueyes para que apuraran el paso. ¿Captas la idea? ¿A quién se le podría ocurrir dar puntapiés a una vara puntiaguda? ¡Es como si uno mismo se diera “cabezazos contra la pared!” (Hech. 26:14, NVI).

Obviamente, la expresión “dar de coces contra el aguijón” es figurada. Cuando, en el camino a Damasco, Jesús se apareció a Saulo –entonces perseguidor de la iglesia–, le dijo algo así como: “¿Qué sentido tiene lo que estás haciendo al perseguirme? ¡Lo único que logras con esto es herirte a ti mismo!” El significado es claro: al igual que el agricultor aguijonea al buey para apremiarlo, así Jesús, por medio del Espíritu Santo, había estaba “pinchando” el corazón de Saulo desde hacía algún tiempo. Pero él se resistía. El resultado era que le estaba resultando doloroso, e incluso absurdo, seguir dando “coces contra el aguijón”.

Muy interesante resulta saber que la forma verbal que se traduce “dar coces” también puede traducirse “seguir dando coces”. Este hecho hace pensar que por un tiempo Saulo había estado resistiendo los llamados del Espíritu Santo; y que cuando finalmente reconoció en el Resucitado al Jesús que él tan fieramente perseguía, su conversión no fue tan repentina como parece. Fue, más bien, el resultado de un largo proceso.

Lo que estamos diciendo es que, así como Saulo perseguía a Jesús para destruirlo, también Jesús lo perseguía a él para salvarlo. Todo lo cual confirma, de nuevo, una de las verdades más hermosas de la Escritura: antes de que amáramos a Dios, “él nos amó primero” (1 Juan 4:19).

Además, confirma otra gran verdad: que tu conversión no fue tan repentina como pudieras pensar. ¡Durante mucho tiempo Jesús te estuvo siguiendo los pasos! De manera incesante, sin dar ni pedir tregua, estuvo “aguijoneando” tu corazón, hasta ese día glorioso cuando dijiste: “Señor, ¿qué quieres que haga?” Una obra paciente en la que un maravilloso Salvador poco a poco te atrajo “con lazos de ternura, con cuerdas de amor” (Ose. 11:4, DHH).

Gracias, Jesús, por haber sido tan paciente conmigo. Y porque, a pesar de que te di la espalda tantas veces, de manera incesante seguiste tocando a la puerta de mi corazón. ¿Qué quieres que haga por ti, Señor?

10 de marzo

“Dios proveerá”

“Entonces alzó Abraham sus ojos y vio a sus espaldas un carnero trabado por los cuernos en un zarzal; fue Abraham, tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo. Y llamó Abraham a aquel lugar ‘Jehová proveerá’ ” (Génesis 22:13, 14).

Si tuvieras que darle nombre a la peor experiencia de tu vida, ¿cuál le pondrías?

Abraham se encontró exactamente en esa situación. Dios le había pedido que se trasladara a la tierra de Moria, y ahí ofreciera a Isaac, su único hijo, en holocausto. Cuando el anciano patriarca, cuchillo en mano, estaba listo para ejecutar la orden, “el ángel de Jehová lo llamó desde el cielo” con una contraorden: “No extiendas tu mano sobre el muchacho ni le hagas nada, pues ya sé que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste a tu hijo, tu único hijo” (Gén. 22:12).

Dice la Escritura que cuando Abraham levantó la vista, “vio a sus espaldas un carnero trabado por los cuernos en un zarzal”. Entonces, “Abraham tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo” (vers. 13). Seguidamente, “lleno de felicidad y gratitud, Abraham dio un nuevo nombre a aquel sitio sagrado” (Patriarcas y profetas, p. 131).

¿Cuál fue ese nombre? Jehová-jireh; que significa “Dios proveerá”.

Hay aquí una preciosa lección espiritual para nosotros. Durante tres días, Abraham había sido sometido a una prueba demasiado dura para expresar en palabras. Durante tres días, su mente debió haber sido el escenario de una verdadera batalla entre los más dispares pensamientos. Sin embargo, ¿qué nombre escogió para “bautizar el monte” donde por poco sacrifica a su único hijo? No lo llamó “El monte de mi agonía”; tampoco “El monte de mi prueba”, ni nada que le recordara su viacrucis. Lo llamó “Dios proveerá”.

Al darle ese nombre, Abraham quería que se recordara, no su gran prueba, su gran agonía, o siquiera su obediencia. No. Solo deseaba dejar para la posteridad el recuerdo de lo que Dios, en su gran misericordia, había hecho en su favor.

¿Puedes recordar ahora mismo una prueba muy dura que hayas vivido? Seguramente, sí. ¿Qué nombre le pondrías? “¿Mi Getsemaní?” “¿Mi Calvario?”

¡Nunca! Ponle un nombre que te recuerde no lo malo que ocurrió, sino lo bueno que Dios fue contigo. Un nombre que, aún en medio de tus mayores pruebas, te recuerde la gran verdad de que Dios siempre proveerá: pan para suplir tus necesidades, un techo para cobijarte, una salida para tus dificultades...

Padre celestial, hoy quiero alabar tu nombre porque eres, y siempre serás, mi gran Proveedor. Y porque cuanto más grandes son mis pruebas, tanto más grande es tu misericordia.

11 de marzo

No es cómo comienzas…

“Procura venir pronto a verme, porque Demas me ha desamparado, amando este mundo, y se ha ido a Tesalónica. Crescente fue a Galacia, y Tito a Dalmacia. Solo Lucas está conmigo” (2 Timoteo 4:9-11).

No puedo imaginar los sentimientos que invadían al apóstol Pablo mientras, desde la cárcel en Roma, escribía las palabras de nuestro texto de hoy a Timoteo: “Demas me ha desamparado [...]. Solo Lucas está conmigo”. Es curioso. Cuando el apóstol Pablo escribió a los cristianos de Colosas, Lucas y Demas enviaron saludos a sus hermanos en la fe (ver Col. 4:14). Cuando escribió a Filemón, Pablo habla de Lucas y de Demas como “mis colaboradores” (vers. 24). Pero cuando escribe a Timoteo, dice: “Solo Lucas está conmigo”.

¿Qué pasó con Demas?

No tenemos los detalles. El apóstol solo dice que Demás lo desamparó, “amando este mundo”. ¿Qué te pasó, Demas, después de haber comenzado tan bien? ¿Fueron los atractivos de la gran ciudad? ¿O fueron las cadenas de Pablo?

Quizás otros factores contribuyeron a la apostasía de Demas, pero si lees el capítulo 1 de 2 Timoteo, compruebas que, además de Demas, hubo otros que también abandonaron al encarcelado apóstol, tal como él mismo lo señala: “Ya sabes que me abandonaron todos los que están en Asia, entre ellos Figelo y Hermógenes (2 Tim. 1:15-18).

¡Al parecer, esas cadenas estaban avergonzando a algunos! Por supuesto, no a Lucas, quien se mantuvo al lado del anciano apóstol hasta el final. Y tampoco a Onesíforo ( ver 2 Tim. 1:16, 17).

Si hay algo que nos enseña la triste experiencia de Demas, y de quienes desertaron en la hora difícil, es que en la carrera cristiana no es suficiente comenzar bien; también hay que terminar bien. ¿Cómo podemos lograr ese ideal? He aquí una fórmula imbatible: en primer lugar, no nos avergoncemos de la Cruz de Cristo; al contrario, digamos con el apóstol: “Yo sé a quién he creído, y estoy seguro de que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (vers. 12). En segundo lugar, “despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús (Heb. 12:1, 2; énfasis añadido).

Oh, Demas, ¡cuán diferente habría sido tu final si, en lugar de poner tus ojos en el mundo, los hubieses puesto en Jesús, el Autor y Cnsumador de nuestra fe!

Padre celestial, al igual que el apóstol Pablo, hoy quiero gloriarme en la Cruz de Cristo y, con tu poder, tener ojos solo para él. Solo así podré culminar victoriosamente la carrera de la fe.

12 de marzo

¿Una estrella más en la corona?

“Al ver las multitudes [Jesús] tuvo compasión de ellas, porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor” (Mateo 9:36).

¿Qué emoción embargaba el corazón del Señor Jesús al ver que las multitudes estaban desamparadas y dispersas como ovejas sin pastor?

Profunda compasión. Cada vez que nuestro Salvador estaba en presencia del sufrimiento humano, la Escritura dice de él: “Tuvo compasión”.

En griego, la expresión “tuvo compasión” significa “sentir con las entrañas”, y alude a los sentimientos más profundos que un ser humano pueda experimentar. En el caso particular de Jesucristo, ese sentimiento siempre iba acompañado de acción: él siempre hacía algo para liberar al oprimido y sanar al doliente, sin esperar nada a cambio.

¿Cómo respondemos tú y yo en la presencia del dolor? ¿Y cuál es la motivación que nos impulsa, por ejemplo, al dar una donación o un estudio bíblico? ¿Es el amor a las almas o es el interés por la corona?

El siguiente relato que narra el profesor Helmut Thielicke resulta muy iluminador al respecto (Life Can Begin Again, p. 83). Escribe Thielicke que, en una ocasión, fue testigo del interés especial que una enfermera mostraba por los pacientes que atendía. Él mismo había estado enfermo, y había podido comprobar de primera mano lo mucho que ella se esmeraba por cada enfermo. Durante veinte años, ella había realizado esa labor fielmente. Entonces Thielicke decidió preguntarle por qué lo hacía, y de dónde sacaba las fuerzas para realizarla, a pesar del sacrificio que su trabajo exigía.

–Pues, verá usted –respondió la enfermera, con una expresión radiante–, cada noche que trabajo le añade otra estrella a mi corona celestial. ¡Y ya tengo 7.175!

El chasco que sufrió el profesor Thielicke no pudo ser mayor. En un instante, tanto su admiración por la enfermera como su sentido de gratitud desaparecieron. Para esta mujer, los pacientes eran simplemente un medio para alcanzar un fin. Los veía, no como seres humanos en necesidad de ayuda, sino como estrellas que cada noche sumaba a su corona. ¡Y las tenía contadas: 7.175!

¡Cuán diferente el ejemplo que nos dejó el Señor Jesús! ¡Su corazón rebosaba de compasión por cada ser humano! ¡Esa era su motivación al servir! Esa fue también la razón por la que dejó el cielo, y por la que murió clavado a una cruz. ¿Deberíamos nosotros cumplir la misión que él nos dejó con una motivación diferente?

Bendito Jesús, lléname hoy de tu Santo Espíritu. Así mi única motivación al servirte será la gloria de tu santo nombre, ¡porque solo tú eres digno de llevar la corona!

13 de marzo

¡Gracias!

“Todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él” (Colosenses 3:17).

¿Conoces a alguna persona que nunca dice “gracias”? En su libro I Heard the Owl Call My Name [Escuché al búho decir mi nombre], Margaret Craven menciona el caso, no de una persona, sino de todo un pueblo, que no dice “gracias”. Se trata de los indígenas Kwakiutl, en la costa noroeste del Pacífico.

Cuando Mark, un joven misionero, fue enviado a servir en ese territorio, fue advertido al respecto: “Hay algo que debes entender”, le dijeron: “ellos no te van a dar las gracias. La palabra “gracias” no existe en su idioma (p. 20).

Durante el transcurso de su ministerio, Mark se dio cuenta de que los Kwakiutl eran muy generosos. ¿Cómo podía ser que no supieran decir “gracias”? En su momento, supo el porqué. Cada vez que alguien era objeto de un acto de bondad, esa persona a su vez lo retornaba con otro acto de bondad. Por cada favor, los Kwakiutl respondían con otro favor, en ocasiones superior al que habían recibido. Es decir, demostraban su gratitud, no con palabras, sino con hechos.

Curiosamente, la costumbre de los Kwakiutl armoniza con la manera en que el Diccionario de la Real Academia Española define “gratitud”: “Sentimiento que nos obliga a estimar el beneficio o favor que se nos ha hecho o ha querido hacer, y a corresponder a él de alguna manera”. Es decir, por un lado, la persona agradecida reconoce que ha sido objeto de un acto de bondad; por el otro, corresponde a ese favor de alguna manera.

¿Cuán agradecido eres? En primer lugar, pensemos por un momento en las bendiciones que a diario recibimos.

¿Hay pan en nuestra mesa? ¿Hay un techo que nos cobije? ¿Tenemos un trabajo que nos provea el sustento? ¿Una familia que nos quiere? ¿Buenos amigos? ¿Un Padre celestial que nos ama entrañablemente? La lista es interminable.

Ahora la segunda parte: ¿Cuán a menudo expresamos nuestra gratitud por estas bendiciones? Pues, ¿sabes qué? ¡Este es un buen momento para hacerlo! Primeramente, comencemos el día dando gracias a Dios por lo mucho que nos ama, y porque nada nos falta. En segundo lugar, resolvamos hoy decir “gracias” a alguien –el cónyuge, un hijo, un amigo o amiga– a la manera de los indígenas Kwakiutl; es decir, haciendo algo bueno por esa persona.

¿Puedes pensar en alguien a quien puedas agradecer hoy? ¿Qué podrías hacer por esa persona, o qué podrías decirle, que le muestre tu agradecimiento?

¡Gracias, Señor, porque nada me falta, y por tantas personas buenas a mi alrededor!

14 de marzo

Esperar en Dios

“Que el Dios de la esperanza los llene de toda alegría y paz a ustedes que creen en él, para que rebosen de esperanza por el poder del Espíritu Santo” (Romanos 15:13, NVI).

¿Cuál fue el gran descubrimiento del siglo XXI? En opinión de William James, considerado por muchos como el fundador de la Psicología moderna, ese gran descubrimiento consistió en entender que el ser humano puede cambiar su vida al cambiar su actitud (The Speaker’s Sourcebook, p. 57).

Hoy es un hecho generalmente aceptado en el ámbito de las ciencias sociales que la vida de una persona se ve afectada, no solo por los hechos que experimenta a diario, sino especialmente por la forma en que reacciona ante esos hechos, sobre todo, si son dolorosos.

Un ejemplo que ilustra bien esta gran verdad lo encontramos en el Nuevo Testamento, en la experiencia de Ana, la profetisa. Según la Escritura, Ana era una mujer de edad muy avanzada. “Había vivido con su marido siete años desde su virginidad, y era viuda hacía ochenta y cuatro años; y no se apartaba del Templo, sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones” (Luc. 2:36, 37).

¿Te diste cuenta de lo que dice el texto anterior? Esta mujer perdió a su marido después de solo siete años de estar casada, y durante el resto de su vida había vivido sola. Sin embargo, no se había alejado de Dios; al contrario, había seguido orando y sirviendo en el Templo.

¿Qué permitió a Ana asimilar el golpe que significó la pérdida de su esposo? Esta buena mujer se contaba entre quienes “esperaban la redención de Jerusalén” (vers. 38). Es decir, en lugar de vivir mirando hacia atrás, hacia su pasado, Ana había puesto su esperanza en el futuro, en el día cuando la promesa del nacimiento del Mesías se cumpliría. ¡Y Dios le concedió ese privilegio! En el mismo momento en que Simeón tomaba al Niño en sus brazos y alababa a Dios, Ana se presentó y pudo contemplar al Redentor de Israel.

Tú y yo también hemos sido golpeados por las injusticias de la vida. ¿Cómo reaccionaremos hoy? ¿Seguiremos lamentando nuestro pasado? Mi recomendación es que, al igual que Ana, vivamos orientados hacia el futuro, hasta el día de nuestra redención. Mientras tanto, como dice nuestro texto para hoy, “oremos para que el Dios de la esperanza nos llene de toda alegría y paz”, y “rebosemos de esperanza por el poder del Espíritu Santo”.

Dios de toda esperanza, llena hoy y siempre mi corazón de alegría y paz, mientras espero el día de mi redención.

15 de marzo

¿Hijo de Abraham?

“Hoy ha venido la salvación a esta casa, por cuanto él también es hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:9, 10).

Otro de mis relatos favoritos de las Escrituras es la conversión de Zaqueo (Luc. 19:1-10), un hombre rico que, según las Escrituras, trabajaba como jefe de los cobradores de impuestos, y que cuando se enteró de que Jesús pasaría por Jericó, se trepó a un árbol para poder verlo. Hay varias preguntas que se derivan de este relato.

En primer lugar, ¿cómo podía Zaqueo ser rico con el salario de un cobrador de impuestos? La respuesta que Juan el Bautista dio a unos cobradores de impuestos que pidieron ser bautizados nos da la pista. Les dijo: “No cobren más de lo que deban cobrar” (Luc. 3:13). ¿Por qué los exhortó a no cobrar más de la cuenta? Porque en esos tiempos los cobradores de impuestos acostumbraban a quedarse ilícitamente con parte del dinero.

En segundo lugar, ¿qué razones tan poderosas indujeron a Zaqueo a correr y treparse a un árbol, acciones a todas luces impropias para un hombre de su posición? Lo que ocurría era que “Zaqueo había oído hablar de Jesús”, y se había enterado de que el Señor “se había comportado con bondad y cortesía para con las clases proscritas”. Entonces se despertó en él el anhelo de una vida mejor (El Deseado de todas las gentes, p. 506).

En tercer lugar, ¿cómo es que Jesús llama a Zaqueo por nombre sin que se hubieran conocido antes? La respuesta, en parte, está en el párrafo anterior. Jesús ya conocía a Zaqueo, y sabía de la obra que el Espíritu Santo estaba realizando en su corazón. Por ello, y porque nuestro Señor vino “a buscar y a salvar lo que se había perdido”, corrió el riesgo que suponía asociarse con un hombre repudiado por el pueblo. Además de hospedarse en su casa, lo reconoció como hijo de Abraham y le otorgó el don de la salvación (ver Luc. 19:9, 10). ¡Más no se puede pedir!

¿Quieres, al igual que Zaqueo, “ver” hoy a Jesús? Pues, de acuerdo con lo que hemos leído hoy, puedes confiar en que antes de que tú lo busques, el Señor te buscará; y antes de que lo llames, él te llamará. No importa cuán oscuro haya sido tu pasado, él con gusto te perdonará si, al igual que Zaqueo, le permites entrar en tu hogar y en tu corazón.

Gracias, Jesús, porque no te avergüenzas de ser mi amigo. Sobre todo, gracias porque entre tu reputación y mi salvación, escogiste mi salvación.

16 de marzo

“Compre cuatro, y lleve uno gratis”

“¿No se venden dos pajarillos por un cuarto? Con todo, ni uno de ellos cae a tierra sin el permiso de vuestro Padre. Pues bien, aun vuestros cabellos están todos contados. Así que no temáis; más valéis vosotros que muchos pajarillos” (Mateo 10:29-31).

¿Cuántos pajarillos me darías por un cuarto? –pregunta el comprador.

–Dos –responde el vendedor–. Pero por dos cuartos te doy cinco. Uno te sale gratis.

Este el típico regateo en el mercado público. En Mateo leemos: “¿No se venden dos pajarillos por un cuarto? (Mat. 10:29). Lucas, por su parte, dice: “¿No se venden cinco pajarillos por dos cuartos?” (12:6). Sin lugar a dudas, para quien estuviera dispuesto a pagar dos cuartos, un pajarillo le salía gratis.

¿Hay alguna contradicción entre los dos Evangelios? En absoluto. Tal como lo señala William Barclay, es muy probable que Jesús haya usado ambas versiones de lo que seguramente era un dicho popular en aquel entonces (The Mind of Jesus, p. 111).

¿Cuál es el punto importante del relato? Lo encontramos al leer el versículo completo en Lucas: “¿No se venden cinco pajarillos por dos cuartos? Con todo, ni uno de ellos está olvidado delante de Dios” (Luc. 12:6). Para el vendedor, ese quinto pajarillo no tenía valor alguno; por eso lo daba gratis cuando, en vez de dos, le compraban cuatro. Pero Jesús dice que ninguno de ellos está olvidado delante de Dios. ¡Hasta el quinto pajarillo tenía valor para él!

“¿No se venden dos pajarillos por un cuarto?” El “cuarto” era una moneda romana de cobre que valía 1/16 de un denario; y el denario era el pago diario de un agricultor (Comentario bíblico adventista, t. 5, p. 51). La implicación obvia es que el valor de un pajarillo en el mercado no era, por cierto, mucho; pero esto no impedía que fuera valioso para Dios. ¡Cuánto mayor es, por lo tanto, tu valor y el mío para Dios! Y para que no quedara la menor duda al respecto, el Señor añadió: “Más valéis vosotros que muchos pajarillos”.

¿Qué nos da tanto valor ante Dios? No son, por cierto, nuestros logros. Tampoco nuestra apariencia personal o la cuenta bancaria. Lo que nos da tanto valor es el hecho de que somos sus hijos amados. Tan amados, que por nosotros murió Cristo, en una cruz, para darnos vida eterna.

¿No es esta una gran noticia? De hecho, ¿no es esta la mejor noticia para comenzar un nuevo día?

Gracias, Padre celestial, por ver en nosotros un tesoro de gran valor. Ayúdanos a vivir hoy a la altura de nuestra dignidad como tus hijos, y como príncipes y princesas de tu Reino.