Kitabı oku: «¿Por todos o por muchos? La universalidad de la salvación», sayfa 2

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Capítulo I. El Dios de la Biblia quiere salvar a la entera humanidad
La salvación para todos, según la Biblia hebrea

¿Es posible postular el sentido universal de la salvación ofrecida por Jesús el Cristo, como un hilo conductor en la Escritura, la Tradición, el Magisterio de la Iglesia y la analogía de la fe?

La Biblia como Palabra de Dios escrita, es decir, como Sagrada Escritura, ofrece al creyente varios testimonios del deseo divino de salvar a todos, de ofrecer a los seres humanos de todas las épocas la comunión de vida con él (Rm 8,32; 2Co 5,14; 1Tm 2,6; Jn 11,52). En la teología cristiana, este proceso de encuentro y de vida también recibe el nombre de salvación (liberación). Esta palabra es una categoría fundamental de la fe y se puede describir, entre varias posibilidades, como la experiencia de la intervención de un tercero:

Cuando los hombres, por su propia culpa o por una fuerza extraña, han caído bajo un poder ajeno y han perdido la libertad de poder realizar su propia voluntad y de llevar a cabo sus propias decisiones o, dicho de otro modo, de poder ser o hacer lo que (en el fondo o de momento) constituye la opción de su propia vida, de tal manera que no les es posible liberarse por sí solos de este poder extraño, únicamente pueden recuperar de nuevo su libertad por la intervención de un tercero.1

En el contexto de la Biblia, la salvación es un don de Dios, un regalo del Padre. Hablar de la salvación de una manera extensa y completa, desborda el objetivo del presente trabajo, por ese motivo, se opta por presentar algunos rasgos generales pero concatenados con el propósito de seguir el hilo conductor del argumento: la salvación tiene en la Biblia un sentido universal suficiente.

Un momento clave con su respectivo testimonio bíblico sobre la intervención de un tercero, lo encontramos en el libro del Éxodo. Allí se narra la acción de Dios para liberar al pueblo hebreo de la esclavitud en Egipto. Este evento histórico fue tan importante para los hebreos que se considera el punto de partida de su constitución como pueblo y se ha prolongado como memoria actual (zikkaron, en hebreo) para evocar cada año la Pascua. La fiesta solemne de la Pascua celebra y transmite a las nuevas generaciones una experiencia transformadora: aquella noche, el Dios de los pobres y los pequeños sacó a los antepasados de la esclavitud de Egipto con mano poderosa y brazo extendido como lo cantó después el salmo 136.

En los inicios del Primer Testamento, la salvación obrada por Dios a favor del pueblo no se presenta en conceptos abstractos o en elaboraciones teológicas complejas, sino en el acontecer de la historia del pueblo. Israel descubre la mano de su Dios cuando interviene para salvarlo de los imperios dominantes de cada época: egipcio, babilonio, persa y griego (del griego provienen las expresiones σωτήρ y σωτηρἱα, traducidas al castellano como salvador, salvación)2. En la teoría bíblica, este argumento afirma la concepción “de que el único Dios YHWH, el Dios de la creación y de la historia, no solo ha pactado con Israel, sino que en Noé ha pactado con toda la Tierra (Gn 9,13)”3.

Para hablar de la aparición de los textos bíblicos en Israel, varios estudiosos de la Biblia hebrea4 sostienen una fuerte actividad de escritura, redacción y colección de los textos sagrados durante el exilio de los judíos en Babilonia y, con posterioridad a este momento, como comunidad judía, en la época de Esdras y Nehemías (s. V-IV a. C.), porque ya en el s. II en el libro de los Macabeos se menciona una colección bastante completa de la Biblia hebrea (Cfr. 2M 2,13-15; 1,29; 2,4-11; Esd 6,18; Ne 8,15; 10,35).

La época del exilio en Babilonia coincide la aparición de varios textos del Pentateuco y algunas profecías, en particular Isaías 40-55, y después del exilio, Isaías 56-66. Con el ánimo de mostrar el sentido de algunos textos específicos, pero conscientes de la amplitud del tema, se comentan tres textos.

Una salvación más allá de Israel

En la Biblia hebrea, el testimonio de la obra de YHWH más allá de las fronteras del pueblo de Israel no es una idea extraña. Ejemplo de ello son los once primeros capítulos de la biblia (Gn 1—11). Allí se expone una historia capaz de rebasar las fronteras de Israel, con un marco hermenéutico en el cual se convoca a la entera humanidad.

Las narraciones bíblicas sobre el origen del universo, en síntesis, cuentan tres fases: La inicial describe la primera etapa del mundo y de la humanidad (Gn 1-5); la segunda narra la primera crisis del universo: el diluvio (Gn 6-9). La tercera está dedicada a la historia del ser humano después del diluvio, hasta la aparición de Abrahán, antepasado de Israel (Gn 9-11). Por tanto, el mundo actual no es aquel que creó Dios al principio. Es aquel que, después del diluvio, recomienza o reinicia con Noé y su familia.

En este contexto, el pacto de YHWH con Noé (Gn 8-9), presente en la primera sección del Génesis (1—11), amplía el contenido de la salvación y apunta a las demás naciones de la tierra. Se presenta el pacto de Dios, por medio de su “arco en el cielo”, no solo con el personaje bíblico y su pueblo, sino con la entera creación y sus habitantes (Gn 9,13). Allí se narra, al finalizar el diluvio, la renovación de la alianza de YHWH con Noé y con la vida existente sobre la tierra (Gn 9,13-17). Este texto, cargado de elementos característicos del evento creador de los capítulos uno y dos del libro del Génesis, presenta la acción divina, no circunscrita solo a Israel, sino a toda la tierra (se reitera su mención), a los seres vivos y a los animales (Gn 9,10) que habitan el cosmos.

Según la teoría de las fuentes, el autor Sacerdotal (P) jalona su historia con tres grandes pactos o compromisos de Dios, cada uno con su signo. El primero es con Noé y su signo es cósmico, el arco iris (Is 54,9); el Segundo con Abrahán, su signo la circuncisión; el tercero con Moisés, su signo el sábado. Dios tiene sus armas, que son los meteoros (Si 39,28-30), empuña su arco (Ha 3,9), dispara sus flechas (Sal 18,15). Terminada su acción punitiva, suelta el arco y lo coloca en lugar bien visible, para demostrar sus intenciones pacíficas. Así comienza la nueva era: lo cósmico, arco iris; lo biológico, fecundidad; lo histórico, alianza; lo cúltico, sangre, se funden en una dimensión universal.5

En Génesis 9, 1-17, Dios le ofrece a Noé una bendición y una alianza para todos los seres humanos. Como la primera creación había quedado destruida era necesario hacer una nueva. Por ese motivo, Dios bendice a Noé y a sus hijos: “Sean fecundos y multiplíquense” (Gn 9,1), tal como antes Dios le había dicho a Adán y Eva (Gn 1,28). Además, así como en la primera creación Dios había autorizado a Adán y a Eva a comer solo frutas y verduras (Gn 1,29), ahora a Noé y a sus hijos los autoriza a comer carne (Gn 9,3). La nueva creación incluye una nueva dieta, porque ahora el ser humano tiene mayor poder sobre los animales, a quienes ha salvado.

Dios se compromete a no repetir el diluvio y la señal de su protección no es el cambio de estaciones, sino el arco iris del cielo (Gn 9,12). Dios ha cambiado el arco de la guerra (el diluvio) por el arco de la paz y de la esperanza. A esta promesa de Dios se le da el nombre de “alianza”. Y, de acuerdo con la dinámica interna del texto del libro de Génesis, Dios por primera vez hace una alianza con los seres humanos. Para el autor, la señal del amor de Dios se encuentra en la alianza celebrada con los habitantes de la tierra. Esta alianza no excluye a nadie, ni elimina al diferente, ni impone una sola postura.

Abraham, el padre de todos

En Génesis 12, se inicia la historia de Israel, con las figuras de Abraham y Sara. La vocación de este patriarca es el gozne adecuado entre la historia universal y la particular del pueblo elegido, con la misión de salir de su tierra, con la promesa de ser la bendición de todas las naciones de la tierra.

El pasaje de la bendición concluye con una fórmula repetida cuatro veces más en el libro: dos veces para Abraham (Gn 18,18; 22,18), otra a Isaac (Gn 26,4) y la última a Jacob (Gn 28,14); varía la palabra familia/linaje por nación/gentes. La expresión en sentido estricto significa: “las gentes se dirán: Bendito seas como Abraham”. Pero el sentido sufrió una leve modificación con la traducción de los LXX cuando, en Eclesiástico 44,21, la fórmula se cita como “en ti serán benditos todos los linajes de la tierra”. En el Nuevo Testamento se ha extendido esta idea6.

El texto de Gn 12,3, en los orígenes debió referirse solo a los vecinos de Israel, sin embargo, en el marco actual se abre al futuro y derriba las fronteras, es decir, la bendición tiene un alcance universal, pues se promete para todos los pueblos de la tierra y para siempre7. De esta manera, el texto marca un punto importante en la visión del pueblo de Israel en relación con su misión hacia las demás naciones de la tierra, pues el texto supone un giro radical, tanto en la historia personal del patriarca, como en la visión de la historia en general, y apunta a un interés por el género humano y por el universalismo8.

La bendición de Abraham en Génesis 12 envuelve la misión futura del elegido y, en las palabras de Dios a Abraham, esa bendición, como un hilo de oro, recorre no solo el libro del Génesis, sino muchos pasajes de la Biblia hebrea. La bendición divina se cita cinco veces en unas pocas líneas: “Te bendeciré... tú mismo serás bendición... bendeciré a los que te bendigan... en ti serán bendecidos todos los linajes de la tierra”. El término hebreo brk (beraka),“bendecir”, implica una referencia a la fecundidad, como don divino; quizá la palabra aluda a la “rodilla” como un eufemismo para indicar a los genitales, en cuanto raíz de la vida. Por lo demás, la historia de la salvación discurre a través del tiempo y de la carne de los hombres. Por esa razón, la promesa central para Abraham es la descendencia.

Abraham abre la nueva página luminosa de la bendición, de la alegría, de la salvación9. A partir de este momento, el motivo de la bendición resonará a lo largo del Génesis (Gn 18,18; 24,35; 26,3.12; 28,14; 30,27.30; 32,30…). La bendición sobre Abraham tiene así una triple irradiación. En primer lugar, sobre el patriarca y su esposa: “Te bendeciré”. Y por ese motivo, él será la personificación de la bendición: “Tú mismo serás bendición”. La bendición desciende además sobre un segundo ámbito: “Bendeciré a quienes te bendigan”, dice el Señor. Ahora irrumpe sobre el círculo restringido de los vecinos, de los familiares, de los amigos de Abraham. Es una bendición cotidiana, ella confiere serenidad a la vida de cada día, ofrece luz y esperanza a las personas de su entorno.

Sin embargo, hay todavía un tercer horizonte de la bendición divina, es la mirada más importante para el presente estudio: “En ti serán bendecidos todos los linajes de la tierra”. Una frase similar se halla en la profecía de Isaías para el Israel de Dios: “Aquel día, Israel será un tercero con Egipto y Asiria; una bendición en medio de la tierra” (Is 19,24). “Se ha discutido con amplitud –observa C. Westermann, autor de uno de los más importantes comentarios modernos al Génesis, a propósito del pasaje– si esta frase debe traducirse “en ti se bendecirán” (forma reflexiva) o “en ti recibirán la bendición” (forma receptiva) o “en ti serán benditos” (forma pasiva). La traducción más probable desde el punto de vista filológico es la reflexiva. Si las “familias de la tierra piden la bendición invocando el nombre de Abraham, la recibirán”. Sea como fuere, aflora aquí un resplandor universalista. Como observa G. von Rad, “se le reserva a Abraham, en el plan salvífico del Señor, el papel de mediador de la bendición para todas las generaciones de la tierra”10.

Tanto el llamado como la bendición no son aquí un privilegio celoso, ni una distinción honorífica para el escudo familiar. Es, por el contrario, una misión para servir a los otros. El bien recibido no se guarda o se reduce al ámbito de sí mismo y de la familia, más bien, se debe sembrar con manos generosas en el mundo. En el libro citado, Gianfranco Ravasi trae unas frases del comentario del reformista Juan Calvino sobre el libro del Génesis (1550): “La bendición que desciende sobre Abraham es ya la de Cristo: Dios declara que todas las naciones serán bendecidas en su siervo Abraham, porque Cristo estaba contenido en sus riñones: y de este modo muestra que Abraham será no solo ejemplo y protector, sino también causa de la bendición”.

Pero en orden a avanzar en la exposición, se tiene en cuenta una precisión de algunos estudiosos de la Biblia hebrea11. Un amplio vocabulario del libro del Génesis se encuentra también en la segunda parte de la profecía de Isaías (capítulos 40-66) y su redacción quizá tuvo lugar después del exilio de los judíos en Babilonia y de su regreso al territorio judío, ahora bajo el dominio de los persas. Allí los israelitas son un grupo humano dentro de un gran imperio del cual forman parte como una gobernación. Para la presente investigación, importa mucho la relación entre los temas del Génesis, el Éxodo y la profecía de Isaías, por el uso de la expresión hebrea “rabbîm” (todos-muchos) en Isaías.

El templo, casa de oración para todos los pueblos

La tercera parte de la profecía de Isaías se denomina el Trito-Isaías (Is 56—66)12. Los primeros versículos de esta obra reflejan la inquietud misionera de la comunidad y se abren a los paganos con la observancia del Sábado.13 Asoma aquí una gran novedad: la apertura universal, indicada por las categorías: extranjero y eunuco14.

En la etapa de restauración de Israel a la vuelta de Babilonia, el obrar de YHWH alcanza, de manera cercana e inclusiva, a quienes antes no podían gozar de ella. En Isaías 56,3-6, quienes antes estaban privados de la comunión con Dios ahora pueden estar seguros, pues son escuchados y contados como parte de todo el pueblo:

La legislación de Dt 23,2-9 excluye de la comunidad cúltica a eunucos y extranjeros o hijos de extranjeros. El israelita se inserta en la comunidad por la generación y en ella perpetúa su nombre. El forastero se lamenta de no poder participar en el culto, el eunuco se lamenta de no dar fruto en esa comunidad (ver Sal 1,3; 92,13-15). Dicha legislación queda abolida: Dios transforma el “árbol seco” en monumento imperecedero. Les da un nombre más valioso y duradero, no sometido a los azares de la generación humana.15

El punto central de este pasaje se encuentra en el versículo 7, cuando YHWH hace una llamada a todos lo que antes estuvieron excluidos a participar de la vida del templo, ubicado en el lugar santo. Con esto, ellos también serían partícipes de la alegría de quienes están en su casa de oración, pues desde ahora sus holocaustos y sacrificios serán agradables a él. En la segunda parte del versículo, el texto trae una expresión muy significativa, referida al templo (Is 56,7b): “Porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos”.

Estamos delante de un culto diferente para el pueblo elegido, con un templo abierto a todos los pueblos de la tierra () y un Dios cercano dispuesto al encuentro, tanto con los repatriados de Israel, como con los excluidos. En esta visión del Trito-Isaías, no existen restricciones cultuales para los extranjeros ni para los eunucos. Los sacrificios de estos pueblos serían tan aceptables como el de los judíos, pues el Señor los ve como ve a su pueblo Israel. Esto no implica unicidad o disolución de un pueblo en el otro, sino que marca la realidad de un Dios que abre los brazos para todos16. El versículo ocho abre las puertas a más integrantes de la comunidad cultual: el mismo Señor “añadirá a otros”. Esta expresión tiene “fuerza expansiva, porque el mismo Señor seguirá atrayendo y reuniendo”17.

La legislación del Deuteronomio (23,2-9) prohibía acoger en la comunidad a los eunucos y a los extranjeros; entre estos últimos solo los idumeos y los egipcios tenían un privilegio: ser admitidos en la tercera generación. Ahora bien, hacia finales del s. VI a. C., para confortar a las dos categorías de personas excluidas se establece como criterio de pertenencia al pueblo la observancia del Sábado (Is 56,2.4.6) y de la alianza (56,4.6): la berit, en este caso, toma el significado de ley, de obligación y se resume en la práctica de la “justicia”. Por lo tanto, el abandono de la descendencia física como criterio de pertenencia a la comunidad permite a los eunucos ser recordados en la posteridad por su rectitud más que quienes hayan tenido hijos e hijas; a los extranjeros se los considera dignos de llevar ofrendas gratas al Señor18.

Según la profecía de Isaías, el Dios de Israel crea una comunidad fundada en la comunión cultual entre cuantos habitan en Jerusalén. Todos pueden formar parte de ella gracias a ese profundo vínculo de unión entre los hombres, la capacidad de ofrecer sacrificios válidos a Dios. Esta se extiende a los extranjeros, y estos, de ese modo, dejan de serlo. La “reunión” pasa así de un hecho prodigioso momentáneo a la cotidianidad silenciosa, e instaura un nuevo periodo de la historia salvífica. “En la línea tradicional del Deutero-Isaías, es decir, en una línea de la tradición profética, se proclama que la comunidad de YHWH se abre; el motivo lo indica un oráculo divino, en contraste con una línea de la tradición sacerdotal legalista que, por el contrario, trata de restringir la comunidad únicamente a los israelitas de nacimiento”19.

El texto de Is 56,1-8, no es el único con este argumento. Is 60 pone el tema de la “reunión” en un horizonte universal. No se trata de insertar en la comunidad a cierto número de personas ya presentes en Jerusalén, sino de acoger a los pueblos peregrinos hacia Jerusalén. La salvación se va a realizar: el Señor viene para llenar a Jerusalén de su luz y, en vista de ella, también los pueblos se pondrán en movimiento.

En el tema de la salvación anunciada (Is 60,1-9) y descrita (Is 60,10-22) se inserta la reunión de los pueblos. Pero, en relación con Israel, hecho nuevo y central, él aparece “servido” por los otros pueblos de acuerdo con un triple motivo. Los pueblos vienen para acompañar a la mayoría de los desterrados que todavía está lejos de la ciudad; llevan consigo sus bienes, desde los animales para los sacrificios hasta las naves para el transporte20, y las riquezas necesarias para la reconstrucción de la ciudad y del templo. Son testigos de las maravillas obradas por el Señor en favor de Sión, contribuyendo así a la glorificación de Dios y de la ciudad; la gloria derramada sobre el pueblo proviene del Señor y habla bien de Él. “En Is 60 los pueblos son solo portadores de los bienes de salvación mediante los cuales Sión es glorificada. Están al servicio de esta glorificación. Sucede como en los Salmos, cuando hablan de los pueblos que asombrados y temerosos reconocen las maravillosas obras de Yahveh en favor de Israel (Sal 126,2b) y sacan las consecuencias: todos los reyes le tributan homenaje, todos los pueblos le sirven (Sal 72,11; cfr. también Sal 22,28; 66,4; 86,9; 102,22 ss.)”21.

Isaías 66,18-21 se eleva a una concepción sin duda universal: “Pero yo vengo a reunir a todas las naciones y lenguas: y ellas verán mi gloria. Pondré entre ellas una señal y enviaré salvados de ellas a las naciones: a Tarsis, Put y Lud, a Mesek y Ros, a Tubal y Yaván, y a las islas lejanas que no han tenido noticia de mí ni han visto mi gloria. Ellos anunciarán mi gloria en las naciones... Y también de entre ellos tomaré como sacerdotes y como levitas –dice Yahveh–”. La venida del Señor ya anunciada no es portadora de castigo (Is 66,15-17) sino presencia radiante y luminosa que es la gloria, de la que tendrán experiencia “todos los pueblos y todas las lenguas” (Za 8,23; Dn 3,4.7.29; 6,25), reconstruyendo así la unidad destruida en Babel.

Dios ofrece un signo, la elección de supervivientes entre las gentes para ser misioneros, entre quienes todavía no conocen al Señor. “Aquí por primera vez se habla claramente de la misión como la entendemos nosotros, es decir, como envío de personas individuales a los pueblos lejanos para anunciar la gloria de Dios. Esto tiene una correspondencia exacta en la misión apostólica en los comienzos de la Iglesia cristiana. No se puede sino constatar con admiración cómo aquí, en las márgenes del Antiguo Testamento, en esa pequeña cosa que es el pueblo elegido, se ve ya el camino de Dios que lleva al mundo en toda su amplitud”22.

Insertar a los paganos entre los cerrados grupos de sacerdotes, tutelados por rigurosas genealogías y hacer de ellos testigos ante los que no han visto ni oído aparece como una innovación atrevida. Por esa razón, no es extraño el intento de restablecer de inmediato un equilibrio, volviendo a posiciones más tradicionales (Is 66, 20.22-24). Este amplio sentido del texto se presenta seguro: en efecto, es poco convincente el intento de leer el v. 21 a la luz del precedente v. 20, por el que “sacerdotes y levitas” se tomarían de entre los israelitas repatriados. La acción del “Dios que reúne” resulta presente en tres puntos claves de los capítulos atribuidos al Tercer Isaías (56; 60; 66) y constituye, así, una verdadera inclusión.

La sola terminología utilizada por el Primer Testamento da una idea acerca del sentido de la acción salvadora en la historia del pueblo de Israel. Esta se refiere sobre todo a YHWH como el sujeto que obra en favor de su pueblo elegido, al cual ayuda, libera, protege, hace salir y pone a salvo junto a sí mismo. Este testimonio literario centra su visión en las fronteras de Israel, algunas veces en la misma ciudad de Jerusalén y, otras, pone su acento en la esperanza de la salvación de un resto fiel, el cual será el continuador de la alianza (Is 37,30-35). Pero esta comprensión universal y amplia de la acción de Dios no queda restringida solo a la Biblia hebrea, sino que es posible seguir la pista del argumento en el denominado Nuevo Testamento.