Kitabı oku: «Nuestro maravilloso Dios», sayfa 6

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5 de febrero

Las tres listas

“Ahora, así dice Jehová, Creador tuyo, Jacob, y Formador tuyo, Israel: ‘No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú’ ” (Isaías 43:1).

¿Te ha sucedido alguna vez que, mientras lees, sientes el impacto de lo que el autor está diciendo? ¿Y, cuando esto ocurre, ya no sigues leyendo sino que te quedas por un rato procesando la información?

Algo así me pasó cuando leía una declaración de Max Lucado en la que este autor estaba reflexionando sobre lo que habrá significado para Dios haber entregado a su Hijo a una muerte que no merecía, con el único objeto de que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él. Entonces Lucado pregunta: “¿Entregarías a un hijo, a una hija, para que un enemigo muera?” Luego él mismo responde: “Hay personas por las que yo daría mi vida, pero pídeme que haga una lista con los nombres de aquellos por quienes yo mataría a mi hija. La hoja estaría en blanco” (He Did This for You, p. 36).

Ya puedes imaginar por qué esas palabras me dejaron pensando. ¿Por quiénes yo daría mi vida? En esa lista hay varios nombres, pero no muchos.

Luego pensé: ¿Por quiénes daría yo la vida de mis hijos? Esta pregunta, en comparación con la anterior, fue muy fácil de responder: ni siquiera tengo que pensarlo. ¡En esta lista no habría ningún nombre! ¿Quién en su sano juicio daría la vida de un hijo para que otra persona viva?

Y ahora la tercera pregunta: ¿Por quiénes entregó Dios la vida de su único Hijo? Esta es la tercera lista; la lista de Dios. En ella están los nombres de todos los seres que han nacido en este mundo. Están los nombres de los patriarcas, de los profetas, de los discípulos, y los nombres de los hombres y las mujeres que a lo largo de los siglos vivieron para servir a Dios y a la humanidad. También están los nombres de Judas, Caifás, Nerón, Hitler, y de todos los que hoy preferimos que nunca hubieran nacido. ¿No es esto asombroso?

Hay algo todavía más grande, más maravilloso: en la lista de Dios están tu nombre y el mío. ¿Qué hemos hecho para merecer estar ahí? La verdad es que hemos hecho mucho para no estar, pero “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16; énfasis añadido).

¡Bendito sea el nombre de Dios!

Gracias, Padre eterno, porque, a pesar de que no lo merezco, tu amado Hijo vino a este oscuro mundo a sufrir y morir por mí.

6 de febrero

¿Dar gracias por todo?

“Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús” (1 Tesalonicenses 5:18).

Si eres como yo, entonces tienes la tendencia a discriminar las experiencias que has vivido en dos grandes categorías: las “buenas” y las “malas”; y, peor aún, al igual que yo, recuerdas con más facilidad las malas.

Porque sé que esta práctica no es buena, agradecí a Dios cuando leí una declaración de Henri J. M. Nouwen según la cual una persona verdaderamente agradecida da gracias a Dios por toda su vida: lo bueno y lo malo que le ha ocurrido, los éxitos y los fracasos que ha experimentado, los momentos de gozo y los de tristeza por los que ha pasado. Es decir, tal como lo dice nuestro texto de hoy, ¡agradece a Dios por todo!

Sin embargo, la declaración de Nouwen no termina ahí. Luego añade que, mientras sigamos dividiendo nuestra experiencia pasada entre lo que nos gusta recordar y lo que preferimos olvidar, “no podremos reclamar la plenitud de nuestro ser como un don de Dios por el cual deberíamos estar agradecidos” (Bread for the Journey, 12 de enero).

Hay sabiduría en sus palabras. En primer lugar porque ¿quiénes somos tú y yo para decidir qué calificar como bueno y qué como malo de lo que nos ha sucedido en el pasado? ¿No es cierto que algunas de las experiencias que inicialmente calificamos como malas terminaron convirtiéndose en una bendición? Solo Dios tiene la facultad de ver el fin desde el principio, de ver el cuadro completo; por lo tanto, pidámosle que nos ayude a poner fin a esta malsana práctica de dividir nuestra vida entre “lo bueno” y “lo malo” que nos ha sucedido.

En segundo lugar, ¿no dice la Palabra que “a los que aman a Dios, todas las cosas los ayudan a bien”? (Rom. 8:28). Si nuestros fracasos nos han convertido en personas más sabias, si nuestros errores han contribuido a que hoy seamos más maduros, si nuestros pecados nos han hecho depender más de Dios, ¿hay algo que debamos lamentar? Al contrario, ¡hay mucho por lo cual agradecer!

Siendo así las cosas, ¡no lamentemos nada! Al igual que los padres terrenales cuidamos de nuestros hijos, el buen Padre celestial ha cuidado de nosotros. Su mano guiadora nos ha traído hasta aquí. Y nos seguirá guiando hasta el día glorioso en que heredaremos todas las riquezas que él ha preparado para quienes lo aman.

Gracias, Señor, por toda mi vida. Ayúdame a creer que tu mano divina me ha guiado hasta aquí, y me seguirá guiando hasta el fin de mis días en este mundo.

7 de febrero

Un fiel “barómetro” de la vida espiritual

“Acuérdate del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero el séptimo día es de reposo para Jehová, tu Dios” (Éxodo 20:8-10).

Un fiel “barómetro” de la vida espiritual. Así llama M. L. Andreasen al Mandamiento de observar el sábado como día de reposo.

¿Por qué lo llama de esa manera? Porque ningún Mandamiento promueve la adoración a Dios y el compañerismo con nuestro Creador, tanto como lo hace la observancia del sábado. “En la medida en que una persona olvida el sábado”, escribe Andreasen, “en esa medida olvida también a Dios; y en la medida en que la observancia del sábado se torna descuidada, en esa misma medida se descuidan también otros deberes religiosos” (“The Sabbath”, Review and Herald, 1942, p. 28).

Alguien podría alegar que a Dios lo podemos adorar en cualquier otro día de la semana. El problema con este argumento es que se estrella de frente con esta declaración: “Acuérdate del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero el séptimo día es de reposo para Jehová, tu Dios” (Éxo. 20:8-10). Lo que nuestro texto de hoy nos está diciendo es que el sábado es un día especial porque así lo dijo Dios. No hay en la naturaleza nada que convierta al sábado en un día diferente de los otros seis. ¿Por qué, entonces, es un día especial? Porque después de crear en seis días los cielos y la tierra, el Creador no solo reposó en el séptimo día, sino además lo bendijo y lo santificó.

Sobre ningún otro día de la semana pronuncia Dios su bendición. De ningún otro día dice él que es señal de santificación (ver Eze. 20:12). Nos recuerda, además, que por ser el Creador, él es el único digno de nuestra adoración. “Para que esta verdad jamás se borrara de la mente de los hombres”, leemos en El conflicto de los siglos, “Dios instituyó el sábado en el Edén; y mientras el ser él nuestro Creador siga siendo motivo para que lo adoremos, el sábado seguirá siendo su señal y monumento” (p. 491).

¡Con razón el Mandamiento comienza con un “acuérdate”! Es decir, acuérdate de adorar “a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas”. Y acuérdate de que tu Creador quiere encontrarse personalmente contigo en el día que él bendijo y santificó.

¿Lo dejarás esperando?

Gracias, Padre celestial, por ese precioso “acuérdate”. Además de recordarme mi noble origen, tu día santo también me recuerda que eres digno de mi adoración y mi alabanza.

8 de febrero

¡Anímate!

“Todos los días del desdichado son difíciles, pero el de corazón alegre tiene un banquete continuo” (Proverbios 15:15).

¿Sabes lo que significa la palabra “oxímoron”? Básicamente, significa usar dos términos aparentemente contradictorios para dar lugar a un nuevo sentido: un silencio atronador, una tensa calma, un instante eterno.

He aquí un ejemplo más: un cristiano triste. ¿No es esta una contradicción de términos? No me refiero al hecho de que en ocasiones podamos estar tristes. Quiero decir, más bien, que no se espera que el cristiano pase por este mundo mirando solo el lado negativo y triste de la vida.

¡Así es! ¿Puede vivir bajo una nube negra quien tiene a Dios por Padre y a Cristo como amigo y Salvador? ¡Imposible! ¿Por qué, entonces, esparcimos tanta tristeza a nuestro alrededor? ¿Por qué con tanta frecuencia miramos el lado negativo de las cosas y nos quejamos de todo y por todo? ¿No podríamos, por ejemplo, mirar más a menudo el lado bueno de las cosas, reír un poco más y difundir más alegría a nuestro alrededor?

Esto último me recuerda un relato que narra Allen Klein acerca de un hombre que siempre se quejaba por todo (The Healing Power of Humor, p. 78). Cuando la esposa le traía jugo de naranja, él decía que lo quería de uvas. Cuando le servía pan con mantequilla, él lo quería con mermelada. Cuando le servía huevos fritos, él los quería hervidos.

Dice Klein que, cansada de la actitud del esposo, un día la señora tuvo una brillante idea: decidió freír un huevo y hervir el otro; así el hombre no tendría escapatoria. Le sirvió, pues, los huevos, y esperó. El hombre miró el plato durante unos segundos, y luego gruñó:

–Mujer, ¡freíste el huevo equivocado!

El punto está claro: ¿Por qué mirar siempre el lado negativo de las cosas?

“Todos los días del desdichado son difíciles”, dice el sabio, “pero el de corazón alegre tiene un banquete continuo” (Prov. 15:15). ¿Cómo disfrutar de ese banquete que Dios nos ofrece en este nuevo día? En primer lugar, recordemos que en el cielo hay un Padre que nos ama más de lo que jamás podremos imaginar. En segundo lugar, mostremos al mundo todo lo bueno que puede suceder cuando Cristo, el Señor, mora en el corazón.

Así que, si estás triste, ¡anímate! Y si estás alegre, asegúrate de comunicar esa alegría a tu alrededor. ¡Eso también es cristianismo!

Amado Dios, gracias porque eres mi Padre celestial; y gracias porque he encontrado en Cristo a un maravilloso amigo y Salvador.

9 de febrero

Dios perdonador

“Tú eres Dios perdonador, clemente y piadoso, tardo para la ira y grande en misericordia” (Nehemías 9:17).

¿En qué estaba pensando Abraham cuando le mintió a Abimelec, rey de Gerar, haciéndole creer que Sara era su hermana? Un rápido análisis de la situación dejaba ver con claridad que Sara corría menor peligro presentándose como la esposa de Abraham. Un esposo tenía derechos sobre su mujer, para esa cultura,precisamente por estar casados, pero ¿qué derechos tendría Abraham sobre Sara, si era solo su hermana?

En esta ocasión, al igual que cuando mintió en Egipto, Abraham estaba pensando en su propia seguridad. En esa oportunidad, le propuso a Sara que se presentara como su hermana debido a que los egipcios, al ver su hermosura, lo matarían a él mientras que a ella le preservarían la vida (ver Gén. 12:11-13). ¿Cuál fue el resultado de su plan? Sencillamente, no funcionó. Dice el relato bíblico que faraón hizo llevar a Sara a su casa, obviamente para convertirla en una de sus esposas; lo cual no ocurrió gracias a la oportuna y milagrosa intervención de Dios. Hay varias lecciones para nosotros en esta parte “oscura” de la vida de Abraham.

La primera es que ninguno de nosotros está exento de errores. Aun los gigantes de la fe tuvieron sus caídas; unas estrepitosas, como la de David; otras, inexplicables, como estas del patriarca Abraham.

Una segunda lección es que, después de sus caídas, estos héroes de la fe no permanecieron en el suelo. De David dice la Palabra que llegó a ser un varón conforme al corazón de Dios (ver Hech. 13:22). A Abraham, por su parte, Dios lo llama “mi amigo” (Isa. 41:8). De alguna manera, sus fracasos los ayudaron a depender cada vez más del Padre celestial.

Finalmente –y esta parece ser la lección más valiosa–, a pesar de que Abraham manifestó desconfianza al mentir con respecto a su verdadera relación con Sara, Dios en ningún momento lo abandonó. No solo protegió a su esposa, sino también dejó muy en claro que el patriarca, a pesar de su error, continuaba siendo su representante (ver Gén. 20:7).

Si, al igual que yo, has dado pasos equivocados, recuerda que nuestro Dios es “perdonador, clemente y piadoso, tardo para la ira y grande en misericordia”. No importa cuán bajo hayas caído, él nunca te abandonará.

Gracias, Padre celestial, porque a pesar de mis continuos errores y pecados me recibes cada vez que acudo a ti en busca de perdón. Gracias, además, por tu promesa de que siempre estarás conmigo hasta el fin del mundo.

10 de febrero

¿Debajo de un cajón?

“Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Tampoco se enciende una lámpara y se pone debajo de un cajón, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en casa” (Mateo 5:14, 15, RVC).

¿Qué significa que tú y yo seamos la luz del mundo? Básicamente, que no importa cuán densas sean las tinieblas que nos rodean, hemos de brillar para la gloria de Dios. El apóstol Juan nos dice por qué ha de ser así: porque “la luz alumbra en la oscuridad, ¡y nada puede destruirla!” (Juan 1:5, TLA). Esta realidad la ilustra muy bien una experiencia que hace años vivió Charles Colson al visitar la prisión estatal de Míchigan, Estados Unidos . Cuenta Colson que, después de haber hablado a un numeroso grupo de reclusos en el salón de actos de la prisión, lo llevaron a la sección donde se encontraban los asesinos condenados a muerte. Su sorpresa fue grande al ver que estos criminales, condenados a muerte como enemigos de la sociedad, estaban fuera de sus celdas, en compañía de personas que estaban desarmadas, incluyendo a una jovencita cristiana que había ido a cantar.

Cuando Colson y quienes lo acompañaban se disponían a salir, vieron que un miembro del grupo estaba en una de las celdas, orando con un preso. A su regreso, explicó por qué se había detenido en esa celda.

–Yo soy el juez Clement, el que sentenció a muerte a ese hombre. En aquel entonces él era un enemigo de la sociedad, y también mi enemigo. Pero conoció al Salvador, y nació de nuevo. Hoy es mi hermano, y nos sentimos como si fuéramos de la misma familia. Y todo, porque un grupo de cristianos vino a la cárcel y testificó de su fe en Cristo (“Vivamos por encima de las tinieblas”, Revista Adventista, marzo de 1982, p. 5).

En otras palabras, ¡brillaron para la gloria de Dios! ¿Qué significa, entonces, ser la luz del mundo? Significa, tal como lo señala nuestro texto de hoy, “sacar” nuestra la lámpara del cajón, y ponerla sobre el candelero, bien en alto, de modo que alumbre con la gloria de Jesucristo no solo a los que están en casa, ¡sino también al vecindario y el mundo entero!

Bendito Jesús, hoy quiero brillar para ti. Pero brillar de un modo que la atención se concentre en ti, porque solo tú eres digno de todo honor y toda gloria, hoy y siempre. Amén.

11 de febrero

“Estaré contigo”

“No temas, porque yo estoy contigo” (Isaías 41:10).

No sé si es la promesa que más se repite en la Biblia, pero “estaré contigo” es, en mi opinión, la más hermosa. ¿Por qué? Sencillamente, porque no tengo nada que temer si sé que el Señor está conmigo.

“Estaré contigo”. ¿Por qué esta promesa habla de una manera tan directa a mi corazón, llenándome de confianza y seguridad? Una historia que narra Jamie Buckingham lo ilustra bien. Cuenta Buckingham que, una noche, cuando él y su esposa Jackie fueron a cenar con unos amigos, dejaron solos en casa a sus dos hijos menores: Tim, de 17 años; y Sandy, de 14.

A eso de las diez de la noche, Buckingham recibió una llamada de su hija, Sandy. Le pedía a gritos que regresaran. ¿Qué había sucedido? Al llegar a casa, encontraron a Sandy sentada en un mueble, petrificada, con un cuchillo en la mano. Cuando se calmó, la niña explicó que, mientras veía la televisión, le pareció ver a un fantasma a través de la ventana. Encendió todas las luces y, tan rápido como pudo cerró las puertas, pero entonces vio en una ventana un mensaje que decía: “¡Voy a agarrarte!” Entonces entró en pánico.

Imaginándose “la causa” de lo ocurrido, Buckingham salió de la casa en busca de Tim. Lo encontró, sentado, riéndose a carcajadas. Después de darle un buen regaño, los dos padres procedieron a calmar a Sandy. Lo lograron a medias. Esa noche Sandy no podía dormir. Le explicaron que todo había sido una broma de su hermano, y que lo que vio fue el movimiento de una sábana.

Al fin lograron que Sandy se acostara sola en su cuarto, pero la niña no quería que apagaran la luz. A pesar de los razonamientos, ella insistía en que dejaran la luz prendida. Entonces Buckingham tuvo una idea. Después de apagar la luz, se acostó al lado de Sandy. En cuestión de segundos, la niña dormía profundamente (Where Eagles Soar, p. 110).

¿Era realmente la luz lo que Sandy necesitaba? ¿O, más bien, la seguridad de que su padre estaba a su lado?

Cuando en tu peregrinaje por esta vida sientas que te rodean las tinieblas del desánimo; cuando te asalte la duda y seas presa de la angustia, recuerda que, en tales momentos, la presencia de Dios está contigo. Lo que esto significa es que, no importa cuán difícil sea tu situación, tu Padre celestial será tu luz y tu seguridad.

Con él a tu lado, ¿qué más podrías necesitar?

Gracias, Señor, porque siempre estás a mi lado. ¡Siempre! De verdad, no tengo palabras para agradecerte esta gran bendición.

12 de febrero

“La niña de sus ojos”

“Acuérdate de lo que hizo Amalec contigo en el camino, cuando salías de Egipto; de cómo te salió al encuentro en el camino y, sin ningún temor de Dios, te desbarató la retaguardia de todos los débiles que iban detrás de ti, cuando tú estabas cansado y sin fuerzas” (Deuteronomio 25:17, 18).

“Ruin, cobarde e insidioso”. Así califican Jamieson, Fausset y Brown el ataque que los amalecitas perpetraron contra la desprevenida retaguardia de Israel, a su salida de Egipto (Comentario exegético y explicativo de la Biblia, t. 1, p. 77).

El traicionero ataque se produjo sin que hubiera provocación alguna de parte de Israel, y causó estragos en los miembros más débiles del pueblo que habían quedado rezagados. ¿Por qué hicieron algo tan vil? Según Patriarcas y profetas, los amalecitas habían “jurado por sus dioses que destruirían a los hebreos de modo que nadie escapara, y se jactaban de que el Dios de Israel sería impotente para resistirlos” (p. 307).

Según las Escrituras, apenas se produjo el sorpresivo ataque, Moisés dio órdenes precisas a Josué para repeler a los amalecitas, mientras él y Aarón intercedían por el pueblo. Al final, el resultado fue que “Josué deshizo a Amalec y a su pueblo a filo de espada” (Éxo. 17:13).

Pero el asunto no termina ahí. La malvada acción de los amalecitas no solo quedaría registrada, sino también a su tiempo sería castigada: “Escribe esto”, le ordenó el Señor a Moisés, “para que sea recordado en un libro, y di a Josué que borraré del todo la memoria de Amalec de debajo del cielo” (vers. 14).

¿Por qué esa sentencia tan dura sobre Amalec? Porque el brutal ataque, además de desafiar directamente el poder de Dios, se perpetró sin ninguna compasión sobre la gente más indefensa del pueblo; y eso Dios no lo podía ignorar.

La lección es contundente: quien daña a los hijos de Dios, especialmente a los más débiles, toca a “la niña de sus ojos” (ver Zac. 2:8). Y aunque él es Dios “misericordioso y piadoso [...] de ningún modo tendrá por inocente al malvado”. Que Dios nos libre de causar daño intencionalmente a uno de sus hijos; ¡pero que además otros se cuiden de hacernos daño, porque también nosotros somos hijos del Altísimo!

“La mano de Dios se extiende como un escudo sobre todos los que le aman y temen; cuídense los hombres de no herir esa mano; porque ella blande la espada de la justicia” (ibíd.).

Ayúdame, oh Dios, a ser siempre bondadoso hacia tus hijos. Y ayúdame también a recordar que quien me quiera hacer daño estará tocando “la niña de tus ojos”.