Kitabı oku: «Introducción a los escritos de Elena G. de White», sayfa 4
La propagación del mensaje profético
Elena de White difundía el mensaje que ella creía que Dios le daba, tanto en forma oral como por medio de la página impresa. Desde el principio de su ministerio se mantuvo activa predicando y enseñando tanto a grupos como a individuos. Muchas veces se valía de las iglesias locales y de entrevistas privadas, pero las reuniones generales de la iglesia le daban las mejores oportunidades para comunicarse con los dirigentes del movimiento. Después del establecimiento del sistema de congresos campestres adventistas anuales en 1868, ella descubrió que ese foro era excelente para presentar su mensaje. Casi todos los años realizaba largos viajes para hablar en esas reuniones.
Aunque sus presentaciones personales eran efectivas, la página impresa multiplicaba muchas veces el impacto de sus mensajes. No solamente se publicaban sus sermones, sus disertaciones y sus consejos más importantes, sino también pronto empezó a dedicar gran parte de su tiempo y energía primordialmente a publicar sus escritos. Ella llegaría a ser la principal protagonista en el cumplimiento de la visión de que la literatura adventista se difundiría como “raudales de luz que han de circuir el globo” (Notas biográficas, cap. 18, p. 137).
Sus primeros escritos aparecieron en una revista titulada Day Star. No la publicaban los adventistas observadores del sábado. Pero muy pronto ella perdió ese foro cuando los observadores del sábado empezaron a desarrollar una identidad separada de los otros grupos adventistas a fines de la década de 1840.
En 1849 los observadores del sábado empezaron a publicar su propia revista. Pero este avance no resolvió inmediatamente el problema. Su esposo, el principal editor sabático, se vio muy presionado sobre el asunto de la publicación de las visiones, puesto que muchos enemigos alegaban que los observadores del sábado ponían demasiado énfasis en las visiones, las constituían en prueba de fe y se alimentaban de sus enseñanzas en lugar de las enseñanzas de la Biblia.
Como resultado, aunque Jaime White publicó varias de las visiones de su esposa en 1849 y 1850, empezando a fines de 1850 las páginas de la Review and Herald vieron muy poco de la pluma de Elena de White en la década siguiente. En total, en esa década únicamente aparecieron unos 15 artículos de su pluma. Esa cantidad apenas se duplicó a 31 en la década de 1860. Pero en la década de 1870 se vio un cambio en la marcha, cuando aparecieron en la revista casi 100 artículos de la pluma de Elena de White. Entonces, desde principios de 1880 hasta su muerte en 1915, la Review publicó sus artículos casi semanalmente.
Tal estadística nos dice mucho acerca de la reticencia de los primeros observadores del sábado a poner demasiado énfasis en las visiones en su principal publicación (revista que llegaba tanto a creyentes como a no creyentes), frente a un público crítico. Jaime White creía que era importante que los mensajes de Elena llegaran a los adventistas observadores del sábado; por eso, en 1851 publicó el Suplemento de la Review and Herald para esa audiencia más selecta. Él explicó el 21 de julio de 1851, en la edición del Suplemento: “Esta [es] la revista que esperamos publicar cada dos semanas [...]. Ya que muchos están prejuiciados contra las visiones, pensamos que es mejor no incluir ninguna de ellas en la edición regular. Por lo tanto, publicaremos las visiones para beneficio de los que creen que Dios puede cumplir su palabra y dar visiones ‘en los últimos días’ ” (Suplemento de la Review and Herald, 21 de julio de 1851). Por supuesto, la intención era que el Suplemento tuviera una circulación mucho más limitada que los números regulares de la Review.
Esa edición del suplemento apareció en un número solamente. La mayor parte del contenido de ese suplemento pronto apareció en forma de un folleto titulado A Sketch of the Christian Experience and Views of Ellen G. White [Experiencia cristiana y visiones de Elena de White]. Ese folleto de 64 páginas salió de la prensa en el verano de 1851. Los líderes adventistas se dieron cuenta enseguida de que la mejor manera de publicar los escritos de Elena de White era en forma de pequeños libros o folletos, con la ventaja de que sus consejos adquirirían una vigencia más permanente.
El primer folleto fue un recuento autobiográfico de su ministerio, que contenía algunas de sus primeras visiones. El siguiente folleto se publicó en 1854 con el título Supplement to the Experience and Views of Ellen G. White [Suplemento de la experiencia cristiana y visiones de Elena de White].
Entonces, en 1855 se dio un paso de primera magnitud en la carrera de Elena de White como escritora. En ese año se publicó el primer tomo de Testimonios para la iglesia. Ese primer folleto de 16 páginas se convirtió en una serie de ediciones regulares que fueron viendo la luz en distintas formas hasta 1909, cuando los testimonios publicados alcanzaron la cantidad de casi cinco mil páginas.
Por fin la Sra. de White había encontrado un método efectivo para comunicar sus mensajes a sus compañeros adventistas observadores del sábado. Sus Testimonios publicados establecieron las principales líneas de comunicación de sus primeros consejos en un formato que proporcionó permanencia y facilitó la distribución entre los interesados en sus mensajes.
Además de publicar testimonios de naturaleza general, Elena de White desde el principio de su experiencia empezó a dar consejos individuales mediante entrevistas privadas y cartas personales. Pero a los pocos años ella se dio cuenta de que muchos de esos consejos tenían valor para la iglesia en general, ya que muchas personas tenían las mismas dudas y problemas. Por eso, los testimonios publicados reunían mensajes selectos dados originalmente a individuos, además de los consejos dados para la feligresía en general.
Como diría ella: “Al reprender los males de uno [Dios] quiere corregir a muchos [...]. Presenta claramente los errores de algunos para que otros sean amonestados y rehúyan esos errores. [...] me fue ordenado que presentara principios generales, al hablar y escribir, y al mismo tiempo especificara los peligros, errores y pecados de algunas personas, para que todos pudiesen ser amonestados, reprendidos y aconsejados. Vi que todos deben escudriñar su corazón y vida detenidamente, para ver si no han cometido los mismos errores por los cuales otros fueron corregidos [...]. Si así sucede, deben sentir que las reprensiones y el consejo fueron dados especialmente para ellos, y deben darles una aplicación tan práctica como si se les hubiesen dirigido especialmente [...]” (Testimonios para la iglesia, t. 5, pp. 619, 620).
La Sra. de White adquirió la práctica de eliminar los nombres personales de sus testimonios que se publicaban con el fin de proteger la identidad de las personas a quienes iban dirigidos. De ahí que el lector de los Testimonios lee en cuanto al hermano A o la hermana C.
Pronto la iglesia en vías de desarrollo reconoció el valor de los Testimonios de Elena de White. Como resultado, los primeros folletos se reimprimieron varias veces con diferentes formatos. Pero en 1883 la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día acordó publicar todos los Testimonios (que en ese tiempo llegaban a treinta), en “cuatro tomos de setecientas u ochocientas páginas cada uno” (Review and Herald, 27 de noviembre de 1883). Salieron de la prensa en 1885 y han mantenido el mismo formato en inglés hasta el presente, junto con los tomos 5 al 9.2
Antes de reimprimir los Testimonios, Elena de White decidió que su redacción debía ser sometida a revisión. Lo consideró necesario porque algunos de los mensajes originales se habían enviado a la imprenta con prisa, por la precipitación de los acontecimientos. Tanto ella como su hijo Guillermo C. White mantenían una perspectiva bastante flexible del proceso editorial cuando se trataba de revisar palabras y frases. Esa flexibilidad condujo a una pugna entre los líderes de la iglesia sobre la extensión de los cambios que debían permitirse en los Testimonios cuando se redactaban de nuevo.
En preparación para el proceso de revisión, el Congreso de la Asociación General de 1883 acordó que “la iluminación de la mente” del profeta en el proceso de inspiración se realiza mediante “la impartición [de] los pensamientos, y no de las mismas palabras por medio de las cuales se deberían expresar las ideas, excepto en raras ocasiones” (Review and Herald, 27 de noviembre de 1883). Pero, aunque los dirigentes de la iglesia aceptaban el pensamiento inspirado en teoría, tenían problemas con el concepto en la práctica. Como resultado, Elena de White tuvo que eliminar muchas de las revisiones que había hecho de los primeros Testimonios, con el fin de que sus pensamientos fluyeran mejor y se expresaran de la manera más precisa. Por ello, los tomos publicados no fueron todo lo que ella hubiera querido que fueran.
Además de esos primeros folletos autobiográficos y los Testimonios, la tercera etapa de los escritos de Elena de White tuvo lugar entre 1858 y 1864, cuando escribió cuatro tomos titulados Spiritual Gifts [Dones espirituales]. Aunque esos tomos contenían algunos datos autobiográficos y algunos escritos sobre salud, así como resúmenes de los primeros Testimonios, su contribución más importante fue su exposición inicial del gran conflicto cósmico entre el bien y el mal. Por esa razón, el primer tomo, que fue el resultado de una visión que ella tuvo en Lovett’s Grove, Ohio, en marzo de 1858, llevaba el subtítulo de The Great Controversy Between Christ and His Angels and Satan and His Angels [La gran controversia entre Cristo y sus ángeles y Satanás y sus ángeles]. El librito fue el precursor de la actual edición (1911) de El conflicto de los siglos. Así también, los tomos 3 y 4 de Spiritual Gifts trataban el período patriarcal de la historia bíblica y presentaban primero materiales que actualmente forman parte del libro Patriarcas y profetas. En Spiritual Gifts encontramos la presentación básica de ideas que más tarde la autora amplió a cuatro tomos titulados Spirit of Prophecy [Espíritu de profecía] (1870-1884) y que con el tiempo se transformaron en los actuales cinco tomos de la serie de “El Conflicto” (1888-1917).
La última etapa importante de la producción literaria de Elena de White entre 1850 y 1890 está dedicada al ámbito de la salud. Más adelante en nuestra presentación examinaremos el desarrollo de su contribución a los conceptos adventistas actuales de la vida saludable.
Recepción y comunicación de las visiones
La recepción y comunicación de las visiones de Elena de White es un tema complejo –como muchos otros en este libro– y lo trataremos brevemente. En esta sección, en lugar de explicar esa complejidad, solo destacaremos brevemente algunos puntos que nos ayudarán a entender el tema.
En 1860 la Sra. de White escribió que ella había recibido muchas preguntas acerca de su condición cuando estaba en visión y su experiencia después de salir de ellas. Entonces explicó lo siguiente:
“Cuando el Señor cree oportuno dar una visión, soy llevada a la presencia de Jesús y sus ángeles, y estoy completamente ajena en cuanto a las cosas terrenales. No puedo ver más de lo que los ángeles me señalan. Mi atención con frecuencia es dirigida a escenas que suceden en la Tierra.
“A veces soy llevada muy lejos en lo futuro, y se me muestra lo que ha de suceder. Luego otra vez se me muestran cosas que han ocurrido en lo pasado. Después de que salgo de la visión, no recuerdo inmediatamente todo lo que he visto y el asunto no es tan claro delante de mí hasta que escribo. Entonces la escena surge delante de mí como fue presentada en visión, y puedo escribir con libertad. A veces las cosas que he visto están ocultas de mí después de que salgo de la visión y no puedo recordarlas hasta que soy llevada delante de una congregación donde se aplica la visión. Entonces vienen con fuerza a mi mente las cosas que he visto. Dependo tanto del Espíritu del Señor para relatar o escribir una visión como para tenerla. Es imposible que yo recuerde cosas que me han sido mostradas a menos que el Señor las haga surgir delante de mí en el momento en que a él le place que yo las relate o escriba” (Mensajes selectos, t. 1, p. 41).
Siguiendo la misma línea de pensamiento, ella observó pocos años después: “Dependo del Espíritu del Señor tanto para escribir mis visiones como para recibirlas; sin embargo, las palabras que empleo para describir lo que he visto son mías” (ibíd.). En otra ocasión ella señaló que a veces, cuando se ponía a elegir las palabras del pasaje, Dios llevaba a su mente la mejor manera de expresar sus pensamientos en “forma clara y distinta” (Carta 127, 1902).
Por eso, según ella lo veía, su experiencia era similar a la de los profetas de la Biblia: una interacción entre el ser humano y el Ser Divino. Dios le daba las visiones y la ayudaba a comunicarlas a otros. Por otra parte, ella usaba sus propias palabras, excepto en los casos en los cuales afirmaba haber recibido las palabras precisas. De su descripción se desprende que esto último era más bien raro.
No deberíamos pensar que todo lo que Elena de White escribió estaba directamente vinculado a una visión. Por ejemplo, en una de sus primeras declaraciones autobiográficas comentó: “Al preparar las siguientes páginas, lo hice con gran desventaja, ya que tuve que depender en muchos casos de mi memoria, puesto que no empecé a escribir un diario sino hasta años más tarde. En varias ocasiones he enviado los manuscritos a amigos que estuvieron presentes cuando las circunstancias relatadas ocurrieron, para que ellos los leyeran antes de imprimirlos” (Spiritual Gifts, iii). Ella continuó diciendo que había identificado muchas fechas mediante una verificación doble de sus primeras cartas. En resumen, Elena de White recurrió a algunas de las técnicas de los historiadores así como a sus recuerdos en la reconstrucción de sus memorias.
En el desarrollo de El conflicto de los siglos en 1888, también se demuestran las investigaciones históricas. Por eso citó libremente a historiadores, no tanto para valerse de su autoridad, “sino porque sus palabras resumían adecuadamente el asunto” (El conflicto de los siglos, Introducción, p. 15).
Por consiguiente, su hijo señaló a los líderes de la Asociación General, cuando estaban revisando El conflicto de los siglos en 1911, lo siguiente: “Mi madre nunca pretendió ser una autoridad en historia. Las cosas que ella ha escrito son descripciones instantáneas y otras presentaciones que le fueron dadas con respecto a los hechos de estos hombres y a la influencia de estas acciones sobre la obra de Dios para la salvación de los hombres, con referencia al pasado, al presente y a la historia futura en su relación con esta obra. En la redacción de estas visiones ella ha hecho uso de buenas y claras declaraciones históricas para hacer comprensible al lector las cosas que estaba tratando de presentar”. Él siguió diciendo que su lectura en la rama de la historia eclesiástica “la ayudó a localizar y a describir muchos de los acontecimientos y movimientos que le fueron presentados en la visión” (Mensajes selectos, t. 3, Apéndice A, pp. 498, 499). De manera que sus investigaciones la ayudaban a llenar los antecedentes y el contexto de las “descripciones instantáneas” recibidas durante la visión.
El uso que Elena de White hizo de las obras de otros autores no estuvo restringido a temas históricos. Siendo una ávida lectora, seleccionaba y adaptaba ideas y frases de otros escritores cuando sentía que ellos presentaban las cosas tan bien como se podían decir para hacer comprender su mensaje.
Así, Guillermo C. White indicó que su madre no solo era una ávida lectora de otros autores sobre la vida de Cristo, sino también “se admiraba del lenguaje en que otros escritores habían expuesto a sus lectores las escenas que Dios le había presentado a ella en visión, y encontró que era tanto un placer como una conveniencia y economía de tiempo utilizar el lenguaje de ellos, en forma total o parcial, para presentar las cosas que sabía por revelación, y que anhelaba transmitir a sus lectores” en El Deseado de todas las gentes (ibíd., Apéndice C, pp. 525, 526). Podríamos hacer estos mismos comentarios en relación con otros escritos de Elena de White. Así como los profetas bíblicos empleaban documentos literarios e históricos en sus escritos, también lo hizo ella (ver, por ejemplo, Núm. 21:14, 15; 1 Crón. 29:29; Luc. 1:1-4; Jud. 14, 15). Por lo general, la inspiración no implica originalidad. Por otro lado, la inspiración reclama la dirección de Dios en el desarrollo profético y la selección de materiales.
Conviene notar que el uso de fuentes de parte de Elena de White no era mecánico. Por el contrario, ella seleccionaba los pensamientos y las frases que armonizaban con la verdad como ella los veía, mientras que eliminaba o adaptaba ideas y terminologías que no estuvieran en armonía con su mensaje.
Otra percepción de su obra proviene de la comprensión de que no todos sus consejos a individuos y a la iglesia se originaron específicamente como visiones para la situación determinada. Ella comparó su experiencia con la del apóstol Pablo, cuya mente había sido informada en relación con principios cristianos y peligros para la iglesia de manera general y amplia mediante las visiones anteriores que había recibido. Como resultado, el apóstol pudo juzgar situaciones en la iglesia con percepción divina aunque él no tuviera una visión específica para esa circunstancia en particular. Por eso, la Sra. de White escribió que “el Señor no da una visión para hacer frente a cada emergencia que se levante”. Más bien, el método de Dios es “dar a sus siervos escogidos impresiones referentes a las necesidades y los peligros a los que estaban expuestas su causa y las personas, y en hacer sentir a esos siervos la responsabilidad de dar consejos y amonestaciones” (Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 642). Buena parte de sus consejos parecen caer en esta última categoría, en la cual los principios divinos dados originalmente en una visión se aplicaban, mediante las impresiones del Espíritu Santo, a una variedad de situaciones específicas que requerían la aplicación de dichos principios.
En camino a la organización de la iglesia
Una parte importante del desarrollo de la Iglesia Adventista del Séptimo día en la década de 1850, en la cual Elena de White desempeñó un papel crucial, fue la organización de la iglesia. El movimiento millerita se había manifestado mayormente en contra de toda organización, no sin base para ello. Por un lado, creían que Cristo vendría muy pronto y que, por lo tanto, no necesitaban ninguna organización ya que el tiempo era corto.
Un segundo factor que contribuyó a que muchos de los seguidores de Miller no simpatizaran con ningún sistema de organización eran sus antecedentes en movimientos que se oponían a cualquier cosa que se inclinara hacia la más mínima forma de estructura eclesiástica. Uno de esos movimientos era la Conexión Cristiana. José Bates, Jaime White y varios otros dirigentes milleritas pertenecían a ese movimiento.
Un tercer factor que se sumó a la posición de los grupos posmilleritas de 1844 en contra de toda organización eclesiástica surgió de su experiencia de haber sido expulsados de confesiones organizadas, en 1843 y 1844. Esta experiencia condujo a la mayoría de ellos a llegar a la conclusión de que cualquier tipo de organización eclesiástica era un mal inherente. Como resultado, Jorge Storrs (un líder millerita prominente) escribió en 1844 que “ninguna iglesia puede ser organizada por invención humana porque se convertiría en Babilonia en el momento de su organización” (Midnight Cry, 15 de febrero de 1844).
Debido a estas circunstancias, todos los grupos posmilleritas encontraban casi imposible organizarse en un cuerpo eclesiástico. Ninguno de ellos lo hizo antes de principios de 1860 y el único grupo que formó una estructura adecuada fueron los adventistas sabáticos.
Entre los que formaron la Iglesia Adventista en la década de 1860, Elena de White y su esposo fueron las principales figuras que apoyaron el desarrollo de la organización. En su intento por trabajar con los creyentes unidos en la plataforma doctrinal sabática, los White llegaron muy pronto a la conclusión de que era esencial lo que ellos llamaban “el orden evangélico”. La alternativa sería el desorden que había caracterizado tanto al adventismo millerita a fines de 1840 como a principios de 1850.
Las primeras observaciones de Elena de White sobre el tema se produjeron en diciembre de 1850: “Vi que en el cielo todo estaba en perfecto orden. Dijo el ángel: ‘Miren, Cristo es la cabeza; sigan en orden, sigan en orden. Cada cosa tiene su significado’. Dijo el ángel: ‘Observen y vean cuán perfecto y cuán hermoso es el orden en el cielo; síganlo’ ” (Manuscrito 11, 1850).
Entre 1850 y 1854, los adventistas observadores del sábado no solo crecieron rápidamente a medida que se agregaban a sus filas muchos creyentes en la segunda venida que estaban desorientados, sino también enfrentaron el problema de los predicadores no calificados que se reunían con adherentes, y el de la disciplina eclesiástica que se debía aplicar a los creyentes que no armonizaban con el cuerpo organizado.
Fue ante esta situación que Elena de White publicó un enérgico artículo titulado “El orden evangélico” a principios de 1854: “El Señor ha mostrado que el orden evangélico ha sido temido y descuidado en demasía. Hay que rehuir el formalismo; pero al hacerlo, no se debe descuidar el orden. Hay orden en el cielo. Había orden en la iglesia cuando Cristo estaba en la Tierra, y después de su partida el orden fue estrictamente observado entre sus apóstoles. Y ahora, en estos postreros días, mientras Dios está llevando a sus hijos a la unidad de la fe, hay una mayor necesidad de orden que nunca antes; porque, a medida que Dios une a sus hijos, Satanás y sus malos ángeles están concentrados en evitar esta unidad y en destruirla” (Primeros escritos, cap. 22, p. 129).
Notemos que la Sra. de White vincula la organización de la iglesia con la misión de reunir a un pueblo para los últimos días. De esa manera vinculó la organización con una avanzada misionera efectiva. La organización no era un fin en sí mismo, sino un medio para alcanzar un fin.
Durante la década de 1850 los White lucharon codo a codo para llevar a los observadores del sábado a la organización. Pero continuamente enfrentaban la oposición de líderes prominentes dentro de su propio movimiento. Por eso R. F. Cottrell pudo argumentar, en la Review and Herald de marzo de 1860, que él creía que “sería un error ‘darnos un nombre’, puesto que eso está en la base de Babilonia. No creo que Dios lo apruebe” (Review and Herald, 22 de marzo, 1860).
Jaime White y su esposa no estuvieron de acuerdo con Cottrell y quienes se oponían a la organización, y abiertamente enfrentaron el desafío. Ellos conocían de sobra los resultados de la falta de estructura y orden formal. En respuesta a la lógica que se oponía a la organización, Elena de White dijo: “Se me mostró que algunos habían temido que nuestras iglesias se convertirían en Babilonia si se las organizaba; pero las iglesias de la zona central de Nueva York ya han sido una perfecta Babilonia, confusión. Y ahora, a menos que las iglesias sean organizadas para continuar su marcha y poner en vigencia el orden, no tienen ninguna esperanza para el futuro, y serán esparcidas en fragmentos. Enseñanzas anteriores han alimentado los elementos de la desunión. Se ha fomentado el espíritu de vigilancia y acusación antes que de edificación. Si los ministros de Dios adoptaran una posición unida, y la mantuvieran con decisión, se produciría una influencia que tendería a la unión del rebaño de Dios. Las barreras de separación serían rotas en fragmentos. Los corazones se elevarían y se unirían como gotas de agua. Entonces habría poder y fortaleza en las filas de los observadores del sábado, superiores a todo lo que hemos presenciado” (Testimonios para la iglesia, t. 1, p. 245).
La lucha por la organización en la cual se hallaron inmersos tanto la Sra. de White como su esposo triunfó finalmente entre 1861 y 1863. Ya para ese último año la Asociación General de la iglesia se hallaba establecida para aglutinar las distintas iglesias y asociaciones locales en un cuerpo unificado: la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Ese desarrollo organizacional proporcionó al todavía pequeño grupo de adventistas observadores del sábado una estructura que les permitió fortalecerse y desarrollarse en un cuerpo más grande de adventistas para fines del siglo. Pero, para entonces, la estructura de l863 le quedaba pequeña a la iglesia. Los adventistas del séptimo día necesitaban una reorganización drástica si querían continuar creciendo.
Entre 1901 y 1903 Elena de White estaba de nuevo, como veremos en el siguiente capítulo, en el centro del movimiento para contribuir a su reorganización, con el fin de cumplir una misión efectiva. Ella consideraba a la organización funcional de la iglesia como un elemento crucial en su expansión y en la predicación del evangelio a todo el mundo. A diferencia de algunos de sus colegas en el ministerio, ella no había confundido las estructuras externas, obsoletas, con la organización dinámica requerida para seguir reuniendo a un pueblo en anticipación al advenimiento.