Kitabı oku: «Trayectorias y proyectos intelectuales», sayfa 6
Para ese entonces, Mariátegui publicaba en las revistas Mundial y Variedades, y sus ideas causaban polémica y provocaban discusiones que se llevaban a cabo con dirigentes estudiantiles y obreros en su casa. Haya empezaba a identificarse cada vez más con el Kuomintang chino y a perfilar la propuesta de la Alianza Popular Revolucionaria Americana bajo ese matiz, antiimperialismo y antifeudalismo por una transformación de corte demoburguesa en países de economía atrasada.
Por su parte, Mariátegui, tras convencer a su hermano Julio César de que trasladara a Lima una pequeña imprenta que poseía, realizó su proyecto de construir una editorial independiente inaugurando la editorial Minerva el 31 de octubre de 1925. Así se publicó el primer libro de Mariátegui titulado Escena contemporánea, que compilaba sus análisis con respecto a la crisis mundial, lo cual, junto con las publicaciones que realizaba en revistas del Perú, significó el equilibrio crítico que en su pensamiento se apuntalaba asimilando el clima intelectual europeo en el que había vivido y todavía se movía, y el panorama intelectual vigente en el Perú (que en parte ya conocía), en el que generaba afinidades y al tiempo discutía.
En la revista Mundial, publicaba su columna “Peruanicemos al Perú”, donde realizaba análisis de la realidad nacional y su posibilidad de transformación socialista, inaugurando con ello su momento de pensamiento propio. Estos artículos fueron el preámbulo de la construcción de los Siete ensayos y eran objeto de debate en el Rincón Rojo, espacio destinado a la discusión política e intelectual en la Casa Washington, hogar de Mariátegui, donde se había pasado con su familia para montar una pensión y así mejorar sus ingresos. Como intelectual orgánico, mantenía un contacto profundo con los grupos subalternos, participaba sin falta en la fiesta obrera que se realizaba en la Planta de Vitarte, y con su obra como pensador contribuía a la organización de dichos sectores y a la clarificación de sus propuestas políticas.
En 1926, tras la publicación de Libros y Revistas desde Minerva, Mariátegui anunció la aparición de la revista Amauta, denominada así por recomendación del pintor José Sabogal. En septiembre, salió al público Amauta como órgano mensual de la Alianza Popular Revolucionaria Americana, que tenía por objetivo ir conformando esa vanguardia revolucionaria dentro del conjunto de sectores antiimperialistas y nacionalistas que conformaban la izquierda.
Mientras Haya alegaba una singularidad peruana irreconciliable con los procesos mundiales, Mariátegui comprendía al Perú como país particular inserto en una realidad mundial en diálogo con el indigenismo (en especial con el grupo Resurgimiento fundado en el Cuzco) e insistía en el carácter de clase de la cuestión de la raza. Después de un duro episodio de represión en 1927, en el que varios dirigentes fueron acusados de agentes del comunismo internacional y encarcelados, Mariátegui entre ellos, él pensó incluso en exiliarse en el sur del continente para seguir con la publicación de Amauta, que había sido censurada. Después llegó la liberación de los presos y el regreso de Haya de México, fue entonces cuando lanzó el denominado “Plan de México”, con el cual la APRA pasaba sin una consulta interna de Frente Único a Partido Político de dimensión nacional, con un enfoque similar al de Chiang Kai-Shek en el Kuomintang, que le costó a Haya, por su táctica, un nuevo exilio. En 1928, Mariátegui decidió romper con el nuevo Partido Nacionalista Liberador de Haya y empezó el proyecto de edificar un Partido Socialista en el Perú.
Se llevaron a cabo varias reuniones para organizar el Partido Socialista acordando un programa y su vinculación a las orientaciones de la Internacional Comunista, buscando una base amplia que compusiera sus filas e influencia, además de trazarse la meta de actuar de tal manera que pudiera sobrevivir como organización a la represión del régimen existente. En septiembre, Mariátegui publicó los Siete ensayos, y Amauta se definió socialista. Posteriormente, Mariátegui dirigió la creación y publicación del periódico Labor con la intención de reforzar la difusión de la nueva fase del proyecto revolucionario.
El naciente Partido Socialista había participado en marzo en el Cuarto Congreso Sindical Rojo en la antigua Unión Soviética, después participó en el Primer Congreso Sindical Latinoamericano en Montevideo (mayo de 1929) y en la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana en Buenos Aires (junio de 1929); en estos dos últimos encuentros, los peruanos presentaron escritos realizados conjuntamente: “El problema de las razas” y “Punto de vista antiimperialista”.
Las tesis expuestas por los peruanos en los encuentros latinoamericanos, en cuya delegación no estaba incluido Mariátegui debido a su limitación física, no fueron bien recibidas. La Internacional Comunista, organizadora de estos eventos, ya tenía definido para los países entendidos como colonias o semicolonias la realidad que vivían, la táctica de revolución por etapas (una demo burguesa de liberación nacional y antifeudal dirigida por el bloque de cuatro clases en primera instancia y después una socialista obrera) y el tipo de partido que se necesitaba que era comunista y no socialista claudicante, de base predilectamente obrera. Los peruanos rechazaban la profundización del capitalismo en el Perú, porque lo veían como una forma de fortalecer el imperialismo y apuntalar la dependencia nacional, reclamando que la revolución debía ser socialista desde un principio e impulsada por indígenas obreros y campesinos en su país.
Después de la reunión en Buenos Aires, la Internacional Comunista esperaba que los peruanos rectificaran. El naciente núcleo socialista, por haberse apresurado en su gestación, debido a la necesaria ruptura con Haya y con la Alianza Popular Revolucionaria Americana, tenía tensiones internas que se agudizaban cada vez más por las discusiones con la Internacional Comunista, por la incorporación a esta de los núcleos internacionales que hacían parte de dicha Alianza, pero que una vez disuelta su incorporación al comunismo internacional fue la única alternativa que encontraron para seguir en la izquierda al no conocer con suficiente claridad la propuesta y discusión dirigida por Mariátegui y por la afinidad que empezó a existir entre un núcleo del Cuzco apegado de manera literal a los postulados que impulsaba la Internacional Comunista, con dirigentes estudiantiles, obreros e intelectuales cercanos al proyecto de Mariátegui.
Mariátegui contribuyó en la gestación de la Confederación General de Trabajadores del Perú a principios de 1929, lo cual no evitó que posteriormente en medio de las tensiones de los socialistas cada vez perdiera más adeptos; sin embargo, seguía trabajando intelectualmente clarificando su propuesta desde un punto de madurez de sus ideas que hacían paulatinamente más explícito su momento de elaboración de pensamiento propio. Con esta intención, envió a Falcón sus libros Defensa del marxismo e Ideología y política, y así garantizó su publicación debido al contenido (evitando la censura de izquierda y de derecha en América Latina); sin embargo, ambos textos se extraviaron quedando solo el original de Defensa del marxismo, que compilaba artículos que habían sido publicados en Amauta.
De la acusación de europeizante dentro de la Alianza Popular Revolucionaria Americana pasó a la de teorizante por parte de la Internacional Comunista, y, tras una agudización de su tuberculosis articular, buscó la oportunidad de un repliegue pasando a publicar Amauta en el sur del continente a partir de unas clases que se le consiguieron para dictar en la Universidad de Santiago y una operación que se le iba a realizar para colocarle una pierna ortopédica. Su táctica era continuar el debate en el Partido, del cual Ravines asumió en su reemplazo la Secretaría General en representación de la Internacional Comunista, sin fraccionarlo y recuperando posiciones. En marzo de 1930, se acogió la adhesión del Partido Socialista Peruano a la Internacional Comunista. Una vez Mariátegui ya había definido su viaje, muere el 16 de abril de 1930, truncándose su nuevo proyecto, y un mes después de su muerte, el 20 de mayo, el Partido cambió su nombre a Partido Comunista Peruano.
El pensamiento de Mariátegui
Partiendo de la trayectoria intelectual expuesta, y con referencia a ella, en esta segunda parte del presente escrito se proseguirá realizando una interpretación de los contenidos filosóficos, metódicos, económicos y políticos de la obra de Mariátegui en lo que se considera su momento de elaboración de pensamiento propio, con el cual se superan y complementan originalmente los postulados clásicos del marxismo, habiéndolo interiorizado de manera particular y potente filosófica y metódicamente, al dar cuenta, de forma novedosa, de la realidad económica y política de una nación periférica, sus contradicciones, incluyendo fenómenos que no son propios del territorio europeo (principal objeto de estudio de los intelectuales pioneros del marxismo), que, en diálogo y discusión en general con corrientes intelectuales de la época (nacionales e internacionales), le permitieron formular una solución socialista (inexistente hasta ese momento) a las contradicciones y problemáticas presentes en el Perú.
Se incluyen para este fin en el análisis los libros de producción directa (o más directa) del autor objeto de investigación, que dentro de la versión de las obras completas que ha publicado en varias ediciones la Editora Amauta, se titulan: Defensa del marxismo, Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana e Ideología y política. Así, según sus contenidos, Defensa del marxismo se utilizará en una primera parte prioritariamente para exponer los ejes filosóficos y metódicos de su reflexión, y los otros dos libros señalados se usarán para hacer explícita, en una segunda instancia, sus ideas políticas y económicas. Dando como resultado, al final de este aparte, una visión total de los lineamientos propuestos de su pensamiento.3
Filosofía y método en Mariátegui
Después de la Primera Guerra Mundial, la hegemonía de los Estados Unidos quedó consolidada, Europa entró en una crisis y se presentó un momento de lucha entre el restablecimiento del capitalismo contra el avance del socialismo a causa del triunfo de la Revolución rusa en 1917. El debate intelectual, por un lado, presentaba posiciones restauradoras del capitalismo o críticas del proyecto y civilización occidentales; y por otro lado, desde la izquierda, lecturas reformistas o revolucionarias del momento vivido en busca de otro modelo social de desarrollo.
Mariátegui, dentro de la izquierda, sacaba su balance del proceso europeo, además por haberlo presenciado directamente durante un buen tiempo, con tal de brindar lo que consideraba debían ser las enseñanzas para el movimiento socialista en general, y en particular, para el movimiento revolucionario peruano. La situación de profunda disputa intelectual y social en el mundo lo llevaron a sentar posición y ubicarse en defensa del marxismo y del camino revolucionario como alternativa, teniendo en cuenta las derrotas propiciadas al comunismo internacional debido, en gran parte, a la inmovilizadora y claudicante táctica reformista del socialismo de la Segunda Internacional y, por tanto, en discusión con ese “revisionismo” heredero de la interpretación del marxismo por parte de Lassalle, que aún era influyente en el mundo sobre sectores subalternos, y que desde la óptica de Mariátegui podía llevar a nuevos fracasos.
Así es como Mariátegui en su libro Defensa del marxismo decidió precisar, entre otras cosas, lo que debía significar filosófica y metódicamente el materialismo histórico para aquellos que tenían una aspiración revolucionaria. Discutiendo con los que denomina revisionistas, como De Man y su texto Más allá del marxismo y Max Eastman y su Ciencia de la revolución, definió filosóficamente al marxismo retomando lo que Lenin había adjudicado, sus tres fuentes y tres partes integrantes, como una continuidad y superación de la tradición alemana en este campo, siendo la dialéctica su componente fundamental. Mariátegui afirmaba que la filosofía marxista se había constituido principalmente como antítesis de los desarrollos de Hegel, adoptando un punto de vista materialista.
El método dialéctico no solamente difiere en cuanto al fondo del de Hegel sino que le es, aún más, del todo contrario. Para Hegel el proceso del pensamiento, que él transforma bajo el nombre de idea, en un sujeto independiente, es el demiurgo (creador) de la realidad, no siendo esta última sino su manifestación exterior. Para mí, al contrario, la idea no es otra cosa que el mundo material traducido y transformado por el cerebro humano. (citado en Mariátegui, 1981, p. 130)
Sin embargo, si bien Mariátegui valoraba la parte filosófica y dialéctica del marxismo, no lo reducía a una filosofía, y sin caer tampoco en la tentación cientificista de precisarlo en el otro extremo como una simple teoría científica, entre ciencia y filosofía dialéctica, afirmaba que Marx creó un método de interpretación histórica de la sociedad que mantenía vivos sus contenidos teóricos al estar apegado al movimiento de masas y enriquecerse en el ejercicio de interpretación y transformación continua de la realidad. Mariátegui explicaba: “El socialismo, o sea la lucha por transformar el orden social de capitalista en colectivista mantiene viva esa crítica, la continúa, la confirma, la corrige” (1981, p. 41).
Por tanto, asimilaba a su vez en su trasegar como teoría revolucionaria lo más sustancial y activo de la reflexión filosófica e histórica que le resultara contemporánea, no plegándose a ella, sino manteniendo su núcleo esencial, recogiendo lo más fructífero para abonar a la teoría transformadora. Fue el caso de Mariátegui acorde con su experiencia vivida sobre todo en Italia y el Perú, con autores como Bergson y Sorel, sumado a que en el conjunto de sus estudios retomó a filósofos, literatos y teóricos importantes de su momento, nacionales o internacionales, incluso autores que consideraba revisionistas, para dar fuerza a sus argumentos, conociendo sus vertientes teóricas, criticándolas y, de ser necesario y valido, dándoles una interpretación desde el ala marxista por lo que le podían significar y por lo que significaban en la batalla de ideas que se libraba en los ámbitos nacional y mundial.
Metódicamente, en discusión con el revisionismo, Mariátegui afirmaba que el marxismo como doctrina política y social, acorde con su tiempo, estaba basado en la historia y la ciencia. Rechazando el cientificismo de igualar las ciencias naturales a las ciencias sociales, abogaba acorde con su tradición teórica por la autonomía del método para entender los fenómenos sociales, y explicaba que por parte del marxismo este consistía en comprenderlos sin deshacerlos de sus contenidos económicos. Mariátegui afirmaba: “Marx demostró que las clases idealizaban o enmascaraban sus móviles y que, detrás de sus ideologías, esto es, de sus principios políticos, filosóficos o religiosos, actuaban sus intereses y necesidades económicas” (1981, p. 9).
Sin embargo, Mariátegui enunciaba que existían algunos intelectuales que habían exagerado interesadamente dicho determinismo de lo económico en Marx, adjudicándole, más que una mentalidad dialéctica, una mentalidad mecanicista propia del siglo XIX. Incluso se afirmaba que el marxismo condenaba la voluntad humana a estar sometida absolutamente a leyes económicas que se realizaban por medio de la lucha de clases; sin negar como válida la crítica para la ortodoxia socialdemócrata de estirpe lassalleana, Mariátegui, por el contrario, argumentaba: “El marxismo, donde se ha mostrado revolucionario —vale decir donde ha sido marxismo— no ha obedecido nunca a un determinismo pasivo y rígido” (1981, p. 67).
En un rescate de la subjetividad, Mariátegui explicaba cómo las acciones de los agentes no eran meros efectos estructurales y, por el contrario, recobraban una importancia definitiva en los procesos sociales. De este modo, hacía explicito que “el carácter voluntarista del socialismo no es, en verdad, menos evidente, aunque sí menos entendido por la crítica, que su fondo determinista” (Mariátegui, 1981, p. 69). Así, no se trataba de reducir todo fenómeno social a su explicación puramente económica, sino que consistía en encontrar sus causas económicas “en última instancia”, es decir, como totalidad dialéctica materialista.
Y lo que era válido en el análisis histórico, lo era también para la proyección del proceso transformador de la realidad, para el marxismo metódicamente “la premisa política, intelectual, no es menos indispensable que la premisa económica” (Mariátegui, 1981, p. 88). No era suficiente la condición económica para una transformación socialista, era además necesaria la conciencia de clase, la organización y la acción de los trabajadores. De esta forma, se demostraba cómo el marxismo no era una simple economía positivista y evolucionista, como la que promulgaba el parlamentarismo socialista, con la que, además, apaciguaba la acción política de los trabajadores.
Al igual que en lo filosófico, en lo metódico y en sus hallazgos, el marxismo no era una teoría acabada ni estática, no se podía afirmar:
Que el marxismo como praxis se atiene actualmente a los datos y premisas de la economía estudiada y definida por Marx, porque las tesis y debates de todos sus congresos no son otra cosa que un continuo replanteamiento de los problemas económicos y políticos conforme a los nuevos aspectos de la realidad. (Mariátegui, 1981, p. 77)
Para Mariátegui, apegado al movimiento de masas en la historia, el marxismo manteniendo su núcleo esencial, se critica, se complementa y se realiza.
A diferencia del intelectual servil a la “inteligencia pura” de Berl, es decir, intelectuales sin partido por encima de los conflictos sociales, como antiacademicista, Mariátegui afirmaba que el marxismo debía enriquecerse con la labor desarrollada por intelectuales apegados en sus reflexiones al movimiento de masas como criterio práctico y rasero crítico de sus construcciones intelectuales y previsiones científicas, al contrario del “libre pensador” de Berl, que daba vueltas en sus interpretaciones y no estaba exento de repeticiones que carecían de referencias, al realizar estudios que, además, no se debían preocupar por el desenvolvimiento futuro de la realidad; para Mariátegui, el marxismo no era posible como conocimiento si no era elaborado a partir de una dinámica permanente entre la teoría y la práctica:
Marx y Engels realizaron la mayor parte de su obra, grande por su valor espiritual y científico, aun independientemente de su eficacia revolucionaria, en tiempos que ellos eran los primeros en no considerar de inminencia insurreccional. Ni el análisis los llevaba a inhibirse de la acción, ni la acción a inhibirse del análisis. (Mariátegui, 1981, p. 18)
Así, queda claro a partir de su obra y su experiencia práctica, acorde con el momento vivido, qué le significaba a Mariátegui el marxismo en términos filosóficos y metódicos en un punto alto de madurez de sus ideas, que le facilitó, como base particular y potente, el entendimiento innovador de su realidad nacional específica, para así señalarle un camino socialista.
Economía y política en Mariátegui
Como se indicó, Mariátegui, quien ya había tenido contacto intelectual con la realidad nacional desde sus épocas de cronista y comentarista de la política local, desarrolló una inquietud socialista que después de su exilio se afirmó como marxista, y retornó al Perú con la intención de continuar la tarea que había dejado inconclusa, para de esta manera materializar el compromiso adquirido en Italia de construir el movimiento socialista revolucionario en su país. Regresó al Perú en 1923 después de haber vivido y estudiado la lucha de los pueblos europeos, sus victorias y derrotas, la Revolución rusa, formado en especial en el marxismo italiano. Desde su experiencia internacional, entendía que el Perú estaba inserto dentro de un sistema mundial capitalista e imperialista, y debido a ello la revolución nacional solo podía triunfar si a su vez tenía un rasgo internacional.
De 1923 a 1930, en el ambiente de posguerra, influenciado y en discusión con la Alianza Popular Revolucionaria Americana (y dentro de ella), con la Internacional Comunista, con la tradición gonzález-pradista, con el anarquismo predominante (hasta 1924 en los sectores populares), con el indigenismo y el positivismo, y en debate con la oligarquía y el bergsonismo de élite, bajo un régimen profundamente represivo, retomando a Sorel4 como bisagra entre las ideas libertarias mayoritarias y el proyecto socialista que quería impulsar, Mariátegui desempeñó un papel de difusor de ideas desde el que maduraba y afinaba su proyecto nacional transformador.
Adquiriendo una personalidad dialéctica, histórica y cosmopolita, Mariátegui consiguió aclarar que “el socialismo no es, ciertamente, una doctrina indoamericana. Pero ninguna doctrina, ningún sistema contemporáneo lo es ni puede serlo” (Mariátegui, 1985, p. 248). Desde el perfil más profundamente innovador del marxismo llegó a afirmar:
No queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indo-americano. He aquí una misión digna de una generación nueva. (Mariátegui, 1985, p. 249)
Por ello, bajo el contexto en mención, con lo que le implicó asumir el compromiso de intelectual orgánico de los subalternos del Perú en busca de un porvenir socialista, Mariátegui desplegó una intensa actividad investigativa sobre la realidad nacional. Desde un momento intelectual de producción de pensamiento propio, inició comprendiendo y explicando con perspectiva histórica dicha realidad, afirmando que el Perú había pasado por cuatro periodos de desenvolvimiento hasta ese instante: sociedad inca (comunismo incaico), conquista y colonización, independencia y república, y periodo del guano y el salitre, que acentuó la penetración imperialista.
De la sociedad inca explicaba que fue una agrupación de comunas agrícolas sedentarias que consiguieron con su actividad productiva un nivel social estable de vida y, con ello, un crecimiento poblacional considerable, gracias, además, a que su población desarrolló una obediencia al deber social de carácter religioso. Las principales características de dicha sociedad fueron la propiedad colectiva, la cooperación en el trabajo y la apropiación individual del producto. Los recaudos y las obras públicas desde el Estado eran manejados con similitud a los de un Estado socialista.
A pesar de que Mariátegui era consciente de que autocrático, “teocrático y despótico fue, ciertamente, el régimen Inkaiko” (Mariátegui, 2005, p. 80, n. 7 y 15), y que su orden “lo extendían sometiendo a su autoridad tribus vecinas” (2005, p. 13). Lo que le interesó destacar fue cómo esas disposiciones colectivistas y solidarias en los indígenas, acorde con su análisis, eran rasgos que sobrevivían en la comunidad hasta su contemporaneidad.
Mariátegui argüía que los españoles con su llegada habían destruido la potente organización económica de los incas sin reemplazarla por una superior. Despojándolos, inauguraron con el virreinato una nueva fase económica y política, que impulsaba como su base el cultivo del suelo y la explotación de las minas de oro y plata. “Sobre las ruinas y los residuos de una economía socialista, echaron las bases de una economía feudal” (2005, p. 14). La conquista y colonización careció de una política de poblamiento, la empresa española como última cruzada se caracterizó por ser una apuesta militar y religiosa, escaseó de aptitud para crear núcleos de trabajo, no utilizando productivamente al indio sino exterminándolo, con algunas excepciones provenientes del clero misional, como los Jesuitas.
A juicio de Mariátegui, la conquista hubiera sido más incompleta sin el atractivo mineral de la Sierra. Los españoles se ubicaron en un principio en tierras bajas y con la nueva economía colonial, cuya principal preocupación era la explotación del oro y la plata, por medio de la mita obligaron a un pueblo predominantemente agrícola a convertirse en minero. De dicha ubicación de los españoles proviene el predominio costeño nacional en los aspectos económicos y administrativos, proclamando a Lima como capital.
Se edificó un orden feudal incompleto que bajo su despoblación tuvo además que llevar esclavos negros del África para el trabajo en las haciendas de la Costa (en la República reemplazados por el coolíe chino), esclavismo que no solucionó la carencia de brazos y también fracasó como medio de explotación y organización de la colonia. Mariátegui afirmaba que, mientras los Pioneer en América del Norte habían importado el protestantismo y desarrollaron una economía del futuro, los españoles importaron a sus colonias una economía en decadencia que basaba sus principios en el Medioevo católico.
La comunidad indígena, aunque protegida por las leyes de indias, más que ampararla, la nueva economía apenas la toleró, petrificándose y prolongando su existencia. Por lo mismo, el régimen de encomienda permitió a españoles y criollos apropiarse de manera legal o ilegal de la tierra indígena marcando la pauta para la conformación del latifundio individual, con lo cual gran parte de las comunidades fueron desapareciendo mientras la concentración de la tierra en manos particulares fue incrementando, y al dejar al indígena sin la suficiente tierra, el hacendado garantizaba brazos para trabajar sus propiedades.
Lo que sucedió en lo económico, similarmente ocurrió en el plano cultural y religioso, “el paganismo aborigen subsistió bajo el culto católico” (Mariátegui, 2005, p. 173). El catolicismo se amoldó y se expandió, pero al mismo tiempo perdió su carácter colonizador y religioso y se convirtió, en su declive, en una simple empresa eclesiástica. Mariátegui, en términos generales, afirmaba que en el periodo colonial “sobre las ruinas del imperio, en el cual Estado e Iglesia se consustanciaban, se esboza una nueva teocracia, en la que el latifundio, mandato económico, debía nacer de la “encomienda”, mandato administrativo, espiritual y religioso” (2005, p. 170).
Explicaba que, como la economía colonial, la economía republicana fue producto de un hecho político y militar, en este caso, la independencia. Sin embargo, el orden republicano, sin proponer mayores modificaciones ni un nuevo régimen económico, fue una prolongación de lo anterior. Una burguesía embrionaria criolla y española con intereses económicos de tipo comercial, influenciada por ideas de la Revolución francesa y la Constitución estadounidense, lideraron la gesta de la independencia con el objetivo de romper con el monopolio comercial de España, encontrándose en intereses con las necesidades que demandaba el desarrollo de la civilización occidental capitalista y su colonización de nuevo tipo, que dio reconocimiento y financiación a las nacientes repúblicas (destacadamente Inglaterra).
Para Mariátegui, los españoles representaban una economía superada para la época, ineficiente e inefectiva productivamente que no abastecía a sus colonias, sino de eclesiásticos, doctores y nobles. Mientras que con la independencia se creó una nueva relación económica donde las nacientes repúblicas abastecían la economía occidental capitalista con productos de su suelo y subsuelo, al tiempo que esta última abastecía a las repúblicas con productos manufacturados e industriales.
Con aventajadas posiciones geográficas, algunas economías latinoamericanas pudieron atraer capitales y migraciones extranjeras que les posibilitaron construcciones relativamente sólidas de capitalismo y democracia; no obstante, en el resto de los territorios, Mariátegui aseguraba que se habían acentuado los residuos feudales. El Perú, debido a su ubicación geográfica, pudo desarrollar un flujo comercial importante con Asia, que derivó en brotes de una economía burguesa que no se consolidó, fruto de la debilidad de la clase que la estimulaba y a falta de una conexión fluida y directa con las ideas y máquinas europeas.
Los pueblos indígenas bajo la República también recibieron una protección desde la ley; pero, sin una fuerza social dirigente que la llevara a la práctica, esta nunca se materializó. La inspiración republicana y burguesa de la independencia dejó intactos a los terratenientes y solo se empeñó en exterminar a la comunidad indígena sobreviviente, a nombre de los principios liberales de no monopolización de la tierra. La República, como orden burgués formal y constitucionalmente establecido, no aplicó efectivamente una desamortización de la tierra y, más bien, prolongó y desarrolló el régimen latifundista edificado en la Colonia, mientras que a los levantamientos indígenas en reclamo de su derecho a la tierra respondió con ahogamientos en sangre. “Sobre una economía semi-feudal no pueden prosperar ni funcionar instituciones demócratas y liberales” (Mariátegui, 2005, p. 53).
A ese régimen débil e indefinido económica y políticamente, también le correspondía una debilidad e indefinición cultural y religiosa. Mariátegui resaltaba cómo en este aspecto la República proclamó desde el primer momento, contradictoriamente, el catolicismo como la religión nacional. Los privilegios feudales como los eclesiásticos quedaron intactos con la independencia en el orden republicano.
Las disputas entre liberales y conservadores nunca tocaron las reivindicaciones indígenas que cuestionaban el régimen de propiedad de la tierra. Los debates entre centralistas y federalistas, sin importar el ordenamiento del país, siempre buscaban el beneficio del gamonal. Eran, en general, disputas entre grupos y no entre clases sociales.