Kitabı oku: «Aproximación psicoanalítica a la psicopatología», sayfa 4

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¿Cuál es la razón por la que le pasa todo esto? Todos dicen algo. En el terreno de las explicaciones se cae, nuevamente, en aquella antinomia de la que hemos hablado. Prefiero quedarme con los hechos, vale decir, con la observación de manifestaciones que se presentan con un carácter estructural. Sin duda podemos aproximarnos a formas de causalidad, pero no puedo dejar de tener presente nuevamente a Lacan cuando, respecto de las causas, señala su etimología jurídica, o cuando dice que las causas son “lo que cojea”. Las causas, cuando se exponen en forma tan definitiva, como frecuentemente se hace, representan un alegato, una causa en la que se defienden posiciones frente a “lo que cojea”. Lo jurídico, lo plantea Agamben en su libro Lo que queda de Auschwitz,16 hace de lo justo un recurso a la corrección de lo formal. Me parece que las causas, concebidas al modo como lo postula Lacan, se ejercen en la discusión intelectual, concentrando la atención sobre la corrección de la formalidad de sus fundamentos, porque —es mi posición— ¿quién puede decir definitivamente cuáles son las causas de las cosas? A mi entender, si buscamos la razón de ser de las cosas, lo que tenemos que aceptar es que nuestras aclaraciones siempre son formas que en su núcleo ocultan una paradoja.

El psicótico, más bien, carece de un inconsciente, al modo como lo describió Freud. Este agujero simbólico podríamos quizás relacionarlo con la falta de represión primaria. Me atrevo a decir que en el psicótico lo que falta es la represión primaria, en lo que atañe a lo distintivamente psicótico, es decir, en lo que corresponde a su aspecto mórbido. Ese absoluto narcisismo es algo que aparece como una ausencia de represión primaria, resultado de la forclusión de la que hablábamos. Se dice que la forclusión es de la metáfora del Nombre del Padre, pero a esto vamos a referirnos posteriormente.

Lo que he buscado decir es que la antinomia consciente-inconsciente no aparece en el psicótico, como sí se da naturalmente en el neurótico. En el psicótico es como si pudiéramos decir: no hay inconsciente, al modo como no hay consciente. Plantearse la ausencia de consciencia, podría parecer un despropósito. Nadie podría vivir en esa negrura de la falta de consciencia. No es a esa consciencia a lo que refiere el inconsciente freudiano. De hecho, Guillermo Brudny,17 el psicoanalista argentino profundamente versado en Freud decía que al comienzo solo existía, desde Freud, consciente e inconsciente. Lo preconsciente se iba armando con la vida. Más exactamente, habría que afirmar que lo que no hay, en lo referente a la psicosis en el psicótico, es un preconsciente que haga posible un imaginario sustentado en lo simbólico, como modo de posibilidad de vida en lo cotidiano. El imaginario —hablaré posteriormente de esto— es la forma que toma el retorno de lo real, propio del psicótico, para restituirse a la vida cotidiana.

Se dice —y ustedes lo leerán y lo hablaremos— que el psicótico, en la parte mórbida que distingue Freud, excluye el registro simbólico. En ese sentido, es como si se imantara el registro de lo real al plano de lo imaginario; es como si el psicótico “imaginarizara” lo real, como si estuviera viviendo en lo real que describe Lacan, pero en términos imaginarios. Así, el psicótico hace de lo real un imaginario, y al hacer de lo real un imaginario, se liga a la vida, a la existencia que estrictamente no sería existencia, porque esta sería un ser-en-el-mundo, aunque esto es extrapolar excesivamente al campo de lo clínico una aseveración filosófica. Habría que discutirlo con otros antecedentes.

Ligarse a la vida simbólicamente implica, en lo concreto, decir “yo también fallo”. El símbolo es una ubicación de lo vivido en otra parte. Es fallido por definición. Por eso, asumir el registro simbólico es aceptar la relatividad de las cosas. Al fin y al cabo, el simbólico apela a la relatividad de las cosas, vale decir, siempre hay otro significante que significa al significante original. Simbólicamente, experimentar el “yo también fallo” equivale a decir: “en tanto soy humano, fallo”. Vale la pena tener esto presente respecto a aquellos que asumen posiciones antinómicas, por ejemplo, en lo relativo al psicoanálisis. Pero el retorno de lo real en lo imaginario lo van a observar, por ejemplo, en la obra de Calligaris, donde se afirma lo que decíamos: que el psicótico es como si se moviera con un imaginario que va imantado de lo real. En lo que está fundamentalmente el psicótico es en lo innombrable de lo real y la manera de hacerlo nombrable no puede ser mediante un simbólico, sino que es mediante lo imaginario. “La psicosis”, en el cuadro que ya vimos, alude al aspecto mórbido que dice Freud de los modos del psicótico.

Freud dice también que hay un aspecto restitutivo en los modos del psicótico, que son aquellos que generalmente hacen que las personas lo identifiquen por su locura. La locura no es, necesariamente, señal de psicosis. Por ejemplo, cuando Maleval habla de la locura histérica, dice que se asienta en una estructura histérica, o sea, con represión, pero es locura.18 ¿Por qué es locura? Porque en la locura histérica aparece el fenómeno restitutivo. ¿Cuáles con los fenómenos restitutivos? Los delirios y las alucinaciones.

El delirio y la alucinación dice Freud —lo diré de un modo más simple— son modos de restituirse aparentemente, imaginariamente, al mundo de los denominados normales. Vale decir, cuando se delira o alucina, se está usando la percepción al modo como la usamos todos, pero con una peculiaridad, que no es reconocida por todos de la misma manera que se aprecia en la psicosis. Hay mucho que hablar de lo que es la alucinación. La alucinación como “percepción sin objeto”, o más bien de un objeto que no está adecuado a la sensorialidad, a lo perceptible, lo que los lacanianos llaman el “objeto a”.

Lo que importa ahora es que la alucinación y el delirio son modos de restituirse al mundo de los considerados normales. Es como si el psicótico quisiera transmitir: “en el mundo de la percepción, yo percibo como percibes tú”. El delirio es un pensamiento. Schreber se despertó pensando que sería hermoso vivir la cópula como una mujer, o sea, lo hermoso que sería experimentar lo que una mujer siente en la cópula. Por ahí parte su delirio. Termina diciendo que necesita copular con Dios, para engendrar toda una raza especial. Conviene, en esto de una raza humana especial, no olvidar que el padre de Schreber, este educador alemán tan nombrado y respetado en un tiempo en Alemania, era un precursor del nazismo. El padre de Schreber dejó textos sorprendentemente cruentos en lo referente a sus ideales educativos, ideales que aconseja llevarlos a cabo por medios en exceso crueles. Algo que desconoció Freud y que nos plantea preguntas respecto a las causas. En todo caso, lo que importa es que el delirio y la alucinación son restitutivos y pueden ser parte de la locura y no de la psicosis. El delirio y la alucinación pueden ser parte de una locura histérica que no sea psicosis, tal y como señala Maleval, en la medida en que tal locura se sostenga desde la represión.

En el caso de la perversión, por ejemplo, no existiría antinomia inconsciente-preconsciente en el sentido que el inconsciente y preconsciente, por obra de la renegación, actúan la pulsión inconsciente, hacen un acto de la pulsión. El perverso puede perfectamente tener, y muy frecuentemente tiene, rasgos psicopáticos, porque busca psicopáticamente, es decir sin moral, sin ley, encontrar en su entorno la víctima perversa, a pesar de que, de acuerdo con la teoría estructural, no existe el psicópata. El psicópata, como patología del superyó, es un diagnóstico de la psiquiatría norteamericana. Yo considero que tiene su validez. Por ejemplo, ese austríaco que secuestró a su hija durante 27 años, teniendo hijos con ella, es un perverso psicopático. Si alguno de ustedes vio el reportaje sobre él transmitido por televisión, habrá notado la particularidad del modo como habilitó el subterráneo para aprisionar a su hija y nietos. Esta construcción está hecha de la misma forma como Janine Chasseguet-Smirgel, describe,19 valiéndose de Sade, los lugares en los cuales los perversos cometen sus actos de abuso. Son lugares en donde se construyen largos, estrechos y oscuros corredores, húmedos, en los cuales van apareciendo distintas puertas y donde, en algunos momentos, se estrechan los pasadizos de manera que, por momentos, obligan a agacharse. La descripción de Chasseguet-Smirgel es muy precisa.

A propósito de esto pienso en un caso clínico. En una supervisión, a un estudiante en práctica de otra universidad le sugerí la existencia de una perversión en el padre de una niña de más o menos 8 años que era chofer de metro. Al hacerlo tuve presente las descripciones de la autora que acabo de mencionar. La investigación que sugerí a mi supervisado abrió a una historia de perversión que estaba oculta en las determinaciones de un padre que aparecía como un educador muy interesado en el bienestar de su hija.

En la perversión, la antinomia entre consciente e inconsciente está puesta en contradicción a través del acto perverso, que es una realización de la pulsión, es una forma imaginaria de llegar al real. El perverso, en ese sentido, no simboliza, hace de lo simbólico un actuar. La antinomia, en verdad, solo es observada en la neurosis. En la psicosis no hay nada que contradecir, en tanto en la perversión está la contradicción en acto, condensándose pulsión y acto; condensación buscada conscientemente. Bien, nos vemos la próxima clase.

8 Max Hernández (Lima, 1937). Es un destacado psicoanalistas peruano. Ha sido presidente de la Sociedad Peruana de Psicoanálisis. Miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Peruana y de la Asociación Psicoanalítica Británica. Entre sus principales publicaciones se encuentran: El mito y la historia: psicoanálisis y pasado andino (1991), Memoria del bien perdido: Identidad, conflicto y nostalgia en el Inca Garcilaso (1993), Entre los márgenes de nuestra memoria histórica (2012), entre otros.

9 Jameson, F. (1997). Las semillas del tiempo. Madrid: Editorial Trotta.

10 Sartre, J-P. (2004). La crítica de la razón dialéctica. Buenos Aires: Losada.

11 Sartre, J-P. (1969). L’homme au magnétophone. París: Les Temps Modernes.

12 Freud, S. (1998 [1925]). El yo y el ello y otras obras. Obras completas de Sigmund Freud Vol. XIX. Buenos Aires: Amorrortu.

13 Ojeda, C. (1998). La presencia de lo ausente: Ensayo sobre el deseo. Santiago de Chile: Editorial Cuatro Vientos.

14 Jorge Eduardo Rivera (1927-2017). Filósofo y teólogo chileno. Discípulo de Hans-Georg Gadamer, Xavier Zubiri y Martin Heidegger. Autor de numerosos ensayos, artículos y libros. Reconocida es su traducción de Ser y tiempo (1997) de Martín Heidegger. Fue profesor del grupo sobre Heidegger en el que participó Jaime Coloma junto con Juan Francisco Jordán, Max Letelier y César Ojeda.

15 Freud, S. (2006 [1918]). De la historia de una neurosis infantil y otras obras: 1917-1919. Obras completas Sigmund Freud Vol. XVII. Buenos Aires: Amorrortu.

16 Agamben, G. (2002). Lo que queda de Auschwitz. Valencia: Pre-Textos.

17 Guillermo Brudny (1929-2008). Psicoanalista argentino. Fue miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). Entre sus principales aportes se encuentran el haber contribuido a la formación de analistas didactas junto con Darío Sor.

18 Maleval, J-C. (1996). Locuras histéricas y psicosis disociativas. Buenos Aires: Paidós.

19 Chasseguet-Smirgel, J. (1985). Creativity and perversion. London: Free Assoc. Books.

CLASE 3

LO (DES)CENTRADO EN EL (DES)CONOCIMIENTO PSICOPATOLÓGICO

Este es un curso que está destinado a plantear la escucha del psicoanalista de un modo que incluye lo que se ha llamado “lectura del material” y aquello que estoy denominando aquí, con “diagnóstico constante”, “pequeño y gran diagnóstico”. Esto implica que el paciente está siendo siempre, de alguna manera, diagnosticado. Me gustaría decir después de esta afirmación, que uno no solo diagnostica en la incertidumbre, como vimos la vez pasada.

Decía que todo trabajo profesional es tal en tanto opera en la incertidumbre, pero lo que deseo precisar ahora es que no solo operamos en la incertidumbre, sino que es necesario tener simultáneamente presente que, pese a todas las capacidades formativas que tenga un profesional, el paciente siempre va a ser un enigma. Es perfectamente obvio decir que todo ser humano es totalmente enigmático para uno. Sin embargo, esta apreciación bastante obvia pasa por algo distinto, porque aquí se supone la pericia y el conocimiento del profesional, aunque la palabra conocimiento valdría la pena revisarla un poco. Se asume, así, una formación.

Entonces, se supone que la escucha del psicoanalista, como la de cualquier profesional, ha sido sofisticada en ese sentido, de un modo distinto a cualquier relación humana, y ese supuesto, pese a su complejidad y a la experticia que conlleva, no hace nunca posible que uno supere la condición de enigma del paciente. Creo que esto también es parte de la escucha. Podría figurarse como una manera de escuchar el silencio del otro. El silencio, no cabe duda, es una constante que recorre el tejido de lo que se ha pensado como lo inconsciente. La argamasa gramatical es callada y, sin embargo, es la que hace posible que la palabra se haga sonora y presente representacionalmente lo que se ha llamado “realidad externa”, que es la posibilidad de acceder a la cotidianeidad del mundo.

Al fin no es solo lo incierto lo que se da en todo intento de acceder a otro. Lo otro siempre está fuera del dominio del yo, en tanto yo consciente y, como lo suponemos, lo otro, la otredad como quiera considerársela—, envuelve y estructura a aquello que en cierta orientación psicoanalítica se ha llamado “sujeto”, quedando así la presencia de lo otro como un determinante inconsciente, vale decir, no consciente y oculto en extramuros representacionales que operan en la oscuridad de la lucidez. En ese sentido, lo otro siempre es otro, está fuera de los dominios del yo. En un curso distinto decíamos que, independientemente de cómo se conciba el psicoanálisis, cuando Freud postuló el lugar determinante de lo inconsciente, gestó allí la idea de que somos sujeto de algo otro, algo que obra más allá de lo que creemos ser.

Dada esa aclaración, me gustaría seguir con lo que vimos sobre antinomia y contradicción, estructura e historia. Estas ideas las combino en base a mi lectura del ya citado Jameson y siguiendo lo aseverado por André Green en un artículo publicado en la recopilación llamada Estructuralismo y psicoanálisis,20 donde desarrolla un escrito sobre la oposición entre estructura e historia. Me ha parecido interesante ordenar lo postulado por estos dos autores en este cuadro que ya formulamos la clase pasada.

Quisiera tener presente ese referente, en la medida que detrás de ese referente, de la trama entre esas cuatro palabras, hay algo que implica la toma de una posición subjetiva del profesional, del psicoanalista en este caso, ya que estamos hablando de psicoanálisis. Una posición subjetiva en la cual uno está —lo diré de esta forma— predispuesto a mirar el fenómeno ya sea desde lo antinómico o desde el campo de lo contradictorio, y desde allí tener preferencia por la estructura o por lo histórico. ¿Por qué estoy afirmando la existencia de esta predisposición? Porque una posición subjetiva es cosa del sujeto y en este sentido, en tanto profesionales, somos —sabemos la frase, sabemos la fórmula— sujetos de un gran Otro. Vale decir, hay un gran Otro que nos precede en nuestra necesidad de posicionarnos frente al mundo; nos precede, no podría no ser así, ese gran Otro del lenguaje, que es la fuente del registro simbólico, que es la cultura. Ese gran Otro nos precede y, en ese sentido, nos precede en nuestras elecciones profesionales. Aun hecha ya la elección por un tipo de enfoque, por ejemplo, el psicoanalítico, esa posición de sujeto va a dar una aproximación más específica. Más allá de lo que trabajemos intelectual o reflexivamente, tal toma de posición nos va a superar, va a desbordar los límites de nuestro yo intencionado y consciente, preconsciente.

Hace años, yo hablaba de una forma bien concreta y burda sobre cómo uno nace con un determinado tipo de cabeza. De manera tosca intentaba decir algo de la posición subjetiva en esa época, porque lo dije hace 25 años, cuando no tenía los referentes lacanianos para hablar de la posición del sujeto y seguramente por eso trataba de explicarme diciendo “un tipo de cabeza”. Con esto quería decir que había cabezas objetivistas y cabezas subjetivistas. Teniendo hoy otro acervo conceptual, creo que esta manera de enfrentar las cosas proviene del modo en que somos sujetos, y lo somos de un modo que no es yoico —eso ya lo hemos hablado demasiado—. En este sentido, si en la noción de antinomia hay un posicionarse de un modo que excluye a los opuestos, o es esto o lo otro, y en la concepción de contradicción estaría la idea de hacerse cargo e incluir a los opuestos, diría que, dentro del enfoque psicoanalítico, las posiciones antinómicas muchas veces tienden a hablar de estructura, aun cuando no sean muy estrictos en la manera en que lo definen. Al parecer, la noción de estructura incluye una preferencia por lo antinómico.

Pienso, por ejemplo, que el concepto de estructura que aparece frecuentemente en las perspectivas kleinianas, y que aparece también en ciertas aseveraciones de Kernberg, es un poco liviano si se quiere, no es un concepto que pueda definir bien la situación entre yo y sujeto. Lo anterior hace que usen el concepto estructura sin que permita delimitar otra zona de integración dentro del individuo que no sea el yo.

Aunque quizás lo que afirmo no cuente con el apoyo de teorías consagradas —consagradas es una buena palabra para definir esto—, creo que es necesario distinguir entre estructura y sistema. Entiendo que identificar estructura y sistema es perder la posibilidad de tener presente lo que es lo centrado y descentrado, y al perderse la posibilidad de tener presente lo centrado y lo descentrado, se pierde la posibilidad de aludir a lo imaginario y lo simbólico, registros que permiten hacer distinciones valiosas en el enfoque de la relación del ser humano con su mundo.

Un sistema es, por definición, regulado desde un centro, trátese de sistemas abiertos o cerrados. Al ser centrado, va a generar articulaciones que se configuran, en su integración sistémica, como una congregación de elementos en torno a un punto. Para que haya un elemento de un sistema es necesario que haya una regulación que comande el orden de dispersión de cada elemento. Es desde el centro, es centrífugo. No podría la idea de sistema compatibilizarse con un orden externo al sistema, como el lenguaje. El lenguaje en sí mismo es un sistema que se autorregula. Esta es la base de la excentricidad del sujeto, que se estructura de acuerdo con ese sistema de lenguaje que le es exterior. A mí esto me parece que es fundamental para pensar lo imaginario.

El registro imaginario tiene que estar apoyado precisamente en el orden de lo central, lo que centraliza, lo que al hacer centro ordena lo que tiende a la dispersión, y cada uno de esos elementos debe tener la misma característica centralizadora en lo imaginario. De este modo, se justifica que el registro imaginario opere con significados y no con significantes. Los significados son unidades que, desde su centro, determinan la estabilidad articulatoria de las cosas. Se posibilita, por tanto, el concepto de imaginario en la medida que lo entendamos de acuerdo con las formas de ordenamiento del sistema. En el concepto de lo descentrado, en cambio, aparece la idea de estructura. La estructura es aquello que está más allá de la posibilidad del yo de ordenar centralmente las cosas, la estructura está descentrada, está enajenada, está excéntrica.

¿Por qué repito esto que hemos visto en tantas clases y que ustedes ya me han escuchado tantas veces? Porque la posición antinómica es una posición a la cual uno está de alguna manera predispuesto imaginariamente en su posición subjetiva. No podemos escapar de nuestros determinantes yoico-imaginarios. Lo uno o lo otro es un registro imaginario, por mucho que su complejidad intente dar cuenta de una subversión del sujeto, como lo llaman con tanta vehemencia algunos.

Me parece que en lo psicoanalítico es fundamental tener presente la estructura, pero como uno tiene una formación psicoanalítica, profesional, valdría la pena que esta formación sitúe los aportes del psicoanálisis respecto del concepto de estructura en un lugar que sea reconocido como una posición subjetiva. Es decir, mantengo la importancia y validez de considerar la noción de estructura no como una verdad objetiva, sino como una posición en la que el sujeto que sostiene mi yo imaginario es sujeto de algo que me trasciende, está más allá de mí, está en los órdenes del lenguaje que dieron la posibilidad de existir. Si no reconozco la preferencia antinómica de las estructuras como una posición subjetiva, pareciera que me piso la cola, que tropiezo conmigo mismo, porque declaro el carácter de la estructura como lo excéntrico, hablo del anudamiento estricto de lo simbólico con lo imaginario. Y, sin embargo, pese a esta imposibilidad de separar lo simbólico y lo imaginario, estaría considerando que todo aquello que viene de lo imaginario, como las teorías kleinianas, por ejemplo, antinómicamente, no puede ser considerado. ¿Me explico?

Algunos de ustedes me responden mostrándome su cara neutra de psicoanalista, cara de indiferencia, sin gesto alguno, y entiendo que no me he explicado. Lo que planteo respecto a una posición estructural es que es una posición que por definición es excéntrica, está fuera del centro, está en el Otro. En la medida que asumo una posición como esa, yo debería incluir, en esa manera de entender las cosas, la idea de que yo como; solo puedo radicarme en lo imaginario. Si me identifico con lo lacaniano, tal identificación conlleva afirmar implícitamente que mis conceptos lacanianos al ser explicitados coherentemente han pasado al orden de significados propio del registro imaginario. Toda conceptualización coherente tendría que ser, en la medida de su coherencia, una exposición de significados. Si no fuere así, ¿cómo podría darse este fenómeno tan común dentro de los iniciados que tan fácilmente consideran que el otro no ha comprendido la profundidad y la sutileza de las afirmaciones del maestro? En la medida que me establezco como centro de corrección de lo que verdaderamente significan los aportes de la Escuela, estoy imaginariamente desconociendo mi condición de ser incluido en una red simbólica. Como centro yoico estoy desconociendo mi condición de ser alguien que está siendo sujeto del Otro. De lo Otro, que está fuera de mí, como la máxima manifestación de lo inconsciente. Cuando se reconoce el lugar que en la posición de sujeto tiene la estructura, extrañamente se asume el asunto de la estructura como si el que la sostiene conceptualmente, fuera el centro privilegiado de las concepciones correctas, funcionando sin hacerse cargo de la inconsistencia, como centro yoico relativo a los conocimientos que da el estructuralismo. Parece así que los sujetos de lo inconsciente siempre fueran los interlocutores. Creo que orientar la interpretación sobre lo que nos constituye como seres humanos, de la manera que implica las nociones de sujeto, existencia y estructura como excéntricas, implica alcanzar un saber incierto que nos guía al modo de un mapa caleidoscópico, cuyas imágenes nos irán enseñando las distintas formas en que se dan las cosas. En esta imagen, tal mapa no podría desconocer que está determinado por una intención yoica, invisiblemente guiada por la mano fantasmática del sujeto, al que nos conduce el giro que apliquemos.

El estructuralismo es una temática dentro de Lacan bastante ambigua, en el sentido de que evoluciona hacia posiciones no necesariamente estructuralistas. Digamos estructuralismo, definiendo el modo como lo estamos usando, simplemente para comunicarnos entre nosotros y tratar de entender las cosas. Si tengo una posición teórica, conceptual, en la cual digo “la condición de lo humano en su estructura es ser excéntrica”, lo que debería asumir desde esta posición teórica es que debo cancelarme como agente de una posición centralista, dado que reconozco que soy sujeto de mi tiempo, de mi historia, de mi ambiente, el sedimento de mi historia para decirlo más estrictamente. Si lo reconozco así tendría que situarme, como teórico, siempre desde el lugar de lo imaginario.

Me pregunto por qué hablar desde una posición singular excluyéndome simultáneamente de ella. Sería como sostener que un país como Estados Unidos defiende la libertad de los hombres al invadir los pueblos, mostrando de modo evidente que las regulaciones pretendidamente libertarias implican el sometimiento de los otros y no de Estados Unidos. O sea, soy, comillas, “lacaniano”, estructuralista y, como tal, pienso que el sujeto del inconsciente es lo que manda, y cuando ejerzo la teoría psicoanalítica, la técnica psicoanalítica, no soy determinado por el sujeto del inconsciente, a la vez que poseo suficiente centralismo yoico para decir así son las cosas y generar la técnica, el corte. ¿Por qué? ¿Cómo puedo pretender decidir el corte sino es desde algo que, al hacerlo, está siendo dictado por lo propio del yo? El analista se supone a sí mismo en condiciones para definir el momento en que la sesión se interrumpe, porque ha llegado a un cierre significacional que está en condiciones de reconocer.

Desde este punto de vista, tengo que decir que cuando ejerzo la técnica del corte me establezco inmediatamente en el lugar de alguien que puede yoicamente determinarla; puedo determinar cuándo es el término de una sesión sin hacerme cargo, pero si afirmo que soy sujeto del inconsciente, ¿cómo determinaré el corte? Esto trae las cosas a otro lugar, a una posición en la cual considere que el paciente siempre es un enigma. Si me considero el centro de lo descentrado debo tener recursos de otro orden, no yoicos, para abordar al paciente que siempre va a ser enigmático.

Estudiante: Esa posición implica una escisión del profesional, que siempre va a estar en contradicción entre saberse comandado por la estructura y actuar tomando decisiones desde el sistema.

JC: El problema está en que la declaración de esa técnica no está sosteniéndose en la base del sujeto del inconsciente; la declaración de esa técnica está diciendo: yo considero que lo yoico es lo que prima en cualquier técnica. Pienso en realidad que la técnica psicoanalítica no debería verse como técnica, no debería ser técnica, lo he dicho muchas veces. En la proliferación de las técnicas, el técnico es yoico porque la ciencia es yoica, por eso el técnico trabaja con lo imaginario. La ciencia, en verdad, funciona con lo imaginario. Eso es lo que a mí me parece inexplicable; si me presento ante el paciente diciendo “mi teoría me dice que usted importa en su posición subjetiva, que está descentrada en un gran Otro”, estoy indicándole, obviamente, que cuando digo “usted” no me refiero a este paciente solamente, sino a “nosotros” los humanos. Desde esa posición no debería asumir posiciones técnicas, porque las posiciones técnicas son yoicas.

Es necesario encontrar otra manera de abordar al paciente. Se trata de encontrar el estilo, no la técnica, de aproximarse al paciente en lo verbal proponiéndole aperturas a partir de lo que él está diciendo. Aperturas que uno supone que él no tiene presentes. Proponérselo. Es distinto decir lo que a usted le está pasando que proponer. Es distinto de la afirmación de Lacan respecto a lo apodíctico de las intervenciones. En todo caso este es un curso que no es de teoría de la práctica. Al hacer estas alusiones al modo de intervenir, quiero solamente decir que a mí me parece que los conceptos aludidos previamente implican algo relacionado con el abordaje diagnóstico del paciente y, en ese sentido, ocurre una extraña paradoja con esto de ser estructuralista y tener posiciones antinómicas. A mí no me convence que se pueda tener una posición exclusivamente estructuralista.

Volvamos al cuadro que motivó toda esta reflexión.

Alguien decía la vez pasada que en él se ha optado por darle una prioridad a lo estructural, ya que en esta tabla de doble entrada la línea de arriba está marcada por psicosis, perversión y neurosis. Lo que implica que la primera aproximación al paciente debería ser intentando buscar estas posiciones estructurales. No obstante, debo tener presente que he afirmado que las posiciones antinómicas necesariamente ocultan su opuesto, vale decir, que vienen de la consideración de lo dialéctico, lo contradictorio. Por eso vale la pena tener presente de entrada que la posición subjetiva propia de la estructura es pensada como una afirmación que, en tanto tal, se caracteriza usando las formas y enlaces conceptuales de lo imaginario. El imaginario no depende de un S2, excepto cuando se expone la relatividad de un aserto en forma explícita, caso en el que la relatividad misma se usa como un significado, donde la explicitación del S2 queda atrapada en un significado definitivo. Estos enlaces tienen que alcanzar, por tanto, la estabilidad de los significados que son el modo de articulación del registro imaginario.

El campo de lo conceptual se enlaza según un orden de significados, es decir, que los conceptos se organizan por sus diferencias y por sus contenidos. Lo estructural es, por cierto, un abordaje conceptual, por lo tanto, busca hacerse cargo de la esencia de las cosas y no de sus accidentes; la esencia de las cosas no se configura por cadenas significantes. De esta manera no podemos aludir a lo simbólico si no es desde su registro imaginario conceptual. En este sentido, lo simbólico es una afirmación que delata su negación en el imaginario que lo describe para tener acceso a él.

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