Kitabı oku: «Aproximación psicoanalítica a la psicopatología», sayfa 3

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Lo excéntrico de la estructura y del sujeto lo tengo presente por la conocida fórmula lacaniana respecto del sujeto: $ (A), siendo S, el sujeto, un sujeto tachado, dividido. Esta fórmula supone, en síntesis, que hay un sujeto cuando este se determina en función de una otredad, de algo excéntrico, el gran Otro lacaniano que representa la presencia del lenguaje como gran gestor del sujeto. Vale decir, es en el lenguaje donde se da el ensamblaje jerarquizado de los elementos parciales integrados a una totalidad representacional, radicalmente no-comuni-cacional. Esto último, precisamente, para destacar el carácter de estructura que brota del lenguaje, desplazando su función comunicativa a un lugar eventual y secundario que es, por lo demás, dudoso. Esto de que “siempre se comunica” desconoce que la recepción del mensaje del otro está herida por un gran vacío, un hiato de distancia insalvable, que hace que la recepción sea, al modo como podría decirlo Bion, siempre una transformación, nunca un hecho o un dato de lo exterior y objetivo. El que nos comuniquemos es un tema sumamente complejo y que valdría dedicarle una reflexión que, por ahora, y quizás para siempre, posterguemos. Aunque en realidad, nunca se sabe lo que viene por delante.

Lo que importa es que la estructura hace sujeto al recibir al individuo sin habla, el llamado infans. ¿Por qué detenerse en esto? Porque me parece dudoso y un riesgo de inconsistencia conceptual el igualar el concepto de estructura que estamos empleando para distinguir entre la psicosis, la neurosis y la perversión, al concepto de estructura que hemos situado en el lugar de la posición conceptual lacaniana y que hemos opuesto a la idea de función y de existencia.

Para no confundir las cosas, acepto que puedan ser limitaciones intelectuales mías. La estructura solo puede darse plenamente, como tal, en tanto S tachado función del Otro en la neurosis ($ (A)). Para que haya sujeto del inconsciente, sujeto dividido, es necesario que el lenguaje se instale en la existencia, quizás en el puro ser, vaya uno a saber, en la experiencia de la continuidad del infans, que es algo fácil de suponer en el origen. Es necesario que el lenguaje instale allí su función de corte, lo que implica que lo estructural implícito al lenguaje se sostiene en la condición diferencial del significante, no del significado. Por eso el lenguaje sería radicalmente estructural y no comunicacional. Este significante, cuya producción supuestamente goza el lactante al producir el laleo, el gorjeo, se corta por la introducción de la diferencia que opera y que Freud llamaría un adulto experimentado. El orden de lo significante es impuesto así, desde fuera, como una ley. Algo habría que pensar aquí sobre la ley paterna, el Nombre del Padre, la metáfora, la metonimia, entre otros. Sin embargo, lo que estoy buscando justificar es esta diferencia entre la estructura como distinción psicopatológica y la estructura como criterio teórico, global.

Decíamos que la estructura como excéntrica, sostenida en un gran Otro, se daría consistentemente solo en la neurosis. En la psicosis y en la perversión el lenguaje no cumple su función de hacer sujeto. En la psicosis, según las enseñanzas de Lacan, que me parecen válidas y sugerentes para leer la presencia de la psicosis, el agujero simbólico impide la posibilidad de hacer sujeto, según la operación de la llamada forclusión, que es un repudio básico al Nombre del Padre que se instala con el corte.

En la perversión, en tanto, el corte de la Ley se ha desplazado al yo, como una manera de usar del principio de realidad freudiano, para satisfacción exclusiva del principio del placer, en sus connotaciones no solo energéticas, sino también sensuales, sexuales. Se ha dicho que el principio de realidad es el mismo principio del placer, diferido por razones adaptativas. En la perversión, según creo, esta identidad se hace plena: se busca traspasar la representación, necesaria para ejercer el principio de realidad, de modo de usarla, llegando al acto. Se trata de salir de la representación, cumpliendo de algún modo el cometido del principio del placer. El perverso, apoyado en la representación, hace del Mundo una ocasión para llevar al acto a la pulsión. Supongo que esto podremos aclararlo en clases posteriores. Lo que en este momento interesa es que el sujeto tachado función de un (A) no opera ni en el psicótico ni en el perverso, porque, por definición, no aceptan, repudian la tachadura del sujeto.

Digamos que tanto la psicosis como la perversión son formas particulares de asentamiento del yo. La psicosis porque requiere restituirse, en ausencia del simbólico al imaginario yoico, como forma de participación, sin duda radicalmente fallida, en el Mundo y la perversión porque requiere del yo para transformar en acto la pulsión.

¿Cómo sostener, entonces, las diferencias psicopatológicas estructurales? En mi afán de usar solo a los autores y no de plegarme doctrinariamente a ellos, construyo según mi criterio, una respuesta que me parece operativa. Lo estructural en los cuadros psicopatológicos sería lo propio de la neurosis, sería allí donde tomaría peso el lenguaje y su función de corte, precisamente por su carácter representacional. En la psicosis, dice Lacan, retorna lo real que, siguiendo a Calligaris, se imanta a lo imaginario. Por lo tanto, el corte no ocurre, sino en una deriva imaginaria que escamotea el lugar de la Ley. En la perversión el corte es nuevamente situado, con gran coherencia, sin deriva, en el lugar del yo, para birlar el peso de la Ley.

Las diferencias psicopatológicas vale considerarlas como estructurales, en tanto sea la estructura neurótica la que instala el referente diferencial. De este modo, psicosis y perversión tendrían connotaciones estructurales por la regularidad funcional, es decir, yoica de su manifestación, en lo particular del registro imaginario en el abordaje del mundo. Esta tipicidad permitiría el diagnóstico y daría lugar a las diferencias estructurales cuyo determinante sería la ausencia de neurosis. Lo definitorio se daría en la manera positiva de organización de esta ausencia de neurosis. Esto solo se afirma en lo relacionado a los campos descriptivos y estructurales que sirven conceptualmente a la estipulación de las diferencias estructurales. No tiene que ver con la afirmación freudiana que dice que “la perversión es el negativo de la neurosis”.7 Eso merece una discusión aparte.

El diagnóstico estructural puede hacerse y tendría que poder hacerse desde todas las posturas. Quería de alguna manera integrar los aportes de las distintas escuelas psicoanalíticas, distinguiendo entre lo funcional, lo estructural y lo existencial, partiendo de que todas las aproximaciones psicoanalíticas deberían saber hacer un diagnóstico estructural, es decir, saber distinguir entre una neurosis, una psicosis o una perversión. Pero cuando nosotros integramos lo estructural tenemos lo psicótico, lo neurótico, lo perverso, entendiendo que lo neurótico, lo psicótico y lo perverso, sí pueden aparecer en estructuras disímiles. Por ejemplo, puede aparecer lo perverso como función en una psicosis estructural.

Estudiante: [Pregunta por el posible diagnóstico de la estructura denominada limítrofe].

JC: Lo limítrofe, a mi entender, no es un diagnóstico estructural. Lo limítrofe es un diagnóstico yoico; lo limítrofe es un diagnóstico en el funcionamiento y las alteraciones del yo. Digamos, si pudiera estar en algún lugar de este, podría estar en el lugar de la función. Esto es, un psicótico puede tener funcionamiento limítrofe, pero un limítrofe tiene funcionamiento psicótico sin ser psicótico. Aunque, cuando Winnicott habla de los limítrofes, dice que son psicóticos que funcionan neuróticamente. Habría que pensarlo. Lo limítrofe es un diagnóstico absolutamente necesario, y creo que Otto Kernberg verdaderamente hizo un estupendo trabajo clínico y teórico para que pudiéramos tener acceso al funcionamiento limítrofe, porque es de gran utilidad. Pero no se puede decir que eso es un diagnóstico estructural. Muchos de ustedes saben que distingo entre estructura y sistema. Para mí, la estructura está definida en función del lenguaje y el sistema está definido en función de lo imaginario.

1 Lacan, J. (1999). Seminario 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós.

2 Heidegger, M. (1999). Introducción a la metafísica. Barcelona: Gedisa.

3 Coloma, J. (2009). La simultaneidad de lo simétrico y lo asimétrico como meta de lo psicoanalítico. Revista del Centro Psicoanalítico de Madrid 18.

4 Bion, W. (1974). Atención e interpretación. Buenos Aires: Paidós. La cita completa reza lo siguiente: “En una carta a Lou Andreas-Salome, Freud sugirió su método para lograr un estado mental que le diera ventajas para compensar la oscuridad cuando el objeto investigado era peculiarmente oscuro. Habla de enceguecerse de una manera artificial. Como método para lograr esta ceguera artificial he señalado ya la importancia de evitar la memoria y el deseo. Para continuar y extender el proceso incluyo la comprensión y la percepción sensorial entre las propiedades que deben evitarse. La suspensión de la memoria, el deseo, la comprensión y las impresiones sensoriales puede parecer imposible sin una negación completa de la realidad; pero el psicoanalista está buscando algo diferente de lo que normalmente se conoce como realidad; una actitud crítica aplicada a lo que ordinariamente se designa como realidad no indica que el propósito de tomar contacto con la realidad psíquica, es decir, las características evolucionadas de O, sea indeseable. Este procedimiento es válido en psicoanálisis y en otras ciencias; del mismo modo, F es un componente esencial del procedimiento científico, por riguroso que sea” (p. 45). [N. de los E.]

5 Lacan, J. (1987). De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad. México: Siglo XXI editores.

6 Sor, D. y Senet, M-R. (2004). Fanatismo. Buenos Aires: Ediciones Biebel.

7 Freud, S. (2005 [1916]). Conferencias de introduccion al psicoanalisis: Parte III: 1916-1917. Obras Completas Sigmund Freud Vol. XVI. Buenos Aires: Amorrortu.

CLASE 2

ANTE EL DESLINDE DE ESTRUCTURA E HISTORIA. ¿ANTINOMIA O CONTRADICCIÓN?

Estuvimos hablando del cuadro sobre las teorías, las estructuras, las funciones y la existencia. Este cuadro tiene la meta de usar los aportes de los autores para hacer diagnóstico. Interesa definir si estos autores aportan desde lo funcional y no desde lo estructural, como los kleinianos y sus seguidores, o desde lo estructural y no de lo funcional, como los discípulos de Lacan. Siguiendo una indicación que Max Hernández,8 psicoanalista peruano, nos hizo a Juan Francisco Jordán y a mí hace muchos años haciendo referencia a Heidegger, pretendo plantear que Winnicott aporta desde lo existencial. Sin duda, esta afirmación tendría que tomarse otorgándole a Heidegger el horizonte de trasfondo. Insisto siempre en que los psicoanalistas no tienen disciplina filosófica para generar concepciones a nivel ontológico o metafísico. Esto no pretende descalificar la disciplina psicoanalítica. Solo busca afirmar que esta se ajusta a una zona específica de la existencia. El psicoanálisis se traduce, necesariamente, en un oficio.

La estructura y la función, de eso quiero hablar. Existe tradicionalmente algo que refiere a una tendencia que denominaría “bipolar” en el modo de abordar las teorías. Fredric Jameson, en un libro titulado Las semillas del tiempo9 dice que vale la pena diferenciar entre antinomia y contradicción. Esta terminología, antinomia y contradicción, puede servirnos para aproximarnos a la perspectiva que les estoy presentando a través del cuadro. Jameson distingue la antinomia de la contradicción, diciendo que la antinomia implica conservar dos ideas o posiciones opuestas, distintas entre sí, como enfoques incompatibles. Afirma que la antinomia es una forma de lenguaje más limpia que la contradicción. En la antinomia podríamos decir que el asumir una posición excluye la posición opuesta. Hay un tratamiento de los opuestos en la antinomia en la cual estos opuestos se excluyen. Distinto es en la contradicción, donde los opuestos se influyen mutuamente entre sí. Las posiciones en psicoanálisis pueden parecer antinómicas, vale decir, el estructuralista tiende a excluir al que vamos a llamar funcionalista; no es que sea un funcionalismo, pero, por ejemplo, un teórico de la función como lo es un kleiniano no toma en cuenta a un lacaniano, y al revés, un lacaniano no toma en cuenta a un kleiniano.

Sin duda hay autores que sí desarrollan teóricamente la posibilidad de que los polos antinómicos se complementen: por ejemplo, Ogden y Green. Se trata de teóricos que están más cerca de lo que podríamos llamar “la aceptación de la contradicción”. Si ustedes lo piensan, esto atrae también como concepto la idea de paradoja, por una parte, y de dialéctica por otra.

Dentro de la historia del pensamiento, lo mismo sucede entre Lévi-Strauss y Sartre. Lévi-Strauss como defensor, y probablemente principal inspirador del estructuralismo al que alude Lacan, aparece como aquel que detecta en la condición humana estructuras, vale decir, modos sustanciales, en tanto modos inherentes a la condición que interesa, que no dependen de ningún carácter evolutivo. El estructuralismo de Lévi-Strauss conduce directamente a la lógica del significante de Lacan y en la lógica del significante, por ejemplo, la historia de la historia no importa en tanto individuo. Puede importar la historia de la historia en tanto concepto. De hecho, hay un capítulo por ahí que no es de Lacan, pero, si no recuerdo mal es de un lacaniano, que habla de la historia de la historia. Recuerdo haber leído a un autor de esta escuela, que he citado en uno de mis trabajos, que señalaba que una mujer abusada por su padre durante su infancia no quedaba diferenciada de un modo tan radical de una persona que histéricamente fantaseara el abuso. Que ambas de alguna manera van a llegar a la estructura histérica.

El carácter de los hechos que se dan en la vida cotidiana no tendría, de acuerdo con estos criterios, mayor importancia, si es que se los compara con la estructura en la cual se está sustentando el tema del motivo de consulta. La estructura en la cual la persona está sintiendo razones como para pedir atención, supera todo lo que tendría que ver con la historia de ella. Lévi-Strauss es quien inspira los criterios de estructura que se usaron en psicoanálisis. Sartre, en cambio, no. Sartre fue un filósofo existencial, que escribió La crítica de la razón dialéctica,10 en consideración de la contradicción; se trata de un filósofo que se expresó explícitamente de un modo radical contra el psicoanálisis. Pese a lo anterior, por ahí hay algunos textos en donde aparece relativamente vacilante en esta descalificación. Por ejemplo, en las consideraciones previas que hace a la publicación que llamó El hombre del magnetófono,11 donde un paciente graba a un psicoanalista en su sesión y lo somete a condiciones extremadamente humillantes. Parece que fue tan radicalmente antipsicoanalista en un período que esto le trajo controversias teóricas que lo hicieron repensar un poco. En síntesis, pareciera pronunciarse por considerar que el psicoanálisis no ha aportado nada a la historia. En todo caso es cierto que Sartre representa, junto a Heidegger, una vertiente del existencialismo que tiene un peso potentísimo en la historia del pensamiento. Sin duda se diferencia del existencialismo de Heidegger. Sartre sí fue un teórico de la historia. Pero en lo que es atingente a este curso, es que las posiciones antinómicas y contradictorias están en juego de manera radical en la historia del pensamiento, reproduciendo quizás la vieja controversia medieval respecto de lo universal. Por eso comparto la idea de que la verdad no es una adecuación, sino más bien, una revelación, un hallazgo que se diluye en el momento en que se devela.

¿A dónde va todo esto? Se trata de establecer que en la historia del pensamiento apreciamos que existen posiciones antinómicas y contradictorias, y que en las posiciones contradictorias las teorías y enfoques se excluyen mutuamente. Esto, al contrario de lo que ocurre con las posiciones antinómicas, donde los polos opuestos se incluyen en la forma de la contradicción. ¿Qué significa aclarar tales posiciones? Significa destacar que, según la posición antinómica, las ideas de contexto y sentido pierden peso. En la posición antinómica, si ustedes lo piensan, el que yo conciba las cosas de una manera “x” implica que el contexto no relativizará ese modo de concebir las cosas, a excepción que ese contexto sea atrapado por la interpretación propia de ese modo de concebir las cosas. En cambio, en la posición contradictoria, la atención estará puesta en el contexto, en la relatividad, no en una relatividad peyorativa o degradada, sino en aquella que deriva de concebir la existencia como excéntrica. La contradicción siempre conlleva la presencia de su opuesto. En la contradicción, la negación de lo que afirmo supone o implica que incluyo en lo que afirmo su negación, porque si no, no podría afirmarlo. Para esto el texto de “La negación” publicado por Freud en 1925,12 es crucial. Vale la pena recordar que este texto, como todo lo freudiano, no es obvio.

El punto está en que las posiciones estructurales fácilmente se traducen en posiciones antinómicas. Abordar al paciente según la estructura de este no depende de su contexto, vale decir, de su historia. Lo que interesa es esta estructura que va a explicar cómo es que la Ley —metáfora del Nombre del Padre si ustedes quieren, en términos de Lacan— instala cortes que tienen un rango de permanencia, independiente del contexto. En cambio, aquellas teorías que se ocupan de la historia son posturas que aceptan la contradicción y, por lo tanto, el contexto. Si nosotros hacemos una revisión, si pensamos en la idea de contexto, como con-texto, con guion, vemos que todo el texto va acompañado o toda declaración va acompañada de su negación que hace contexto, entorno. El entorno de la presencia es su ausencia, es decir, solo se hace presente algo en un entorno de ausencia, si no la hay, imposible hablar de presencia. La negación es la condición de posibilidad de toda afirmación. César Ojeda, el lúcido psiquiatra chileno, escribió un libro que llamó La presencia de lo ausente.13 Es interesante ver allí cómo conduce la “presencia de la ausencia” a la condición caída, de la que habla Heidegger, propia de un existir en la vida cotidiana; lo que éste llamó el dasein.

Entonces, la contradicción surge naturalmente de la idea de historia. La historia aparece como contexto, en tanto implica la negación del peso de la estructura; es decir, va a significar que la estructura en convivencia con lo histórico sostiene su lugar, pero relativiza su importancia en función del contexto de la historia. La estructura es lo que hace sujeto y yo diría que el sistema yoico es el que hace historia; así, el yo es histórico. El sujeto, tal como ha sido expuesto, sin la derivación del yo, es inentendible.

¿Qué importancia tiene esto para atender, escuchar, mirar pacientes? La importancia es que el atender pacientes tendría que evitar una posición antinómica, buscando ser capaz de insertarse en la contradicción que implica estructura e historia, estructura y función. Las funciones son yoicas, mientras que las estructuras son del sujeto: si miro obsesivamente al sujeto, pierdo la función; si miro obsesivamente la función, pierdo al sujeto. Esto es una extrapolación vulgar de lo que en física se llama Principio de Incertidumbre, según lo estableció Heisenberg. Si atiendo a la velocidad de la partícula, pierdo su estado; si atiendo al estado, pierdo su velocidad.

De algún modo, esto justifica la escucha al modo que lo decía, pero ahora podemos hablar de la “escucha en la incertidumbre”, escucha del discurso, del material y del diagnóstico. Atiendo al paciente sin posiciones a priori, excepto en aquello que me dicta mi formación, que es algo que no puedo evitar y que enfoca mi forma de entender al paciente.

Estudiante: Desde lo hegeliano, se trataría entonces de una oposición radical. Sería como una balanza que no puede desequilibrarse nunca, y un par complementario en la distinción que tú estás haciendo para distinguir epistemológicamente un aspecto de la realidad, que en este caso sería el campo psicoanalítico, para descubrir cierto campo de realidad. Esa distinción tendríamos que observarla como complementaria, es decir, cada vez que yo distingo algo, está el otro lado que hace que el primer lado pueda existir. Entonces, estaba pensando a propósito de esto, que la distinción entre sistema y estructura, la distinción entre consciente e inconsciente, parece ser una máxima. Si hay consciente, no puede haber inconsciente, o más bien, donde hay consciente no hay una emergencia de lo inconsciente, o viceversa.

JC: Precisamente, en términos de estructura, podríamos decir que la distinción consciente e inconsciente sufre variaciones de acuerdo con las estructuras, vale decir, la distinción consciente-inconsciente en términos de una psicosis, de una neurosis, de una perversión, tiene variaciones radicales, estructurales. Sabemos que la relación consciente-inconsciente en términos de una neurosis está asegurada por la llamada represión primaria. La presencia de la represión primaria en la diferenciación consciente-inconsciente es fundamental, precisamente para hacer esa diferenciación. Si no hay represión primaria, no hay secundaria, ya que la secundaria le da contenido a la represión primaria, pero no hace la diferenciación consciente-inconsciente.

La diferenciación consciente-inconsciente, es lo propio de la represión primaria. En la neurosis tenemos la diferenciación consciente-inconsciente, y en ese sentido, a mí me parece que en la manifestación de un ser humano lo que uno tendría que plantearse es que existe en la diferenciación consciente-inconsciente —estamos hablando de la neurosis— una antinomia que hace que lo inconsciente no pueda ser consciente y viceversa. Hablamos aquí tanto de una antinomia como de una contradicción, dado que lo inconsciente es conceptualmente consistente con la idea de estar entramado en términos fácticos a lo consciente. Es por esto que, para mí, la antinomia es una posición teórica, intelectual solamente, porque al final —creo— en el mundo manda la contradicción. La antinomia es un resultado de la contradicción, considerando que la contradicción guarda dentro de sí antinomias. Es imposible que no las guarde, pero el modo en como las resuelve es paradojal, es dialéctico, no antinómico.

Estudiante: Lo que estaba diciendo es que un par hegeliano siempre puede ingresar en un campo complementario, en la medida que no satura. La negación radical de una cosa siempre es algo artificioso, una superación más que una negación total.

JC: Por eso que juego con estos cuatro temas: la antinomia que distingue lo estructural y dice lo que no es estructural, no vale. Sin embargo, al distinguir lo estructural, diciendo que lo no estructural no vale, está de algún modo lo no estructural, y así afirmando la posibilidad de hablar de lo estructural; porque, ¿cómo vamos a hablar de lo estructural si no negamos lo estructural? No se trata de negaciones radicales, se trata de la negación que hace contexto a la afirmación. No es artificiosa, es necesaria y, en ese sentido, no hay antinomia posible, porque no podemos pensar.

Ahora bien, llevando esto a nuestro tema, en el caso del psicótico la oposición consciente-inconsciente no existe, pero no es porque el psicótico este sumido en lo inconsciente. El psicótico, al final, es más consciente que el neurótico, está más ligado a la cosa del mundo, en tanto no filtra por un registro simbólico, lo que habla a favor de la idea de que quienes más deliran somos los neuróticos. Y eso considerando, como a veces digo, que la objetividad es lo más subjetivo que hay.

También vale la pena tener presente una distinción bastante elemental que hace Freud, cuando afirma que en un psicótico hay un modo restitutivo, normal y mórbido. Esto lo incluye en la condición humana, en la existencia. El modo restitutivo, mórbido y normal no son tres partes del psicótico, sino su modo de ser, de existir. Quizás considerarlo así conlleva, en el cuadro que expusimos, la síntesis de “la psicosis” y “lo psicótico”, donde el psicótico es mejor tomado en cuenta en la vertiente teórica que he clasificado como existencial. El modo mórbido, que da la psicosis, es la totalización narcisista que hace el psicótico de su mundo. En ese sentido, podría decirse que el psicótico no existe en relación con el modo mórbido, si es que tomamos la idea de existencia desde Heidegger como ser-en-el-mundo. Existir, ya lo hemos visto, es una excentricidad. El mundo es excéntrico y el psicótico hace del mundo su propio ser. Por ejemplo, esto se ve en lo que hablábamos acerca del neologismo hace un rato.

Sobre el neologismo dijimos que se trataba de un nuevo logos, propio de ese ser, uno puesto en una palabra, pero que es neo porque no está en la estructura, no está en el logos, está todo en la invención del neologismo. El psicótico, en este sentido, genera su propio logos de un modo muy especial. Supongo que me habrán escuchado hablar de la traducción que hacía Jorge Eduardo Rivera14 de los textos de Heráclito que trataban sobre el logos y el silencio. El logos como silencio, el gran silencio del logos. En la psicosis, el gran silencio del logos se altera en términos de pronunciar el logos de una manera nueva, neo, de una manera que me pertenece exclusivamente a mí, lo que le quita el silencio al logos. El psicótico repudia, podríamos decir, el silencio del logos, en tanto este es el mundo donde habitamos y se nos da la existencia.

¿Por qué silencio? Creo que el lenguaje suena, por la zona de silencio en que se lo pronuncia. El habla lanza, al descubrir la palabra, des-cubrir, con guion, una sombra de silencio, la cual conlleva, como quien pesca con redes, un desaguarse en el mar, dejando los peces atrapados fuera de su ambiente vital, destinados a desaparecer, como ocurre con el sentido que logran las palabras. El psicótico produce el neologismo como la palabra total, la que no se perfila en un entorno de mudez. Sería una red sin vacíos, un extraño artefacto que refleja restitutivamente la condición de red, pero cuya trama no tiene los huecos que hacen coherente la noción de red. Desde Lacan se dice que el lenguaje es castración. Ustedes saben que esta palabra —castración— no me convence en el uso generalizado que se le ha dado en psicoanálisis. Pero, para los efectos de lo que hablo, castración implica corte y vacío. Si recordamos la idea de alucinación negativa que expuso Freud en “El Hombre de los lobos”,15 tendremos presente que allí lo alucinado es el vacío que queda en un dedo que se imagina cortado. Esa “alucinación de vacío”, me atrevo a decir, está presente en este llenado del silencio del logos que ocurre, por ejemplo, con el neologismo.

Es por esto que es dudoso hablar en el psicótico de diferenciación consciente-inconsciente. El psicótico no puede decirse que vive en lo inconsciente, porque no podría abrirse a esa zona de lo inconsciente que describió Freud. Hacerlo, vivir en la presencia de lo inconsciente, sería lograr una existencia melancólicamente teñida, la propia de todo ser humano que, como el neurótico, recorta imaginariamente el mundo con el lenguaje, sintiendo o evitando sentir, con el síntoma y el rasgo de carácter: el silencio del logos. Logro y evitación que, en la cotidianeidad del día a día, está presente para el neurótico en los esfuerzos fallidos que constantemente hace para no sentir o sentir excesivamente la llamada “castración”. Para no sentir el silencio que lo amenaza constantemente.

Sin duda el neurótico puede no experimentar ese sesgo melancólico de la existencia, precisamente con sus síntomas y sus rasgos de carácter. Pero no puede sino, de una u otra manera, saber de la limitación de ese sesgo de sin sentido, de no-todo como dirían los lacanianos, que rodea la pronunciación de cada una de sus palabras, de sus frases, de sus formas paradojales de comunicación. De ese lenguaje con que logra —diría Heidegger— una morada para habitar, para ser. El neurótico, evitando cada día saber de esa zona de su inconsciente, no puede eludir, aunque muchas veces lo crea, el que este se le aparezca, regularmente, en sus caídas, en sus lapsus, en sus sueños, en sus errores “involuntarios”, en sus equivocaciones repetidas una y otra vez de la misma manera, en sus síntomas, en sus logros y fracasos vitales y cotidianos. Pero también, aparece lo inconsciente en esta bipolaridad, tan de moda hoy, que tanto observan muchos psiquiatras psicopatologizándola en exceso, cuando descubren ciclos de ánimo que tendrían que ser el tono necesario de nuestra vida cotidiana. Con esto no quiero decir que el diagnóstico de bipolaridad no exista; lo que crítico es solo el exceso de su empleo.

Lo inconsciente, desde Lacan, es un tema del lenguaje. Según lo entiendo, se radica en el registro simbólico. El registro de lo real, concebido como impensable, no podría ser lo inconsciente, excepto como marca originaria, puro significante uno, habría que decir. Pero para tener presente lo inconsciente, es necesario que se den aquellos cortes del lenguaje que son la estructura del registro simbólico. Bien, la estructura la da el nudo borromeo de los tres registros, pero el registro simbólico, forma de lo inconsciente, es el que hace posible la estructura. En la escuela lacaniana se ha planteado que el psicótico padece de un agujero simbólico. Esto se logra a través de lo que se ha llamado “forclusión”, vale decir, un repudio básico, originario, de aquello que, por el lenguaje, implica falta, corte, vacío. Por alguna razón, el psicótico, desde un comienzo no acepta, repudiándola, esta limitación en los fundamentos de la posibilidad de ser humano. Precisamente, es lo mórbido que busca, por condición humana, restituirse, desplegando modos “normales” de convivencia que son constantemente traicionados por lo restitutivo del delirio y la alucinación. Esto último son los que dan la imagen de un “loco” que, sin duda, habla con un lenguaje que evita su excentricidad constitutiva.

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