Kitabı oku: «Alma», sayfa 8

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—Nada —respondió Jack soltando a Sam—. Que Tom se hacía las mismas preguntas que tú. Eso es todo. En realidad, lo único que pasa es que hay animales salvajes que son peligrosos, sobre todo los lobos. Por aquí hay una manada importante, aunque hace tiempo que no se les ve. Son predadores nocturnos. Y ése es el motivo por el que nadie entra en la montaña de noche. Bueno, ése, y lo de las plantas venenosas…

—¿Cómo?

—Nada, nada, no me hagas caso. Es una tontería.

Aquello me dejó perpleja, lo de los lobos era una explicación razonable pero no era lo que estaba buscando. Sabía que mi hermano no podía haber sido presa de ningún animal. Aunque Jack lo había dicho con la mejor intención estaba claro que no podía ser cierto. Bastaba una mirada al rostro del pequeño Sam para saber que allí había algo más. Lo que no podía entender, era por qué no me querían contar el verdadero motivo.

Ethan se encogió de hombros y se puso en pie.

—Será mejor que volvamos —dijo zanjando el tema.

Sus hermanos lo imitaron, apreté la mandíbula y los seguí hasta la trampilla para marcharnos.

—¿De verdad no me vais a contar nada? —pregunté incrédula, mientras empezaban a desaparecer por la abertura del suelo.

—No —contestó la voz de Ethan desde la escalera.

—¿Por qué no? —protesté.

—¡Porque si tu tía no te lo ha contado es por algo! —gritó mientras seguía bajando.

Me llevé las manos a las sienes he hice un gran esfuerzo por no ponerme a gritar allí mismo. Cogí aire varias veces y me serené un poco. Iba a tener que empezar a apuntarme todo lo que tendría que preguntarle a tía May y a mamá. Eché un último vistazo a la casa antes de meterme por el agujero para empezar a bajar por el árbol. La frustración que sentía parecía ir en aumento dado que cada vez que parecía que me iba a enterar de algo importante se me denegaba. Paciencia, Lor, paciencia.

El descenso fue más rápido de lo que yo pensaba, tal vez porque no dejaba de darle vueltas a la cabeza y no miraba por donde iba. En cuestión de un minuto estuvimos todos abajo.

Mientras volvíamos a la Pick-Up en el más absoluto de los silencios, caí en la cuenta de que no habíamos hablado ni un solo momento sobre la construcción del nuevo cobertizo. Por la posición del sol debía ser casi medio día. Aunque estaba algo molesta con los chicos por negarse a explicarme lo que me intrigaba, no me quedó más remedio que decirles lo que en aquel momento me rondaba por la cabeza. La ira de tía May si se enteraba de que la había mentido y para qué.

En menos de dos segundos Ethan y Jack ya estaban discutiendo sobre cuál sería la mejor forma de construirlo. Ni siquiera me sorprendió que no lo tuviesen pensado ya. Me resigné a la idea de que mi tía nos pillase mientras nos subíamos a la furgoneta y me abrochaba el cinturón buscando donde agarrarme para no salir disparada durante el camino de vuelta.

Para mi fortuna y contra todas las leyes de la naturaleza los chicos se pusieron de acuerdo en una forma de construcción. Para cuando abandonamos el ajetreado tramo de bosque y volvimos a salir a la carretera ya me estaban contando cómo iban a hacerlo.

Al llegar a la finca vi la camioneta de Cyrus aparcada en la entrada. Recé para que no hubiese ido a ver a Bill Tyler ese día, y a juzgar por las miradas que intercambiaron mis acompañantes, ellos estaban pensando lo mismo. De lo contrario tía May ya estaría enterada de que no habíamos ido al pueblo a “mirar planos”

Juntos, nos armamos de valor y nos bajamos del coche con cara de póker. Subimos los tres escalones del porche y nos encontramos a Cyrus y tía May sentados en la entrada con una cerveza y una copa de vino.

—Por fin estáis de vuelta —dijo mi tía—. ¿Qué tal ha ido? ¿Sabéis ya qué tipo de cobertizo nos irá mejor?

Solté el aire que había contenido hasta el momento, no sospechaba nada.

Ethan se adelantó y se puso a explicar lo que planeaban hacer, me echó la culpa de la tardanza a mí por ser incapaz de decidirme.

En pos de que sonase creíble asumí mi ineficacia ficticia con un encogimiento de hombros que a mi parecer, resultó muy convincente. Sin nada más que añadir, los chicos se pusieron manos a la obra y yo aproveché para ir a la cocina. Tenía que hablar con mamá, cogí el auricular y marqué su número, descolgó al tercer timbrazo.

—¿Diga?

—Hola mamá. Soy yo.

—Cielo —suspiró— ¿Cómo estás?

—Bien —decidí ir al grano. — ¿Mamá?

—Dime cariño.

—¿Por qué nunca me has contado las leyendas de Alma?

Silencio

—¿Mamá? —insistí.

—¿A qué viene eso ahora Lor?

—Curiosidad, supongo.

—Son tonterías.

—Pues aquí las tienen muy en cuenta —argumenté—. ¿Por qué no podemos salir de noche?

—Porque no.

Su respuesta fue cortante, incluso el timbre de su voz cambió al decirlo, de una forma que dejaba muy claro que si no obedecía me metería en serios problemas. Enfurecí automáticamente.

—¿Qué ocurre? —dije apretando los dientes.

—¿Que qué ocurre? —contestó—. ¿Acaso quieres que ocurran más cosas? ¿No has tenido suficiente con la desaparición de tu hermano? ¿También quieres desparecer tú? No permitiré que me cuestiones, no salgas de noche.

—Mamá, necesito saber qué pasa —murmuré deshinchándome, la había herido, otra vez. Y me odié por ello. Pero necesitaba tener un mínimo conocimiento de causa. Si no, ¿Cómo iba a encontrar rastro de Tom?—. Quiero conocer las leyendas.

—Conocerlas no te servirá de nada. ¿Esto ha sido cosa de tu tía, verdad?

Aquello me pilló con la guardia baja.

—No —respondí a la defensiva—. Claro que no.

—¿Se puede saber a qué vienen esas voces?— dijo tía May irrumpiendo en la cocina como si la hubiésemos invocado con tan solo mencionarla. Maldición.

—Lo sabía —masculló mamá.

No contesté, estaba ocupada pellizcándome el puente de la nariz, lo que sí hice fue responder a tía May que seguía a mi espalda esperando una respuesta.

—Estoy hablando con mamá.

Mi tía alzó las cejas y fue al fregadero asintiendo para sí.

—Dile que se ponga —ordenó mi madre.

—Esto no tiene nada que ver con ella —insistí.

—Te he dicho que…

—Señora —escuché una voz que no conocía al otro lado de la línea—. No puede hablar por teléfono aquí —le decía a mi madre—. Apáguelo o márchese.

—Sí, sí. Lo sé —respondió mi madre a la voz.

—¿Dónde estás? —pregunté. En el despacho de la galería podía hablar tranquilamente por teléfono. ¿Quién sería capaz de exigirle a la directora que colgase? Eso implicaba que no estaba allí.

—No puedo hablar, dile a tu tía que la llamaré —siseó antes de colgar.

Me quedé de piedra, oyendo comunicar al teléfono. ¿Pero qué? Colgué dando un golpe seco totalmente molesta. Mi tía tosió a mi espalda para llamar mi atención. Me senté de mala gana en la silla más cercana a mí y la miré cabizbaja.

—Creo que te he metido en problemas tía May, lo siento.

Mi tía sonrió y se sentó también.

—¿Con mi hermana?

Asentí tapándome los ojos con las manos. Ella sacudió la mano en el aire para quitarle importancia.

—No te preocupes —me calmó—. Sé cómo lidiar con eso. Pero, ¿por qué ha sido?

Miré a mi tía a los ojos. La noche anterior me había preguntado si conocía las historias, ante mi negativa y mi explicación del por qué, no hizo nada. Se limitó a negar con la cabeza claramente contrariada pero nada más, aquello no hizo que me explicase las leyendas, ni mucho menos. Siempre había sido consciente de mi ignorancia sobre ese tema, y lo tenía asumido. Cuando vi que tía May no me contaba nada me molestó un poco, pero tampoco le di más importancia. La chispa había saltado aquella mañana, cuando supe a ciencia cierta que los Tyler seguían la misma norma que nosotros a causa de dichas leyendas, y se dispararon las alarmas. Aunque ellos no lo hubiesen admitido, yo lo sabía.

Mi tía seguía observándome en silencio aguardando mi respuesta.

—Le he dicho que quería conocer las leyendas —dije alzando la barbilla.

—Oh, eso —se limitó a decir.

—Sí, eso —repetí molesta—. Tú quieres que las conozca, ¿no es así? Anoche casi me las cuentas. ¿Por qué no lo hiciste?

—Querida no se trata de lo que yo quiera, me temo. Sino de lo que crea tu madre que podría pasar si lo supieses.

—¿Qué quieres decir? Son solo historias, ya sabes, folclore popular, como diría ella.

Vi cómo se le tensaban las comisuras de los labios en un tic de crispación, sabía que no soportaba que describiesen “sus” preciadas leyendas de esa manera. Intenté con esto que estallase y me contara algo para defender que no eran historias de viejas. Pero lo que hizo fue peor. Se levantó de la silla me puso una mano en el hombro y dijo con fingida indiferencia:

—Será mejor que dejemos el tema por hoy.

—¿Qué? —grité levantándome de un salto.

—Hablaré con tu madre. Es todo lo que puedo decir.

—¿Para qué? ¿Para pedirle permiso? —espeté indignada.

—Es lo justo, eres su hija.

—¿Lo justo? ¿Y qué hay de Tom? Se saltó la dichosa norma y desapareció. Quiero saber todo lo que hay detrás. Lo justo es que yo lo sepa, para eso he venido. ¡Maldita sea!

No la dejé que me respondiese. Atravesé la cocina en dos zancadas y subí de tres en tres los escalones hacia el piso de arriba. Llegué a la habitación de mi hermano y entré como un vendaval. Fui directa a la cama presa de la ira que sentía hacia el silencio de mi madre y todo aquel secretismo que rodeaba a la desaparición de mi hermano mayor. Cogí las sabanas y las sacudí en busca de cualquier cosa que nadie hubiese visto, tenía que haber algo en alguna parte. El colchón se agitó por culpa de mis tirones enfurecidos pero no me dio respuesta alguna. Seguí con la almohada, desgarré la funda sin tan siquiera pararme a pensarlo. Nada. Estampé la lamparilla de la mesita de noche contra el suelo de un manotazo y saqué los cajones, vacié la ropa interior de Tom a mis pies y rebusqué pero tampoco había respuestas ahí. Fui derecha al escritorio y tiré de la cajonera también. No encontré más que bolígrafos, lápices y unas tarjetas de la biblioteca del pueblo.

—¡Maldita sea! —maldecí.

—¿Has terminado ya?

Me volví de inmediato. Tía May se encontraba en el umbral de la puerta, me había seguido y había sido testigo de mi vergonzoso comportamiento, y yo no me había dado ni cuenta.

—Encontraré algo —dije a la defensiva con el orgullo herido.

—Estupendo —respondió seriamente—. Mientras eso ocurre, ordena este estropicio otra vez. Te esperaremos abajo para comer.

Apreté la mandíbula y tragué saliva. Mi tía lo tomó por un sí, y salió cerrando tras ella. Cuando me quedé sola, tomé unos minutos para serenarme. Le había montado una escenita sin querer, y había hecho el ridículo. La habitación había quedado hecha un desastre por mi culpa. Mientras me sobreponía a mi mal carácter empecé a recoger aquel caos sintiéndome una completa inútil.

Cuando estuve lo bastante entera, bajé. Tía May estaba en el porche y ya lo tenía todo listo. En aquel momento estaba poniendo sobre la mesa una gran fuente de ensalada.

—Lo siento —dije a sus espaldas.

Se secó las manos con un trapo que llevaba colgando de la cintura y se volvió hacia mí, con el rostro serio, pero no estaba enfadada.

—Entiendo tu frustración, cariño. Pero debes mantenerte lúcida. Son tiempos complicados para nosotras.

No entendí muy bien lo que quería decir con eso, pero asentí. Estaba claro que la desaparición de Tom nos había afectado a todas de manera nefasta. Tía May se acercó a mí y me dio un abrazo. Se lo devolví agradecida, hacía mucho tiempo que nadie me abrazaba para reconfortarme. Mamá había dejado de hacerlo cuando ocurrió lo de Tom. Unas pequeñas lágrimas se deslizaron sigilosas por mis mejillas.

—Jolín —me quejé limpiándome la cara cuando me soltó—. Desde que he llegado no hago más que llorar como una niña.

—Bueno —dijo sonriendo dulcemente— ve a lavarte la cara y ves a ver a los chicos. Creo que tienen una sorpresa que darte.

—¿Una sorpresa? —pregunté.

Tía May ensanchó su sonrisa y alzó las cejas una sola vez. Corrí al baño para refrescarme un poco la cara. Lo cierto es que me daba igual como me viesen los chicos. Aquella mañana ya había llorado delante de ellos, y no les había importado. Pero mi tía pensaba que llorar delante de la gente no era digno de una Blake.

Cuando me hube adecentado un poco corrí a reunirme con los chicos. Llegué casi a la entrada de la finca donde se suponía que estaría situado el nuevo cobertizo. Ethan ya había delimitado el perímetro de la construcción y estaba afianzando los primeros maderos. Sam lo seguía con la caja de herramientas por si necesitaba algo, mientras observaba a su hermano mayor muy concentrado.

—Hola chicos —saludé—. Ya veo que avanzáis a grandes pasos. ¿Dónde están Cyrus y Jack?

Los Tyler alzaron la cabeza al verme, pero no me respondieron. El mayor y el menor compartieron una mirada cómplice y sonrieron.

—¿Qué pasa? —quise saber.

El atronador ruido de un motor pasado de revoluciones a mi espalda me sorprendió. Me volví de inmediato. Cyrus y Jack se aproximaban a nosotros a gran velocidad en la vieja furgoneta de tía May, que rugía fieramente bajo el control de Jack, que sonreía enloquecido mientras que Cyrus, a su lado, se carcajeaba sujetándose el sombrero para que no se le volase por la ventanilla.

Al llegar junto a nosotros, Jack frenó y tocó el claxon (uno muy estridente) antes de parar el motor.

—¡No puedo creerlo! —exclamé acercándome a Jack que en ese momento bajaba de la camioneta—. ¡La has arreglado!

—Pues créetelo —respondió sonriente con las manos en los bolsillos, cerrando la puerta del piloto de una patada.

—¿Pero cuando? —pregunté.

Jack se encogió de hombros como si fuese evidente.

—Cuando hemos llegado me he puesto manos a la obra.

—¡Caray, qué rapidez!

—Te lo dije —intervino Cyrus, que también se había bajado de la camioneta y observaba la obra de Jack muy satisfecho—. Son Tyler, son unas bestias. Incluso con la mecánica.

—Bueno —se explicó Jack—, ya tenía las piezas que faltaban cargadas en nuestro coche. No te he dicho nada porque quería darte una sorpresa.

—Lo has conseguido desde luego —admití.

—¡Chicos! —Gritó tía May desde el porche—. ¡La comida está lista, venid aquí antes de que se enfríe!

Nos fuimos a comer y tras la charla de sobremesa todo el mundo volvió a sus tareas. Cyrus se marchó al pueblo a buscar más plantas para tía May, y ella se metió en su habitación de preparados. Los chicos volvieron a la construcción del cobertizo y yo, como en aquellos momentos no podía ser de gran utilidad, fui a ocuparme de JB. Aquel día no lo había ido a ver ni una sola vez.

Al llegar al cercado el animal se acercó a saludarme en silencio. Entré dentro y le acaricié el hocico.

—Vaya, vaya. Cualquiera diría que me has echado de menos, mala bestia —le susurré.

Como respuesta se apartó bruscamente de mí.

—Ya decía yo —mascullé acercándome al bebedero.

Apenas le quedaba agua así que abrí la llave de paso y se lo llené. Me aseguré de ponerle la paja y el pienso necesarios para que cubriese sus necesidades de la tarde y acto seguido fui a buscar una morralla para llevármelo a darle una ducha. No le hizo mucha gracia que me lo llevase cuando tenía toda aquella comida allí preparada y lista para ser devorada. Pero aun así no opuso mucha resistencia a mi amarre. Le di una ducha fría, que agradeció, y le trencé las crines por puro entretenimiento.

Mientras lo hacía mi mente vagaba de un lado a otro repasando mentalmente lo que me había encontrado hasta el momento. Parecía que las respuestas a muchas de mis preguntas se encontraban encerradas en las leyendas de Alma, no parecía que nadie me fuese a contar nada. ¿Pero qué relación tenían con Tom? Aparte de que se había saltado la norma, claro. No era para tanto ¿no? Si la policía no había encontrado nada, ni mi madre, ni tía May, ¿por qué tenía esa sensación de que yo sí conseguiría algo? Aunque llamarlo sensación era inapropiado. La palabra que mejor se definía con lo que sentía, era certeza. Sí, tenía la certeza de que iba a encontrar algo, y ese sentimiento me devoraba por dentro, porque no sabía en qué momento encontraría esa respuesta o esa pista. Por eso me estaba obcecando más en las leyendas. Claro estaba también que, cuando te prohíben algo, más lo deseas, y eso me estaba pasando a mí con aquella información. Como no podía hacer nada al respecto, al menos por el momento, decidí que lo mejor sería volver a la casa del árbol sola. Sin ninguna distracción. Aquella mañana, cuando había subido por primera vez, había sentido algo. Pero era tal la emoción que sentía, que no me había parado a pensar en qué era. Había algo que no había sabido ver en aquella casita, por lo menos eso es lo que quise creer.

Dejé a JB atado al poste de la ducha para que se secase un poco con el sol de la tarde y fui al gallinero a recoger los huevos. Espanté a las gallinas a manotazo limpio. Me gané a pulso un par de picotazos pero nada más. Salí del gallinero escupiendo algunas plumas y me encontré de frente con los tres Tyler.

—Por hoy hemos terminado —informó Ethan.

—Pero si falta bastante para la puesta de sol —dije extrañada.

—Sí, lo sabemos, pero le dijimos a mis padres que les echaríamos una mano hoy para el cierre —se excusó.

—De acuerdo, nos veremos mañana entonces.

—Sí —dijo mientras obligaba a sus hermanos con los brazos a marcharse. Cuando apenas habían dado tres pasos para alejarse, se volvió de nuevo hacia mí—. No salgas de noche, ¿de acuerdo? No queremos que te metas en líos.

Levanté una ceja ante el comentario, el hecho de que Ethan Tyler me prohibiese salir de noche me parecía cómico, a falta de una palabra mejor. Aun así, asentí en silencio con una sonrisa vacilante. Pareció convencido y, finalmente, se marchó junto a sus hermanos.

El resto de la tarde lo pasé arrancando malas hierbas y limpiando la cuadra de JB. Para cuando lo devolví a su cercado, ya estaba seco, pero eso no evitó que se revolcase en la paja para quitarse el brillo que tan cuidadosamente había conseguido cepillándolo.

Tía May y yo cenamos tranquilamente aquella noche. No quise insistir más en el tema de las leyendas, dado que ya me había dejado claro que mi madre tenía mucho que decir sobre el asunto. Aunque yo no pensaba lo mismo y sabía que mi tía tampoco. Mamá no había vuelto a llamar, y supuse que lo haría al día siguiente. Solo esperaba que para entonces no estuviese tan enfadada y no lo pagase con tía May. Cuando hubimos terminado, subí al piso de arriba, le eché una fugaz mirada a la puerta del dormitorio de mi hermano mientras pasaba, ignoré el estudio de pintura de tía May y me metí en mi cuarto. Me puse la camiseta de Tom y me deslicé entre las sábanas.

CAPÍTULO 5

De vuelta y con sorpresa

Me desperté sobresaltada aquella mañana. Todavía no había salido el sol, no recordaba lo que había soñado, pero no había sido agradable. De eso, no me cabía la menor duda. La camiseta de mi hermano daba buena cuenta de ello, la tenía pegada al cuerpo empapado de sudor, pese al frescor de mi habitación.

Me senté con los pies fuera de la cama, intentando recordar qué es lo que me había alertado de aquella forma. Pero por más que me esforcé en recordar, no logré ver ninguna imagen en mi mente. Un escalofrío me recorrió la espina dorsal y me empujó a ponerme en pie y volverme hacia la puerta de mi habitación. No sabía qué esperaba encontrarme, pero desde luego el nerviosismo que sentía no se calmó, ni al encontrarme allí de pie como una idiota totalmente sola. Cogí aire y me obligué a mí misma a tranquilizarme. Solo había tenido una pesadilla, nada más. A pesar de ser consciente de ello, sabía que ya no podría volver a conciliar el sueño. Me quité la camiseta de Tom a regañadientes, pues sabía que tendría que lavarla a escondidas de tía May, y escoger una nueva de su ropero para el día siguiente. Aprovecharía que era muy temprano para lavarla a mano en el baño y tenderla en mi habitación. Fui al cuarto de baño con la camiseta agarrada contra mi cuerpo sintiéndome aun alerta, entré dentro y eché el pestillo con la sensación de ser una completa imbécil, pero lo hice de todas formas. Cuando hube lavado a conciencia la camiseta y escurrido para tenderla, me metí en la ducha para relajarme. El agua terminó por despertarme y tranquilizarme.

Volví de nuevo a mi dormitorio con el pelo envuelto en una toalla y escogí la ropa que me pondría aquel día. Vaqueros, una camiseta negra de tirantes, mi bandolera en la cintura y me calcé mis Panamá Jack. Cuando estuve vestida el Sol empezó a abrirse paso perezosamente en el horizonte y los primeros rayos no tardaron en filtrarse por la ventana. Bajé a la cocina con todo el sigilo del que era capaz para prepararme un café. Pero al entrar en la cocina me detuve de sopetón. Tía May estaba sentada a la mesa con una humeante taza entre las manos y la mirada perdida. Aun no se había vestido, portaba una bata de satén en tonos verdes, y el pelo, que normalmente llevaba trenzado a un lado, descansaba como una interminable cascada en varios tonos de marrón y blanco sobre su espalda. Tenía un aspecto salvaje, a pesar de que estaba tan quieta como una estatua.

—Tía May —dije cuando me recuperé del sobresalto.

Ella movió sus ojos lentamente hacia mí y pestañeó. Hasta ese momento, ni siquiera se había percatado de mi presencia.

—Lor—dijo sonriendo, su rostro mostraba un cansancio enorme—, ¿Qué haces despierta tan temprano?

—Creo que he tenido una pesadilla —expliqué—. Aunque no recuerdo nada. ¿Y tú? ¿Te encuentras bien? No tienes buen aspecto.

Se echó un vistazo a sí misma, extrañada, y se puso en pie para servirme una taza de café. Mientras lo hacía fue recobrando el porte solemne que solía tener y el aspecto de cansancio se esfumó, excepto alrededor de sus ojos.

—Me hago vieja —dijo al fin, mientras colocaba mi taza en la mesa—. Eso es todo, aunque yo tampoco he pasado buena noche.

—¿También has tenido una pesadilla? —pregunté mientras tomaba asiento.

—Sí, podríamos llamarlo así —dijo con aire ausente, aunque se repuso enseguida—. ¿Qué pensabas hacer? —inquirió señalando mi ropa.

Vacilé un momento, sin saber el motivo, pero finalmente contesté.

—Había pensado en salir a dar una vuelta con JB, llevo dos días sin montar y me vendrá bien una pequeña excursión.

Tía May asintió levemente.

—¿Has sentido algo extraño? —preguntó de repente.

Casi tiré la taza de café, ¿lo sabía?

—No —mentí. No supe por qué pero lo hice, a fin de cuentas solo había tenido una pesadilla. No significaba nada— ¿Se supone que tendría que haberlo hecho? —dije con una sonrisa socarrona.

Ella suspiró pero negó con la cabeza.

—No, es solo que…—calló—, y sus ojos volvieron a vagar por algún lugar inaccesible para mí.

—¿Tía May te ocurre algo? —dije moviendo una mano frente a su cara.

Regresó de donde quisera que estuviese y volvió a centrarse en mí.

—Perdona, querida —se disculpó—. Creo que voy a acostarme un rato, debo de estar incubando algo.

Aquello ya era preocupante, le quité la taza vacía de entre las manos y la puse en el fregadero.

—Entonces me quedo —me ofrecí solícita, aunque ardía en deseos por volver a la casa del árbol.

Ella negó con la cabeza.

—No, no. No te preocupes. Es la falta de sueño. Me acostaré un rato hasta que vengan los chicos. Al mediodía estaré mejor. Ve a darte una vuelta, te vendrá bien.

—Pero si estás enferma, será mejor que me quede —insistí.

—¡Qué tontería! —se burló—. No puedes hacer nada por mí si estoy durmiendo, y tampoco hay nada que hacer hasta que lleguen los muchachos. Vete tranquila.

Se levantó de la mesa, me besó en la frente y salió de la cocina. Me asomé al marco de la puerta y grité antes de que se perdiese escaleras arriba.

—Llevo mi teléfono móvil. Si me necesitas, ¿me llamarás?

—Claro, no te preocupes —contestó sin volverse para mirarme.

La vi desaparecer en el piso superior sin saber exactamente qué sería lo mejor. Pero al fin y al cabo ella tenía razón, si estaba durmiendo no me necesitaba y seguramente lo único que le hacía falta era dormir.

Salí al porche y me dirigí al cercado de JB con sentimiento de culpabilidad. Pero aun así cogí al caballo y ensillé en menos de cinco minutos. Monté y salí de la finca a galope.

Cuando hube dejado la casa atrás, me sentí mucho mejor. Frené el ritmo y me mantuve en un trote corto, dejando que el aire fresco de la mañana me acariciase el rostro. Tenía que buscar el camino hasta la casa del árbol, pero no quería pasar por el tramo de carretera con JB. Lo mejor sería que llegase al lago por el camino habitual, y una vez allí lo vadease hasta llegar a la casa. Aunque de esa forma el trayecto fuese un poco más largo. Con los chicos habíamos llegado en veinte minutos. Calculé que, a caballo, seguramente fuese poco más de una hora. Cuando JB se hubo desentumecido frené para seguir al paso. Saqué mi teléfono de la bandolera y lo encendí.

Enseguida empezó a vibrar a causa de los mensajes airados de Bibi. Sonreí. Incluso en la distancia, era la única capaz de arrancarme una sonrisa cuando me sentía triste. Aunque en aquel instante no fuese la tristeza lo que me acechaba, sino una sensación extraña. Abrí la bandeja de entrada para leer sus mensajes.

*Esto es imperdonable.

*Lo digo en serio, Lor.

*No puedo creer que lo hayas apagado de verdad, ¡¿sin tan siquiera decirme de qué se trata!?

*Esto no lo hacen las amigas.

*Además, que me despiertes a estas horas para que me coma el tarro pensando en esto es una guarrada. Sé que lo sabes y eso lo hace aun peor.

*Vuelvo a acostarme, siento defraudarte pero pienso volver a dormirme.

*Aunque sea lo último que haga.

*¿Te ha quedado claro?

El último mensaje había sido enviado cinco minutos antes de las ocho de la mañana. Fui al registro de llamadas y vi que había intentado llamarme seis veces sobre esa hora. Lo cierto es que me sorprendió que no lo intentase por la noche. Debía haberse enfadado de verdad. Negué con la cabeza y pulsé llamar. Mientras lo hacía, y a pesar de saber lo que me iba a encontrar, no pude evitar que se me escapase la risa. Bibi dejó que el teléfono sonase una y otra vez, sabía que lo estaba haciendo aposta, pues a diferencia de mí, ella era adicta al móvil, y no se separaba de él jamás. Al final, cuando estaba a punto de saltar el buzón de voz descolgó.

—Espero que sea importante —dijo desdeñosa—, es temprano y aunque no lo creas tengo una vida privada bastante ajetreada.

—Buenos días a ti también, Bibi —saludé aguantándome la risa. La adoraba.

—¿Es que sientes un placer especial en privarme de mis horas de sueño? Mi cutis necesita unas horas determinadas de descanso, ya lo sabes.

—Vale —respondí con malicia—, entonces cuelgo y te dejo dormir.

—Alto, alto —masculló—, ya me has despertado. Estarás contenta, espero que lo que me tengas que contar valga la pena. Te recuerdo que me has estado ignorando, a mí, a tu mejor amiga. ¿Sabes lo que significa esa palabra, guapa?

—Lo siento Bib, de veras, pero he estado muy liada.

—¿Sabes lo que significa la palabra vacaciones? Déjalo, no me respondas. Ya sé lo que me vas a decir, estás buscando a Tom y no puedes descansar, ya. Por cierto, ¿dónde estás? Oigo un golpeteo.

—Estoy dando un paseo a caballo. Voy de camino al lago.

Ahora que ya estaba un poquitín más apaciguada, empecé a narrarle todo lo acontecido hasta el momento. Las obras de la finca, la camiseta que había sacado del cuarto de Tom, la casa del árbol, el misticismo de las leyendas, la riña con mamá, incluso le conté que había tenido una pesadilla. Cuando terminé aguardó callada unos instantes antes de pronunciarse.

—Lo que me parece más raro de todo —dijo pensando en voz alta—, es que no te quieran contar las leyendas del pueblo.

—Ya, eso también lo he pensado yo. Los Tyler quisieron hacerme creer que en realidad es solo porque hay animales salvajes en la montaña que salen a cazar de noche. Pero no me lo creí.

—Por supuesto que no —escupió Bibi casi escandalizada—, esta gente de pueblo se cree que puede hacerte creer cualquier cosa, incluso en el chupa cabras.

—No creo que sea eso, supongo que son celosos con sus cosas, puede que teman hacer el ridículo.

—No veo cómo.

—Ya sabes, que me ría de sus historias y cosas así. A mi tía por ejemplo le fastidia mucho cuando me refiero a esas historias como folclore popular.

—Tal vez cuando llegues a la casa del árbol encuentres algo que haga referencia a ello.

—Bueno…—vacilé—, ayer no vi nada.

—Tampoco sabías qué estabas buscando —puntualizó.

Me eché a reír.

—Ahora tampoco, sigo sin saber de qué tratan las leyendas.

—Bueno, tú mantén la mente abierta. Oye, ahora soy yo la que tiene que colgar, tengo hora para la pedicura y me tengo que marchar.

—Está bien, Bib, si encuentro algo te llamaré.

—Y si no lo haces, también por favor. No me mantengas en el olvido.

Colgué el teléfono con la sonrisa dibujada en el rostro y lo volví a guardar en la bandolera. Habíamos estado hablando un buen rato y a lo lejos pude ver el lago. Espoleé a JB y galopamos directos hacia la orilla.

Llegamos en pocos segundos a la pequeña zona de arena que solía frecuentar. Intenté ver desde allí la casa del árbol que debía estar situada en el extremo opuesto a nosotros, pero fue imposible. Las hojas de los árboles la mantenían perfectamente camuflada. Aun así recordaba la visión que había desde lo alto y con eso me sobraba para encontrarla. Tiré de las riendas a la derecha y empezamos a vadear el lago.

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