Kitabı oku: «Celebración del poema», sayfa 2

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El recorrido descrito se cumple de acuerdo con el siguiente orden: el capítulo 1 del libro está destinado a la presentación del concepto de fiesta y su aplicación al lenguaje. Allí se expone el contexto en el que surge la calificación del poema como un caso de apertura máxima de sentido que, en razón de tal particularidad, debe articularse a la celebración. La obra de Ricœur es la base de una construcción que busca desarrollar las implicaciones hermenéuticas de la expresión referida y su relación con el discurso. La noción primaria de fiesta y sus implicaciones inmediatas son expuestas en esta primera sección. Además, el estudio de la relación entre metáfora y símbolo permite identificar la particularidad de los discursos simbólicos, entre los cuales la celebración tiende un puente: poesía y religión. Esto ayuda a entender por qué la acción interpretativa adquiere aquí relevancia, al propiciar la promoción de sentido. En esta cadena reflexiva se incluye a la función poética del lenguaje y a las facultades de percepción del destinatario del poema, para derivar hacia el planteamiento del vínculo entre lo sagrado y lo poético.

Tales facultades y comportamiento del destinatario del poema dan lugar al segundo momento de este escrito. La relación entre el texto y el lector, entre el acto y el partícipe, entre la fiesta del lenguaje y el celebrante es el tema inicial del capítulo 2, en el que se presenta el problema de la constitución genérica de la lírica para establecer el horizonte de recepción que prefigura el comportamiento del destinatario. Su competencia lingüística, orientada al mundo, se estudia en la tradicional división entre razón y emoción, logos y pathos, y el consecuente esquema de clasificación del rendimiento cognitivo que, en este caso, presenta separadamente tipos de pensamiento. Los conceptos de sacro y de fiesta permitirán establecer un modo de valoración de la experiencia estética, y por extensión, de la experiencia poética, para, finalmente, articular los aportes de los estudios de la comunicación al esfuerzo por entender la celebración desde el destinatario del poema.

En el capítulo 3 se atiende a la advertencia sobre el papel que desempeña el Romanticismo en la definición de la lírica moderna. Este linaje romántico, expuesto en la reconstrucción del género que se adelantó en el capítulo 2, se explora en los postulados generales de su formulación alemana y en los aportes específicos de algunos de los autores vinculados a dicho movimiento. La relación entre arte y religión propuesta por esta poética y su radical desembocadura en una equiparación surgen, consecuentemente, como recurso apropiado para atender a la celebración identificada en el poema. La versión anglosajona del movimiento también se estudia en este capítulo, con un doble propósito: primero, lograr la incorporación, a la pregunta central, del tratamiento de la experiencia y el valor del monólogo dramático como categorías líricas; y segundo, concebir la modulación cultural del Romanticismo a otros contextos. Esto último se lleva a cabo al cierre del capítulo, con el análisis del modo como se recibe dicho influjo en Hispanoamérica y la manera como el modernismo adquiere valores similares para la poesía escrita en este campo.

Tanto el estudio de las competencias y la acción del destinatario del poema como los aportes del Romanticismo que contribuyen a perfilar la naturaleza de la lírica moderna confluyen en elaboraciones y reflexiones como las provocadas por el impulso del juego. El capítulo 4 se ocupa de los aportes teóricos de una tradición y de un autor como Friedrich Schiller, para abrir un espacio en el que resulta posible conciliar rendimientos cognitivos respecto de la obra de arte y del poema, y, además, para establecer el valor de la función lúdica. En este horizonte conceptual, el pensamiento romántico fija una base comprensiva a la reflexión que la hermenéutica de Gadamer aporta sobre el papel del juego, tanto para las ciencias del espíritu como para las artes y la poesía. Su trabajo hace un enlace efectivo con la fiesta y sugiere una exploración de la función lúdica a la que este escrito no es indiferente. De este modo, se hacen más claros el vestigio religioso del poema, el ritual de cada fiesta y la forma propia de su realización: la celebración.

Identificar la relación entre religión, fiesta, juego y poesía permite ampliar el concepto de celebración como modo apropiado para la recepción del poema; por ello, el capítulo 5 aborda el origen sagrado de la lírica y explora la continuidad de este rasgo en la tradición occidental. Esta parte del libro se ubica en la coordenada cultural referida al cambio que implica la desacralización o mundanización provocada por la emergencia de la racionalidad. Los planteamientos de Friedrich Nietzsche resultan útiles para ilustrar este cambio y también para concebir el origen míticoreligioso de la creación poética. De igual modo, se amplía el contraste entre la actitud religiosa y la irreligiosa, para extender el provecho de tal oposición a la lírica y sugerir el rasgo festivo de la misma como vestigio secularizado de un valor inicialmente religioso.

El último capítulo presenta al poema como liturgia laica. Para ello se retoma el concepto de secularización, entendiendo su destacado papel en la definición de la Edad Moderna; se presenta el valor del paso del ámbito sagrado al laico en la comprensión de acontecimientos históricos y se precisa su carácter funcional. Además, centrando la atención en los polos del proceso que interesa a este libro, la ubicación de la religión en la cultura permite caracterizarla como sistema de símbolos y compararla con el poema en el contexto de la Modernidad. Así, la relación entre mito, rito y lenguaje adquiere, en este capítulo, el relieve necesario para articular a la concepción del valor litúrgico del poema los aportes de la pragmática. De este modo, se despliegan tres pasos necesarios para lograr el propósito del capítulo y del libro: la secularización adquiere el carácter de cuestión hermenéutica, la teoría de la liturgia es revisada para extender sus rendimientos a la poesía y se amplía el vínculo entre creación y lenguaje simbólico.

La celebración del poema, la propuesta del modo festivo como acción adecuada al mismo, constituye la ampliación atenta de una atribución que incluye el aspecto textual y factual de su objeto, las actividades y la energía desplegadas por los partícipes, y los elementos constitutivos del poema que se han ido decantando en la tradición occidental. Pero esta perspectiva no constituye una vía cerrada frente a la poesía; tampoco se trata de un modelo interpretativo o de lectura con propósitos prescriptivos. El poema, como acontecimiento en el que el lenguaje está de fiesta, el desarrollo de esta concepción, es, sí, una invitación a precisar la vigencia de la lírica, a promover la reflexión sobre el tema y la lectura de obras que propician una experiencia que no resulta exagerado asumir como litúrgica.

1. La fiesta del lenguaje
Lenguaje, discurso y lírica

En el poema, el lenguaje se emplea de modo inusitado. Un modo que difiere de las demás ocasiones en las que el sujeto hace uso de las posibilidades que le ofrecen las palabras para expresar sus pensamientos o emociones. Dicha peculiaridad ha sido caracterizada de muchas maneras y, casi siempre, por oposición a una generalidad que, a su vez, ha dado lugar a observaciones sobre las condiciones del uso ordinario. Aquello que resulta frecuente establece un patrón de empleo que no solo permite el entendimiento entre quienes hacen parte de una misma comunidad, sino que también determina el horizonte de recepción en el cual se identifica lo inusual o extravagante de la lírica.

La creación artística con palabras, para emplear una de tantas definiciones de la poesía, es emprendida por una subjetividad que extrema la naturaleza misma del material con el que obra, en un contexto para el que dicho acto resulta, cuando menos, original. Tal realización, como posibilidad lingüística actualizada por un individuo que pretende expresar o expresarse, debe ser tenida por manifestación discursiva, fruto de un modo especial que caracterizaremos como “festivo” o “celebrativo”.

En el ensayo “La estructura, la palabra, el acontecimiento”, Paul Ricœur (2006b, p. 75) aborda la discusión sobre el papel del estructuralismo, con la intención de llevarla al campo de la lingüística, para apreciar la validez y la vigencia de este tipo de análisis. Para comenzar, presenta las condiciones bajo las cuales tiene fortuna el enfoque estructural (cuando trabaja sobre un corpus cerrado, establece inventarios de elementos, crea relaciones de oposición entre esos elementos y fija una combinatoria entre ellos). Luego, señala cómo el éxito de esta empresa deja por fuera la “comprensión de actos, operaciones y procesos constitutivos del discurso” (Ricœur, 2006b, p. 75). Así, el enfoque estructural llega a oponer lengua a discurso. A continuación, Ricœur hace un bosquejo de las investigaciones que, gracias a la mediación de la palabra, pretenden superar la antinomia estructura/acontecimiento (sistema/acto). Su interés, por supuesto, apunta a esta antinomia, pues allí se encuentra el núcleo de la propuesta dialéctica que tanto le importa desarrollar: la cuestión de la apertura de sentido del texto y la comprensión del mismo.

El título del artículo anuncia la polaridad que el autor francés está interesado en reducir y el concepto sugerido como puente para realizarlo (entre la estructura y el acontecimiento, la palabra). El enfoque estructural consolida la pretensión cientificista del estudio de la lengua, pero al hacerlo se cierra sobre sí y deja por fuera la ejecución individual del habla, el decir, la libre combinación y la exterioridad vinculada mediante la enunciación. En esta dirección, Ricœur recuerda que el lenguaje, al fin y al cabo, dice algo y dice algo sobre algo a alguien, y que no es objeto, sino mediación. De allí que el sujeto, en el decir, supere los límites del signo, para expresarse y expresar las cosas (Ricœur, 2006b, p. 80). Surge la invitación a pensar el lenguaje como la relación entre lo que el estructuralismo separó: lengua (como estructura) y habla (como acontecimiento). Este vínculo o intercambio ocurrirá cuando se pase de la lengua a la unidad que constituye el enunciado y que establece propiamente una función: el decir.

A propósito de los ámbitos sobre los cuales Ricœur tiende este puente dialéctico, cabe anotar que el presente escrito incluye tanto al texto como al acto poético, con el fin de abarcar en su desarrollo el discurso fijado por la escritura, objetivado como estructura textual, y el acto poético, como acontecimiento enunciativo.

La dupla conceptual sentido y referencia también hace parte de la secuencia expositiva que se desprende de la oposición que estamos siguiendo. Dichas nociones se presentan como propias del nivel discursivo, características del enunciado, y se relacionan así: “Este avance del sentido (ideal) hacia la referencia (real) es el alma misma del lenguaje” (Ricœur, 2006b, p. 82). Conviene hacer esta mención ahora, porque tales planteamientos soportan la explicación que Ricœur ofrece en “Acerca de la interpretación” (incluido en Del texto a la acción, 2006a), al ocuparse del funcionamiento del texto literario y su referencia indirecta, e igualmente sirve de base a varias de las proposiciones que se formularán en el siguiente apartado (“Enunciado metafórico y discurso simbólico”).

En el segmento final de su ensayo “La estructura, la palabra, el acontecimiento”, Ricœur trata el paso de la estructura al acontecimiento (2006b, p. 83). Comenta, además, lo inevitable de la antinomia entre estos dos conceptos, como un primer momento para la activación de un pensamiento constitutivo de mayor provecho: una concepción gracias a la cual puedan relacionarse los dos puntos de vista, una perspectiva que permita superar la visión de estas vías como procesos excluyentes, de cara a una articulación complementaria de las mismas. Así resume la tarea y presenta la mediación:

Se trata, entonces, de hallar instrumentos de pensamiento capaces de dominar el fenómeno del lenguaje, que no es ni la estructura, ni el acontecimiento, sino la incesante conversión del uno en el otro por medio del discurso (Ricœur, 2006b, p. 84).3

Es viable, entonces, ubicar el punto en el que la palabra, entendida como realización subjetiva de la potencialidad del sistema, con sus posibilidades de enriquecimiento semántico, aparece en el discurso y, adicionalmente, la manera como el contexto será el encargado de estimular o restringir la polisemia. Este aspecto genera, en consecuencia, discursos de vocación unívoca, en los que se limita o reduce dicha riqueza, o también discursos con apertura y pluralidad de sentido. En este segundo grupo encontramos las realizaciones de tipo simbólico, pero en particular la más radical de ellas, aquella que, al interior de la literatura, explota decididamente dicha posibilidad: el poema. Ricœur completa su exposición valiéndose del ejemplo del texto lírico que, por ser tal, resulta más ilustrativo. De este modo,

el poema permite que se refuercen mutuamente todos los valores semánticos; más de una interpretación estará, entonces, justificada por la estructura de un discurso que autoriza la realización simultánea de las múltiples dimensiones del sentido. En síntesis el lenguaje está de fiesta (Ricœur, 2006b, p. 89).

Ricœur apela a la naturaleza de la fiesta para caracterizar y diferenciar el modo como opera el sentido en el poema. Cabe recordar que este mismo autor ha tratado la polisemia del lenguaje, explicando el tránsito de la semiología a la semántica, del signo al uso. Así, una palabra, en un momento dado, en un estado del sistema, tiene más de una significación. Pero, aclara Ricœur, “hay un proceso de nominación, una historia del uso, que tiene su proyección en la sincronía, bajo la forma de polisemia” (2006b, p. 88). Lo anterior supone, para la palabra, la capacidad de ganar nuevos sentidos sin perder los anteriores, y es este proceso el que se proyecta sobre el sistema como pluralidad de significados. Pero tal acumulación de valores de uso encuentra regulación en la mutua limitación de los signos, una ley que Ricœur reconoce para el lenguaje en general y que denomina “polisemia regulada”: “Las palabras tienen más de un sentido, pero no tienen un sentido infinito” (2006b, p. 88).

En el texto original, Ricœur emplea una vez más la expresión “Bref le langage est en fête” (1967, p. 819) (en síntesis, el lenguaje está de fiesta),4 y lo hace en el último párrafo del artículo, cuando presenta el surgimiento del decir en nuestro hablar como una peculiaridad que ocurre en dirección opuesta a la del sistema, a la del signo y sus unidades, una dirección que lleva a superar la clausura del lenguaje. Este autor advierte la importancia de ocuparse de aquello que está más allá del límite de los signos. Allí, afirma, se encuentra “lo esencial del lenguaje” (2006b, p. 90). Y se trata de una vía de estudio en el plano del discurso, donde palabra y oración se cruzan, donde surge el decir en el hablar. Ricœur identifica este fenómeno como una apertura del lenguaje y señala como la mayor muestra aquella que se da cuando el “langage est en fête” (1967, p. 819), en el poema.

Ricœur es consciente del peso ontológico de otras búsquedas relativas al habla y al lenguaje; en el texto, previamente ha mencionado trabajos como los de Martin Heidegger y Mikel Dufrenne (2006b, p. 90). Teniendo en cuenta esto, señala, primero, las acciones del pensador, del poeta y del profeta, que realizan el lenguaje para decir el ser; y segundo, el proceso de nominación, por el cual las palabras “operan la captura de algún aspecto del ser, por una suerte de violencia que delimita aquello mismo que la palabra abre y descubre” (Ricœur, 2006b, p. 90). Se trata de palabras como las del poeta y el pensador, recalca, que “muestran y dejan ser lo que encierran en su cerco” (Ricœur, 2006b, p. 90). Dos matices que se deben sumar a la acción de apertura del leguaje y a la calificación de la misma como festiva. La tradición aporta referencias que ayudarán a definir el tipo de fiesta al que social e históricamente aparecen vinculados sujetos como el poeta y el profeta.

Alejandrina Falcón, traductora del texto de Ricœur al español en la edición del Fondo de Cultura Económica, evitó repetir la expresión “langage est en fête”, que el autor emplea para concluir la versión francesa del artículo, y prefirió introducir, en su remplazo, “lenguaje celebrativo” (2006b, p. 91). La fiesta, o estar de fiesta, supone una excepcionalidad en el modo de concebir el tiempo y la experiencia, según las actividades ejecutadas por el sujeto individualmente y en sociedad. Son actividades que determinan un patrón o una regularidad, y que fijan, consecuentemente, esta naturaleza también para el tipo de comunicación empleado en tales situaciones. Esta modificación de lo ordinario es el rasgo inicial que permite la comparación con el poema, pues en él, como en la fiesta, el uso o el funcionamiento habitual del lenguaje encuentra una extrañeza provocada por la excepcionalidad de la actuación.

Pero hablar de lenguaje celebrativo comporta matices adicionales que, además, evocan solemnidad. Esta expresión ha sido acogida en escritos anteriores y es utilizada en el desarrollo de la presente exploración; por tal motivo, es necesario hacer algunas precisiones sobre ella. La primera tiene que ver con la vigencia del término en el ámbito religioso, su uso admitido y frecuente para referir actos cuya configuración apunta a la búsqueda de un sentido que trasciende nuestra condición rutinaria y mundana. Para el rito católico, por ejemplo, el “lenguaje celebrativo” alude a las diferentes formas litúrgicas empleadas en las ceremonias que constituyen simbólicamente una expresión de fe. Atendiendo al sentido histórico de la celebración lírica, tenemos un matiz litúrgico en la experiencia poética que no resulta ajeno a la tradición occidental judeocristiana en el ritual de la Iglesia católica. En tal contexto, la oración, la conmemoración, los sacramentos requieren de la participación celebrativa de los fieles. El lenguaje celebrativo se encuentra presente en los modos o procedimientos que suponen todos los actos formalizados por medio de los cuales los miembros de la Iglesia se ponen en contacto con Dios. En el rito, el lenguaje también es celebrativo. Su institucionalización en los sacramentos es la forma que permite la participación religiosa de un individuo que aspira a trascender, mediante la celebración, su condición particular e individual.

José Manuel Bernal Llorente, al ocuparse de la morfología de la celebración –en desarrollo de una fenomenología de la celebración litúrgica–, hace un rastreo filológico del término, para luego cargarlo con sentido religioso. Veamos: “La palabra latina celebrare proviene de la raíz celeber y del griego kellw’ que significa empujar, impulsar” (Bernal, 2000, p. 14); y más adelante afirma: “Sin embargo, vinculada la expresión al lenguaje sagrado, evoca la idea de algo público y frecuente; algo sagrado, solemne, venerable, festivo” (Bernal, 2000, p. 14). La influencia de estos modelos en la configuración y la realización de otros actos solemnes no eclesiásticos (sociales, jurídicos o políticos) se tiene ahora en cuenta para el caso del poema, como un esfuerzo por tratar y revelar aspectos de la vida que difícilmente se traducen al lenguaje.

Si, además, se revisan los significados de esta palabra para orientar el alcance de la expresión comentada, cabe anotar que la primera acepción registrada para fête (fiesta) en un diccionario como Le Robert, atento también al uso coloquial de los vocablos, es “Solennité religieuse célébrée certains jours de l’année” (solemnidad religiosa que se celebra en ciertos días del año) (Le Robert Micro, 1998, p. 552). Mientras que, en nuestro ámbito lingüístico, el Diccionario de la lengua española contempla, como segunda acepción, para la palabra fiesta, lo siguiente: “Día que una religión celebra con especial solemnidad dedicándolo a Dios o conmemorando un hecho o figura religiosos” (Real Academia Española, 2014). Tenemos, así, un matiz litúrgico en los significados del término, que de manera inevitable se hace presente en la alusión al poema como lenguaje celebrativo.

Asimismo, es bueno precisar que, en Colombia, al hablar de fiesta, inevitablemente su carácter es vinculado a los contenidos de la acción festiva. En este caso, es pertinente recordar que, en este contexto cultural, la diversión (jolgorio o regocijo) aparece como temática fuertemente asociada al ambiente festivo, pero este es apenas uno de los matices de la celebración. Tanto el motivo laudatorio como el luctuoso son materia celebrativa. Aquello que constituye el contenido de una festividad puede tener origen en diversas situaciones o hechos que, gracias a un proceso colectivo de valoración, se convierten en asuntos dignos de ser actualizados, mediante el lenguaje celebrativo en general; de ahí la ventaja de utilizar esta expresión para cubrir el espectro de posibilidades.

La relación entre los términos utilizados para referirse a esta particularidad del discurso poético (fiesta o celebración) también puede aclararse vinculándolos como conceptos con una dependencia funcional. De este modo, se puede proponer la correlación de un sustantivo que alude a un acto y de un verbo que designa la acción por medio de la cual se realiza esa posibilidad; esto permite afirmar, de la fiesta, que ella se celebra.

Una subordinación como esta hace evidentes, además, la presencia y la necesidad de sujetos que efectúen la acción celebrativa. La fiesta no es algo dado, requiere de celebrantes que la practiquen. Recordemos que, en el caso del poema, el lenguaje adquiere esta condición gracias, justamente, a la presencia de una subjetividad en función discursiva hacia otros.

Para insistir en este punto y ampliar el análisis del rasgo celebrativo del poema, conviene reparar en que Ricœur afirma que, en este género literario (Ricœur, 2006b, p. 89), es el lenguaje el que está de fiesta. El autor evita el término lengua, que estaría del lado de la estructura, del sistema, del objeto de estudio y descripción positivista, y, en su lugar, prefiere utilizar la palabra lenguaje, que incluye la expresión del sujeto como partícipe. Ya ha sido claro este autor al señalar que el enunciado, el discurso, el surgimiento del decir en dirección hacia el mundo (Ricœur, 2006b, p. 91), es la orientación conveniente para entender la apertura de la que se ha venido hablando. De este modo, la poesía asume la vocación del lenguaje como decir y lo ubica en el nivel del discurso, discurso poético, que permite relacionar el texto y el acto poéticos.

Es importante tener en cuenta que la fiesta del lenguaje se ha predicado de un tipo de discurso opuesto a otros más bien didácticos, cuya vocación no es la polisemia, ni la apertura, ni la revelación de algún aspecto del ser. Así pues, el resultado de este contraste nos permite hablar de dos tipos discursivos: discursos para los que la univocidad es aspiración distintiva y discursos simbólicos que constituyen casos de apertura del lenguaje.

En el ensayo “La metáfora y el símbolo”, incluido en Teoría de la interpretación (2011, p. 58), Ricœur ofrece apreciaciones valiosas para comprender mejor las modalidades discursivas, sus características y las relaciones existentes entre el discurso poético y otros discursos de vocación simbólica. La pluralidad de sentidos es, como se vio, una particularidad de los discursos simbólicos, y Ricœur la aborda nuevamente al ocuparse de la relación entre dos categorías productoras de tal condición: la metáfora y el símbolo.

Para el caso de la metáfora, este autor retoma la explicación tradicional que identifica en ella la existencia de un sentido literal y un sentido figurado en tensión con el primero. La metáfora establece una interacción de significaciones que, como recurso esencial, permite definir la obra literaria así: “Obra del discurso que se distingue de cualquier otra obra del discurso, especialmente del científico, en cuanto a que vincula un sentido explícito con uno implícito” (Ricœur, 2011, p. 59). Aquí se encuentra la riqueza semántica como rasgo diferenciador de la obra literaria que, además, reclama para sí una acción de recepción interpretativa.

Se tiene, de este modo, al poema por muestra ejemplar de la obra literaria y a los discursos simbólicos en general como enunciados que resultan de un modo subjetivo de enunciación, opuestos en su proceso de significación a discursos como el científico. Ello da lugar, en consecuencia, a dos maneras de utilizar el lenguaje para referir la realidad. Tal división es ubicada históricamente por Ricœur así: “Dentro de la tradición del positivismo lógico esta distinción entre el sentido explícito y el implícito fue tratada como la distinción entre el lenguaje cognoscitivo y el lenguaje emotivo” (2011, p. 59). Bajo la influencia de esta distinción, nos recuerda Ricœur, se considera al lenguaje cognoscitivo –y los discursos que lo emplean– como el adecuado para dar cuenta del mundo y su experiencia, en razón de la verificación que puede hacerse mediante los sentidos del contenido de sus enunciados; mientras que al lenguaje emotivo –y los discursos simbólicos, en particular la poesía– se atribuye un contenido ambiguo, indemostrable y, por estar arraigado en las emociones de un sujeto, en oposición al mundo externo.

La identificación de la razón y la emotividad como facultades perceptivas y su primacía e idoneidad para dar cuenta de hechos, ideas y sentimientos mediante el lenguaje constituye un recurso frecuentemente empleado para determinar la naturaleza de lo expresado y su valor cognitivo. Ricœur (2011, p. 59) utiliza este camino para proponer a la metáfora como fuente de significación cognitiva posible, y extiende tal exploración al símbolo. La investigación del poema como lenguaje celebrativo encuentra en este factor una categoría relevante para su desarrollo, al enfrentarse, por ejemplo, al análisis de la conducta que debemos adoptar ante el poema: conocer, analizar, describir y explicar, o experimentar, sentir y abandonarse a su sentido. Las humanidades y los estudios literarios también han sufrido el influjo positivista, que pide de sus resultados valores equivalentes a los de las ciencias naturales y exactas, aportes sometidos al dualismo excluyente ahora citado. Se insistirá en dicha disyuntiva en los capítulos 2 y 3.