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Capítulo 2

Un repaso de la historia general del Perú

La Conquista

Los conquistadores llegaron al nuevo mundo convencido de que Dios los había llamado a cristianizarlo. El éxito casi milagroso que tuvo su conquista afianzó esta creencia, aunque difícilmente habrían podido llegar al Perú en un momento más propicio. Muerto el duodécimo Inca, Huayna Cápac, heredó la mayor parte del imperio su descendiente legítimo, Huáscar, y se estableció en el Cusco. Atahualpa, hijo natural de Huayna Cápac, heredó la región del Ecuador y se estableció en Quito. Después de unos años, Atahualpa se rebeló, derrotó al ejército del Cusco y tomó prisionero a su hermano. Apenas había terminado la guerra civil, en 1532, cuando invadieron los españoles, quienes traicioneramente capturaron a Atahualpa en Cajamarca. Este, temeroso de que los españoles se aliaran con Huáscar, mandó matarlo. Poco después, los españoles ejecutaron a Atahualpa con la pena del garrote, y como resultado, el imperio quedó desorganizado y sin Inca.

De no haberse debilitado en la guerra civil, el ejército del Cusco habría podido resistir a los invasores bajo el mando de otro descendiente de Huayna Cápac. Por otra parte, la confusión que reinaba entre los habitantes del Cusco hizo que estos recibieran a los conquistadores como si el objetivo de los españoles fuese el liberarlos del usurpador Atahualpa. Cuando se dieron cuenta de los verdaderos designios de los conquistadores, procuraron resistirse, pero ya era tarde. Los habitantes de las otras regiones no sentían lealtad hacia los incas, quienes los habían subyugado, de modo que un puñado de españoles pudo dominar este vasto imperio.

El período colonial

El rey de España no tardó en imponer un sistema tributario a sus nuevas provincias en las Américas. La quinta parte de la producción de todas las minas y una parte de todas las exportaciones del Perú debían entregarse al rey. Con el fin de retener para España las ganancias, todo el comercio con América tenía que pasar por el puerto de Cádiz y la Casa de Contratación de Sevilla. El Perú era una de las provincias más ricas de las Américas, y durante el siglo xvi, Lima llegó a ser una ciudad moderna comparable con cualquiera de Europa. Sin embargo, en lo que respecta a los indígenas del Perú, se mantuvo un sistema algo parecido al de los incas, en el sentido de que se basaba más en el trabajo que en los tributos. Se repartieron enormes terrenos entre los conquistadores más destacados, a condición de que dieran protección militar a los indios y pagaran a los frailes por evangelizarlos. Como compensación, los indios tenían que trabajar para los encomenderos.

Examinaremos las consecuencias espirituales del sistema de encomiendas en el capítulo siguiente. Por el momento, basta decir que las consecuencias sociales fueron desastrosas. Los indios fueron reducidos a una virtual esclavitud, y a pesar de los esfuerzos de los reyes de España por mejorar su situación, mediante las Leyes de Burgos en 1512 y 1513, y las Nuevas Leyes de Indias en 1542, el individualismo de los colonos era tal, que supieron desacatar e incluso anular las órdenes del rey sin negar su autoridad teórica. Siguió habiendo encomiendas durante varias generaciones, aunque paulatinamente fueron reemplazadas por un sistema de trabajo forzado que se aplicaba a todos los indios y que se impuso a partir del año 1550. En el Perú, este sistema se llamaba “mita” (y “repartimiento” en otras partes de la América española)10.

Como resultado del trabajo forzado, pero más aún por las enfermedades traídas por los colonizadores contra las cuales los indios no tenían inmunidad, se produjo una reducción catastrófica de la población indígena. Se cree que en Nueva España (lo que es ahora México y Centro América) en 1519, había una población indígena de 25 millones, cifra que se habría reducido a poco más de un millón para el año 160511. Se estima que poco antes de la Conquista, el Imperio incaico tenía 20 millones de habitantes12. Para 1575 esta cifra había bajado a ocho millones, y para el tiempo de la Independencia quedaban sólo un millón13.

Debido a la disminución de la mano de obra, los españoles se vieron obligados a establecer sus propias haciendas y muchos de los indios se fueron a trabajar en ellas para escapar del tributo y de la mita que se les imponía si permanecían en sus propios terrenos. Desgraciadamente, los hacendados idearon muchas maneras de mantener endeudados a estos obreros indígenas, de modo que permanecieron en un estado de semiesclavitud.

La expansión de las nuevas haciendas y la migración de muchos indios para trabajar en ellas, sólo agravó el peso del tributo y de la mita sobre las comunidades indígenas restantes. Al mismo tiempo, en las ciudades se establecieron pequeñas industrias, pero no se les permitía a los mestizos e indígenas ser maestros. De este modo, se produjo una estratificación completa de la sociedad. Todos los puestos de cierta importancia se reservaban para los de ascendencia española. Los mestizos ocupaban ciertos puestos inferiores y los indígenas trabajaban en las minas o las haciendas en estado de semiesclavitud. Incluso entre los de ascendencia española se notaba una fuerte estratificación. Los puestos superiores, tanto en el gobierno como en la iglesia, se reservaban para aquellos nacidos en España, los llamados peninsulares. Con muy pocas excepciones, los nacidos en América, o sea los criollos, ocupaban puestos de menor importancia.

Debido a una serie de factores, como la rígida organización de los gremios y la expulsión de los moros y judíos a principios del siglo xvi, la industria española se estancó y no podía producir los artículos que las colonias de América necesitaban a cambio de su exportación de materias primas. Además, como parte de una política deliberada, la oligarquía en Sevilla fomentaba una escasez de productos elaborados en el nuevo mundo para poder cobrar precios exorbitantes. El resultado fue un intenso comercio de contrabando en que participaban franceses, ingleses y holandeses. Durante el siglo xviii, los reyes de España, especialmente Carlos iii, procuraron introducir reformas. Se eliminó el monopolio de Cádiz y de Sevilla, se permitió que el comercio entre América y España pasara por cualquier puerto español, y se rebajaron los aranceles. Con todo, estas reformas no surtieron mucho efecto. Primero, porque los comerciantes influyentes de España no estaban dispuestos a reemplazar productos españoles por las manufacturas superiores provenientes de Francia y de Inglaterra. Segundo, debido a que no se pudo modernizar la industria española. Y tercero, porque España no estaba en condiciones de proteger su comercio marítimo contra las incursiones inglesas.

La Independencia

Durante el siglo xviii, sobre todo en Venezuela, México y Argentina, los criollos se sintieron cada vez más descontentos con su situación de inferioridad frente a los peninsulares. Además, habían empezado a leer los libros prohibidos de autores como Voltaire y Rousseau. La revolución triunfante de los Estados Unidos contra Inglaterra tampoco dejó de influir en ellos, pero fue la ocupación de España por Napoleón y la deposición de Carlos iv y su hijo Fernando, lo que por fin prendió la mecha en al año 1810. Los criollos de México, Venezuela y Argentina se rebelaron contra sus virreyes profesando lealtad a Fernando, pero los partidarios del rey de España no se dejaron engañar por tales profesiones y se desató un larga lucha. Los revolucionarios formaban parte de la clase explotadora, por lo que su movimiento carecía de base popular, excepto al principio en México, donde los primeros revolucionarios prometieron instituir reformas que favorecerían a las masas.

En el Perú la situación era poco propicia para la revolución; primero, porque las ideas del racionalismo francés habían penetrado poco en comparación con las sociedades en otras partes de América Latina; segundo, debido a que los partidarios de la revolución se encontraban concentrados en Lima y algunas otras ciudades costeñas; y tercero, porque los indios reconocían que los reyes de España eran los únicos que habían hecho algún esfuerzo por protegerlos contra la explotación. Al final, en el Perú la Independencia terminó por imponerse desde afuera. Argentina y Venezuela se sentían inseguras mientras seguía intacta la base del poderío español en el Perú. Por tanto, mandaron sus ejércitos para acabar con la hegemonía española en este país.

El libertador San Martín quiso introducir la libertad de culto y otras reformas liberales, pero no logró obtener la aprobación del Congreso peruano14. Aun antes de haber derrotado al poderoso ejército español en la Sierra, las diferentes facciones en Lima empezaron a pelear entre sí. San Martín se dio cuenta de que le iba a ser imposible completar la Independencia, por lo que salió de Lima en septiembre de 1822. Por fin, en mayo de 1823, después de una breve ocupación de la Capital por las fuerzas españolas, el Congreso pidió la ayuda de Simón Bolívar y le otorgó poderes omnímodos. Simón Bolívar llegó al Perú en septiembre de 1823, pero tardó casi un año en promover cierta estabilidad política y formar un ejército disciplinado. Después de la victoria, a fines de 1824, Simón Bolívar trató de instaurar un gobierno estable en el Perú; pero tuvo que abandonar el país en 1826 por causa de la presión que ejercían los líderes nacionalistas, quienes lo consideraban como un extranjero, y la población de Lima, a la cual le incomodaba la presencia de sus soldados colombianos15.

La República

Durante los primeros cien años de la República peruana, hubo unas cien revoluciones. Por supuesto que no se trataba de movimientos populares, sino de los efectos de una lucha de poder dentro de una oligarquía. El régimen colonial no había hecho cosa alguna para capacitar a los criollos en el gobierno de su país. Otro factor adverso fue la herencia individualista de los españoles. Pero quizás la causa decisiva de la inestabilidad haya sido la falta de una vigorosa clase media. Se trataba de un círculo vicioso. La estratificación de la sociedad impedía el crecimiento de este segmento social. Desgraciadamente, la Iglesia Católica se había aliado con la clase alta, y lejos de promover el cambio, constituía más bien un factor conservador.

Después de la salida de Bolívar, siguió un período de anarquía casi continua y de reacción conservadora hasta que Ramón Castilla, luego de ganar las elecciones, jurmentó como presidente del Perú en 1845. Excepto por un intervalo de tres años, se mantuvo en el poder hasta 1862. En 1860, Castilla instituyó una nueva Constitución, la decimoquinta de la República, la cual concentraba el poder en manos del presidente, limitaba tajantemente el número de personas elegibles al voto y seguía reconociendo a la Iglesia Católica como la única religión permitida para los peruanos16. Ramón Castilla de ninguna manera podría considerarse como un liberal, pero la estabilidad relativa que supo darle al país, posibilitó un reavivamiento del sentimiento liberal. Se quiso dar mayores facilidades a los comerciantes extranjeros, y en diciembre de 1845, se les concedió el derecho de celebrar cultos protestantes con tal de que no asistiera ningún peruano.

Después de la salida de Ramón Castilla, siguió un período de tensión casi continua que incluyó la Guerra del Pacífico y que terminó con la toma del poder por Andrés A. Cáceres en el año 1886. La Guerra del Pacífico tuvo su origen en el descubrimiento de ricos yacimientos de nitratos en el desierto de Atacama. Tanto Perú como Bolivia y Chile reclamaron los yacimientos como suyos. El ejército chileno logró derrotar a los de Bolivia y Perú, y avanzó por la costa hasta apoderarse de Lima. Este desastre tuvo un aspecto saludable para el Perú en cuanto que la sociedad peruana aprendió por la fuerza la necesidad de modernizarse. Desde entonces, a pesar de los períodos de conservadurismo reaccionario, la historia peruana se ha caracterizado por un avance lento, pero definido hacia el establecimiento de un gobierno más democrático, hacia la libertad de pensamiento y hacia una sociedad más justa.

De 1886 a 1890, Andrés A. Cáceres procuró reconstruir el país y su presidencia se caracterizó por su liberalismo. En 1890, Cáceres fue depuesto y siguió un período de desasosiego hasta el año 1895. Con todo, en 1891 la Corte Suprema del Perú estableció la legalidad del culto no católico para los peruanos siempre que fuera de índole completamente privada.

Del año 1895 al año 1908 se sucedieron varios gobiernos civilistas, o sea, conservadores y pro católicos. El país experimentó un período de calma, pero la situación del incipiente movimiento protestante se tornó muy difícil. Con todo, en diciembre de 1897, el Congreso aprobó una ley de matrimonio civil para aquellos que pudieran demostrar que no eran católicos. Esta ley trajo consigo muchos problemas de interpretación, por lo que en 1899 se trató, infructuosamente, de esclarecerla. Por fin, en 1903 se promulgó una ley que reconocía la validez del matrimonio civil para todos aquellos que declarasen ante las autoridades que nunca habían sido católicos o que habían dejado de serlo17.

Augusto B. Leguía fue presidente de 1908 a 1912, y al principio mostró tendencias liberales. En 1915, el Congreso modificó la Constitución en el sentido de tolerar el culto protestante. En 1919 Leguía se apoderó de la presidencia y gobernó como dictador por espacio de once años. Ayudado por préstamos de los bancos norteamericanos, hizo mucho en pro de la economía, pero su proclividad a censurar la prensa y encarcelar a sus opositores provocó al fin una fuerte reacción. En 1929, Leguía firmó una ley que prohibía dar instrucción protestante inclusive en colegios administrados y financiados por protestantes; pero antes de que entrara en vigencia esta ley, la caída de la bolsa en Wall Street lo privó de una de sus principales fuentes de apoyo, y en 1930 Sánchez Cerro lo derrocó.

El liberalismo

En general los períodos de relativa tranquilidad política coincidían con el avance de los sentimientos liberales, nacionalistas y anticlericales. Es difícil hacer afirmaciones tajantes al respecto, pues como escribió el señor Juan Ritchie poco después de su llegada al Perú en 1906 “el partido liberal se forma alrededor de personalidades más bien que de principios. Sería posible que un católico fanático fuera también un liberal ardiente”18. Por cuestión de amistades personales, un nacionalista ferviente podía ser políticamente conservador, vehementemente anticlerical y amigo decidido de los extranjeros.

Con esta salvedad, se puede decir en términos generales que se producía una corriente de ideas liberales cada vez que ascendía al poder un gobierno que procuraba mantener la tranquilidad interna por medio de un régimen autoritario fundado en la ayuda del extranjero y una alianza con la Iglesia Católica. El liberalismo, el nacionalismo y el anticleralismo constituían las manifestaciones de la reacción contra tales gobiernos. El liberal se oponía al aspecto autoritario del gobierno, el nacionalista buscaba liberarse de la dependencia del extranjero y el anticlerical objetaba la injerencia de los curas en los asuntos gubernamentales. Tales situaciones creaban alianzas curiosas. Algunos dictadores se valían de préstamos de países democráticos para mantenerse en el poder frente a una posición liberal. Los anticlericales eran capaces de unirse con los despreciables protestantes para detener las aspiraciones políticas de la Iglesia Católica, y los liberales a veces usaban a los protestantes como arma contra sus enemigos conservadores. Estas alianzas con los protestantes solían ser de corta duración porque ambas partes pronto se percataban de que sus objetivos eran muy distintos.

Los anticlericales querían restringir la autoridad de la Iglesia Católica, especialmente en el campo político, a pesar de lo cual, solían aceptar la autoridad de la iglesia en la esfera religiosa y familiar. La gran mayoría de los protestantes que llegaron al Perú a fines del siglo pasado estaban convencidos de que la política no se relacionaba en nada con la religión, y por eso apoyaban a los liberales en su lucha contra la injerencia católica en los asuntos políticos. Con todo, había una diferencia. Los liberales querían una restricción de la autoridad de la iglesia, mientras que los protestantes pretendían reformarla totalmente. Los liberales y los protestantes se hallaban de acuerdo en cuanto a la necesidad de un programa educativo. Las escuelas desempeñaron un papel muy importante en la implantación del protestantismo en el Perú y los primeros misioneros estaban conscientes del beneficio que sus escuelas traían al país, pero, al fin y al cabo, establecían sus escuelas con el fin de introducir por medio de ellas el evangelio. En cambio, el único fin que perseguían los liberales al propugnar el establecimiento de las escuelas, era el avance de su país.

La diferencia clave entre liberales y protestantes radicaba en sus respectivas actitudes hacia la Biblia. Los liberales, al principio, apoyaban los esfuerzos de los protestantes para hacer circular la Biblia, pues estaban convencidos de que esta serviría de contrapeso contra la superstición. Consideraban y siguen considerando la Biblia como una fuente de esclarecimiento. Pero cuando se comprendió que los protestantes pretendían sustituir la autoridad de la iglesia por la de la Biblia, se produjo un enfriamiento por parte de los liberales. En aras de la justicia, se debe reconocer que este enfriamiento se debió no sólo al temor de los liberales a cualquier restricción de su libertad personal, sino a que la historia de los protestantes ha puesto en claro que la autoridad bíblica que pretendían imponer, dependía de una interpretación privada de las Escrituras que ha provocado divergencias y divisiones. Durante la lucha por la libertad de culto librada entre los años 1913 y 1915, liberales destacados dieron su pleno apoyo a la causa protestante, pero en la década de 1930, ese apoyo se esfumó cuando se percataron de la influencia desintegrante que los protestantes, con multiplicidad de sectas, podrían ejercer sobre la vida nacional19.

Para Ritchie, la pérdida del apoyo liberal fue una desgracia, pero a la larga resultó ser una bendición disfrazada. En la década de los treinta, la importancia de los liberales empezó a disminuir, por cuanto no comprendían que el mayor obstáculo para el desarrollo del país era la estratificación de la sociedad. Los liberales pregonaban la libertad de pensamiento, el desarrollo de la educación y el adelanto técnico, pero los llenaba de temor cualquier reforma social que hiciese peligrar sus propios privilegios. Hasta ese momento, el trabajo de los misioneros protestantes había mostrado cierta ambivalencia. Por un lado, trabajaban con los marginados; pero por otro, cultivaban sus contactos con los liberales, con la esperanza de poder hacer algo entre los miembros de la alta sociedad. Cuando se enfriaron sus relaciones con los liberales, la gran mayoría de los protestantes intensificó sus esfuerzos entre los marginados, promoviendo inconscientemente el cambio que tanto se necesitaba.

Los movimientos de masas

En el año 1919, Víctor Raúl Haya de la Torre fundó una universidad del pueblo para ofrecer capacitación a los pobres. De allí surgió una alianza obrero-estudiantil que alzó la voz en favor de la justicia social y de un trato mejor para los indígenas. Las actividades de Haya de la Torre alarmaron a Leguía, quien lo desterró en el año 1920. En el exilio Haya de la Torre formó un nuevo partido llamado “Alianza Popular Revolucionaria Americana” o sea apra, cuyo programa incluía la nacionalización de ciertos sectores de la industria, una reforma agraria y la unificación de los países latinoamericanos contra el imperialismo económico norteamericano. Para el Perú, era la primera vez que la reacción nacionalista se dirigía no contra otro país latinoamericano, sino contra los Estados Unidos. Entre los años 1924 y 1930, la convivencia de Leguía con los intereses financieros norteamericanos, su defensa de los intereses de los grandes terratenientes y su apoyo a la Iglesia Católica provocó una reacción que alentó notablemente la influencia del apra dentro del Perú.

Habiendo derrocado a Leguía en 1930, Sánchez Cerro llevó a cabo elecciones al año siguiente con el fin de legitimar su presidencia, pero toda la votación del departamento de Cajamarca fue descalificada. Según Sánchez Cerro, se descalificó por fraudulenta; según los apristas, la votación había sido tan decisivamente a favor de su candidato, que Sánchez había tenido que anularla para poder ganar. En julio de 1932 se produjo un levantamiento aprista en Trujillo. Durante su retirada, los revolucionarios mataron a ciertos rehenes que habían tomado, incluidos algunos oficiales y soldados del Ejército. Este se vengó con una horrible matanza de apristas, y el año siguiente Sánchez Cerro fue asesinado por un aprista. Como secuela de estos tristes acontecimientos, se produjo una enemistad entre el aprismo y el Ejército, la cual afectó la política peruana por muchos años.

El general Óscar Benavides, quien sucedió a Sánchez Cerro como presidente, fortaleció la economía y adoptó una política interna que en términos generales se ha seguido hasta ahora. Por un lado, se opuso al aprismo y persiguió a sus líderes; pero, por otro, puso en práctica ciertos aspectos del programa aprista. En 1939 hubo elecciones y resultó electo Manuel Prado, banquero de Lima que en forma más moderada continuó la política interna de Benavides. Desde la caída de Leguía hasta el año 1945, los protestantes gozaron de mayor libertad. Se podía realizar cultos al aire libre y no se restringían las actividades de las escuelas. La Iglesia Católica reclamaba como suyos los cementerios, lo cual provocó problemas en algunos pueblos serranos cuando hubo que enterrar protestantes difuntos. En 1945, poco antes de terminar su presidencia, Prado firmó un decreto que prohibía a los protestantes celebrar cultos fuera de sus propios templos. Este decreto estaba plagado de dificultades de interpretación, y en algunas de las provincias más remotas incluso fue causa de persecuciones contra protestantes. Finalmente, fue abrogado en el año 1963.

Prado posiblemente firmó dicho decreto con el fin de apaciguar a la derecha, mientras permitía que prosperara la candidatura presidencial de Bustamante, quien gozaba del apoyo del apra. Sea como fuere, Bustamante resultó electo en 1945, hecho que alentó entre los dirigentes apristas la esperanza de que con su mayoría en la cámara se adoptaría mucho de su programa. Desgraciadamente, los apristas dieron la impresión de estar formando otro gobierno dentro del gobierno y de hallarse incurriendo en la misma actitud autoritaria que censuraban en otros. A pesar de que Bustamante mantuvo una política bastante independiente, los conservadores lo acusaron de haberse mostrado poco firme con los radicales, lo cual bastó para que en 1948 Manuel Odría asumiera la presidencia mediante un golpe de Estado.

Odría cooperó estrechamente con los intereses económicos norteamericanos y pudo robustecer la economía, pero sus programas de asistencia médica y social nunca prosperaron. Por ello, respecto a su actitud hacia sus opositores, los apristas, implantó la misma represión que Benavides. Para sorpresa de todos, en 1956 Odría permitió elecciones y fue elegido Manuel Prado. Este, por un lado, permitió que Haya de la Torre regresara del exilio y dio cierto apoyo al aprismo, y por otro, mediante su ministro de hacienda, Beltrán, aplicó una política económica conservadora que, si bien fortaleció la economía, no ayudó a los marginados.

En las elecciones de 1962 se enfrentaron tres candidatos: Haya de la Torre, Fernando Belaunde y Manuel Odría. El primero obtuvo una ligera ventaja, pero ningún candidato consiguió suficientes votos para ser elegido. Se sometieron los resultados al Congreso, mas los militares, temiendo un resultado que aumentara decisivamente la influencia de los apristas, organizaron un golpe de Estado. Una nueva elección en 1963 dio la victoria a Fernando Belaunde, quien inició una reforma agraria moderada y una serie de proyectos de desarrollo. El 3 de octubre de 1968, los militares organizaron un nuevo golpe de Estado, alegando que Belaunde no mostraba la firmeza necesaria con la International Petroleum Company, subsidiaria de Exxon. Seis días después, la expropiaron.

Sigue habiendo diferentes opiniones acerca de la verdadera razón de este último golpe de Estado. Algunos afirman que estaba a punto de estallar un escándalo en el que estarían muy comprometidos generales del Ejército; otros suponen que el Ejército temía una victoria aprista en las elecciones que se iban a efectuar en 1969. La nueva junta militar, encabezada por Juan Velasco Alvarado, adoptó una política bastante izquierdista: nacionalizó muchas industrias, aceleró considerablemente la reforma agraria y propugnó una reforma educativa. Por un lado, esto representaba una continuación de la política de los gobiernos conservadores después del 1933: excluir a los apristas y al mismo tiempo adoptar mucho de sus programas. Por otro lado, era algo nuevo el hecho de que un gobierno autoritario fomentara el nacionalismo y una reacción contra los Estados Unidos.

Desgraciadamente, ni el Ejército ni las masas tenían la capacidad para dirigir empresas y el Perú se hundió en una crisis económica. En 1975 Velasco fue reemplazado por Morales Bermúdez, quien tuvo que seguir una política más cautelosa. Por último, fue tal la reacción contra el gobierno militar que en 1979 Morales Bermúdez, prudentemente, convocó a una Asamblea Constituyente para formular una nueva Constitución como paso previo a las elecciones libres de 1980. Como resultado de estos comicios, Fernando Belaunde volvió a ser electo presidente. Los problemas de los años setenta habían estimulado a muchos a buscar nuevas soluciones y ello hizo que las iglesias protestantes experimentaran un fuerte crecimiento.

10 Herring, Hubert. A History of Latin America. Nueva York: 1963, p. 191.

11 Enciclopedia Británica, vol. 10. Nueva York-Londres: 1974, p. 695.

12 Neely, T. South America, p. 63.

13 Grubb, Ritchie y Browning. Wets Coast Republics, p. 67.

14 Bahamonde, Wenceslao O. The Establisment of Evangelical Christianity in Peru, Hartford Seminary Foundation, Tesis de grado, mayo, 1952, pp. 17, 21.

15 Herring, Hubert. A History of Latin America. Nueva York: 1963, p. 539.

16 Herring, ídem, p. 540.

17 Lee, John. Religious Liberty in South America. Nueva York: 1907, p. 177.

Bahamonde, óp. cit., p. 122.

18 Guinness, Geraldine. Peru. Londres: 1909, p. 103.

19 Ritchie, Juan. Indigenous Church Principles in Theory and Practice. Nueva York: Revell & Co., 1946, p. 78.

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