Kitabı oku: «La difícil vida fácil», sayfa 2
Espacios de ejercicio: las voces de la experiencia
En el ámbito de la prostitución masculina, existen diversas variables que definen su heterogeneidad, como la diversidad cultural y el factor migratorio. En este sentido, Latinoamérica, Europa del Este y algunos países de África son los lugares de procedencia más habitual de los trabajadores del sexo. Sin embargo, en los últimos años esta tendencia ha variado, y se puede comprobar que el número de inmigrantes dentro del colectivo se ha reducido, mientras que el de hombres españoles se ha triplicado en todos los espacios donde se desarrolla la prostitución. Esta tendencia viene causada por la elevada tasa de paro en España, que ha provocado que hombres españoles se planteen esta alternativa como medio para obtener recursos económicos. Por otro lado, la situación de aquellas personas inmigrantes en situación administrativa irregular que continúan en la prostitución es actualmente más vulnerable que nunca.
Podemos establecer dos grandes grupos dentro de los trabajadores del sexo. El primero está formado por los hombres que ejercen la prostitución de forma puntual debido a algún tipo de emergencia o necesidad económica. El segundo grupo está formado por hombres que la ejercen de forma prolongada en el tiempo, encontrando en la prostitución su principal y, a menudo, su única vía de supervivencia. Aquellos que han hecho del trabajo sexual una actividad económica estable han contribuido a la profesionalización del sector, invirtiendo recursos para optimizar los resultados. Nos referimos al cuidado del cuerpo, al entrenamiento físico, a una correcta nutrición, a tratamientos estéticos, a sesiones de fotografía y vídeo, a la publicitación de sus servicios a través de diversos canales y medios o a la movilidad geográfica para buscar nuevos clientes. Sólo aquellos que ejercen la prostitución de forma prolongada deciden invertir en estas y otras cuestiones.
Todos los trabajadores del sexo que han ofrecido su testimonio en este libro han estado varios años ejerciendo la prostitución. Algunos comenzaron prostituyéndose de manera puntual, pero después terminaron aceptando las reglas del juego y siguieron trabajando en el sector. Esta selección persigue ofrecer al lector distintas experiencias que le permitan profundizar en las diversas realidades vividas por los trabajadores del sexo.
Otra característica unida a la prostitución es el estigma. A lo largo de las próximas páginas, verán que la invisibilidad ligada a la prostitución masculina conlleva un precio en términos de soledad o rechazo.
Los clientes entienden el mundo de la prostitución como algo lúdico, similar al ocio nocturno o al consumo de drogas. Esta realidad también se refleja en las entrevistas del libro, donde se mencionan drogas de todo tipo; algunas, como el popper y la Viagra, incluso son utilizadas como herramientas profesionales por los trabajadores del sexo.
Los hombres que ejercen la prostitución en España son uno de los colectivos más vulnerables ante el VIH, sólo por debajo del grupo formado por las trabajadoras transexuales del sexo. Las necesidades económicas, junto con el consumo de estupefacientes o el mito del amor romántico, favorecen que los hombres que ejercen la prostitución se expongan a prácticas de riesgo y a contraer diversas Infecciones de Transmisión Sexual (ITS).
Si el VIH es un tabú que requiere de la mayor de la discreciones para evitar el rechazo y la discriminación, cuando hablamos del trabajo sexual el estigma es aún mayor. El temor a ser delatado siempre planea sobre los hombres que tienen VIH y, además, ejercen la prostitución. En los siguientes capítulos, encontrarán un valiente testimonio sobre este tema.
El rechazo experimentado por las personas que ejercen la prostitución les hace vivir grandes momentos de soledad. También es común que experimenten dificultades ante la idea de mantener una relación afectiva con personas ajenas a este mundo. La elevada movilidad de los trabajadores del sexo en busca de nuevos clientes, evitando así el efecto «cara quemada», ser un «viejo conocido» frente a hombres novedosos, también supone un obstáculo para asentarse en una ciudad y tejer una red de apoyo. Otros factores que caracterizan la prostitución masculina son la competitividad, la inestabilidad de los ingresos económicos y la inseguridad a la que se enfrentan ante ciertos clientes.
La prostitución en Internet
Aunque conciso, el presente análisis descriptivo supone una aproximación inédita a la prostitución masculina a través de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) en España. El tamaño de la muestra comprende a 3707 hombres que en 2015 ejercieron la prostitución a través de Internet. Todos ellos se anunciaron en la página www.telechapero.com y afirmaron ejercer la prostitución dentro del territorio nacional. Establecemos dos grupos, uno compuesto por aquellos que ejercen de forma habitual (1848 hombres) y otro, por aquellos que ejercen de forma esporádica (1859 personas). El criterio que ha permitido discriminar el ejercicio esporádico de la prostitución del habitual ha sido que el perfil del trabajador del sexo no haya sido utilizado ni actualizado en los últimos seis meses. Esto nos hace pensar que el usuario abrió el perfil para prostituirse de forma puntual, pero posteriormente no volvió a conectarse para contestar los posibles mensajes privados enviados por los clientes, actualizar datos como la movilidad o añadir nuevas fotografías. A continuación analizamos los datos que hacen referencia a los trabajadores del sexo (1848 personas) que ejercen la prostitución de forma habitual a través de dicha página de contactos.
La edad es un dato orientativo cuando abordamos estos perfiles ya que es una información autorreferida que a menudo no coincide con la edad real del individuo. Es común que la edad publicitada sea inferior a la real. Por ese motivo y con el fin de aproximarnos de forma más fidedigna a la realidad, hemos establecido los siguientes rangos de edad: 18-25, 26-35, 36-45 y más de 45 años.
Centraremos el análisis en aquellos hombres que ejercen la prostitución de forma habitual, cuya edad se encuentra entre los 18 y los 25 años en un 53% de los casos, seguidos de los que tienen entre 26 y 35 (41%), entre 36 y 45 (5%) y una edad superior a los 45 años (1%). Podemos decir que la mayor parte de los hombres que ejercen prostitución en Internet en España tienen una edad inferior a los 35 años.
Ya hemos hablado sobre el impacto que la inmigración tiene en la prostitución masculina. Podemos comprobar que esta realidad tiene una menor incidencia cuando hablamos de la prostitución a través de las TIC. En la muestra analizada se recogen hasta sesenta y cuatro nacionalidades diferentes. Sin embargo, como ya hemos señalado, la crisis económica ha multiplicado el número de hombres autóctonos que ejerce la prostitución, un 44% del total en 2015. Les siguen los hombres nacidos en Brasil (18%), Venezuela (9%) y Colombia (5%). Otras nacionalidades encontradas en los perfiles son República Dominicana, Italia y Argentina (2%), junto con Ecuador, Rumanía, México y Portugal (1%).
Comparando datos generales publicados en estudios anteriores con los obtenidos del análisis de la prostitución masculina en Internet, hay que destacar el considerable aumento de los hombres españoles (su número se ha triplicado en menos de cinco años) y el descenso de hombres de origen sudamericano, encabezando la lista los hombres nacidos en Brasil. También destaca el descenso de hombres procedentes de Marruecos. Siguen la misma proporción los hombres procedentes de otros países europeos (Italia o Portugal).
Respecto a la distribución por comunidad autónoma, encontramos que la mayoría se concentra en la Comunidad de Madrid (31%) y Cataluña (24%), seguidas por Andalucía (11%), Valencia (10%), País Vasco (4%), Islas Baleares (4%), Islas Canarias (3%) y resto de España (13%). Según la tabla de distribución, comprobamos que en la Comunidad Autónoma de Madrid se concentra la mayor parte de la prostitución masculina, seguida de Cataluña. De hecho, entre ambas comunidades se reparten más de la mitad de los hombres que ejercen la prostitución de todo el país.
El factor de la movilidad a priori puede influir en los datos sobre la comunidad autónoma en la que se ejerce la prostitución, aunque se ha comprobado que en los últimos años el número de trabajadores del sexo que viaja a través del estado para ejercer la prostitución se ha reducido considerablemente debido, en gran parte, a la delicada situación financiera. Esta realidad hace que se tienda a fijar una comunidad autónoma como lugar de residencia y de ejercicio de la prostitución.
Otra de las variables que podemos relacionar con el ejercicio habitual y profesionalizado de la prostitución es si se dispone de un lugar donde recibir al cliente o bien si sólo se realizan servicios a domicilio (reduciendo, por tanto, el número de clientes a los que poder atender). La mayor parte de los hombres anunciados en Internet disponía de instalaciones donde recibir al cliente (80%), frente a una minoría que sólo podía realizar servicios sexuales desplazándose a un hotel o al domicilio del cliente (20%). Una hipótesis relaciona ese porcentaje de hombres que carecen de espacio donde trabajar con un ejercicio puntual o menos profesionalizado.
Respecto al rol sexual y a los servicios sexuales anunciados, encontramos que un elevado porcentaje se define como versátil (35%), puede realizar o recibir penetraciones; le siguen aquellos hombres que, a pesar de ser más activos en su vida privada (26%), acceden a ser receptores de la penetración cuando están con un cliente. Un grupo considerable se define con un rol exclusivamente activo (21%), son aquellos que suelen mantener dicho rol en su vida privada y en la comercial.
Este dato no presupone la «heterosexualidad» del trabajador del sexo ya que la orientación sexual no implica la realización de determinadas prácticas con los clientes, especialmente cuando la situación económica por la que atraviesa el hombre que ejerce la prostitución es delicada o incluso extrema. Comprobamos que el porcentaje de hombres que se publicitan con un rol versátil/pasivo (8%) o exclusivamente pasivo (5%) es menor. Este hecho puede responder a una mayor demanda por parte de los clientes que solicitan ser penetrados o penetrar/ser penetrados.
Por último, encontramos los conocidos «Servicios especiales», entre los que destacan el juego de roles o intercambio erótico de poder con el rol dominante (4%) y sumiso (1%). Este tipo de servicios son minoritarios dentro de la prostitución masculina, así como en los perfiles analizados en www.telechapero.com. Cabe destacar que los trabajadores del sexo que ofrecen servicios especiales como el travestismo suelen anunciarse mayoritariamente en páginas específicas de travestis y mujeres transexuales (como, por ejemplo, www.teletravesti.com). De igual manera, amos profesionales (sumisos apenas existen) hacen uso a su vez de páginas de contactos de BDSM (como www.tuamo.net). Debido a la exclusividad de estos servicios, sus tarifas son considerablemente más elevadas que los servicios sexuales convencionales.
La prostitución callejera: desde la calle Almirante hasta la Puerta del Sol
La prostitución masculina es invisible. El sexo entre hombres en España ha sido durante mucho tiempo un delito y su práctica ha sido prohibida, perseguida y penada con multas o cárcel. En cambio, la prostitución femenina ha sido, desde tiempos inmemoriales, mucho más aceptada y generalizada, no sólo permitiéndose su visibilidad, sino incluso regularizándola. Ya en tiempos de Carlos III (1716–1788), las meretrices estaban obligadas a distinguirse del resto de mujeres mediante el uso de sayas de color pardo cortadas en picos por los bajos. Dicho atuendo pretendía facilitar el reconocimiento visual de las prostitutas, reduciendo con ello el acoso a aquellas mujeres que no ejercían dicha profesión. Es posible que el dicho popular «irse de picos pardos» tenga su origen en aquella ordenanza real. La prohibición de la prostitución masculina contrasta con la permisividad de la femenina, cuya sexualidad continúa en muchos países mermada y dirigida. A diferencia de la femenina, para sobrevivir a su veto y hostigamiento, la prostitución masculina ha tenido que hacerse invisible, imperceptible.
La discreción se desarrolló como estrategia de supervivencia y, por ello, los trabajadores del sexo carecen de una imagen predefinida ante la opinión pública. No existe un patrón que permita construir un estereotipo de hombre que se dedica a la prostitución y, sin embargo, sí nos viene a la mente rápidamente el de una prostituta. Esta ausencia se palpa en todas las esferas, no sólo en las calles de las ciudades y los medios de comunicación, sino también en la literatura académica, donde apenas encontramos títulos e investigaciones al respecto. Su discreción es tal que su invisibilidad parece ser real, los trabajadores del sexo son inexistentes a ojos de la sociedad en la que se mueven. Los hombres que ejercen la prostitución, escondidos a la ciudadanía, siguen desarrollando su actividad en paseos, plazas, parques y otros espacios públicos, de manera discreta, casi imperceptible al público, que desconoce su existencia.
Los espacios urbanos de sexo anónimo al aire libre son más conocidos: en el cruising los hombres establecen contactos y mantienen encuentros sexuales con otros hombres. Suelen ser lugares apartados y tranquilos, emplazamientos recónditos donde poder relacionarse sin llamar la atención. Sin embargo, no son áreas donde suelan ofertarse servicios sexuales.
Cada ciudad tiene sus puntos neurálgicos. En Madrid, la Puerta del Sol es el centro histórico de la prostitución masculina, a la que acuden los clientes en busca de compañía. Para entender su origen como espacio de encuentro, debemos remontarnos a 1934, cuando el Bazar X cerró sus puertas definitivamente tras sesenta años de vida. Los nuevos propietarios del local decidieron en su lugar edificar una sala de proyecciones cinematográficas, y así, un año más tarde nació el cine Carretas. Su construcción fue un gran evento para la ciudad y toda la prensa escrita se hizo eco de su inauguración, destacando la modernidad y comodidad de la nueva sala. Pero con el paso del tiempo sus instalaciones fueron degradándose y, a finales de los setenta, resguardados por la oscuridad de las proyecciones, empezaron a congregarse en su interior hombres que buscaban sexo de manera anónima y otros que ofertaban sus servicios sexuales entre las butacas de la platea. La prostitución masculina y, en menor grado, la femenina se convirtió en una práctica habitual del cine Carretas. La Puerta del Sol, a pocos metros de distancia, se convirtió a su vez en el punto de encuentro donde los hombres negociaban los servicios y los precios, y una vez que se cerraba el acuerdo, acudían al cine para realizar el servicio sexual, amparados en la lobreguez de su sala. Su reputación trascendió tanto que, incluso durante la década de los ochenta, el cine aparecía en la guía gay internacional, hasta su cierre definitivo en julio de 1995.
En la actualidad, la Puerta del Sol es el único resquicio callejero en Madrid donde la prostitución masculina sobrevive. Hace unos años, la calle Almirante, la calle Prim, así como aquellas adyacentes al paseo de Recoletos, o la calle Maestro Arbós, perpendicular a la M-30 y muy próxima a la plaza de Legazpi, servían de punto de encuentro para contactar con los clientes que llegaban en sus coches. Las remodelaciones y los cambios urbanísticos que ha sufrido la capital en la última década han hecho menguar la prostitución masculina callejera.
Los clientes que siguen buscando contactos en la Puerta del Sol suelen tener una edad avanzada, muchos de ellos son jubilados que buscan, al mismo tiempo, socializar. Se encuentran cómodos y pueden ser ellos mismos sin temor al rechazo social que les acompañó desde su despertar sexual. Más de uno reconoce que fue detenido durante la dictadura franquista al amparo de la ley de Vagos y Maleantes de 1933 (modificada por el régimen franquista el 15 de julio de 1954 para incluir en ella la represión de los homosexuales). Este tipo de clientes ha hecho de la Puerta del Sol su mundo. Dicen no encajar en los nuevos locales o barrios abiertamente sensibles al colectivo LGTB y reivindican su existencia y libertad en la misma plaza que les sirvió de abrigo desde su juventud, a pesar de que con el transcurrir de los años el ambiente ha ido transformándose.
Los que hoy ejercen la prostitución en la Puerta del Sol son generalmente inmigrantes, la mayoría procedentes de Rumanía u otros países del este de Europa, pero también hay grupos más pequeños de marroquíes y otros países africanos. La presencia de ciudadanos españoles ha sido escasa durante los últimos años, pero parecer haberse incrementado con la crisis económica desde 2008. Los trabajadores sexuales de la calle se encuentran en riesgo de exclusión social, al borde de la marginación. Cada persona acarrea unos problemas y una realidad diferente en la que se combinan la pobreza extrema, la ausencia de un hogar, la delincuencia o las adicciones. Casi todos ellos arrastran una gran carga de dificultades personales que les atan a la prostitución. En la mayoría de los casos, no tienen otra vía de ingresos y esta parece su única salida.
No es de extrañar que la orientación sexual de muchos de los hombres apostados en la Puerta del Sol sea heterosexual. No están allí por placer o deseo, sino por razones puramente económicas y por desesperanza. Esta discordancia entre su orientación sexual y la práctica de la prostitución masculina conlleva la aparición de conflictos psicológicos en algunos de ellos, que pueden degenerar en agresiones a los clientes, como una necesidad de humillarlos, no por pagar por tener sexo, sino por hacerlo con otros hombres. La homofobia es el mayor de los estigmas que sufren los clientes por parte de los que se prostituyen. La violencia no sólo es simbólica y estructural, desequilibrando las relaciones de poder entre ambas partes, sino que, en ocasiones, puede derivar en violencia física, llegando incluso a atentar contra la vida del cliente. Rara vez se denuncian los hechos debido a la lacra social que comporta la contratación de estos servicios. Los agredidos optan por el silencio.
En verano de 2011, saltó a las noticias el caso de un hombre de apenas veintiún años que asesinó a un cliente en su propio domicilio en Valdemoro. El criminal era conocido en la estación de autobuses de Méndez Álvaro, donde, además de ejercer la prostitución, llevaba a cabo hurtos entre los viajeros y sus clientes. Lo detuvieron poco más tarde en Rumanía, a donde huyó tras perpetrar el homicidio. Pocos años antes, en 2008, otro asesinato, la muerte del conocido músico Coco Ciëlo había conmocionado a la capital por la brutalidad de sus circunstancias. La víctima fue maniatada, golpeada, robada y abandonada a su suerte, hasta que murió desangrada en su lecho, por dos chicos a los que presuntamente había solicitado sus servicios sexuales. Los culpables fueron arrestados días más tarde en Barcelona cuando estaban llevando a cabo un asalto similar. La crueldad es el lenguaje cotidiano entre los que se prostituyen en la calle y, en ocasiones, dicho ensañamiento se manifiesta también con los clientes. Exponiendo estos casos de violencia no se pretende estigmatizar al colectivo, sino reflejar la complejidad de una realidad incómoda que sigue manteniéndose en las sombras y siendo invisible para ciertos sectores de la sociedad. Es necesario conocer la situación de exclusión y marginalidad de dichas personas para poder desarrollar medidas preventivas que la corrijan y acabar así con las variables que avivan su frustración y agresividad. Negarla contribuye a seguir haciendo imperceptible una realidad que no por ello deja de existir y nos convierte a todos en cómplices y responsables de dichos acontecimientos.
Es en la calle donde se localizan más casos de cronicidad dentro de la prostitución masculina. Abandonarla no es sencillo cuando se carece de los apoyos suficientes. Los que ofertan sus servicios sexuales desde las aceras pueden permanecer en ellas durante años, incluso décadas, como es el caso de Javier, un madrileño que conocí en 2004 que lleva años entre la Puerta del Sol y la calle Almirante. Nos fuimos encontrando con el transcurso del tiempo en otros escenarios donde él ejercía la prostitución hasta bien entrado el año 2010, cuando le perdí la pista. Tuve claro desde un principio que era su historia la que quería plasmar. Que era la persona adecuada para explicar la prostitución callejera en Madrid. Así que lo busqué para que relatara sus experiencias. Él es historia viva de la prostitución masculina en la capital española.
La historia de Javier, la escuela de la calle
Mi infancia, al principio, tuvo lugar en el centro de Madrid. En una familia más o menos normal, diría yo. Sólo que mi madre tenía problemas con las drogas cuando yo era pequeño, y luego mi padre murió. Mi padrastro era un borracho y siempre había muchos líos en casa. Se pegaban continuamente. No paraban de pegarse entre ellos, a mí no me tocaron, pero lo suyo era un no parar. Eso lo vi desde niño. Continuamente. Ahora, con los años, creo que eso explica que a veces yo mismo tenga un poco de agresividad. Sí, seguro que es por eso, porque lo he visto desde que era muy pequeño. Hasta el día que murió mi madre. Sólo tenía treinta y dos años. Fue entonces cuando mi familia decidió ingresarme en un colegio de curas a las afueras de Madrid. De allí, claro, yo me escapaba, y ya desde entonces empecé a callejear. Empecé a hacerme mis primeros clientes con doce años.
Recuerdo al primero de ellos, lo hice en la piscina de la Elipa. Esa persona no paraba de mirarme y de perseguirme por la piscina. Me saludaba, pero yo no le hacía ni caso, hasta que al final se acercó con una oferta: «Bueno, te voy a dar cinco mil pesetas y nos vamos ahí, a un apartado». Dije que sí, y así fue mi primera experiencia. Pero no mi primera experiencia sexual, eso no. Esa la había tenido con mi tío, el hermano de mi madre, cuando yo tenía unos diez años. Pero no fue nada, una mamada, sólo eso. No volví a repetir con mi tío, ni a tener ningún otro tipo de experiencia sexual hasta aquel día en la piscina de la Elipa. En aquella experiencia vi una salida para poder venirme a Madrid cuando yo quisiera. Fue la única salida que vi.
A pesar de desconocer aquel mundillo, creo recordar que todo fue muy rodado. Aunque, para ser sincero, ya no me acuerdo mucho, la verdad. Conocí a un chico que trabajaba en esto también, me lié con él y un día me llevó a la calle Almirante. Tendría yo entonces doce años, casi trece. Te estoy hablando del año 1992, 1993. En aquellos años la calle era un vaivén continuo de coches dando vueltas en busca de chicos. Rodaban lentamente a nuestro alrededor. Había allí chicos de todas las edades. Bisexuales. Muchos bisexuales. La mayoría de los que trabajaban de chaperos eran bisexuales. Y yonquis. También había yonquis. Muchísimos yonquis, pero en esa época no eran muy ladrones porque también trabajaban. Todo el mundo trabajaba. Eran muchos los coches que acudían allí. Eso ya cambió, hoy los coches ya no circulan alrededor de los chicos como antes, pero siguen haciéndolo con las chicas. Todo cambia.
Entonces los muchachos de Almirante eran portugueses y españoles, no había ni latinoamericanos ni rumanos. Se trabajaba desde las ocho de la tarde en adelante. Había noches en las que me hacía veinticinco mil pesetas, y otras que me hacía cincuenta mil, según el día. A veces me quedaba toda la noche para hacer dinero, y otras a lo mejor me marchaba a las dos horas. Me iba por ahí, a los bares, a las discotecas. A divertirme.
A medida que fui cogiendo experiencia, me fui quedando más tiempo. Era mucha pasta para la época, pero, claro, según la ganaba me la gastaba. Me compraba ropa. Todos los días me compraba algo. No me la lavaba: la compraba, la usaba y la tiraba. Cuando se ensuciaba, en lugar de lavarla, la tiraba, directamente. No sabía lavarla. Fíjate, yo era un niño, pero no vivía con mi familia, lo hacía en hostales o en casa de algún otro chico. Era independiente. Pero un niño. No sabía lavarme la ropa ni hacerme la comida.
Los servicios a los clientes los hacía en los mismos coches, en su casa o en alguno de los hostales que había al lado. Con el coche nos íbamos hasta detrás del museo del Prado, por la zona de los Jerónimos o cualquier calle que viéramos oscura. Aparcábamos en batería y allí mismo hacíamos lo acordado. Siempre cerca de Almirante.
Entonces Chueca era un barrio peligroso. Estaba lleno de yonquis. Para mí no era peligroso, pero sí que veía que lo era, aunque ahora también lo es. Hoy no hay una venta de droga tan descomunal como antes, pero sí que hay personas que se dedican a robar a la gente. En Almirante había chicos muy majos, y otros que a la que podían te querían sacar dos mil pesetas para drogarse. No habían trabajado y no podían pagarse su dosis, así que te robaban. Para quitarse el mono, ya sabes. Eran yonquis, les daba igual quitárselo a quien fuera. Simplemente, querían quitarte el dinero para hacerse con su dosis. En esos casos, yo les daba el dinero, claro, porque era muy sensible. Era muy joven. Yo se lo daba.
Más tarde descubrí la Puerta del Sol. Yo ya la pillé tarde. Quería dejar un poco el mundo de la noche de Almirante y empecé a ir a Sol. Pero eso al cabo de bastantes años de trabajar de noche. A Sol ya llegué con veintiuno o veintidós años, e iba a Sol como una opción más que compaginaba con la noche. A veces me iba bien, otras veces no. Solía acercarme por la tarde un rato, luego me iba a cenar y luego seguía de noche en Almirante. Pero, bueno, yo siempre he ido según me apetecía. Había días que sólo iba de tarde, otros que de noche y otros que acudía a los dos sitios. Otros días simplemente no iba, o me acercaba a la sauna, a la de Adán o a la Center, aquí abajo, a ver si salía algo.
Pero Sol no fue una buena experiencia. No para mí. Te expones a mucha gente. Todo el mundo te ve. Quema mucho. Sí que tenía mis días buenos, porque allí también se trabajaba bien, pero todo el mundo sabe lo que estás haciendo, te estás exponiendo demasiado. Sin ir más lejos, una vez me encontré a un familiar, pero al final tampoco fue una experiencia muy mala. No lo fue porque Sol es un punto de encuentro, así que no saben si estás esperando, si has quedado con alguien, o si… eso. Pero no lo pueden saber. Sol es tal vez, no sé cómo explicarme, un lugar más impersonal. No sé, no es peligroso, eso no, pero te está viendo todo el mundo. Para mí ni Almirante ni Sol eran zonas violentas. Vamos, que si te tiene que pasar algo, te pasa en cualquiera de los dos sitios. Aunque sean muy distintos.
Los chicos en ambos sitios son muy diferentes. A ver, en Sol —la verdad es que, bueno, estamos hablando de hace ya tiempo, hace seis o siete años que dejé de ir, no sé cómo estará ahora— había entonces bastantes rumanos. Se abarataron mucho los precios. La gente quería pagar muy poco, hasta que dejé de ir, claro. Tampoco voy a regalarme. Al principio la tarifa era de treinta o cuarenta euros, luego la abarataron. Ahora lo están haciendo por veinte. Además, esta gente no usa preservativo, y claro, también los hay que roban a la gente. En sus casas, entre tres los desvalijan, les pegan palizas. He tenido clientes a los que les ha pasado, me han dicho: «Pues a mí me ha pasado esto», y yo les digo: «Pues claro».
Recuerdo que a un DJ lo asesinaron. Por lo visto, la policía dice que los muchachos disfrutaron pegando a esa persona, tras robarle, y que la golpearon hasta matarla. A un cliente que tengo yo también le arrearon una paliza, pensaban que lo habían matado y lo dejaron. Pero no lo habían matado, está vivo. Pero lo pensaban, y sólo por quitarle un ordenador y dos móviles. ¡Vamos, cuatro mierdas! Que se lo pueden quitar sin matarlo, vamos, digo yo, ¿no?
Pero estas cosas no sólo sucedían en Sol, chaperos ladrones siempre ha habido en todos lados. De hecho, la calle Almirante acabó por eso. O sea, de tanto robo y tanto destrozo al final los coches ya no pasaban. La gente ya no iba. Se asustaron. El miedo lo estropeó antes de que Internet estuviese tan fuerte como lo está ahora. Creo que en 2008 o así la zona quedó muerta, muerta del todo. Ahora la cosa se ha trasladado más a Chueca. Hoy, si te sale un cliente, te puede salir caminando por Chueca. Ya no se usa tanto el coche, es más la gente que pueda salir de los bares. Que te vean, que hables con ellos y tal. Los bares de copas en el fondo son como la calle. Son muy parecidos. Sitios donde entras y sales, aunque yo ya no voy, porque me resulta una pérdida de tiempo. En la calle me siento más libre. Tengo más opciones de encontrarme a personas que en los sitios cerrados.
Probé una vez a trabajar en una plaza en un piso, aquí en Madrid, pero no me gustó. Me sentía chuleado. Les estás dando el cincuenta por ciento. No me gusta. No compensa estar dándole el cincuenta por ciento a otra persona. Quizá para viajar por España resulta interesante, pero, para aquí, no merece la pena.
He viajado a Barcelona. Estuve en Montjuic. En una zona de noche, una de esas zonas a las que acudía la gente con coches. Es más bien un punto de encuentro, como aquí en Madrid el Templo de Debod, algo así. No son precisamente zonas de trabajo, pero en todos los sitios de cruising tarde o temprano salen clientes. Al final en estos sitios siempre acabo trabajando. Ya sabes, al acabar la noche el que no liga tiene que pagar si te ofreces. Algo parecido pasa hoy en día con las aplicaciones de Internet como Grindr o Wapo. Los que no ligan y ven que eres chapero pagan. Es siempre lo mismo. Por eso existimos.