Kitabı oku: «Nuestro maravilloso Dios», sayfa 3

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12 de enero

Dios de lo imposible

“El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente. Diré yo a Jehová: ‘Esperanza mía y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré’ ” (Salmo 91:1, 2).

María, una amiga a quien Sudha no había visto desde hacía 16 años, se presentó en su casa una noche y le pidió que cuidara de Tina, su hermana, quien había tratado de suicidarse. El problema se complicó para Sudha porque María nunca regresó por su hermana.

¿Qué hizo Sudha, entonces? No tenía ninguna experiencia sobre cómo manejar un caso tan delicado, y en su pueblo no había profesionales especializados. Así que, Sudha se limitó a orar por Tina, y a leerle porciones de las Escrituras. Poco a poco logró que comiera, y finalmente logró que hablara.

–Nunca debí haber nacido –fue lo primero que dijo Tina.

Su padre no la quería, porque siempre había deseado un hijo varón. Además de rechazarla, también la agredía física y emocionalmente. Para escapar de ese infierno, Tina se involucró en el mundo de las drogas.

Ahora le tocaba a Sudha inspirar en esta joven, de unos veinte años, el deseo de vivir. Un día logró convencerla de recibir ayuda psiquiátrica en otra ciudad. Para ello, viajaban unos setenta kilómetros, tres veces por semana. Pero cuando todo parecía marchar bien, Tina no quiso volver. La situación tocó fondo un día en que la encontró en la cocina de la casa bañada en gasolina con una caja de fósforos en su mano. Cuando Sudha logró persuadirla de que no se prendiera fuego, Tina gritó:

–¿Por qué no me dejas morir, tonta? ¡Esta es mi vida!

La luz al final del túnel brilló un día mientras Sudha leía en voz alta el Salmo 91. Para su sorpresa, Tina le pidió que lo leyera de nuevo. En poco tiempo, el Salmo 91 se convirtió en el caballo de batalla de Tina, al cual acudía cada vez que se sentía desfallecer en la lucha contra sus adicciones.

“Después de un año de intensa lucha”, escribió Sudha, “Tina logró la victoria sobre las drogas. En los dos años siguientes, ya hablaba de lo mucho que Jesús significaba en su vida”. Un año más tarde, había conseguido un trabajo estable.

¿Exagero si digo que nuestro Dios se especializa en casos imposibles; y que su Palabra es poderosa para traer esperanza a los corazones que están a punto de desfallecer?

Hoy te alabo, Señor, porque eres un Dios poderoso; porque te interesas personalmente en el bienestar del más pequeñito de tus hijos; y especialmente, porque también cuidas de mí.

13 de enero

¿Qué podría dar yo hoy?

“No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy: en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda” (Hechos 3:6).

Los apóstoles Pedro y Juan habían ido al Templo a orar, como a las tres de la tarde. Ahí encontraron a un hombre que era cojo de nacimiento, de unos cuarenta años (Hech. 4:22), “que era llevado y dejado cada día a la puerta del Templo que se llama la Hermosa, para que pidiera limosna” (3:2). ¿Qué mejor lugar para pedir limosna?

Cuando el cojo vio a los apóstoles entrar al Templo, les pidió una limosna. Entonces, Pedro, mirándolo fijamente, le dijo: “No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy: en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda”. ¿Qué ocurrió cuando el poderoso nombre de Jesús fue invocado? Dice la Escritura que “al instante [al hombre] se le afirmaron los pies y tobillos; y saltando, se puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el Templo, andando, saltando y alabando a Dios” (vers. 7, 8).

Ni siquiera en sus mejores sueños cruzó por la mente de este hombre lo que ese día ocurriría en el Templo. Fue a pedir limosnas, pero en lugar de unos pocos centavitos, ¡pudo caminar! Nunca había podido entrar en el Templo; al menos, no caminando. Pero eso fue lo primero que hizo, “andando, saltando y alabando a Dios”.

¿Quién podía culparlo de expresar así el gozo que inundaba su corazón?

Hay en este pasaje de la Escritura una preciosa lección. ¿No podían los apóstoles, al igual que otros, dar a este pobre mendigo algunas moneditas? Claro que podían, pero no lo hicieron porque tenían para él un don más grande, más valioso y más sublime que cualquier otro: el don de la salud, otorgado en el poderoso nombre de Jesús.

La implicación es clara: hay poder inconfundible, insospechable, incomparable, en el nombre de Jesucristo. Él no es un Redentor muerto. ¡Es un Salvador vivo! Como bien lo dijo Pedro ese día: él es el Santo y Justo (Hech. 3:14), el Autor de la vida (vers. 15), el Mesías de la profecía (vers. 18). Lo fue ayer, y lo será hoy y siempre.

¿Qué podrías dar tú hoy? ¿Qué podría dar yo?

Hoy es un excelente día para hablar a alguien del poderoso nombre de Jesús de Nazaret, y todo lo que eso significa.

Amado Jesús, no tengo oro ni plata, pero tengo tu amor en mi corazón. ¡Ayúdame a compartirlo hoy con quienes me rodeen!

14 de enero

¡Las cosas que hace Dios!

“El Señor le dijo a Samuel: ‘¿Cuánto tiempo vas a quedarte llorando por Saúl, si ya lo he rechazado como rey de Israel? Mejor llena de aceite tu cuerno, y ponte en camino. Voy a enviarte a Belén, a la casa de Isaí, pues he escogido como rey a uno de sus hijos’ ” (1 Samuel 16:1, NVI).

Nuestro texto de hoy nos introduce hacia uno de los pasajes más significativos de la Escritura. Dios ha desechado a Saúl y ordena al profeta Samuel ir a Belén, a casa de Isaí, porque de sus hijos escogerá al próximo rey.

¿Cuáles eran las posibilidades de que David resultara ser el elegido? Desde el punto de vista humano, muy pocas. Era el menor de los hermanos, en una cultura que otorgaba mucha importancia al orden de nacimiento de los hijos. Tampoco era el de mayor estatura. Eliab, en cambio, no solo era el mayor, sino además era el de mejor apariencia física. Tanto así que el mismo Samuel, al verlo, pensó: “Sin duda que este es el ungido del Señor” (1 Sam. 16:6, NVI). “Pero el Señor le dijo a Samuel: ‘No te dejes impresionar por su apariencia ni por su estatura, pues yo lo he rechazado. La gente se fija en las apariencias, pero yo me fijo en el corazón’ ” (vers. 7, NVI).

Fue así como uno tras otro desfilaron ante Samuel los hijos de Isaí, pero ninguno resultó ser el elegido de Dios. “Entonces dijo Samuel a Isaí: ‘¿Son estos todos tus hijos?’ Isaí respondió: ‘Queda aún el menor, que apacienta las ovejas’ ”.

La palabra hebrea haqqaton, usada para indicar que David era “el menor”, también podría sugerir la idea de “insignificante”, de “no importar mucho”. Sin embargo, fue precisamente David, el más joven, el menos impresionante, el que realizaba el trabajo más humilde, a quien Dios escogió para ser el siguiente rey de Israel. ¿No es esto maravilloso? Dios vio en David lo que nadie más vio. Vio los rasgos de carácter que un día lo convertirían en el más grande de los reyes de Israel.

¿Por qué es significativo este pasaje de la Escritura? Porque el mismo Dios que vio en David lo que nadie más vio, y lo escogió, también ha visto en ti los mejores atributos de tu carácter; y te ha escogido, no solo para reinar con él, sino además para que lo representes hoy dondequiera que estés.

¡Oh, las cosas que hace Dios!

Gracias, Padre amado, por ver en mí lo que nadie más vio; y por haberme elegido para reinar con Jesús por toda la eternidad.

15 de enero

¿Para quién trabajas?

“Que los hombres nos consideren como servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios” (1 Corintios 4:1, RVR 95).

¿Te has preguntado alguna vez de dónde obtuvo Moisés la paciencia necesaria para soportar las rebeldías del pueblo de Israel en su peregrinación por el desierto? La mejor respuesta que conozco la leí en un relato que narra Harold S. Kushner (Overcoming Life s Disappointments, p. 30).

Cuenta Kushner que un día se propuso visitar a varios miembros de su congregación que estaban hospitalizados. Cuando fue al hospital, solo pudo hablar con uno de ellos, pero lo único que esta persona hizo fue quejarse de sus dolores y culpar a Dios por sus achaques.

Desanimado por lo que consideraba una tarde perdida (había suspendido una salida familiar para ir al hospital), el rabino caminaba por los predios adyacentes al hospital cuando fue sorprendido por el saludo de un vigilante. El hombre estaba vigilando lo que parecía ser un edificio abandonado. Movido por la curiosidad, el rabino le preguntó por qué estaba vigilando un edificio en esa condición de abandono. El hombre le respondió que su trabajo consistía en asegurarse de que nadie robara las pocas cosas de valor que todavía quedaban. Entonces el vigilante, al ver al rabino vestido de traje y corbata en un domingo por la tarde, también sintió curiosidad.

–Y usted, ¿para quién trabaja?

Ya el rabino iba a responder, cuando cayó en cuenta de las implicaciones de la pregunta “¿Para quién trabaja usted?” Entonces, sacó de su billetera una tarjeta de presentación y, mientras la entregaba al vigilante, le dijo: “Amigo, aquí está mi número telefónico. Por favor, llámeme cada lunes en la mañana y pregúnteme: ‘¿Para quién trabaja usted?’ Prometo pagarle cinco dólares por cada llamada”. Según Kushner, este fue el secreto de Moisés: en medio de las pruebas más severas que un dirigente haya podido enfrentar, Moisés nunca olvidó que trabajaba para Dios; por lo tanto, nunca dudó de que la presencia de Dios siempre lo acompañaría.

Recuerda que trabajas para Dios. ¿Se te ha encomendado una obra especial de testificación en tu familia, en tu vecindario, en tu lugar de trabajo? Recuerda que trabajas para Dios. También recuerda que, sin importar las pruebas que tengas que enfrentar, es a Dios a quien sirves, y que él nunca te abandonará.

Padre, ayúdame a recordar hoy y siempre que no hay mayor honor en este mundo que ser un servidor del Señor Jesucristo.

16 de enero

Mis “25 centavos” de esfuerzo

“Mi Dios suplirá todo lo que les falte, conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Filipenses 4:19, RVC).

Todos los martes en la mañana el pastor Larry Yeagley les contaba una historia a los niños de la escuela de la iglesia. Uno de esos días, después de concluir el relato, ya se iba cuando se encontró en el pasillo con Cristina, una niña de primer grado, que estaba llorando por haber llegado tarde a la escuela.

–¡Me perdí la historia! ¡Me perdí la historia! –decía.

–No llores, Cristina –le dijo cariñosamente el pastor–. Hablaré con la maestra para que me permita contarte la historia solo a ti, mañana temprano.

A la mañana siguiente, ahí estaba Cristina, esperando. Entonces, con mucho amor, el pastor Yeagley le contó el mismo relato del día anterior. Al final, cuando el pastor se dirigía hacia su auto, la vocecita de la niña lo detuvo.

–Pastor, ¡espere! ¡Por favor, espere! –gritaba la niña, mientras corría hacia el pastor.

Cuando lo alcanzó, la niña colocó en manos del pastor una moneda de 25 centavos.

–Pastor, quiero que guarde esto para usted –le dijo.

Cuenta el pastor Yeagley que por momentos consideró la posibilidad de no aceptar la moneda. Ese era el dinero de su merienda, y probablemente todo lo que tenía. Pero el regalo era también la expresión de su corazón agradecido. ¿Cómo podría rechazarlo? Al final, lo aceptó, y de inmediato fue a la cafetería para pagar por la merienda de Cristina. “Siempre he conservado aquellos 25 centavos”, escribe Yeagley, “como recuerdo de mi sacrificada y agradecida amiguita” (La dádiva divina del perdón, p. 53).

Esos centavitos también nos recuerdan que, no importa cuán pequeños e insignificantes puedan parecer nuestros esfuerzos para agradar a nuestro Padre celestial, él los acepta como lo mejor que podemos hacer, y suple lo que falta, tal como lo declara nuestro texto de hoy y la siguiente cita de Elena de White:

“Cuando está en el corazón el deseo de obedecer a Dios, cuando se hacen esfuerzos con ese fin, Jesús acepta esa disposición y ese esfuerzo como el mejor servicio del hombre, y suple la deficiencia con sus propios méritos divinos” (Mensajes selectos, t. 1, p. 460).

Gracias, Jesucristo, porque aceptas mis “25 centavos” de esfuerzo para agradarte y obedecerte. Sobre todo, gracias porque suples mis deficiencias con tus propios méritos santos. ¿Qué puedo decir, si no que eres un maravilloso Salvador?

17 de enero

Seguir creyendo

“Mientras él [Jesús] aún hablaba, vinieron de casa del alto dignatario de la sinagoga, diciendo: ‘Tu hija ha muerto, ¿para qué molestas más al Maestro?’ ” (Marcos 5:35).

“Mientras haya vida, hay esperanza”, escribió Cicerón, el renombrado orador romano. Pero, de acuerdo con nuestro texto para hoy, la hija de Jairo, el jefe de la sinagoga, ya había muerto. ¿Para qué seguir importunando al Maestro? Temprano, ese mismo día, Jairo había salido en busca de Jesús y, al encontrarlo, de rodillas le había rogado que sanara a su niña, su hija única, de apenas doce años (Luc. 8:42). El solo hecho de pedir ayuda al Señor revela lo desesperado que Jairo estaba, porque para ese entonces ya los fariseos habían comenzado “a tramar con los herodianos cómo matar a Jesús” (Mar. 3:6, NVI). Se habían confabulado porque en sábado Jesús había sanado en la sinagoga a un hombre que tenía una mano paralizada (Mar. 3:1-6). ¡Y Jairo era, precisamente, un alto dignatario de una sinagoga!

Arriesgando su elevada posición en la comunidad, Jairo acudió a Jesús. Pero justo cuando Jesús se dirigía a casa de Jairo, lo detuvo el toque de una mujer que padecía de una hemorragia crónica (Mar. 5:25-34). No sabemos cuánto tiempo demoró el Señor atendiendo a la mujer enferma, pero en algún momento de esos preciosos minutos, la niña murió. ¿Y ahora qué podía hacer Jairo? Él había acudido a Jesús para que sanara a su niña enferma, no para que la resucitara.

–Tu hija ha muerto –dijeron los mensajeros.

Todavía repercuten en su mente esas palabras, cuando escucha la voz de Jesús:

–No temas, cree solamente –le dice el Señor.

Según se desprende del tiempo verbal en griego, lo que el Señor le dice es: “Sigue creyendo”. Ya Jairo había mostrado fe al acudir a Jesús, pero ahora debía seguir creyendo. Dice el relato que cuando llegaron a la casa de Jairo, Jesús “entró a donde estaba la niña, la tomó de la mano y le dijo: ‘Talita cum (que significa: Niña, a ti te digo, ¡levántate!)’ ”. Entonces “la niña se levantó en seguida [...] y todos se llenaron de asombro” (vers. 40-42, NVI).

¿Alguna lección para nosotros? ¡Por cierto que sí! Cuando a nuestro alrededor el mundo parezca desplomarse, todo lo que hemos de hacer es aferrarnos a las promesas de Dios.

Eso significa ¡seguir creyendo, a pesar de todas las evidencias en contra!

Querido Jesús, cuando todo a mi alrededor esté colapsando, y parezca que mis oraciones no tienen respuesta, ayúdame a seguir creyendo en tus preciosas promesas.

18 de enero

¿Contento en toda situación?

“He aprendido a contentarme cualquiera que sea mi situación” (Filipenses 4:11, RVR 60).

Cuando el apóstol Pablo insistió, en su carta a los filipenses que estuvieran siempre alegres, se encontraba encarcelado en una prisión romana. No porque hubiera cometido algún crimen, sino por haber predicado el nombre de Jesucristo (ver Fil. 1:12-14). ¿Cómo puede alguien que está injustamente recluido en prisión hablar de regocijarse y, más extraño aún, decir a otros que también se regocijen?

El hecho no es solamente que Pablo está en prisión, sino que está en peligro de ser condenado a muerte en cualquier momento. ¿Y él habla de alegrarse? Lo más interesante es que en la Epístola a los Filipenses el apóstol menciona palabras tales como “gozo” y “regocijarse” unas 16 veces. ¿De dónde saca el apóstol ese buen ánimo en circunstancias tan desfavorables?

He aquí su respuesta: “He aprendido a contentarme”, escribe Pablo, “cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:11-13).

Lo que Pablo está diciendo aquí es que, independientemente de cuál fuera su situación, “no era él quien tenía que hacer frente a las circunstancias, sino Cristo, que vivía en él” (Comentario bíblico adventista, t. 7, p. 183). Por eso habla de gozo, no de felicidad. Recordemos que la felicidad depende de circunstancias externas –dinero, fama, placeres–, que pueden desaparecer en un instante, mientras que el gozo que el apóstol experimentaba era producto del amor de Dios, que nadie le podía quitar.

¿Cómo logró el apóstol alcanzar este ideal? Dos palabras clave del texto anterior (Fil. 4:10-13) vienen en nuestro auxilio. Una es “aprender”. En medio de sus duras pruebas, Pablo aprendió a desarrollar la convicción de que bajo ninguna circunstancia Cristo lo dejaría solo. La otra palabra clave es “contentarse”. En el griego de entonces significaba “suficiencia propia”, pero Pablo aquí le da el sentido de “suficiencia en Cristo”. ¡Una gran diferencia!

Sea que al momento de leer estas líneas estés enfrentando duras pruebas, o que tu vida esté libre de luchas, recuerda que todo eso puede cambiar en un segundo. No así con el amor de Cristo. Eso nada ni nadie te lo puede quitar. Por lo tanto, cualquiera que sea tu situación, “regocíjate en el Señor”. ¡Todo lo puedes en Cristo que te da las fuerzas!

Padre celestial, cualquiera que sea mi situación hoy, quiero regocijarme en Jesús, mi Señor. Que en medio de mis pruebas yo pueda creer que todo lo puedo en Cristo, que me fortalece.

19 de enero

¿Quién está escribiendo tu agenda?

“Ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios cambió todo para bien” (Génesis 50:20, RVC).

No se podría culpar a José, el hijo de Jacob, si durante años pensó que sus hermanos habían “escrito su agenda” al venderlo a una caravana de ismaelitas que iba rumbo a Egipto.

Por cuánto tiempo estos recuerdos hirieron el corazón de José, no lo sabemos, pero cabe imaginar que su mundo tuvo que haber sido muy pequeño; porque siempre es muy pequeño el mundo de quien se mueve solo dentro de los estrechos límites de sus circunstancias. Si solo vivo para lamentar lo malo que la gente me dice y me hace, si solo me muevo dentro del caprichoso ámbito de los dimes y diretes, al final otros terminarán escribiendo mi agenda.

No habían sido sus hermanos, sino los propósitos de Dios, los que habían llevado a José a Egipto. “Fue el plan de Dios”, escribió Elena de White, “que por medio de José fuera introducida en Egipto la religión de la Biblia. Este fiel testigo debía representar a Cristo en la corte de los reyes” (Desde el corazón, p. 262).

¿Cómo sabemos que José entendió que Egipto formaba parte del propósito de Dios? Porque eso fue lo que él mismo dijo a sus hermanos cuando les reveló su identidad: “Yo soy José, su hermano, el que ustedes vendieron a Egipto. Pero no se pongan tristes, ni lamenten el haberme vendido, porque Dios me envío aquí, delante de ustedes, para preservarles la vida” (Gén. 45:4, 5, RVC;). Y cuando dijo: “Fue Dios quien me envió”, pronunció una de las verdades más poderosas en la historia de la humanidad; a saber, que el propósito de nuestra vida no está en las manos de ningún poder terrenal –ya se trate de los gobernantes de las naciones, de los dirigentes de la comunidad o de los jefes en el trabajo–, sino en las manos del Dios soberano del universo.

Como bien lo expresa Walter Brueggemann, durante años la vida de José no fue más que la suma de sus pequeños temores, sus pequeños rencores y sus pequeños amores (The Threat of Life, p. 12). Hasta el glorioso día en que se vio a sí mismo como parte de un plan tan grande como el Dios de los cielos.

¿Es tu vida la simple suma de tus pequeños temores, tus pequeños rencores, tus pequeños amores? Por la gracia divina, muévete al siguiente nivel: el de los elevados propósitos de Dios para sus hijos en una hora como esta.

Santo Espíritu, capacítame para que, más allá de las pequeñeces del diario vivir, mis ojos puedan contemplar tu gran propósito para mi vida.