Kitabı oku: «Por qué se suicida un adolescente», sayfa 4
1- Pablo Muñoz, “El pasaje al acto como ruptura del lazo social”, en: Teoría y testimonios. Vol. 3, Desamarrados. De la clínica con niños y jóvenes, Buenos Aires, Asociación Civil Proyecto Asistir, Grama ediciones, 2011, p. 34.
2- Ibid., p. 35.
3- Ibid.
4- Ibid.
5- Ibid., pp. 35-36.
6- Sigmund Freud, Psicopatología de la vida cotidiana, Madrid, Biblioteca Nueva, p. 868.
7- Ibid., p. 869.
8- Ibid.
9- Ibid., p. 869.
10- Sigmund Freud, Contribuciones al simposio sobre el suicidio, vol. 5, Madrid, Biblioteca Nueva, 1972, pp. 1636-1637.
11- Bernard-Henri Lévy, “France Télécom, mode d’emploi”, Bloc-Notes, París, 15 de octubre de 2009. Recuperado de http://www.bernard-henri-levy.com/france-telecom-mode-d%e2%80%99emploi-le-point-du-15102009-2984.html
12- Ibid., p. 1636.
13- Lévy, “France Télécom, mode d’emploi”, op. cit.
14- Freud, Contribuciones al simposio sobre el suicidio, op. cit., p. 1636.
15- Lévy, “France Télécom, mode d’emploi”, op. cit.
16- Ibid.
17- Ibid.
18- Ibid.
19- Ibid.
20- Ibid.
21- Ibid.
22- Byung-Chul Han (s. f.). Byung-Chul Han Quotes. Goodreads. https://www.goodreads.com/author/quotes/970747.Byung_Chul_Han
23- Sigmund Freud, Duelo y melancolía, vol. 6, Madrid, Biblioteca Nueva, 1972, p. 2091.
24- Ibid., p. 2092.
25- Ibid., p. 2091.
26- Ibid., p. 2093.
27- Ibid.
28- Entrevistas realizadas por Ana María Arcila y Jennifer Roxana Pérez, estudiantes de la Maestría en Psicología y Salud Mental de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, alumnas del autor de este libro, quien también les dirigió su trabajo de grado referido al suicidio. El material me fue facilitado por ellas con el fin de profundizar en la reflexión que hago aquí sobre el tema tratado. El material de las entrevistas es amplio; las estudiantes se sirvieron de una parte del mismo para la escritura de su artículo de investigación para optar al título de magíster en Psicología y Salud Mental. Por mi parte, hago un uso analítico de algunos aspectos de las entrevistas que son de utilidad en la reflexión desarrollada en este libro, y el tratamiento del material es completamente distinto al que hacen las estudiantes. El artículo escrito por las estudiantes bajo mi dirección aún es inédito.
29- Ibid.
30- Ibid.
31- Ibid.
32- Ibid.
33- Ibid.
34- Ibid.
35- Ibid.
36- Ibid.
37- Ibid.
38- Ibid.
39- Ibid.
40- Ibid.
41- Ibid.
42- Ibid.
43- Ibid.
44- Ibid.
45- Ibid.
46- Ibid.
47- Graciela Brodsky, “La transferencia según el Seminario 10 de Jacques Lacan”, en: La angustia en Freud y Lacan: cuerpo, significante y afecto, Bogotá, Nueva Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, 2010, p. 163.
48- Entrevistas… op. cit.
49- Ibid., p. 164.
Clínica del pasaje al acto: perversión, neurosis y el lugar del Otro
Introducción
El pasaje al acto aparece en la enseñanza de Jacques Lacan no solamente relacionado con la psicosis, el homicidio, el intento de suicidio, la violencia, la guerra y la perversión, sino también con la neurosis, a propósito de fenómenos que nada tienen que ver con una patología a la que sea aplicable la idea de la locura, pero que en algún aspecto connotan una dimensión de ruptura, discontinuidad y el dejar caer, que Lacan considera “el correlato esencial del pasaje al acto”. (1)
O sea que cada vez que hay pasaje al acto, sobre todo si se trata del suicidio buscado consciente o inconscientemente, salvo en los casos en que se trata de un acto sacrificial, en alguna medida siempre encontraremos que del lado del sujeto algo se había desmoronado, aparece borrado al máximo como actor de su vida y gobernante de su existencia. La caída del sujeto como objeto es con respecto al Otro que ya no lo sostiene, no le da la mano, bien sea porque al estar el sujeto inmerso en su goce autodestructivo no quiere hablar para escucharse a sí mismo y hacerse escuchar, o porque en efecto lo abandona cuando ha empezado a caer raudo por la pendiente que lo precipita fuera de la escena. Este abandono es la forma más letal del dejar caer.
En El deseo y su interpretación, (2) Lacan enseña que “el pasaje al acto en la perversión y solamente en la perversión”, (3) es eso que revela en qué consiste el fantasma propio de esta estructura. De aquí se desprende la siguiente hipótesis: que lo propio del pasaje al acto en la perversión es una puesta en escena calculada del fantasma y no una salida salvaje de este (4) por parte del perverso, como sucede en la neurosis, cuando la angustia no logra ser al menos localizada por vía significante. En estos casos, “lo que tenemos es al sujeto embarazado de su división, al sujeto confrontado con aquello que lo barra”. (5)
La expresión “puesta en escena” también es evocada por Lacan para referirse al acting-out en la neurosis, sobre todo en el caso de la histeria, dentro o fuera de la transferencia analítica. De ahí que llame la atención que vincule, en la perversión, “puesta en escena” con “pasaje al acto” y no con acting-out. La diferencia entre una puesta en escena y otra, viene dada por el hecho de que, en el acting-out, en la dirección al Otro no hay un cálculo de goce a obtener, mientras en la perversión sí lo hay. Por lo demás, dado que la puesta en escena evoca lo teatral, serán poetas y literatos quienes mejor nos permiten ilustrar en qué consiste el fantasma perverso que es puesto en acto.
En este capítulo explicamos en qué sentido el pasaje al acto en la perversión es relacionado por Lacan con una puesta en escena, cuestión que es ilustrada al evocar el caso del exhibicionismo y el voyerismo. Por su parte, el pasaje al acto en la neurosis, que se distancia de la puesta en escena del deseo perverso, es abordado en principio a partir de la enseñanza de algunos testimonios referidos al suicidio. El fantasma perverso supone un sujeto que desea imaginariamente de forma sádica o masoquista, y que, contrario al neurótico, es capaz de situarse en el punto en donde desea, motivo por el cual, en la perversión, no hay lugar a ambigüedad con respecto a lo que se quiere del otro como objeto.
En el caso, por ejemplo, del deseo sádico, se define como pasaje al acto que la víctima se angustie por tener el sentimiento de que se le está imponiendo algo imposible de tolerar, por ejemplo, “que su suerte sea discutida ante él por sus verdugos” (6) sin que tenga derecho a defensa o a réplica, cuestión que podría conducirlo, por ejemplo, al suicidio anticipado.
En la perversión, la víctima queda introducida en el registro del objeto, pero no del objeto asociado al plano del amor y la ternura, sino al plano de la división, o sea allí donde el objeto “es considerado como instrumento del deseo”. (7) En la perversión, deseo y amor son registros inconciliables, pues la posición del sujeto que desea perversamente rebaza el límite al daño y al dolor que podría preconcebirse desde el amor.
Perversión, neurosis, deseo y fantasma
La perversión nos enseña “que no hay acceso justo, acceso equilibrado posible, a un deseo […]” (8) emparentado con la ternura y el amor, a no ser que enlacemos su satisfacción a una dimensión que implique la presencia imaginaria de una divinidad celestial, asociada a encarnación y redención. Del lado del fantasma, independientemente de la estructura clínica de la cual se trate, el deseo no está en relación con el amor, sino en otra parte, y su satisfacción exige condiciones muy diferentes a las de la ternura y el cuidado del ser amado.
En el caso de la neurosis, Lacan señala que “el sujeto no está en el punto donde desea, sino que está en algún lugar del fantasma y que de eso depende toda nuestra conducta en la interpretación”. (9) Es a ese punto en el cual se localiza el sujeto fantasmáticamente en relación directa con el objeto que causa su goce, a donde debe apuntar la interpretación analítica y no tanto a su deslocalización estructural con respecto a su deseo. En tanto este lugar de goce es inconsciente para el sujeto neurótico, se transporta en el síntoma e implica división. Se trata de un lugar que deberá descifrarse en el plano significante, en lugar de comprenderse o explicarse como una experiencia en el plano de la realidad objetiva. En la perversión, por su parte, el lugar de goce y, por tanto, su localización como sujeto en el fantasma no es inconsciente, pues la satisfacción que busca está a flor de piel para ser actuada en lo real, gracias a la construcción, no sin el otro localizado en el lugar de objeto instrumentalizado, de un escenario propicio para tal efecto.
En la perspectiva anotada, no es correcto afirmar que el perverso realiza lo que el neurótico reprime, sino que más bien aquel actúa en acuerdo con el lugar que ocupa como sujeto-objeto en el fantasma, cuestión que por el horror que implica se torna imposible para el neurótico y por ello su deseo depende del hecho de sentirse deseado. “Dado que el sujeto teme que su deseo desparezca, eso debe significar que en algún lugar se desea deseante. Esta es la estructura del deseo […] del neurótico”. (10)
Lacan nos muestra el modo como se conduce un sujeto perverso en su relación con el fantasma, refiriéndose a la puesta en escena del fantasma perverso del exhibicionista, que es inseparable del fantasma voyerista. Lacan pretende hacer comprensible, por este medio, el lugar del sujeto perverso como deseante, lugar que no es idéntico al del neurótico. La tesis que introduce de entrada es la siguiente: que la satisfacción del deseo llamado “exhibicionista” exige “que se produzca una comunicación electiva con el Otro”. (11)
“Electiva” remite al hecho de que la satisfacción del deseo perverso, como sucede en la neurosis, no es sin el Otro, pero el escenario que es construido para tal efecto es muy diferente. Dar a ver al Otro y ser mirado por este, son fundamentales para ligar voyerismo-exhibicionismo como fenómenos cuyas posiciones no son tan recíprocas como suele creerse –“el que muestra / el que ve”–, (12) sino, y es paradójico, estrictamente paralelas, o sea que guardan afinidad, pero no reciprocidad, no “se completan la una a la otra”. (13)
Una mujer que sin querer ve lo que el exhibicionista le muestra, no está tan feliz de percibirlo, pues al no elegirlo y con ello no dar su consentimiento, aparecerá del lado de su fantasma como sujeto dividido. Mientras el exhibicionista goza mostrando, el que ve sin quererlo no goza viendo, sino que se siente atropellado e irrespetado. Esto implica que su posición de objeto en absoluto se encuentra en la misma línea que la del exhibicionista, razón por la cual no tiene ningún interés en completarlo colocándose como voyerista.
Debe, sin embargo, tenerse en cuenta clínicamente que el exhibicionista no goza mostrándose donde no es visto, sino que busca ser completado. Por esta razón, “no hay verdadero exhibicionista en privado […]. Para que haya placer es preciso que ello ocurra en un lugar público”. (14) O sea que es condición de goce encontrar, en el campo social, un otro que, así no goce, tenga que mirar. Mirarse al espejo solitariamente, como a veces podría hacerlo una mujer, y gozar con la imaginación correspondiente o la manipulación a la que conduzca, no tiene relación con hacerse ver, sino con un gusto autoerótico por verse viéndose, que no involucra al Otro como público, sino al otro como yo imaginario. (15)
Dado que el sujeto exhibicionista desea verse visto por Otro, para que el pasaje al acto perverso en estos sujetos cumpla su cometido de producir satisfacción mediante la puesta en escena del deseo de hacerse ver, es preciso que, en tanto “manifestación del ser y de lo real, se inscriba en el marco simbólico como tal”. (16) En el exhibicionismo, entra en juego una pulsión que si bien se complace en “dar a ver”, no se reduce al ámbito del mostrar algo a alguien que responde de manera cómplice o escandalizándose. De ahí que “dar a ver”, en el sentido de mostrar y mostrarse para afuera, en sí mismo no es un acto perverso, pues también hay formas bellas y lujosas que se ofrecen para que el Otro las vea y se regocije estéticamente o quede cautivado. Oscar Wilde, por ejemplo, aparte de ser poeta, vestía tan llamativamente, que se ganaba la atención de quienes veían en este modo de conducirse socialmente un modelo no de exhibicionismo vulgar, sino de esplendor, belleza y lozanía. (17)
Queda claro que hay una relación muy estrecha del exhibicionista con el Otro como lugar público; de ahí que, para completar la escena, es indispensable “que ese Otro sea, en su deseo cómplice […] de lo que ocurre ante él y que tiene valor de ruptura”. (18) “En su deseo” no es equivalente a “en su consciencia”, pues el deseo es inconsciente, así que se puede perfectamente desear lo que con mayor furor la consciencia rechaza, cuestión que implica que en el orden del deseo, sobre todo cuando se trata de la satisfacción, lo común es que se produzca una ruptura con el deber ser propio de la consciencia.
Pasaje al acto: voyerismo, exhibicionismo y función del Otro
Lacan anota que, mediante el acto exhibicionista, el sujeto expresa una dificultad para acercarse al objeto sexual, no tanto porque padezca una inhibición que es ocultada con su perversión exhibicionista, o porque le cueste más de la cuenta conformar una relación de pareja, sino porque su deseo no está en la conquista de una mujer para sí. El deseo del exhibicionista “está en otro lugar, y su satisfacción exige otras condiciones”. (19) Si bien poseer una mujer como pareja sexual no define el deseo del exhibicionista y tampoco del voyerista, ello no impide, sin embargo, que en ocasiones ambos lleguen a ser “muy buenos esposos con sus mujeres”. (20)
Para un exhibicionista, lo ideal es que mediante la puesta en escena de su acto perverso se logre contactar con el Otro, pues de este modo lograría asegurar la inscripción de su satisfacción en un “marco simbólico”. Esta apuesta perversa, referida al aseguramiento de la satisfacción, le exige bastante actividad y no es posible sin riesgo, pues la satisfacción del deseo del exhibicionista, en la medida en que no encuentre complicidad afuera, en la medida en que quienes lo vean no se diviertan, sino que se escandalicen, se indignen o se vean sorprendidos por un corte venido del exterior, se convierte en algo que lo expone al “máximo peligro” del avergonzamiento e incluso de los golpes que le pueden ser ocasionados tras el escándalo de la acusación de encontrarse ejerciendo violencia contra niñas-niños o mujeres convertidas en víctima de violencia sexual. Lo cierto es que “un elemento esencial de la situación es el deseo del Otro, en la medida en que es sorprendido, en que está involucrado más allá del pudor, en que llegado el caso es cómplice: todas las variantes son posibles”. (21) Para un perverso exhibicionista, una mujer es más importante como Otro cómplice, que como pareja.
En cuanto a la satisfacción del deseo voyerista, su forma de obtenerla no es igual a la del exhibicionista, pues ya no se trata de mostrarse bajo la condición de ser visto, sino de ver sin ser visto. O sea que el primero arriesga menos que el segundo. A falta del amor como metáfora del deseo, lo que el exhibicionista muestra no es cualquier cosa, sino una erección “en calidad de testimonio de su deseo […]”, (22) que no ha de confundirse con “el aparato de ese deseo”. (23) Faltan, en la perversión, los signos de amor como testimonio del deseo, pues es por esta vía que el deseo es advertido, no en tanto visto, sino en tanto leído, o sea, descifrado.
Ahora bien: “A ese aparato que instala lo advertido en cierta relación con lo inadvertido, lo he denominado, muy crudamente, un pantalón que se abre y se cierra”. (24) Esta es la manera de Lacan hacer entrar en juego lo que emparenta el exhibicionismo con el voyerismo, a saber, “la hendidura (fente) en el deseo”. (25) Hendidura del pantalón que se abre y se cierra en el primero, y la hendidura de eso detrás de lo cual se oculta el segundo para ver sin ser visto. Es gracias a la función primordial que tiene la hendidura tanto en el voyerismo como en el exhibicionismo, que ambas perversiones entran en una relación de afinidad.
En consecuencia, lo que se busca colmar, en los dos casos, por medio del objeto es la hendidura del deseo, que es donde el sujeto como tal se designa como deseante. No hay deseo sin esa hendidura que, al mismo tiempo que muestra, sirve de velo.
En ambos casos, el sujeto resulta estar indicado en el fantasma por lo que hemos denominado la hendidura, la brecha, algo que en lo real es a la vez agujero y relámpago, por cuanto el voyeur espía detrás de su persiana y el exhibicionista entreabre su pantalla. Allí el sujeto está indicado por su lugar dentro del acto. (26)
O sea que si bien fenomenológicamente el exhibicionista busca mostrar su pene erecto a quien no lo tiene, en la estructura de la situación lo que se constituye en el elemento esencial no es dicha erección e incluso la posible masturbación, sino “la abertura […] como tal”. (27) En la escena donde se realiza el pasaje al acto voyeur, “la hendija resulta ser un elemento de la estructura totalmente indispensable. Y los términos de la relación de lo advertido con lo inadvertido, por repartirse aquí de manera diferente que en el exhibicionista, no son menos distintos”. (28)
En los dos casos entra en juego, como parte del fantasma, el apoyo del objeto-otro para que la satisfacción se realice. En el voyerismo, “lo importante es que lo visto esté involucrado en el asunto: esto forma parte del fantasma”. (29) Esto quiere decir que el objeto visto participe de la escena, dejándose ver complacido; ello es importante para la realización de la satisfacción fantasmática del voyerista. Igualmente, en el exhibicionista no hay realización de la satisfacción, sino a condición de que el otro-objeto vea lo que esconde al abrir y cerrar la hendidura. “A veces las chicas, sobre todo si son varias, se divierten mucho durante este momento. Esto incluso forma parte del placer del exhibicionista, es una variante”. (30) Entre los modos de diversión de las chicas cuando se abre la hendidura también está la ridiculización de lo que aparece, cuestión que en lugar de incentivar el placer del que muestra, más bien lo afecta.
Pero lo que comúnmente sucede en una mujer cuando es abierta la hendidura por parte del exhibicionista, y aparece el objeto-erecto, es el desencadenamiento de una emoción-pudor-indignación-escandalo. El exhibicionista, sin embargo, insistirá, pues su lugar como sujeto “está indicado por su lugar dentro del acto”. (31) Y dicho lugar se define por
[…] ese relámpago del objeto […], que el sujeto vive, percibe, como la apertura de una brecha que lo sitúa, a él, como abierto. ¿Abierto a qué? A un deseo diferente del suyo, mientras el suyo es profundamente afectado, golpeado, sacudido, por lo que es advertido en el relámpago. (32)
Contrario al exhibicionista, el voyerista es un huésped invisible; de ahí que “muy a menudo el objeto visto es visto sin que se entere de ello. El objeto femenino” (33) que el voyerista quiere ver, “no sabe que es visto, sin duda”. (34) Pero lo que sostiene la satisfacción del sujeto no es, en rigor, ver el objeto sin que este lo sepa, por la hendidura o mediante aparatos apropiados para ello, sino lograr leer que algo en el objeto, por inocente que sea el modo en que se presenta, “se presta a la función de espectáculo”. (35) “El objeto está abierto, en potencia participa de la dimensión de la indiscreción”. (36)
“El goce del voyeur alcanza su verdadero nivel en la medida en que algo, en los gestos de aquella a quien espía, permite sospechar que, en algún aspecto, ella es capaz de ofrecerse a su goce”. (37) Es a este nivel del deseo del otro en su fantasma que está puesto lo fundamental de su atención. Lo más excitante para el voyerista es que la mujer fisgoneada deje ver que algo de ella se ofrece al ojo de alguien que, si bien permanece virtualmente inaprensible, es imaginable como presencia detrás de un velo. Aquí, el goce del Otro por verse visto en su fantasma por una presencia-ausente es inconsciente. En cambio, tanto en el que ve voyeristamente, como en el que se mues’ tra en calidad de exhibicionista, por el hecho de compartir en su acto un yo me veía-viendo o mostrando, el goce sí es consciente.
Ahora bien, el placer del voyeur llega a su punto más alto “cuando él capta a la criatura en una actividad en la que ella se presenta en una relación de secreto consigo misma, en esos gestos donde se revela la permanencia del testigo ante el cual nadie se confiesa”. (38) El testigo en juego “es un ojo inaprensible pero siempre imaginable”, (39) ojo impúdico y lleno de una codicia libidinal incontenible. Una mujer entregada a sus juegos secretos no sabe que como sujeto está sujeta a ser vista como objeto por el voyerista. Ella está ahí como “un Otro que no se siente visto y sin embargo es percibido como algo que se ofrece a la vista: he ahí lo que caracteriza la posición del objeto en esa estructura”. (40)
Ante el exhibicionista, el Otro, nombrado aquí con mayúscula por cuanto se constituye en condición de la satisfacción de quien se muestra, no sabe qué representa el hecho de ser sacudido por lo que es forzado a ver, es decir, “por el objeto inhabitual que se le presenta”. (41) Ese objeto que sorprende, sacude, violenta y conmociona al Otro que lo ve inesperadamente, produce efecto “solo en la medida en que éste es en verdad el objeto del deseo del exhibicionista, pero sin saberlo, sin que él lo reconozca en ese momento”. (42)
¿Cómo se distribuye tanto la ignorancia como el saber en el pasaje al acto exhibicionista y voyerista? El exhibicionista no sabe que su objeto de deseo no es aquel del que se hace ver, sino eso que con su pasaje al acto se introduce en el vaivén de mostrar y ocultar hasta sorprender al Otro a quien se dirige, Otro que si bien no se siente visto, se ofrece sin embargo a la vista. El exhibicionista sabe de su goce y tiene bien localizado el objeto al que apunta, pero no sabe que el verdadero objeto de su deseo tiene que ver con esa hendidura mediante la cual busca entrar en el deseo del Otro al que se dirige. Esta “hendidura es la hendidura simbólica de un misterio más profundo que hay que elucidar”. (43)
Es por la presencia central del ojo que mira, que tanto el exhibicionista como quien espía se reducen en su condición de sujeto a la hendidura y a la miserable función propia de este artificio: hacer aparecer y desparecer. Una mujer como Otro que ve lo que el exhibicionista le muestra, “no capta lo que supuestamente capta […]” (44) su mente o la mente de quien es visto, pues se desconoce lo que se muestra “como manifestación posible del deseo. A la inversa, el exhibicionista y el voyeur [doble ignorancia] no captan en su deseo la función del corte, no saben” (45) que su función es suprimirlos como deseantes y reducirlos a “un automatismo clandestino, que los aplasta en un momento cuya espontaneidad no reconocen en absoluto”. (46)
“En la medida en que está en el fantasma, el sujeto es la hendidura”. (47) Del lado del sexo femenino, el lugar miserable del sujeto como un simple artificio-hendidura puede llegar a ser “lo más insoportable simbólicamente”. (48) Es por esto por lo que una mujer puede indignarse profundamente por ser mirada por quien no quiere ser mirada en su intimidad más secreta. La mirada del hombre que no está avalado por una mujer para hacerlo es leída como un acto violento. Por su parte, el corte para un perverso que es sorprendido en algún momento mostrando o mirando es aplastante, porque lo reduce a nada. Esto es “lo que indica el corte, mientras que el sujeto no conoce, por su parte, más que esa maniobra oblicua de animal avergonzado que lo expone a los golpes”. (49) Para el perverso exhibicionista o voyerista, tiene valor de corte el hecho de que sobrevenga del exterior algo inesperado que los sorprenda gozando con la puesta en escena de su fantasma y esto tenga por consecuencia un desvanecimiento como sujeto.
¿Cómo soluciona el perverso el problema de su situación como sujeto en el fantasma? Su solución no es idéntica a la solución neurótica: “apunta al deseo del Otro y cree ver allí un objeto”. (50) La solución del neurótico: “él se desea deseante”. (51) ¿Por qué, entonces, si desear es para el neurótico tan necesario, le resulta tan difícil desear? Lacan responde: porque lo que desea es el falo en tanto objeto que se enlaza al Otro como sustituto del padre, es decir, al Otro como significante que viene “a darle al sujeto un significado”. (52)
Si el perverso puede llegar a desvanecerse como sujeto por efecto de la precipitación de un corte cuando se dedica a gozar en el pasaje al acto de su fantasma como sostén de su goce, el neurótico, por su parte, se desvanece como sujeto cuando lee en el Otro –que le sirve de referencia o de sostén– signos de que ha quedado por fuera de su deseo, siendo ahí cuando se encuentra en mayor riesgo del pasaje al acto por la angustia que esta situación implica. Es en este sentido que, en el sujeto neurótico, el pasaje al acto puede producirse como “defensa de la angustia ante la división, división que el sujeto hipermoderno rechaza y que lo aboca al pasaje al acto, a las patologías del acto”. (53) Para el neurótico, el deseo de ser deseado por el Otro y ser alojado por este, es su esencia. Este deseo no está desde siempre como soporte, pues al comienzo lo que está como soporte es la imagen del otro especular. “Luego viene esa estructura más compleja que se denomina fantasma”. (54)
Si, para el neurótico, el deseo del Otro simbólico es eso que define la humanización posible y con ello su inscripción en los vínculos sociales como ciudadano, en el “fantasma del voyeur y del exhibicionista […]” (55) la experiencia nos muestra “que el sujeto se encuentra dependiente del deseo del Otro, a su merced”. (56) Se trata de dos dependencias diferentes: mientras, en la neurosis, sin el deseo del Otro simbólico no hay sentido para la existencia, porque el sujeto queda sin recursos, en el voyerismo y el exhibicionismo, sin el deseo del Otro el sujeto queda reducido a cero posibilidad de goce del lado de su fantasma. En ambos casos se está a merced del Otro, en una situación de dependencia y ante la exigencia de elaborar una respuesta que tiene efectos diferenciados y que en ningún caso soluciona las exigencias que el deseo plantea.
Desde el Seminario 6 aparece, en Lacan, la relación del pasaje al acto con la angustia, afecto que evoca una sensación horrible de sin salida. Cuando un ser indefenso se ve esclavizado al deseo sádico de alguien en calidad de víctima, su cuerpo es sometido al fantasma del Otro, quien “al presentarlo abiertamente como el aparato que conduce su goce”, (57) deja dicho cuerpo reducido a un desecho.
El sometimiento perverso es tan angustiante, porque ilustra la existencia estructural de una ausencia radical de disponibilidad para ejercer civilizadamente el deseo propio, ejercicio que, en tanto no deja de hallar obstáculos diversos, produce malestar. “No hay otro malestar en la cultura que el malestar del deseo”. (58) El perverso no parece participar de este malestar, puesto que está entre los únicos que buscan actuar, cueste lo que le cueste, en concordancia con su deseo de gozar sin medida, deseo que encuentra para sí el mal como el mayor bien.
Dado que el fantasma perverso es un aparato que permite la producción de instrumentos de goce, el afecto con el cual responde quien se ve sometido al mismo es la angustia, pues este afecto define el punto en el que se produce un desvanecimiento del sujeto y desde este lugar es imposible nombrarse como deseante. La angustia es el afecto que, por ejemplo, puede llegar a instalarse en un niño cuando ha contribuido con su fragilidad subjetiva a la edificación de un acosador que goza sometiéndolo a sus caprichos, hasta dejarlo, como sucede en el bullying, con la sensación de ya no saber “lo que es ni lo que representa”. (59) Es en este punto de desubjetivación radical en donde un niño víctima de acoso escolar puede llegar a optar por suicidarse como única salida posible de la desesperación.
Algo semejante a lo que se acaba de anotar sucede también en un adolescente o adulto asediado por pensamientos suicidas y en un paranoico cuando ha construido un perseguidor imaginario. Es, en estos casos, cuando más radicalmente aparece relacionada la angustia con el hecho de no saber el Otro que quiere de mí, cuestión que el sujeto suele resolver mediante una certeza delirante de persecución, que en no pocas circunstancias conduce al pasaje al acto suicida u homicida, como forma de responder a la angustia causada por el Otro gozador. En estos casos, el fantasma mediante el cual el sujeto cree saber lo que es para el Otro al parecer fracasa como protector de la angustia desencadenada, justamente porque el sujeto no logra establecer quién es para ese Otro ni “sé lo que quiere hacer de mí”. (60)
Allí donde un niño o un adolescente es dejado solo con esta sensación de impotencia –sensación que se agudiza si decide quedarse en silencio–, puede entrar a ganar terreno el empuje al pasaje al acto suicida, para descansar del suplicio al que se ve sometido por el mal de vida que lo acosa, mal que puede verse reforzado por el sentimiento de ser poca cosa en la familia, por el fracaso escolar y la vergüenza de haberse quedado atrás en todo con respecto a los otros de su misma edad.
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