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Enunciado metafórico y discurso simbólico

Los desarrollos teóricos sobre la metáfora se fundan, inicialmente, en la retórica tradicional, para la cual esta es un tropo que traslada el sentido literal o recto de una palabra a otro figurado, gracias a una comparación subyacente. Uno de los logros de Ricœur ha consistido en reubicar el estudio de la metáfora, al proponer un cambio de nivel respecto de la concepción clásica de la misma; se trata del paso del plano de las palabras al de la oración como unidad lingüística, y lo formula en los siguientes términos:

La metáfora atañe a la semántica de la oración antes de que se relacione con la semántica de la palabra. Y ya que la metáfora sólo tiene sentido en una expresión, es un fenómeno predicativo, no denominativo (Ricœur, 2011, p. 63).

Esta dinámica predicativa, que le permitirá a Ricœur hablar de “metáforas vivas” –que dan lugar a una innovación semántica– y “metáforas muertas” –o establecidas y naturalizadas como expresiones hechas–, opera nuevamente en el cruce entre palabra y oración, en el decir discursivo que abre la festividad del lenguaje. Porque, más que estar frente a la tensión entre dos sentidos propuestos por el enunciado metafórico, estamos, como partícipes, en el conflicto de dos interpretaciones: la de primer nivel –literal y acaso extravagante– y la de apertura, del que surge una atribución predicativa innovadora.

Tal concepción aporta una dirección al enunciado metafórico, esencial por demás para la creación poética, que pone de manifiesto un destino libre al decir, más allá de la coerción sistemática de la lengua. El poema es discurso simbólico marcado por la subjetividad, y en dirección opuesta al confinamiento del sistema de signos, es abierto y con vocación de alteridad. Así describe Ricœur la acción interpretativa que da lugar a una innovación semántica para enriquecer lo ordinario, al decir algo nuevo sobre la realidad:

La interpretación metafórica presupone una interpretación literal que se autodestruye en una contradicción significativa. Es este proceso de autodestrucción o transformación el que impone una especie de giro a las palabras, una extensión del significado, gracias a la cual podemos comprender cuando una interpretación literal sería literalmente disparatada. De ahí que una metáfora aparezca como un tipo de réplica aguda a una cierta inconsistencia en la expresión metafórica literalmente interpretada (Ricœur, 2011, p. 63).

Así, cuando Jorge Gaitán Durán escribe “el alba / me cae entre las manos como una naranja roja” (2004, p. 46), predica del comienzo del día, y de tal experiencia, algo que no resiste una interpretación literal –la inexistente condición táctil del alba sobre la cual se erige una similitud con la fruta–, pero que en la apertura a otro tipo de interpretación sí proyecta una nueva extensión de sentido –sobre los efectos del tiempo, el cromatismo, la forma solar, la fruición y los atributos relativos a dicho suceso– hacia una descripción inusual y valoración novedosa del amanecer.

El cambio de ubicación en el nivel de estudio de la metáfora permite reafirmar su familiaridad con el símbolo y, en consecuencia, con otras manifestaciones discursivas de carácter simbólico. Ante tal proximidad, Ricœur (2011, p. 66) señala dos circunstancias que dificultan su estudio: primero, los símbolos pertenecen a muchos y muy diversos campos de interés (entre sus ejemplos cita a la poética y a la religión); y segundo, reúnen, en su naturaleza, dos dimensiones: una dimensión lingüística y una no lingüística. Para la primera dimensión, es posible identificar una estructura de significación que vincula un sentido de orden primario a uno de orden secundario. Para el segundo espacio, el no lingüístico, el símbolo dirige su sentido lingüístico a algo de naturaleza mundana y diversa; he ahí la dificultad que Ricœur aborda por la vía metafórica. Esta dirección equipara las manifestaciones del discurso simbólico, en particular dos que esta investigación sabrá resaltar: la poesía y la religión. Manifestaciones que resultan similares, inicialmente, en una vocación: entrañan una invitación dinámica a sus partícipes, para buscar sentido a través del lenguaje simbólico.

El patrón metafórico del enunciado en tensión interpretativa “puede tomarse como el modelo para la extensión del sentido operativo en cada símbolo” (Ricœur, 2011, p. 68), y es allí donde se presenta el excedente de significación, que da lugar al carácter festivo o celebrativo del lenguaje. El reconocimiento de un sentido literal, como ocurre en la metáfora, permite ver el aspecto de los símbolos que tiene cabida en la semántica del lenguaje. La certidumbre de una interpretación literal nos muestra que

para aquel que participa del sentido simbólico, realmente no hay dos sentidos, uno literal y el otro simbólico, sino más bien un solo movimiento, que lo transfiere de un nivel a otro y lo asimila a la segunda significación por medio del literal (Ricœur, 2011, p. 68).

Esta participación interpretativa coteja el significado novedoso con lo conocido y lo hace como innovación predicativa. La extravagancia lírica, que inicialmente surge de manera ruidosa en la literalidad, adquiere pertinencia en el proceso discursivo, en el discurrir poético, mediante el modo celebrativo.

En el poema de Gaitán Durán, el alba referida sirve de articulación a una concepción fatal del tiempo, en la que la sucesión diaria exceptúa su condición agónica para conceder al sujeto la palabra, el decir poético. Allí, las características del rutinario transcurso vital, del día, de la noche y de aquello que experimenta el yo lírico se presentan de un modo que si bien parte de referencias conocidas por todos, requiere del intérprete una disposición significativa que trascienda del nivel literal (en el que no es posible que el alba caiga en las manos como una naranja) al simbólico, para que el enunciado metafórico obre como celebración en el horizonte que le es propio.

Así pues, la fiesta del lenguaje requiere una acción participativa que históricamente resulta equivalente para actos discursivos como el poético y el religioso, casos de lenguaje simbólico cuyos aportes, en un primer nivel, pueden ser literalmente comprendidos, pero que mediante la enunciación proponen, en una apertura proyectada sobre la novedad, una significación inusual que se revela en la interpretación. Esta proyección del símbolo se da sobre aspectos del mundo y nuestra experiencia, que interesan a diferentes métodos y proyectos que, también de manera diversa, aspiran a dar una forma comunicable a sus apreciaciones o hallazgos.

En el nivel no semántico, pues, la función simbólica está atada a actividades no simbólicas o, incluso, prelingüísticas. Afirma Ricœur que

lo que pide ser llevado en símbolos al lenguaje, pero que nunca pasa a ser lenguaje completamente, es siempre algo poderoso, eficaz, enérgico. Parece ser que el hombre está aquí proyectado como un poder que ha de existir, y que ha de ser discernido indirectamente (2011, p. 76).

El símbolo relaciona el discurso con el mundo y con la vida, mientras que la metáfora ha construido su historia a partir del logos; la relación entre la forma y ese algo poderoso que pide ser llevado al lenguaje determina la dirección propia de la celebración y establece la vía ritual. Por oposición al discurso ordinario, en el poema se crean nuevas configuraciones de lenguaje y, por tanto, “nuevas formas de ser en el mundo, de vivir en él y de proyectarle nuestras posibilidades más profundamente íntimas” (Ricœur, 2011, p. 73). El discurso poético encuentra en la metáfora, en el enunciado metafórico, un instrumento idóneo para revelar, en él, aspectos significativos del mundo; el discurso religioso hace lo propio mediante el lenguaje celebrativo vuelto liturgia. Ambos siguen la dirección abarcadora del símbolo, ambos disponen una interpretación que proporciona lo que el lenguaje rescata en la tensión entre forma y poder.

En otro de sus textos, “Acerca de la interpretación” (2006a, p. 15), Ricœur explica la manera como el mundo del texto interviene en el mundo de la acción, para darle nuevas formas y, así, transfigurarlo. Es posible estudiar el modo como las obras discursivas, en particular las que hemos presentado, configuran un “horizonte de realidad nueva” (Ricœur, 2006, p. 26). Y tal conocimiento se obtiene a través de la metáfora, pues en ella se puede apreciar “la conjunción de los dos momentos constitutivos de la referencia poética” (Ricœur, 2006, p. 26). Para asimilar la manera como se configura este horizonte de realidad, es preciso detenerse en el estudio de las relaciones entre las expresiones lingüísticas y aquello que aluden, puntualmente en la referencia poética, para indicar los momentos que se conjugan en ella, y ampliar así la comprensión del talante celebrativo.

Es constitutivo de la referencia poética el momento que está dado por la función referencial disimulada o “referencia indirecta”, fruto de la suspensión del valor descriptivo de los enunciados. La manera habitual de aludir al mundo y decir su verdad mediante la descripción se modifica en la poesía gracias al “juego complejo del enunciado metafórico y de la transgresión regulada de los significados usuales de nuestras palabras” (Ricœur, 2006, p. 26). Este aspecto ya fue mencionado al tratar la polisemia, señalada como potencia del lenguaje celebrativo, y es la que ahora permite hablar de realidad o verdad, referidas por el enunciado poético en términos que no obedecen a la coherencia lógica ni a la comprobación empírica de enunciados pertenecientes a otras manifestaciones discursivas.

Ricœur sitúa, en esta propiedad, el prestigio de la poesía, pues demuestra su capacidad de llevar al lenguaje “aspectos de lo que Husserl llamaba Lebenswelt [Mundo de la vida] y Heidegger In-der-Welt-Sein [Estar-en-el-mundo]” (Ricœur, 2006, p. 27). Y, de paso, ayuda a entender la amplitud del concepto de experiencia, que en este caso va más allá de la experiencia empírica y de su representación a través del lenguaje mediante información concreta y verificable. Se dan, así, importantes posibilidades cognitivas que, en razón de la apertura de sentido que fue caracterizada como festiva, son obtenidas por una vía diferente a la constatación práctica del positivismo lógico, que opone lenguaje cognitivo a lenguaje emotivo y reserva para el primero la posibilidad de alcanzar valores de verdad.

El otro momento constitutivo de la referencia poética se presenta en lo que Roman Jakobson denominó función poética del lenguaje. A esta noción se llega gracias al análisis de los factores que intervienen en un acto de comunicación: destinador, destinatario, código, mensaje, contexto y contacto. Jakobson propone, según el predominio práctico de alguno de estos elementos en los enunciados que realizan la comunicación, las siguientes funciones correspondientes: emotiva, conativa, metalingüística, poética, referencial y fática (Jakobson, 1981, p. 358).

La función poética supone un tipo de enunciado que hace énfasis en el mensaje. Así, para el tipo de comunicación en el que ella predomina, opera un desplazamiento de la atención habitualmente prestada al contexto referencial y se dirige en este caso al mensaje mismo. La función referencial prima en usos del lenguaje como el descriptivo y, por tanto, la suspensión de la relación entre discurso y realidad ordinaria, en favor del énfasis descrito para la función poética, completa la especial conjunción de los momentos constitutivos de la referencia en el discurso poético. Ricœur lo caracteriza así: “Podríamos decir que un movimiento centrípeto del lenguaje hacia sí mismo sustituye al movimiento centrífugo de la función referencial. El lenguaje se celebra a sí mismo en el juego del sonido y del sentido” (2006a, p. 26). Tenemos, pues, una nueva mención a la celebración, caracterizada tanto formalmente como funcionalmente con respecto a la referencia poética y que, además, amplía el sentido de la predicación festiva para el poema.

En otro escrito suyo, La metáfora viva (2001), Ricœur adelanta una reflexión sobre la metáfora y la referencia, con argumentos que permiten hilar con mayor provecho la explicación de la condición del enunciado poético, su referencialidad y la utilidad de la noción de función poética en la concepción celebrativa del poema. El autor francés reconoce la importancia del aporte de Jakobson al valorar la función del lenguaje correspondiente al énfasis en el mensaje por sí mismo. Enfatiza, además, que el predominio de esta no hace el poema, no define el poema. El análisis de la función poética es apenas “un momento preparatorio de la determinación del poema en cuanto obra” (Ricœur, 2001, p. 295) y, otra advertencia importante, su prevalencia no excluye la presencia de las demás funciones. Así, en los diferentes géneros poéticos es posible identificar la función comentada como predominante, pero en interferencia con otras funciones en jerarquías variables. Jakobson aporta los ejemplos de la poesía épica, que implica la función referencial; la poesía lírica, vinculada con la función emotiva; y la poesía de segunda persona, en la que cumple un papel importante la función conativa (Jakobson, 1981, p. 359).

Los aportes lingüísticos de Jakobson también le sirven a Ricœur para señalar, en la función poética, el modo como se relacionan los dos órdenes fundamentales de construcción del enunciado: la selección y la combinación. Según este principio, el lenguaje opera mediante dos acciones básicas que dan lugar a sendos planos generadores de la secuencia lingüística. Así, para elaborar un mensaje, se ponen en juego dos ejes de actuación: de un conjunto de términos que guardan entre sí una relación de semejanza paradigmática, se selecciona uno para combinarlo con otros con los que se establece, por contigüidad, el sintagma. Pero este proceso constante en la comunicación es modificado por la función poética del lenguaje, pues ella “proyecta el principio de la equivalencia del eje de selección al eje de combinación. La equivalencia pasa a ser un recurso constitutivo de la secuencia” (Jakobson, 1981, p. 360). De este modo, los elementos que componen la secuencia (sílabas, acentos, sonidos, rimas, repeticiones) se tornan equivalentes y, al hacerlo, llaman la atención sobre sí, sobre el mensaje mismo.

El efecto de la función poética sobre la referencia poética se produce, según Jakobson, gracias a que “la equivalencia de sonido, proyectado en la secuencia como su principio constitutivo, envuelve inevitablemente una equivalencia semántica” (Jakobson, 1981, p. 379) y provoca un sentimiento de comparación para establecer igualdad o desigualdad entre estas instancias. Surge, por tanto, ya en palabras de Ricœur, una referencia desdoblada. Así la describe:

La equivalencia semántica inducida por la equivalencia fónica entraña una ambigüedad que afecta a todas las funciones de la comunicación; el emisor se desdobla (el yo del héroe lírico o del narrador de ficción); igualmente, el destinatario (el vosotros del destinatario supuesto en los monólogos dramáticos, en las súplicas, en las epístolas). De aquí la consecuencia más importante: lo que sucede en poesía, no es la supresión de la función referencial, sino su alteración profunda por el juego de la ambigüedad (2001, p. 296).

En virtud de esta condición, se da igualmente un desdoblamiento de los sujetos, que resulta característico del poema y que permite sugerir una pluralidad lúdica afín a la festividad. El yo del poema se libera de su enunciación autoral y biográfica, para abrir posibilidades de reocupación, que han dado lugar a nociones como ficción lírica, sujeto poético o reflexiones sobre las personas del poema. Pero esta condición también invita a considerar, como se hará hacia el final de este libro, el estatuto pragmático del poema y la participación del lector. Es bueno aclarar, por ahora, que en esta reduplicación de factores en la lírica, hay una marca relacional y de participación del lenguaje celebrativo.

Se puede añadir que tal manera de presentar la fusión de la significación poética con su vehículo retoma, además, el tópico caracterizador del género que resalta en este tipo de textos la relación entre sonido y sentido como rasgo del poema; la idea del mismo como creación de lenguaje, en la que el sonido se vincula con el sentido o, igualmente, del poema como obra oscilante entre estos dos factores.

La prolongación del sentido en el sonido instaura, a su vez, la recurrencia, la vuelta sobre sí, el versus que, como dinámica lírica, da lugar a una recepción expectante que, además de seguir la secuencia horizontal del enunciado, activa la atención sobre la verticalidad del mismo (para confirmar o defraudar lo esperado). El ciclo garantiza una mayor atención sobre el enunciado en sí y provoca un tiempo de vuelta, de permanencia y contemplación, para una acción celebrante que despliega una temporalidad autónoma y retornante similar a la del juego.

Pero la relación semántico-sonora5 también da lugar a concepciones que presentan al poema como creación autorreferencial, que encuentra su fin en sí misma y cuya dinámica centrípeta reduce el impulso de remisión hacia el mundo. En este orden de ideas, la poesía se autoproclama, no tiene remisión exterior y depende por completo de las relaciones entre sus unidades internas. El énfasis en esta dirección confinaría al poema a la condición exclusiva de artefacto lingüístico, concebiría únicamente su potencia sígnica y renunciaría a la vocación enunciativa, que reconocemos en él como un tipo de creación verbal que dice algo a alguien acerca de algo. Se ha fijado la idea (Ricœur, 2006b, p. 89) del poema como lenguaje simbólico cuya apertura significativa modifica, como ocurre en la fiesta, el hábito discursivo del comportamiento habitual. Y es en esta medida en la que se puede calificar tal dirección como sintética, por oposición a la dirección analítica, que tiende hacia el sistema. En aquella dirección, el poema llama formalmente la atención sobre sí, pero se refiere al mundo, lo dice y revela más allá de la descripción.

Pues bien, conviene insistir, de nuevo con Ricœur, que la equivalencia entre sonido y sentido surgida de la función poética produce una duplicación de las instancias del poema que no anula la referencia, sino que la desdobla, la hace ambigua. Uno de los principales alegatos contra la referencia poética se basa en la imposibilidad de verificación empírica de la misma, pero tal postulado proviene del positivismo lógico, que resulta incompatible con la naturaleza de la poesía. En principio, es necesario establecer la literalidad del enunciado para trascender la referencia tradicional y emprender la apertura hacia el decir propio del poema. Así, para Ricœur, “la suspensión de la referencia, en el sentido definido por las normas del discurso descriptivo, es la condición negativa para extraer un modo más fundamental de referencia, que la interpretación tiene que explicitar” (2001, p. 302). El lenguaje está de fiesta cuando se suspende la referencia descriptiva que rige el discurso ordinario y se libera este otro tipo de referencia poética.

Sucede aquí algo similar a aquello que acontece a Gadamer cuando se pregunta por el modelo de conocimiento propio de las ciencias de espíritu y advierte la inconveniencia de aplicar a ellas el método de las ciencias naturales. Al comienzo de Verdad y método (Gadamer, 1999b, p. 143), en la elucidación de la cuestión de la verdad desde la experiencia del arte, Gadamer hace que el juego le sirva de vehículo para abordar el saber humanístico, su especial condición, posibilidad, proceso y rendimiento. Para el caso del enunciado metafórico, los conceptos de verdad y realidad, que rigen desde el punto de vista positivo la comprensión de la referencia, no resultan suficientes al momento de explicar el caso del lenguaje poético. De allí la importancia de acompañar la reflexión de Ricœur en este sentido.

Ya se había anotado la tensión interpretativa presente en el enunciado metafórico entre, primero, un sentido literal, que resulta ser, en ese nivel, una predicación inconsistente (que inicialmente se debe establecer como tal) y, segundo, la referencia desdoblada, que surge como incremento de sentido y supone una innovación respecto del modo de presentación habitual de la experiencia. Ahora se aprecia que el estudio de la metáfora revela la necesidad de una acción interpretativa que explicite la referencia desde la identificación de la ambigüedad y lleve a cabo el despliegue de la visión novedosa del mundo. El análisis del enunciado metafórico permite ampliar la concepción de la referencia y facilita la proposición de una universalidad para ella que, en palabras de Ricœur, le “viene asegurada [la universalidad] del poder organizativo del lenguaje y, más generalmente, de los sistemas simbólicos” (2001, p. 305).

Por esta vía, se erige una propuesta de la denotación generalizada, que establece similitudes para las artes en general y para un lenguaje celebrativo tan arraigado como el de la liturgia, sobre el que este recorrido plantea una relación histórica. Northrop Frye, citado por Ricœur en La metáfora viva, dice del poema que no es un enunciado ni verdadero ni falso, sino hipotético (Ricœur, 2001, p. 302). Ricœur, por su parte, señala que tal hipótesis poética, a diferencia de la matemática, es la proposición de un mundo sobre el modo imaginativo. Y se hace estas preguntas:

¿Puede haber una vida virtual sin un mundo virtual en el que sea posible vivir? ¿No es función de la poesía suscitar otro mundo, un mundo distinto con otras posibilidades distintas de existir, que sean nuestros posibles más apropiados? (Ricœur, 2001, p. 303).

Tal promoción de sentido, posibilidades y mundo, que ha sido calificada como festiva o celebrativa, es similar y es algo prefigurado, secularizado y emulado del rito religioso. Cuando el lenguaje está de fiesta, como en toda fiesta, se abren las posibilidades mundanas al curioso, al necesitado, al fiel y al invitado. La fiesta llama la atención sobre su ocurrencia y exhibe sus formas, proclamando la excepcionalidad de su naturaleza, para luego proyectar a los celebrantes hacia ganancias de sentido sobre el mundo, que no han sido cubiertas por un procedimiento como la descripción.

En la ruta discursiva del enunciado, que ha servido tanto para validar el estudio de la metáfora y de lo simbólico como para establecer una relación entre la expresión y a lo que esta alude, se establece ahora la pertinencia de la hermenéutica como campo de reflexión para abordar este problema. De conformidad con dicho esfuerzo y con el recorrido efectuado, Ricœur afirma lo siguiente:

En el discurso metafórico de la poesía, el poder referencial va unido al eclipse de la referencia ordinaria; la creación de la ficción heurística es el camino de la redescripción; la realidad llevada al lenguaje une manifestación y creación (2001, p. 316).

Este es el resultado del paso del análisis estructural y sistemático de unidades sígnicas al acontecimiento enunciativo, al discurso en dirección sintética, que une las partes al todo, que identifica redes metafóricas y proyecta el decir hacia el mundo para redescubrirlo. El poema y su celebración desarrollan una experiencia de la realidad, en la cual inventar y descubrir dejan de oponerse, en donde crear y revelar coinciden.

El estudio de la referencia poética, de la acción interpretativa suscitada y de su papel en la comprensión de la fiesta del lenguaje pone de manifiesto la configuración y la elaboración de la que es objeto el discurso en tanto creación verbal. Con el poema, se está frente a un tipo discursivo que ha sido producido como obra, un trabajo específico de composición le ha dado origen y lo presenta como unidad acabada de sentido. Igualmente, esta elaboración se ajusta o subvierte, según sea el caso, a los códigos que definen el género en el cual se inscribe dicha producción y que establecen principios de composición y recepción. Finalmente, tal producción, adscrita a un género, deviene una obra singular, un estilo. Estas categorías permiten aclarar el valor de la acción interpretativa aplicada al poema y Ricœur lo presenta de esta manera:

La hermenéutica no es otra cosa que la teoría que regula la transición de la estructura de la obra al mundo de la obra. Interpretar una obra es desplegar el mundo de su referencia en virtud de su “disposición”, de su “género” y de su “estilo” (2001, p. 292).

Así, entenderemos que la situación en la que el lenguaje está de fiesta se da en un discurso hecho obra –aquello que Ricœur también llama “texto” de manera amplia–, y reconociendo que ella no es necesariamente escrita. De este modo, es posible afirmar que cuando el lenguaje está de fiesta, tal condición se presenta en una obra compuesta, de género poético y con una impronta particular.

Ahora que ha sido establecido el modo como Ricœur predica del poema una dimensión celebrativa o festiva, se retoma la dirección simbólica que le ha servido para clasificar el campo enunciativo de referencia y apertura de sentido al que este tipo discursivo pertenece. Por tanto, resulta comprensible y pertinente señalar la proximidad de esta configuración del lenguaje con otras manifestaciones simbólicas, las expresiones religiosas y las artes en general.

En La metáfora viva, Ricœur (2001) se vale de los desarrollos de Nelson Goodman para superar la oposición entre denotación y connotación, e inscribir la referencia metafórica en una teoría que generaliza la denotación para los lenguajes simbólicos. Bajo el título de Los lenguajes del arte. Una aproximación a la teoría de los símbolos (2010), Goodman se ocupa de los sistemas simbólicos para establecer la manera como, por medio de ellos, los hombres hacen y rehacen el mundo. La relación entre el mundo y las obras es fundamental en su propuesta y se ajusta a la dirección de enunciación, apertura, desdoblamiento y revelación que hemos seguido con Ricœur para entender al poema como lenguaje celebrativo.

Al igual que Ricœur, en este libro se resalta de Goodman la negativa a distinguir entre lo cognoscitivo y lo emotivo como modos absolutos y excluyentes de apropiación de las obras y de la valoración de su rendimiento cognitivo. Goodman aclara que esta arraigada dicotomía ha generado múltiples problemas y formula su postulado sobre la experiencia estética así:

En un lado situamos la sensación, la percepción, la inferencia, la conjetura, la inspección e investigación sensible, los hechos y las verdades; en el otro lado situamos el placer, el dolor, el interés, la satisfacción, la desilusión, todas las respuestas afectivas no cerebrales, el gusto, el desagrado. Esto es una manera muy efectiva de evitar que caigamos en la cuenta de que en la experiencia estética las emociones funcionan cognitivamente. La obra de arte se aprehende a través de los sentimientos y a través de los sentidos (2010, p. 224).

Este enfoque permite “dotar de emociones al entendimiento” (Goodman, 2010, p. 224) y aplicarlo a las manifestaciones simbólicas, en particular al poema. Igualmente, la dicotomía razón/emoción, su proposición y desarrollo histórico, se convierte en un punto importante de estudio para la determinación ontológica del poema y de su acción de recepción.

Desde la mención inicial al lenguaje celebrativo se señalaron las afinidades entre el poema y otras manifestaciones de carácter simbólico: fiesta, juego y sacralidad surgen como categorías que encuentran afinidades en la capacidad con la que buscan y ofrecen sentido. Aspectos como la forma con la que subvierten o modifican la relación de los sujetos con sus experiencias, tiempos y atribuciones significativas; la recepción y la participación en los procesos de realización de las ocasiones festivas; o la identificación de valores históricos y culturales de estas afinidades, que gracias a procesos como la secularización llegan hasta nuestros días, son algunos de los puntos que en los siguientes capítulos este libro aborda para consolidar una visión del poema como celebración.

Antes de continuar el recorrido, es necesario mostrar otras posibilidades de estudio. La relación entre poesía y sacralidad es antigua y aunque no es reconstruida en su totalidad ahora, sí se aprovechan algunos de sus aportes para referirlos al proceso de configuración de la lírica en el sentido propuesto.

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