Kitabı oku: «San José, la personificación del Padre», sayfa 4
3. José, padre de Jesús
Los evangelios presentan a Jesús como "el hijo de José" (Lc 4, 226), ''hijo de José de Nazaret" Gn 1, 45), "el hijo de José de quien conocemos el padre y la madre" Gn 6, 42), "el hijo del carpintero" (Mt 13, 55), o ''hijo, según se pensaba, de José" (Lc 3, 23).
Sabemos que José no es padre en un sentido estrictamente genético5. Es padre en el sentido semita, padre social (da el nombre, comienza a convivir con María), es padre en el sentido matrimonial y, como veremos después, en un sentido absolutamente singular. De cualquier forma, María y Jesús forman la familia de José.
La cuestión es cómo calificar esa paternidad. Los evangelios no le añaden nada ni le dan algún calificativo. La tradición acuñó varios calificativos, la mayoría inadecuados y algunos hasta malsonantes:
padre espiritual, opuesto a padre carnal, pues Jesús no nace del semen de José. Este título no califica todas las funciones que un padre asume respecto al hijo.
Padre davídico, porque al imponer el nombre a Jesús, lo inserta en el linaje de David, de quien se esperaba viniese el Mesías. Hoy, para nosotros, ese título dice poco, por estar ligado con cierto tipo de teología judaica.
Padre putativo, es decir, padre reputado o supuesto. Es un calificativo totalmente exterior y no sugiere nada sobre la grandiosidad de su misión al lado de y con Jesús y María.
Padre legal: sería el padre jurídico, por convivir con María, su madre. Mediante este título se preservaría a María de falsos juicios y a Jesús de origen espurio. Pero, como el anterior, es también demasiado exterior.
Padre adoptivo: sin ser padre por naturaleza, se puede ser padre adoptando a alguien como hijo. Efectivamente, lo que hace a alguien ser padre no es sólo el acto físico de engendrar, sino sobre todo el compromiso afectivo, psicológico y moral. Este compromiso es lo que confiere valor y dignidad a la paternidad. Éste puede incluso no existir en quien genera físicamente al hijo. Sin ese compromiso el que genera es menos padre que el padre adoptivo. Parece haber sido ésta la actitud de José. Al ponerle el nombre de "Jesús", asume al niño con todo lo que esto implica en cuanto a compromisos y deberes.
Padre matrimonial: la paternidad de José brota de su matrimonio con María, matrimonio verdadero y legítimo. José ejercía con respecto a Jesús todos los deberes y derechos de un padre. Juan Pablo 11, en su carta apostólica Redemptoris custos, dice con acierto que la familia de José "es verdadera familia humana... En ella José es padre: su paternidad, sin embargo, no es sólo 'aparente' o sólo 'sustitutiva'; sino está dotada plenamente de la autenticidad de la paternidad humana, de la autenticidad de la misión en la familia" (n. 21). Este calificativo tal vez sea más objetivo y adecuado.
Padre nutricio es el que nutre y provee a las necesidades vitales del hijo; lo que san José, naturalmente, hizo. Aquí se confunde, sin embargo, una función del padre con la naturaleza más amplia de la paternidad.
Padre funcional: sería un padre meramente exterior a la familia, con la función de cuidar, nutrir y educar, una especie de encargo recibido de Dios.
Padre educativo: nuevamente se restringe la paternidad a la función, aunque importante, de introducir a Jesús en la cultura y en las tradiciones religiosas y espirituales del pueblo.
Padre virginal: aquí se responde a la pregunta sobre la intimidad sexual entre José y María. La tradición que viene desde los tiempos evangélicos atestigua que María fue siempre virgen. Poseía una virginitas uxorata (virginidad de una casada), virginidad singular que le permitía ser virgen y, al mismo tiempo, madre. Tal cosa sólo sería posible como obra divina, es decir, María sería madre no debido al semen físico de José, sino por virtud del Espíritu Santo que le habría preservado la virginidad, lo que habría sido aceptado por José. Por eso se puede decir que José era padre virginal, expresión que seguramente no agradará a mucha gente, que no consigue asociar virginidad con paternidad. Tal vez sería mejor decir padre casto. Importa añadir también que la eventual virginidad de María posterior al parto no depende sólo de su propia opción personal, sino también de la opción de José, que la apoyó y se adhirió al propósito de su esposa. Importa decir que no habría ningún impedimento dogmático si admitiésemos que María y José tuvieron una vida familiar normal, como los demás casados, con relaciones sexuales, con hijos e hijas. El amor conyugal es símbolo de la alianza de amor de Dios con la humanidad y con la Iglesia, como más tarde dirá Pablo en su Carta a los Efesios (cf 5, 29-33). Por lo tanto, una realidad en la que Dios está presente. Sin embargo, ese no fue el camino escogido por Dios, como lo atestiguan los evangelios y toda la comunidad cristiana desde los primordios.
Padre mesidnico, padre de quien fue el Mesías, de origen davídico. Según la profecía de Isaías (cf 7, 14), nacería de una joven doncella y virgen; José, confiriendo su genealogía davídica a Jesús, garantizaría un requisito para el verdadero Mesías. Y María, siendo virgen, garantizaría el otro. Padre mesiánico sería un título adecuado a las exigencias de la cultura judía. Pero sería todavía un título insuficiente, pues Jesús es más que el Mesías, es el Hijo de Dios encarnado en nuestra miseria.
Padre personificado, de acuerdo con nuestro teologúmenon, José, por ser padre (poco importa bajo qué titulo), posibilitó al Padre celestial personificarse en él, asumiendo su realidad concreta, con todas las funciones que la paternidad implica. Fundamentaremos con más detalle, en el cuerpo central de nuestro libro, ésta que es nuestra lectura teológica.
De todas maneras, estamos ante una paternidad singular y única que se pierde en el misterio de Dios. Dios se propone asumir la realidad humana, haciéndola suya. Quiso hacerlo por el camino recorrido por todos los humanos, mediante el encuentro y mediante el amor entre un hombre y una mujer, en una palabra, mediante la familia, pues todos nacemos de un padre y de una madre, normalmente en el seno de una familia. Ocurre que el ser que está siendo concebido y va naciendo no es un ser humano cualquiera. Es alguien que, siendo perfecta y totalmente humano, participa de lo Divino, viene del seno de Dios, es Dios mismo. Aquí hay algo singular. Si el hecho es singu lar, singular será también el camino. Si ese fue el camino escogido por Dios por medio de una mujer virgen, amparada por un esposo que acabó aceptando, después de dudarlo, su lugar en ese camino, no hay por qué no respetarlo reverentemente y preguntarse con unción sobre el designio que allí se nos quiere comunicar.
Para un hecho único y sin paralelo, se necesitarían también palabras únicas y sin paralelo. Pero esas palabras nos faltan. No se encuentran en ningún diccionario. ¿Cómo salir de este atolladero? La tradición del pensamiento cristiano ha intentado mil formas sin gran éxito. Todas las expresiones quedan más acá de la singularidad del hecho.
Tal vez lo más indicado sea conservar el lenguaje de los textos sagrados y de la tradición cristiana, que incluye también los apócrifos, y simplemente decir: José fue y es el padre de Jesús de Nazaret, dejando para una reflexión posterior una explicación adecuada y los términos convenientes.
4. Los hermanos y las hermanas de Jesús
Cuestión aparte es explicar los llamados "hermanos y hermanas de Jesús6. Marcos y Mateo nos dan hasta los nombres de los hermanos – Santiago, José, Judas y Simón (cf Mc 6, 3; Mt 13, 55) - y hablan de las hermanas -las que viven allí entre ellos-, aunque no nos proporcionan sus nombres (cf Me 6, 3b; Mt 13, 56). Juan nos cuenta que "sus hermanos" insistían en que Jesús se mostrase en público, preferentemente en Judea y en la capital, Jerusalén (cf Jn 7, 3). Pero acaba comentando que "ni sus hermanos creían en Jesús" (7, 5).
¿Cómo entender tales hermanos y hermanas? Muchos historiadores, libres de cualquier referencia dogmática, estiman que se trata de verdaderos hijos e hijas de José y de María. Jesús sería el más joven o uno entre ellos. Repetimos lo que escribimos arriba: en términos dogmáticos eso no es imposible ni indigno de Dios. El matrimonio fecundo garantiza la perpetuidad de la vida humana. Con más hijos/hijas, crecería la reputación de María en Nazaret, pues, para los judíos, eso significaría que había sido bendecida por Yahvé. Para los hombres bíblicos, lo sagrado era la maternidad y no la virginidad o una pureza infecunda.
Pero ésa no era la opción de los textos evangélicos que tenemos. Éstos dan por presupuesta la virginidad de María y hablan de la sorpresa de su misteriosa gravidez. Por eso es razonable estar en comunión de fe con esa tradición y con la comunidad cristiana, que así entendió y sigue entendiendo lo que ocurrió en María.
Otros historiadores y teólogos lanzan la hipótesis de que se trataría de hijos e hijas de un matrimonio de José anterior al celebrado con María. José sería entonces viudo, ya de cierta edad, y se habría casado con María más tarde. Los apócrifos hablan de esto con plasticidad. Pero los evangelios nada dicen de esto.
Otros llaman la atención sobre el hecho de que, para el Primer Testamento, "hermanos y hermanas" no necesariamente tienen el sentido que hoy damos a esas palabras. Podrían significar primos y primas.
Ciertamente había un concepto de familia más amplio que el estrictamente nuclear. Así, por ejemplo, se dice que Lot es hermano de Abrahán, cuando en verdad era su tío (cf Gén 13, 8; 14, 16); se dice que Jacob es hermano de Labán, que también era de hecho su tío (cf Gén 29, 15); Nadab yAbiú, hijos deAarón, son llamados hermanos de Misael y Elisafá, que en verdad eran hijos de un tío deAarón, de nombre Oziel (cf Lev 10, 1-4).
Teniendo, pues, en cuenta ese sentido de la familia ampliada, no se puede concluir que los hermanos y hermanas de Jesús referidos por Marcos (cf 6, 3) y Mateo (cf 13, 55-56) sean realmente hijos de María y de José. Al contrario, indicios recogidos por el evangelista Juan indican que Jesús era hijo único de María. Después de la muerte de Jesús en la cruz, por falta de otros hijos, ella se quedó en la casa del ''discípulo que Jesús amaba" (Jn 19, 27); permaneció bajo los cuidados de Juan Evangelista. Esta afirmación sería incomprensible e incluso extraña si María hubiese tenido otros hijos e hijas que, naturalmente, se encargarían de ella.
Lo que podemos admitir es que Jesús fue criado en un ambiente familiar ampliado, con primos y primas, considerados como sus "hermanos y hermanas", es decir, como sus familiares.Aunque muy cercanos, ellos fueron los primeros en no entender su actividad de predicador ambulante por los villorrios de Galilea. El evangelio de Marcos, el más antiguo de los cuatro, escrito a fines de la década de los 50 d. C., atestigua que "los suyos salieron para agarrarlo, pues decían: 'Está loco"' (Me 3, 21). Cuando, en efecto, se dan cuenta de que Jesús había salido de casa y predicaba sistemáticamente en Galilea, ''su madre y sus hermanos" (Me 3, 32) fueron a buscarlo para hablar con él y hacerlo volver. Pero entonces Jesús hizo la ruptura necesaria que marca el tiempo nuevo y el nuevo parentesco, fundado ya no en la sangre, sino en la fe y en el evangelio. Dice Jesús: ''Aquel que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mc 3, 35).
5. José, varón justo
El evangelista san Mateo caracteriza la personalidad de José diciendo que era un hombre "justo" (cf 1, 19a); lo mismo dice san Lucas con respecto a Simeón (cf 2, 25).
¿Cuál es el sentido exacto de justo para la comprensión judía? Va más allá de nuestra comprensión usual de justo, que es la persona que da el valor exacto a las personas y a las cosas, que actúa con rectitud, que ama el derecho y observa las leyes. La visión bíblica comprende estos elementos y otros más. Existe una verdadera espiritualidad del "justo". Para entender esa espiritualidad7, necesitamos combinar dos conceptos: sadik (justo) y hassid (piadoso).
Piadosa (hassid) es la persona que vive intensamente el orden del amor de Dios, que cultiva una gran intimidad con él y es sensible a sus designios expresados en la ley como manifestación viva de su voluntad. El piadoso se inserta íntegramente en la tradición espiritual del pueblo por medio de la práctica religiosa familiar de la participación en las fiestas sagradas y por la frecuencia semanal en la sinagoga.
El hombre con estas características -piadoso-- se transforma en un justo (sadiq) cuando se proyecta en la comunidad, educa con el ejemplo a los más jóvenes, conquista con su conducta íntegra la confianza de los demás y se vuelve una referencia para la colectividad. Su vida muestra la verdad de su fervor religioso y su entereza lo hace un modelo de adhesión a Dios. El conjunto de estos valores constituye al "justo" según la comprensión bíblica, o bien el camino del justo, tan decantado por los salmos, comenzando por el primero.
Según se puede deducir, el "justo" cumple una misión pública importante. Por eso no podemos imaginar, debido a su figura silenciosa y discreta, retratada por los evangelistas, que José fuese un anónimo cualquiera perdido en la masa. Aunque caracterizado por el silencio, por el hecho de ser "justo" sus palabras eran escuchadas, sus consejos seguidos, su ejemplo comentado. San José es más que el artesano-carpintero de las manos callosas que empuñan el serrucho, mudo y reservado. Lógicamente, es un trabajador y, como tal, es silencioso, pero no debemos convertirlo en estereotipo del proletario. Al contrario, el trabajo fue el lugar normal para ganar el pan y también la oportunidad para experimentar a Dios y crecer silenciosamente en la meditación de los designios divinos. El amor a Dios y al prójimo, la observancia de las tradiciones y de la ley constituían la brisa que inundaba su casa y su taller.
Esta atmósfera fue fundamental en la educación de Jesús. Si en su vida pública Jesús mostró la radicalidad del amor incondicional a Dios y al prójimo, especialmente a los más pequeños, fue porque en la escuela de José y de María aprendió no sólo la lección, sino, sobre todo, vio el ejemplo. Si llega a llamar a Dios Abbá ("Papito"), como expresión de profunda intimidad, es porque vivió esa intimidad con su padre José, llamándolo en su infancia también Abbá, pues era la expresión que los niños usaban para llamar a sus padres y a sus abuelos.
6. José el nazareno, el "severino"
José es un nazareno, ciudadano de Nazaret. Los evangelistas resaltan este hecho. ¿Por qué es importante la ciudad de Nazaret como lugar donde vivió la sagrada familia? Primero, para mostrar que José es de hecho el padre. Entonces y ahora, normalmente compete al padre definir el lugar de la morada familiar.
En efecto, dice san Mateo, José ''se retiró a la provincia de Galilea, y se fue a vivir a una ciudad llamada Nazaret, para que se cumpliera lo que fue dicho por los profetas: será llamado nazareno" (2, 23).
Nazaret no es propiamente una ciudad (polis), sino un pequeño villorrio, tan insignificante que se decía: ¿Puede salir algo bueno de Nazaret? (Jn 1, 46). Pero fue allí donde María recibió el anuncio de la concepción de Jesús (cf Lc 1, 26-38). Allí creció Jesús y pasó su juventud (cf Lc 2, 39-52; Mt 2, 23). De allí salió a predicar por los alrededores (cf Mt 4,13; Me 1, 9), inaugurando su vida pública, antes totalmente privada, en el interior de la familia. Por eso se le llamó el profeta de Nazaret (cf Mt 21, 11).
Al principio, los primeros cristianos eran llamados nazarenos; nombre que abandonaron cuando en Antioquía, alrededor del año 43, los magistrados romanos, que consideraban a los seguidores de Jesús miembros de una secta judía, comenzaron a llamarlos cristianos (He 11, 26; 26, 28: 1 Pe 4, 16).
En segundo lugar, Nazaret es importante por el sentido misterioso señalado por san Marcos al referirse a los profetas que habían dicho: Jesús ''será llamado nazareno"(Mt 2, 23).
Los textos, en efecto, hablan de Jesús de Nazaret (cf Mt 21, 11; Me 1, 9; Jn 1, 45). Otros lo denominan Jesús nazareno (cfMc 1, 24; 10, 47; 14, 67; 16, 6; Lc 4, 34; 24, 19). Curiosamente otros textos, más numerosos, lo llaman Jesús nazoraios (adjetivo de difícil traducción y por eso simplemente traducido por "Jesús nazareno": cf Mt 2,23; 26, 71; Lc 18, 37; Jn 18, 5. 7; 19, 19; He 2, 22; 3, 6; 4, 10; 6, 14; 2, 8; 24, 5; 26, 9)8.
¿Qué significado tiene el ser llamado nazareno y nazoraios? Seguramente no es por el motivo geográfico evidente (habitante de Nazaret), sino por una razón teológica precisa. Eso queremos aclarar ahora.
La referencia de Mateo a los profetas remitiría, a primera vista, a Is 42, 6 y 49, 6, pasajes que contienen el verbo neser de donde viene "nazareno" con el significado de "renuevo, vástago mesiánico" o "resto mesiánico". Jesús sería el Mesías y el representante del "pequeño resto de Israel" que siempre fue fiel a Dios en todas las traiciones que la historia del pueblo de Israel atestigua. Jesús se inserta en la continuidad de esa fidelidad visceral a Dios.
"Nazareno" puede evocar también las palabras nazir y nazireo que en hebreo significan consagrado a Dios, como era el caso de los profetas (cf Am 2, 11). Los "nazireos" simbolizaban ese llamamiento por medio de alguna abstención, como no tomar vino (cf Jue 13, 14) o no cortarse el cabello, como en el caso de Sansón (cf 1 Sam 1, 11). Hasta existía la confraternidad de los nazireos, o nazireato. En cuanto a Jesús, puede ser que Mateo haya querido insinuar que Jesús, como los profetas, también fue llamado por Dios para ser el Mesías. Por eso explota el hecho geográfico de ser nazareno, dándole un significado profético y mesiánico. Decir Jesús "nazareno" equivale a decir "Jesús, el Mesías prometido".
Pero es importante no olvidar que los evangelistas, cuando se refieren a Jesús como el Mesías, piensan siempre en el Mesías siervo sufriente, el Mesías que asume los pecados del mundo, el Mesías crucificado. Esa imagen está lejos del imaginario popular y teológico de la época, que esperaba un Mesías rey, un Mesías libertador político de la ocupación romana y un Mesías sumo sacerdote, reformador de la piedad y de las costumbres. Decir que Jesús es un Mesías nazareno equivaldría a decir que Jesús sería un "Mesías-severino", es decir, un Mesías que asume la vida y la muerte severina de los anónimos, llamados "severinos" en el Nordeste brasileño.
Este significado más sutil fue captado por el evangelista Juan, pensador y teólogo profundo. En su evangelio también llama nazareno a Jesús. Como es sabido, el evangelista trata de penetrar en el fondo de los hechos e interpretar los mensajes contenidos en los nombres y en los símbolos. De este modo, para Juan, llamar a Jesús nazareno obedece a una intención teológica muy específica. Tiene que ver con su comprensión del misterio de la encarnación.
Para san Juan, la encarnación implica que el Verbo asuma la situación humana de "carne" (cf Jn 1, 14), es decir, la vida de debilidad, desprecio y humillación. En una palabra, una vida "severina", en el sentido que el poeta Joáo Cabral de Melo Neto da a la palabra en su poema "Muerte y vida Severina", como explicamos anteriormente.
Aprovechando el hecho histórico-geográfico de que Jesús sea nazareno, entrevé en ello un significado teológico: Jesús está vinculado a un lugar considerado despreciable (cf Jn 1, 45-46; 6, 42), tierra donde viven, según creencia de la época, gentes ignorantes que no co nocen la ley On 7,4), obscuras y anónimas que, en el lenguaje del poeta, son "severinas", los pobres y marginados que no llaman la atención de nadie.
Dios, sin embargo, se quiso encarnar precisamente en esa situación "nazarena", "severina", de humildad y contradicción. Dicho en otras palabras, Dios se reveló en Jesús no simplemente porque es hombre, sino porque es "nazareno", es decir, en cuanto pobre, despreciado, ignorante y sin nombre, como los "severinos" de nuestra historia.
José, al decidir morar en Nazaret y hacerse nazareno, en el doble sentido de la palabra (habitante de Nazaret y "severino"), puso las condiciones para que Dios se encarnase en esa situación de abajamiento. José, por tanto, ayudó al Verbo a encarnarse concretamente en la situación "severina" de aquella época. Con eso, Dios mostró el privilegio mesiánico de los pobres y "severinos". Según los criterios humanos, ellos no cuentan para nada; no son. Pero para Dios cuentan, pues de su medio vino el Salvador y ellos son el cuerpo histórico del Mesías.
Si María dio a Jesús la carne física, José le proporcionó la "carne severina", la situación histórico-social de miseria, yendo a vivir a Nazaret.
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