Kitabı oku: «Los papiros de la madre Teresa de Jesús», sayfa 4
Capítulo 6. Los refranes de la Madre Teresa
Apertura
Antes de comenzar a dar cuerpo a este tema del refranero teresiano, me he dado un gran banquete, repasando los 65.083 refranes recopilados por Luis Martínez Kleiser en su Refranero general ideológico español, Madrid 1986; igualmente he repasado en el Teatro universal de proverbios, de Sebastián de Horozco, los 3.146 refranes, Salamanca 1986 (nueva edición). Tengo conmigo también el simpático libro del tiempo de la Santa, Dos refraneros del año 1541, publicados nuevamente por Juan Bautista Sánchez Pérez, Madrid 1944, con sus doce capítulos con refranes glosados en la primera parte del libro; y en la segunda parte con los refranes que recopiló Íñigo López de Mendoza por mandato del rey don Juan, Valladolid 1541.
Una vez más me convenzo de la sabiduría que encierran los refranes, de los que podemos echar mano para condimentar nuestras conversaciones y concluir hasta alguna discusión. En el estudio preliminar de L. M. Kleiser se dice que en realidad, con solo contadas excepciones, los refranes son evangelios chiquitos, y por eso se asegura que los refranes no engañan a nadie.
En busca del refrán
Buceando por las obras de santa Teresa me he encontrado con unos cuantos refranes, que quiero presentar o glosar. Creí que iban a ser más numerosos, pero habré de contentarme con los que he encontrado, aunque más de uno se me habrá escapado.
Hacer de la necesidad virtud
Anda la Santa comentando la primera petición del Padrenuestro: «Sea hecha tu voluntad y como es hecha en el cielo, así se haga en la tierra». Y se encuentra con personas que no osan, que no se atreven, a pedir trabajos o sufrimientos al Señor porque piensan y temen que se los va a dar enseguida. Y les pregunta qué es lo que dicen cuando suplican al Señor que cumpla su voluntad en ellos, o es que lo dicen por decir lo que todos, mas no para hacerlo. Y esto no estaría bien. Y cambiando de registro, añade: «Ahora quiero llevar por otra vía. Mirad, hijas, ello se ha de cumplir, que queramos o no, y se ha de hacer su voluntad en el cielo y en la tierra; creedme, tomad mi parecer, y haced de la necesidad virtud» (CV 32, 2-4).
Y en una carta al padre General de la Orden, de 1576, le dice: «Yo soy siempre amiga de hacer de la necesidad virtud, como dicen, y así quisiera que cuando se ponían en resistir (a los visitadores: a Gracián) miraran si podrían salir con ello» (Cta 102, 6).
A falta, como dicen, de hombres buenos...
Santa Teresa solo inicia el refrán, no lo termina. El contexto en el que pronuncia este refrán es el siguiente: Habla de la fundación del convento de Soria en 1581 (F 30, 5-7). Uno de los padres que le acompañó fue el padre Nicolás de Jesús María (Doria), «hombre de mucha perfección y discreción», así lo califica. Hablando de la discreción de Doria que alaba, explica que era tan discreto «que se estaba en Madrid en el monasterio de los calzados, como para otros negocios, con tanta disimulación, que nunca le entendieron que trataba de estos, y así le dejaban estar. Escribíamos a menudo, que estaba yo en el monasterio de San José de Ávila, y tratábamos lo que convenía, que esto le daba consuelo». Y añade con gracia: «Aquí se verá la necesidad en que estaba la Orden, pues de mí se hacía tanto caso, a falta, como dicen, de hombres buenos». Aquí y así termina ella el refrán que concluye: «a mi marido le hicieron alcalde».
Mudar costumbre es muerte, como dicen
Se encuentra la Santa al principio de su priorato en la Encarnación de Ávila, adonde ha ido por obediencia; cuando escribe en carta a doña Luisa de la Cerda, contándole cómo va la comunidad de 130 monjas, y dice: «Con todo gloria a Dios hay paz, que no es poco, yendo quitándoles sus entretenimientos y libertad; que aunque son tan buenas –que cierto hay mucha virtud en esta casa–, mudar costumbre es muerte, como dicen» (Cta 38, 4). Cuando añade: «como dicen» está evidentemente refiriéndose a un proverbio, a un refrán. En Kleiser se puede ver una buena serie de refranes parecidos a este, el primero de los cuales, bajo el epígrafe «arraigo de las costumbres», es precisamente: «Mudar de costumbre, par es de muerte». Y en uno de los refraneros de 1541 se hace este glosa: «Lo que es muy usado está tan apegado a nuestras potencias y apetitos, que para desapegarlo es menester afligir nuestra persona, lo cual es quasi morir».
De los enemigos los menos
Curioso el contexto donde planta este refrán: V 20, 19. Habla de la oración infusa de quietud en la que queda cautiva la voluntad, mientras las otras dos potencias, la memoria y el entendimiento, no están quietas. Y el bullicio de las otras dos potencias le parece a la Madre:
[...] como el que tiene una lengüecilla de estos relojes de sol, que nunca para; mas cuando el Sol de justicia quiere, hácelas detener. Pero, aunque estas potencias, memoria y entendimiento, tornen a bullirse, queda engolfada la voluntad, hace como señora del todo aquella operación en el cuerpo. Porque ya que las otras dos potencias bullidoras la quieran estorbar (de los enemigos los menos), no la estorban también los sentidos. Y así hace que estén suspendidos, porque los quiere así el Señor.
En el Teatro universal de proverbios, n. 657 aparece tal cual este refrán: De los enemigos los menos. Y lo glosa el autor:
Si tienes enemistad
y algunos por adversarios,
procura por amistad
por fuerza o sagacidad
hacer menos tus contrarios,
ganando de continuo amigos.
Que en cualquier tiempo son buenos
y quitarte de hadarios,
cuando de los enemigos
vienes a tener los menos.
Más vale al que Dios ayuda que el que mucho madruga
Este refrán se lo recuerda en 1571 (Cta 36, 1) a doña Catalina Balmaceda, que había pretendido con anterioridad entrar de monja carmelita; finalmente entró y profesó en 1573. En uno de los refraneros del año 1541 aparece tal cual y se le aplica esta glosa: «La industria y diligencia humana, poco hace sin el favor de Dios».
No estamos para coplas
Esta especie de proverbio lo usa aludiendo a los momentos más difíciles de su Reforma: El padre General, víctima de falsas informaciones contra su obra; Gracián, en peligro; y los cuatro para ella indispensables Pío V, Felipe II, el Nuncio Ormaneto y Gracián, a quienes espera en Dios, que les dé vida, al menos uno o dos años, para remediar los problemas que pesan sobre su obra. En este contexto le sale este refrán: No estamos para coplas (Cta 98, 12); no estamos para bromas. Es un refrán perfecto para momentos parecidos de la existencia.
Dejar a uno por necio
Está la Santa hablando de la diferencia que hay entre la oración de quietud y la de unión plena. En la primera, «si el entendimiento –o pensamiento, por más me declarar– a los mayores desatinos del mundo se fuere, ríase de él y déjele para necio» (CV 31, 10). Otra variante puede ser: enviaros han para simple (CV 22, 1). Está explicando cómo hay que tratar con el Señor en la oración, «que es bien estéis mirando con quién habláis, y quién sois vos, siquiera para hablar con crianza» (CV 22, 1). En el trato con los grandes de este mundo hay que conocer muy bien «el acatamiento» que hay que darles; «si no enviaros han para simple y no negociaréis nada» (CV 22, 1), es decir, os echarán fuera por tonto, por simplón.
Quien ha mal pleito, pónelo a voces
Comenta con mucha franqueza este dicho proverbial ante Diego Ortiz en una carta del 27 de mayo de 1571 (Cta 33, 1). Diego Ortiz se muestra exigente e insistente como si tuviera derecho «a ciertas misas cantadas en la iglesia de las carmelitas descalzas de Toledo con participación de la comunidad». La Madre no estaba de acuerdo y contesta:
Dice vuestra merced que me envió la que trajo (la carta) el padre Mariano, para que entendiese las razones que hay en lo que pide; y estoy desengañada de que vuestra merced las dice tan buenas y sabe tan bien encarecer lo que quiere, que las mías tendrán poca fuerza. Y así no pienso defenderme con razones, sino, como los que tienen mal pleito, ponerlo a voces, y darlas a vuestra merced con acordarle a que está más obligado siempre a favorecer a las hijas que son huérfanas y menores, que no a los capellanes.
Y termina con una ironía tremenda: «Pues, en fin, todo es de vuestra merced y tan suyo, y más el monasterio y las que están en él, que no los que, como vuestra merced dice, van con gana de acabar presto y no con más espíritu algunos de ellos». En Teatro universal de proverbios aparece este refrán: «quien mal pleito tiene a voces lo mete», y lo glosa de esta manera:
El que no puede salir
con su pleito con justicia,
procura de lo reñir
de dar voces argüir
con maldad y con malicia,
su injusticia sostiene
como quien dice al puñete
siempre la tela mantiene,
porque quien mal pleito tiene
a voces luego lo mete.
Quien mucho quiere apretar junto lo pierde todo (CV 31, 10)
Solemos decir quien mucho abarca poco aprieta. Y una vez más vuelve santa Teresa al tema de la oración de quietud y después de referir el refrán Dejar a uno por necio, comentado antes de modo que, como ella dice, «si quiere a fuerza de brazos» sujetar al entendimiento no ganará nada sino perderán entrambos, porque, como dicen, «quien mucho quiere apretar junto, lo pierde todo; así me parece será aquí». También este refrán se glosa en el Teatro universal de proverbios de la siguiente manera:
Hay hombres que se entrometen
en tantos y tales tratos
que después por más que aprieten
porque no los inquieten,
hacen mil malos baratos.
No conviene que se meta
el hombre en tanta burleta
pensando henchir el arca,
porque mientras más abarca
el hombre menos aprieta.
El peor ladrón es el que está dentro de casa (CE 14, 1; CV 10, 1)
En las dos redacciones del Camino repite este proverbio; y lo remata diciendo: «pues quedamos nosotras mismas». No hay que echarse a dormir, porque «será como el que queda muy sosegado de haber cerrado muy bien sus puertas por miedo de ladrones, y se los deja en casa».
De devociones a bobas nos libre Dios (V 13, 16)
Este deseo de santa Teresa, aunque no haya, según creo, pasado a la familia de los refranes, bien merecía haberlo hecho. Desde muy niña cultivaba sus devociones, muy aprobadas. Y confiesa: «Nunca fui amiga de otras devociones que hacen algunas personas, en especial mujeres, con ceremonias que yo no podría sufrir y a ellas les hacía devoción» (V 6, 6). Esta petición suya podría figurar en las letanías, además de ser un refrán perfecto.
En todas las cosas se gana mucho en mirar en los principios (Cta diciembre 1572)
Así le escribe a una pretendienta al hábito. Y esta sentencia debiera tener también carácter de refrán, a mi entender. Y no es solo en este punto en el que habla de los principios sino en otros varios, como el siguiente: «Todas las cosas son como se principian», y este otro: «Si los principios se yerran, todo va borrado», que escribe en referencia a la fundación de sus frailes en Salamanca (Cta 135, 12).
De señores a señores va mucho (Cta enero 1574)
«En el Carmelo de Medina va a entrar Jerónima de Quiroga, quien de acuerdo con su madre doña Elena proyecta fundar con su hacienda un colegio de doncellas dependiente de las carmelitas» (T. Álvarez). Santa Teresa teme que esta novedad vaya a ser un desacierto y trata de aconsejarse con los más autorizados de los dominicos, los jesuitas y otros. Y aludiendo al comportamiento del Visitador, comisario apostólico Pedro Fernández, lo alaba por santo y discreto y, fiándose de él, dice «de señores a señores va mucho». Suena, de hecho, como un refrán.
Tanto es lo de más como lo de menos, suelen decir (1M 2, 8)
Se sirve de este refrán al exhortar al fiel cristiano a que se ejercite en el conocimiento propio, y le significa lo importante que es este ejercicio espiritual, pero alerta para que no se exceda en esta meditación, sino que considere también la grandeza de Dios y en esa meditación y reflexión más positiva conocerá bastante mejor sus propias limitaciones y miserias. De aquí su refrán «tanto es lo de más como lo de menos», que dicho con otro refrán sería: «no hay que pecar ni por carta de más ni por carta de menos».
Tortas y pan pintado (Cta diciembre 1575 a T. Gracián)
Santa Teresa escribió acerca de Jerónimo Gracián, hermano de Tomás: «Nuestro padre está muy contento con las persecuciones que ahora tiene. Pues son tortas y pan pintado para las muchas que le han de venir». Y la Santa acertó en pleno. En el Teatro universal de proverbios hay un refrán parecido «todo es migas y pan pringado», con esta glosa:
Si tu siendo pecador
trabajos acá padeces,
pero tú no eres mejor
antes cada día peor
ninguna cosa mereces.
No son nada tus fatigas
en respecto del pecado
y lo que por él te obligas
y todo lo de acá es migas
y tortas y pan pringado.
El refrán corriente dice «pan pintado», queriendo significar que lo que se dice con esta locución verbal: «no ofrece dificultad», o dicho «de un daño, de un trabajo, de un disgusto, de un gasto, de un desacierto, etc.: ser mucho menor que otro con que se compara»; en este caso, que el destinatario va a tener muchas más pruebas y persecuciones que las habidas hasta aquí.
A banderas desplegadas
El uso de esta expresión para la Santa era un refrán al añadir, «como dicen». Lo usa en carta a Jerónimo Gracián del 13 de diciembre de 1575 (Cta 162, 3), agradeciéndole una misiva sobre las dificultades y problemas de la Orden. Y le dice:
En fin, mi padre, le ayuda Dios y enseña a banderas desplegadas, como dicen; no haya miedo que deje de salir con gran empresa.
Ya el Diccionario de la lengua recoge esta locución adverbial diciendo: «Abierta o descubiertamente, con toda libertad».
El mejor negociar es callar y hablar con Dios (Cta 189, 5)
Este consejo teresiano es fruto de la prudencia de la Santa que conociendo el temperamento del arzobispo de Toledo, Gaspar de Quiroga, recomienda al padre Ambrosio Mariano que, una vez que ya el arzobispo sabe que quieren que les dé licencia para fundar en Madrid, lo mejor es callar y hablar con Dios. Y ese es el mejor negociar; así se lo aconseja la monja tan experta en negociar.
Las cosas sin tiempo nunca tienen buen suceso
Gran negociadora, llena de prudencia y sagacidad y saber esperar, llega a echar en cara a Ambrosio Mariano: «¡Oh, mi padre, y qué mal saben hacer estos negocios!, que aquello (de Salamanca) que estaba hecho si se supiera guiar, y no ha servido sino de infamar a los descalzos» (Cta 194, 2). Y acto seguido le lanza esta advertencia que viene a ser un buen refrán.
No se halla mujer sin achaque
Escribiendo a Ana de San Alberto, priora de Caravaca, que, según parece, se mostraba un tanto dubitativa acerca de dar o no la profesión a algunas candidatas al Carmelo. Teresa, bien experta en este orden de cosas, la asegura diciéndole: «Si esas le contentan (digo, las hijas de la vieja) no tienen más que hacer que darles profesión, aunque tengan algún achaque, que no se halla mujer sin él» (Cta 200, 8).
Concluyendo
Con refranes o sin ellos la Madre Teresa participaba de la sabiduría de su pueblo. Alguien la llamó «quijotesa a lo divino» (Unamuno) y apuesto a que en su trato con los no pocos sanchopanzas con que tuvo que habérselas en sus fundaciones le gustaba oír de la boca de ellos uno y otro refrán. En esto se parecía menos a don Quijote que ya estaba harto de los refranes que le «encajaba, ensartaba, enhilaba» Sancho en aquellas letanías de los mismos. Y que tuvo que aconsejarle para que supiera comportarse de gobernador en la ínsula Barataria: «Sancho, no has de mezclar en tus pláticas la muchedumbre de refranes que sueles; que puesto que los refranes son sentencias breves, muchas veces los traes tan por los cabellos que más parecen disparates que sentencias» (2ª parte, c. 43).
Por otra parte, santa Teresa debió usar, naturalmente, muchos más refranes hablando que escribiendo. Estos pocos que he podido comentar son unos simples ejemplos. La Santa llamaba a san Juan de la Cruz mi Séneca, por lo sentencioso que era en sus conversaciones y sospecho que entre ellos sonaría más de un refrán de los buenos. Quienes escriben tan alta y lindamente de doctrina y experiencia místicas, no desdeñan el refranero y ahí está la Biblia con el Eclesiastés, por ejemplo.
Capítulo 7. Santa Teresa y los niños
Hace unos años escribí un libro que se titula Santa Teresa de Jesús, hija y doctora de la Iglesia, 2004. En ese libro santa Teresa contaba su vida a los niños, la obra lleva unas ilustraciones preciosas de Augusta Curreli. No sé si logré de verdad que santa Teresa hablase a los niños y si los niños entendieron aquel lenguaje de la Madre. Lo cierto es que en la vida de esta gran mujer se cuentan no pocos casos en los que se la veía rodeada de niños a los que atraía como una madre, y diré más, como una verdadera abuelita.
Gonzalito, sobrino de la Santa
Se trata de Gonzalo de Ovalle, hijo de Juana, hermana de Teresa. Cuando este crío tenía cuatro o cinco años, un buen día, estando en Ávila, apareció «al parecer de todos muerto, porque ninguna señal tenía de vida, sino que poniéndole en pie se caía alzándole algún brazo, lo mismo» (BMC 2, 352-353). Su padre Juan de Ovalle comenzó a dar voces. Lo oyó santa Teresa «y comenzó a decir que callase, por amor de Dios, no le oyese doña Juana, diciéndole a él que se entrase en un aposento y callase. Y ella tomó al niño en sus brazos, que se veía muerto [...]. Entróse la dicha santa Madre con el niño en un aposento, cerró la puerta, quedándose sola con él, y estuvo espacio de media o una hora, y al cabo de este tiempo, salió con el niño del aposento, trayéndole de la mano bueno, y lo estuvo siempre después. Su madre doña Juana dijo a la santa Madre: “Hermana, ¿qué es eso? El niño era muerto”. Y ella sonrió, diciendo: “Calle, no dé en eso”. El mismo niño después de hombre decía a la santa Madre, su tía, que le encomendase mucho a Dios, que le debía el cielo, pues le había sacado de él» (BMC 2, 352-353). Así lo cuenta la hermana Teresa de Jesús, la ecuatoriana, hija de Lorenzo de Cepeda; y este parece el relato más exacto de lo sucedido, frente a otras explicaciones más enrevesadas y preternaturales.
Noticias de otro hermanito del anterior
El 4 de septiembre de 1561 Juana de Ovalle dio a luz a otro niño. Santa Teresa quiso que se le bautizara el día 12 del mismo mes y que se llamase José. La santa Madre tomaba en sus brazos muchas veces a este bebé, diciéndole: «José, plegue a Dios que si no has de ser muy santo que Dios te lleve así angelito» (BMC 2, 339). Teresita, la otra sobrina de la Madre Teresa sigue contando: «Fue así que desde ahí a algunos meses, que aun no fue año, le dio un mal al niño que entendieron se moría, y estando un día juntas las dos hermanas con el niño, la dicha santa Madre lo tomó y se sentó con él, y echándole su velo encima del rostro, y estándole mirando, se le encendió el rostro a la santa Madre, y se quedó como en éxtasis, sin moverse, y la dicha doña Juana, aunque vio que el niño se moría, se estuvo queda sin hablar a su hermana, sino mirando en qué paraba aquello, y estuvo mucho rato así; y volviendo en sí la santa Madre, callando, se levantó con el niño para entrarse en otro aposento, sin decir a su hermana cómo era muerto; la cual, entendiendo que lo era, dijo a la santa Madre la señora: “¿Dónde va que ya entiendo cómo es muerto el niño?”. Respondió la santa Madre: “Es verdad, mas dé gracias a nuestro Señor, que le prometo es para alabar a Dios ver un alma de estos niños ir al cielo, y la multitud de ángeles que vienen por él”, y contóle lo que había visto» (BMC 2, 337-338).
¡Qué lindo está esto!
Sea como flor infantil lo siguiente: estaba un día la Madre fundadora con otra religiosa a la reja de la iglesia de su convento de Toledo; se oyeron unos pasitos presurosos de alguien que entraba y la voz de una niña que dijo toda alegre: «¡Bendito sea Dios, qué lindo está esto!». Teresa se emociona y dice a la compañera: «Ahora doy por bien empleado cuanto he trabajado en esta casa, por sola esta alabanza que a Dios dio esta niña» (BMC 18, 306). Teresa escribe tantos «benditos» en sus libros que no es extraño que se alegrase tanto ante la admiración y bendición de aquella criaturita.
El antiguo cronista de la Orden recogiendo este dato escribía todo emocionado: «En medio de las turbaciones y consuelos de aquel día, le dio el Señor a nuestra gloriosa Madre uno muy crecido, por medio de un niño, que estando en la iglesia y viéndola aseada, dijo en voz alta:¡bendito sea Dios, y qué lindo está esto! Llenó tanto aquel enamorado corazón esta alabanza de su Esposo por boca de un ángel, que dijo a sus compañeras: por solo este acto de gloria que ha hecho este angelito, doy por bien empleado el trabajo de esta fundación».
Pasa Martinico
Todavía en Toledo: a un sobrino nieto de Alonso Álvarez, fundador de las descalzas de Toledo, llamado Martinico, le quería mucho la Madre fundadora. El muchachillo la visitaba de vez en cuando. La Santa había advertido a las porteras del convento: «Siempre que acuda Martinico me llamen y no le despidan, porque me huelgo de hablarle, que es muchacho de muchas virtudes». Y añadía: «Es muy aficionado a la oración y a la pureza, y él me lo tiene dicho». Y ella le aconsejaba prudentemente: «Yo le he dicho que no tenga tanta oración, sino que estudie para que pueda servir mucho a nuestro Señor con las letras, que ha de ser luz de la Iglesia». Acertaba la Santa, Martinico regentaría las cátedras de Durando y la de Prima y murió en olor de santidad el 9 de octubre de 1625.
La familia Dantisco
Juana Dantisco, la madre del padre Jerónimo Gracián, visitó a la Santa en Toledo. Y estuvo allí tres días. Cuando refiere a Gracián la estancia de su madre en Toledo la califica como persona «de las mejores partes las que Dios le dio, y talento y condición, que he visto pocas semejantes en mi vida, y aun creo ninguna» (Cta 124, 2). Una de sus hijas, Juana, que desde 1567 vivía en el colegio de doncellas nobles de la capital, estuvo con su madre a ver a la Santa y esta califica a la muchacha «de harto bonita y me hace gran lástima verla entre aquellas doncellas, porque en hecho de verdad, según decía, tienen más trabajo que acá; y de buena gana le diera yo el hábito con el mi angelito de su hermana (Isabel), que está que no hay más que ver de bonita y gorda» (Cta 124, 4).
En Malagón
Escribiendo santa Teresa acerca de la fundación de Malagón, dispuestas ya para celebrar la inauguración el día 11 de abril escribe la Santa en el libro de Las Fundaciones:
Día de Ramos de 1568, yendo la procesión del lugar por nosotras, con los velos delante del rostro y capas blancas, fuimos a la iglesia del lugar, adonde se predicó, y desde allí se llevó el Santísimo Sacramento a nuestro monasterio. Hubo mucha devoción a todos» (F 9, 5).
Aunque no lo cuente la Madre, en el Libro de Profesiones de la comunidad se dejó constancia de cómo «cuando vinieron con la procesión a colocar el Santísimo Sacramento, trajo la Santa desde la fortaleza a una niña de la mano, hija del corregidor de la villa, y pasándole la mano por el rostro le dijo: “Mira que has de ser aquí monja”». Y así sucedió, profesando en 1593.
Otras profecías vocacionales
Otros ejemplos de profecía vocacional se dieron en la vida de la Madre. En la vida de san Juan Bautista de la Concepción, uno de sus hermanos cuenta lo siguiente: «Se acuerda que la santa Madre estuvo en su casa (en Almodóvar del Campo) por dos veces. Y que estando un día con sus padres hizo llamar allí a todos los hijos, que eran ocho, y estando todos juntos en su presencia, alzó el velo y los fue mirando a cada uno de por sí; y luego le dijo a su madre: vuestra merced, patrona, tiene aquí entre estos ocho, dos, que el uno de ellos ha de ser muy gran santo, patrón de muchas almas y reformador de una grandiosa cosa que se verá. Luego alzó la mano derecha y se la puso a este testigo en el hombro y le dijo: “Santico, mire que ha de tener mucha paciencia, que ha de tener muchos grandes golpes en este valle de lágrimas; ¿qué me responde? El tiempo dirá, que después de muerto uno de los ocho que están aquí, se verá en cabo de cinco años quién ha sido”»[12].
Con Hernando y Juanillo
En la fundación de Palencia encontramos una historia deliciosa entre santa Teresa y dos pequeñuelos, hijos de Suero de Vega y Elvira Manrique de Córdoba. El matrimonio «tenía sus horas de oración mental, comulgaban cada ocho días y hacían muchas limosnas». Debemos al padre Gracián la noticia de cómo se divertían con la Santa Hernando y Juan (Juanillo), hijos de este matrimonio «que eran de tres o cuatro años, cuando todas las veces que la Madre venía a Palencia y ellos podían se le metían debajo del escapulario, diciendo a su madre, doña Elvira, que qué olores traía aquella señora monja, que cuando se ponían allí dentro, olía tanto que no quisieran salir de ella»[13]. Uno de los días en que Juanillo jugaba todo contento con la Santa, esta dijo a la madre: «Señora, este niño le quiero yo para mi religión». Y se cumplió esta voluntad: se hizo carmelita con el nombre de fray Juan de la Madre de Dios.
Echando bendiciones
El 13 de febrero de 1580, salía santa Teresa de Malagón con las monjas que iban a fundar en Villanueva de la Jara. Fueron haciendo varias escalas antes de llegar el 21 de febrero a Villanueva. En uno de los puntos, Fuente el Fresno-Villarrubia, lo cuenta Ana de San Bartolomé, la secretaria de la Madre: «Estaba allí un labrador muy rico; en casa de este la tenían aparejado gran colación y comida, y juntó sus hijos y yernos que los trajo de otros lugares para que les echase la bendición. Y no paró en esto la devoción de esta buena gente, sino que el ganado también tenían junto para que le bendijese» (BMC 2, 300). Ni san Antón en el día de su fiesta.
Una turba de niños
Después de la visita al convento de los carmelitas descalzos de La Roda, siguieron hasta Villanueva. Y sigue contando la secretaria: «Buen rato antes que llegásemos al lugar salieron muchos niños con gran devoción a recibir a la santa Madre, y en llegando el carro donde iba, se arrodillaban, y descaperuzados iban delante de ella, hasta que llegaron a la iglesia adonde nos apeamos» (BMC 2, 301). La Madre tuvo que esperar hasta la hora de la misa en la casa de Miguel de Mondéjar con otras siete monjas. Acudió allí el doctor Ervías y una niña llamada Inés de Loaysa. Al preguntar uno de los presentes si aquella niña de 12 años sería monja en su día, la Madre contestó: «Sí, lo será». Una de las hijas de Miguel de Mondéjar, Apolonia, que fue después carmelita descalza con el nombre de Josefa de la Encarnación, informa: «Posaron en casa de mi padre, y estando delante de nuestra Santa yo y otras dos hermanas, nos dijo que habíamos de entrar monjas y profesar en aquel convento. Y diciéndole mi padre que la mayor podría ser que lo fuese, respondió la Santa: “¿La mayor no más?; todas lo han de ser, como he dicho, y en esto no hay que dudar”. De allí a cuatro o cinco años entró la hermana mayor, que se llamó Isabel de Jesús, y luego en profesando entró Francisca de San Eliseo. Josefa se resistió más que las otras porque quiso casarse y tuvo mucha gana de ello, por haberle salido muchos casamientos, por ser como era su padre muy rico» (BMC 20, 475).
Otra nena
Caso también muy simpático el de Elenita, hija de doña Catalina de Tolosa, en la fundación de Burgos. El 23 de febrero de 1581 se trasladaron las monjas de su casa al Hospital de la Concepción. La Santa preguntó a la niña si quería acompañarla; y ella se preparó para la marcha con las monjas. Doña Catalina le dijo: «¿Así se van las doncellas de la casa de sus padres?». La niña, que tenía unos doce años, respondió: «Envíame a llamar nuestra Madre fundadora, y no puedo menos de ir; y su madre la dejó en paz». La mencionada secretaria de la Santa asegura que «aquel llamamiento era como el del Señor a sus apóstoles»[14]. El caso es que fue una de las primeras que entraron en el convento de Burgos.
Aparte de todos estos relatos con niños y niñas, ya buenos estudiosos han señalado «la fascinación que sobre sus hermanitos ejerció la Santa en su infancia, impulsando a uno de ellos a tomar el camino hacia el martirio y persuadiendo a otro a que se metiera fraile».
Más de la familia
Muy notable fue también la solicitud tierna y maternal que tuvo con Gonzalito y Beatriz, hijos de su hermana Juana, y con sus sobrinitos, los de su hermano Lorenzo. E incluso el afecto sincero que llegó a cobrar a la niña que su sobrino Lorenzo (siendo soltero) dejó en España, al volver para las Indias, y de la que dice en carta del 15 de diciembre de 1581: «No la puedo dejar de allegar y querer mucho. Para ser tan chica, es cosa extraña lo que se parece a Teresa (la hija de Lorenzo) en la paciencia». Por lo que se refiere a los hijos de su hermano Lorenzo, ya se anda preocupando por la educación de esos niños en 1570 y, estando todavía su hermano en Quito, le escribe: «Olvidóseme de escribir en estotras cartas el buen aparejo que hay en Ávila para criar bien esos niños. Tienen los de la Compañía un colegio, adonde los enseñan gramática, y los confiesan de ocho a ocho días, y hacen tan virtuosos que es para alabar a nuestro Señor» (Cta 24, 8). Cuando estaba ya en España Lorenzo con sus hijos, siempre preocupada por el bien de los muchachos, vuelve a escribir al padre: «No querría vuestra merced olvidase esto, y por eso se lo pongo aquí. Yo tengo gran miedo que, si no hay desde ahora gran cuenta con esos niños, que se podrán presto entremeter con los demás desvanecidos de Ávila, y es menester que desde luego vuestra merced los haga ir a la Compañía (que yo escribo al rector como vuestra merced ahí verá), y si al buen Francisco de Salcedo y al maestro Daza les pareciere, pónganse bonetes» (Cta 113, 1).