Kitabı oku: «Ya no te llamarán abandonada», sayfa 2
Primera parte
Comprendiendo –si es que se puede– el abuso sexual infantil
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¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE ABUSO SEXUAL INFANTIL?
El año 2015, UNICEF Uruguay publicó un excelente informe en el que alertaba de la gran importancia de contar con una definición clara y concreta acerca del ASI. Sin ella, psicólogos, psiquiatras forenses, investigadores canónicos, etc. no podrían proveer a los jueces, abogados y autoridades eclesiásticas de la información necesaria. Es fundamental que los magistrados puedan tener también en este punto formación y claridad, ya que, por desconocer ellos también la dinámica del abuso, con sus decisiones pueden revictimizar y profundizar el sufrimiento de las víctimas. Tener claridad puede ayudar además a los agentes pastorales en su acompañamiento a las víctimas y a prevenir nuevos abusos 1.
Jorge Barudy, de origen chileno, neuropsiquiatra infantil y terapeuta familiar, es uno de los mayores expertos en el área de la protección de la infancia; él define el abuso sexual infantil como cualquier clase de contacto sexual con una persona menor de 18 años por parte de un adulto desde una posición de poder o autoridad sobre el niño. Es un uso de la sexualidad abusivo e injusto en el que toda la responsabilidad cae única y exclusivamente sobre el adulto, que busca únicamente su gratificación sexual 2. En el ASI, el menor es incapaz de comprender el sentido radical de estas actividades por carecer del suficiente desarrollo madurativo, emocional y cognitivo para dar su consentimiento a la conducta o acción en la cual es involucrado. Dar el consentimiento supone aceptar, acordar, autorizar a que se haga algo. La habilidad para implicar a un niño en estas actividades se basa en la posición dominante y de poder del adulto –relación absolutamente asimétrica– en contraposición con la vulnerabilidad y la dependencia de la víctima.
Otro de los elementos fundamentales a la hora de definir el ASI viene dado por el objetivo que persigue el abusador con sus acciones. La Organización Mundial de la Salud (1986) define el ASI como todos aquellos actos hacia niños y niñas realizados «con fines de satisfacción sexual. Este delito puede adquirir diversas formas: llamadas telefónicas obscenas, ultraje al pudor, voyeurismo, violación, incesto, prostitución de menores» 3. Ciertamente, en la gran mayoría de los casos, el objetivo que persigue el abusador es la propia y exclusiva gratificación sexual; aun cuando intente generar excitación en la víctima, esto siempre se relaciona con su propio deseo y necesidad, nunca con los deseos y necesidades de la víctima.
Algunas legislaciones, como la española, equiparan la corrupción de menores –¡hasta los 16 años!– con el abuso a personas con discapacidad, como pudiera ser el trastorno mental o estar bajo el efecto de alcohol y drogas, etc. 4 Como se ve, el punto clave aquí es si hay capacidad de dar o no consentimiento; este será uno de los criterios decisivos a la hora de juzgar si hubo o no abuso. De todas formas, no hay que olvidar el aporte de las autoras del informe para UNICEF Uruguay, quienes respecto al consentimiento se preguntan:
¿Existe la posibilidad de consentir algo que no se entiende, cuando quien impone la conducta lo hace basándose en el ejercicio de al menos una forma de poder? Más allá de lo que desde el punto de vista jurídico pueda entenderse como consentimiento, y de las edades que la ley establezca para este, hablar de consentimiento en situaciones de abuso sexual infantil es un sinsentido (porque es claro que es imposible que el niño pueda consentir).
El legislador ha recogido también aquí todos los actos relativos a prostitución, explotación sexual o abusos. Igualmente está señalado como grave delito la pornografía infantil o de personas con discapacidad; este delito engloba la captación, posesión, producción y distribución de material pornográfico 5. Personalmente, me estremece cuando de vez en cuando aparecen noticias de cómo la policía ha desmantelado una red de pornografía infantil, llegando incluso a la horrible perversión de que los vídeos estén hechos con bebes incluso recién nacidos. Es un signo más de hasta qué punto el ser humano puede llegar tristemente a deshumanizarse. No olvidemos que, si existe este tipo de producciones circulando por las redes, es porque lamentablemente hay demanda. No está de más recordar que quien consume este tipo de material pornográfico se vuelve, aun sin quererlo, cómplice de este brutal acto criminal y del sufrimiento de las víctimas, ya que con su consumo financia y estimula que se siga produciendo este aberrante material.
En algunas otras legislaciones, últimamente también en la Iglesia, se habla no solo del abuso a menores, sino también a personas vulnerables. En efecto, hay adultos que, en determinadas situaciones de carencias afectivas, de crisis existencial, laboral, de pérdidas, etc., están expuestas a ser abusadas. He recibido el testimonio de una amiga mía, a la que quiero mucho, que me contó que, nada más separarse de su esposo, su mejor amigo la invitó a su casa para que allí descansara y no estuviera sola, pues el proceso del divorcio había sido muy doloroso y triste. Este amigo vivía con su novia. Pues bien, en un momento en que su novia salió a comprar, él intentó abusar de ella. Al principio fue una invitación a relajarse, cerrar los ojos, respirar hondo, mientras él le hacía algo parecido al reiki; sin embargo, la cosa derivó en tocamientos de todo tipo. Ella se quedó paralizada. Jamás habría imaginado algo así de su mejor amigo… Gracias a Dios, la novia llegó antes de lo esperado y, al escucharse la puerta, todo se detuvo. Mi amiga, como pudo, sin ni siquiera coger sus cosas, salió corriendo hecha un mar de lágrimas. Todos conocemos casos así, y lo cuento para darnos cuenta de que el abuso también lo pueden sufrir adultos, en este caso vulnerables. Incluso dentro de una relación como el matrimonio pueden darse conductas sexualmente abusivas que generan un hondo dolor.
1. ¿Existen diversos tipos de ASI?
Dependiendo del tipo de abuso se pueden encontrar a grandes rasgos estas cuatro categorías:
1) Incesto. Si el abuso sexual se realiza por parte de una persona de consanguinidad lineal (padres y abuelos) o por un hermano, tío o sobrino. También se incluye el caso en que el adulto está cubriendo de manera estable el papel de los padres. En el caso de que el abusador sea un sacerdote y su víctima alguien a quien acompañaba espiritualmente o sobre quien ejercía algún tipo de paternidad espiritual, podríamos hablar, sin temor a equivocarnos, de «incesto espiritual». En todos estos casos, el abuso suele dejar heridas muy profundas y permanentes.
2) Violación. Cuando la persona adulta que comete el abuso es otra cualquiera no señalada en el apartado anterior. Ni que decir tiene que la violación también es tremendamente traumática, aunque la víctima sea mayor de edad. Baste como ejemplo el tremendo sufrimiento de la víctima abusada por la famosa «Manada» en las fiestas de San Fermín.
3) Vejación sexual. Cuando el contacto físico se realiza por el tocamiento intencionado de zonas erógenas del niño o cuando se fuerza o alienta a que el menor haga lo mismo en las mismas zonas del adulto. He conocido casos de cómo una simple caricia (entiéndase bien lo de simple: para la víctima, ni mucho menos lo es) puede ya tener efectos devastadores. Es común entonces escuchar a los abusadores justificarse diciendo frases como: «¿Y qué? Solo fue una simple caricia… un leve tocamiento, en plan juego».
4) Abuso sexual sin contacto físico. Desnudarse ante el menor, mostrarle pornografía, masturbarse o mantener una relación sexual delante del niño con el objeto de obtener placer sexual. Dentro de este tipo de abuso pueden incluirse los casos de seducción verbal. Recuerdo, por ejemplo, una chica a la que acompañé: un tío suyo la hizo propuestas eróticas y comentarios obscenos por teléfono, teniendo ella apenas 14 años. Gracias a Dios no se produjo ningún contacto físico, pero la sensación de inseguridad y de temor, de confusión y de culpa fue lo suficientemente grande como para dejar una herida que se prolongó durante mucho tiempo.
En cuanto a la gravedad del abuso, las autoras Bass y Davis aportan algo muy iluminador desde su experiencia clínica como acompañantes de mujeres supervivientes de abuso:
La gravedad del abuso está determinada por la experiencia que tiene la niña en su cuerpo, sus sentimientos, su espíritu. Los actos físicos precisos no siempre son los aspectos más dañinos del abuso. Aunque la penetración es una experiencia física terriblemente dolorosa para una niña pequeña, muchos tipos de abuso sexual no son físicamente dolorosos. No dejan cicatrices visibles. Algunos abusos ni siquiera son físicos. Tampoco el problema es la frecuencia del abuso. La traición solo precisa un minuto. Un padre que desliza sus dedos bajo las bragas de su hija solo treinta segundos es suficiente para que después de eso el mundo ya no sea el mismo 6.
Sea cual sea el tipo de abuso, en todos los casos observamos que la víctima es utilizada para la realización de actos sexuales o como objeto de estimulación sexual. El abusador consigue su objetivo generalmente por medio de presiones, amenazas, manipulación y engaños, aprovechando su diferencia de edad y situación de poder sobre la víctima. En algunos casos, los menos, también se da a través de la fuerza física.
2. ¿Es lo mismo pederastia que pedofilia?
No sé si al lector cercano ya a los 40 le pasa lo mismo que a mí. Personalmente, hasta casi los veintitantos no vine a saber que estas palabras existían, o, si las había escuchado, no sabía muy bien a qué se referían. Eran conceptos difusos y extraños. Por lo mismo, me ha parecido muy oportuno hacer esta diferencia, ya que da lugar a muchas confusiones.
La palabra pedofilia (paidofilía) está compuesta por dos palabras griegas: paidós, que quiere decir «niño», y filía, que significa «amor» o «afecto intenso» hacia algo o alguien. Por tanto, pedofilia es la atracción intensa –y desordenada– hacia los niños.
Por otra parte, la palabra pederastia (paiderastía) deriva de las palabras griegas país, que significa «niño», y erastês, que quiere decir «amante». Esta palabra hacía referencia a la relación (no siempre sexual) que establecían en la antigua Grecia los muchachos adolescentes con un adulto como parte de su período de formación educativa, moral y militar. La RAE define la pederastia como «el abuso sexual cometido con niños».
Hecha esta aclaración etimológica, podemos afirmar que todo pederasta basa su conducta en la pedofilia, pero no todo pedófilo tiene por qué acabar cometiendo el delito de pederastia. La pedofilia sería el trastorno de la sexualidad que subyace a esta conducta criminal. Es bueno saber que hay gente que siente intensa atracción hacia los menores, pero logran reconocerla, controlarla y canalizarla, y así no cometer jamás un delito.
Por otro lado, cuando alguien abusa de un chico de 13 o 14 años o de una chica de 16-17, no debiéramos hablar de pedofilia, sino de efebofilia. Efêbos viene del griego antiguo y quiere decir «adolescente». Así, por ejemplo, los abusos cometidos por el sacerdote chileno Fernando Karadima no serían tanto de pedofilia –muchos lo acusan de pedófilo– cuanto de efebofilia. En todo caso, aunque haya cometido sus aberraciones con adolescentes, igualmente estamos ante delitos tipificados dentro del abuso sexual de menores. Es interesante saber que la mayoría de las víctimas de abusos sexuales por parte de sacerdotes o religiosos son chicos (dos terceras partes de las víctimas) con edades comprendidas entre los 14 y 18 años 7.
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¿SON MUCHOS O POCOS
LOS CASOS?
Lamentablemente, las escalofriantes cifras nos hablan de que estamos ante una verdadera pandemia. A continuación, voy a ofrecer algunos datos. Mi idea, sin embargo, no es marear con los números; me encantaría que detrás de cada cifra tuviéramos en cuenta que hay historias de dolor muy concretas, rostros sufrientes con nombre y apellidos ante los que simplemente hemos de descalzarnos 1.
Para mostrar que el ASI es una de las realidades más lacerantes de nuestra sociedad, voy a mostrar datos de tres países diferentes. Ciertamente, es una muestra pequeña y faltaría completarla con datos de lo que ocurre en otras latitudes. Además, mostraré también algunas cifras que tienen que ver con esta triste realidad dentro de la Iglesia católica.
A nivel general podemos decir que la mayoría de los abusos se sitúan en una franja de edad entre los 6 y 7 años, por un lado, y entre los 10 y 12, por otro 2. El 40 % de las víctimas son niños varones, lo que destierra el mito 3 de que este tipo de abuso solo lo sufren las niñas. Tampoco es verdad que se den exclusivamente en determinados círculos o clases sociales. Los datos nos muestran que se dan en cualquier nivel socioeconómico y cultural. En cuanto al tipo de familia en las que se producen los abusos, suelen tener como características el que son monoparentales (solo la madre), reconstituidas (padrastro, otras parejas de la madre), caóticas y desestructuradas, con una madre ausente, por trabajo o enfermedad, o presente, pero emocionalmente fría y distante, que puede estar siendo maltratada y ha sufrido también abuso en su infancia, etc. Entre un 65 % y 85 % de los agresores son familiares o amigos de la víctima y de su familia. Cerca del 90 % de los abusos se dan dentro del ámbito intrafamiliar; un 7 %, en el ámbito escolar o deportivo, y un 3 %, en el ámbito de instituciones religiosas.
1. Estados Unidos
En 1990, David Finkelhor, director del Centro de Investigación de Violencia Infantil y profesor de sociología en la Universidad de New Hampshire, junto a sus colaboradores, hizo la primera encuesta nacional en este país, con una muestra de varones adultos, preguntando si habían sufrido abuso sexual durante su infancia. El resultado fue que un 27 %, en el caso de las mujeres, y un 16 %, en el caso de los hombres, reconocieron retrospectivamente haber sido víctimas de abusos sexuales en su infancia Estos autores estiman que cada año se producen en Estados Unidos unos 500.000 nuevos casos de ASI 4.
En el año 2000, en Estados Unidos hubo 2.300.456 denuncias: casi un 4 % de la infancia. Esto significa que una chica de cada tres y un chico de cada seis son abusados sexualmente antes de los 18 años. El 26 % de las violaciones se produjeron entre los 12 y 14 años, y el 34 %, cuando tenían menos de 9 años. Aproximadamente, 1,8 millones de adolescentes en los Estados Unidos han sido víctimas de agresión sexual 5.
2. Chile
Tomo ahora datos de Chile, país en el que he vivido durante casi veinte años. Elijo Chile no solo por ser mi segunda nacionalidad y porque creo conocerlo bastante bien, sino porque, al ser un país tan pequeño en cuanto a población –apenas diecisiete millones de habitantes–, nos da también una idea del alcance de esta pandemia.
El 15 de mayo de 2013, la Oficina de las Naciones Unidas para la Droga y el Delito (UNODC) publicó que Chile ocupa el tercer puesto a nivel mundial en la tasa de denuncias por ASI, siendo solo superado por Suecia y Jamaica. Además, a nivel sudamericano, es el primero en la tasa de denuncias por este ilícito.
Entre mayo de 2015 y mayo de 2018, la Fiscalía Nacional, a través de la ley de Transparencia, reportó la cifra de 56.852 niños, niñas y adolescentes de ambos sexos que fueron víctimas de algún tipo de abuso sexual. Esto significa un promedio de casi cincuenta y dos casos diarios, que corresponden a uno cada veintisiete minutos 6.
Diez años antes, el noticiero CNN publicó una nota 7 que confirma estos datos. Si acaso, ahora podemos observar un aumento en las denuncias. Esto no quiere decir necesariamente que haya más abusos; puede ser la constatación de que poco a poco la gente se está animando a denunciar más. Este dato es importante porque hay estudios que afirman que por cada denuncia que se hace, aproximadamente entre seis y nueve quedan sin registrarse, lo cual significa que no sabemos bien a cuánto asciende la «cifra negra», es decir, los abusos no denunciados. Así las cosas, entre el 75 % y el 80 % de los casos de abuso no son denunciados, y, dentro de los que son reportados, solo un 10 % llega a ser sancionado legalmente, lo que implica que prácticamente un 90 % de los abusos sexuales quedan impunes. Del total de denuncias por delitos sexuales, cerca del 83 % corresponde a víctimas menores de 18 años. Dentro de la extinta Red SENAME (Servicio Nacional de Menores) 8, un 45,6 % de los niños (26.409 niños de un total de 57.957) que se encuentran bajo su protección han sido víctimas de abuso sexual 9.
3. España
La mayoría de los análisis coincide en que las cifras son parecidas a las de los Estados Unidos de América. Según la asociación PRODENI (Pro Derechos del Niño y la Niña), las escalofriantes cifras se aproximan a un 15,2 % en el caso de los niños (502.251) y un 22,7 % en el caso de las niñas (676.451) 10, y muestran poca evolución respecto al clásico estudio realizado en 1996 por Félix López, catedrático de Psicología de la sexualidad de la Universidad de Salamanca: Abusos sexuales, lo que recuerdan de mayores. El estudio, basado en una encuesta realizada en 1991 a dos mil adultos, revelaba que el 18,9 % de los españoles afirmaba haber sido víctima de abusos sexuales durante su infancia. Esto significa unos 7,3 millones de españoles sobre una población de 39 millones de personas que había en España en 1991. Además, el 44 % de los abusos no se limitó a un acto aislado 11.
4. La Iglesia católica
Entre 2001 y 2010 se han denunciado a la Congregación para la Doctrina de la Fe cerca de tres mil abusos por parte de sacerdotes. La Santa Sede hizo público el 14 de abril de 2010 un informe 12 en el que hablaba de un 10 % de casos de pederastia en sentido estricto y de un 90 % de casos que se podrían definir efebofilia, de los cuales cerca del 60 % estaba referido a individuos del mismo sexo y el 30 % eran de carácter heterosexual. En 2012, la Iglesia había pagado cerca de 3.000 millones de dólares en todo el mundo para indemnizar a cientos de víctimas de abuso. La Iglesia católica reconoció en Estados Unidos que 6.100 sacerdotes habían sido señalados como responsables de abusos contra más de 16.000 menores. De ellos, quinientos fueron arrestados y juzgados, y más de cuatrocientos entraron en la cárcel 13. Esto supone en ese país un 4 % del clero que ha cometido abusos durante un período de aproximadamente cincuenta años 14. El último escándalo ha sido en la diócesis de Pensilvania, donde unos trescientos sacerdotes abusaron durante décadas de más de mil menores, con la total negligencia y complicidad de las autoridades eclesiales, que silenciaron y encubrieron de forma sistemática los abusos 15. Leyendo las redes sociales respecto a esta noticia, abundan expresiones tan fuertes –y comprensibles– como la de que «los seminarios son criaderos de pederastas». El problema de la pederastia en la Iglesia es de proporciones tan dantescas y tiene repercusiones tan graves que con razón el papa Benedicto XVI dijo en su carta a los católicos de Irlanda que «siglos de persecución no han logrado arrojar tanta oscuridad sobre la Iglesia y el mundo como el drama de los abusos» 16. Y es que podríamos hablar de Irlanda, de Australia, de Bélgica, de Alemania… Sin duda, ha de pasar mucho tiempo y debe haber una gran conversión pastoral y renovación eclesial para que como Iglesia podamos recuperar la confianza y la credibilidad.
Llama la atención que, en el caso de España, no se haya desatado aún ningún gran escándalo, cuando la realidad nos va mostrando que el abuso de menores es algo que traspasa todas las fronteras. Puede ser que España sea tal vez la regla que confirme la excepción. ¡Ojalá! Sin embargo, muchas voces critican que esta falta casi absoluta de datos se debe sobre todo a la falta de colaboración y de transparencia por parte de la Iglesia 17. Personalmente, creo que solo es cuestión de tiempo que se destapen otros escándalos en países como Colombia, Brasil, México, Filipinas u otros países de mayoría católica. En muchos lugares solo hemos reaccionado cuando ya era un secreto a voces. Ojalá como Iglesia sepamos actuar con energía y no tengamos que esperar a que sean los medios de comunicación social los que lo ventilen a la opinión pública.
En Chile, los medios se han hecho eco de un informe publicado por la Fiscalía (23 de julio de 2018) en el que afirma que existen 266 víctimas de abuso sexual por parte de religiosos, de las cuales 178 son menores de edad. Por lo mismo, hay 158 personas investigadas, sean obispos, sacerdotes, diáconos, religiosas y también laicos que ejercían diversas funciones en el ámbito eclesial. El papa Francisco ha expulsado ya a tres sacerdotes muy mediáticos –Karadima, Precht y Da Fonseca– y a dos obispos –Cox y Órdenes–; ha aceptado también la renuncia de otros siete obispos.
Como puede verse, tampoco la Iglesia católica se libra de esta lacra. El propósito de publicar aquí estos datos no es ni mucho menos el de tirar piedras contra el propio tejado. Al contrario, me mueve un profundo amor por la Iglesia, y estoy seguro de que son muchísimos más los miembros de la Iglesia que entregan sus vidas y hacen el bien que los que traicionan su vocación con sus monstruosidades –o sus graves omisiones– y siembran tanto dolor. Sin embargo, como Iglesia no solo nos hace bien reconocer y aceptar esta realidad eclesial –«la verdad os hará libres», dice Jesús (Jn 8,32)–, sino que además nos urge hacernos cargo, mucho más todavía, del dolor de las víctimas, darles una respuesta –hasta ahora totalmente insuficiente– lo más reparadora posible hasta convertirnos, cada vez más, en un espacio seguro para la infancia y de dignificación de las personas que llegan a nuestras manos.
Hay que reconocer también que son muchas las personas que en la Iglesia están luchando por erradicar la cultura de los abusos. Digamos que quien se atrevió a iniciar de manera irrevocable y radical esta lucha sin cuartel fue el papa Benedicto XVI. Siendo aún el cardenal Ratzinger, viéndolas venir, escribió en la meditación de la novena estación del viacrucis de 2005 en el Vaticano:
¿Qué puede decirnos la tercera caída de Jesús bajo el peso de la cruz? […] ¿no deberíamos pensar también en lo que debe sufrir Cristo en su propia Iglesia? […] ¡Cuántas veces se deforma y se abusa de su palabra! ¡Qué poca fe hay en muchas teorías, cuántas palabras vacías! ¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia! […] La traición de los discípulos, la recepción indigna de su Cuerpo y de su Sangre, es ciertamente el mayor dolor del Redentor, el que le traspasa el corazón.
Y la oración de dicha estación comenzaba así:
Señor, frecuentemente tu Iglesia nos parece una barca a punto de hundirse, que hace aguas por todas partes. Y también en tu campo vemos más cizaña que trigo. Nos abruman su atuendo y su rostro tan sucios. Pero los empañamos nosotros mismos; nosotros quienes te traicionamos, no obstante los gestos ampulosos y las palabras altisonantes. Ten piedad de tu Iglesia 18.
Recordemos que fue él quien afrontó el caso Maciel –fundador de los Legionarios de Cristo– y que 2010 fue el año en que salieron a la luz terribles casos de pederastia dentro de la Iglesia de Bélgica, Austria, Alemania, Suiza y Holanda. No por nada, en diversas ocasiones los medios de comunicación se han referido a la pederastia como la cruz del pontificado del papa Benedicto XVI 19.
Permítaseme compartir una pequeña anécdota personal que tiene que ver con nuestro querido papa emérito. El 31 de agosto del año 2011, junto con el rector de Duoc UC 20, fuimos recibidos por el Santo Padre en la audiencia general que ofreció en Castelgandolfo. Para la ocasión, yo me había puesto una sotana –la primera vez que lo hacía– que era de nuestro fundador, Jaime Bonet. Era una sotana de cura de pueblo, sin faja. La verdad es que contrastaba con la elegancia impecable de los que allí estaban. Los alumnos del Duoc que habían ido la JMJ de Madrid aquel día me hicieron un bullying cariñoso y divertido: me llamaban «el cura Matrix». Cuando llegó nuestro turno, primero se presentó el rector, y después, dirigiéndose a mí, el papa, con un tono que denotaba curiosidad, me preguntó: «Y tú, ¿quién eres?». La verdad es que la pregunta me hizo reír por dentro, porque su tono fue como quien preguntaba: «¿De dónde has salido con esas pintas?». El rector, que estaba a mi lado, se apresuró a contestar: «Es el capellán general de nuestra institución». No se me creerá, pero lo único que me nació decirle en ese momento al papa fue lo siguiente: «Gracias, Santo Padre, por su valentía para luchar contra los abusos. Gracias por ponerse al lado de las víctimas. Siga adelante. Rezo por usted». Con mis manos entre las suyas, pude percibir su mirada gratamente sorprendida. Me dijo: «Muchas gracias, no dejes de rezar por mí». Cuando pienso por qué de todo lo que podía haber dicho en esos treinta segundos que duró el encuentro no se me ocurrió sino decir eso, es sin duda porque ya la preocupación por el tema de los abusos quemaba por dentro, y sabía que estaba siendo un motivo de mucho sufrimiento para el papa Benedicto XVI.
El papa Francisco, tomando el relevo de su antecesor, se ha mostrado también firme y decidido en esta tarea inaplazable. El encuentro en el Vaticano (febrero de 2019) con representantes de todas las Conferencias episcopales del mundo para afrontar única y exclusivamente este tema es una muestra de este compromiso irrevocable.