Kitabı oku: «San José, la personificación del Padre», sayfa 3

Yazı tipi:

4. ¿Había amor entre José y María?

Otros preguntan: dada la singularidad de la relación existente en­tre José y María, ¿habría realmente amor entre ellos? Daremos una respuesta más detallada en el capítulo siguiente. Aquí nos con­tentaremos con la reflexión de un filósofo católico, de los más renom­brados del siglo XX, Jean Guitton. En su libro La Vierge Marie reflexiona de manera tan convincente que nos ahorra muchas pala­bras:

En general nos hacen creer que María no amó a José realmente. Mds bien encontró en él un protector, una especie de sombra que encubría a los ojos de los otros lo que estaba sucediendo en su seno. De manera seme­jante también nos hacen creer que José amaba a María como un patriar­ca ama una criatura que le ha sido confiada. Si así fuere efectivamente el amor no habría tenido lugar en la vida de ellos. Pero preguntamos: ¿por qué razón no habría amado José? ¿Por qué no habría correspondido al amor de María? ¿No habría sentido también él la necesidad de cariño, en las tardes tranquilas, al volver cansado del trabajo? ¿No respondió al amor con amor? Sí, José experimentó el amor en una forma absoluta­mente inexpresable, faerte como los torrentes de las montañas, tranquilo y suave como un lago sereno y con el frescor del agua de una fuente cristafina. El amor del hombre se amolda al amor de la mujer, que, como há­bil educadora, le modera el impulso para que se transforme en cuidado y ternura, que lo hace capaz de recibir y dar. El amor de María y de José en la casa de Nazaret es semejante al amor de Adán y Eva en el paraíso terrenal, antes de la caída. En un momento, en la primera mañana del mundo, surgió el amor entre Adán y Eva. Así ocurrió también entre José y María3.

Ellos se veían como criaturas humanas y no como semidioses. Todo lo que es realmente humano, como el amor, el afecto y la ter­nura, podía aflorar en ellos. Podemos imaginar sus diálogos acerca del misterio que estaba ocurriendo en María. Y la curiosidad: ¿qué va a pasar con el niño? ¿Cómo será él la "alegría para todo el pueblo" o el ''signo de contradicción? (Lc 2, 34). ¿Qué quiere decir que será Emma­nuel ("Dios con nosotros") y Jesús ("Dios que salva!)? Y se llenaban de respeto mutuo, al sentirse implicados en una historia que ellos no habían inventado ni estaban en condiciones de controlar y, sin em­bargo, acogían con unción y reverencia, aunque sin entender todos los detalles; lo que, según el evangelista san Lucas (cf 2, 51), les servía de reflexión y meditación.

La virginidad perpetua de María depende de la aceptación y del apoyo de José. Eso no significa que no hubiese cariño e intimidad en­tre los dos. El cardenal León- Joseph Suenens, una de las figuras cen­trales del Concilio Vaticano II (1962-1965) y eminente teólogo, dice tal vez con un pequeño acento de exaltación:

En el corazón de esta familia de Nazaret existe una mujer, María, y su esposo, José. Su unión realiza la plenitud del amor terreno. María amó a José como tal vez ninguna otra mujer haya amado. José era para ella una permanente alegría. Ambos se aman plenamente y en perfecta sinto­nía con el llamamiento que habían recibido. La renuncia a tener hijos, además de Jesús, no representa ningún obstáculo para el amor, al contra­rio, lo eleva y fortalece. María alcanzó solamente con José, su esposo, la plena intimidad. José vio en María sólo una criatura humana y como tal la acogió. Con ella conoció una intimidad sin precedentes, la intimi­dad del amor que es tan grande como el mundo4.

Pero seamos realistas: las tensiones, los pequeños disgustos en la lucha cotidiana y en el desarrollo de la confianza, son propios de la condición humana. Así debe haber ocurrido en las relaciones de José y María. Si no, ¿cómo se hubiera profundizado su unión? ¿Cómo se hubieran fortalecido sus virtudes? Las limitaciones de la fragilidad humana son ocasiones de purificación y maduración.

Nuestra cultura dominante, envenenada por un erotismo exacer­bado y comercial, difícilmente entiende las afirmaciones que hicimos acerca del amor entre José y María. Ha reducido el amor y sus múlti­ples formas de realización. Asocia tan estrechamente amor y sexuali­dad-genitalidad que se ha hecho incapaz de entender un amor que vaya más allá de esa forma de expresarse. Eso no sólo con respecto a José y a María, sino también con respecto a parejas de ancianos o per­sonas que se unen profundamente en un nivel espiritual. Y así no en­tiende o mal entiende el amor entre dos personas de excepcional grandeza humana y ética como María y José.

De cualquier modo, podemos imaginar la fuerza y la dulzura, la ternura y el vigor que mostraba el papá José a Jesús, su hijo. José, como todo papá toma tiernamente a su hijo, lo levanta hasta su ros­tro, lo llena de besos, le dice palabras dulces, lo arrulla con movi­mientos suaves. Cuando ya ha crecido lo carga en sus espaldas, juega con él en el suelo; como carpintero le hace juguetes de madera, carri­tos, ovejitas, vaquitas, bueyes. Todo adolescente necesita un modelo con quien compararse, en quien sentir firmeza y seguridad, experi­mentar sus limitaciones y capacidades y, al mismo tiempo, dulzura y ternura. José asumió la función psíquica de Edipo que acoge e impo­ne límites, que tiene sentido de autoridad y obliga a madurar.

5. ¿Tiene sentido un matrimonio entre María y José?

Otros preguntan y argumentan: si María era virgen y concibió por acción del Espíritu Santo, ¿por qué no siguió viviendo sola y virgen? ¿Por qué tenía que casarse con José?

Este tema ha sido tratado detalladamente en la tradición y en la teología5. No es necesario proponer aquí los argumentos de esa dis­cusión. Sólo nos referiremos a tres que nos parecen relevantes todavía hoy.

En primer lugar, se trataba de salvar la honra de María, tema trata­do por los dos evangelistas, Lucas y Mateo. Una novia virgen que aparecía encinta causaba problemas a las familias y al novio. La ley preveía el libellus repudii, es decir, el proceso de culpabilidad y de pu­nición mediante el repudio de la mujer. José se manifiesta justo, hon­rado y lleno de sentido del misterio al casarse con María y recibirla, consecuentemente, en su casa. Se salva también la reputación futura de Jesús, que podría ser, como fue, acusado de hijo ilegítimo, fruto de fornicación.

En segundo lugar, Jesús debía tener una vida absolutamente nor­mal, como cualquier hijo de su tiempo, insertado en una familia, re­lacionado con los parientes, primos, primas y abuelos, creciendo y madurando ante las demás personas y delante de Dios. La doctrina de la encarnación no postula ningún milagro ni nada excepcional en la vida de Jesús. Por eso, sabiamente, la Iglesia de los primordios se distanció de los apócrifos, que llenan la vida de Jesús de milagros y de cosas maravillosas y hasta indignas del sentido común. Por la doctri­na de la encarnación sólo se afirma que todo lo que es humano, con las ambigüedades que la existencia humana comporta, siempre con­tradictoria y limitada -los evangelios llaman a eso carne- ha sido apropiado por Dios, de forma tan profunda y tan íntima que nos es lícito decir que Dios lloró, Dios mamó, se decepcionó, se alegró, amó y, finalmente, murió en la cruz.

Además, hoy sabemos científicamente lo que la humanidad siem­pre supo intuitivamente: un niño sólo se desarrolla adecuadamente en el seno de una familia regular. Allí está lo femenino y lo masculi­no, el amor y la norma, el deseo ilimitado y el límite de la realidad, existe el cuidado y el trabajo, la oración y la lucha cotidiana por la vida. El niño, el adolescente y el joven Jesús se tuvo que enfrentar a todas esas diferencias para crecer normalmente. Que su proceso de individuación se realizó bien, lo muestra su vida tal como es narrada por los cuatro evangelistas. Jesús es alguien que integró perfectamen­te lo masculino y lo femenino: en él hay vigor y valor para afirmar su propuesta y, al mismo tiempo, ternura y amor para las personas que encuentra. Llamaba a su padre José "papito querido" (Abbá), porque así lo sentía en verdad. La psicología enseña que la experiencia con el padre y con la madre es el punto de partida para una buena experien­cia de Dios. Basado en su experiencia familiar, Jesús llamaba a Dios "mi querido papito" (Abbá) y lo podía describir con tales característi­cas que lo revelaba como Madre, llena de misericordia. Es, pues, un Padre maternal y una Madre paternal.

En tercer lugar, en fin, hay una razón estrictamente teológica, so­lamente accesible por la fe. Era importante que María se casara con José para constituir una familia que sirviese de base para que la Fami­lia divina del Padre, Hijo y Espíritu Santo pudiese entrar en la Fami­lia humana de Jesús, María y José y revelarse así como él mismo es en su intimidad y esencia. Era importante que esa plataforma fuese ple­namente humana y, al mismo tiempo, fuese iniciativa divina. De ahí que sea significativo que la concepción de Jesús fuese virginal. Es de una mujer de nuestra estirpe, preparada por el largo proceso de evolución ya en curso desde hace quince mil millones de años y de hominización hace cerca de ocho millones de años. Es de una vir­gen que no conoce varón, grávida del Verbo por el Espíritu. El Espí­ritu comienza por medio de ella una nueva creación. Es el lado divino del proceso. Aquí tenemos lo humano y lo divino juntos en plenitud.

Pero maría es una mujer sola. No es familia, pero puede ser uno de los tres pilares de la familia. Convenía que la familia divina encontra­se una familia humana, previamente constituida. Por eso fue novia y luego esposa de José. Nace el niño. Y así tenemos la familia constitui­da, plena, perfectamente humana y plenamente divina: Jesús, María y José.

Según nuestro entender, el Espíritu se personaliza en María desde el momento en que ella dice "sí" al ángel. A partir de entonces, el Verbo comienza a adquirir forma humana en su seno. Se encarna en Jesús. Y el Padre, que impulsó todo, viene y encuentra su base de per­sonalización en el novio y padre, José. La Familia divina entera des­ciende y entra en la historia. La familia humana acoge esa llegada silenciosa y humilde de la Familia divina en la familia humana.

El mundo se transfigura. Alcanza una plenitud intransferible. Dios tal como es, comunión de personas, Familia divina, sale de su misteriosidad y entra en la facticidad histórica humana. Dios-Trini­dad-Familia se hace Dios-comunión de personas y familia humana. Se cierra la historia. Ahora sólo queda esperar la manifestación final de lo que eso significa: la entronización del universo, de la historia, de la familia humana, de cada familia y de cada persona en el Reino de la Trinidad y de la Familia divina.

Éste es el sentido final de José en el designio del Misterio. Ahora puede comenzar una verdadera teología de José, el esposo, el padre, el artesano y el educador. Ahora la josefología es plenamente teología, es decir, discurso sobre Dios y sobre José a partir de Dios y a la luz de Dios.

1 Véanse las pertinentes reflexiones de la reconocida psicoanalista Frarn;:oise Dol­ to, en el capítulo "La Sainte Famille", en L 'évangile au risque de la psychanalyse, París, Jean-Pierre Delarge, Presses Universitaires, 1977.

2 Véase J. Ephraím,]oseph, un pere pour le nouveau millénaire, Nouan-le- Fuse­ lier, Éditions des Béatitudes, 1996, p. 136. Sugiere que José debería tener unos treinta años, cuando Jesús visitó el Templo; lo que nos permitiría deducir que se casó con María cuando tenía cerca de los 18 años.

3 J. Guitton, La Vierge Marie, Aubier, Paris, 1949, pp. 32-4, y muchas ediciones posteriores.

4 L. J. Suenens, "Saint Joseph et le renouveau familia!", en L'Église en marche (11 de mar. 1962). Véanse esos testimonios en R. Gauthier, "Der heilige Joseph in der Heilsgeschichte", en]osefitudien, Kirche heute, 2 mar. 1994, pp. 2-7.

5 Véase, por ejemplo, la amplia discusión sobre este tema en Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica IIL q. 29. a. l.

III
SAN JOSÉ EN LA HISTORIA: ARTESANO, PADRE, ESPOSO Y EDUCADOR

Queremos ser coherentes con las opciones teóricas que nos hemos pro­puesto al abordar la figura de san José. Importa no aislarlo nunca del conjunto de las relaciones en las que concretamente hizo su vida, en la familia, con María y con Jesús, y con las Personas divinas que se ocul­tan en esa familia. De este modo no falsificamos su figura, sino, al con­trario, rescatamos su relevancia, especialmente el aspecto silencioso y anónimo de su vida cotidiana, común a todas las familias.

En los evangelios, es verdad, no hay ningún discurso exclusivo so­bre José, como lo hay sobre Isabel, sobre Juan Bautista y sobre el mis­mo Jesús. José siempre aparece en el contexto familiar, pues allí, como esposo y padre, tiene su lugar natural. No se nos transmite nin­guna palabra suya, solamente sueños; ningún dato, ni de su naci­miento ni de su muerte. Cuando Jesús comenzó su vida pública, a la edad de más o menos treinta años (cf Lc 3, 23), presumiblemente José ya había fallecido. Sólo los apócrifos, como veremos más adelan­te, hablan de su vida y nos proporcionan detalles minuciosos y, a ve­ces, fantásticos sobre su muerte.

l. José, el artesano carpintero

En primer lugar, José no viene del mundo de las letras (escribas) ni de las leyes (fariseos), tampoco de la burocracia estatal (cobradores de impuestos y saduceos) o de la clase sacerdotal o levítica del Templo. No pertenece a ninguno de los grupos de judíos piadosos, de los que había muchos en su tiempo (esenios, zelotes, fariseos). José es un hombre del interior, de la pequeña población de Nazaret, tan minús­cula que ni siquiera es nombrada en todo el Primer Testamento.

Tiene una profesión: es un constructor artesano (tékton, en grie­go; naggar, en hebreo;faber, en latín), nombre genérico que designa a las personas que trabajan la madera (faber lignarius), la piedra (faber murarius), y el fierro (faberferrarius).

Fuentes de la época1 dan cuenta de que el constructor era funda­mentalmente un carpintero que hacía casas, tejados, yugos, mue­bles, ruedas, estantes, bancos, carretas, remos y mástiles; pero sabía también trabajar la piedra construyendo casas, muros, sepulturas y terrazas, y manejaba el hierro para hacer azadones, palas, clavos y re­jas.

El constructor-carpintero-artesano normalmente tenía su taller en el patio de la casa. Allí están las maderas piladas, el serrucho, el ha­cha, el martillo, los clavos, las cuñas, la plomada, la escuadra, el rollo de bramante. Jesús se inició en la vida profesional en el taller de su pa­ dre. Es conocido como "el hijo del carpintero"(Mt 13, 55) y, simple­mente, como "el carpintero"(Mt 6, 3).

Probablemente José y Jesús trabajaban también fuera. Se sabe que Herodes mandó reconstruir la ciudad de Séforis, cerca de Nazaret, al­macén de armas que había sido incendiada y destruida por el pueblo. Todos los artesanos de la zona fueron requisados (cf Mt 20, 1-6). No hay razón para no imaginar a José y a Jesús comprometidos en aque­llos trabajos de gran envergadura.

Además nadie vivía de una sola profesión. Normalmente todos te­ nían alguna relación con el trabajo en el campo, tanto con el cultivo de frutas y legumbres, como con el pastoreo de cabras, ovejas y gana­do. Con él se proveía a las necesidades básicas de la casa. Galilea tiene todavía hoy tierras de las más fértiles del mundo. Allí se dan muy bien las manzanas, las peras, las uvas, las almendras, las ciruelas, las nueces y las moras silvestres. Abundan legumbres, como las lentejas, las ha­bas, las cebollas y el ajo. Se conocen las calabazas, las berenjenas, los pepinos, los melones, los pimientos, además de las verduras como el perejil, la achicoria y la lechuga, o las hierbas de olor como el comino, el orégano, el azafrán y el anís.

En este universo de trabajo, de las manos callosas, del sudor en el rostro, de las fatigas cotidianas y del silencio se desarrolló la vida anó­nima del trabajador José. Bien dice la exhortación apostólica Re­ demptoris custos, de Juan Pablo II: "En el crecimiento humano de Jesús 'en sabiduría, en estatura y en gracia' tuvo una parte notable la virtud de la laboriosidad, dado que 'el trabajo es un bien del hombre', que 'transforma la naturaleza' y hace al hombre, 'en cierto sentido, más hombre".

2. José, esposo de María

Una de las pocas cosas seguras que los evangelistas nos dicen de José es que era el hombre de María (Mt 1, 16.18.20.24; Lc 1, 27; 2, 5), su único esposo2. Pero antes de ser su esposo, de acuerdo con la praxis judía, fue su novio: ''Maria era prometida de José" (Mt 1,18; Lc 1, 27), aunque el noviazgo tuviese jurídicamente el mismo valor que el matrimonio.

Pero durante el tiempo del noviazgo, "antes de habitar juntos" (Mt 1,18b), es decir, antes de comenzar a vivir bajo el mismo techo y la misma mesa, María quedó embarazada. Esto produjo gran perple­jidad en María y profunda angustia en José. Aclarada la situación por las palabras del ángel (cf Mt 1, 20), se casaron. Los textos hablan entonces de ''José, su marido" (Mt 1, 19) y de María, "su esposa" (Mt 1, 20).

Ya que se trata de una verdadera familia, donde hay marido y mu­jer constituidos por el matrimonio, veamos entonces cómo era una fiesta de matrimonio al estilo judío. Conocemos bien el ritual por la literatura que se ha conservado sobre el asunto y que orientará nues­tra exposición.

La novia debe tener por lo menos once años y el novio trece. Pero solían esperar hasta los 18 años. Los novios no decidían por sí mis­mos casarse, como se acostumbra entre nosotros. En el judaísmo del tiempo de Jesús el matrimonio era un acuerdo entre las familias. La mujer no se casaba, era dada en matrimonio. El padre de José, que se llamaba Jacob, según Mateo (cf 1, 16), o Helí, según Lucas (cf3, 23) – no sabemos con precisión quién fue-, arregló con Joaquín, padre de María, la dote que habría de pagar en ropa y joyas, en utensilios domésticos y, tal vez, también algún patrimonio como garantía para una eventual viudez.

Como en todos los acuerdos sobre valores, siempre hay regateos. El padre del novio trata de disminuir el "precio de la novia" y el padre de ésta procura exaltar las dotes de la mujer, sus virtudes y habilida­ des domésticas.

Acordados los términos, se hizo el compromiso del noviazgo. Éste tiene jurídicamente el mismo valor que el matrimonio. Y los novios se comportan como casados, sólo que no cohabitan maritalmente. El novio debe cuidar de la novia, sustentarla, vestirla y atender a sus ne­cesidades. La cohabitación marital sólo ocurre después de los espon­sales, que duran una semana entera o, en las familias pobres, sólo tres días.

Podemos imaginarnos la atmósfera cargada de misterio y perpleji­dad que el casamiento debió haber significado para José y para María, pues José se casa con una mujer embarazada, cuyo hijo, que lleva en su vientre, no es de él, sino fue concebido por el poder del Espíritu Santo. Posiblemente ese hecho debió haber sido objeto de largas y discretas conversaciones entre María y José. Los parientes, incluso los más cercanos, no participaban de ningún modo de ese misterio, sim­plemente por no estar en condiciones de entenderlo.

La ceremonia del casamiento (nishuin) se guiaba por el siguiente ritual: al frente de un conjunto de instrumentos musicales, el novio, vestido de fiesta, va con amigos suyos a buscar a la novia, para llevarla a su futura casa.

La novia espera en su casa, ricamente vestida, perfumada y rodea­ da por las amigas. Lleva una túnica amplia y blanca, un velo en la ca­beza que le cae hasta los pies, y en éstos unas sandalias doradas. Se juntan los dos grupos, el del novio y el de la novia, y con cánticos y danzas la pareja es conducida a la futura casa.

Llegados a casa, bajo un baldaquino, se realiza el rito de intercam­bio de la promesa nupcial. El ministro que preside la ceremonia le­ vanta una copa de vino y pronuncia la bendición: "¡Bendito eres tú, oh Señor nuestro Dios, Rey del Universo, que nos santificas con tus mandamientos, prescribiéndonos la castidad y el respeto de nuestras novias! Haz que ahora se unan por el vínculo del matrimonio".

Los novios toman de la copa de vino. Enseguida el novio pone el anillo nupcial en el dedo de la novia, y viceversa. El oficial toma en­ tonces en sus manos la segunda copa y recita sobre ella siete bendicio­nes, todas ellas relacionadas con la gracia del matrimonio. Los novios beben también de esta segunda copa. El oficial derrama en el suelo lo que quedó del vino y rompe la copa. El significado es el siguiente: así como una copa quebrada no se puede rehacer, de la misma manera un matrimonio jamás podrá rehacerse; por eso jamás debe romperse y se debe hacer todo para que así sea.

La ceremonia terminaba cantando todos el salmo 45, que es un canto de amor:

"Brotan bellas palabras de mi corazón [. ..].

Eres el mds bello de los hombres,

de tus labios fluye la gracia [. ..].

Escucha, hija mía, mira ypon atención:

olvida a tu pueblo y la casa paterna,

porque el rey se ha enamorado de tu hermosura,

ríndele homenaje, porque él es tu señor':

Comienza entonces la fiesta, con mucha alegría, comida, bebida, especialmente vino, música y danzas que se prolongan hasta bien en­trada la noche. Y así durante siete días y siete noches, para las familias con más posibilidades, o tres, para las familias más pobres. Después todos vuelven a la rutina del trabajo diario con sus preocupaciones.

El evangelista Lucas dice claramente que José, después de haberse casado, viajó de Nazaret, en Galilea (norte de Palestina), a Belén, en Judea (sur de Palestina), para registrarse en el censo que el emperador César Augusto había ordenado en todo el Imperio, junto "con María, su esposa que estaba encinta"(Lc 2,5; Mt 1, 20). Más adelante discuti­remos esa gravidez de María que tanto perturbó a José y que ocultaba un designio misterioso. Quedémonos por ahora con los datos de él como esposo.

Sabemos de la importancia de las genealogías en la tradición de las familias judías. Era una especie de credencial de identidad de cada persona. Cada uno y cada familia sabía de qué tribu provenía y quié­nes eran sus antepasados. José era de la tribu de David, el rey, profeta, poeta, cantor y guerrero. El origen se determinaba por la línea pater­na. Por eso el evangelista Mateo traza (aunque artificiosamente) la genealogía de Jesús por la línea de José, repitiendo 39 veces el refrán (Abrahán engendró a Jacob, Jacob engendró a Isaac, Isaac engen­ dró...). Cuando llega al punto crucial de decir "José engendró a Je­sús", haciendo un circunloquio, dice: "Jacob engendró a José, esposo de María, de quien nació Jesús, llamado Cristo" (Mt 1, 16).

¿Por qué introdujo esa ruptura? El evangelista se ve obligado a esa inflexión porque para él y para toda la comunidad cristiana de los orí­genes María era y permaneció virgen, aun siendo madre.

Como en una nota al texto, o una añadidura explicativa, adara por qué introdujo esa modificación (cf Mt 1, 18-25). Por dos razo­nes. La primera, para que José impusiese el nombre a Jesús y así ga­rantizara una paternidad aceptable socialmente. Imponer el nombre a alguien es hacerse padre, aun sin serlo biológicamente. Con eso José evitaría las maledicencias de que Jesús era hijo ilegítimo, fruto de un estupro o incluso de un adulterio. La segunda, para garantizar la des­cendencia davídica de Jesús; para la teología de la primera comuni­dad, el Mesías debía salir de entre los descendientes de David. Jesús era creído y anunciado como Mesías; debía, por tanto, garantizar su vinculación con David. Eso lo hizo José, que era del linaje de David, por el hecho de imponer el nombre a Jesús.

A nosotros nos interesa resaltar aquí lo que el evangelista Mateo reconoce: José es esposo de María (cf 1, 16). Más adelante, cuando de­bido a la gravidez de María, José pretende "abandonarla sin provocar escándalo" (1,19), el ángel le asegura: "No tengas recelos de recibir a María, tu esposa" (1.20). Por fin, cuando se aclaró todo, concluye: 'José aceptó a (María) su mujer"(l, 24). Forman, por tanto, una pare­ja: son marido y mujer.

La comunidad cristiana primitiva daba por descontado que María había quedado grávida cuando todavía era virgen y novia. Sobre eso no hay discusión ni en el evangelio de san Mateo ni en el de san Lucas que refieren el hecho. ¿Cómo fue posible esto?

José, al sorprenderla en ese estado, tenía dos opciones, que des­ pués serán bien trabajadas por los apócrifos. La primera era denun­ciarla públicamente como adúltera, conforme a la ley mosaica. Esto exigía un procedimiento jurídico con pruebas y testimonios. A la ver­güenza del hecho seguían los castigos previstos en la ley. La otra, consciente de que él nada tenía que ver en el hecho (por eso estaba perplejo), consistía en alejarse de ella en secreto, dejando que la situa­ción fuera resuelta por los parientes o se resolviera por sí misma.

Pero seguramente José y María tuvieron un diálogo largo y minu­cioso para entender un hecho tan inusitado como misterioso. María seguramente jura inocencia y le cuenta la visita del ángel que le había anunciado: "Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo" (Lc 1, 31). Le asegura que ella misma se perturbó y se llenó de extrañeza: "¿Cómo puede ser esto, si yo no conozco varón?" (Lc 1, 34). Pero el ángel le res­ pondió: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo plan­tará en ti su tienda" (Lc 1, 35).

José podría haber tomado tal historia como una invención de Ma­ría para librarse de la acusación de infidelidad y adulterio. Pero, como san Mateo atestigua, José era un varón justo (cf 1,19); por tan­to, alguien que orientaba su vida según Dios y buscaba siempre el comportamiento correcto. Dio un voto de confianza a María.

Pero quedaba el problema ante los parientes y ante la comunidad.

¿Cómo explicar la gravidez de la novia? En la pequeña villa todos sa­ben todo de todos, y el estado de María no pudo pasar desapercibido. Entonces es cuando José empieza a pensar en abandonar a María se­ cretamente, para no causar escándalo (cf Mt 1, 19). Pero el cielo intervino y el ángel le aconsejó tomar a María como su esposa legítima y llevarla a vivir con él (Mt 1, 24-25).

Socialmente, la situación queda resuelta, pero con un problema para José: podía ser acusado de haber embarazado a María cuando to­davía era novia y virgen. Habría violado la ley del noviazgo de un año. El casamiento se haría a toda prisa, incluso con la pena pública de haber sido un hombre liviano. O bien la versión de María fue asu­mida entonces por todos, y todos, pasmados ante la inusitada y mis­teriosa concepción, quedarían a la expectativa de lo que podría significar el acontecimiento. Como personas religiosas y piadosas pu­dieron haber aceptado humilde y reverentemente los misterios in­sondables de Dios. Pero nosotros no tenemos elementos para decir si esta versión predominó. Va más allá de lo que un judío piadoso podía imaginar y esperar de Dios. En todo caso, José asumió el riesgo y se consideró el esposo de María y el padre de Jesús, su hijo.

No obstante, el rumor de que Jesús podría ser un hijo ilegítimo persistió en algunos círculos. En Marcos (cf 6, 3) aparece una pre­ gunta irónica propuesta por los habitantes de Nazaret, pues nada es­ capa a la mirada escrutadora de los vecinos que notan una gravidez prematura: "¿No es éste el hijo de María?" Eso quería decir: "Éste es el carpintero, cuyo padre ni siquiera conocemos". En Juan 8, 41, los fa­riseos, acusados por Jesús de no ser hijos de Abrahán, le replican insi­ diosamente: ''Nosotros no hemos nacido de fornicación; nosotros no tenemos sino un padre: Dios". Manifiestan así la sospecha de que Jesús pudiera ser hijo de una relación ilícita.

Estos textos evangélicos nos remiten a una antigua tradición judía, según la cual la virginidad de María sería sólo un pretexto para ocultar el origen inconfesable de Jesús. Celso (177-188 d.C.), uno de los intelectuales paganos más grandes del mundo antiguo y férreo enemigo del cristianismo, acusaba a Jesús de haber forjado la versión del nacimiento virginal para ocultar el adulterio de su madre. Dice Celso: "Jesús provino de una villa de Judea, nacido de una mujer del lugar, una miserable que se ganaba la vida fiando [...] y que, acusada de adulterio, fue expulsada de casa por su marido, un carpintero. Se fue y deambuló vergonzosamente hasta que a la sombra de una caba­ ña dio a luz secretamente a Jesús"3.

Celso cita además el nombre del soldado romano, presuntamente padre de Jesús: Panther. Parece un nombre inventado para ser un anagrama de parthenos, que en griego significa "hijo de una virgen". Hijo de la virgen, "hyosparthenou ", dio origen a ''Panther".

Lógicamente, esas elucubraciones son fruto de los adversarios de los cristianos, que intentaban dar su versión de la virginidad de María y de la concepción virginal de Jesús. De todas maneras, remiten a un hecho atestiguado por Lucas y Mateo: Jesús es hijo de una virgen grá­vida por el Espíritu Santo.

Haciendo a un lado estos problemas, se puede plantear la cues­tión: ¿Al vivir juntos como marido y mujer,José y María, ¿no se ama­rían, no "harían el amor"? Responde Clodovis Boff, que estudió esta cuestión:

¿Cómo no? Se aman como ningún otro matrimonio. Pero el amor de ambos está totalmente "absorbido" por el hijo, ese hijo que nació de una manera absolutamente fuera de lo común y cuya vida estaba marcada por un destino misterioso. José y María eran un "matrimonio resuelto':

Así, bajo la imagen social de un matrimonio común, lo que pasaba en lo recóndito de aquel hogar era totalmente anómalo con respecto a los pa­trones culturales del tiempo. Según estos patrones, la mujer está fuerte­mente determinada por su biología: ella es el "útero" (cf Jue 5, 30), es "vaso" (cf 1 Tes 4,4). Su misma virginidad es un bien social e incluso económico. El himen es el sello de la honra femenina. Sin embargo, en el matrimonio de Nazaret todo es al contrario: la mujer actúa como sujeto activo y libre. No es ella la que sirve al marido, sino al contrario: él es el que sirve a “su mujer”4.

Yaş sınırı:
0+
Hacim:
241 s. 2 illüstrasyon
ISBN:
9786076122174
Tercüman:
Yayıncı:
Telif hakkı:
Bookwire
İndirme biçimi:
epub, fb2, fb3, ios.epub, mobi, pdf, txt, zip

Bu kitabı okuyanlar şunları da okudu