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Juan Carlos García Jarama

Sacerdote Diocesano de Toledo

Profesor de Filosofía

ECOS DEL MISTERIO
I. INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA DE LA ESTÉTICA
Día 2 de agosto de 1969

Efectivamente, mis trabajos marchan bastante bien. He releído ya, el primer libro catalán, y voy por casi la mitad del segundo; los temas de hebreo puedo estar seguro que los liquido antes de salir de aquí. De la historia de la estética16, he ido leyendo, y ahora estoy releyendo, la primera parte, lo referente a la antigüedad griega. El libro de Bernal Díaz del Castillo, un poco menos aprisa de lo deseable, pero va avanzando... En fin, que hasta ahora no me puedo quejar.

Lo único malo es la amabilidad de X. que, por ayudarme, no me deja salir solo a registrar librerías como sería mi gusto.

Comienzo a tomar notas sobre Platón17. Más bien, a registrar unas cuantas ideas personales, sugeridas por la lectura de sus teorías.

La belleza absoluta es la sumamente atractiva; el hombre que la conoce, se siente absolutamente trasportado a ella. Pero aquí la conocemos en participaciones, capaces ya de suscitar el arrebato. Primero las participaciones materiales, luego las morales. La virtud es bella; es más bien, y belleza y verdad son una misma cosa. Las realizaciones corporales nos atraen y, a la vez, nos envían a esa belleza suma. Todo esto, en cristiano, significa que el Padre es la Belleza misma, revelada en Cristo. Y que como Platón señala, siendo la Belleza lo más atrayente para el hombre, se precisa, con urgencia, una buena teología de la Belleza. Y en cuanto a las cosas bellas, bello es aquello que es como conviene - y es bueno a la vez. “Dicho de otra manera: si su forma perceptible coincide con el ideal intelectual, que suponemos aspira, entonces es bello y perfecto. Para cada cosa, la forma arquetípica que trata de realizar es eterna y absolutamente conveniente; en la medida en que la cosa sea…”.

Día 4 de agosto de 1969

Las 6,12 de la mañana; escribo ya a la luz del día, un tanto temeroso de molestar a los que duermen, espero que suficientemente lejos para hacer vanos mis temores. Ayer excursión a Roncesvalles con los X. Preciosa excursión a lugares maravillosos. Panoramas deleitosos y monumentos extremadamente placenteros. La Basílica, la iglesia de Arce y la de Aoiz, todo románico, más o menos, y consiguientemente muy de mi gusto. A la ida, parada en el templo muy moderno de Espinal, construído con notable buen acierto estético y litúrgico... Todo ello es enriquecedor, pero pernicioso para los estudios. Ayer habíamos dedicado el día de las ejercitantes al descanso. Por ello fue la gira. Nada estudié; y por la noche venía fatigado y con jaqueca. Afortunadamente había celebrado en el altar de la Virgen en la Basílica, suprimí la cena, me acosté poco después de las 10, me releí, en parte, una novela de Maigret, y me dormí muy pronto. He despertado a la 1 pasada, y me he puesto muy pronto a estudiar. Repaso de temas hebreos, y estudio de un par de ejercicios nuevos; repaso de catalán. Y ahora, en las tres horas largas –de que todavía dispongo– ya duchado, vestido, y hecha la cama, me dispongo a continuar con las anotaciones a las teorías platónicas.

Había quedado a medias una cita, que vuelvo a comenzar; “Dicho de otra manera: si su forma perceptible coincide con el ideal intelectual, que suponemos aspira, entonces es bello y perfecto. Para cada cosa, la forma arquetípica que trata de realizar es eterna y absolutamente conveniente; en la medida en que la cosa se aproxima a su arquetipo eterno es bella; en la medida en que, por ser perecedera, difiere de él, pierde su belleza” (p. 49). Y aceptada plenamente la doctrina, la aplicación inmediata es que el criterio de belleza es la semejanza con el Verbo, y en concreto para los hombres, la conformidad con esa donación de Cristo, con esa imagen que el Padre tiene en su Verbo de cada uno, y para realizar la cual, otorga su gracia. Y esto ya en la tierra, para quien tiene ojos de artista en su pleno sentido. Pienso, por ejemplo, que si un entendido en pintura ingresa en el taller de un pintor y le contempla en plena faena, no goza del cuadro en elaboración, según la belleza actual de cuadro, sino que penetrando la imagen final, disfruta en la medida que constata que el pintor se acerca a él, avanza hacia él en sus pinceladas, en sus borrones, en sus detenciones... Más le placerá un bosquejo deforme, en su momento concreto, pero bien encaminado, que un cuadro mejor acabado, pero disconforme con la pintura última. No así el imperito, que sólo sabrá discernir, a lo más, el valor absoluto actual de la pintura, en el estado en que se encuentra. Así, pienso que, incluso en cuanto a la belleza corporal, quien es entendido en hermosura se deleitará más en el cuerpo feo de quien se va santificando, que en la pulcra figura del pecador, del descaminado. Pues el cuerpo del santo será, en su remate, incomparablemente más hermoso...

Hay, para Platón, como cuatro planos:

1º formas arquetípicas

2º conceptos científicos inmutables

3º formas sensibles

4º arte imitativo de ellas.

Y el arte es a la ciencia, como los fenómenos sensibles respecto del ser ideal.

La belleza está en relación con el orden, la proporción y la medida. En el mundo hay belleza porque hay orden, en virtud de la regla y medida. Así el virtuoso es bello, porque en él hay proporción. De aquí concluyo la pulcritud del hombre integrado, y la fealdad del no integrado, y mucho más del positivamente desintegrado. Se trata de la proporción de las facultades y de sus tendencias.

Para Platón existe relación entre la idea y el número, entre la acepción cualitativa de la belleza, como ideal intuitivo, y la determinación cuantitativa de lo bello, como proporción calculable. Sobre tal relación su pensamiento evoluciona.

La proporción es entre dos elementos básicos: algo igual, un principio de unidad, y algo desigual, principio diversificante. El primero determina la idea a ser lo que es, el segundo es causa de todo lo demás. Es lo indeterminado; pero esto mismo ha de determinarse por la medida, la justa proporción, la simetría, o relación mutua.

Así, por lo demás, bello y bueno resultan ser idénticos: pues nada es bueno, en lo compuesto, sino por la justa medida, y ello mismo es la causa de la belleza. Y esto se aplica igualmente a las formas dinámicas. Los conflictos entre los deseos y los propósitos, la voluntad y el ansia de placeres, la razón y el dolor, hay enfermedad en el alma, y fealdad juntamente. Los mismos fracasos revelan defecto de simetría, fealdad.

La cita pertenece al “sofista”, y debo ineludiblemente leerla. Pues ello me explica esa postura que, expresada en unos versos, imperfectamente recordados, de M. Machado, había registrado, no hace mucho, en este mismo cuaderno. La cuarteta de Machado, debía de decir así:

Querer es triste. ¡Y no poder!...

Lo que es, tenía que pasar.

Para que el plebeyo querer

y lo innoble del procurar?

Por cierto, que ello parecerá absurdo a toda la reata de mulas tercas, empeñadas y comprometidas, que constituyen la casi totalidad de nuestra iglesia. Pero la idea es absolutamente exacta –y por ello muy pulcra– y por lo mismo verdadera. Digan cuanto quieran, el fracaso es siempre feo. Sólo la victoria es bella; pero fracaso sólo hay cuando falla la intención, la voluntad deliberada. Es palmario que quien busca, no más, la voluntad de Dios, no es derrotado nunca. La hermosura infinita de la pasión mortal de Cristo consiste, cabalmente, en que es triunfo, y la apariencia humana, sensible, de vencimiento, decora con nuevos motivos de belleza la pulcritud suprema. Pero es porque Cristo quiere morir y sufrir. Y cuando sus enemigos fracasan creyendo que vencen, ello adiciona una condición nueva al éxito de la empresa de Jesús. Y ello se repite en cada santo.

Las artes deben emplear la metriké, que comprueba la proporción conveniente en cada obra. La belleza se encuentra dondequiera hay medida: en los movimientos, en los pensamientos, en la voz, en la energía física... Pero todo hombre se halla expuesto al peligro de exageración.

La naturaleza supone dos principios: el del ser, por el cual todo es uno, y el del devenir, por el cual es múltiple. “Si un creador tiene la mirada fija en el ente permanente, cuando realiza una forma cualitativa, esta forma, necesariamente, llega a ser bella en su conjunto. Pero si pone su mirada en lo transformado por el devenir, utilizando un ejemplo creado, no produce nada bello”. La expresión es perfecta, cuando se aplica, cabalmente, al apostolado.

Platón distingue placeres verdaderos e ilusorios: los primeros son aquéllos que producen las pasiones, y que se mezclan con dolores, y los placeres puros, que son los que, al faltar, no producen dolor en nosotros, y al ofrecerse causan plenitud grata y exenta de pena.

La contemplación de la belleza en la medida eterna es la única contemplación bella; quien se entrega insensatamente a la belleza del sexo, o a las ilusiones del arte, goza de la misma belleza sin pulcritud...

Poiesis, es, en general, la causa que hace pasar algo del no ser al ser. Todas las producciones son pues poiemata, pero no todas se suelen llamar así; parejamente, todos los artistas son poetas, pero sólo suelen recibir este nombre los que se dedican a la música y la métrica.

Pero poietiké es una parte del arte. Distingue: arte por el cual adquirimos algo, y arte por el cual creamos algo. Este arte creador puede ser divino y humano. Ambos pueden crear realidades e imitaciones (v. gr.: un lecho –una pintura de un lecho–). El arte imitadora trabaja por medio de utensilios, o meramente con el cuerpo humano (danza, canto). Por otro lado, este arte puede ser reproductivo o fantástico. Desde otro punto, hay arte que imita la esencia, y arte que imita la apariencia: las propiedades sensibles, el color, el sonido, etc. El arte que se sirve de palabras y nombres es infiel a su vocación: la captación de las esencias. Se deben emplear las palabras para revelar la verdad. Platón es, aquí, concreto en exceso. Censura a Romero, que habla de guerras, sin entender el arte bélico.

Hay artes que son, no más, para el placer, otras, para la creación cultural. El arte debe imitar lo viviente, y como es la palabra la que más claramente puede hacerlo, es arte superior.

Admite la inspiración divina; pero desconfía de ella. Prefiere la aptitud natural que crea conscientemente. Y todavía se puede crear sin inspiración, por mera rutina, por experiencia empírica. El arte máximo se basa en visión clara y exacta de la realidad, en el claro conocimiento del método, según el cual se ordenan ciertos medios, para lograr un fin determinado. Hay obras de arte que se deben al azar.

“La verdadera destreza, conveniente y adecuada para el hombre, consiste en fijar la distinción entre lo justo y lo injusto, y realizar la justicia”.

El concepto de imitación: la consecuencia que saco es que el primordial sentido de la palabra consiste en la referencia al alma del artista. La música es imitación del estado anímico del músico. Es decir, imitación es lo mismo que expresión. Luego, puede ser la expresión del estado de alma de otros.

Yo pienso que es de ahí, de donde brota el influjo, que Platón reconoce al arte. No debe ser exclusivamente agradable, sino que los dioses nos lo han dado para nuestra formación. “Los dioses nos han dado el ritmo, para curar la falta de medida y gracia de nuestro carácter”. Debemos pues, “escoger la música que es, objetivamente, adecuada para cada carácter; después practicar esta música y disfrutar cantando, un placer puro de tal índole que, disfrutando de él, adquirimos buenas costumbres”.

La tragedia supone una técnica, por la cual el ritmo y la armonía de las palabras, la estructura de la fábula, la imitación de los personajes y los elementos conmovedores y aterradores están fundidos en unidad. Así describe lo esencial: el acto y la acción interna, su transcendencia moral y sus consecuencias emotivas.

Para Platón, el arte peca contra la verdad; el artista se dispersa en la multiplicidad de la apariencia; pero un hombre entero se dedica a una sola actividad, “solamente se puede realizar bien una tarea”. Los artistas nos seducen, haciendo tomar por verdad lo falso, así al pueblo, que es incapaz de reconocer la existencia de una belleza objetiva en sí. Gozan falsamente, como en sueños. El artista debe buscar formar al hombre, y no complacer. Platón insiste mucho cómo en las artes se infunden sentimientos nocivos, que van penetrando en el hombre, y acaban por deformarlo. “Primero nos va penetrando sin darnos cuenta, el menosprecio por la ley moral... bajo la forma de un juego inocente y grato. Poco a poco, va infiltrándose en los usos y costumbres. Y, de súbito, todo esto brota desvergonzadamente, en las leyes y decretos”.

Sin embargo, el arte puede jugar su papel en la formación del hombre. La música más que ningún otro. “La educación musical es de la mayor importancia, porque el ritmo y la armonía penetran profundamente en el interior del alma, y se fijan ahí fortísimamente”. Producen la belleza y el equilibrio en las formas. Notar que, para Platón, la música contiene siempre palabras, “letra”. Es decir, la mesura en la formación, mesura el alma, así como procede del alma mesurada, al menos de un estado mesurado de alma. Hay que obligar al artista a imitar tan sólo el ethos virtuoso. “Dondequiera que los jóvenes dirijan su mirada y su oído, emanaciones de obras bellas deben acudir a su alma desde todos los puntos, y producir en ellos, insensiblemente, un estado de ánimo que les anime a imitar, amar y armonizarse con todo lo que sea bello y razonable”.

El Estado tiene obligación de intervenir, incluso por fuerza, en la cuestión del arte. Y las preguntas que rigen el criterio son las siguientes: “¿Cuál es el valor del original imitado? ¿En la imitación artística justa, concuerda con el modelo? ¿Cuál es, pues, el valor formativo de la obra producida?”.

Lo primero es, consiguientemente, el conocimiento del ideal que ha de ser imitado.

No cabe duda alguna, que los adelantos desde los tiempos de Platón han sido mínimos, los retrasos en cambio máximos. ¿Quién se atrevería hoy a proponer doctrinas tan hondas y sensatas? ¿Qué aplicaciones encontramos al arte, como elemento educativo? Todo parece que se reduce a enseñar a leer, con métodos y cosillas de ese porte. Pero una educación humana no cuenta para nada con el arte verdadero. Y aun suponiendo que contase con él, la corriente ininterrumpida de deformaciones llamadas arte, ofrece tal obstáculo a la formación de cualquier joven, que se trata de una empresa poco menos que desesperada. La formación artística de nuestros seminarios, de nuestros institutos, colegios, universidades, me parece un auténtico desastre. Y aun, por lo muy poco que conozco, parece que podría afirmarse parejamente del extranjero. El espectáculo de la juventud actual, casi totalmente idiotizada, en su mayor parte, es bastante concluyente. La consulta ininterrumpida al gusto del público, la estima del juicio de la masa, como tal masa, impedirá, durante mucho tiempo, la menor enmienda en el asunto.

Y en cuanto a la intervención del Estado, reprobada por autores tan sólidos como Maritain, no acabo de comprender la validez, ni siquiera probable, de sus argumentos. Claro que el Estado, como tal, no tiene que entender de arte necesariamente, pero sí debe entender de los efectos del arte en la formación del hombre, al menos en ciertos aspectos. Y respecto de ellos debe actuar. La música, la literatura que circula hoy por todas partes en España, debería hallarse prohibida en su mayor parte. No veo cómo puede progresar una nación, que sufre de continuo la descarga de la necedad, el mal gusto, el erotismo antiartístico y las ideas disgregadoras que nos aportan, de continuo, las llamadas manifestaciones artísticas en la música, la novela, la televisión, el cine...

Para Platón, y cada vez más para mí, la gran obra de arte –de que deberían proceder todas las demás– es la formación del hombre. La vida es la gran tragedia que ha de componer cada persona humana. Y si poseemos un mínimo sentido de la integración, no podemos llamar artística sin más, a una obra cualquiera deformante. Por cierto que la sentencia no siempre es fácil, pues en una producción cualquiera, pueden hallarse facetas múltiples, plausibles unas, reprobables otras, desde el punto de vista en que me sitúo. Pero la prudencia determinará en cada caso; y a lo peor, muchos errores concretos no equivalen jamás, al daño de una postura total errónea.

Yo pienso que, vistos desde la virtud, los mismos sentidos son capaces de gozar con ciertos movimientos, comportamientos, palabras, que, por ello mismo, se transforman en categorías estéticas, y por ende artísticas. De modo que la formación humana parece ser, en el sentido más estricto, no sólo un arte, ni siquiera una bella arte, sino la más importante de todas las bellas artes...

Día 5 de agosto de 1969

Me he levantado tarde, a las 4. Como tarea primordial, me he señalado el avance en la historia de la estética, concretamente el estudio de Aristóteles. Paso inmediatamente a mis notas sobre ello.

Lo bello contiene dos notas esenciales: la simetría, en relación con el orden, la extensión, relacionada con el límite: una cosa es tanto más bella, cuanto es más grande, dentro de la limitación que la hace abarcable para el hombre. Es claro que aquí, hay ya una consideración relativa al hombre. Y que deberemos dejar fuera a Dios. Yo pienso que, cabalmente, se trata de observar lo que es bello en sí, y tratar después, de lograr capacitar al hombre para percibirlo.

Aquí, como en tantas otras materias, la gracia levanta al ser humano sobre sí mismo, y le capacita para gozar de bellezas que le superan. Eternamente vamos a disfrutar de la belleza divina, justamente ilimitada. Recuerdo las consideraciones de Poe, sobre la composición del poema del cuervo. Es cierto que una pieza resulta más bella para un espectador concreto, según estos principios; pero hay aquí algo plenamente subjetivo; pues diversos espectadores son poderosos a abarcar extensiones diferentes, y aun muy diferentes. Entonces el artista ¿deberá atender al mayor número, o a los mejor dotados? Y entonces –para mí no cabe duda de la respuesta– uno de los objetivos de la educación será aumentar estas potencias. Sin embargo, hay aquí un tema cardinal: dado como es el hombre, ¿cuál es el camino para hacerle perceptible la hermosura divina? Pues, verosímilmente, es esta realidad, observada por Aristóteles, la que dificulta, al común humano, el goce de la belleza del Padre, que tan palmaria siento yo.

Una observación psicológica sagaz, es que lo simétrico parece más extenso que lo asimétrico, porque es más fácilmente abarcable en su totalidad. El máximo placer lo provoca la sensación de grandiosidad, unida a la de comprensión. Objetivamente: lo grande abarcable.

Y naturalmente la relación entre grandeza y límite se basa en la medida.

La palabra belleza tiene diferentes significados, de los cuales los más importantes son el físico-estético, el ético y el ontológico. En todos ellos se encuentran, analógicamente, los elementos de extensión, orden, simetría y limitación. Aristóteles desarrolla la ética con sentido estético indudable. Y también en el obrar humano, como tal, hay grandeza (motivo-objeto) hay simetría (temperancia, medida, justo medio), orden y limitación, en las tendencias al fin buscado. Los actos virtuosos son bellos, cuando se realizan por la hermosura de la virtud, cuando se obra por el bien en sí, no por la utilidad o el deleite.

Es muy curioso, cómo los formadores han repetido, en las clases de los seminarios, este concepto aristotélico, y luego no se han cuidado, en absoluto, de extraer sus consecuencias prácticas, que, no obstante, tendrían valores incalculables. ¡Qué hombres hubieran podido formar en posesión de tales elementos fundamentales: la belleza de la acción humana movida por la gracia divina, por el amor del Padre, que es la hermosura misma! La ausencia de sentido estético, en anchísimos sectores de la Iglesia es, sin más, una condenación de la formación secular en lo concreto. Por cierto, cada sacerdote hubiera estado dotado muy diversamente, respecto de las artes particulares; y no pocas veces hubiera gozado, justamente, con el sacrificio de realizaciones determinadas de la belleza “estética”, en aras de la Belleza sin más; pero todos ellos hubieran estado capacitados para percibir la belleza, hubieran sentido la inclinación a la hermosura, y hubieran salido de las clases con una inclinación a percibirla en cualquier manifestación.

En el orden ontológico la belleza es la adecuación –simetría– con el biológico.

Para Aristóteles, todo producto humano debe ser perfecto en su línea, y consiguientemente bello, en la especie de belleza que le corresponde.

Relaciona la pureza de los deleites, con el punto de vista del sujeto, a diferencia de Platón, que parte de la pureza de los objetos.

Tiene más en cuenta el movimiento hacia el fin, que la estructura matemático-musical de la naturaleza. El arte, en esencia, es una actividad del espíritu, que se basa en la actividad de la naturaleza y la utiliza; es, como ella, un movimiento teleológico hacia un resultado. Y obra de arte es “todo cuanto se realiza teleológicamente con conciencia racional. Prolonga e imita la naturaleza. La imitación, en cuanto a la actividad artística, se refiere al proceso natural; en cuanto a la obra, a una forma natural. El ejemplo de lo culinario es muy luminoso.

En el arte hallamos las cuatro causas: materia (piedra) forma (imagen de la figura que se la va a dar) –eficiente: el artista y su arte y sus instrumentos– final, en cierto sentido identificada con la idea, la forma, que llama a veces idea motriz o creadora.

Diferencias entre la belleza ética y la artística: la primera brota del ser hombre, la segunda de ejecuciones concretas, cualificadas, particulares: su resulta es una obra externa, con intervención del cuerpo y, ordinariamente, de instrumentos, según los cuales se diversifican las artes. Yo no estoy del todo concorde, pues creo que la pulcritud ética se ejerce también, con no poca intervención física e incluso instrumental, y que exhibe parejamente frutos exteriores.

El arte se basa en un conocimiento universal de motivos, causas y juego de medios; pero exige la experiencia, peculiar e incomunicable propiamente; la cual comienza con la percepción, se desarrolla por la memoria y se perfecciona con la repetición.

Como el arte se basa en la naturaleza, se incluyen en él tres ingredientes: naturaleza (ingrediente innato) - práctica (ejercicio) - técnica (conocimiento de las reglas). Según los predominios de unos u otros ingredientes, hay diversos tipos de artistas, y aun de artes.

El proceso viene a ser éste: se impone una finalidad, como existente de antemano, pero conocida. Habría que estudiar qué significado tiene este imponerse, si aquí se inserta, como básica, la idea de “necesidad”, de vitalidad... Pero la finalidad se concreta y exige medios especiales –se actúa según ellos– la misma actividad suscita gozo, como actividad y como tal actividad. Y el gozo perfecciona la actividad misma.

Distingue artes útiles y deleitables; pero, al hablar del placer de la pintura, Aristóteles lo menciona como posible consecuencia para el espectador, no como finalidad real para el artista creador.

El concepto del arte bello es, para los griegos, mucho más amplio que para los modernos. Y yo creo que llevaban ellos razón. Contra el pobre Ortega... Otra cosa es que la belleza se realice como valor casi exclusivo en ciertas artes, y que éstas ofrezcan posibilidades de formación mayores.

La tendencia a la imitación es natural, innata. Y el reconocer el modelo, la conformidad, agrada. Ahora ¿qué valor tiene esta complacencia?

Varían con las artes los medios de imitación. Todo es imitable, probablemente, para Aristóteles. La forma externa, y la actividad interna. Los hombres pueden ser imitados –supongo que en cualquiera de los dos casos– como son, como debían ser, o como peores de lo que son. En verdad esto es tan universal, que ni el mismo teatro del absurdo se ha salido de ello. Y desde luego reconoce la imitación, no sólo de la figura externa, sino del ethos interior (así Polignoto18). En cuanto al placer, puede manar: de la semejanza, de la maestría en la reproducción, de la belleza de los colores y las formas en sí.

La música –pero supongo que el mismo Aristóteles aplicaría a todo parejamente– ofrece cuatro clases de delectaciones: dos formales: diversión y noble pasatiempo. Dos expresivos: disfrutamos por la expresión del sentimiento y por el restablecimiento de nuestro propio equilibrio. Como diversión se trata, no más, de relajamiento (como el sueño) pero como noble pasatiempo (scholé, aunque la terminología es indecisa) se justifica en sí misma, y se orienta inmediatamente hacia la felicidad. Además influye en la formación del carácter, pues actúa sobre el ánimo del oyente. Incluso establece relación entre los modos musicales y las leyes del estado...

La música influye inmediatamente en el alma - las artes plásticas indirectamente. La música es “una imitación de los movimientos de ánimo humanos, por medio de la melodía y el ritmo de los sonidos”. Distingue, aunque no expresamente, entre instrumentos y voces humanas. El sentido de la armonía, la simetría, la imitación, es innato. La melodía imita los estados de ánimo (ethé), los movimientos o pasiones (pathé) y los actos. Por eso clasifica las melodías en éticas, patéticas y activas. Los jóvenes deben ser educados en las primeras; pero las otras ejercen también un efecto sano catártico. La melodía imita los caracteres; el acorde nos ofrece percepciones de orden.

La retórica es una especie de dialéctica que tiende a persuadir, pero en vez de hacerlo por medio del puro razonamiento, emplea la apelación al sentimiento. Y así usa una serie de recursos. Para la estética es muy importante la forma sensible, verbal, utilizada. Aristóteles la denomina lexis, puede traducirse por estilo entendiendo “una forma perceptible compuesta de palabras y dominada por la medida y la simetría”. Trata de los ingredientes del estilo, palabras, períodos, y defectos en cuanto a unidad. Distingue palabras bellas (por el sonido, por la significación y por la impresión que suscitan) y feas. Se refiere al placer de lo inusitado y asombroso. Naturalmente no resumo, sino que me confino en lo que me interesa personalmente. Los ritmos son imitativos de los movimientos del alma. Insiste también aquí en lo adecuado, v. gr. en cuanto al asunto, en cuanto a los sentimientos del escritor, en cuanto a lo ético, el carácter, edad, sexo, etc., de la persona a que se refiere. Lo que nos deja fríos es lo inadecuado.

La poesía es imitación de la acción humana. La tarea peculiar del poeta está en construir la fábula. La acción se puede tomar de la historia, del mito, o de la propia imaginación, pero en todo caso, el poeta debe construir la fábula. La poesía no se especifica esencialmente por la forma métrica; lo poético no lo crea el verso, sino un tipo especial de imitación. El objeto de la poesía es el hombre: los primeros compositores “teólogos”, no eran poetas. Estos se complacían en admirar a los hombres magníficos, o satirizar a los viles, y de ahí la doble corriente de la poesía. Admite al poeta inspirado, pero reconoce un tipo de creador más sereno y equilibrado, con talento y técnica. En Aristóteles, la inspiración divina está substituída por una teoría médica. Lo importante del gran poeta es el equilibrio: “guardar un justo medio entre un temperamento demasiado frío, y uno demasiado caliente; debe conciliar la técnica con la inspiración, la reflexión con la imaginación, el talento y el genio, el equilibrio de la naturaleza (euphués) y el arrobamiento extático (manía). Pero si la belleza está en el justo medio, dedúcese de esto que son posibles dos tipos contrarios: el artista equilibrado y el genio extático” (136).

Sobre la tragedia hay un resumen de la teoría. Sólo alguna anotación me importa ahora: lo que busca la tragedia no es la imitación de los caracteres, sino la presentación directa y dramática de sus acciones, que producen felicidad o infelicidad, con los sentimientos consecuentes.

Los sentimientos son las consecuencias de la acción (miedo y compasión), los caracteres las condiciones, el acto que hace feliz o desgraciado es el alma de la tragedia. Porque el objetivo de cada ser es su acción.

La fábula debe ser completa, grande, una. Completa: con principio, medio y fin. Debe ofrecer un conjunto ordenado; un organismo al que nada falte. Lo más grande posible, dentro de lo abarcable. Debe estar construída de tal modo, que cualquier elemento que se substrajese hiciese resentirse la fábula entera.

La necesidad: la historia presenta lo individual como de hecho ha sucedido; la poesía llama la atención hacia la conexión necesaria entre caracteres y acciones, entre acciones especiales y sus consecuencias. Nada debe haber de inmotivado, ilógico. Por ello está más cerca de la filosofía que la historia; aunque no es estrictamente ciencia, ya que se refiere a lo particular. Nos presenta la fábula, de modo que sacamos la impresión de que tenía que suceder así. La ciencia se impone universalmente –la historia ofrece lo que ocurre una sola vez– la poesía lo que sucede en la mayoría de los casos. Nos hace sentir lo que debemos considerar inevitable en todas partes y siempre, para todos los hombres de cierto género, situados en ciertas situaciones: es imitación típica.

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