Kitabı oku: «Los papiros de la madre Teresa de Jesús», sayfa 3

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Capítulo 4. Santa Teresa, la «ganavoluntades»

Corona de piropos

Un gran escritor, Antonio de San Joaquín, carmelita descalzo, además de otros libros, escribió doce tomos sobre santa Teresa. En ese que llamó Año Teresiano, en el tomo V publicó, en Madrid año de 1749: «Índice que en diversos idiomas atesora abundante copia de epítetos, con que numerosa variedad de personas ha procurado manifestar las perfecciones y prerrogativas que el Cielo concedió a nuestra Madre santa Teresa de Jesús». El buen fraile reunió más de 1324 epítetos laudatorios de la Santa.

Aunque esta palabra «ganavoluntades» que va en el título no aparezca en el Diccionario de la lengua, ni registrada en esa fecha del siglo XVIII, me gusta emplearla y aplicársela a santa Teresa, pues era eminente en este campo de ganar la gracia y voluntad de las personas. La quisieron y la veneraron grandes figuras de la Iglesia: carmelitas descalzos, jesuitas, dominicos, franciscanos, sacerdotes seculares, obispos. La cuestionaron el nuncio Felipe Sega y algunos otros eclesiásticos y buen número de los padres del antiguo Carmelo, y tuvo sus mayores peleas y sinsabores con la princesa de Éboli, doña Ana de Mendoza y de la Cerda.

Felipe Sega

El nuncio Felipe Sega se hizo famoso por el exabrupto que lanzó contra la Santa ante el padre carmelita descalzo Juan de Jesús (Roca), llamándola «fémina inquieta, andariega, desobediente y contumaz que a título de devoción inventaba malas doctrinas, andando fuera de clausura, contra el orden del concilio Tridentino, y prelados, enseñando como maestra, contra lo que san Pablo enseñó, mandando que las mujeres no enseñasen»[9].

Bartolomé de Medina

Con alguna de estas lindezas estaba de acuerdo el dominico Bartolomé de Medina, profesor de teología de la Universidad de Salamanca, pues también él, en un primer momento, la desaprobaba. Uno de sus discípulos de entonces lo cuenta así:

Al tiempo que la dicha santa Madre fue a Salamanca a fundar como fundó el monasterio de su reformación, el maestro fray Bartolomé de Medina, de la Orden de Santo Domingo, catedrático de Prima de Teología, cuyo discípulo fue este testigo, al principio recibió mal las cosas de la santa Madre, en tanta forma que públicamente en su cátedra dijo que era de mujercillas andarse de lugar en lugar y que mejor estuvieran en sus casas rezando e hilando (BMC 19, 349).

La «ganavoluntades», sabiendo que se mofaba de ella, le estimó en tanto que procuró con el Comisario apostólico... le diese sus veces y en algunas ausencias le dejase por superior de ella.

Hombre sincero comprendió Bartolomé que tenía que retractarse, y el mismo discípulo nos informa que en la misma cátedra que había hablado mal de ella, dijo: «Señores, el otro día dije aquí unas palabras mal consideradas de una religiosa que funda casas de monjas descalzas. Hablé mal. Hela comunicado y tratado, y sin duda tiene espíritu de Dios y va por muy buen camino». Y solía decir después a menudo que «no había tan gran santa en la tierra». Es la propia Santa la que confiesa en su Relación 4, 8 en 1575 o 1576:

Trató con el padre Maestro fray Bartolomé de Medina, catedrático de Prima de Salamanca, y sabía que estaba muy mal con ella, porque había oído de estas cosas; y parecióle que este le diría mejor si iba engañada que ninguno. Y procuróse confesar con él, y dióle larga relación de todo, lo que allí estuvo y procuró que viese lo que había escrito, para que entendiese mejor su vida. Él la aseguró tanto y más que todos, y quedó muy su amigo.

De tal manera conquistó santa Teresa a Bartolomé que iba con frecuencia a verla en Alba de Tormes y a confesarla; y retenía una gracia del cielo poder ver y tratar a la Madre. Los lazos de buen entendimiento con ella se fueron afianzando y terminó por ser uno de los más grandes defensores de Teresa de Jesús. En enero de 1574 la duquesa de Alba, María Enríquez, envió a la Santa una trucha muy hermosa y en viéndola pensó Teresa en hacérsela llegar a Bartolomé de Medina a su convento de San Esteban de Salamanca. Se lo cuenta a la priora de Salamanca a la que escribe:

Esa trucha me envió hoy la duquesa tan buena, que he hecho este mensajero para enviarla a mi padre el maestro fray Bartolomé de Medina. Si llegare a hora de comer, vuestra reverencia se la envíe luego con Miguel, y esa carta; y si más tarde, no se la deje tampoco de llevar, para ver si quiere escribir algún renglón (Cta 59, 2).

Es una lástima que no haya llegado a nosotros esa carta y no sabemos tampoco si Bartolomé le escribió alguno de esos renglones que la Madre esperaba. La trucha sí se la guisaron y le supo tan rica.

Juan de Salinas

Otro fraile que andaba un poco dubitativo frente al espíritu de la Madre también tuvo que rendirse ante ella. Se llamaba Juan de Salinas, provincial de los dominicos. Cuenta el padre Báñez que le preguntó: «¿Quién es una Teresa de Jesús que me dicen que es mucho vuestra? No hay que confiar de virtud de mujeres; pretendiendo en esto hacer a este testigo recatado, como si no estuviera tanto y más que él». Báñez le respondió: «Vuestra Paternidad va a Toledo y la verá, y experimentará que es razón de tenerla en mucho; y así fue». Salinas pasó en Toledo la cuaresma entera y, aunque predicaba cada día «la iba a confesar casi todos los días e hizo de ella grandes experiencias». Más adelante se volvió a encontrar con Báñez que le preguntó: «¿Qué le parece a Vuestra Paternidad de Teresa de Jesús?». Y respondió con gracia: «¡Oh, habíadesme engañado, que decíades que era mujer; a la fe que no es sino hombre varón y de los muy barbados!; dando a entender en esto su gran constancia y discreción en el gobierno de su persona y de sus monjas» (BMC 18, 9).

Pedro Fernández

Y otro gran dominico Pedro Fernández, comisario apostólico de los carmelitas descalzos en sus principios, quiso asegurarse acerca del espíritu de la Madre Teresa, y como cuenta el mencionado padre Báñez: «Siendo hombre muy legal y recatadísimo de falsos espíritus, tratando con Teresa de Jesús, a quien con más miedo que este testigo comenzó a examinar, y al fin se venció y le dijo a este testigo que, en fin, Teresa de Jesús era mujer de bien, que en boca de dicho maestro era grande encarecimiento» (BMC 18, 9). Y este Pedro Fernández la llamaba «Teresa, la de la gran cabeza», después que en su trato con ella había podido comprobar lo lista y sagaz que era.

Alonso Valdemoro

Finalmente podemos poner como ejemplo de captación el caso de un carmelita calzado, llamado Alonso Valdemoro, y de una comunidad entera. La Madre iba en 1579 desde Ávila a Valladolid pasando por Medina; y Valdemoro fue con ella hasta San Pablo de la Moraleja. Este fue uno de los peores enemigos que tuvo la Madre, y se lo dieron como compañero de camino en ese viaje. Ana de San Bartolomé, compañera, secretaria y enfermera de Teresa dice de él que «andaba con harto cuidado para mirar todo lo que ella hacía y contradecir sus cosas» (BMC 2, 297). ¿Cómo recibió la Madre aquel acompañamiento?: «como de la mano de Dios; como veía que la venía por la obediencia, y fue con un amor y beneplácito tratando con este padre por el camino, que nos hacía alabar a Dios, y no solo le regalaba con lo que podía, mas como a amigo le daba las imágenes y estampas que ella tenía para su regalo, y le decía: “Mire, mi padre, si le contenta otra cosa de lo que yo traigo, que se lo daré de muy buena voluntad”. Y le dio una imagen del Espíritu Santo, que ella quería mucho y no la había querido dar a otras personas, y díjole que por lo mucho que le quería se la daba» (BMC 2, 297). ¡Qué arte y qué virtud y sagacidad la de esta mujer!

Sabiendo que había cerca del camino que llevaban un convento de carmelitas, que le eran contrarios, pidió a Valdemoro que le llevase hasta allí, aunque hubiese que rodear alguna legua. Aunque el fraile sabía de la contradicción que tenían en aquella casa con la Madre, viendo la humildad y empeño con que se lo suplicaba, no se lo pudo ni quiso negar. La secretaria, como buena reportera, cuenta la visita diciendo: «Llegando a la casa y nombrando a la santa Madre que está allí, a mi parecer, que se turbaron los que en ella estaban, porque, aunque anduvimos buen rato por ella, no parecía criatura, es decir, no aparecía nadie. La santa Madre los llamó, y viniendo donde ella estaba, los abrazó a cada uno de por sí, mostrándolos tanto amor, que parecía los quería meter en su alma. Estuvo aquí desde hora de misa hasta la tarde con alegría y beneplácito». Y continúa relatando: «Cuando se hubo de ir, salieron acompañándola fuera del lugar. Decían les hacía ternura y soledad verla ir tan presto y mostraban tener harta confusión de la santidad que veían en ella». Despedidos los frailes del convento, siguió el camino y llegaron al atardecer del domingo, día 26. Al padre que iba con ella «le pesó harto cuando veía que se acababa la jornada del camino, porque iba ya tan devoto y aficionado a la santa Madre que le dijo mirase si quería servirse de él para pasar más adelante, que le sería mucho regalo» (BMC 2, 297-298).

Captando voluntades para la Orden

Aparte este tipo de captaciones de personas enemigas, supo ejercitar este su arte y habilidad, cambiando la voluntad y el rumbo que querían tomar hacia la Cartuja los dos primeros frailes que conquistó para su proyecto de vida carmelitana. En estas mallas teresianas cayeron para nuestro bien Juan de Santo Matía (que será Juan de la Cruz) y Antonio de Jesús (Heredia). Y no menos captadora anduvo en Pastrana para ganarse a Ambrosio Mariano y a Juan de la Miseria. En no pocos casos de las vocaciones de sus descalzas la siguieron como encandiladas por su personalidad, que arrastraba irresistiblemente. Como ejemplo de esto último tenemos el caso de la vocación de María de San José (Salazar), la que será famosa priora de Sevilla y de Lisboa, que se vio con la Santa por primera vez en Toledo en 1562, en casa de doña Luisa de la Cerda. Cuenta ella misma: «A este tiempo me llamó el Señor a la religión, viendo y tratando a nuestra Madre y a sus compañeras, las cuales movían a las piedras con su admirable vida y conversación. Lo que me hizo ir tras de ellas fue la suavidad y gran discreción de nuestra Madre, y creo verdaderamente que si los que tienen oficio de llegar almas a Dios usasen de la traza y maña que aquella santa usaba, llegarían muchas más de las que llegan; que, como nuestro natural es inclinado a buscar contento y a huir del trabajo, pintar la virtud y lo que es servicio de Dios áspero y dificultoso es atemorizar los flacos que no han probado cuán suave es el padecer por Cristo». Y dice todavía: «Tratando con todas las demás conforme a su hábito encaminándolas para que viviesen según la vida del siglo sin ofensa de Dios y que si las mandasen sus padres que danzasen y se aderezasen, fuese con intento de obedecer y ser perfectas en sus estados, solo a mí me reprendía todas las veces que me veía, porque andaba con galas, y me decía que no eran ejercicios los míos para monja»[10].

Sonsacando la conciencia de un novicio

Estando en Pastrana, santa Teresa fue a oír misa al convento de los descalzos. Estaba ayudando a misa un novicio, Agustín de los Reyes, que llegaría a ser un gran personaje en la Orden. La Santa, viéndole tan modosito y devoto, se acercó a él y le dio un gran abrazo. El novicio huyó sin mirar quién era aquella señora que se atrevía a tanto. Es él quien cuenta, en el proceso teresiano de 1595 en Sevilla, cómo trataba la Santa con él (BMC 19, 175-176).

Los primeros meses de su noviciado tuvo muchos favores y gracias especiales del Señor, pero «volvió el Señor la hoja, y quedó tan desamparado y fue tan atormentado de multitud de tentaciones, que solo la aflicción interior le traía con ordinaria calentura».

Y sigue contando: «En esta sazón vino allí la Madre Teresa de Jesús que andaba en sus fundaciones y en la de monjas de Pastrana, que también se acomodaron. La primera tarde que fue al convento de los religiosos puso los ojos en este testigo, y después de haber cumplido con todos los religiosos, le llamó aparte, y por gran rato estuvo con este testigo, preguntándole de cosas de su espíritu, como queriéndole sacar que le dijese lo que interiormente sentía. Este testigo se cerró como solía, y con un sí o no respondía a otros propósitos. Esto mismo hizo la dicha Madre Teresa de Jesús por otras cuatro o cinco veces que fue al convento de los religiosos el tiempo que allí estuvo. Y llegándose ya el tiempo de su partida, le llamó la última vez, haciendo con él lo mismo que solía y él cerrándose de la misma manera. Viendo ella ya que se iba, le dijo: “Venga acá, hijo; yo he estado con él aparte cuatro o cinco veces deseando que por él (por sí mismo) se declarase conmigo, porque este es el principio de su bien. Venga acá: ¿no padece esto y esto y de esta y de esta manera? ¿Por qué aun preguntándoselo me lo ha negado?”. Y ella contó a este testigo todo lo que en su corazón le había pasado aquel tiempo, puntualmente todo. Y luego le dijo: “Pues, mire, hijo, no tiene que temer; lo que hay de culpa en todo esto yo lo tomo sobre mí; la mayor que ha tenido y por donde eso le ha apretado tanto, ha sido por no haberse comunicado [...]”. Y a cosas a propósito le dijo a este testigo: “Venga acá; si ahora le viniese uno a decir: hermano fray Agustín, Papa le han hecho, ¿no se reiría como cosa tan fuera de camino?, pues así se ría de todo eso”».

De estas sesiones de dirección espiritual de la Madre Teresa de Jesús salió nuevo fray Agustín y quedó completamente libre de aquella tribulación y asegura que «desde aquel día este testigo comenzó a sentir alivio en todo aquello, y al cabo de poco estuvo tan libre como si jamás hubiera pasado; y ha quedado de manera en aquello, que, aunque de propósito quiera llamar aquellos pensamientos, no puede, que en semejantes cosas nunca ha visto semejante suceso, porque siendo persona que trata almas, siempre ha visto que a las que aquello han padecido les quedan unas briznas de cuando en cuando». Antes de su relato afirma que la Madre Teresa «tuvo particular don de nuestro Señor de conocer interiores y dar consejos espirituales para el bien de las almas».

Concluyendo

La palabra, los gestos, la clarividencia mental con que se presentaba eran las armas de la captación de las voluntades. Uno de sus biógrafos, Yepes, dejó escrito: «Entre otras gracias tuvo una señaladísima que fue haberle dado Dios una maravillosa fuerza y virtud en sus palabras para mover los corazones de aquellos con quien trataba. Porque con la eficacia de ellas, deshacía corazones y rendía las voluntades y allanaba contradicciones que se le ofrecían»[11].

Y otro que la trató mucho y fue su confesor, Pedro de la Purificación, dice de ella: «Tenía tan suave conversación, tan altas palabras y la boca llena de alegría, que nunca cansaba, y no había quien pudiese despedir de ella [...]. Jamás trató nadie con ella que no saliese con ganancia y aprovechamiento en su alma y mejorase su vida» (BMC 6, 380).

Y no faltó quien dijera de ella que era como la piedra imán que a todos atraía; atrajo, imantó a tantos y tantas y ¿qué está haciendo ahora, qué está haciendo hoy mismo sino seguir con esa su capacidad de atracción imantadora?

Capítulo 5. Las golosinas de santa Teresa

Las referencias de las gentes y de los pueblos a los santos suelen, a veces, ser un tanto pintorescas. A santa Teresa le cargan las yemas de santa Teresa, los corazones de santa Teresa, los miguelitos de santa Teresa, etc., todo ello tan dulce y sabroso que la gente se chupa los dedos.

Paladear de Teresa de Ahumada

La misma Santa habla de dulces, se acuerda del Cantar de los cantares y cita por tres veces un texto donde se dice: «Asentéme a la sombra de aquel a quien había deseado y su fruto es dulce para mi garganta» (Cant 2,3). En carta a una de sus parientas le dice: «Me ha quedado terrible hastío de cosas dulces» (Cta 68, 3). A su hermano Lorenzo de Cepeda le dice: «Harto me regalo cuanto puedo y heme enojado de lo que me envió, que más quiero que lo coma vuestra merced, que cosas dulces no son para mí, aunque he comido de esto y lo comeré; mas no lo haga otra vez, que me enojaré mucho: ¿no basta que no le regalo nada?» (Cta 182, 3). Haciendo memoria de lo que le enviaba su hermano le dice: «Las sardinas vinieron buenas y los confites a buen tiempo, aunque quisiera yo más se quedara v.m. con los mejores. Dios se lo pague» (Cta 177, 1). Y con su buen humor acostumbrado dice al mismo: «Riéndome estoy como él me envía confites, regalos y dineros, y yo cilicios» (Cta 177, 14). A la priora de Sevilla, María de San José, le dice sin más: «Bien hará de enviarme los confites que dice, si son buenos, que gustaría de ello para cierta necesidad» (Cta 167, 3). Y en otra carta le comunica: «Todo lo demás es muy bueno, y los confites lo vinieron (buenos) y son muchos» (Cta 180, 4). El día que llegaron tantos confites y tan buenos con otras muchas cosas, patatas, naranjas... estuvo la madre con doña Luisa de la Cerda, su gran amiga, y le dio «de ellos (de los confites)» que si hubiese pensado que le iban a gustar tanto se los enviara en nombre de la priora de Sevilla, ya que esta doña Luisa «con cualquier cosa se huelga mucho, y más bien parece a nosotras dar poco a estas señoras» (Cta 180, 5). Su hermano recibió de Sevilla la mejor y más grande caja de confites, y este se la pasó a la Santa. Tan generosa como es, tiene muy buen cuidado en no enviar confites a Brianda de San José, priora de Malagón, que «por la mucha calentura que tiene, que la matara». Lo único que pide para ella que tiene mucho hastío son «naranjas dulces, y cosas de enferma» (Cta 180, 6).

Se entera de que el padre Jerónimo Gracián anda un poco enfermo y le manda a decir en una carta: «Harto le hemos encomendado a Dios para que estuviese bueno». Pero esto no le basta y por eso le anuncia: «Unos membrillos le envío, para que la su ama (Jerónima) se los haga en conserva y coma después de comer, y una caja de mermelada, y otra para la superiora de San José, que me dice trae grandes flaquezas. Dígale vuestra merced que la coma, y a vuestra merced suplico yo que no dé nada a nadie de esa, sino que la coma por amor de mí; y en acabándose me lo haga saber, que vale aquí barato» (Cta 115, 8).

Doña Catalina Hurtado es la madre de dos carmelitas que han entrado en las descalzas de Toledo y ya hechas las paces que se habían resentido por la entrada de las muchachas, la madre envía a la Santa «manteca muy linda [...] también eran muy lindos los membrillos; no parece que tiene otro cuidado sino regalarme» (Cta 29, 1). En otra carta a Sevilla, dice a la priora: «No me envíen ninguna cosa, por caridad, que cuesta más que ello vale». Añade: «Algunos membrillos vinieron buenos, pocos» (Cta 122, 12).

Frutos del campo

También le gustan los frutos del campo. Un día, en su primer convento, se siente un poco enferma y manifiesta que le apetecería comer un poco de melón; pero no lo hay en casa. Y aquí viene la florecilla, recogida por el padre Ribera: suena la campanilla de la portería, acude la encargada y se encuentra con medio melón en el torno, sin «hallar a nadie que lo hubiese traído». Y la madre se alimenta de aquella carne olorosa, dulce, blanda, aguanosa, que todo esto es el rico melón. En otra ocasión, al volver de una de sus fundaciones a Ávila, viéndola tan enferma y necesitada, una de sus monjas más querida «movida de caridad le hizo unas rosquillas». Pero parece que aquel día no estaba la Madre para dulces, pues reprendió a la rosquillera, diciéndole: «Hija, no me venga a esta casa a enseñar eso» (BMC 19, 560). Lo que no sabemos es si se comió las rosquillas. Creo que sí.

Estando la Santa en Burgos, antes de poner la clausura del convento, bajaba con frecuencia a visitar a los enfermos del hospital; y un día que se sentía ella misma enferma dijo que comería «de unas naranjas dulces, y el mismo día le envió una señora unas pocas muy buenas. Ella en viéndolas echóselas a la manga y dijo que quería bajar a ver a un pobre que se había quejado mucho y repartió todas las naranjas a los pobres». Alguna de las hermanas le preguntó por qué se las había dado, y ella respondió con mucha alegría: «Más las quiero yo para ellos que para mí. Vengo muy alegre que quedan muy consolados» (BMC 2, 236). En otra ocasión le trajeron unas limas, fruto del limero, y como las vio dijo: «¡Bendito sea Dios que me ha dado qué llevar a mis pobrecitos» (ib).

Lo mismo que santa Teresa se mueve entre los pucheros y con la sartén en la mano, es una delicia ver cómo trastea manejando naranjas dulces, membrillos, y verla, como si fuera un rey mago, repartiendo confites y otras dulcerías, y nos convencemos una vez más de que Teresa de Jesús era una persona normal y humana, y era muy realista, andaba con los pies en la tierra, aunque nos parezca que estaba siempre en el cielo.

Golosinas superiores

Pero las golosinas de santa Teresa a las que me quiero referir ahora no son estas que se pueden degustar plácidamente, por ejemplo, en una visita a Ávila, donde nació la Santa hace ya 500 años. Mujer que sabía manejar la rueca y el uso, y que sabía bordar preciosamente teniendo delante el «dechado de Cristo Jesús», se vio abocada por obediencia a sus confesores y superiores a emprender una batalla sonada entre la rueca y la pluma. Escribir lo que le mandaban la quitaba de hilar y ella lo sentía porque estaba en convento pobre y había que ganarse el pan para sí y para la comunidad de monjas que había reunido. Las golosinas que ofrece la Madre Teresa a quienes la visiten ahora mismo son sus escritos, sus pensamientos, sus experiencias, sus consejos, sus ejemplos.

Ella misma lo anuncia así, como quien anda haciendo propaganda de la mercancía: «Sabe Su Majestad que, después de obedecer, es mi intención engolosinar las almas de un bien tan alto» (V 18, 8). Esta palabra «engolosinar» la usa solo esta y otra vez, hablando de dineros que la hacían falta. El verbo «engolosinar» significa excitar el deseo de alguien con algún atractivo. El atractivo que la Madre ofrece es lo que llama «un bien tan alto». Y ¿qué encierra en esta frase? En ese capítulo 18 habla de oración, de lo que llama el cuarto grado de oración.

Y trata de declarar la gran dignidad en que el Señor pone a quien lleva a este tan alto estado de trato con Él. Y este tan alto estado se puede alcanzar en la tierra, «aunque no por merecerlo, sino por la bondad del Señor». El título del capítulo lo cierra con este consejo: «Léase con advertencia, porque se declara por muy delicado modo y tiene cosas mucho de notar». Según ella, el Señor da como quien es, es decir, su generosidad no tiene medida; y estas golosinas, estos atractivos, los ofrece el Señor para que el alma se vaya olvidando de otras apetencias imperfectas y se vaya entrando y enamorando del interlocutor con quien trata en la oración. Con lo que recibe de Dios y con lo que va acumulando con su fidelidad al trato amistoso con el Señor, se va haciendo con un gran cúmulo de tesoros espirituales. Estas riquezas espirituales, por muy grandes y valiosas que sean, «no son nada en comparación de tener por nuestro al Señor de todos los tesoros y del cielo y de la tierra» (6M 4, 10). Si Cristo Jesús es camino, es vida, es luz, es alegría, es también «la golosina de las golosinas».

La Santa, ya lo hemos oído, al escribir quería «engolosinar» a las almas con ese mundo riquísimo de la oración. Además de todas sus consideraciones y explicaciones para convencer a la gente, hay que fijarse en el modo serio y delicioso con que presenta a los interlocutores de la oración, al Padre Celestial y a Cristo Jesús. La presentación tan sentida que hace de ellos viene a ser para ella lo más fuerte en el camino de ese engolosinamiento, más aún: enamoramiento.

Perlas textuales de la Santa

«En negocios y persecuciones y trabajos, cuando no se puede tener tanta quietud, y en tiempo de sequedades, es muy buen amigo Cristo» (V 22, 10).

«[...] en hacer otra cosa faltáis al verdadero amigo Cristo» (CE 13, 4).

«Su Majestad nunca faltó a sus amigos» (V 11, 12).

«Su Majestad es amigo de ánimas animosas» (V 13, 2).

«Con tan buen amigo presente todo se puede sufrir; es ayuda y da esfuerzo. Nunca falta, es amigo verdadero» (V 22, 6).

«¿Qué más queremos de un tan buen amigo (como Cristo) al lado, que no nos dejará en los trabajos y tribulaciones, como hacen los del mundo?» (V 22, 7).

«Su Majestad quiere a quien le quiere; y ¡qué bien querido, y qué buen amigo!» (V 22, 17).

«¡Oh Señor mío, cómo sois Vos el amigo verdadero...!» (V 25, 17).

«¡Oh, quién diese voces por él (mundo) para decir cuán fiel sois a vuestros amigos!» (V 25, 17).

«Se entiende Dios y el alma con solo querer Su Majestad que lo entienda, sin otro artificio para darse a entender el amor que se tienen estos dos amigos» (V 27, 10).

«Puedo tratar como con amigo, aunque es Señor» (V 37, 5).

«¿Quién más amigo de dar (que Dios), si tuviese a quién?» (F 2, 7).

«Es muy amigo Su Majestad de ánimos animosos, no hayáis miedo que os falte nada» (F 27, 12).

«[...] el verdadero amigo y esposo vuestro es Cristo» (CV 9, 4).

«[...] mientras pudiereis no estéis sin tan buen amigo, no os faltaré para siempre; ayudaros ha en todos vuestros trabajos; tenerle heis en todas partes. ¿Pensáis que es poco un tal amigo al lado?» (CV 26, 1).

«Bendito seáis por siempre, Señor mío, que tan amigo sois de dar, que no se os pone cosa por delante» (CV 27, 4).

«[...] es amigo de todo concierto» (CV 28, 12).

«Es el Señor muy amigo de quitarnos de trabajo, aunque en una hora no le digamos más de una vez el Paternóster» (CV 29, 6).

«No es amigo de que nos quebremos las cabezas hablándole mucho» (CV 29, 6).

«Estos, los que mucho le desean, son sus verdaderos amigos» (CV 34, 13).

«Es muy amigo, tratemos verdad con Él» (CV 37, 4).

«Es muy amigo (Dios) de que no pongan tasa a sus obras» (1M 1,4).

Y formula la siguiente bienaventuranza: «¡Bienaventurado quien de verdad le amare y siempre le trajere cabe sí» (V 22, 7). Conociendo, pues, la condición de este interlocutor y amigo, queda claro una vez más que santa Teresa quería de verdad «engolosinar» a las almas con su magisterio sobre la oración, ese magisterio que llevaba adelante con tanto apasionamiento. Presentado Cristo Jesús como interlocutor y amigo, le falta tiempo para hablarnos deliciosamente del Padre Celestial, que es «tan amigo de amigos y tan señor de sus siervos» (CV 35, 2).

Ya en el capítulo tercero, contemplando la grandeza de Teresa como hija de Dios, nos ha hablado ella de cuánto ha hecho y seguirá haciendo por nosotros el Padre Celestial. Y ha quedado bien claro que no es la mejor oración aquella en que podemos pronunciar muchas palabras sino la oración tan contemplativa que nos quedemos en silencio adorante y filial.

¿Cuál será la mejor golosina?

Y acaso la golosina de las golosinas que infunde el Señor es, aunque pueda parecer otra cosa, el amor a la cruz del Señor. Y, mejor dicho, al Señor que murió en la Cruz por nosotros. En una de sus poesías a la exaltación de la cruz, nos evangeliza acerca de este tema:

En la cruz está la vida

y el consuelo.

y ella sola es el camino

para el cielo.

Así arranca el poema y concluye:

Después que se puso en cruz

el Salvador,

en la cruz está la gloria,

y el honor;

y en el padecer dolor

vida y consuelo,

y el camino más seguro

para el cielo.

Quien se deje engolosinar por la Madre Teresa seguirá su doctrina y volcará su alma y su persona entera en la siguiente entrega personal:

Vuestra soy, pues me criastes,

vuestra, pues me redimistes,

vuestra, pues que me sufristes,

vuestra, pues que me llamastes,

vuestra, porque me esperastes,

vuestra, pues no me perdí:

¿qué mandáis hacer de mí?

Las golosinas de la Madre Teresa no son para debilitar o aniñar a las almas sino para fortalecerlas y robustecerlas en el seguimiento de Cristo y en el cumplimiento de la voluntad divina, haciendo que el querer del Señor sea el alimento y la alegría de la existencia, pues, como dirá Teresa «es oliva preciosa la santa cruz, que con su aceite nos unta y nos da luz» (P 8: «En la cruz está la vida»).