Kitabı oku: «La difícil vida fácil», sayfa 3
Los servicios en Sol se hacen en las pensiones cercanas. Los hostales cuestan unos diez euros, que paga el cliente, claro. Yo siempre he mirado de llevármelos a otro lado. No sé, a una sauna o, si tenían más dinero, a Clara del Rey, allí pagas por horas. Aquí en la plaza de los Cubos hay otro sitio parecido, pero este ya cuesta veinticuatro euros. Es más caro, pero dispones de un apartamento entero y te dan una copa. Según el tipo de cliente, les llevo a un sitio u otro. Todo lo que vas a hacer lo negocias antes, hablas de lo que vas y lo que no vas a hacer. Yo ahora he puesto un precio a mis servicios más cerrado. Sea lo que sea, cobro siempre lo mismo: sesenta euros. No sé, es un precio redondo. Unas diez mil pesetas. La verdad es que he congelado el precio, porque cuando todavía existía la peseta cobraba cinco mil en el coche y diez mil en casa. Hoy sigo con la tarifa de unas diez mil pesetas. Ha bajado la calidad por parte de todos, de los clientes y de los chicos.
La mayoría de los clientes te piden que los folles. Es lo clásico. Desde los chicos muy jóvenes hasta los de cincuenta o sesenta años, de todas las profesiones y clases sociales. He tenido todo tipo de clientes en la calle. ¿Casados? Eso no lo puedo saber, pero claro que sí, seguramente muchos sí estaban casados o tenían su pareja. Y resulta bastante normal que los clientes quieran consumir cocaína o GHB (éxtasis líquido). Bueno, ahora ya toman de todo. Las drogas van normalmente asociadas al sexo. Es el vicio completo. Es lo que muchos quieren. Igual que desde hace unos años parece haber una oleada retro en la que piden tener sexo sin condón. No sé si se debe a que en los vídeos porno de Internet siempre lo hacen a pelo, o porque realmente les da morbo. Yo qué sé, pero últimamente muchos quieren hacerlo sin preservativo.
También se consume Viagra. Sí, sí, yo la uso. Al principio salía carísima, la compraba en una farmacia, pero ahora te la ofrecen por todas partes tirada de precio. Siempre es bueno tenerla a mano, no siempre es necesaria, pero ayuda. A mí no me ha hecho falta utilizarla mucho, pero en ocasiones lo que hago es tomarme una antes de salir por la noche, y entonces ya voy cachondo toda la noche, y funciona con todos. Usarla te da, cómo lo diría yo, te da más seguridad.
Hoy lo más cómodo es ofertarse en Internet. Lo descubrí por casualidad, un día conocí a un señor que tenía una página de contactos y me ofreció incluirme en ella. Es el tipo de Morbo Total, así que me hice una fotos y tuve así mi primera experiencia con Internet. Y la verdad, me fue muy bien. Al tiempo que iba a Almirante, otros clientes tenían mi teléfono y me llamaban. Ahora uso la página de contactos de Grindr y otras parecidas. ¡Hay que adaptarse a las nuevas tecnologías!
¡Chapero ahora puede ser cualquiera! A través de Internet cualquiera puede decir que es chapero. No sabría decir si con la crisis económica hay más chicos prostituyéndose. Visibles no, pero al igual que yo uso Internet lo hacen muchísimos chavalines. Incluso menores de edad que lo harán en su propia casa. La calle ya no está de moda, allí no los verás. Los chaperos ya casi han desaparecido de la calle. Muchos chicos que lo hacen son amateur, que mientras su madre está fregando los platos ellos están hablando por teléfono con un cliente, comentándole sus precios. Esos chicos puede que tengan catorce años, pero es así, esto se está dando. Esto va a ser siempre así, invisible.
Pero este mundillo es una trampa, los chicos que quieran hacerlo han de saber que no se sale fácilmente, que hay que tener cuidado. Tiene algo que atrapa, no sé bien lo que es, pero atrapa. No soy el único al que le pasa, sé que lo mismo les ha sucedido a otros chicos, a mujeres y a transexuales. A todos les ha pasado. Es la salida que ves a tus problemas… y te atrapa. Es la salida, es la que ves. No ves otra.
También les pasa a las chicas, aunque con ellas no he tenido ninguna relación. No nos relacionamos. Las chicas trabajan mucho más que nosotros, siempre trabajan más. Los chaperos trabajamos menos que ellas. Ellas cobran muy poco, sobre todo las que hacen la calle. Las de los pisos ganan bien, pero las de la calle cobran poquísimo. Al igual que los chicos rumanos de la Puerta del Sol, es posible que todos ellos están explotados sexualmente. Que estén allí obligados. Los traen de vete tú a saber dónde y allí los dejan.
Hay que ser cauteloso, en la calle se está expuesto, siempre entraña peligros. Alguna vez me han llegado a tirar huevos desde los coches, otras me han pillado los skinheads, que nos hacían correr. A mí, una vez me vinieron tres chicos, tenían cierta pinta de skins, pero no le di importancia, que me dijeron: «Vete de aquí. Largo». Les pregunté que por qué me iba a tener que ir y repitieron: «¿Qué haces aquí?», a lo que repliqué que no les importaba lo que yo hacía. Volvieron con el: «¡Que te vayas de aquí! ¡Que no te queremos ver por aquí!», y luego se fueron. Yo no les hice ni caso, hasta que al cabo de unos veinte minutos aparecieron veinte de ellos corriendo desde lejos directamente hacia mí. Me apresuré a meterme en el piano bar, en el Toni, todo lo rápido que pude y me salvé por eso. Esos venían a darme. Pero mira que me avisaron. Por un lado, no fueron tan traidores, podían haberme dado directamente, pero no lo hicieron. Me avisaron, pero yo no les di importancia.
Recuerdo otra situación en la que me tuve que tirar de un coche en marcha porque no sabía a dónde me estaba llevando el cliente. No tuve otra opción que abrir la puerta, forcejear con el tipo y saltar. Me hice una cicatriz en la pierna, que luego escondí con un tatuaje. Pero nada, estas son las experiencias más raras que he tenido, por lo demás, todo bien. Lo más común es irse con alguien y que luego no te quiera pagar o que al final resulte que no tiene dinero. En esos casos les pego, claro. Cuando me hacen perder el tiempo me sienta muy mal y les pego.
Pero, bueno, también se dan situaciones divertidas. Mira, entre mis clientes he tenido de todo, incluso sacerdotes. Uno de ellos hasta olía a cera, ya sabes, a cirio, y yo le decía: «Huy, pero qué olor a cirio…». Ja, ja, ya sabes. Otro era de Palma de Mallorca. Un obispo que venía de vez en cuando a Madrid. A ese me lo hice tres veces o así, fue la segunda vez cuando me confesó que era obispo, no pude evitar decirle: «Ya decía yo que me transmitías mucha paz». Qué risa sólo recordarlo. A ese mismo lo llevé un día a las seis de la mañana a la sauna Paraíso y se espantó como si hubiese visto al mismísimo demonio. Se fue bien rápido de allí. En cuanto acabamos en la cabina, se fue corriendo.
Sé lo que es sexo por placer y lo que es sexo por dinero. He sabido diferenciarlos. Muchas veces me lo he pasado bien con gente que me ha pagado, no voy a negarlo, pero soy consciente de que me han pagado. Pero, bueno, cuando alguien me gusta siempre me entrego más. A pesar de ello, procuro mantener diferencias. Con los clientes siempre utilizo condón, aunque cada vez pidan más hacerlo a pelo. En mi vida privada el límite del preservativo me lo puedo saltar un poco, no sé si es lo ideal, pero es la verdad.
En la actualidad tengo una pareja que sabe que me dedico a esto. Bueno, lo sabe porque la primera vez, cuando nos conocimos, me contrató. Fue así como le conocí. Así que mi trabajo nunca ha supuesto un obstáculo a nuestra relación, pero a medio plazo me gustaría dejarlo para estudiar algo. Peluquería, estética, moda, no sé. Todavía no lo tengo claro, pero tengo vocación. Sabes, llevo veintidós años en la prostitución y, hombre, aunque todavía estoy bien físicamente, todo tiene su tiempo, su momento, y el mío creo que ha llegado. Todavía soy feliz cuando consigo clientes, porque me gusta hacerlos, pero cada vez son menos. Ahora tengo pareja y sé que cada vez iré haciendo menos, menos, menos, hasta que llegue el momento en el que lo dejaré.
Los pisos invisibles: proxenetismo y autogestión
Si la prostitución masculina en la calle es casi invisible, la que tiene lugar en pisos aún resulta mucho más discreta. Los pisos pueden ser autogestionados o gestionados por terceras personas. En el primer caso, son los propios trabajadores sexuales quienes atienden a los clientes y administran sus ganancias, usando como instalaciones su domicilio particular. En el segundo caso, la gestión corre a cargo de la figura del proxeneta, que obtiene ganancias directas de cada servicio sexual que se lleva a cabo en el piso de su propiedad, concretamente, suelen cobrar un cincuenta por ciento de lo abonado por el cliente.
Aunque el proxenetismo está tipificado como delito en el Código Penal español por atentar contra la libertad e indemnidad sexual, estos locales han tenido un largo recorrido en España. En Madrid, el piso más longevo cumplió cuatro décadas en 2014. No importa si el ejercicio de la prostitución es voluntario o no, el delito de proxenetismo se aplica en todos los casos, pues consiste en obtener lucro directo del ejercicio sexual de otra persona. Aún hoy en día es posible contar en España más de una veintena de locales de estas características en anuncios en prensa escrita y portales especializados en Internet. En 2006 fueron detenidas por primera vez personas por explotar sexualmente a hombres extranjeros, pero no fue hasta septiembre de 2010 cuando tuvo lugar en España la primera operación policial contra una red de trata para la explotación sexual en el ámbito de la prostitución masculina. Dicha acción consiguió desarticular la estructura y organización de proxenetas que operaban, entre otras ciudades, en Barcelona, Palma de Mallorca, Madrid y Alicante, con el cierre de varios alojamientos que se dedicaban a su explotación. En Madrid se cerraron tres pisos y en la actualidad existen, al menos, otros dos en activo.
Su funcionamiento es sencillo. Los establecimientos se anuncian a través de Internet o en la sección de contactos de la prensa, los clientes contactan con los gerentes y acuerdan una cita. En dicha cita, los trabajadores sexuales se presentan al cliente en lo que se conoce como «pasarela», donde ofrecen sus servicios. Tras conocerlos y escuchar todas las ofertas, el cliente selecciona a uno o a varios de ellos para realizar el servicio sexual, que denominan «pase». Juntos se dirigen a una habitación acondicionada para la ocasión. El pago se efectúa al gerente o al encargado del piso después de realizar el servicio. Al finalizar la jornada los chicos reciben el porcentaje pactado, que suele representar la mitad de lo pagado por el cliente. Como alternativa, el cliente puede solicitar el servicio en su domicilio u hotel, siempre con una tarifa superior e incluyendo el gasto de desplazamiento.
Los hombres que se decantan por estos espacios para ejercer la prostitución tienden a ser extranjeros recién llegados al país. Hace unos años, la mayoría eran brasileños, marroquíes y rumanos, si bien en los últimos años el número de españoles parece haber crecido. Los extranjeros y los que se inician en la prostitución encuentran en estos ambientes un entorno más seguro donde poder ganarse la vida que en las calles. En los pisos no están expuestos ni a las inclemencias climáticas, ni a la delincuencia callejera, ni a la persecución policial. Se sienten más protegidos y amparados ante cualquier dificultad que pueda surgir. Sin embargo, las estancias, que suelen denominarse «plaza», tienen un límite temporal que suele acotarse a veintiún días. Dicho límite se ha adaptado directamente de la prostitución femenina, donde se aprovechan los días de la menstruación como días de descanso y de traslado a un nuevo destino. En el caso de los hombres, pasado este tiempo pueden pactar una prórroga y quedarse unos días más en el mismo piso o abandonarlo y buscar una plaza libre en un nuevo local dentro de la misma ciudad o en cualquier otra.
La movilidad entre pisos y ciudades viene motivada por los gestores, que así pueden acoger «nuevas caras». La cuestión es poder ofrecer siempre novedades a los clientes, evitar el llamado efecto «cara quemada». El cambio es necesario para garantizar la retención de clientes y evitar pérdidas económicas. Novedades y nuevas ofertas. Capitalismo aplicado al cuerpo humano.
En grandes ciudades, como Madrid o Barcelona, existe la posibilidad de permanecer unas horas determinadas de antemano en el piso para aquellos que, teniendo una residencia en la ciudad, carecen de espacio para ejercer la prostitución. De esta manera, los gestores consiguen aumentar la oferta de servicios a los clientes sin depender de los hombres que se desplazan de piso en piso sin hogar propio.
Por regla general, los hombres que viven en los pisos no tienen que abonar el alquiler de la habitación privada de descanso, que no coincide con las otras habitaciones especiales destinadas a los clientes. Los anuncios en Internet y la prensa también suelen correr a cuenta del gestor del piso, pero cada uno suele tener libertad para anunciarse por su cuenta si lo desea. Los gastos de alimentación, ropa y otros consumibles personales sí suelen estar sufragados por cada persona. Durante la estancia, deben respetar y aceptar las normas del piso, los horarios que les marcan y sus exigencias. Suelen disponer de tres o cuatro horas libres de descanso al día para salir a la calle, pero siempre han de estar localizables por si algún cliente llama o acude al piso. Dichas exigencias generan que muchos de ellos apenas salgan a la calle durante su estancia, con lo que se encuentran desorientados en la ciudad y, por supuesto, desconocen los recursos y servicios sociales que tienen más próximos. Estos problemas aún son más exagerados entre los extranjeros, por desconocimiento de la lengua y del propio sistema en el que viven.
Este escenario de la prostitución masculina es el más inaccesible y oculto de todos ellos. Son mundos pequeños y cerrados de los que apenas se habla y, además, cuando se hace, es con muy poco conocimiento. Cuando se mencionan estos ambientes, se suelen escuchar comentarios sobre las condiciones en el interior de los pisos, de los abusos que se sufren y de su posible relación con redes que los explotan sexualmente. Pero el conocimiento sigue siendo muy limitado y apenas existen estudios sobre su funcionamiento y sus cifras reales. Y dicho oscurantismo no se limita al público general, administraciones o trabajadores sociales, sino también a aquellos hombres que voluntariamente se decantan por ingresar en ellos por primera vez. Lo hacen sin conocimiento alguno, y la experiencia puede resultar muy diferente para un nacional y para un extranjero. No es lo mismo disponer de carné de identidad o permiso de residencia, conocer el idioma y tus derechos como ciudadano o residente de un país que encontrarse en una situación irregular. Por ello hemos optado por escoger dos historias de dos hombres y dos países.
La primera es la de Joan, un chico de veinticuatro años que aparenta diecinueve. Es español y, como él mismo dice, «antes era algo exótico, uno de los pocos españoles que trabajaban en pisos, ahora está a la orden del día». Cuando me contó su historia acababa de llegar desde Palma de Mallorca a Madrid en su peregrinar habitual por los pisos del territorio nacional.
La segunda es la de Sega, un gambiano que conocí en la primavera de 2007. Me sorprendió la serenidad que irradiaba, su hablar pausado y su educación. Su testimonio refleja los problemas y dificultades a los que muchos inmigrantes se ven expuestos por encontrarse en una situación irregular y de exclusión social.
Ambas historias reflejan la vida en los pisos, su funcionamiento, cómo se obtienen las plazas, el trato con los otros compañeros, con los proxenetas que gestionan los pisos y la clientela que acude a ellos. Dos historias de supervivencia en un mundo invisible.
La historia de Joan, el exotismo de ser español
Nací en Tarragona un treinta de enero, hace ahora veinticuatro años. Mi infancia no fue buena, la he vivido mal porque mis padres fallecieron cuando yo apenas tenía dos años. Desde entonces, viví en diferentes residencias juveniles hasta que cumplí los dieciocho. Con dieciséis años, antes de salir de la residencia, trabajé en hostelería, pero al cumplir los dieciocho hice las pruebas de acceso para el Ejército. Entré, estuve en el centro de formación una noche y, al día siguiente, me salí. Porque no, aquel no era mi tipo de trabajo. No me veía allí. Y bueno, desde ahí empecé.
Un amigo que conocí fuera de la residencia, que trabajaba ya en la prostitución, me lo ofreció, y yo acepté. Me habló sobre un piso de relax que había cerca de Tarragona, y fui a ver. El primer día, claro, no tenía ni idea de nada, de lo que era hacer una pasarela. No sabía nada sobre este trabajo. De no conocer a este amigo, nunca me lo habría planteado. De no ser por él posiblemente no sabría lo que es la prostitución realmente. Bueno, eso creo. Pero aprendí, estuve con mi primer cliente allí y, en fin, hasta el día de hoy. Ya llevo seis años, siempre en pisos gestionados.
En este tiempo, he trabajado en seis o siete ciudades. Mira, he estado en Valencia, en Valladolid, he estado en Madrid, Málaga, Palma de Mallorca y en Tarragona. Ahora me estoy planteando irme una temporada a Alemania, antes de marcharme a Brasil, a trabajar en un piso también.
Cada piso tiene sus normas o, como suele decirse, su política. Pero el funcionamiento de todos ellos es similar: tú ingresas en el piso, te ponen en su página web, tú también te anuncias —por ejemplo, en milanuncios.com—, y ya está. Luego está la pasarela. Obviamente, en el piso hay muchos chicos, así que, cuando llega un cliente, todos los chicos pasamos al salón y nos vamos presentando uno a uno. Cada uno le cuenta al cliente lo que hace, lo que le gusta o lo que no. Y si te selecciona, vas a la habitación y, de lo que pague el pase que tú tengas, es decir, el cliente con el que entras en la habitación, el cincuenta por ciento es para la agencia y el otro cincuenta por ciento es para ti.
Para poder acceder a un piso, yo creo que no hay requisito alguno. Pues la verdad es que no importa si uno es guapo o feo. Lo único que hace falta es tener un cuerpo apetecible para los clientes, es decir, que les dé morbo, que les dé ganas. Pero yo he visto de todo, los he visto gordos, delgados, feos y guapos. Yo creo que este trabajo no tiene ningún requisito físico. En algunos pisos, sí que es cierto que los dueños se quieren acostar contigo a modo de prueba, pero no en todos. Eso depende de cada piso. En algunos se dice que si te acuestas con el jefe vas a trabajar más, como que hacen trampas para que el chico que acepta acostarse con él trabaje más que los demás. Pero no en todos ellos tienes que acostarte con los gerentes. Yo, por ejemplo, en los pisos en los que he estado no me han mandado acostarme con el dueño, vamos.
Hay pisos donde las plazas son máximo de veintiún días, prorrogables hasta un mes, pero hay pisos en los que la verdad es que, si tienes trabajo y te llevas bien con el dueño, te puedes quedar más tiempo. Pero habitualmente las plazas son de veintiún días. Durante este periodo, te puede tocar hacer la limpieza, o tienes restricciones a la hora de salir. Cada piso tiene sus normas, pero es cierto que en algunos te sientes como si estuvieras en la cárcel, como secuestrado, porque apenas te permiten salir. En otros puedes hacerlo sin problemas mientras lleves tu teléfono y estés disponible para cualquier caso que surja. Esto suele ser lo más común, de hecho, que te dejen salir sin problemas.
Aunque la plaza sea para veintiún días o un mes, intentamos llevarnos bien, como hermanos, como miembros de una familia. Por supuesto, siempre hay riñas, como puede haberlas entre amigos que comparten piso o hermanos que viven juntos. Entre nosotros no se da la competitividad que se da en la calle o en la sauna, en absoluto hay esa competitividad.
En los pisos, hay todo tipo de chicos. Hay mucho brasileño, y también latinos, por decirlo de alguna manera. Por lo general, es lo más sencillo para los que acaban de llegar a España. Es una manera de ganar dinero rápidamente, ¿no? Pero muchos se meten a la prostitución y en cuanto ganan un dinero se salen de ella. Es algo puntual. En general, la prostitución para los hombres no es para toda la vida, es algo puntual. Ahora, yo creo que por la crisis, o no sé por qué, ahora están metiéndose a trabajar muchos españoles. Yo mismo, antes, en Tarragona, trabajaba en hostelería por la mañana y, por la tarde, como no tenía nada que hacer, pues estaba en casa ofreciendo mis servicios como trabajador del sexo. Trabajando por libre no tienes que dar el cincuenta por ciento que el piso siempre se queda. Todo queda para ti. Pero creo que es mucho más seguro trabajar en un piso que hacerlo por libre. En un piso de chicos tienes más seguridad. No te va a pasar nada, mientras que al trabajar por libre puedes encontrarte con muchos problemas con los clientes y no tienes a nadie cerca que pueda defenderte. Además, es más discreto trabajar en un piso que hacerlo en casa. Sobre todo por los vecinos. No es que yo viva oculto, pero tampoco es que vaya pregonando por ahí a qué me dedico. Pero si a mí me preguntan, yo no reniego de lo que trabajo. En cierta manera, estoy muy orgulloso porque ni estoy robando ni cometiendo ningún delito. Estoy ahí para ganar dinero.
En una buena temporada, puede que ganes entre mil quinientos o mil seiscientos euros a la semana. Si la cosa está mal, puedes sacarte setecientos, ochocientos euros por semana. Todo depende de los trabajos que te salgan. Ten en cuenta que se trabaja veinticuatro horas, y a veces te pueden salir clientes que nosotros llamamos «de colocón». Estos pueden tirarse fácilmente trece, catorce o quince horas. Los pisos son como los puticlubs de las chicas, siempre tienen droga por si acaso llega algún cliente por sorpresa y pregunta por una dosis. No suelen tenerla físicamente por temor a posibles redadas de la policía o por si algún chico denuncia al piso. Temen que vaya la policía y encuentre algo. Pero por lo general tienen contacto con un camello que, tras una llamada, en diez minutos te tiene la droga en la puerta. Lo más frecuente es que los clientes pidan alcohol, cocaína y popper. Viagra también se consume, aunque eso ya depende del chico. Yo, por ejemplo, nunca la he tomado.
Otras veces tienes que hacer dos o tres pases diarios para llegar a una buena suma a fin de mes. Aunque sean muchas horas, eso no importa; y al acabar un servicio si quieres puedes volver a trabajar. Si quieres trabajar, trabajas, y si no, pues no lo haces. Depende del piso, sus normas y de lo que el dueño te diga. Trabajar tanto tiempo con clientes, por supuesto, desgasta, pero yo no hago nada particular. No sigo ninguna dieta especial, como lo mismo que cualquier persona. Tampoco hago mucho ejercicio. Yo creo que el secreto está en el descanso, aunque cuesta, uno allí no descansa bien, aguantas hasta que el cuerpo te dice «hasta aquí», y entonces tienes que parar. Porque se nota, se nota el estrés, y el agotamiento te acaba pasando factura. Algunos chicos consumen Viagra, pero yo nunca la he tomado.
Los servicios más demandados son el francés, la penetración, toqueteos, magreos, besos, caricias. Lo normal. A veces, servicios sadomasoquistas, pero eso ya son servicios especiales. Para ello tienen que pagar una tarifa extra. Yo he tenido servicios sadomasoquistas y en una hora de sado puedes llegar a cobrar hasta seiscientos euros. ¿Límites con los clientes? Son relativos, y va en función del cliente y la confianza que te dé, pero por lo general el único límite que pongo es que, para penetrar, ya sea yo a él o él a mí, siempre se use condón. Yo nunca he dejado de usar condón. Ese creo que es el único límite que tengo, ese y que se corran en mi boca. Eso tampoco lo acepto.
Es muy común que te pidan sexo sin condón y, claro, cuando les dices que no, te dicen: «Ay, pues un compañero tuyo aquí me acaba de decir que sí». «Pues entonces cógele a él. ¿Para qué me preguntas a mí sabiendo que te voy a decir que no? ¿Para qué me preguntas si antes él te ha dicho que sí, que lo va a hacer sin condón? Pues ahora vas y lo coges a él».
Algunos gerentes intentan obligarte a aceptar estos servicios, sobre todo si el cliente es un fijo de la casa. Ellos obviamente no te tienen ahí para perder dinero, así que, si el cliente se mete coca, te pedirán que tú te metas coca. Respecto al uso del condón, depende del dueño con el que topes. Cada uno tiene su manera de pensar y gestionar el sitio. Pero yo no, nunca he accedido a no usar condón. Otros compañeros sí, claro que otros acceden. Creo que en esos casos el cliente les da propina, les suelen ofrecer doscientos o trescientos euros de propina y, claro, por ganar más dinero lo hacen. Yo también podría haberlo hecho, pero prefiero mi salud a una propina. Por trescientos euros no voy a coger cualquier enfermedad. Cuando me entero de que un chico ha tenido sexo con un cliente sin condón, soy el primero que no entra a hacer tríos con él. Y de poder, buscaría otra «plaza» hasta que ese compañero se fuese del piso.
La mayoría de los clientes son mayores, con edades de entre cincuenta y sesenta años, casi todos ellos casados, con mujer e hijos. Hay un porcentaje grande de gay oculto, ¿no?, que tiene mujer como tapadera. Muchos son gais y así se reconocen, pero obviamente piden discreción. Pero también pueden venir solteros u hombres con pareja, pero sin estar casados ni nada. Yo he tenido clientes de veintitrés y veinticuatro años que solamente por morbo o por saber lo que se siente han pagado a un chico profesional. También he tenido clientes jóvenes de verdad y clientas femeninas. Mujeres solas no, pero muchas parejas heterosexuales que llaman, así como travestis que vienen también como clientes. Yo soy gay, pero he tenido servicios con parejas. Pensaba en el dinero, uno tiene que ser profesional para poder hacer eso. Casi siempre atendemos a hombres, pero si sale un servicio con una pareja heterosexual, pues obviamente sabes que va a ser más dinero, va a ser el doble. Cuando uno hace servicios con parejas y hace el amor con una mujer, es cuando ya se siente profesional. Porque ahí tienes que controlar mucho la mente para que no se te desempalme y poder hacerlo y correrte con una mujer. Lo bueno es que las mujeres no son tan exigentes como los hombres, no piden tantas cosas. Un hombre sí, con un hombre te toca aguantar, con un hombre obviamente sientes dolor, porque muchos de los clientes son activos, con una mujer no sientes dolor. En este sentido, la diferencia se nota mucho, es abismal.
Los clientes que atendemos son de todo tipo, sin diferencias entre los que van de pisos y los que hago por libre. Recuerdo que una vez, aquí en Madrid, trabajando en el centro, hubo una salida con alguien muy importante del Ayuntamiento de Madrid. Creo que todo el mundo le conoce, pues bueno, el servicio era para él. Esa es la profesión. También hay un piso aquí al que va siempre un cura, es sacerdote. A él le gusta, bueno, le gustaba estar con chicos. Yo también he estado con ese cliente. Se puede tirar horas, le gusta que le digas cosas como: «Mira como me follo al padre», o cosas así, todo relacionado con su mundo. Me cuesta contener la risa cuando pienso en ello, aunque ya no me impacta. Tras seis años de prostitución, he visto mucho. Claro que cuando sucede te quedas pensando: «Estoy pecando, ¿no?». Pero luego te relajas y dices: «Pues ahora estoy pecando más porque estoy con un cura».
Problemas con los clientes he tenido pocos. Se dio una ocasión en que un tipo empezó como a darme azotes, bofetadas y a escupirme. Yo eso sí que no lo aguanto, porque somos putas, pero no somos sacos de boxeo, así que le dije que parara, pero me contestó que para algo estaba pagando. Pero, vamos, que, salvo esto, nunca he tenido ningún problema. Ni siquiera entre compañeros. Con gerentes de pisos, en cambio, sí.
Las normas que imponía este hombre yo creo que eran muy bruscas. Uno está prostituyéndose en un piso, no está pagando condena en una cárcel donde te tienen encerrado y te obligan a hacer cosas. Ese es el caso. Como ninguno de los compañeros daba el paso, lo di yo, no iba a aguantar eso, ni para mí ni para la gente que se prostituye, así que le denuncié. Le denuncié y ahora a esperar el juicio. A los compañeros no les queda más remedio que callar y aguantar porque muchos vienen solos a España y no tienen a donde ir. Lo peor es que yo creo que hay muchos pisos igual que ese. Yo no aguantaría estar en un piso con esas normas. Buscaría otra «plaza», pero muchos compañeros no se van porque tienen miedo.
Con ello no quiero decir que los pisos estén mal ni nada, pero sí creo que deberían pagar sus impuestos y tener unas normas, como las de un trabajo normal. Y en el que los chicos tengan más, más, más… prevención y facilidades para cuidar su salud. Que tengan sus pruebas, que no cojan enfermedades y que vivan en condiciones dignas y no infrahumanas, como en las que vivíamos en ese piso. Hay pisos en los que duermes hacinado con el resto de chicos en la cocina, con cucarachas; en el mismo sitio donde cocinas están las camas, las literas. Muchas veces duermen dos en una cama de noventa. No tienes descanso, no tienes salud, no tienes nada. Estás viviendo en la porquería.
Pero tienes que aguantar porque has decidido ir allí para ganar dinero, ¿no? Si quieres, bien y, si no, pues vete. Los chicos lo toleran porque los dueños de los pisos te comen la cabeza, te dicen que por libre no vas a trabajar. Es verdad que hay personas que por libre no trabajan, que les es más fácil en un piso, que cuenta con su clientela fija y que te anuncia en su página web.
Muchos problemas se acabarían si la prostitución se legalizara. Yo la legalizaría, pagando impuestos y teniendo cobertura sanitaria, que los chicos tengan ante todo salud. Yo, si pudiese, me daría de alta como autónomo, como masajista, por ejemplo, pero para ello supongo que me pedirán un título que no tengo. Si existiese una ley que dejara a los trabajadores del sexo asegurarse, lo haría sin dudarlo. Con la legalización, creo que quizá nadie sería obligado a meterse cualquier tipo de sustancia en contra de su voluntad, y podría vivir en una casa limpia y no en condiciones infrahumanas. Que los pisos tengan sus controles médicos y sus inspecciones de sanidad. Entonces sí, en esas condiciones sí que se podría vivir, porque con su cuerpo y con su vida cada uno hace lo que quiere, pero aguantar las normas de según qué gerente no… que tú pongas el culo o tu polla y encima te cobren un cincuenta por ciento. Que te cobren el alquiler de la habitación, pero el cincuenta por ciento es excesivo, más cuando ellos no están poniendo su cuerpo para que el cliente pague.