Kitabı oku: «Por qué se suicida un adolescente», sayfa 5
Perversión, pasaje al acto y división del sujeto
Dice Lacan que “La angustia del otro, su existencia esencial como sujeto en relación con la angustia, he aquí lo que el deseo sádico es un experto en hacer vibrar […]”. (61) El acosador, el violador, el maltratador, el criminal en serie, quien comete un feminicidio, son portadores de un deseo sádico que vive al acecho de ponerse en acto.
Mientras un suicida disfruta de la crueldad consigo mismo, los seres evocados hace un momento disfrutan conduciendo a sus víctimas hacia la más profunda división subjetiva, que es donde sienten la vibración de su pasión angustiosa. El deseo sádico adquiere su estatuto en “el límite exacto en que aparece en el sujeto una división, una hiancia, entre su existencia y lo que soporta, lo que puede sufrir en su cuerpo”. (62) Un deseo se torna sádico allí donde emerge un sujeto profundamente dividido, por no saber quién es para el Otro del que sospecha desea algo de sí que no sabe qué es.
Agreguemos el límite de lo que la víctima soporta sufrir en su cuerpo, el límite de lo que soporta sufrir en su alma, donde las heridas, si bien no pueden verse ni medirse, son tan devastadoras como las físicas, así no sangren objetivamente. No hay peligro de que el alma se desangre en lo real, pero sí hay quienes contraen una enfermedad grave, se accidentan o suicidan, por devastación pasional. También están los que a partir de una contingencia negativa se sienten definitivamente identificados al desecho y renuncian a hacer un llamado al Otro que podría venir en su auxilio, produciéndose así un doble borramiento.
Lacan señala que, en el cumplimiento de su acto, si bien el agente del deseo sádico conoce bien su fantasma y lo pone en escena de forma consecuente con su pasión por el mal, lo que desconoce en el rito que efectúa es qué busca. Busca algo que permanece oscuro para él mismo: “hacerse aparecer a sí mismo […] como objeto, fetiche negro. A eso se resume, en último término, la manifestación del deseo sádico, en tanto que aquel que es su agente se dirige a una realización”. (63) “Lo patente es que el sádico busca la angustia del Otro. Lo que aquí se enmascara de este modo es el goce del Otro”. (64) Tras la búsqueda de la angustia del Otro, lo que se oculta en el sadismo “es la búsqueda del objeto a”. (65)
Entiéndase aquí por “búsqueda del objeto a” la pasión por reducir a la víctima a la condición de un desecho, de una basura. Tanto desde la posición sádica como desde la posición del suicida y del masoquista, se busca la angustia del Otro, pero en los dos últimos casos dicha búsqueda está más velada que en la posición sádica. Lo que al agente del deseo masoquista se le escapa de su búsqueda, “aunque sea una verdad sensible, que se arrastra por todas partes al alcance de todo el mundo, pero que aun así nunca es percibida en su verdadero nivel, es que busca la angustia del Otro”. (66) No es otra cosa que esta angustia lo que busca un neurótico que decide suicidarse, cuestión que nos conduce a dejar formulada la siguiente hipótesis: que, en su posición, se pone en juego algo del orden de la perversión referida al hecho de dejar al Otro dividido.
Un masoquista sabe que quien goza es el Otro, pero habrá un momento en que le pide a su pareja perversa cosas tan extravagantes contra sí mismo, que logra dividirla y puede suceder que la haga sentir reducida a un objeto. Es en este punto en el que a veces retrocede la pareja del masoquista para evitar sentirse anulada como sujeto. Por su parte, es ahí en donde un suicida concluye que su anulación como sujeto es un hecho radical, que se produce su pasaje al acto. Cuando un sádico se siente reducido a la condición de objeto, no se suicida, pero sí retrocede y deja de gozar porque adviene la angustia. Lo que tanto en el sádico como en el masoquista “está en el segundo nivel, velado, oculto, aparece en el otro como meta. Hay ocultación de angustia en el primer caso, del objeto a en el otro”. (67) En el suicida, tanto la angustia como la condición de objeto, es decir, de desecho, se presentan a flor de piel en el momento del pasaje al acto.
Es falso entonces que la angustia sea sin objeto; esta
[…] tiene objeto, pero es un objeto que aparece sin que pueda tornarse en objeto de conocimiento, sin que pueda ser reconocido. Es la imposible visión del objeto separado lo que causa la angustia, es lo irrepresentable, lo inasimilable de ese objeto […] que convoca lo más irreconocible de nosotros mismos viniendo del exterior. (68)
Ahora bien, cuando la posición perversa es compartida en el pasaje al acto perverso, ya no hay víctima ni victimario, no hay angustia, sino una reciprocidad en el goce. El pasaje al acto del lado masoquista consiste en introducirse voluntariamente en una escena en la que el sujeto aparece identificado al objeto a, sin por ello experimentar ningún embarazo u horror. El pasaje al acto en el suicidio se desata, por el contrario, cuando el sujeto, por haber sido dejado sin valor por el Otro del deseo desde mucho tiempo antes, trabaja involuntariamente para ver verificada su caída y así quedar reducido a la condición de un objeto sin ningún valor. O sea que allí donde el masoquista goza y se siente vivo, el suicida se angustia porque se siente muerto en vida. La demanda fundamental del masoquista es verse a sí mismo identificado con lo que él es como objeto, pero esto es lo que aparece oculto para él, así sea evidente para el otro. En cambio, la demanda fundamental del suicida es de sentido, pues su necesidad a este nivel es sobrecogedora. El fantasma sádico o masoquista no existe solo en la perversión, sino en cualquier sujeto, sobre todo en su abordaje del sexo y del goce. Lo esencial del fantasma masoquista es verse imaginariamente “pura y simplemente tratado como una cosa, […], como algo que […] se anula en toda especie de posibilidad anhelante de captarse como autónomo”. (69) Que aparezca reducido un sujeto en su fantasma a una basura, no por ello perderá, en su realidad sexual, la compostura de sujeto.
Pero en posición perversa, un sujeto no se conforma con imaginarse maltratando o siendo maltratado, sino que busca instalarse en lo real de una escena, en la que se pone como verdugo del lado del sadismo o como objeto a del lado del masoquismo. Aquí la expresión “en lo real” no es equivalente a “en la realidad”, por oposición a fantasía, sino que quiere decir identificación real a un legislador, en el caso del sádico, o a un perro callejero literalmente maltratado, en el caso del masoquista.
Cuando un sujeto queda reducido de manera súbita y veloz a lo que es como objeto a, se produce una brusca borradura de él como “sujeto en el fantasma, como si en el sujeto fuera reforzada su tachadura, y el pasaje al acto resulta ser el único modo que un sujeto encuentra para resolver esa puesta en relación insoportable: dejarse caer”. (70) Precisando, mientras el perverso masoquista goza como perro caído y maltratado, cualquier otro sujeto neurótico que súbitamente quede puesto en una condición en la que “no tiene nada que decir sobre su suerte, sin derecho a la palabra […]” ha de caer como resto real y de este modo queda “condenado a desaparecer” (71) como sujeto. Es bajo este estado de desaparición como sujeto, el cual puede haberse ido labrando lentamente, que el pasaje al acto suicida suele producirse.
Para un masoquista, la “encarnación de sí mismo como objeto es el fin declarado –ya sea que se haga perro bajo la mesa, o mercancía, ítem del que se habla en un contrato entre otros objetos destinados al mercado”. (72) Lo que un masoquista “busca es su identificación con el objeto común, el objeto de intercambio. Sigue siéndole imposible captarse como aquello que es, en tanto que, como todos, es un a”. (73) Según Lacan,
[…] la verdadera culminación en la que se proyecta la posición del masoquista perverso, es el deseo de reducirse él mismo a esa nada que es el bien, a esa cosa que se trata como un objeto, a ese esclavo que se transmite y se comparte. (74)
No deberá entenderse que el masoquista se capta existencialmente como objeto a, sino más bien que, en el campo de los intercambios, se orienta por el imperativo desconocido para él de captarse como residuo, ya que es finalmente en dicha captación que accede a su goce, prestándose a la instrumentalización. O sea que el pasaje al acto del masoquista perverso no se produce porque de manera súbita quede situado como “perro maltratado” que se suicida o que en algún momento mata para vengarse, sino que él se ocupa de crear una situación en la que se muestra con su suerte entregada al Otro con el cual quisiera compartir el dolor, tal como se comparten muchas otras cosas en el campo de los bienes. “Desde esta perspectiva, el otro omnipotente no es más que la marioneta del sujeto masoquista, quien se apropia de las funciones esenciales del Otro y las exhibe”. (75)
Resumiendo, del lado de la perversión, el pasaje al acto no consiste en inmolarse como objeto caído, cuestión que suele suceder en el suicida, sino en el derrumbe de la barrera de lo bello; de ahí que lo propio del deseo perverso sea avanzar sin obstáculo moral ni estético, hasta el horror. Instalado este mundo del horror en una escena concreta, todo será dado a ver de manera descarnada, ya no hay vuelta atrás y es ahí en donde el masoquista consiente en aparecer completamente sometido al “deseo del Otro”, que en este caso sería el Otro al que se le demanda instalarse en la escena como encarnación del deseo sádico.
Ese Otro edificado en el pasaje al acto perverso del masoquista ya no es el Otro simbólico guardián de la tradición, sino Otro que asume sádicamente el goce que se le demanda experimentar por la vía del daño. El Otro al cual se dirige el masoquista perverso con su demanda es aquel que en la escena perversa consiente en asumir la impostura de hacer la ley que el masoquista le pide haga. Acepta obedientemente situarse como el dueño de la ley y la aplica inmisericordemente. Laurent, en el texto que acaba de citarse, evoca un pasaje del Ulises de Joyce, en donde el personaje Leopold Bloom es puesto por el poeta en una posición que ilustra muy bien de qué se trata en el pasaje al acto masoquista.
El personaje invitado a situarse en posición sádica es una mujer, como también sucede en La dama de las pieles de Sacher-Masoch. Cuando la señora Bellingaham finalmente acepta entrar en la escena a la que se le invita a ser el amo, pasa al acto de la siguiente manera:
[…] ahora se ha ganado usted […] la paliza más despiadada que un hombre haya pedido jamás. Habéis azuzado a la tigresa que dormitaba en mi naturaleza y la habéis hecho enfurecer. […] Voy a darle latigazos en la vía pública hasta dejarle negro y azul. […] ¡Quítemele el pantalón sin perder un minuto! ¡Venga aquí, señor!, ¡De prisa! ¡Preparado! (76)
En la escena edificada por el poeta, el personaje colocado en posición masoquista está feliz con el suplicio que la dama acepta imponerle. Se complace más allá del principio del placer, pues todo lo que pasa en la escena tiene que ver con el modo como el personaje masoquista se estimula sexualmente. Organiza a su capricho la escena del suplicio, para así tocar el cielo de la excitación sexual, pues para un masoquista lo pulsional no es vivido como amenaza de la que hay que ponerse a salvo, sino como posibilidad de goce consentido, motivo por el cual, en lugar de angustia, como sucede en la neurosis, hay regocijo.
Como puede verse, es diferente la posición del sujeto en el pasaje al acto sádico y en el pasaje al acto masoquista; también la de aquel que define la posición de quien es reducido sádicamente por la fuerza a soportar un suplicio y con la de aquel que súbitamente es puesto en posición de objeto. Cuando se organiza una escena de suplicio y en la misma alguien es obligado a participar sin que nada pueda hacer para oponerse, su lugar será el de víctima y en tal sentido quedará reducido a la angustia propia del horror al que es conducido por el suplicio real o la amenaza de padecerlo. Aquí la angustia se produce porque es la señal de que, para el sujeto, el deseo del Otro torturador ha entrado a manifestarse como goce. Ya ni siquiera es que el yo viva la angustia como una señal de peligro de desvanecerse, sino que aquí la angustia aparece desencadenada por la inminencia de que el yo será tratado como una cosa desechable y sin posibilidad de nada que impida el cataclismo.
Ahora bien, si cada ser humano deberá alienarse al deseo del Otro para humanizarse, “reconocerse como objeto del deseo, […] es siempre masoquista”. (77) Esto quiere decir que si la operación de alienación tiene por condición un sometimiento al deseo del otro o a la imagen narcisista, hay por estructura una orientación hacia el masoquismo en el proceso de humanización y esto no pasa sin angustia.
Hay masoquismo no solo debido a la existencia de un superyó que goza bajo la forma de un Otro que goza imponiendo íntimamente una ley caprichosa como lo es, por ejemplo, la de un “suicídate”, “consume sin medida”, “no comas” o “come demasiado”, “ódiate a ti mismo”, “hazte hacer daño cada vez que tengas la oportunidad”, “no salgas del sentimiento de impotencia o de ser un fracasado”, sino también porque el deseo a partir del cual nos humanizamos viene del Otro encargado de dictar las leyes.
1- Jacques Lacan, El Seminario, Libro 10, La angustia,, Buenos Aires, Paidós, 2006, p. 128.
2- Jacques Lacan, El Seminario, Libro 6, El deseo y su interpretación, Clase 24 del 10 de junio de 1959, Folio Views.
3- Ibid.
4- Se dice “salida salvaje del fantasma” en la neurosis, por cuanto en lugar del sujeto ocuparse de develar y atravesar metódicamente lo que constituye su fantasma fundamental, es decir, la organización imaginaria y simbólica mediante la cual se orienta en su relación social y familiar con el Otro y con su vida sexual en el plano de la satisfacción, más bien lo hace de un solo golpe y sin ninguna mediación, cuestión que implica una caída al vacío en el orden subjetivo y a veces en el plano real. En la perversión, en cambio, en tanto el sujeto es conocedor del modo de obtener satisfacción, pone en escena su fantasma sexual y agresivo suponiendo que hay un Otro que así lo quiere y lo exige –la naturaleza, por ejemplo, en el caso del marqués de Sade–. Esto se lleva a cabo de una forma directa mediante la instrumentalización del otro que no ha dado su consentimiento o con quien a veces se realiza un pacto perverso, más de mutua satisfacción sin límite, que de un mutuo reconocimiento que supone como límite no pasar al daño.
5- Manuel Fernández Blanco, “Lo imposible de reconocer en el Otro”, en: La angustia en Freud y en Lacan: cuerpo, significante y afecto. Seminario de Orientación Lacaniana de Bogotá, Bogotá, Nueva Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, 2010, p. 57.
6- Eric Laurent, El reverso de la biopolítica, Buenos Aires, Grama ediciones, 2016, p. 148.
7- Lacan, El deseo y su interpretación. Seminario 6, op. cit., p. 456.
8- Ibid., p. 457.
9- Ibid., p. 460.
10- Ibid., p. 462.
11- Ibid., p. 464.
12- Ibid., p. 470.
13- Ibid.
14- Ibid., p. 464.
15- El Otro con mayúscula como público alude aquí al contexto social que evoca el orden simbólico; en cambio, el otro con minúscula alude a los pares, al “tú” en relación con el “yo”.
16- Ibid.
17- Véase Richard Ellmann, “Oscar Wilde en Oxford”, en: Cuatro dublineses. Oscar Wilde, William Butler Yeats, James Joyce, Samuel Beckett, Bogotá: Tusquets, 1990, pp. 19-54.
18- Lacan, El deseo y su interpretación. Seminario 6, op. cit., p. 464.
19- Ibid.
20- Ibid.
21- Ibid., p. 465.
22- Ibid.
23- Ibid.
24- Ibid.
25- Ibid.
26- Ibid., p. 470.
27- Ibid., p. 465.
28- Ibid.
29- Ibid.
30- Ibid.
31- Ibid., p. 470.
32- Ibid.
33- Ibid., p. 465.
34- Ibid., pp. 465-466.
35- Ibid., p. 466.
36- Ibid., p. 366.
37- Ibid., p. 466.
38- Ibid.
39- Ibid.
40- Ibid., p. 470.
41- Ibid., pp. 466-467.
42- Ibid., p. 467.
43- Ibid.
44- Ibid.
45- Ibid.
46- Ibid.
47- Ibid., p. 466.
48- Ibid.
49- Ibid., p. 467.
50- Ibid.
51- Ibid.
52- Ibid.
53- Fernández Blanco, “Lo imposible de reconocer en el Otro”, op. cit., p. 47.
54- Lacan, El deseo y su interpretación. Seminario 6, op. cit., p. 470.
55- Ibid., p. 472.
56- Ibid.
57- Laurent, El reverso de la biopolítica, op. cit., p. 146.
58- Lacan, El deseo y su interpretación. Seminario 6, op. cit., p. 458.
59- Fernández Blanco, “Lo imposible de reconocer en el Otro”, op. cit., p. 46.
60- Ibid., p. 47.
61- Lacan, La angustia, op. cit., p. 117.
62- Ibid.
63- Ibid., p. 118.
64- Ibid., p. 192.
65- Ibid.
66- Ibid., p. 166.
67- Ibid., p. 192.
68- Fernández Blanco, “Lo imposible de reconocer en el Otro”, op. cit., p. 41.
69- Laurent, El reverso de la biopolítica, op. cit., pp. 138-139.
70- Pablo Muñoz, “El pasaje al acto como ruptura del lazo social”, en: Teoría y testimonios. Vol. 3, Desamarrados. De la clínica con niños y jóvenes, Buenos Aires, Asociación Civil Proyecto Asistir, Grama ediciones, 2011, p. 37.
71- Laurent, El reverso de la biopolítica, op. cit., p. 139.
72- Lacan, La angustia, op. cit., p. 118.
73- Ibid.
74- Lacan, citado por Laurent, El reverso de la biopolítica, op. cit., p. 145.
75- Laurent, El reverso de la biopolítica, op. cit., p. 147.
76- James Joyce, citado por Laurent, en ibid., p. 143.
77- Lacan, La angustia, op. cit., p. 118.
Pasaje al acto, dejarse caer como objeto, deseo y acting-out
Introducción
Vamos a pasar ahora a interrogar la relación entre el deseo que humaniza, las razones de su fracaso en cuanto a la función de sostener al sujeto en una relación con la vida que no sea angustiante, el pasaje al acto suicida y el acting-out.
Que el niño no logre leer en el Otro materno los signos de un deseo por él se constituye en el resorte más arcaico de la angustia, el desamparo, la desolación y la tristeza; de ahí que el pasaje al acto suicida tenga como causa fundamental, en un ser humano, no haberse sentido originariamente, en el orden imaginario y menos simbólico, deseado por ese Otro materno, para quien se pretende ser el objeto más representativo a nivel fálico.
Los paradigmas del no deseo por parte del Otro y de la angustia concomitante son el sujeto melancólico y el esquizofrénico. Al primero se le transmite, desde el momento de la entrada a la vida, que es indigno de habitar el mundo humano, y el segundo, desde el momento en que se encuentra en el vientre, puede ser para su madre “nada más que un cuerpo inversamente cómodo o molesto, o sea, la subjetivación de a como puro real”. (1) La circunstancia que se acaba de anotar marca en el sujeto una disposición inconsciente muy riesgosa, a identificarse de modo real con el objeto a como desecho, como sucede en quien se suicida. El suicida suele entrar al mundo como a, es decir, como el “resto aborrecido del Otro”, (2) y es de este mismo modo que también sale, mientras no logre restaurar su vínculo con la imagen narcisista en un sentido positivo. La identificación con el objeto desechado mantiene al sujeto amenazado de muerte, porque no logra separarse de un vacío de vida que siempre retorna. Suicidarse es, entonces, también una forma de satisfacer a ese Otro malvado que lo quiere ver reducido a la nada.
En la melancolía, debido a ese vacío de vida que la caracteriza, se ataca la imagen que sirve de sostén en el plano imaginario,
[…] en primer lugar para poder alcanzar dentro de ella el objeto a que la trasciende, cuyo gobierno se escapa –y cuya caída lo arrastrará en la precipitación-suicidio, con el automatismo, el mecanismo, el carácter necesario y profundamente alienado con el que, […], se llevan a cabo los suicidios melancólicos. (3)
Más allá de la imagen, que es una vía por la cual el amor se estructura en el plano narcisista, está el objeto a, que en la melancolía y en la manía es alcanzado de un modo real. De ahí que, para Lacan, lo que sucede en la melancolía “es algo muy distinto del mecanismo del retorno de la libido en el duelo, y, por este motivo, todo el proceso, toda la dialéctica, se edifica de otro modo”. (4)
El objeto a está enmascarado detrás de la identificación con la imagen narcisista; esto
[…] exige para el melancólico pasar, por así decir, a través de su propia imagen, y atacarla en primer lugar para poder alcanzar dentro de ella el objeto a que la trasciende, cuyo gobierno se le escapa – y cuya caída lo arrastrará en la precipitación-suicidio […]. (5)
“Los suicidios melancólicos no se llevan a cabo en un marco cualquiera. Si ocurre tan a menudo en una ventana, o a través de una ventana, no es por azar. Es el recurso a una estructura que no es sino la del fantasma”. (6) En el pasaje al acto suicida, el sujeto atraviesa violentamente el marco de su fantasma, se sale del mismo en una forma salvaje y es en tal sentido que dice Lacan que, en la melancolía, “Es el objeto el que triunfa”. (7)
Del lado de la melancolía es donde se evidencia la más arraigante relación con el objeto a, mientras que en la manía dicha relación aparece “profundamente ignorada, alienada, en la relación narcisista”. (8)
En la manía, […] es la no función del a lo que está en juego, y no simplemente su desconocimiento. En ella el sujeto no tiene el lastre de ningún a, lo cual lo entrega, sin posibilidad alguna a veces de liberarse, a la pura metonimia significante, infinita y lúdica, de la cadena significante. (9)
¿Qué quiere decir que, en la manía, el objeto a no entra en función, mientras que en la melancolía es el que triunfa? Quiere decir que, en la manía, contrario a la melancolía, es como si nada impidiera, como si nada hiciera obstáculo para que el sujeto convierta imaginariamente su impotencia melancólica en una potencia narcisista que lo introduce en una errancia significante.
El objeto a triunfa en el suicidio melancólico, como también triunfa en el capitalismo de nuestro tiempo, en donde los suicidas no son pocos. Si es a eso insignificante que cae que un suicida se identifica, se impone entonces el sentimiento de no deseo y ello introduce en el sujeto una indignidad que oscurece su mundo, hace de los semejantes seres extraños y lejanos, afecta el sentimiento de la vida y es algo que puede redoblarse cada vez que el sujeto se introduce en una escena en la que se ve caído, se deja caer, es dejado caer o lo invade la certeza de ser fallido.
“Este dejar caer es el correlato esencial del pasaje al acto”, (10) y
[…] es visto, precisamente, del lado del sujeto. Si ustedes quieren referirse a la fórmula del fantasma, el pasaje al acto está del lado del sujeto en tanto que este aparece borrado al máximo por la barra. El momento del pasaje al acto es el de mayor embarazo del sujeto, con el añadido comportamental de la emoción como desorden del movimiento. (11)
Tenemos dos elementos subjetivos –mayor embarazo y emoción como desorden del movimiento– que caracterizan el momento en que se produce el pasaje al acto. Lacan emplea la expresión “mayor embarazo” para referirse a un instante de máxima turbación, en el cual no se sabe qué hacer, y lo pone en una serie complementaria con pasaje al acto y angustia. Se trata de un instante que concuerda con un desvanecimiento del sujeto, un momento en que “le falta a uno el sí mismo, […], por completo”, (12) ya que es invadido por una emoción descontrolada. Es por esta razón por lo que, en el momento del pasaje al acto, el sujeto que se pone en juego no es el de la falta en ser, sino un sujeto que no está presente como dividido, pues se encuentra identificado a la condición de objeto que cae como desecho, como resto insignificante.
Al desvanecerse el sujeto dividido, queda reducido a un objeto que se precipita y bascula fuera de la escena en la que se constituía como sujeto historizado. He ahí “la estructura misma del pasaje al acto”. (13) Cuando uno está fuera de sí debido a la ira, la turbación, la angustia o la manía que lo invade y se tiene la sensación de un despedazamiento del cuerpo, como sucede en la esquizofrenia, lo que le falta a uno no es el mundo exterior, “como suele decirse impropiamente, sino uno mismo”. (14) El sujeto del deseo y del amor, que dan al sujeto la idea de un sí mismo en condición de falta en ser, queda radicalmente borrado en el pasaje al acto.
Clínicamente, es posible verificar que un suicida entra al mundo sintiéndose caído del deseo del Otro, puesto en el lugar de un desecho. La súbita caída del sujeto en lo que es él como a, esto es, como resto excluido, vapuleado, angustiado, segregado y desechado, lo deja en una situación de inhibición y propensión al crimen pasional o al suicidio, cuestión que en ocasiones se cumple de manera fulgurante y con “desconcertante rapidez […]”. (15) O sea que mientras, para el psicoanálisis, la causa última del suicidio está en nosotros mismos, para los sociólogos dichas causas “son externas, y no nos afectan hasta que osamos invadir su esfera de acción”. (16)
La dimensión insignificante en el registro fálico deja al sujeto en una posición de no deseo y de un no saber hacer con las confrontaciones de la vida, cuestión que lo va precipitando hacia una identificación real con la condición de desecho, que es el lugar desde donde alguien pasa al acto, porque sus ojos no le sirven para ver cómo no caer. En el lugar del desecho se tienen ojos para no ver; de ahí que sea innecesario que alguien venga y se los arranque al sujeto, pues de hecho los deja de usar para ver cómo hacer para desangustiarse. Desde este lugar de ceguera es imposible realizar un acto que sirva como salida de la parálisis propia de la angustia.
Un sujeto angustiado no tiene ojos sino para la muerte; de ahí que, en la actualidad, se le denomine, en medicina y en psiquiatría, al desencadenamiento de este afecto, “trastorno de pánico”. Mientras en el lugar de la potencia está el deseo de ver, en el lugar de la inhibición y la impotencia fundamental, propias de la obsesión, “está el deseo de no ver” (17) y, por lo tanto, lo que se instala como estructural en el nivel del no saber es el desconocimiento. Por otro lado, el fantasma de la omnipotencia en el obsesivo, correlativo de la inhibición del movimiento subjetivo que implica el acto, se diferencia de la omnipotencia maniaca, de la impotencia melancólica, de la insatisfacción histérica, y “es correlativo de la impotencia fundamental para sostener el deseo de no ver”. (18)
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