Kitabı oku: «Trayectorias y proyectos intelectuales», sayfa 7
España había configurado al Perú como un territorio productor de metales preciosos, posteriormente Inglaterra lo prefirió como país productor de guano y salitre. A diferencia de los recursos minerales que se tenían que explotar en la Sierra, sin ninguna garantía infraestructural, el guano y el salitre no necesitaban mayores tratamientos y estaban ubicados en la Costa al alcance de los barcos.
Con el auge del guano y el salitre, explicaba Mariátegui, surgió un nuevo periodo de desenvolvimiento del Perú, representaban la principal renta fiscal con la cual el Estado abusó del crédito al pensar que la prosperidad era infinita. De esta época data la hipoteca y entrega de los ferrocarriles del Estado a la administración inglesa. De este periodo también provienen los primeros elementos bien definidos de capital comercial y bancario que complementaban la construcción de una burguesía que por su origen y rasgos sociales se confundía con la aristocracia sucesora de los encomenderos y terratenientes de la Colonia.
Esta burguesía naciente consiguió reemplazar la ola de caudillos militares, que dirigían desde su inicio la administración republicana en alianza con el terrateniente para el desarrollo de una economía feudal con fachada liberal. La nueva Administración proveniente del “civilismo” tenía un acento costeño, por su origen económico, lo que profundizó el dualismo y conflicto con la Sierra. La guerra del Pacífico le arrebató al Perú los yacimientos de guano y salitre, entregando los faltantes a Francia e Inglaterra como respaldo al mayor endeudamiento producto de la guerra, terminando con dicho periodo, que según Mariátegui representó mediocremente un primer impulso de superación de la feudalidad y el desarrollo del capitalismo en el Perú, pero que, al estar dirigido por una metamorfosis de la clase dominante tradicional, no le alcanzó para liquidar el pasado colonial.
El poder regresó a los jefes militares, los cuales no estaban capacitados para reconstruir o instaurar un orden económico superior, con lo cual su incompetencia produjo mayores entregas de la economía nacional al capital extranjero, como el empeño definitivo de los ferrocarriles (Contrato Grace). Solo a base de empréstitos se logró iniciar la explotación de otros productos, predominantemente mineros.
Mariátegui afirmaba que la fraseología liberal solo profundizaba la inversión extranjera y no tocaba por ningún motivo los cimientos de la economía feudal. De esta época data la industrialización de la Costa, la aparición del proletariado y el surgimiento de bancos nacionales que financiaban industria y comercio; toda iniciativa económica previa aprobación de la banca y economía internacional.
El canal de Panamá acortó las distancias entre el Perú y Europa, pero, sobre todo, entre el Perú y los Estados Unidos, tras lo cual este último empezó a explotar minerales y petróleo; de hecho, el petróleo y el cobre se posicionaron como dos de los productos más importantes de la economía nacional. Una nueva clase capitalista dirigía el país, y aunque la propiedad agraria seguía siendo definitiva en su configuración social, ya no los apellidos virreinales. Se fortaleció y profundizó el modelo de país que le servía de contexto, aprovechando el auge de la explotación del caucho y un alza de los productos peruanos debido a la crisis desatada por la Primera Guerra Mundial, la cual contribuyó para dejar a los Estados Unidos como cabeza de la penetración imperialista en el mundo.
El contexto histórico previamente descrito permitió a Mariátegui dar como conclusión “que en el Perú actual coexisten elementos de tres economías diferentes” (2005, p. 28). Existía en su contemporaneidad dentro de la realidad nacional la economía feudal, los residuos vivos de la economía comunista indígena y un crecimiento de una economía burguesa con mentalidad atrasada.
No obstante, el incremento de la minería, el Perú era un país agrícola. Y aunque la agricultura y la ganadería nacionales cubrían insuficientemente la demanda nacional, sobre todo con la producción de alimentos desde la Sierra, sus productos, con los de la minería y la explotación del petróleo, ocupaban la principalidad en las exportaciones del país. El cultivo de la tierra ocupaba la mayoría de la población nacional, de la cual cuatro quintas partes eran indígenas; por tanto, en su conjunto, la producción agropecuaria pesaba más en la configuración económico-social del país.
A pesar de ello, la parte más alta de las importaciones era en “víveres y especias”, lo cual evidenciaba que la producción en el país, carente de soberanía, no tenía una preocupación por las necesidades nacionales y estaba dirigida bajo los intereses del capital extranjero. Solo la ganadería había permitido desarrollos de la industria textil nacional en el Cuzco, donde se evidenciaba cómo “el indio se ha asimilado al maquinismo” (Mariátegui, 1985, p. 37). Legislativa y crediticiamente había mayores garantías para el desarrollo de haciendas que para el impulso de la industria urbana. La minería, la explotación del petróleo, el comercio y el transporte estaban total o mayoritariamente en manos del capital extranjero.
En la Costa, la plantación de alimentos estaba por debajo de la ley y el cultivo se concentraba exclusivamente en la producción de azúcar y algodón. Con una pobre vida urbana, no existían ciudades que permitieran un verdadero comercio fluido y una circulación de la riqueza. La hacienda, que era el tipo de agrupación económica rural dominante, limitaba aún más el intercambio al autoabastecerse en los requerimientos para la producción de azúcar y algodón.
El terrateniente de la Costa justificaba su gran propiedad gracias a que esta le facilitaba su vasta producción, que equilibraba la balanza comercial del país. Mariátegui explicaba que, por el contrario, el terrateniente -“burgués” local, más rentista que capitalista, financiaba su actividad económica por medio de hipotecar su propiedad y producción al capital extranjero. Dicha clase, a falta de formación y espíritu de capitán de industria, terminaba quebrando y perdiendo su propiedad en manos extranjeras, entregando el país y profundizando la presencia y poder imperialista en el territorio nacional.
“Los elementos morales, políticos, psicológicos del capitalismo no parecen haber encontrado aquí su clima” (Mariátegui, 2005, p. 34). La herencia feudal imposibilitaba el desarrollo decidido del capitalismo y era la culpable de la paupérrima condición de vida de la mayoría del país. El papel de yanacones del capitalismo anglosajón, jugado por los terratenientes de la Costa, garantizaba el trabajo del campo por medio de braceros en condiciones extremas de explotación, incluso bajo formas y principios feudales, que aseguraban bajos costos y mayores ganancias. De este modo, era que las haciendas de la Costa conseguían financiar su tecnificación capitalista.
En las haciendas de la Costa, sobrevivían métodos de explotación como el yanaconazgo y el enganche; sin embargo, el carácter capitalista de sus empresas las empujaba hacia la concurrencia, y junto con la relativa libertad que tenía el bracero de migrar cuando se le oprimía demasiado, hacían que el salario empezara a reemplazar al yanaconazgo y a los otros mecanismos atrasados de vinculación del trabajo.
En la Sierra prevalecía la feudalidad y la minería, los métodos de explotación en las haciendas hacían que el indio prefiriera someterse al salario paupérrimo de las minas o migrar temporalmente en busca de mejor remuneración a la Costa. Inexistente el salario en dicho territorio (a excepción de las minas), se hacían explícitas todas las manifestaciones de precapitalismo, incluida una reanimación de la mita, llamada Ley de Conscripción Vial, con la que se obligaba a trabajar a los indígenas en obras públicas que beneficiaban directamente a los gamonales.
En la Sierra Mariátegui explicaba que la comunidad indígena permanecía viva, se oponía menos al desarrollo del capitalismo que el latifundio de esta región. Había encontrado en la contemporaneidad posibilidades de evolución y desarrollo, cuando lograba articularse al comercio con garantías técnicas, tecnológicas e infraestructurales, y como cooperativa era más productiva que el latifundio que poseía la mejor tierra, con mayor disposición subjetiva para el trabajo y cultivando las peores tierras. En cien años de república en el Perú, los indígenas no se habían vuelto individualistas, y donde no se conservaba la propiedad colectiva quedaban vigentes formas de cooperación en el trabajo que mostraban la vitalidad del comunismo indígena.
Mariátegui caracterizaba, además, una tercera región que era la de la Amazonia, que había sido el territorio donde pululó el esclavismo mientras el auge y la decadencia de la explotación del caucho. “En la Montaña o Floresta, la agricultura es todavía muy incipiente. Se emplean los mismos sistemas de ‘enganche’ de braceros de la Sierra; y en cierta medida se usan los servicios de las tribus salvajes familiarizadas con los blancos” (Mariátegui, 1985, p. 39).
Todo este análisis histórico y de contexto hecho por Mariátegui le permitió ofrecer una alternativa a las contradicciones existentes en el Perú y a la condición de explotación y dominación a la que eran sometidas las clases subalternas por parte de la clase dominante local aliada del capital imperialista. Por el peso de la agricultura en la configuración económico-social del Perú, el problema agrario era determinante para Mariátegui, y siendo el indígena el directamente afectado, la cuestión indígena adquiría igual importancia. En referencia al problema del indio, Mariátegui marxistamente afirmaba que estaba ligado al régimen de propiedad de la tierra en el Perú, el cual determinaba a su vez el régimen político y administrativo de toda la nación, y sin cambiar este era imposible cambiar el país.
Liquidar el gamonalismo y la feudalidad existentes que condenaban a la servidumbre a la mayoría del país era la única solución para Mariátegui, y debido a que la república bajo sus premisas liberales no lo había podido hacer, lo podría realizar menos aún cuando sus principios estaban en crisis a nivel mundial en el ambiente de la posguerra. Para Mariátegui: “El problema agrario se presenta, ante todo, como el problema de la liquidación de la feudalidad en el Perú” (2005, p. 51). El gamonalismo fortalecía el latifundio y ensanchaba la servidumbre, acentuando, además, el imperialismo en la economía nacional; así que, agotadas históricamente las soluciones capitalistas, acorde con el momento vivido en el mundo, la única solución verdadera para Mariátegui era el socialismo.
Mariátegui no les adjudicaba ningún papel revolucionario a las burguesías latinoamericanas, de ahí sus discusiones en el interior de la Internacional Comunista y la táctica definida para las colonias y semicolonias, y por ello su ruptura con Haya y la propuesta de alianza de los sectores populares con la burguesía nacional y la pequeña burguesía intelectual antiimperialistas como clases dirigentes en la edificación de un capitalismo nacional especial. Consciente de la época, Mariátegui afirmaba que para América Latina:
El imperialismo no consiente a ninguno de estos pueblos semi-coloniales, que explota como mercado de su capital y sus mercaderías y como depósito de materias primas, un programa económico de nacionalización e industrialismo. Los obliga a la especialización, a la mono cultura. (Mariátegui, 1985, p. 248)
No les permitía, por tanto, construir una economía emancipada de las taras feudales, sino simplemente el perfeccionamiento de la explotación de la tierra y de los campesinos. Los países latinoamericanos al llegar tarde a la competencia capitalista, en la época de los monopolios, tenían asignado el puesto de colonias o semicolonias; los primeros puestos ya se habían fijado definitivamente hacía tiempo.
Para Mariátegui era claro que solo la revolución socialista opondría un dique definitivo al avance del imperialismo, liquidando a su vez con la feudalidad en el Perú. Revolución socialista que llevaba inmerso, por ello, un carácter antiimperialista, una aspiración de liberación nacional.
No obstante, a diferencia de la lucha antiimperialista en otras latitudes, donde podía primar el sentimiento patriótico y nacional, Mariátegui explicaba que, en América Latina, con contadas excepciones, los elementos burgueses y feudales sentían el mismo desprecio racial que los imperialistas blancos por el indio, el negro o mulato, y que dicho sentimiento actuaba en la clase dominante local en favor del sometimiento imperialista.
Por tanto, en América Latina y el Perú se demandaba un antiimperialismo de clase y racial más que nacional, de acuerdo con esto, la cuestión de las razas adquiría un carácter de clase, las clases explotadas eran, además, odiadas como raza, y en esa medida, para redimirse como razas, debían redimirse como clases, sin caer en el extremo de un racismo inverso con alternativas, como la de autodeterminación de los pueblos, que terminaría con la creación, por ejemplo, de Estados burgueses indígenas sin solucionar la causa económica del problema, propuesta sugerida por cierto indigenismo y por la Internacional Comunista. Y aunque en algunos países latinoamericanos la cuestión de la raza no pasaba de ser un problema regional, Mariátegui señalaba que, sobre todo en los países andinos, este era determinante y obligatoriamente debía contemplarse.
Mariátegui resaltaba que, además de lo mencionado, en el Perú el problema de las razas era desde los indígenas una posibilidad de construcción de la unidad de la nación a partir de la porción poblacional mayoritaria excluida históricamente, de creación de la nación, fragmentada esta en el tiempo por la división y el conflicto entre regiones (Costa, Sierra y Montaña) y todo lo que ello implicaba económica, política y culturalmente.
Para Mariátegui, el indígena como raza en el Perú representaba al tiempo la mayoría de las masas explotadas y oprimidas en el campo y las ciudades, lo cual sugiere que obreros y campesinos peruanos como subalternos debían edificar el socialismo. Dicho socialismo pretendía hacer hegemónica la gestión colectiva y estatal en la economía nacional en perjuicio de los latifundistas, burgueses nacionales y capitales extranjeros, y en beneficio de los indígenas obreros y campesinos. Quería proyectar productivamente para sí lo más avanzado que en materia económica se había manifestado en dicha sociedad.
El socialismo encuentra lo mismo en la subsistencia de las comunidades que en las grandes empresas agrícolas, los elementos de una solución socialista de la cuestión agraria, solución que tolerará en parte la explotación de la tierra por los pequeños agricultores ahí donde el yanaconazgo o la pequeña propiedad recomiendan dejar a la gestión individual, en tanto que se avanza en la gestión colectiva de la agricultura, las zonas donde ese género de explotación prevalece. (Mariátegui, 1985, p. 161)
El arrendatario del latifundista (yanacona) o pequeño propietario que tuviera la posibilidad de desempeñarse como jefe de empresa se proyectaría en la nueva sociedad cumpliendo un papel importante con su cultivo productivo y la plusvalía que generara, en la superación de la feudalidad. Para ello, además, se debían abolir en el ámbito nacional todos los métodos atrasados de vinculación al trabajo y dar garantías para que este se desarrollara justamente.
En contravía de la mala gestión de los grandes latifundios tecnificados capitalistamente, el Estado debía asumir su administración colectiva, como lo venía haciendo con los azucareros que se quebraban, dándoles una mejor proyección productiva y diversificando el cultivo.
Los latifundios azucareros y algodoneros no podían ser parcelados para dar paso a la pequeña propiedad —solución liberal y capitalista del problema agrario— sin perjuicio de su rendimiento y de su mecanismo de empresas orgánicas, basadas en la industrialización de la agricultura. La gestión colectiva o estatal de esas empresas es, en cambio, perfectamente posible. (Mariátegui, 1985, p. 271)
Se debían nacionalizar, además, las grandes fuentes de riqueza, incluidas las industriales, mineras, financieras, etc., más importantes que estaban en manos del capital extranjero o de la burguesía nacional.
Asimismo, las sobrevivencias del comunismo agrario incaico debían desempeñar un importante papel en la construcción de la nueva sociedad. Donde existía la comunidad debía convertirse en potentes cooperativas, expropiando en su beneficio el latifundio. No era un anhelo de restauración de la sociedad inca el de Mariátegui, cayendo en un indigenismo milenarista ingenuo, sino una propuesta de una evolución posible y contemporánea de la comunidad sobreviviente bajo un proyecto socialista en el siglo XX.
El Estado que debía construir el proceso revolucionario era, a su vez, un Estado obrero y campesino que garantizaría la administración colectiva de la economía nacional, socializaría el poder militar y policiaco en una milicia obrero-campesina y construiría nacionalmente los municipios de obreros, campesinos y soldados.
Acorde con su realidad, Mariátegui y los socialistas peruanos proponían un camino hacia el socialismo que no demandaba una primera etapa demoburguesa como canon universal, pero que no negaba que en este la revolución tuviera que cumplir con algunas tareas teóricamente capitalistas.
De esta forma, teniendo como base una interiorización particular y potente del marxismo en sus contenidos filosóficos y metódicos, Mariátegui definía sus ideas políticas y económicas en general con las cuales se constituyó y desempeñó un papel importante de intelectual orgánico de las clases subalternas del Perú, no solo como difusor, sino también como alto creador de pensamiento, hasta que su existencia física se lo permitió.
Conclusiones
Una vez hecha una propuesta de reconstrucción de la trayectoria intelectual de Mariátegui a partir de un enfoque gramsciano y haber expuesto su pensamiento en su momento de gestación propia desde los focos aludidos, se puede afirmar y ratificar a manera de síntesis que Mariátegui se debe entender como un marxista dialéctico y en diálogo con la realidad y el panorama intelectual existente desde lo metódico y filosófico; y como pensador que desde lo económico y político, entendiendo de modo innovador su entorno nacional enmarcado dentro de un orden económico mundial capitalista e imperialista, también en diálogo y discusión con corrientes intelectuales nacionales e internacionales, formuló coherentemente con su pensamiento en general una solución socialista a las problemáticas presentes en su país, que aspiró convertir como intelectual orgánico en movimiento histórico y, por tanto, conciencia y voluntad popular de los indígenas obreros y campesinos del Perú.
Por tal motivo, su legado desde lo filosófico y metódico no se puede comprender como “soreliano”, “marxista abierto” o “idealista”, o desde lo económico y político como pensamiento “dirigente de la revolución campesina del Perú”, “determinista económico” o “socialista etapista”, formas que se han elaborado en el tiempo desde diferentes acentos y se han formalizado para interpretar su reflexión de manera equivocada (Cristancho, 2014). La situación de la exégesis sobre el pensamiento de Mariátegui se desarrolla, puntualmente, en el capítulo tres del trabajo de grado: “El pensamiento de José Carlos Mariátegui: el reto de construir el socialismo en América Latina”.
Retomando lo anterior y siguiendo con lo propuesto en este escrito, para finalizar, se presentará lo que desde su perfil intelectual y su obra expuesta se considera son aportaciones a la sociología y a las ciencias sociales en sus discusiones contemporáneas, de lo cual, además, se puede abstraer algunas agendas de investigación.
En primera instancia, es necesario resaltar la capacidad que tuvo Mariátegui de producir un conocimiento original de su entorno social que no recae en una traducción vulgar de una determinada teoría externa (en este caso el marxismo); sin negar lo que pueda resultar universal de ella, nunca perdió en la realización intelectual el contexto y el sitio desde el que estaba produciendo. Es solo desde allí que pudo pararse para formular el socialismo en el Perú, partiendo de las contradicciones que presentaba su realidad inserta dentro de un sistema económico mundial, con una sociedad local con capitalismo imperialista dirigente, predominantemente no proletarizada, donde la producción agropecuaria era sobresaliente, y donde el obrero, sin dejar de ser central, no podía salir adelante en su proyecto emancipador sin contar con los también indígenas, campesinos y comunitarios, que igualmente estaban posibilitados objetiva y subjetivamente en este caso particular para construir un proyecto estructural y superestructuralmente socialista.
Un segundo punto es la capacidad que tuvo de combinar en el entendimiento de la realidad el enfoque sincrónico con el enfoque diacrónico, propio de los pensadores latinoamericanos de su época, que sugiere la fuerza argumentativa que en la actualidad puede llegar a tener la utilización de la sociología histórica. Cuatro periodos de desenvolvimiento habían pasado y daban como resultante la realidad peruana vivida por Mariátegui; por tanto, no se podía entender esta última sin entender sus etapas de desenvolvimiento anterior. Es este particular enfoque lo que viabilizó en la investigación, por ejemplo, dar cuenta rigurosamente del surgimiento y trasegar del terrateniente y el latifundio en el Perú, sus posibilidades y caducidades para la época; o lo que le posibilitó explicar el desarrollo de la comunidad desde su nacimiento, su permanencia histórica y su manifestación “actual”, para ver cómo esta convertida en cooperativa era afín con el proyecto socialista en el Perú.
Un tercer punto, a propósito del debate actual sobre la insuficiencia monodisciplinar para dar cuenta de manera abarcadora de los diferentes objetos de investigación, fue el ejercicio transdisciplinar que realizó en el estudio del Perú, común a los ensayistas latinoamericanos de su época, el cual le permitió explicar el contexto social involucrando diferentes áreas del conocimiento. Analizó histórica, económica, política y sociológicamente los cuatro periodos de desenvolvimiento de la sociedad peruana enunciados, sus transiciones, rupturas y permanencias, y proyectó de la misma forma el desarrollo de la alternativa socialista, teniendo en cuenta simultáneamente en general la relación de lo exógeno con lo endógeno, es decir, el transcurrir del Perú en su relación con el mundo.
De la misma manera, el análisis que propuso evidenció la coexistencia de diferentes modos de producción, donde puede haber uno predominante, superando la racionalidad monista con la que generalmente se cercena la realidad que se tiene por objeto de indagación. Producto de su examen histórico, Mariátegui mostró para la realidad peruana de la época la coexistencia de tres economías: feudal, comunista indígena y capitalista, donde era dirigente la iniciativa capitalista bajo subordinación imperialista. Sin esta singular lente le hubiera sido imposible dar cuenta completamente de la situación presente, y, por tanto, la formulación de una solución a las problemáticas que esta manifestaba, es decir, su proyecto socialista.
En la misma vía, se encuentra la utilización que hizo del concepto de clase, relacionándolo dentro de las realidades latinoamericanas con cuestiones étnico-raciales. Destacó el carácter de raza de las clases obrera y campesina explotadas y oprimidas, y su potencial solidario y cooperativo para la edificación de un orden socialista en el Perú. Equivalentemente, explicó la élite blanca terrateniente burguesa y dominante, afín económica, cultural y políticamente más con el capital extranjero y el extranjero dominante que con sus “connacionales” desprestigiados y extraños por su condición de clase y raza. Queda enunciada la inquietud si puede ser demostrable dicho relacionamiento de estas variables en la actualidad o en algún caso histórico haciendo referencia, por ejemplo, a los negros en América Latina.
En alusión con lo que se puede considerar la sociología del desarrollo, algunas pautas para tener en cuenta desde la praxis de Mariátegui son, en primera medida, el entrecruzamiento que hizo de las variables de clase y étnico-raciales para indagar sobre los procesos de construcción de las naciones en América Latina. Lo ajeno que le resultaban por su condición de clase y raza los explotados y oprimidos del Perú a las élites dominantes condicionaron la propuesta de nación excluyente y al servicio del capital extranjero que construyeron; las disputas de raza y de clase se formularon además como disputa por formas de concebir y construir la nación. No aplicándola solo al Perú, este postulado de Mariátegui resulta sugerente para realizar investigaciones similares con respecto a la construcción de las naciones allí donde el factor étnico y racial tiene un peso significativo, por ejemplo, el territorio andino latinoamericano.
Otra fue la posibilidad de demostrar cómo el desarrollo del capitalismo en países de América Latina puede resultar cerrado por una vía nacional en condiciones específicas, siendo solo posible por una vía dependiente subordinada al direccionamiento de las potencias imperialistas. Lo anterior abre alternativas de entendimiento, acorde con un ejercicio de investigación respectivo, de fenómenos actuales, como la carencia de autonomía y soberanía alimentaria de algunos países latinoamericanos. Así como el algodón y el azúcar eran necesidades del desarrollo de la economía mundial y hacía que un país, aunque predominantemente agropecuario como el Perú, no fuera capaz de satisfacer su demanda nacional en alimentos, asimismo se puede ver bajo subordinación imperialista cómo países actualmente agropecuarios dan prioridad no soberanamente a las necesidades de las economías extranjeras que al cubrimiento alimentario de sus naciones.
Por último, y en igual sentido, hacer explícita la capacidad que tuvo de desafiar los cánones y parámetros del desarrollo, proponiendo para su país y para América Latina formas de desenvolvimiento que traspasan los marcos limitantes del capitalismo hegemónico, que hoy retoma vigencia con mayor fuerza, a partir de la crisis económica y civilizatoria (sobre todo ambiental) por la cual atraviesa el planeta. En consecuencia, actualmente más que en tiempos de Mariátegui, resulta necesario y determinante comprender nuestro mundo para transformarlo, y por eso sigue siendo, en consonancia con sus enseñanzas, una misión digna de una nueva generación en América Latina.
Referencias
Cristancho, J. S. (2014). El pensamiento de José Carlos Mariátegui: el reto de construir el socialismo en América Latina (trabajo de grado, Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá). Recuperado de https://repository.javeriana.edu.co
Flores, A. (1980). La agonía de Mariátegui: la polémica con la Komintern. Lima: Centro de Estudios y Promoción del Desarrollo.
Gramsci, A. (1999). Temas de cultura 1: cuestiones de método. En A. Gramsci, Antonio Gramsci, cuadernos de la cárcel (tomo 5). México: Era.
Gramsci, A. (2000). Al margen de la historia. (Historia de los grupos sociales subalternos): criterios metodológicos. En A. Gramsci, Antonio Gramsci, cuadernos de la cárcel (tomo 6). México: Era.
Gramsci, A. (2001). Apuntes y notas dispersas para un grupo de ensayos sobre la historia de los intelectuales. En A. Gramsci, Antonio Gramsci, cuadernos de la cárcel (tomo 4). México: Era.
Mariátegui, J. C. (1981). Defensa del marxismo. En J. C. Mariátegui, Colección Obras Completas (vol. 5). Lima: Amauta.
Mariátegui, J. C. (1985). Ideología y política. En J. C. Mariátegui, Colección Obras Completas (vol. 13). Lima: Amauta.
Mariátegui, J. C. (1927). Apuntes autobiográficos. Recuperado de https://www.marxists.org/espanol/mariateg/1927/ene/10.htm
Mariátegui, J. C. (2005). Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana. En J. C. Mariátegui Colección Obras Completas (vol. 2). Lima: Amauta.
Marx, C. (1973). El dieciocho brumario de Luis Bonaparte. En C. Marx, Obras escogidas (tomo I). Moscú: Progreso.
Quijano, A. (1979). Prólogo. José Carlos Mariátegui: reencuentro y debate. En J. C. Mariátegui, Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana. Caracas: Fundación Biblioteca Ayacucho.
Rouillon, G. (1975). La creación heroica de José Carlos Mariátegui: la edad de Piedra (1894-1919). Lima: Arica.
Rouillon, G. (1984). La creación heroica de José Carlos Mariátegui: la edad revolucionaria (1919-1930). Lima: Arica.
Sánchez, A. (1980). Filosofía de la praxis. Barcelona: Crítica.
Sánchez, A. (1987). El marxismo en América Latina. En A. Sánchez, De Marx al marxismo en América Latina. México: Ítaca.
Wiesse, M. (1982). José Carlos Mariátegui: etapas de su vida. En J. C. Mariátegui, Colección Obras Completas (vol. 10). Lima: Amauta.
Notas
1 Se obviarán, por cuestiones de objetivos, las contribuciones de Mariátegui en campos como el educativo y artístico, entre otros, sin restarles interés como materia de importante pesquisa y relación con lo aquí consignado.
2 Se tendrá como referencia para la reconstrucción de la trayectoria intelectual de Mariátegui lo señalado por autores, como Aníbal Quijano (1979), el esbozo biográfico realizado por María Wiesse (1982), los apuntes autobiográficos consignados por Mariátegui en carta a Samuel Glusberg en 1927, principalmente los dos tomos biográficos realizados por Guillermo Rouillon (1975 y 1984) y lo expuesto por Alberto Flores Galindo (1980) en especial su profundización en los últimos tres años de vida de Mariátegui.