Kitabı oku: «King Nº 7 El Dios de nuestra vida», sayfa 4
Y en tercer lugar, Dios es una realidad ineludible. (…) ¿Qué quiere decir esto? Escuchemos al salmista: “Si subo al cielo, allí estás tú;
si me tiendo en el Abismo, estás presente.”39 ¿Qué significa esto? Dicho teológicamente: omnipresencia divina. Ahora no estoy haciendo otra cosa que recordarles brevemente verdades teológicas fundamentales.
¿Qué significa que Dios está en todas partes? Que está en el cielo, en la tierra, incluso en el infierno; en todas partes donde hay algo creado. ¿Y cómo está en todas partes? Per potentiam, per scientiam, per essentiam.40Verdades teológicas, filosóficas que hay que grabarse, y que allí donde yo esté educando, han de ser naturalmente objetos de estudio, de reflexión, de amor y de vida. Así pues no estancarse en cosas periféricas. La ineludible realidad de Dios… realidad ineludiblemente personal.
1.8 MODOS DE LA PRESENCIA DE DIOS
De: Vorträge 1963, 10, 123-125
Piensen en otros modos de presencia de Dios;41 en su presencia eucarística, sacramental. También cuando me siento o arrodillo ante el tabernáculo: Ahí está Cristo, el Dios humanado, real, de manera real; él está realmente ahí. Vale decir, no es una pálida idea. Colmémonos de esas realidades del Dios eterno e infinito que aparece en tal o cual forma. De ahí la importancia de que giremos con la mente, el corazón y la voluntad en torno del Dios vivo y personal visto de esa manera.
Pues bien, de lo que se trata especialmente ahora es de la presencia sobrenatural de Dios, del Dios Trino, en el alma del hombre en gracia.
De: Vorträge 1963, 2, 148-149
Si echamos una mirada retrospectiva y nos preguntamos cómo es la imagen de Dios que Schoenstatt cultivó desde el principio, hallarán algunas expresiones que se van reiterando en el transcurso de los años, en una u otra versión. Ya en época muy temprana, en los retiros espirituales y cursos, hablábamos del Dios de la vida, diciendo que el Dios de la vida era quien resplandecía fuertemente sobre Schoenstatt. No como si no hubiésemos sabido de otros aspectos de Dios - los enseñábamos con toda claridad -, pero una de las cosas más originales fue ese énfasis en el Dios de la vida. Podemos distinguir al Dios de nuestros altares - no lo hemos olvidado-, y al Dios de nuestro corazón - a quien tampoco hemos olvidado.
Si echan una mirada retrospectiva y reflexionan sobre las corrientes espirituales de la Familia, verán con qué amplitud hemos hablado de la filiación divina. Lo hicimos en una época en la que en la Iglesia, especialmente entre los teólogos, no se reflexionaba a fondo sobre el tema. Observen pues cómo nosotros lo enfocamos con detenimiento y qué conclusiones extrajimos de nuestra reflexión.42
Valdría la pena que alguien se ocupara académicamente del tema, que repasara los contenidos de los ejercicios espirituales y cursos. Por lo tanto esas modalidades de Dios, por decirlo así, jamás fueron descuidadas por nosotros, al contrario, las cultivamos con más intensidad que en ninguna otra parte. El Dios del corazón, el Dios de nuestros altares. Pero lo que se anticipó al tiempo, y continúa anticipándose hoy, es siempre la referencia al “Dios de la vida”; el Dios que gobierna la vida, dicho más exactamente, el Dios de la historia. Ahora bien, el concepto “Dios de la historia” restringe la idea de Dios.43
Naturalmente hemos presentado siempre también al Dios de la creación, pero a la vez le enseñamos al pueblo que Dios creó el mundo. Y para la sensibilidad del hombre - especialmente si echamos una mirada retrospectiva sobre los siglos y milenios pasados, por ejemplo, sobre lo que dijeran Aristóteles y Platón - si observamos la sensibilidad de la humanidad, se puede comprender por qué hombres inteligentes y religiosos se han extraviado tanto en lo que hace a la temática del Dios de la creación. En la creación existen leyes que se cumplen perpetuamente. El ser humano tiene necesidad de estabilidad. De ahí la fuerte aspiración de los hombres de milenios antes de Cristo, de integrarse al ritmo de la creación, al ritmo de la naturaleza: porque en ese ritmo hallaban un ciclo fijo, estable, tranquilizador, algo que se repetía continuamente.
En cambio, si pensamos en la historia, observamos que en ella hay un continuo fluir; pensar en la historia es pensar en un dinamismo incesante, casi inasible. Hoy la situación es de tal y cual manera, mañana lo es de otra. Lo mismo sucede cuando pensamos en la historia de nuestra propia vida o de nuestra familia natural. Un ir y venir de olas…
Así pues desde el principio nuestra fortaleza residió en una cierta originalidad: poner siempre en primer plano al Dios de la historia. De este modo se entiende porqué pusimos entonces tan fuertemente la Divina Providencia en el primer plano de nuestro pensamiento. Porque, ¿quién sostiene en sus manos el acontecer mundial, la historia universal, la historia de la Iglesia, la historia personal, la historia de la comunidad?
1.9 SER TOCADO POR DIOS. ENCUENTROS CON DIOS
De: Homilía del 21 de abril de 1963
En: Aus dem Glauben Leben, 7, 65.68
Que el día de hoy - segundo domingo de Pascua - sea un día de recuerdo de los encuentros con Dios. Los encuentros con Dios en mi vida, cómo y cuándo. ¿Qué he hecho con ellos? En segundo lugar, un día de renovación. ¿Qué queremos renovar? Renovar el encuentro con Dios. Pero esto supone naturalmente tomar conciencia sobre dónde, cómo y cuándo he sido tocado por Dios. Renovar y profundizar mis encuentros con Dios.
¿A qué Dios puedo encontrar? Al Dios de nuestros altares, al Dios de la vida y al Dios de nuestro corazón. Al Dios de nuestros altares. Lo sabemos y a la vez no lo sabemos, similarmente a como Tomás sabía y a la vez no sabía cabalmente que Cristo estaba frente a él: Aquí está el Dios vivo, en el sagrario, con cuerpo y alma, con su divinidad y humanidad, invitándonos: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré” (Mt 11, 28). Tengo oportunidad de encontrarme con Dios. ¿Por qué correr continuamente a golpear las puertas de los hombres olvidando al solitario ermitaño que mora en su pequeño sagrario? (…)
Encuentros con Dios, con el Dios de la vida. Hoy leímos en el evangelio cómo el Señor se aparece estando las puertas cerradas. No hay nada que impida a Dios tocarnos, encontrarnos. Dios de la vida. ¿A través de qué me habla? A través de los acontecimientos de mi vida. Renuevo esos encuentros y en el futuro, con una mirada de fe, volveré a percibir a Dios en mi vida, entre mi vida y todas las cosas terrenales.
Y por último: encontrar al Dios de nuestro corazón. Sabemos que todos nosotros, alcanzados por la gracia, podemos considerarnos como pequeños templos de la Trinidad, inhabitados por el Dios Trino, consagrados al Dios Trino.
1.10 EL DIOS DE LA SAGRADA ESCRITURA
De: Conferencias 1963, 4, 37-38
Examinemos la Sagrada Escritura, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento. (…) el Dios de la Sagrada Escritura, la imagen de Dios que nos presenta la Sagrada Escritura (…) es el Dios que ha dado vida a toda la creación. Éstas son cosas que hallaremos una y otra vez en la Sagrada Escritura, casi en todas sus páginas. Pero lo más original me parece que es lo que nosotros hemos constituido en cimiento de nuestra vida y aspiraciones: el hecho de que ese Dios no duerme, sino que gobierna y guía. No se retiró a su aposento para descansar y dejar al mundo librado a sí mismo. No, ese Dios guía, guía el destino de la humanidad, guía el destino de cada persona. Eso es, en lo más profundo, el fundamento de nuestra fe en la Divina Providencia.
Por lo demás, ustedes advierten que dicha guía de Dios en la historia universal, en la historia de salvación, en la historia de la vida de cada persona es (...) el problema más difícil que la humanidad de hoy, también la cristiandad, tiene que elaborar y resolver íntimamente.
1.11 LA BUENA NUEVA PARA HOY
De: Brief an Turowski 1952/53, 216-218
La fe en la Divina Providencia interpreta todo acontecimiento del mundo y de la Iglesia, en la familia y el Estado, y en la vida personal, como un plan de sabiduría y omnipotencia de Dios trazado con cuidado y todo detalle. Pero hoy se dispensa poca atención a esa fe.
Con la desaparición del espíritu de fe aumenta en todas partes el peligro de caer en un fatalismo práctico, en el determinismo, el materialismo o el deísmo. El ojo resplandeciente que el mosaísmo descubre en Aquél que tiene en sus manos las riendas de la historia universal, y el cálido corazón que el cristianismo ha constatado en él, está desapareciendo del pensamiento y de la sensibilidad de amplios sectores - incluso de la Iglesia católica -. Está desapareciendo más y más, dando lugar a la idea de una materia eterna o de un hado ciego, un Dios despótico y autosuficiente que se mantiene desligado de la suciedad y maraña de las contiendas del mundo, y deja a los hombres librados desoladoramente a sí mismos.
En tal entorno Schoenstatt descuella por su fe cálida, ardiente, en la Divina Providencia. Descuella como una columna solitaria que se alza elevándose al cielo. La fe en la Divina Providencia, olvidada, despreciada, negada, combatida, es para nosotros cimiento del sólido edificio de la Familia, una Familia que aspira a elevados ideales y se extiende por todo el mundo.
Con la ley de la puerta abierta y de la resultante creadora, la fe en la Divina Providencia nos ha desvelado el plan admirable de Dios y nos lo ha confiado para su realización. Esta fe es, por así decirlo, el carisma que la bondad desbordante de Dios nos ha concedido en gracias abundantes por la intercesión de la Sma. Virgen. Una fe que se mantiene firme en medio de todas las tormentas y extrae las conclusiones para la vida cotidiana con una inmutable seguridad instintiva. Y las extrae especialmente cuando resulta vano todo cálculo humano y se derrumba todo apoyo terrenal. Esa fe es la buena nueva que tenemos que proclamar con convicción al mundo de hoy mediante palabras que aclaren y den testimonio, y mediante hechos audaces y heroicos. Creemos que estamos llamados a esa tarea.
1.12 AYUDA CONTRA EL FRÍO CÓSMICO Y ANTROPOLÓGICO
De: Conferencia del 3 de enero de 1965
En: Vorträge, III (1966), 41-42
Desde el principio hemos sostenido una concepción del Dios vivo peculiar, específica, especial: el Dios de la vida. Escuchémoslo bien: el Dios de la vida que sostiene continuamente en sus manos las riendas del acontecer mundial. No como si hubiésemos olvidado al Dios de los altares o al Dios de nuestro corazón. ¡Ah, no! También ese Dios quiere ser considerado, ser puesto en el primer plano.
Pero en una época en el que el mundo, especialmente en la vieja Europa, ha comenzado a rigidizarse, presa del frío cósmico… ¿Entienden lo que significa frío cósmico? No sólo hay que entenderlo biológicamente. Hablamos de frío cósmico: todo lo enfría, rodea al ser humano haciendo que su interior se entumezca, se enfríe. ¿Qué significa tal enfriamiento? Que el hombre ya no entiende más la vida porque la vida le plantea infinidad de enigmas. No puede ver más allá. Frío cósmico. Adviertan pues que tenemos que reencontrarnos con el Dios de la vida y su calidez cósmica. El corazón ha de volver a ser un corazón cálido en su relación con Dios; y serlo en la mayor medida, de modo descollante, precisamente cuando todo a nuestro alrededor esté oscuro. Un salto en la oscuridad.
1.13 AMADO PERSONALMENTE
De: Vorträge 1963, 2, 52-54
Cuando piensa sobre sí mismo y el orden de salvación, san Pablo no se cansa de repetir: “Dilexit me”.44 Reflexionen sobre esta realidad. San Pablo es objeto del amor de Dios. Y me parece que él, para ser sincero, no sólo podría decir: dilexit me, sino dilexit me specialissime o bien specialissimo modo. Somos objeto del amor de Dios. Hemos hablado mucho sobre la corriente de amor que mana del corazón de Dios, fluye por el mundo y busca retornar al corazón de Dios. Hemos sido sumergidos en esa corriente de amor. (…)
Vale decir, no sólo objeto de un amor paternal general, de un amor maternal general, sino objeto de ese amor de una manera muy especial. ¿Cómo fundamentarlo? Podría dejar a ustedes esa fundamentación. Precisamente porque estamos acostumbrados a detectar el deseo, la voluntad y regalos de Dios a través del modo y manera como Él nos ha ido guiando. No se avergüencen de reconocer silenciosa y agradecidamente en su fuero interno que el camino de su vida ha estado ligado hasta ahora a Schoenstatt. (…) Detrás de la vida y acción de ustedes tiene que haber brillado con fuerte intensidad la “estrella de los Tres Reyes Magos”, la estrella de las tres virtudes teologales.45 Sabemos que toda gracia mana, por último, de una sola fuente, del corazón de Dios. Por eso no nos resulta difícil afirmar, viéndonos a nosotros reunidos aquí: “specialissismo modo a Deo dilecti”.46
Será pues tarea de ustedes meditar sobre esa afirmación. Les pido que lo hagan con frecuencia. No como se lo hace por lo común cuando se participa del retiro mensual, ejercicios espirituales, etc., ocasiones en las que nos detenemos en la revisión y repaso de las debilidades y miserias personales. Creo que esta vez, y por un cierto tiempo, debemos hacer lo contrario: enfocarnos en las misericordias de Dios en nuestra vida, especialmente las misericordias extraordinarias de Dios; y hacerlo muy conscientemente.
1.14 LA LEY DE VIDA DE LOS SANTOS
De: Brief an Turowski 1952/1953, 123
Las biografías de los santos presentan una característica particular. Todos ellos comenzaron a abrirse plenamente al bien y emprender el camino hacia la cumbre de la perfección cuando en su vida y alma echó hondas raíces la fe en la providentia divina specialis. Vale decir, cuando tomaron conciencia, cuando sintieron y creyeron que la persona de Dios Padre los aceptaba personalmente, los valoraba y trataba como a las pupilas de sus propios ojos; cuando pudieron repetir con san Pablo: Dilexit me et tradidit semetipsum pro me;47y cuando con san Ignacio rezaron en todas las estaciones del viacrucis: Et omnia haec propter me.48Todos los santos, sin excepción, fueron por excelencia hijos de la Divina Providencia. De ahí la gran importancia que reviste para todos los tiempos educar en la vida sobre la base de la fe práctica en la Divina Providencia. Y de ahí la conclusión que se extrae con facilidad: La importancia que tiene una tal educación justamente para una época afectada, hasta la médula, por la despersonalización y la masificación.
1.15 EL MENSAJE CENTRAL DE JESUCRISTO
De: Brief an Turowski 1952/1953, 124-126
La imagen de Dios del Nuevo Testamento presenta marcados rasgos paternales. Lo constatamos con frecuencia y nos convencimos hondamente de ello a lo largo de las décadas. Por eso basta con señalarlo. Creemos firmemente que Jesús tenía la misión de revelar esos rasgos a sus oyentes y discípulos, e incorporarnos de manera misteriosa a su propia filiación divina. En la oración sacerdotal49 da el siguiente testimonio de sí ante el Padre del Cielo: “Manifesté tu nombre - el nombre de Padre - a los hombres.”
En su oración, trabajo y padecimientos, Jesús giraba en torno del Padre. E integra a esa corriente de amor que va hacia al Padre a todos los que se unan a él. Así lo hizo durante su vida en la tierra. Y así sigue haciéndolo hoy en la liturgia y a través las mociones interiores. Nadie va al Padre si no es a través de él. Jesús habrá cumplido su misión recién cuando todos los elegidos hayan hallado el camino hacia el Padre con el compromiso de su propio ser, sentimientos y vida. Jesús pone el nombre de “padre” en la boca y el corazón de los suyos enseñándoles a rezar: “Padre nuestro…”
Con arrollador entusiasmo e imágenes brillantes proclama no sólo la buena nueva de la providentia generalis del Padre sino también y sobre todo de su providentia specialis. La providencia general era conocida por sus oyentes que habían pasado por la escuela del Antiguo Testamento. Para ellos no era nuevo que Yahvé cuidase de su creación, que alimentase las aves del cielo y vistiese los lirios de los campos. Sabían que Israel era el predilecto de Dios, era su pueblo elegido. Conocían por la historia suficientes casos en los que había operado la providentia specialissima. Les bastaba pensar en los patriarcas y en los profetas. Con qué frecuencia en el transcurso de los siglos se ha repetido, unas veces de una forma y otras veces de otra, lo que la Sagrada Escritura relata de Moisés: “Yahveh hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo” (cf. Ex 33, 11).
Pero lo que para ellos sí era nuevo era precisamente el hecho de que el Padre se interesase personalísimamente por las mínimas cosas de cada ser humano y velase paternalmente por ellas, al punto de que no cae ni un solo cabello sin el conocimiento y voluntad de Dios, sin su intervención (cf. Mt 6, 25-34). He aquí pues el mensaje de la providentia divina specialis, vale decir, de la Divina Providencia individual o especial: Dios no sólo abarca todo el acontecer mundial con las leyes y constantes inherentes y operantes en él, y lo lleva sabiamente hacia una gran meta planeada; Dios no sólo se ocupa de algunos grandes líderes del pueblo; sino que, a la vez y del mismo modo, se ocupa de cada una de las personas que conforman ese mundo. Sabemos todo esto; lo hemos recordado innumerables veces. Sin embargo, hemos de admitir que muchas veces el intelecto está convencido de esa realidad; pero el corazón no está entusiasmado por ella, al menos no en la medida en que desearíamos que fuese y tendría que ser efectivamente. Ciertamente en virtud de la Alianza de Amor la MTA nos ha tomado de la mano y guiado hacia el Padre. Desde ese momento se nos abrió un nuevo mundo.
Sin embargo coincidirán conmigo en lo siguiente: Cuando nos comparamos, por ejemplo, con san Pablo, que sentía continuamente que sobre él reposaba la mirada bondadosa de Dios, que Dios estaba unido a él y trataba con él cara a cara y de corazón a corazón, entonces día a día nos sentimos cada vez más pequeños y desvalidos como si aún no hubiésemos aprendido el abecedario de la relación hijo-padre. Porque, seamos sinceros, ¿quién de nosotros puede decir con san Pablo: “Hermanos, hasta hoy yo he obrado con rectitud de conciencia delante de Dios.”? (Hch ٢٣,١)“Este es para nosotros un motivo de orgullo: el testimonio que nos da nuestra conciencia de que siempre, y particularmente en relación con ustedes, nos hemos comportado con la santidad y la sinceridad que proceden de Dios, movidos, no por una sabiduría puramente humana, sino por la gracia de Dios.” (2 Co 1, 12).
Vemos pues que san Pablo vivió lo que enseñaba cuando recomendaba: “Sean ciudadanos del cielo, vale decir, estar junto a Dios, con él y en él, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, el Padre que está tan interesado en nosotros que no sólo tienes posados sus ojos continuamente sobre nosotros sino que examina también nuestro corazón y riñones” (cf. Flp 3, 20; Sal 26, 2). ¡Tan íntimamente unido está Dios a nosotros! Y él exige que también nosotros giremos perpetuamente en torno de él (…).
Raras veces ocurre que personas que son transparentes de Dios reflejen con claridad - más allá de defectos humanos - la maestría divina en cuanto a unir providentia generalis y providentia specialis y así, ateniéndose a la ley de la transferencia de afectos, encaucen limpiamente hacia Dios Padre el afecto que reciben. Con esta observación estamos tocando nuevamente el tema de qué importante es para la renovación del mundo que haya padres auténticos.
Dicho en otros términos: La fe en la providentia divina specialis no se enciende, o no se enciende suficientemente, queda como una pálida idea de barniz religioso;50 si la persona se siente y sabe utilizada por Dios - ciertamente por una benevolencia general - para determinados fines del gobierno del mundo, o peor aún si se siente manipulada por Dios. En uno u otro caso no se sabe ni se siente plenamente aceptada, atendida, cuidada personal e individualmente. De ahí que la persona, en cuanto persona, no se experimente anclada con suficiente profundidad en Dios, ni valorada ni protegida por él, sino despersonalizada, manipulada, masificada, aun cuando se trate de alcanzar metas divinas. Eso redunda en que la fe en la Divina Providencia no se convierta en una gran potencia en la vida de las personas y de pueblos enteros, y que entonces el hombre, al enfrentar catástrofes extraordinarias, caiga en la confusión y se entregue a corrientes y movimientos ateos.
1.16 EL INTERÉS PERSONAL DE DIOS POR CADA SER HUMANO
De: Brief an Turowski 1952/53, 128-129
Quien ha creado nuestra naturaleza conoce mejor que nosotros sus necesidades. Su sabiduría y amor conocen los medios y vías para satisfacerlas. Y su omnipotencia realiza lo que sabiduría y amor hayan previsto. Más allá de que Dios mira con amplitud infinita, vale decir, contempla todo el vasto escenario del acontecer mundial; más allá de la plenitud de sus infinitas perfecciones; más allá de la incorruptibilidad e inexorabilidad de su verdad y justicia y de la pureza de su santidad; más allá de su abrazo amoroso a todo lo que él ha creado… Dios tiene un cariño hondo y cálido por cada ser humano y se interesa personalmente hasta por las mínimas cosas que lo conciernan. Para convencernos de ello hizo que su Hijo unigénito asumiese la naturaleza humana con todas sus nobles inclinaciones y pasiones humanas. Et Verbum caro factum est et habitavit in nobis: el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Ese misterioso interés personalísimo de Dios por cada ser humano - que nos resulta tan difícil imaginar debido a la condición divina de ser espiritual e inmutable - ha encontrado en la persona y figura de Jesús un reflejo perceptible por nuestros sentidos, una encarnación… El Unigénito, representa el rostro del Padre eterno vuelto hacia nosotros, nos revela de modo sensible y tangible, de modo auténticamente humano, cómo podemos representarnos de manera humana el interés espiritual de Dios Padre por cada persona. Newman51 afirma con acierto:
“Realmente es admirable y digna de adoración la condescendencia con la que Dios socorre nuestra debilidad. La atiende y ayuda precisamente de la manera como obró la redención de las almas. Para que comprendamos que a pesar de sus misteriosas e infinitas perfecciones, , presta atención especial y tiene un cariño especial por cada ser humano, asumió los pensamientos y sentimientos de nuestra propia naturaleza, que, como todos sabemos, es capaz de tal cariño personal. Haciéndose hombre cortó de raíz, de una vez y para siempre, las dificultades y problemas de nuestro entendimiento en esa área, como si quisiese dar razón a nuestras objeciones y refutarlas poniéndose él mismo en nuestro propio punto de vista.”
El interés personal de Dios por nosotros presenta sobre todo dos cualidades: Es infinitamente tierno, e infinitamente atento. Esto quiere decir que, en su Hijo, el Padre nos ha regalado, por decirlo así, un espejo en el que se refleja y hace comprensible su amor paternal infinitamente tierno y atento, más allá de que nosotros no podamos entender cómo tal hondo cariño de Dios hacia cada ser humano pueda compatibilizarse con las otras cualidades divinas. Pero si recordamos lo que escuchamos más arriba sobre Pascal y santo Tomás sobre la tensión y la armonía y en relación con las virtudes complementarias de la verdadera santidad en los reflejos humanos de la santidad divina, y si aceptamos luego que en Dios hay que suponer medidas infinitas en todos los aspectos, entonces la razón que piensa en abstracto estará en camino de ver que las contradicciones aparentemente irreconciliables se funden en una unidad.
Quien quiera convencerse del amor personal de Dios no ha de contentarse con tales reflexiones filosóficas abstractas, ni con las enseñanzas de la Sagrada Escritura sobre la providentia divina specialis, ni tampoco con la meditación cuidadosa y continua sobre las misericordias personales de Dios en nuestra propia vida y en la historia de la Familia - forma de meditación habitual entre nosotros; sino seguir adelante y aprender a entender, gustar y responder a la cálida afectividad de Jesús en cuanto expresión humana y tangible del amor paternal de Dios. Es como si en este sentido el Señor nos dijese: “El que me ve, ve al Padre” (cf. Jn 12, 45). “Nadie va al Padre sino por el Hijo” (Jn 14, 6). Nadie comprende el amor individual del Padre, amor que se interesa personalmente por cada ser humano, si no lo ve reflejado en la figura del Unigénito.
1.17 TERNURA Y ATENCIÓN DE DIOS
De: Brief an Turowski 1952/53, 130-131.133
Para al menos presentar algunos ejemplos de cuán tiernamente humana es la sensibilidad del Señor y cuán atento es Él en su trato con los hombres, observemos su relación con sus amigos… Naturalmente haremos sólo algunos enfoques que quieren despertar nuestra iniciativa, nuestro espíritu de descubridores y conquistadores, encauzándolos hacia este fértil campo, para fomento de una fuerte corriente del Padre o de la Divina Providencia. El Salvador, Señor del cielo y de la tierra, el que sostiene firmemente en sus manos el cetro del gobierno universal, es igualmente capaz de sentimientos de amistad. Esta cualidad suya hoy nos conmueve y resulta extraordinariamente cercana, y por momentos, sorprendente. En este sentido la Sagrada Escritura nos presenta escenas pintadas con preciosos detalles que nos permiten meditar sobre algunos rasgos particulares.
Así pues la Sagrada Escritura nos habla de las lágrimas que el Señor derrama de manera auténticamente humana sobre Jerusalén; del modo como trata a Pedro antes y después de la traición; de cómo se conducía con Juan; o bien de cómo trató con Tomás cuando éste dudó. La Sagrada Escritura nos permite además apreciar, con total transparencia, cómo fue su relación con las mujeres piadosas. Particular encanto reviste su relación con Lázaro y sus hermanas.52 Detengámonos un poco aquí, porque así también lo hace la Sagrada Escritura. Escena de cautivante belleza es la del llanto de Jesús junto a la tumba de Lázaro (Jn 11). “Jesús preguntó: ‘¿Dónde lo pusieron?’ Le respondieron: ‘Ven, Señor, y lo verás’. Y Jesús lloró. Los judíos dijeron: ‘¡Cómo lo amaba!’”
Para el pensamiento limitado del ser humano, estos hechos están lleno de enigmas de difícil resolución. Lo admitimos de buena gana. Enigmas que se condensan en un misterio impenetrable cuando pensamos en el carácter divino de la persona de Jesús, cuando nos preguntamos: ¿Cómo Él, en su condición de Dios puede vivir en continua beatitud y a la vez llorar como hombre? ¿Cómo podía ser omnisciente y a la vez no saber? Así pues quien debe revelarnos el misterio del Padre, está ante nosotros cubierto por el velo del misterio. (…) Por ende nunca salimos del mundo de lo incomprensible, en el que sólo la fe viva puede guiarnos. No debe asombrarnos que también el acontecer mundial y nuestra vida estén llenos de cosas incomprensibles.
El Señor llora, llora realmente con gran compromiso interior y no en apariencia. ¿Qué es lo que lo hace prorrumpir en llanto? Ante todo una razón auténticamente humana: Compasión y empatía con el dolor de los deudos que están allí llorando. Vale decir que Jesús se deja contagiar por sus llantos y lamentos, tal como nosotros mismos solemos hacer. Así dice la Sagrada Escritura: “Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, se conmovió y turbó” (cf. Jn 11, 33). En una homilía de un cuarto domingo de Cuaresma, Newman hace referencia a esa escena, trata de explicarla e integrarla al contexto que aquí nos interesa especialmente. Dice así:
“Esencia profunda de la compasión y empatía es el alegrarse con quienes están alegres y llorar con quienes lloran. Sabemos que así ocurre entre los hombres, y Dios nos dice que también Él sabe de compasión y tierna misericordia. Pero no entendemos con facilidad lo que eso significa: ¿cómo puede alegrarse o enojarse Dios? Porque precisamente en razón de la infinita perfección de su ser, el Omnipotente no puede manifestar empatía alguna, al menos no según la conciben seres tan limitados como nosotros. Él está oculto a nuestros ojos. Si se nos concediese verlo, ¿cómo percibiríamos signos de empatía en quien es eterno e inmutable? Él derrocha palabras y obras de empatía en nosotros. No obstante es justamente la visión de la empatía en los otros lo que nos conmueve y consuela más que los efectos de esa compasión. Si bien el Hijo de Dios tuvo para con nosotros una cuota de empatía tan grande como la de su Padre, no nos la manifestó mientras permaneció en el seno del Padre. Pero cuando se encarnó y apareció en la tierra, nos mostró la divinidad en una nueva revelación. Se revistió de cualidades propias de nuestra carne, asumiendo un alma humana y un cuerpo carnal, para hacer suyos pensamientos, sentimientos y mociones de la afectividad que se correspondiesen con los nuestros y fueran capaces de manifestarnos su tierna misericordia. El amor de Dios, el corazón compasivo del Eterno y Omnipotente, se digna a revelarse a nosotros de un modo comprensible para nosotros, vale decir, en el modo de la naturaleza humana.
Jesús lloró por lo tanto no sólo en razón de profundos pensamientos, de su comprensión en aquella hora, sino por ternura espontánea, por amistad y misericordia, por dulzura empática y amorosa, por el cariño, pródigo en cuidados, del Hijo de Dios para con la obra de sus manos, para con el género humano. En ese momento las lágrimas de los hombres lo conmovieron porque fue precisamente la miseria de los hombres lo que lo hizo descender del cielo. Su oído estaba abierto para ellos, y la voz de sus lágrimas halló enseguida el camino hacia su corazón.”
(…) En el trato con sus enemigos el Señor mantiene la misma actitud que observa para con sus amigos. Ejemplo clásico de esto es su conducta para con Judas, el traidor.