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CAPÍTULO 4

Categorías de aceleración social

La historia no sólo es tiempo que se vive y se mueve sino tiempo que se transmuta en obra o en acto.

Octavio Paz

Hemos mencionado anteriormente que no existe un patrón o variable única que produzca la aceleración social, debido a esto, decimos que la aceleración es un fenómeno complejo. No obstante, también debemos señalar que no todos los procesos de la vida social se aceleran, por ejemplo, los embarazos, las estaciones del año o la educación; también algunos se ralentizan como el tránsito; otros más ofrecen resistencia como los resfriados, pues es frecuente que el organismo intente resistir a la enfermedad y por ello se prolongue el malestar.

Muchas cosas disminuyen la velocidad (tránsito). Los atletas parecen correr y nadar cada vez más rápido, las computadoras computan a velocidades cada vez más altas, el transporte y las comunicaciones sólo necesitan una fracción del tiempo que tomaron hace un siglo, las personas parecen dormir cada vez menos (algunos científicos han descubierto que el promedio del tiempo de dormir ha disminuido en dos horas desde el siglo xix y en treinta minutos desde la década de 1970).[1]

Con el propósito de comprender en qué consiste la aceleración y cuáles son sus efectos y consecuencias, es necesario formular un marco teórico-analítico que permita definir de alguna manera este fenómeno. En los estudios de la materia de física a nivel preparatoria, suele definirse la aceleración como la velocidad del objeto sobre el tiempo que tarde en ir de un punto A a un punto B (v/t o a = 2s/2t); sin embargo, esta fórmula sólo nos permite contemplar una parte del fenómeno, la que deriva del movimiento de los objetos en la realidad. En ese sentido, la aceleración se puede definir como un aumento en la actividad por unidad de tiempo o, lógicamente equivalente, como una reducción de la cantidad de tiempo por actividad fija.

Siguiendo la definición de aceleración de Helga Nowotny, Rosa nos advierte que no todos los procesos sociales aumentan su velocidad, pero la aceleración condiciona algunos procesos específicos que sí aumentan notablemente su velocidad. Ejemplos de lo anterior son la transportación de bienes o la transmisión de energía e información que rompen la barrera del espacio y el tiempo: “Los bienes, los seres humanos, la energía, el dinero y la información deben cambiar su ubicación con una frecuencia cada vez mayor para poder circular en un sentido integral, tanto económica como culturalmente”.[2]

Hay dos formas básicas de aceleración: por un lado, una intencional y orientada a objetivos específicos que aprovechan la técnica para acelerar procesos particulares; por el otro, una no intencional relacionada con el cambio social. Casos ilustrativos de esta segunda forma son la apertura de nuevos empleos especializados o la frecuencia de cambio de empleo por parte de los trabajadores, la modificación de ideas políticas y de elección de candidatos o partidos, la duración de las relaciones afectivas, o el tiempo que se dedica a una actividad voluntaria como hacer deporte, elaborar manualidades o pasar tiempo con la familia. Esta clasificación, y probablemente cualquiera, no alcanza a cubrir el espectro de aceleración observable en las sociedades contemporáneas.

Estas dos especificaciones del concepto de aceleración aún no cubren todos los fenómenos relevantes: el intento de ahorrar tiempo a través de la comida rápida, las citas rápidas, las siestas de energía o la multitarea, es decir, mediante el cortocircuito o la condensación de episodios de acción, representan una reacción a la escasez de tiempo que no puede clasificarse en el epígrafe de cambio social de aceleración ni de aceleración técnica.[3]

A pesar de la aceleración intencional de algunos procesos sociales y la no intencional de muchos otros, los habitantes del siglo xxi se enfrentan a un fenómeno paradójico cotidiano: ¿cómo es posible que exista una sensación general y generalizada de que en la vida no tenemos tiempo o nos falta tiempo para hacer cosas si, en efecto, los procesos sociales se han acelerado? Esta escasez de tiempo precisa una explicación, si bien compleja, que nos permita comprender mejor la forma en que vivimos actualmente.

Una definición sobre la aceleración social, no exacta pero al menos aproximada y que debemos considerar de ahora en adelante, sería en términos de número de actividades que realizamos por unidad de tiempo. Otra dicotomía simple con la que podemos comprender el fenómeno de la aceleración sería, por un lado, la aceleración como un proceso objetivo; es decir, una hora sigue siendo una hora y un día sigue siendo un día, sin importar si hemos tenido la impresión de que transcurrió rápidamente. Por otro lado, la aceleración como un proceso subjetivo, pues diariamente experimentamos percepciones y emociones del tiempo muy diversas.

La teoría de Hartmut Rosa agrupa este fenómeno de aceleración social en tres categorías de aceleración que se conectan inercialmente una con otra en un círculo de aceleración que produce sistemáticamente más aceleración.

Aceleración tecnológica

La aceleración tecnológica se refiere al aumento de la velocidad en transporte, comunicación y producción. Este proceso genera un fenómeno de compresión del tiempo a cambio de la separación de su espacio; siguiendo a Rosa, “la velocidad de la comunicación parece haber incrementado en 107, la velocidad del transporte personal en 102 y la velocidad del procesamiento de datos en 106”.[4]

Existen nuevas formas de organización y administración que tienen por objetivo acelerar diversas operaciones que también pueden ser consideradas como instancias de aceleración tecnológica; por ejemplo, una constante en las empresas de medios de comunicación es la centralización de la redacción para producir contenidos en diferentes plataformas. Así, hay una redacción única para todos los productos comunicativos en lugar de una para cada producto; en consecuencia, la empresa ahorra tiempo de producción y dinero, pues requiere de menos redactores.

Al viajar por carretera podemos observar la distorsión de los objetos más cercanos, como los árboles y los cambios repentinos en los paisajes que vemos a mayor distancia; ésta es una forma de explicar la separación del espacio por efecto de la velocidad. Es decir, el espacio pierde importancia para dar prioridad al tiempo comprimido en el traslado; de modo similar ocurre con la transferencia de datos a través de internet, pues el ancho de banda permite comprimir archivos cada vez más grandes en menor tiempo.

Así, medido en función del tiempo que se tarda en cubrir la distancia de, digamos, Londres a Nueva York, el espacio se ha encogido desde la edad preindustrial de los barcos de vela hasta los tiempos de los aviones a reacción a menos de 1/60 de su dimensión original, es decir, de alrededor de tres semanas a unas ocho horas.[5]

Otra forma de separación del espacio se presenta en la ubicuidad cuando, con el uso de las nuevas tecnologías, una persona que se encuentra espacialmente en un lugar, está mental o espiritualmente en otro; asimismo, cuando se habla por teléfono o se comparten imágenes o pensamientos a través de las redes sociales, el tiempo, en este caso, aísla al individuo desincronizándolo de su aquí y ahora. El espacio mismo que ocupan los mensajes se ha transformado radicalmente: los pergaminos, papiros, cartas o cintas se almacenaban y conservaban en espacios, si bien cada vez más compactos, físicos al fin de cuentas; ahora, la era digital espacializa los mensajes y los envía a una dimensión diferente a la nuestra, una en el eterno aquí y ahora y que puede parecer frágil, pues es tan fácil reproducir los archivos digitales como perderlos.

Por un lado, nuestra capacidad para recorrer grandes distancias a velocidades crecientes altera nuestra percepción del tiempo y el espacio [...] Como resultado de la aceleración, la preponderancia antropológica del espacio sobre el tiempo se invierte y, en última instancia, se reemplaza por el dominio del tiempo. Además, los horizontes fenomenológicos del pasado, presente y futuro, y por ende del yo y su relación con el mundo social.[6]

Presente, pasado y futuro no son únicamente nociones temporales, sino también espaciales, o mejor dicho, espaciotemporales, pues ocupan ambas dimensiones.

Respecto a la producción de objetos, podemos considerar un paso de la artesanía hacia la manufactura como un proceso de aceleración de un tipo de producto: cuando un artesano realiza un trabajo de alfarería y no se encuentra satisfecho con el resultado, es capaz de regresar y repetirlo nuevamente hasta cumplir con su expectativa; sin embargo, cuando una máquina pre-programada tiene algún tipo de fallo en la realización del producto, todo el lote reproducido bajo esa regla tendrá el mismo desperfecto.

En el siglo xxi, es constante la necesidad de regresar automóviles para corregir problemas de producción; en ese sentido parece claro que, independientemente del producto del que se trate, la calidad es enemiga de la cantidad o bien, la calidad es enemiga de la aceleración.

En 1750, una marca de pianos producía quizás veinte instrumentos por año. Gracias a la producción mecánica de marcos metálicos. Broadwood de Londres fabricaba cuatrocientos pianos al año en 1802 y mil quinientos en 1825. ‘Los precios se hundieron, se dispararon’, alcanzando una brillante frecuencia de 435. Mozart y Beethoven estaban enojados porque sus piezas se colocaron más rápido de lo que habían previsto.[7]

Cuando observamos los tres factores a largo plazo podemos comprender ya no los efectos, sino las consecuencias de la aceleración tecnológica que conducirán a la segunda categoría de aceleración.

Aceleración del cambio social

La aceleración del cambio social se refiere a los cambios constantes en las actitudes, modas y estilos de vida de las relaciones sociales. El tiempo que transcurre entre fenómenos del mismo tipo es cada vez menor; por ejemplo, entre la aparición del ser humano y el lenguaje, el lenguaje y la escritura, la escritura y la imprenta, la imprenta y la radio, entre la radio y la televisión, etcétera.

La diferencia también se puede ilustrar con un ejemplo de la difusión de la innovación de la historia: el periodo desde la invención de la radio a fines del siglo xix hasta su distribución a 50 millones de oyentes duró 38 años; la televisión, introducida un cuarto de siglo después, sólo necesitó 13 años para lograrlo, mientras que internet pasó de la primera a la conexión número 50 millones en apenas 4 [...] La invención de la máquina de escribir en 1714 para su difusión exitosa a través de la comercialización duró 174 años, para invenciones como el congelador y la aspiradora a principios del siglo xx, alrededor de 30-40 años, para nuevas tecnologías como el reproductor de CD o la grabadora de video, en contraste, sólo una década hasta su difusión masiva.[8]

En otras palabras, el cambio social se refiere a la transformación de la vida cotidiana a lo largo del tiempo; los comportamientos, hábitos, convivencias, festividades, lenguaje, ritos que siempre se han modificado en la historia de la humanidad, se aceleran de modo fehaciente conforme avanza la civilización, particularmente desde la Revolución Industrial, como ya hemos revisado.

En los pasados siglos, la conexión entre el presente, el pasado y el futuro se mostraba más estable que en la actualidad. En el siglo xviii, era frecuente que los hijos se dedicaran al mismo oficio que los padres, la familia solía permanecer en la misma casa durante prácticamente toda su vida y sus miembros profesaban las misma religión o creencia; en el xxi, estas conexiones temporales se han modificado en gran medida por la preponderancia del tiempo y la separación del espacio. De esta manera, los hijos no siempre continuarán el oficio de los padres, se mudarán muchas veces de casa e, incluso, de ciudad o país; además, podrían profesar diferentes creencias religiosas respecto a los padres o los hermanos. Así, alguien que empieza su carrera en Microsoft no tiene la menor idea sobre dónde la concluirá, pero alguien que en el pasado la hubiera iniciado en Ford o Renault estaría prácticamente seguro de que la terminaría en el mismo lugar.

“El pasado se define como lo que no se puede mantener y ya no es válido mientras que el futuro denota lo que todavía no se puede asir y no es aún valido. El presente, es el lapso en el cual los horizontes de la experiencia y de las expectativas coinciden”.[9] Medir el cambio social de una población es un problema empírico que no se ha podido resolver, no hay una rúbrica o una herramienta de medición del cambio social. Esta situación se complica aún más por el hecho de que no hay consenso en las ciencias de esta área sobre qué constituye indicadores válidos de cambio social. Lo único que podemos observar son mediciones respecto a cambios a largo plazo en algunas variables, por ejemplo, las tasas de crecimiento en divorcios o segundos matrimonios, el número de horas de trabajo y las tasas de permanencia o circulación de personal, entre otras.

La idea subyacente es que la misma velocidad del cambio está cambiando. Esto significa que las actitudes y valores, además de las modas y los estilos de vida, las relaciones y las obligaciones sociales, además de los grupos, clases, entornos, lenguajes sociales, formas de práctica y hábitos, están cambiando con rapidez cada vez mayor.[10]

Siguiendo a Herman Lübbe, Hartmut Rosa explica que las sociedades occidentales experimentan una constante “contracción del presente” [Gegenwartsschrumpfung] como consecuencia de la aceleración social. Esta noción busca explorar una definición de la aceleración del cambio social, desde la filosofía de Kant hasta el análisis social de Émile Durkheim, el espacio y el tiempo son formas fundamentales y constitutivas tanto de la realidad que nos rodea como del entendimiento que tenemos sobre esa realidad. Las acciones que se llevan a cabo en la realidad de la vida cotidiana requieren un tiempo para realizarse y un lugar/espacio para desenvolverse. Por ejemplo, un carpintero fabrica una silla en su taller y necesita algunas horas de elaboración para conjuntar las partes que la constituyen; asimismo, la fábrica de muebles, que también exige un espacio físico para su producción, tardará algunos minutos para cortar y unir las piezas que requiere la silla para ser construida. La diferencia entre ambas producciones es espacial y temporal, pues los espacios y tiempos que requieren la fabricación de ambos artículos, en el taller y en la fábrica, son completamente distintos.

La contracción del presente se explica, de acuerdo con Herman Lübbe, cuando las sociedades modernas incrementan el valor de la obsolescencia[11] en su producción o comunicación, o bien, al comprimirse los tiempos de las innovaciones tecnológicas. Se pueden encontrar casos relacionados en el desarrollo de la aviación a principios del siglo xx, antes de la primera Guerra Mundial, cuando el sueño de volar condujo a los innovadores a desarrollar aviones cada vez más veloces y capaces de elevarse cada vez a mayor altura, como testimonia Ernst Heinkel en sus memorias; otro caso es el del desarrollo de los teléfonos inteligentes del siglo xxi con el lanzamiento anual de nuevos modelos, incluso hasta dos veces por año, y la obsolescencia de dichos productos evidenciada en garantías de dos años, de manera que se obliga a los consumidores a cambiar su dispositivo cada vez en menor tiempo (a pesar de que la tecnología con la que está diseñada sea más nueva).

Por lo tanto, la aceleración del cambio social se puede definir como un aumento de la disminución de la tasa de las experiencias y expectativas orientadas hacia la acción y como una contracción de los periodos de tiempo que determinan el presente de las esferas funcional, de valor y de acción respectivas. El presente se contrae tanto en la política como en la economía, la ciencia y el arte, tanto en las relaciones laborales como en los arreglos familiares, y tanto en la moral como en las orientaciones prácticas cotidianas.[12]

Una de las principales críticas que ha recibido la teoría de la aceleración social consiste en la dificultad de confirmar que existe como tal una aceleración, pues no deja de ser la observación a partir de una serie de fenómenos que parecen inconexos entre sí. En ese sentido, no se puede confirmar empíricamente la aceleración a menos que se pueda demostrar que las fuerzas del movimiento, objetiva y subjetivamente, superan sistemáticamente las fuerzas de inercia social, entendiendo por inercia la regularidad de estos movimientos objetivos y subjetivos. Acorde con Rosa, “el veredicto de que la sociedad moderna es una sociedad en aceleración sólo puede justificarse si se puede demostrar que en la modernidad las fuerzas del movimiento superan sistemáticamente las fuerzas de la inercia”.[13]

Tanto la aceleración tecnológica como la del cambio social son categorías objetivas que pueden demostrarse de alguna manera; la única categoría subjetiva, y por ese motivo más complejo de demostrar, es la aceleración del ritmo de la vida. Desde nuestra perspectiva, esta categoría es la más importante de analizar, pues afecta directamente a la persona en sus dinámicas sociales y existenciales.

Aceleración del ritmo de la vida

La aceleración del ritmo de la vida se refiere a la compresión de las actividades y acciones en la vida cotidiana. Resulta paradójico que, a pesar del aumento del “tiempo libre” gracias a la aceleración tecnológica, el tiempo se vuelve más escaso, lo cual repercute en el ritmo de la vida; por ejemplo, se ahorra tiempo por ingesta de comida rápida, pero nunca hay tiempo para comer. “La aceleración del ritmo de vida (social) […] puede ser definida como un incremento del número de episodios de acción o experiencia por unidad de tiempo; es decir, es la consecuencia del deseo o necesidad sentida de hacer más cosas en menos tiempo”.[14]

También resulta profundamente paradójico que, a pesar de que las herramientas tecnológicas permiten ahorrar tiempo acelerando procesos, en las ciudades modernas, el ser humano no tiene tiempo para nada; o mejor dicho, en realidad no tiene tiempo ni para sí mismo. Así, cuando el tiempo debiera volverse abundante, escasea y de esta paradoja surge la noción de ritmo de la vida y la necesidad de medirlo.

Subjetivamente hablando, el ritmo de vida refiere a los efectos de la experiencia individual del tiempo. Objetivamente, a la medición de acciones cotidianas concretas como comer, dormir, jugar, conversar, entre otras, cuya tendencia muestra un incremento de actividades y una disminución del tiempo dedicado a ellas; asimismo, apunta a la compresión de acciones y experiencias en intervalos irregulares de tiempo, por ejemplo, en la realización de tareas simultáneas (multitasking) como cocinar y ver televisión, o manejar y hablar por teléfono. Aceleración implica que hacemos más cosas en menos tiempo.

Objetivamente, cuando la tasa de crecimiento de actividades rebasa las tasas de aceleración, el tiempo se torna escaso de cara a la aceleración tecnológica.

Por lo tanto, las investigaciones de los años sesenta y setenta indican que el tiempo que se pasa en casa, sorprendentemente, tiende a aumentar en lugar de disminuir con la cantidad de electrodomésticos. De acuerdo con un extenso estudio estadounidense sobre el uso del tiempo realizado en 1975 en el que participaron 2046 encuestados, los propietarios de lavavajillas pasaron un promedio de un minuto y los propietarios de lavanderías cuatro minutos más en casa cada día que los adultos sin estos aparatos, y la aspiradora ahorró sólo un minuto. El tiempo asignado para el transporte parece ser invariante en relación con la velocidad de movimiento.[15]

En el terreno de la subjetividad es mucho más complejo medir y analizar el ritmo de vida, sin embargo, parece haber una conexión substancial entre el tiempo y el espacio. Cuanto más aquí y ahora pueda estar la persona, habrá mayor sincronía, y a mayor sincronía menor aceleración del ritmo de la vida; en contraste, entre más asincronía mayor aceleración del ritmo de la vida. Si la aceleración social produce, como hemos visto, una separación del espacio y una contracción del presente, podemos afirmar que la aceleración social produce asincronización; es decir, causa una separación entre el tiempo y el espacio subjetivo.

Las consecuencias de esta brecha en la dimensión espaciotemporal son variadas y es necesario estudiarlas para comprender mejor la asincronía propia del siglo xxi. La separación del espacio y la compresión del tiempo alteran los ritmos de la existencia: los viajeros modernos tienen que luchar con horarios, tiempo de trasbordo, congestiones y retrasos, pero no con los obstáculos del espacio.

Asimismo, esta separación del espacio y compresión del tiempo resta significado e importancia a ambos; cuando los medios de transporte reducen el tiempo de traslado resta significado al traslado, es decir, al espacio existente entre los puntos A y B. Tal es el caso de un viaje en avión, pues el cuerpo humano, subjetivamente, sufre el traslado de altitud y latitud en poco tiempo, lo cual provoca un malestar al momento de bajar del avión, no sólo por el clima, sino también por el repentino cambio de un lugar del planeta a otro. Ese malestar, comúnmente un mareo temporal, se experimenta en todos al viajar, aunque en algunas personas sea más acentuado que en otras. Del mismo modo, cuando internet permitió obtener una enorme cantidad de información de forma casi espontánea, restó importancia a la búsqueda de información; o bien, cuando la producción permitió reemplazar fácilmente un objeto de consumo por otro exactamente igual, el artículo perdió valor y ésa es la razón por la que las piezas únicas son más significativas.

La sociedad moderna puede entenderse como una ‘sociedad de aceleración’ en el sentido de que muestra un vínculo estructural y cultural altamente condicionado de ambas formas de aceleración: aceleración técnica y un aumento en el ritmo de vida debido a la escasez crónica de recursos de tiempo, y por lo tanto, también un fuerte vínculo de aceleración y crecimiento. Esto implica que la tasa promedio de crecimiento (definida como el aumento de la cantidad total de cosas producidas, comunicadas, distancias recorridas, etc.) excede la tasa promedio de aceleración.[16]

Un factor fundamental respecto a la noción de ritmo de vida consiste en comprender que el organismo humano puede acostumbrarse, con relativa facilidad, a los cambios asincrónicos de la espaciotemporalidad. Cuando surgieron los primeros trenes, algunas personas pensaban que la velocidad afectaría seriamente al organismo; sin embargo, aunque es verdad que existen afectaciones preliminares en el uso de las nuevas tecnologías, el rumor fue desmentido y ese medio de transporte es parte de la vida cotidiana desde el comienzo de la Revolución Industrial. Una variable derivada de este factor se observa en la conciencia o inconsciencia de esta asincronía, pues todos los organismos se acostumbran al nuevo ritmo de vida, pero no todos están conscientes ni de su aceleración ni su asincronización.

El aumento del ritmo de la vida a través de un aumento de episodios de acción y/o experiencia por unidad de tiempo que se vincula con una escasez de recursos temporales y la ‘falta de tiempo’ resultante constituye una tercera categoría independiente de aceleración social en la sociedad moderna.[17]

Al comienzo de este libro señalamos que una de las preocupaciones fundamentales para Hartmut Rosa es comprender las implicaciones de una buena vida; pues bien, la comprensión de la aceleración del ritmo de la vida es un factor imprescindible para intentar dar respuesta a esa interrogante. Ambas nociones, buena vida y ritmo de vida, son subjetivas y problemáticas; sin embargo, una persona podría responder en un estudio si su vida personal cumple con la expectativa de estas nociones.

Para los sujetos acostumbrados a la aceleración social, pero conscientes de su existencia, la pregunta fundamental gira en torno al sentido de la vida misma: “¿Cómo quiero pasar mi vida? Es quizás la pregunta ética más fundamental a la que nos enfrentamos [...] Sin embargo, el problema más restrictivo de una sociedad hiperacelerada es que socava la autonomía individual y colectiva”.[18]

El problema radica en la respuesta que un individuo puede dar a la pregunta sobre las cosas que desea hacer en su vida. A diferencia de los siglos anteriores, el hiper-acelerado siglo xxi ofrece un sinnúmero de actividades que se pueden hacer, cada vez hay mayor posibilidad de realizar un mayor número de acciones por unidad de tiempo que la que tenían generaciones anteriores; ahora lanzarse de un paracaídas o viajar a lugares lejanos es menos difícil, razón por la cual una persona puede multiplicar ad infinitum el número de posibilidades en su lista de “cosas que debo hacer antes de morir”. El incremento en la oferta de experiencias funda las condiciones de posibilidad de la aceleración del ritmo de la vida.

El ritmo de vida debe entenderse como resultado de la escasez de recursos de tiempo, lo que significa que el aumento de la cantidad de acciones supera la mejora técnica de la velocidad de rendimiento. Ansiedad por ‘no mantenerse al día’. La aceleración y condensación de los episodios de acción representan una reacción obvia a estas percepciones.[19]

Sólo el incremento de las acciones por unidad de tiempo puede satisfacer la noción de aceleración social: “La experiencia de una aceleración del ritmo de la vida en la modernidad abarca tanto un aumento de la velocidad de acción como una alteración estructural inducida de la experiencia del tiempo en la vida cotidiana”.[20] En ese sentido, podemos afirmar que la multiplicación de opciones es una de las causas principales de la aceleración del ritmo de vida.

Internet, como herramienta tecnológica, es uno de los aceleradores más importantes del siglo xxi, no únicamente porque su funcionalidad es cada vez más veloz (cantidad de gigabytes descargables por minuto), sino por permitir el multitasking, de modo que hace habitual consultar gran cantidad de información simultáneamente, además de multiplicar el número de opciones y actividades por unidad de tiempo.

Si se desea evitar un ritmo de vida acelerado, es indispensable que las personas recuperen la sincronización de la espaciotemporalidad respecto a la realidad de su vida cotidiana; en otras palabras, se debe buscar vivir aquí y ahora buscando llevar a cabo las actividades completas del día a día en el tiempo apropiado para cada una de ellas.

Las tres categorías de aceleración funcionan de manera sistémica y son interdependientes, ya que la aceleración de la primera causa la aceleración de las otras de forma sucesiva e incontrolable, pues el modo de vida occidental, orientado al trabajo como centro de actividad y al consumo como contrapeso, termina por producir un círculo co-dependiente. Dicho de otra manera, el tiempo de trabajo figura como un factor crucial de la producción, y en consecuencia, el círculo de producción, distribución y consumo se acelera constantemente.

En palabras de Edgar Morin, el mundo contemporáneo funciona como un sistema abierto cuyas consecuencias afectan ontológica y epistémicamente del mismo modo que objetiva y subjetivamente. En un sistema abierto, las leyes de organización de lo viviente son desequilibrantes (entrópicas), porque la relación de las variables que intervienen en él compensan o descompensan para permitir la continuidad de la vida; por eso debemos reconocer que el sistema viviente debe comprenderse tanto en relación con el ambiente como consigo mismo: “El sistema no puede ser comprendido más que incluyendo en sí al ambiente, que le es a la vez íntimo y extraño y es parte de sí mismo siendo, al mismo tiempo, exterior”.[21]

Cuando un sistema en relación con el ambiente modifica su estructura, decimos que es autopoiético; es decir, puede constituirse a sí mismo a partir de las relaciones que el sistema establece consigo mismo y con el ambiente, tal y como ocurre con el organismo humano. En ese orden de ideas, el círculo de aceleración planteado por Hartmut Rosa funciona como un sistema autopoiético que se mueve a sí mismo: “Dentro de su círculo, la aceleración siempre e inevitablemente produce más aceleración: se convierte en un ‘sistema de retroalimentación’ que se auto-refuerza”.[22]

Debido a esta inercia en el círculo de aceleración, decimos que la aceleración es una característica definitoria de la modernización; sin embargo, dicho círculo requiere motores para que el sistema se active y pueda auto-producirse. Es por esto que en la teoría de la aceleración social de Hartmut Rosa existen tres motores principales, como veremos a continuación.

[1] Hartmut Rosa, High-speed Society…, p. 81. “Many things slow down (traffic). Athletes seem to be running and swimming faster and faster, Computers compute at ever-higher speeds, transport and Communications need only a fraction of the time they took a Century ago, people appear to sleep less and less (some scientists have found that the average sleeping time has decrease by two hours since the nineteen century and by thirty minutes since the 1970´s)”.

[2] Hartmut Rosa, Social Acceleration…, p. 64. “Goods, human beings, energy, money and information should change their locations with increasing frequency in order to circulate in a comprehensive sense, both economically and culturally”.

[3] Hartmut Rosa, High-speed Society…., p. 81. “This two specifications of the concept of acceleration still do not cover all the relevant phenomena: the attempt to save time through fast food, speed dating, power naps, or multitasking, i.e., by shorting or condensing episodes of action, represent a reaction to a scarcity of time that can be classified under the heading neither of acceleration social change nor of technical acceleration”.

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