Kitabı oku: «King Nº 7 El Dios de nuestra vida», sayfa 6

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(Redescubrir a Dios)

Por eso escuchémoslo nuevamente: la esencia de Dios es el amor, el amor misericordioso. Nuestra miseria, nuestras faltas y debilidades, nuestros pecados y deslices, por más antinaturales que sean, ¿son obstáculo insuperable para ser instrumentos, son impedimento inexorable para que seamos utilizados por Dios, para que Dios “monte sobre nuestros lomos”? De ninguna manera. Sólo hay que cumplir una condición. ¿Cuál? ¡Ay! Lo sabemos. Tenemos que hacer dos cosas:

Redescubrir a Dios. No sólo verlo desde el punto de vista de su amor justiciero sino de su amor misericordioso. Aun cuando nuestra familia le ofrezca a Dios todo un catálogo de pecados, ese catálogo de pecados no impide el catálogo de gracias. Pecados, miserias, debilidades, aunque sean más numerosos que las arenas del mar, terribles, negros… pues bien, Dios sólo quiere que los reconozcamos. Que reconozcamos pues que somos también una communio peccatorum (comunidad de pecadores), pero no por eso somos en menor medida una communio sanctorum (comunidad de santos). Sólo tenemos que procurar que la communio peccatorum nos haga realmente una communio sanctorum.

1.26 NUESTRA VIDA COMO “CLASE DE NATACIÓN”

De: Chronik-Notizen 1955, 440-441

Charles Péguy compara a Dios con un padre que quiere enseñar a su hijo a nadar. Nosotros interpretamos esta imagen como sigue: si el padre instruye a su hijo sobre cómo nadar, pero manteniéndolo continuamente fuera del agua, no dejando que su hijo ingrese a ella, éste jamás aprenderá a nadar. En ese caso su hijo es comparable al hombre de quien se relata que juraba que jamás se metería en el agua para nadar hasta que no pudiera nadar. No se aprende a nadar quedándose fuera del agua y recibiendo sólo explicaciones teóricas sobre el arte de nadar. Así como a amar se aprende amando, a nadar se aprende nadando. Si de alguna manera o en algún momento no se toma contacto con el agua, si no se es sumergido o arrojado a ella, no se aprenderá los rudimentos, el abc de la natación, ni mucho menos se llegará a ser un hábil nadador.

Aplicado a nuestro caso: quien no es arrojado por el Padre al mar tempestuoso, a las marejadas de las adversidades de la vida, jamás aprenderá a “nadar”, no se asociará a la figura del Unigénito que ha pisado el lagar del dolor hasta el aniquilamiento de sí, porque el Padre así lo quiso. De ahí la exclamación jubilosa de Jesús: “El que me envió está conmigo

y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn 8, 29).

Es pues el amor del Padre el que nos arroja al agua de las adversidades. Ese mismo amor del Padre hace también que el Padre no abandone a su hijo en esas aguas, porque podría ahogarse, podría perecer en la tempestad y el oleaje. Por eso una y otra vez lo saca del agua, vale decir, no deja que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas. No carga sobre nuestras espaldas fardos o cruces más pesados de lo que podamos sobrellevar, salvo que él nos preste sus propias espaldas para cargarlos.

Me he ocupado más extensamente de la ley de la puerta abierta en el caso de las dificultades de la vida. Lo he hecho con toda intención. Porque es una ley de validez inalterable en el campo de la Divina Providencia. En ese campo es admitido quien es ya un nadador formado o maestro de natación, o bien quien se empeñe en lograr ese título. Quien quiera obtener “derecho de residencia” en dicho campo, no debe contentarse con un mero reconocimiento de los valores sobrenaturales tradicionales. Tiene que rendir y aprobar el examen sobre tal reconocimiento en innumerables ocasiones de la vida concreta. Vale decir, tiene que haber aprendido a ver y a asumir la vida a la luz de la fe; tiene que ser un maestro en el arte de pesar todos los acontecimientos en la balanza de la fe. Vivir continuamente en el cielo,70 pero a la vez con los pies en la tierra, con ropas que huelan a tierra. Así encarnará por excelencia el ideal que san Pablo define con las siguientes palabras: "Mi justo vivirá por la fe" (Hb 10, 38).

1.27. “EL PADRE PODA LA VID”

De: Rom-Vorträge, II (1965), 211-213

“El Padre poda la vid”.71 ¡Qué bella y a la vez qué sencilla ilustración de un pensamiento! El Padre poda la vid. En la medida en que yo sea miembro de Cristo daré fruto, fruto para la eternidad, y ciertamente también para la vida terrenal. El Padre poda la viña para que dé más fruto. Detengámonos en esta imagen. En primer lugar, el Padre poda. Les recuerdo lo que dijimos en su momento: Dios se vale de manos ajenas. Tenemos que aprender a besar todas las manos de Dios, también las manos “prestadas” de Dios, las manos “alquiladas” de Dios.

O bien aquel otro pensamiento: las mano de Dios no es blanda, sí siempre cariñosa y bondadosa, pero no raras veces calza guante de hierro. Pero debajo de ese guante está la mano de Dios. El Padre poda. No siempre lo hace directamente. Pero puede hacerlo. ¿Cómo? Mediante luchas y crisis que soportamos en nuestro interior. El Padre poda. ¿Cómo? A través de una mano ajena, a través de manos humanas sacrílegas, asesinas, criminales. Pero el Padre es quien lo hace. Se vale de guantes. ¿Qué tipo de guantes? Guantes que pueden provocarnos heridas que van desde un arañazo hasta fractura de mis miembros. Pero el Padre es quien lo hace. ¿Por qué lo hace? Hay que podar la viña; hay que purificar de egoísmo el corazón; tengo que ser liberado de mí mismo. Todas las cosas sobre las cuales hemos hablado hasta el momento desde un punto de vista más bien ético, cobran ahora un tinte sobrenatural.

Poda la vid… Yo soy esa vid. Por lo tanto tengo que ser una vid de pleno valor, de incomparable fecundidad, de abundante fruto. El Padre la poda para que dé más racimos. Tengo que dar más frutos, tengo que asemejarme más al Señor. Y si me asemejo al Señor de la Pasión, entonces no sólo me asemejaré a la vez al Señor de la Transfiguración, sino también al Señor Redentor del mundo.

Internalicemos hondamente ésta y otras verdades bíblicas. No basta haberlas escuchado una vez. También en el caso de que, por ejemplo, tengan que enseñarlas en clase. Para comprenderlas hace falta tomar distancia del mundo, buscar la soledad. Necesitamos clausura del corazón. Quedarnos en casas de dichosa soledad. Cuando más tarde debamos andar de aquí para allá en el mundo, cuando más hayamos consolidado la clausura del corazón, tanto más las mencionadas verdades cobrarán forma, figura y vida en nosotros.

1.28 TEOLOGÍA DE LA CRUZ

De: Homilía del 1 de abril de 1962

En: Aus dem Glauben Leben, 1, 40-41

Sí, la cruz y el sufrimiento, tal como los vemos en la vida, constituyen un enigma. Con razón podríamos hablar de un mysterium crucis [misterio de la cruz]. Cruz, sí, mi propia cruz, tal cual la cargo sobre mi espalda. Y no sólo consideremos la cruz personal sino las cruces de todo el mundo: ¡Qué multitud de cruces! No en vano hablamos de un “valle de lágrimas”. No lo admitimos públicamente, pero en lo que hace a nuestra íntima experiencia nos decimos: “Sí; es un valle de lágrimas”. ¿Por qué esa situación? Mysterium crucis.

Misterio de la cruz. La cruz es algo enigmático para la razón humana. Por eso los teólogos hablan precisamente de misterio de la cruz; pero también hablan de mysterium gratiae, del misterio de la gracia y del misterio de la maldad. ¿Cómo es posible que la naturaleza humana pueda yacer tan enfangada en el pecado? ¿Por qué fluye por el mundo esa corriente de pecado terrible, sucia, extraordinariamente sucia? Un misterio. Un misterio como lo es el de la cruz y el del sufrimiento: cruz y sufrimiento en mi vida; cruz y sufrimiento en la vida de toda la humanidad, especialmente en los tiempos que corren. Nosotros mismos, ¡por cuánta cruz y sufrimientos hemos pasado! Y si agregamos lo que hemos visto y oído de otros…

Pero los teólogos hablan también de una teología de la cruz. Por un lado, mysterium crucis y, por otro, theologia crucis. ¿Teología de la cruz? Sí, hay una teología sobre la Santísima Trinidad, una teología de la eucaristía, etc. ¿Ha de haber también una de la cruz? Hablamos en este punto de una teología que enfoca la siguiente cuestión: A pesar de todo esta cruz y sufrimientos que vemos en el mundo, ¿cómo justificar a Dios? ¿Hemos de justificar nosotros a Dios, a su justicia? ¿De dónde proviene todo ese sufrimiento? ¿De dónde? Quizás yo salga bien parado al examinarme sobre cruces y sufrimientos personales… pero hay otras personas que parecen signadas desde la cuna por la desgracia; donde quiera que vayan las acompaña una cruz insoportable, incomprensible. En esos casos, ¿cómo justificar a Dios, cómo justificar su justicia y misericordia? He ahí el gran problema de la cruz. (…) Lo enigmático de la cruz en mi vida y en la vida de toda la humanidad. (…) ¿Quién descorrerá el velo de este enigma insoluble? ¿Acaso la razón, la razón que piensa humanamente? Sí, lo descorre en cierta medida, pero no explica mucho las cosas. ¿Lo descorrerá la razón iluminada por la fe? Sí, la razón iluminada por la fe explica un poco más, pero no todo. Por último el enigma, el misterio de la cruz será resuelto recién en la visio beata, cuando en el cielo veamos a Dios cara a cara.

1.29 (TRES) RAZONES TEOLÓGICAS PARA EXPLICAR LAS OSCURIDADES Y DIFICULTADES EN LA VIDA

De: Conferencia del 30 de noviembre de 1965

En: Rom-Vorträge, II (1965), 217-225

(La historia como “difícil camino de peregrinación” : Testimonio autobiográfico del P. Kentenich luego de catorce años de exilio)

“En el difícil camino de peregrinación

Dios se ha manifestado ante nuestra comunidad

en su grandeza y sabiduría,

para gloria y alabanza suyas.”72

Aquí nos hallamos nuevamente ante el Eterno, ante el Infinito, a quien queremos adherir, amar con toda el alma. Todo lo que ha acontecido, también lo inexplicable, insondable, incomprensible, se torna luminoso cuando lo contemplamos en el espejo del eterno amor del Padre y de la fe en la Divina Providencia. (…) ¿Qué cosas hicieron arduo el camino? Sobre todo el continuo pasaje por oscuridades. Por encima de esas oscuridades estuvo siempre el Dios de la vida, el Dios que ha planeado nuestra peregrinación con todos sus escollos, que ha guiado y orientado hacia sí nuestra vida cotidiana, nuestro camino de peregrinación de los últimos catorce años. Ponemos especial énfasis en tomar conciencia de cuán oscura, oscurísima, era la noche por la que tuvimos que andar continuamente, y en la que fuimos guiados de estación en estación. Tratamos luego de indagar por qué esa peregrinación hubo de llevarnos por la oscuridad. Y encontramos tres respuestas.

(Primera respuesta: Sólo Dios conoce el plan de vida)

La primera respuesta: Porque seguramente el plan de Dios sólo es conocido por él. De ahí que por más que pensemos, que usemos nuestro entendimiento humano, no arribaremos a una conclusión satisfactoria. La naturaleza del ser humano es así: vengan las dificultades que vinieren, si detrás de ellas descubrimos una línea, si la razón natural logra hallar y explicar una línea, logra discernir cómo una cosa lleva necesariamente a otra, entonces la mente queda satisfecha, aun cuando el corazón sufra. Pero aquí la dificultad radica justamente en que el pensamiento puramente natural no puede comprender lo que sucede. Por cierto a la luz de la fe podemos obtener un conocimiento parcial, podemos entrever líneas del plan, y sobre esa base prever de algún modo cuál sería el desarrollo futuro, pero la oscuridad subsiste. Por eso hablamos de salto mortal que tiene que dar la razón natural. Consideren con mucha seriedad lo que significa pues ‘salto mortal de la razón natural’. Tomen conciencia de que Dios ha trazado un plan para nuestra vida en el cual están previstas cada una de las vicisitudes singulares de esa vida. Dios nos oculta ese plan, no nos lo desvela plena y palmariamente. Eso explica la oscuridad, la noche oscura de los años pasados.

(Segunda respuesta: Diferentes tipos de beatitud eterna)

Una segunda reflexión. Suelo reiterarla porque libera, alegra y aquieta el alma. Pues bien, si Dios sólo hubiese trazado un plan para nuestra vida terrenal, lo dicho sería suficiente, habría bastado. Pero ahora sabemos algo que hace más difícil discernir el plan: Dios también ha previsto para todos nosotros la beatitud, la visio beata, y ésta es diferente para cada uno. Así reza aquel antiguo axioma: Quidquid agis prudenter agas et réspice finem [hagas lo que hagas, hazlo con prudencia y teniendo presente el fin último]. Para el sabio, el sabio de sabiduría terrenal, es una ley evidente: Todo ha de ordenarse al fin último. Y ese fin último es particularmente oscuro para nosotros. No sabemos en absoluto el grado y tipo de visio beata prevista para nosotros. Así pues que lo oscuro se hace más oscuro.

Si lo contemplo a la luz de la fe, me resultará más fácil cerrar los ojos, con más razón aún si tengo en cuenta que es un Padre quien ha previsto todo eso para mí; un Padre que me ama más de lo que yo me puedo amar a mí mismo; un Padre que no sólo es sabio y bondadoso, sino omnipotente. ¡Cómo me libera saber, estar convencido de que detrás de todo lo que acontece en mi vida está Dios Padre, está Dios Padre omnisciente, todo bondad, omnipotente! Pero eso no quita estar igualmente convencido de que lo más difícil en nuestra vida es el salto, es el salto mortal de la razón. En determinadas circunstancias el salto mortal del corazón y de la voluntad es más fácil de dar que el salto mortal de la razón. Pero sin salto mortal no podremos andar con seguridad nuestro camino en medio de la oscuridad, la inseguridad y la confusión.

(Actitud de los existencialistas)

Si observamos a los así llamados existencialistas, advertimos que ellos también - y quizás más que nosotros - saben de la confusión de la cultura actual, de la disolución y desarraigo de la vida de hoy. ¿Y cómo lo asumen? No como nosotros, mediante la personalísima y heroica entrega a Dios Padre y al plan de Dios Padre, sino -dicho con nuestro lenguaje- apelando a una cierta resistencia. Reparen en que las disposiciones de Dios pueden ser respondidas mediante la entrega perfecta o mediante actitudes o posturas de resistencia y rebelión. ¿Cómo se expresa esa resistencia? Apretar los dientes y arrojarse al río. Quizás se haga el intento, aquí y allá, de hacer pie en algún punto, de buscar un lugar donde apoyarse, pero, por lo demás: Apretar los dientes: “Me las arreglaré solo con mi destino”.

(Sin embargo siempre vuelve a hacerse luz)

Lo que todos necesitamos, especialmente ahora, al final de una época, es descansar en el corazón y en el plan de Dios. Al echar una mirada retrospectiva a la luz de la fe, ¡qué hermoso es descubrir, de algún modo, cómo Dios nos ha ido guiando! Todo lo que experimentamos, incluso el acontecimiento de ayer o anteayer es, sin duda, un gran acontecimiento en la historia de nuestra Familia.73 Ciertamente es verdad lo que les recordé brevemente ayer por la tarde: la Iglesia que nos ha clavado en la cruz, que nos ha crucificado, nos baja ahora de la cruz. La manera como nos ha clavado en la cruz fue realmente imagen fiel de la crucifixión del Señor. Y si nos contemplamos como comunidad, vemos asimismo que no hubo miembro que no haya sido clavado en la cruz. El Dios que está detrás, el que nos permitió asociarnos al Viernes Santo, a la pasión del Señor… o mejor dicho: el Redentor que revivió en nosotros todo lo que una vez padeciera, quiere ahora, de manera incomparable, celebrar en la Familia la transfiguración y la resurrección. Por eso haremos siempre bien en hacer luz en la historia de la Familia. Para nosotros la historia es magistra vitae [maestra de vida], una maestra de vida, amor y pensamiento decididamente sobrenaturales.

(Tercera respuesta: Participación original en la vida y padecimientos de Cristo)

Una tercera respuesta que con la luz de la fe ilumina aún más fuertemente lo dicho: recordemos la gran verdad que se suele olvidar: El sentido de nuestra vida es la asociación a la vida de Jesús. Quizás no comprendamos ese íntimo entramado que acabo de exponerles; quizás pensemos que estamos abandonados a merced de las vicisitudes de la vida; quizás nos sintamos desorientados y repitamos lo que hoy dicen a gritos millones de hombres: ¿Qué sentido tiene todo esto? ¿Qué relación tiene esto con un Dios Padre bondadoso?... Pero si luego comprendiésemos la respuesta, y nos convenciésemos firmemente de lo que ella nos dice, podríamos entonces responder a otros, cuando se plateen esas preguntas: el sentido es la asociación e incorporación a la vida de Jesús. El Padre ha querido que Jesús pasara por muchas cosas, y quiere que él vuelva a vivirlas en nosotros y a través de nosotros. Se nos concede asemejarnos a Jesús. Que Dios Padre haya podido tratar tan duramente a su Unigénito es algo que lógicamente constituye un misterio para la razón natural. Es un misterio en la vida del Señor. En mi vida dicho misterio no sería tan hondo y grande si estuviese convencido de que Dios me ha creado para que en mí Jesús viva, continúe y consume nuevamente toda su vida. Por cierto podemos de alguna manera estar orgullosos y es una cierta alegría que el Padre del Cielo nos asocie de ese modo al destino de su Hijo Unigénito.

Nuevamente - y no tenemos que olvidarlo -: todos somos miembros del cuerpo místico de Cristo, pero lo somos de manera original. Vale decir, cada uno de nosotros participa de manera originalísima en la vida de Jesús. En cada uno el Señor vuelve a vivir su vida de manera original. Aquí tenemos, nuevamente lo que hoy es tan importante para nosotros: Comprender y dar respuesta a la oscuridad en todos sus matices. Soy tratado por Dios de manera diferente de cómo él trata a otro hermano o hermana. Dicho de modo familiar: en mi caso, cuando cae la rebanada de pan con mantequilla al suelo, cae sobre el lado untado; en el caso de otros, caerá sobre el otro lado. ¿Por qué ocurre así justamente en mi caso? Expresado popularmente: Nosotros, que hemos sido tan fieles, que hemos seguido a pie juntillas los mandamientos de Dios, que hemos acatado hasta la menor indicación divina, ¿por qué hemos sido tratados como por una madrastra? Ya les he dicho que la respuesta es: En este mundo Dios quiere recompensar a otros por todo lo bueno que hicieron; en cambio para mí la recompensa queda reservada para la eternidad.

He aquí una respuesta.

Pero la segunda respuesta me parece mucho más profunda, de sentido más hondo, más gratificante. Precisamente por ser la más heroica: por esa vía ofrecerle oportunidad al Señor de vivir y padecer nuevamente en mí. Ofrecerme muy personalmente a Dios Padre, a su plan, al plan que cumplió en la vida de Jesús, ¡qué enorme desprendimiento de mi “yo” supone tal ofrecimiento, qué gran liberación de mí mismo, qué silenciamiento de todas las pulsiones egoístas! Para el entendimiento es una luz resplandeciente.

Naturalmente el corazón no dice enseguida “sí” a tal actitud. En nosotros existe un instinto de justicia: ¿es justo que Jesús fuera maltratado de esa manera? Pero Dios mide con otra vara. Dios es el Otro, el totalmente Otro. Ciertamente se puede hallar una solución, una respuesta: la justicia del eterno Padre Dios que reclama expiación, hizo que el Señor, por amor, diera espacio en su vida a esa justicia, asumiera la expiación que me correspondía realizar a mí, a toda la humanidad. El Padre le pidió al Redentor que se hiciera cargo de ello en nombre nuestro, a fin de que él pudiera acogernos nuevamente como hijos suyos. He aquí pues el entramado más íntimo.

2

FE

(a. Fe práctica en la Divina Providencia como premisa de la fe dogmática)

2.1 SOBRE LA FE INFORMADA POR EL AMOR

De: Oktoberwoche 1966

En: Vorträge, XI 1966), 45-46

Cuando hablamos de fe, no debemos pasar por alto que aquí no se trata de un acto del entendimiento sino de fides caritate formata [una fe informada por la caridad]; una fe que compromete a todo el ser humano; una fe que se perfecciona en la esperanza y el amor, e impulsa a todo el ser humano a adentrarse en el corazón de Dios, en la persona del Dios vivo. La fe posibilita ese trato de persona a persona que es vivido y experimentado como un gran misterio.

De: Alocución del 11 de septiembre de 1966

En: Vorträge, X (1966), 138

Repasemos la vida de los grandes santos. Ellos cultivaron un instinto divino y disponían así de un órgano adecuado para percibir la dimensión religiosa. En este sentido un pensamiento favorito de san Agustín, gran santo, era el siguiente: no sólo el entendimiento sino el corazón es, por excelencia, un órgano de conocimiento.

De: Gedenkblätter 1964, 454

Piénsese en primer lugar en nuestra fuente de conocimiento y de vida: por un lado, nuestro decidido espíritu de fe práctica en la Divina Providencia, un espíritu que cultivamos en sumo grado; por otro, nuestra vida fundada en la Alianza de Amor; una Alianza cultivada hasta en sus grados más elevados. Ambas cosas están vivas y operantes en nuestra Familia en un nivel que sólo se comprende y explica por el gobierno de los dones del Espíritu Santo sobre la comunidad y sobre cada uno de sus miembros. Una fe en la Divina Providencia de alto grado ha de considerarse sobre todo como la flor suprema y noble de la fe sobrenatural. Una fe que en todas partes escucha y responde con sencillez a la voz del Dios de la vida que se hace oír en medio del caos de voces de estos tiempos y humanidad.

De: Brief an Turowski 1952/53, 146

Vivir de la fe en la Divina Providencia… es, por excelencia, expresión, prueba, fruto escogido y seguro de la vida de fe en su totalidad.

De: Brief an Turowski 1952/53, 115-116

Lo que la Sagrada Escritura, los Padres y doctores de la Iglesia, los teólogos y santos dicen en general sobre la importancia fundamental de la fe para la vida cristiana vale no sólo “también” para su variante, la fe en la Divina Providencia, sino que hoy vale especialmente para ella… La razón es fácil de comprender. En razón del extraordinario peligro que corre hoy la fe en la Divina Providencia por lo incomprensible que resulta para los hombres el gobierno divino del mundo, la fe tiene que acrisolarse especialmente en la prueba. Más aún: la fe viva en la Divina Providencia no sólo es expresión sino también medio para reavivar todo el organismo sobrenatural. Por eso no asombra que todos los grandes dirigentes cristianos del pueblo hayan sido héroes de la fe en la Divina Providencia, y su fe tuviera que sortear las pruebas más duras justamente en ese campo. Esto vale - citando al menos dos ejemplos - para Abraham, a quien san Pablo llama padre de los creyentes, y para la Sma. Virgen, a quien san Alfonso de Ligorio llama madre de los creyentes. Ambos se destacaron por su fe en la Divina Providencia de alto grado y acrisolada en duros combates.

La Sagrada Escritura nos habla de la felicidad asociada a la fe. Ello se dice especialmente de la Sma. Virgen mater credentium…En este sentido el Espíritu Santo dice por boca de Isabel: “Feliz porque has creído…” (Lc 1, 45).

De: Brief vom 25. Mai 1953 an Pater Menningen

En: Hug (Hrsg.): Das Schönstatt-Geheimnis, 29

Podríamos invertir el proceso de vida señalado y contemplarlo positivamente con mayor intensidad aún. Admiraremos así a la persona que acoge siempre con espíritu de fe todas las manifestaciones de la Divina Providencia, tanto de la providentia generalis como también las de la specialis y de la specialissima. La fe como radix, initium, fundamentum omnis justificationis [raíz, comienzo y fundamento de toda justificación]74 está por lo tanto continuamente en actividad, y por esa vía se convierte en cimiento de un gran edificio de vida sobrenatural e interior. Así es el santo que madura en la escuela de la fe práctica en la Divina Providencia en medio de la vida concreta actual y que puede competir con otros que se alimentan de las intervenciones extraordinarias de Dios en la vida a través de visiones y milagros.

2.2 RAÍZ DE LA FE

De: Das Lebensgeheimnis Schönstatt, I (1952), 140-144

Como ya lo hemos señalado, no son pocos los cristianos que se mantienen fieles a todos los dogmas definidos. Creen en la presencia del Señor en la eucaristía, el misterio de la Sma. Trinidad, la Encarnación y muchas, muchas otras cosas. Repiten sin particular dificultad lo que han aprendido sobre el contenido y significación de la doctrina de la Divina Providencia. Además son capaces de relatar cosas hermosas y gratificantes sobre las intervenciones de Dios en la Iglesia primitiva y en la Edad Media. La crisis, la oscuridad, comienza cuando se toca y debate el tema de las cosas incomprensibles de la historia contemporánea. Las cosas van para ellos más o menos bien mientras estén sentados en un escritorio o en una mesa bien servida, y puedan observar desde un lugar seguro el temible espectáculo de los nubarrones de tormenta que se ciernen sobre el horizonte, los relámpagos y los truenos, la inminencia de la catástrofe natural.

Pero el panorama cambia radicalmente cuando ellos mismos están en medio de la tempestad; cuando han perdido la base firme de una situación sedentaria con la que se está familiarizado y ya no pueden ejercer el control espontáneo que habían tenido sobre situaciones conocidas; cuando ven ante sí un presente y un futuro oscuros; cuando temen que la colisión con el témpano hunda el barco y los precipite sin remedio a lo profundo del mar.

Para ellos no está en tela de juicio el Dios de la Sagrada Escritura, de los libros religiosos, de los altares, de la lejanía del cielo y de la cercanía del sagrario del corazón. Su problema - el problema por excelencia - es el Dios de la vida, el Dios de la vida hoy. Es el Jesús que parece dormir plácidamente en medio de la tormenta de estos tiempos y no se despierta a pesar de los desesperados y atormentadores gritos de quienes van en la barca. Parecen vanos los clamores: “¡Sálvanos, Señor, nos hundimos!” (Mt 8, 25). Jesús sigue durmiendo…No ve ni oye nada, ignora lo que está pasando… al menos así parece. A hombres de este tipo les falta la fe práctica en la Divina Providencia.

No pasará mucho hasta que pierdan también la fe teórica en el gobierno sabio y cuidadoso que ejerce Dios sobre el mundo, y en un plan para el mundo trazado y volcado a la realidad por Dios. Una vez que la raíz de la fe enferma de esta manera, el bacilo avanza y acaba por destruirla, de modo que la raíz no podrá ya sostener el árbol de la vida religiosa. Y a la primera tormenta… se desplomará.75

He aquí pues el triste destino de muchos cristianos de hoy, incluso cristianos muy formados en el campo teológico, y que no raras veces son capaces de hablar brillantemente sobre las verdades de la fe. Pero en ellos la fe se quedó en la cabeza sin calar en el corazón y la vida; dicho en pocas palabras: no maduró hasta convertirse en fe práctica en la Divina Providencia.

Por eso no pudo echar raíces profundas, al menos no con la profundidad necesaria para resistir los embates de las tormentas de estos tiempos apocalípticos. Los hombres formados en esta fe no se cuentan entre aquellos de quienes se puede decir en sentido paulino: “Justum autem meus ex fide vivit” [mi justo vivirá por la fe].

Un lúcido escritor del s. XVIII, el P. Grou, considera que la fe aquí mencionada es “la fe que es la vida del justo, no la fe común a todos los cristianos, por la cual se tiene por verdadero todo lo que Dios ha revelado mediante su Iglesia; más bien es una fe muy especial y personal en la Providencia sobrenatural de Dios, que reina sobre aquella alma que se ha entregado por completo a ella.”

En su ensayo “Schoenstatt y el catolicismo alemán, temas y trasfondos de una confrontación de ideas”, el P. Köster enfoca la cuestión de si “la Divina Providencia (no en general sino muy concretamente) podría ser en mi vida, especialmente en mi vocación, objeto del habitus fidei sobrenatural en mí.”76 El P. Köster arriba a la misma conclusión que el P. Grou. Escribe pues lo siguiente:

“Si son sólo fides naturalis vel coniectura vel opinio mere humana,77 entonces justamente esa área en la que vive realmente el individuo y en la que tiene necesidad del consuelo de la religión, queda escindida del núcleo de la fe y, con ello queda ‘naturalizada’ y, en lo sucesivo, también levemente secularizada. Se despoja de su carácter sobrenatural a dones del Espíritu santo (el donum consilii,78 por el que descubrimos la voluntad de Dios en la vida concreta, y el donum scientiae79 que nos hace ver a Dios detrás del acontecer mundial). Sin embargo evidentemente esos dones son mociones de un poder sobrenatural. También pierde su razón de ser uno de los temas predilectos de ejercicios y homilías como lo es el contemplar la historia de la propia vida ‘a la luz de la fe’…

Parte de las grandes metas pedagógicas de Dios, especialmente en el Antiguo Testamento, es que el hombre crea en la guía divina de la historia con una fides supernaturalii.80 La oposición a la aplicación de ese concepto teológico a un movimiento histórico concreto, ¿no favorece la secularización de la conciencia histórica en contra de ese designio fundamental de la revelación, y no despoja a la Iglesia de hoy de un ímpetu indispensable para su triunfo contra el ateísmo? (…)

De hecho, si se restringe la fides sobrenatural sólo al campo de las verdades definidas o definibles formalmente, como suele acontecer en ensayos sobre dogmática, la convicción en la aplicación de la fe en la Divina Providencia [por ejemplo al caso de Schoenstatt] no podría ser ‘fe’ en sentido estricto; porque la Iglesia define sólo aquellas verdades que son válidas para la generalidad. Pero esta restricción no está justificada. Queda refutada por la misma Sagrada Escritura. Porque también allí la confianza en la providencia individual de Dios es llamada ‘fe’: ‘Amen, quippe dico vobis, si habueritis fidem sicut granum sinapis, dicetis monti huic, transi hinc illuc, et fiet vobis’.81 Y tal formulación tiene también su lugar en la teología; según ella, existe ‘fe’ en sentido estricto allí donde el hombre toma algo como verdadero basándose en la veracidad de Dios. Y esto vale para cada aplicación concreta de la fe en la Divina Providencia. El carácter estrictamente teológico-sobrenatural no sufre desmedro alguno por el hecho de estar sostenido por preámbulos racionales. Y tampoco lo sufre en nuestro caso, cuando reflexiones racionales lo aplican a un caso concreto”.

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