Kitabı oku: «Violencias complejas: un acercamiento a cinco casos de maltrato hacia varones», sayfa 5
Parejas abiertas
Son parejas formales con acuerdos de incluir a un tercero en la relación, o bien que formulan su convivencia con base en libertades propias de cada uno. En algunos casos se da lugar al swinging (intercambio de pareja) que resulta “una nueva forma en que las parejas estables pueden mantener relaciones sexuales con dos o más de dos personas” (p. 52).
Las relaciones que optan por establecer el vínculo sin contratos de exclusividad o de unión, mantienen afianzados otros canales de fortaleza, tales como la amistad, lealtad, comunicación, empatía, afinidades, permisibilidades, confidencialidades, etc., lo que permite que ambos obtengan satisfacción de sus propias autodeterminaciones y códigos de afectividad.
Buba Stone (25 años), alcaldía Gustavo A. Madero y John Goringa (24 años), alcaldía Iztacalco, Ciudad de México.
Parejas con diferencia de edad
Son aquellas uniones donde la edad es distinta y un elemento que afianza la relación, según los especialistas. Este tipo de relaciones, donde uno de los dos es mayor, van ligadas a factores como “sabiduría, experiencia, imágenes paternas o maternas, o la simple química” (p. 64). En ciertos contextos, la concepción de hombres y mujeres de cómo llevar su vida en pareja, deja atrás aquellas limitantes que imponían los demás miembros familiares.
Mónica B. (34 años) y César C. (23 años), alcaldía Iztapalapa, Ciudad de México.
Familia nuclear
En determinados casos, este esquema resulta ideal y provechoso para algunas parejas. En el caso de las parejas jóvenes, son los acuerdos y el fomento de valores afectivos los que resaltan los aspectos positivos y prospectivos de este modelo. “En la sociedad occidental se entiende por familia nuclear la formada por los cónyuges y los hijos del matrimonio” (p. 82).
Andrea de J. (24 años) y Rodrigo A. (25 años), hija Alice A. (5 años), alcaldía Xochimilco, Ciudad de México.
Parejas de diferentes nacionalidades
Se refiere a uniones de distintos países, resaltando la interculturalidad en las parejas, así como las probables distinciones religiosas y familiares que varían e influyen para que florezca la unión.
La base del respeto a los distintos ideales de cada miembro, así como el fomento de la comunicación y la convicción de compartir y proponer, generan relaciones enriquecedoras que disminuyen las posibles dificultades definidas por los contextos culturales diversos y, a la par, configuran experiencias únicas donde los miembros de la pareja comparten lazos duraderos de afectividad.
Emilio M. (26 años), Santiago de Chile y Ana C. (26 años), Ciudad de México.
Parejas del mismo sexo
Las crecientes legislaciones en pro de los derechos de la diversidad sexual han fomentado la reconstitución de los valores éticos y ciudadanos, por lo que cada vez es más común que parejas conformadas por dos hombres o dos mujeres, asuman su vida amorosa y sexual con plena libertad y respeto.
Diana F. (23 años), alcaldía Tláhuac y Vannesa M. (23 años), Edo de México.
César P. (23 años) y Adrián S. (27 años), alcaldía Coyoacán, Ciudad de México.
Casados de hecho
Son las uniones que habitan en un hogar sin haber firmado un documento ni están unidas legalmente (Domingo, 2003).
En la actualidad las parejas afianzan su relación de acuerdo con las óptimas relaciones y acuerdos que establecen en conjunto, los cuales resultan favorables tanto para sí mismos como para la planificación familiar.
Claudia A. (40 años) y René R. (40 años), hija Renata R. (3 años), alcaldía Magdalena Contreras, Ciudad de México.
Parejas que viven en casas separadas
Son parejas o uniones que se mantienen pese a que los miembros viven en casas separadas, “una de las imágenes más claras del cambio de modelos de pareja que está teniendo lugar en nuestra sociedad” (p. 216). Siguiendo a la autora, estas parejas se basan en la libertad propia y en los acuerdos mutuos de la convivencia.
Ilse R. (23 años) y José L. (27 años), alcaldía Coyoacán e Iztapalapa, respectivamente, Ciudad de México.
Parejas a través de internet
Son aquellas que encuentran el amor tras encuentros virtuales como chats, emails, video llamadas, etc., “cada vez son más las personas que se han dado cuenta de que internet puede convertirse en el sitio ideal para conocer gente y llevar a cabo numerosos encuentros” (p. 124).
Fuente: www.amorporinternet.net.
Parejas por interés
Representan aquellas cuya cantidad de ingresos en una o ambas partes, es la única razón de la relación y el mayor argumento para sostener la unión.
Simulación anónima.
Finalmente, algunas modalidades para definir la vida en pareja se encuentran en las siguientes conceptualizaciones, que parten del vínculo existente y las dinámicas que se desarrollan a partir de éste.
Noviazgo
Fromm (s.f.), en la obra Tener y ser, respecto al noviazgo, señala que aún no existe seguridad en la pareja; sin embargo, la dinámica fluye en torno a la conquista que hace uno hacia el otro. En dicho vínculo prevalece la atracción y el interés, ya que “ninguno tiene al otro; por consiguiente, las energías de ambos están dirigidas a ser, es decir, a dar y estimular al otro” (p. 29).
Matrimonio
En el Código Civil para el Distrito Federal 2014, Título Quinto, Capítulo II, Artículo 146, se entiende por matrimonio a “la unión libre entre dos personas para realizar la comunidad de vida, donde ambos se procuren respeto, ayuda mutua e igualdad” (p. 21), con un notable cambio en la denominación que aludía únicamente a la unión entre un hombre y una mujer.
Por otro lado, Fernández (2014) describe al matrimonio tradicional a manera de mostrar los móviles convencionales de éste, al decir que fue:
Una institución social que une intereses de dos familias a través del enlace de sus hijos e hijas. Dentro de sus funciones, se encuentran las generativas y familiares, ya que el principal motivo era formar la alianza entre las familias para aumentar riquezas y poder.
Concubinato
Siguiendo el Código Civil para el Distrito Federal 2014, Título Quinto, Capítulo XI, Artículo 291 BIS, “las concubinas y los concubinos tienen derechos y obligaciones recíprocos, siempre que sin impedimentos legales para contraer matrimonio han vivido en común en forma constante y permanente por un periodo mínimo de dos años” (p. 40), por lo que se entiende que son aquellas personas que por común acuerdo y sin impedimentos legales cohabitan en relación de pareja, cual si fuesen casados. La forma popular y cotidiana por la que se conoce este tipo de modalidad es unión libre.
Free
De acuerdo con la investigación mencionada del Instituto Politécnico Nacional, el free es descrito, citando a Castro (2007), como los vínculos eróticos y sexuales de común acuerdo y sin reglas estrictas de fidelidad. Cada parte asume los derechos que se tienen con la otra persona, y “abarca desde besar hasta tener relaciones sexuales” (p. 5).
De esta manera, se parte de una visión pluriconceptual y horizontal que guía las nociones de las relaciones socio afectivas y erótico corporales que establecen hoy día los sujetos; a partir de ello, resulta favorable dar referencia a la manifestación de las complejidades y especificaciones que surgen en algunos tipos de pareja.
Capítulo III
Behind closed doors
Muchas veces se utiliza al compañero como medio para lograr una victoria irracional, echando mano de maniobras patológicas como el rechazo emocional, el sadismo, o el masoquismo.
Estrada, 1990, p. 64.
El aporte del Ciclo vital de la familia
Diagrama I. Ciclo vital de la familia.
Fuente: elaboración propia con base en Estrada (1990) y participación anónima.
Como se explica en el capítulo anterior, no todas las parejas se rigen bajo parámetros iguales a los de las parejas tradicionales, razón por la cual, en este apartado se ofrece una parte sustancial del aporte de Estrada (1990) en cuanto a las fases por las que pueden atravesar o no algunas parejas y las características principales que las definen. Esta orientación se muestra como una mirada, sin que precisamente sea un ciclo transcultural y aplicable para todos los casos y circunstancias.
Para formular su trabajo, Estrada (1990) se apoya en las fases descritas por Pollak (1965) respecto a las etapas por las cuales atraviesa una pareja: 1) antes de la llegada de los hijos, 2) la crianza de los hijos, 3) cuando los hijos se van del hogar y 4) después de que los hijos se van. De esta manera, formula y delimita fases críticas que le permiten, como terapeuta, realizar diagnósticos e intervenciones más precisas.
Estrada (1990) refiere que dentro de cada fase de la familia se encuentran incesantes interacciones entre los miembros, a las que divide en cuatro grandes áreas:
1 Área de la identidad: se fortalece el desarrollo de la personalidad.
2 Área de la sexualidad: referentes al equilibrio entre los aspectos psíquicos, biológicos y reproductivos.
3 Economía: relativa a las labores de proveer y el cuidado del hogar.
4 Fortalecimiento del yo: relativo a las dinámicas y papeles correspondientes dentro de la familia: padres, madres, hijos, nietos, etc., así como al desarrollo de la libertad y capacidad de expresión propia.
Las fases propuestas para el ciclo vital de la familia son:
Desprendimiento
Se refiere a la separación del hogar de un sujeto para buscar relacionarse con un compañero o compañera fuera de la familia y lograr su independencia. Es la fase donde los jóvenes buscan desprenderse de los vínculos parentales e iniciar algún tipo de unión.
Este proceso de búsqueda puede tener dos vertientes o fines: a) una búsqueda de cercanía o compañía; y b) una búsqueda de fusión: estado de inmadurez donde no se ha adquirido una individualidad propia.
Encuentro
Esta etapa se define a partir del término contrato matrimonial que toma de Sager (1972), el cual se refiere a “todos aquellos conceptos individuales de naturaleza consciente o inconsciente que pueden ser expresados verbalmente o en alguna otra forma” (p. 50). Están en juego las expectativas acerca de las obligaciones y deberes que deben cubrirse y los bienes y beneficios que se obtendrán a partir de la unión.
Dentro del denominado contrato se encuentran aspectos relativos a la vida en pareja como la sexualidad, metas, socializaciones de poder, de dinero, de planificación familiar, etc., por lo que a partir de ello se habla de cierta calidad en la relación y cómo ésta se determina por el grado de satisfacción y complementariedad que se desenvuelve entre ambos.
En esta fase intervienen las necesidades y deseos de cada miembro, en aras de cumplir con lo que el otro espera de su respectiva pareja. Los resultados son variables y no siempre se da por hecho que ambos han cubierto los términos de la unión; al respecto se señala que “la razón por la cual resulta tan difícil ponerse de acuerdo con las diferentes pautas de los contratos, obedece a diferentes circunstancias” (p. 62), algunas de ellas son:
1 Por ignorarlo.
2 Por términos incompatibles. “Se presenta cuando los dos socios del matrimonio operan bajo dos contratos totalmente diferentes e incongruentes” (p. 63).
3 Cuando aquello que se espera del otro es imposible de obtener debido a situaciones irremediables, por ejemplo, enfermedades.
4 Cuando las expectativas están lejos del alcance posible.
Por tanto, es necesario reconocer las diferentes modalidades en las que se haya dicho contrato matrimonial, y a partir de ello ver en qué nivel es más frecuente encontrar conflictos.
a) Nivel consciente que se verbaliza: comunicación respecto a dar y recibir de forma clara y precisa.
b) Nivel consciente no verbalizado: aquellas aspiraciones y deseos que por diversos motivos no se terminan comunicando; “esto casi siempre ocurre debido a los temores inconscientes de ser víctima de un rechazo doloroso” (p. 64).
c) Nivel donde los deseos y necesidades son desconocidos y pasan desapercibidos para ambos. “Este punto se refiere a la problemática personal, que muchas veces es de naturaleza neurótica o psicótica” (p. 64), la cual se deposita en la relación con la otra persona, apareciendo las necesidades no resueltas de competencia, dominio, destrucción, violencia, etcétera.
El autor propone considerar cómo se involucran las necesidades neuróticas en el momento en el que se elige a la pareja, pues en este nivel se desencadenan problemas serios respecto a ambos miembros, trayendo como consecuencia una ruptura en la armonía de la relación.
Hijos
Es la incorporación de un nuevo miembro al sistema familiar, importante por el espacio físico y emocional que requerirá el desarrollo del niño. En esta fase se incorporan nuevos elementos que no tenían tanta importancia en la vida de pareja como la educación sexual y la planificación familiar. En la especificidad de los padres se dice que “el ser padre representa un punto conflictivo, fenómeno muy poco estudiado y por lo tanto poco comprendido” (p. 77).
Esta fase es compleja, pues antes de que el padre estreche vínculos con el hijo lo tendrá que hacer con su pareja; la función del padre es de suma importancia, pues debe cumplir con ciertas actividades para el cuidado de su descendencia.
De la misma forma, las dimensiones de organización, responsabilidades y roles se ven influenciados por rubros de cuidado, tanto de padres como de madres, tal como lo señala Cazés (2000) cuando refiere que en tanto progenitores, a los hombres como a las mujeres se les asignan cinco funciones:
La concepción.
La crianza.
La educación.
La responsabilidad y la representación de los menores.
El otorgamiento de estatus social para sus hijos desde antes del nacimiento.
Adolescencia
De acuerdo con el autor, en este proceso se combinan varios factores:
Esquema IV. Adolescencia.
Fuente: elaboración propia con base en Estrada (1990).
Esta etapa no sólo se refiere al crecimiento de los hijos de la pareja, sino a los cambios que experimenta el padre y la madre en torno a sus procesos cognoscitivos y de interacción con los hijos. Representativamente están en juego dificultades entre los padres y los hijos, tales como rivalidades, sentimientos de inferioridad, minusvalías, comparaciones y confrontaciones, entre otros.
Los hijos inician su proceso de separación emocional con su padre y madre, por lo que la pareja se ve en la necesidad de optar por un apoyo mutuo, y se necesita de una gran capacidad para expresar sentimientos de pérdida. “Se hace necesario que los padres, en esta etapa, se aseguren de recibir las consideraciones, el respeto y el cuidado de los otros miembros de la familia, mediante el comportamiento maduro y la aceptación del cambio” (p. 91).
Reencuentro
Mc Iver (citado en Estrada, 1990) llamó a esta etapa el síndrome del nido vacío, consistente en el aislamiento y proceso emocional que la pareja experimenta una vez que sus labores de crianza han terminado. En esta etapa se dan cambios sociales y familiares importantes.
Esquema V. Reencuentro.
Fuente: elaboración propia con base en Estrada (1990).
Vejez
Es la etapa donde la pareja ha envejecido y sus interacciones se ven permeadas por situaciones diversas como las jubilaciones, sobreprotección que los hijos ejercen hacia ellos, las relaciones que se desencadenan con los nietos, así como eventos de cambios emocionales como estados depresivos y biológicos. “Se necesita, en esta etapa, tener la habilidad suficiente para aceptar realistamente las propias capacidades, así como las limitaciones” (p. 119).
A partir de estas categorías, por decirlo de algún modo, psicosociales, es que se puede comprender cómo el estudio de las parejas resulta toda una especialidad teórica, pues las sendas por las que atraviesan los miembros contienen elementos trascedentes que recaen en su acontecer diario, llámense aspectos, a favor o en contra, de todo el sistema de individuos involucrados. Por tal motivo, estos párrafos se perfilan para revelar la inmensidad de ángulos suscitados en las uniones íntimas, conociendo las combinaciones entre estabilidad y alteración que en un momento pudieran ser inimaginables.
Estabilidad y alteración relacional
La fase descrita como el encuentro alberga las expectativas que cada miembro coloca en su pareja, respecto a las obligaciones y deberes que deben cumplirse. De ahí se derivan aspectos sexuales, económicos, de planificación familiar, socialización, de autoridad y control, etcétera.
Las expectativas de la pareja respecto a lo que ha de regir su relación y las ideas que se han creado de sí, influye determinantemente en las dinámicas que se desarrollan; más aún, éstas no siempre logran cumplirse óptimamente, y ante una desfavorable formulación de ellas, es común encontrar conflictos y procesos no reconocidos de violencias.
Klemer (1987) se cuestiona sobre el papel de las expectativas, ya sean del hombre o de la mujer, y la posible situación de ser incompatibles, o bien, lejanas a la realidad. Por ejemplo, cuando una esposa demanda a su cónyuge determinadas atenciones y éste no las satisface tal cual ella lo espera; o un varón que está habituado a ciertas dinámicas que para su esposa resultan innecesarias. Ante ejemplos similares, es frecuente la aparición de complejidades.
Menciona que “estas expectativas diferentes que no se discuten pueden tener un serio efecto en la estabilidad de la relación matrimonial” (p. 3), y estos cambios que se experimentan tienden a acelerar la aparición de los ajustes, los cuales son variados en intenciones y efectos.
Un ajuste común es la agresión entre los cónyuges o miembros de una pareja. Al respecto señala que “casi toda la agresión, ya sea activa o pasiva, suele provocar más agresión a cambio y lleva al conflicto y la hostilidad en vez de al ajuste” (p. 25). Esta mecánica, si es reproducida con frecuencia, altera en gran medida las dinámicas relacionales: “este patrón de conflicto y hostilidad se vuelve perpetuo en la interacción entre dos personas” (p. 25).
Los posibles alcances suelen variar dependiendo de la particularidad de la pareja, y posiblemente “pueden llegar a vivir en una atmósfera de pelea constante, o finalmente alcanzar un punto de saturación en el que se establece un divorcio emocional tal que el legal le sigue como consecuencia inevitable” (p. 25).
Dicha conducta no se limita a un agente único, y es complejo comprender cómo la pareja se adecúa a tales sucesos. “A veces esta conducta de parte de uno de los dos, fuerza al otro a adaptarse; y también es cierto que a veces es lo que realmente desea el otro” (p. 25).
Asimismo, las formas de agresión resultan diversas. En el caso de la agresión pasiva, argumenta que “tampoco es violenta toda la agresión, en muchas relaciones es ‘pasiva’. En estos casos uno de los cónyuges obstruye deliberadamente o se muestra negativo o trata de manipular al otro” (p. 25).
Para algunas parejas este fenómeno se hace común y es causa de sorpresa que no se genere dicha dinámica en otras. “Es tan común que muchísimas parejas encuentran difícil creer que existan otras que nunca pelean e incluso otras para las cuales aun el más leve desacuerdo es una rara ocurrencia” (p. 35).
Los desacuerdos son comunes en las parejas, así como los mecanismos que crean o desarrollan para mantener la relación. “La mayoría de las personas que desacuerdan con frecuencia, tarde o temprano establecen su propio patrón para resolver sus diferencias” (p. 35).
Este patrón es diverso dependiendo del interés de la propia pareja y los hábitos del hogar paterno o materno en los cuales crecieron. “Hay personas que habiendo crecido en hogares tempestuosos y desapacibles aprenden a pelear magníficamente y a reconciliarse gozosamente. Estas personas encuentran difícil comprender que haya otros que no disfruten los pleitos” (p. 36).
En torno a las incompatibilidades, menciona que es común que “si una persona como éstas se casara con otra persona no hostil, es probable que hubiera trauma en ambas direcciones” (p. 36), tanto para quien no encuentra satisfacción en los conflictos, como para quien los considera necesarios y los genera en la mayor parte de su convivencia.
Los conflictos o agresiones tienden a ser un ajuste con efectos diversos en la relación y varían en dos direcciones:
Esquema VI. Conflictos por tipo de intención y alcance.
Fuente: elaboración propia con base en Duvall (citado en Klemer, 1987).
En este contexto, otro ajuste que se manifiesta continuamente es el de la manipulación, principalmente por los diversos tipos de dominación existentes, lo que en su conjunto se denomina chantaje marital (p. 43).
Un ejemplo de tal situación desencadenada en el núcleo vivencial de la pareja lo refiere el siguiente párrafo, el cual exhibe ambas dimensiones de la manipulación por ambos miembros, ejemplo que Klemer (1987) extrae desde su ejercicio profesional tratando casos clínicos.
“La esposa que amenaza con no tener relaciones sexuales con su esposo y el hombre que amenaza a su mujer con no darle dinero están practicando formas más dañinas de extorsión legalizada” (p. 43), desde luego, ninguno de los dos debería estar obligado a satisfacer en contra de su voluntad dichas demandas, más aún, es común que la pareja entable este tipo de dinámicas y que comúnmente no las dimensione como dañinas.
A partir de ello, se comprende que la diferencia con que el varón o la mujer condicionan a partir de su condición sexual, suelen ser disímiles por la intención fundada, y ello depende de la variación de la persona misma; sin embargo, tratándose de una relación de pareja, ambos alteran los acuerdos comunes y generan procesos de hostilidad y limitaciones mutuas; para ellos, durante su convivencia resulta complicado entender dichos procesos, “suele ser muy difícil para los recién casados creer que llegarían a manipularse mutuamente” (p. 45).
Este hecho, sin embargo, aplica para cualquier pareja en la fase de enamoramiento, o bien, aquella que inicia un proceso de relación. Acorde a las tipologías de las parejas existentes, Klemer (1987) refiere cinco configuraciones distintas.
1) Habituados al conflicto, caracterizados por:
Existir conflictos verbales entre sí.
Esfuerzos por ocultar el conflicto ante amigos, parientes e hijos.
Dificultad para que ese esfuerzo sea exitoso, es decir, no resulta por largos periodos.
Por lo general, la pareja no tiene conflicto con otras personas; la discusión se genera entre ambos, al interior de su relación.
2) Cónyuges desvitalizados, caracterizados por:
Pérdida de cercanía e identificación, principalmente a raíz del nacimiento del primer hijo.
Ausencia de sentimientos profundos que experimentaron al inicio.
Renuncia, negación y apatía ante cualquier gratificación acorde a su contexto.
Recurren a otras facetas/recursos para sus satisfacciones básicas (fuera de la pareja).
3) Pareja pasiva congenial, caracterizada por:
Una relación que nunca fue vital, por no querer desde un inicio estar juntos.
Por ello, no existía desilusión ni lamento.
Afirman que no quieren estar cerca del otro/a; dudan que otro más quiera hacerlo.
4) Matrimonios vitales, caracterizados por:
Mantener empatía hacia la pareja.
Ambos invierten su personalidad total profundamente en el otro/a.
Convivencia frecuente.
Deseo, necesidad y exitosa aceptación entre sí.
Facilidad de ajustarse mutuamente.
5) Matrimonio total, caracterizado por:
Contener todas las características de la pareja vital.
Ambos circundan en las necesidades totales y satisfacciones de la pareja.
A hecho de lo anterior, se señala que las personas en cada una de las cinco configuraciones están mínimamente satisfechas, de manera que la relación perdura y no existe, en su mayoría, disposición para cambiarla.
De esto deriva que en el capítulo 11 de la obra de Klemer (1987) relativo a las crisis y resolución de los problemas, reflexione que “si todas las familias, como toda la gente, se enfrentan a dificultades y crisis, ¿por qué es que algunas sobreviven mientras otras se desintegran?, y ¿por qué algunas en realidad se fortalecen como resultado de la crisis?” (p. 239).
A partir de ello ha sugerido una hipótesis respecto a la capacidad de un matrimonio, pareja o familia para enfrentarse a las crisis, las cuales dependen de factores como:
1 La clase de problema al que la familia se enfrentó y si éste llegó de imprevisto o con lentitud.
2 La preparación que la familia haya hecho por adelantado para enfrentarse a emergencias tales.
3 La experiencia previa de una familia para tratar con el problema que se presenta.
4 La propia definición que hace la familia del problema, es decir, si lo considera una crisis.
5 El número de parientes, vecinos y amigos que los apoyan.
6 Las expectativas sociales de las personas de la misma edad y las costumbres.
7 La fuerza de la familia y sus recursos.
8 La madurez personal de los cónyuges (por separado).
En este último aspecto, se resalta la capacidad de la propia persona para resolver la situación conflictiva en la que se encuentra. El autor afirma que “nada puede sustituir la capacidad de ser decisivo, de la competencia y del liderazgo de los cónyuges mismos” (p. 240).
Para exponer los aspectos relativos a los desencantos o pérdida de expectativas que surgen en la pareja, recurre a la siguiente lista:
1 El primero se refiere al descenso en la satisfacción marital.
2 El segundo es correspondiente a “una declinación en la conducta, como el hacerse confidencias, las demostraciones de afecto y el establecimiento recíproco de los acuerdos” (p. 245).
3 El tercero es la “disminución de cierta forma de integración marital, como las relaciones sexuales” (p. 245).
De tal forma, este desnivel o pérdida de expectativas, contribuye al desajuste o cambio adverso en la pareja y posteriormente en la familia, ya que “la definición de una crisis no sólo depende de la naturaleza de la experiencia en sí, sino también de los valores y creencias de los miembros familiares” (p. 250).
Este suceso da lugar a que, si bien se trata de una situación similar en dos parejas o familias diferentes, cada una reaccionará o percibirá el efecto de manera distinta debido al componente particular de su sistema de valores, “lo que en algunas familias se define como crisis, en otras ni siquiera se reconoce como problema” (p. 250).
Esta manera de percibir los efectos de las crisis modela la aparición de otros elementos, tales como una acentuación extrema de lo que cada cónyuge observa del otro, tanto sus reacciones como lo que se anhela que éste haga; por ejemplo, señala el autor que “cuando una familia se enfrenta a una crisis, las expectativas condicionadas de los cónyuges a menudo son realzadas. Cada uno se vuelve más sensible y más crítico a la conducta del otro” (p. 253) y esto, a su vez, va ligado a la acumulación de tensión y culpaciones entre sí: “al estar bajo una gran tensión, los miembros familiares pueden volverse muy explícitos en sus acusaciones respecto a cómo el otro ha fracasado en satisfacer las expectativas” (p. 253).
Así entonces, el papel que juegan las expectativas de las parejas son permeadas por factores de índole cultural y social porque, tal como lo refiere Melero (2008), las expectativas sociales comprenden “el qué se entiende por una relación y qué comportamientos han de esperarse del otro” (p. 98).
Aunado a ello, surgen también las responsabilidades y las exigencias. “Esta sobrecarga de demandas hace que se responsabilice a la pareja de la propia felicidad, lo que conduce a niveles de exigencia que, en muchos casos, son una fuerte desilusión y desengaño” (p. 99).
Respecto a las dimensiones que se desarrollan dentro de la pareja, las cuales corresponden a aspectos concretos de satisfacción, Melero (2008) menciona que “en toda relación de pareja existe una serie de áreas a las que las parejas se enfrentan y que condicionan las dinámicas y la calidad de vida” (p. 101). Estas condicionantes generalmente tienden a tener efectos distintos, según su grado de cumplimiento:
Cuando existe acuerdo entre ellas, la relación se ve fortalecida pero, si por el contrario, existe un desacuerdo y la pareja no posee las habilidades básicas para solucionar o tolerar estas desavenencias, es probable que conduzcan a interacciones disfuncionales que dificulten el correcto funcionamiento de la relación. (p. 101).
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