Kitabı oku: «Ya no te llamarán abandonada», sayfa 4

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Esta es una de las principales causas por las que el ASI, sobre todo cuando es intrafamiliar, es tan poco denunciado. En muchos tribunales, desgraciadamente, este silencio se ha interpretado como complicidad del niño con el abusador, por no comprender el abuso de poder que está detrás. Además, históricamente, todos los asuntos que sucedían en el seno de una familia eran considerados como «asuntos privados»; esto ha sido un gran factor de impunidad para este tipo de delito 8.

Si las víctimas logran comunicar su experiencia indecible, entonces pasamos de la fase de la imposición del secreto a la fase de divulgación: esta puede ser accidental o premeditada, por causa del dolor o por proteger a otro más pequeño (hermanito, sobrino…). En esta fase, el niño logra contar a un adulto que le parece confiable lo que le está ocurriendo, o algún adulto se da cuenta de que algo raro pasa y conversa con el menor. Sin embargo, el niño abusado sexualmente no hablará fácilmente del problema, y pueden pasar días, meses o años hasta que revele su secreto. Esto no significa que el niño no comunique a través de su cuerpo y ciertas conductas extrañas su sufrimiento. En esta fase de la divulgación, la familia es un pilar fundamental de contención que puede resultar decisivo para lograr un psiquismo menos dañado. Es terrible, sin embargo, cuando la madre u otros adultos significativos no creen –o no quieren creer– los relatos del niño.

Una vez que el niño ha podido divulgar lo que le pasa, se ha estudiado un fenómeno conocido como fase de represión o retractación. En esta fase, la familia busca imperiosamente recuperar el equilibrio para mantener la cohesión; la crisis provocada por la divulgación puede ser insoportable para todas las personas implicadas; por lo mismo, generalmente se culpa al niño de la situación, no se da importancia a lo ocurrido, se transforma en fantasía o se evita definitivamente. Este fenómeno ha sido conocido como el síndrome de acomodación de Summit 9; en él, la víctima niega el hecho o lo justifica racionalmente para invalidarlo. Cuando el niño –o el adulto– percibe el tsunami que ha provocado al romper su silencio, es muy posible que se retracte como una forma de frenar las consecuencias de su divulgación. Por eso es muy triste ver cómo en los tribunales los niños desmienten el abuso. Si el juez y los profesionales que están a cargo de su caso desconocen este síndrome, tenderán a dejar sin cargos al agresor, dejando así desprotegido al menor y a merced de nuevos abusos.

3. ¿Por qué el menor llega incluso a proteger a su abusador? Las amenazas y la inversión de roles

Para imponer el silencio de manera eficaz, el abusador suele servirse de la amenaza, ya sea de matar a su víctima, o a su madre, o a sus hermanos, o incluso de matarse a sí mismo. He acompañado a un adulto que, cuando era niño, de los 9 a los 12 años, fue abusado por un seminarista (que fue expulsado del seminario, aunque habría sido más correcto que también la institución lo denunciara). Los padres de este niño eran trabajadores contratados por el seminario. El depravado abusaba de su víctima en el taller del seminario –¡impresiona que nadie se diera cuenta!–, donde durante algunos momentos encendía la sierra eléctrica cuando él manifestaba algún tipo de rebeldía y resistencia. Lo hacía entre risas y como si fuera un juego, pero, como se puede comprender, el pobre niño quedaba petrificado por el terror. Sin duda, en este caso, el abusador tiene rasgos de psicópata. Por supuesto, no en todos los casos las amenazas son así de explícitas; la mayoría de las veces el abusador las impone de forma implícita, generando en el menor la convicción de que, si dice algo, la familia se destruirá. El menor debe «ser bueno», y para ello no debe comunicar el secreto del abuso, ya que, de lo contrario, se produciría una gran ruptura familiar, el padre sería acusado y castigado; los hermanos, separados, etc. Estos niños abusados, el día de mañana tendrán una tendencia general a exagerar su propia responsabilidad y a convertirse en chivos expiatorios, con una tendencia a asumir culpas que no les corresponden.

Esta dinámica introduce una inversión de roles con efectos demoledores, donde resulta que el menor abusado es quien acaba teniendo el poder de destruir o no a la familia y la responsabilidad de mantenerla unida. En vez se ser cuidado y protegido, el menor se convierte con su silencio en cuidador y protector, asumiendo roles que ni mucho menos le corresponden. Es el niño o niña, y no el padre u otro miembro significativo de la familia, quien debe movilizar su altruismo y autocontrol para asegurar el bienestar de los otros. Se produce así una verdadera inversión de normas morales: si dice la verdad y desvela el secreto, está haciendo algo malo, y si sigue accediendo a las relaciones sexuales y ocultando la verdad, actúa bien. En definitiva, el menor tiene que autosacrificarse para así poder sobrevivir y seguir creciendo. A esto añade Barudy que «el abusador delega una misión en la víctima: esta tiene que sacrificar sus necesidades y deseos para satisfacer los suyos» 10.

Reynaldo Perrone, psiquiatra y terapeuta familiar, introduce el concepto de represalia oculta, la cual significa que, para el niño abusado, resulta evidente que cualquier intento de cambiar el statu quo le perjudicará a él y a su familia. La represalia oculta conlleva la idea de que el mal y sus consecuencias se originan en la defensa de la víctima. Y lo ilustra de esta manera: «Es como si alguien que estuviera atado corriera el riesgo de asfixiarse al tratar de moverse» 11. Este mensaje es el que provoca mayores trastornos en la víctima. Lo terrible es que muchas de estas amenazas a veces se cumplen cuando la víctima rompe su silencio. Es bastante común el que madre e hija acudan al tribunal a retractarse de su denuncia cuando el padre o familiar cercano está preso. Estas amenazas explican por qué una víctima puede volver al lugar donde se encuentra el abusador, exponiéndose así a nuevos abusos. En algunos casos parece sorprendente que la niña abusada llegue incluso a cooperar con su abusador, o hasta buscarlo ella misma. Esto se explica porque muchas veces la relación incestuosa es la única manera que tiene el menor de recibir algún tipo de afecto y atención, que de otra forma no sería posible. Además, vive con la fantasía, cada vez más real, de que sin la relación incestuosa no habría familia 12.

En el caso de las víctimas de Karadima, era muy evidente este temor: podían perder el trabajo, las amistades y, sobre todo, sentir encima el desprecio y el rechazo de muchos católicos, que los acusarían de falso testimonio y de dañar gravemente a la Iglesia. Juan Carlos Cruz, por ejemplo, afirma que una de las dificultades que tuvo que afrontar para llevar adelante las denuncias era «el sentimiento de estar siendo un mal hijo de la Iglesia».

4. ¿Por qué el relato de las víctimas suele tener incongruencias? La confusión

Es muy normal que la persona abusada encuentre muchas dificultades a la hora de relatar lo que le ha sucedido. Además, el mecanismo de defensa de la escisión hace que la víctima tenga una memoria selectiva para poder sobrevivir. El terror de la experiencia vivida impide recordar con detalle. Según Gilverti, citado por Rozanski:

La desmesura le deja sin palabras, porque se produce una situación traumática: es el fenómeno de lo indecible, aquello que no puede mencionarse, porque lo desborda la investidura del terror 13.

La mezcla de sentimientos y emociones es tan intensa que lo que sintetiza la vivencia de la persona abusada es la confusión; en efecto, la culpa, la autorrecriminación, la ira, el amor y el odio, el miedo, «se mezclan en la mente de la persona abusada como un rompecabezas que no está en condiciones de armar» 14.

Por su parte, Barudy argumenta que la confusión se produce porque los niños abusados «se enfrentan a un cambio inesperado en su cuadro de vida habitual que conduce a la pérdida de puntos de referencia». Además, «el carácter traumático del abuso sexual altera la percepción y emociones respecto a su entorno, y crea una distorsión de la imagen que tiene de sí mismo, de su visión de mundo y de sus capacidades afectivas» 15. Esta confusión juega a veces en contra de la persona abusada a la hora de enfrentarse a los tribunales, y puede poner en duda si realmente ha habido un acto de violencia sexual o no.

En el camino de sanación, los supervivientes de abusos tendrán que vencer la confusión permitiendo que puedan aflorar recuerdos que pueden ser muy dolorosos. Aunque sea difícil, esto les ayudará a clarificar hechos y sentimientos. Escuchemos nuevamente a Estrella:

Empezaron a aparecer no ya recuerdos, sino imágenes nítidas, de mi primo encima de mí, de lo sucedido, que no las podía sacar… Esta fue una imagen cruda, yo no podía seguir; ahí ya accedí a la terapia: tengo fe, sé que Dios me puede sacar de esto, pero me doy cuenta de que necesito otro tipo de ayuda.

Cuando Estrella, siendo ya una joven universitaria, cuenta por primera vez su historia a su madre, recibe un dato muy interesante que la ayudará mucho en esta superación de la confusión:

Fue importante la conversación con mi madre, porque tuve otro punto de vista de lo que yo había visto. Un miembro de la familia, a quien quiero mucho, vio un día lo que me estaba haciendo mi agresor. Lo contó, pero no le creyeron, incluso le dieron una paliza por decir que inventaba mentiras. Esto es importante, porque Dios sí que intentó ayudarme. Hubo personas que sí habían intentado ayudarme, más allá de lo que consiguieron hacer. Que haya habido un testigo es importante, porque esto habla de que no fue un invento mío ni de mi imaginación.

5. La responsabilidad del ASI

La responsabilidad del ASI es siempre del abusador; esta afirmación no admite cuestionamiento alguno. La dependencia del niño es un elemento definitorio y necesario de la infancia, y los niños tienen derecho a vivirla siempre con confianza. La transgresión de este derecho especial constituye siempre un abuso. Esto es importante para desmitificar la idea de que fue la niña o el niño quien sedujo al abusador. En muchos tribunales, esta racionalización por parte del abusador persigue atenuar, cuando no excluir, la total responsabilidad del adulto. Este mito de la niña seductora o excesivamente cariñosa es inadmisible y falso. Es imprescindible que los acompañantes y agentes pastorales tengan siempre esto muy claro. He conocido de cerca casos en los que, cuando la víctima contaba su relato a su acompañante, lo que recibió de vuelta fue una intervención desubicada y cruel: «A lo mejor fuiste tú quien le provocaste». Obviamente, ahí se interrumpe cualquier posibilidad de una relación de ayuda constructiva. Hay que insistir: la responsabilidad es siempre del adulto. Tampoco es excusa para el abuso que el adulto tenga problemas conyugales y económicos, o que haya tenido traumas en su infancia, o que él mismo haya sido víctima de algún abuso, o que padezca alguna adicción, etc. Es verdad que todo lo anterior puede un ser factor facilitador del abuso, pero no por eso se niega la responsabilidad del abusador.

Hasta aquí las características típicas y comunes de la relación abusiva. Entremos ahora a ver cuáles son las consecuencias y las huellas –esas heridas que nunca prescriben– que deja el ASI en sus víctimas.

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¿CUÁLES SON LAS PRINCIPALES CONSECUENCIAS DEL ASI?
«EL ABUSO ES EL EVEREST DE TODOS LOS TRAUMAS» 1

Ya hemos dicho que todos los investigadores coinciden en el trauma que significa para el niño o la niña la experiencia del abuso. La agresión sexual ocurrida en la niñez y adolescencia puede ocasionar efectos devastadores, con un profundo impacto social, familiar y sexual. La doctora Irene Intebi, psiquiatra y psicóloga infanto-juvenil, afirma que «el abuso produce heridas de tal magnitud en el tejido emocional que hacen muy difícil predecir cómo cicatrizará el psiquismo y cuáles serán sus secuelas» 2. Impactante y conmovedora es la historia del famoso y talentoso pianista James Rhodes, que fue violado por su profesor de gimnasia, Peter Lee, desde los 5 hasta los 10 años, hasta el punto de tener que ser operado de su columna vertebral, destrozada por los abusos. Confiesa en su libro Instrumental que:

«guerra» es la mejor palabra para describir la vida cotidiana del superviviente de una violación. […] Es muy fácil suponer que los abusos terminan cuando el abusador ya no está presente. Para quienes los han sufrido, la cosa no ha hecho más que empezar 3.

La Iglesia católica, a golpe de escándalos por aquí y por allá, ha ido reconociendo cada vez más el carácter devastador que los abusos tienen en las víctimas. El papa Francisco, en su Carta al pueblo de Dios, afirma con dolor y vergüenza que los abusos «son un crimen que genera hondas heridas de dolor e impotencia; en primer lugar, en las víctimas, pero también en sus familias y en toda la comunidad, sean creyentes o no creyentes». Y más adelante afirma con rotundidad: «Constatamos que las heridas nunca prescriben» 4. Los testimonios de las víctimas refuerzan esta cruda realidad. Una de ellas explicaba, siendo ya anciana: «Mi vida no ha sido más que huida, rendición, soledad, enfermedad, humillación, lágrimas, silencio, desconfianza y remordimientos» 5.

Con razón afirma el papa argentino en la citada Carta al pueblo de Dios que, «mirando hacia el pasado, nunca será suficiente lo que se haga para pedir perdón y reparar el daño causado. Mirando hacia el futuro, nunca será poco todo lo que se haga para generar una cultura capaz de evitar que estas situaciones no solo no se repitan, sino que no encuentren espacios para ser encubiertas y perpetuarse».

Por otro lado, diversos estudios han comprobado la triste realidad de cómo el abuso sexual infantil puede reproducirse en varias generaciones de una misma familia. De hecho, este carácter intergeneracional suele considerarse una de las características del abuso. Por lo mismo, se ha dicho con razón que el ASI constituye una «verdadera hipoteca de futuro» 6. Es necesaria una intervención adecuada para romper este círculo vicioso y que la historia no se vuelva a repetir. Escuchemos a Estrella contándonos su testimonio, cuando por fin pudo abrir su historia con su madre:

Ella no pudo llegar a contenerme del todo, ya que en ese momento también me contó que de chica vivió experiencias parecidas y, si cabe, más fuertes aún. Esto me ayudó a entender mucho más a mi madre, por qué fue tan autoritaria y restrictiva; ella temía que a mí me pudiera pasar lo mismo. Sin embargo, a pesar de sus aprensiones, no lo pudo evitar. Al final, la sensación que me quedó al hablar con ella es que terminé siendo yo quien la contenía en vez de ella a mí [obsérvese otra vez la inversión de roles de la que antes hablábamos].

1. ¿Qué factores influyen en que las heridas sean más o menos persistentes a lo largo de la vida?

La media de las investigaciones nos muestra que un 70 % de las víctimas suele presentar un cuadro clínico a corto plazo, y un 30 % lo hace a largo plazo. Según el estudio de Herman y sus colaboradores (1986) con 250 mujeres con historia de incesto, el 77,6 % de ellas manifestaba en la adultez algún síntoma clínico 7. El mero paso del tiempo no significa la resolución mágica del trauma, sino el tránsito de una sintomatología a otra, dependiendo del momento evolutivo en el que se encuentre la persona. La gravedad de las consecuencias del abuso en el tiempo dependerá en cada niño o niña de distintos factores 8. A continuación nombro algunos de ellos:

• El momento evolutivo del niño a la hora de iniciarse los abusos. Está claro que no es lo mismo que suceda a los 5 años que a los 15. Algunas víctimas, por ser muy pequeñas, logran casi olvidar lo sufrido, aunque esos recuerdos arrojados al inconsciente a lo largo de la vida buscarán aflorar de una u otra manera. El reconocimiento y aceptación de lo que pudieron haber sufrido en su más tierna infancia les ayudará a entender sufrimientos y conductas conflictivas que puedan estar teniendo en el presente como adultos. Otros, sin embargo, logran salir adelante sin jamás llegar a abrir su «caja de Pandora». De todas formas, el estudio clínico señala que cuanto más pequeños hayan sufrido el abuso, más probabilidades de desarrollar trastornos disociativos en la adultez.

• La magnitud y duración del abuso: no es lo mismo si fue una sola vez o si se extendió durante años.

• El tipo de abuso al que fue sometido: si hubo violencia física o no; si hubo penetración o no, etc.

• El tipo de familia: un ambiente familiar disfuncional, caracterizado por el conflicto y la falta de cohesión, puede aumentar la vulnerabilidad del niño en la continuidad del abuso.

• La reacción del entorno: si pudo revelar el abuso o no; si fue creído y no desmentido, y, por tanto, protegido de la posibilidad de sufrir nuevos abusos, etc. El informe de la ONG Save the Children sobre el abuso sexual infantil en España afirma que «si el entorno se configura como una protección eficaz para el niño, con una actitud de respaldo y creencia incondicional, en ningún momento de negación ni de catastrofismo, las consecuencias del abuso para el menor se reducen drásticamente» 9. Los sentimientos intensos de vergüenza, culpa, cólera, pena, miedo y ansiedad, por parte de los padres, ante la noticia del abuso sufrido por su hijo puede incapacitarlos para ejercer un efectivo rol protector y reparador hacia sus hijos. Algunos incluso llegan a culpabilizar al niño de lo sucedido.

• Características de la personalidad del niño, como la resiliencia, que pueden intervenir en la constitución de un psiquismo menos dañado que otro.

• Otro factor importante es si hay proceso judicial de por medio o no. En el caso de haberlo, muchas veces se produce en la víctima, que tiene que enfrentarse varias veces a interrogatorios o pruebas, lo que se llama revictimización secundaria. En otros casos, la denuncia que termina en una sentencia con penas para el abusador suele ayudar en el proceso de sanación de los supervivientes.

• Otras situaciones de estrés adicionales: por ejemplo, posible ruptura de la pareja, la salida del agresor o de la víctima de la casa.

• Por último, el tipo de vínculo con la persona abusadora y el papel que este jugaba en su vida. Sin duda, no tiene el mismo significado que el abusador sea un extraño a que lo sea un familiar cercano o un sacerdote o religioso, personas de las que jamás se esperaría que pudieran dañar de esa forma. De todas formas, lo decisivo en este punto no es tanto el grado de parentesco cuanto el nivel de intimidad emocional existente entre el niño y el agresor.

2. ¿Qué signos suele mostrar el menor para sospechar que ha sufrido un abuso sexual?

Anteriormente hemos dicho que el abusador impone la ley del silencio a sus víctimas. Sin embargo, como nos recuerda la psicología de la comunicación, es imposible no comunicar. El cuerpo y la psique del niño o la niña expresan de mil maneras el trauma. Se requiere simplemente que los padres, familiares, educadores y quienes trabajan de cerca con la infancia tengan los ojos abiertos para saber escuchar los gritos sordos de auxilio que los menores lanzan en su desesperación.

Daños (indicadores) físicos

Los signos físicos que se detectan con mayor frecuencia en los niños abusados se ubican sobre todo en la zona genital y anal; estos suelen consistir en:

• desfloración temprana,

• himen complaciente,

• desgarro vaginal y rectal,

• hemorragias vaginales y rectales,

• infecciones y enfermedades de transmisión sexual,

• embarazos.

Otras evidencias físicas, que no son exclusivas del abuso, pero sí tienen una gran relación con él, pueden ser:

• hematomas y heridas leves en otras partes del cuerpo,

• dificultad para caminar o sentarse,

• dolor al orinar o defecar,

• signos de haberse dañado a sí mismo: cortes en los brazos u otras partes del cuerpo,

• fuertes dolores abdominales y de cabeza sin causa orgánica,

• trastornos en la alimentación: atracones de comida para enseguida vomitar, pérdida del apetito, etc.,

• pérdida del control de esfínteres,

• pesadillas, terrores nocturnos y trastornos del sueño.

Antes de pasar a señalar los daños psicológicos producidos por el abuso, me parece necesario añadir algo muy importante, aunque tal vez suene obvio: si bien hay que estar con los ojos bien abiertos, no podemos caer en la psicosis de creer que cualquier descenso en el rendimiento escolar, o cualquier manifestación ansiosa, o de falta de autoestima, o pesadillas, etc., tenga ya automáticamente detrás una experiencia de abuso. Esto podría llevar a una desconfianza excesiva, con la consiguiente caza de brujas.

3. ¿Cuáles son los principales daños psico-espirituales del abuso a corto y largo plazo?

A continuación mostraré los daños psicológicos que se pueden detectar con mayor frecuencia en cualquier expediente de abuso correctamente investigado y con los que coincide la literatura especializada.

a) Trastornos de la actividad escolar

Algunos de estos trastornos pueden observarse en:

• modificaciones bruscas del rendimiento,

• trastornos de aprendizaje y dificultad de concentración,

• negarse a ir a la escuela o en el autobús escolar,

• rechazo visceral hacia algún profesor o compañero en particular,

• dificultad para integrarse en el grupo,

• hiperactividad.

Cuando un menor abusado llega a la adolescencia, su trauma puede manifestarse a través de huidas del hogar o del colegio. Es fundamental que los colegios y los educadores, aunque no sea fácil, no caigan en estigmatizar a los niños etiquetándolos como niños problemáticos, malos, enfermos, perversos, etc. Habrá que ayudarles a distinguirse del problema, a no identificarse con él: «El problema no soy yo, es el abuso sufrido». Los adultos que cuidan y acompañan al menor deben encontrar el equilibrio nada sencillo entre no dramatizar, pero tampoco banalizar la experiencia del niño 10.

b) Manifestaciones ansiosas asociadas a la rabia

Es común que las víctimas de abuso sexual infantil, en la fase intermedia del proceso abusivo, puedan tener momentos en los que se comportan como si estuvieran reviviendo el abuso. Estos estados pueden ser comprendidos como consecuencia de la angustia o como estrategias inconscientes destinadas a representarse lo ocurrido con el objetivo de imaginar que se puede salir del horror del abuso sufrido; de esta manera se trata de superar la angustia de ser una víctima pasiva.

La rabia puede ser hacia el abusador, hacia la familia, si esta ha sido negligente en el cuidado o no ha creído su relato cuando ha intentado contarlo, hacia sí mismo y, por supuesto, también hacia Dios. La ira y la ansiedad pueden manifestarse en arrebatos de cólera, aparentemente inexplicables y que dejan perplejos a los adultos que los contemplan. Los niños abusados suelen tener una gran dosis de agresividad latente que puede explotar en el momento más inesperado. La reacción agresiva busca aliviar los sentimientos de dolor, impotencia, angustia e inseguridad. Pueden tardar mucho tiempo en reconocer que lo que se desencadena su reacción agresiva muchas veces es el miedo: a sentirse criticados o rechazados, a que su secreto y su vergüenza sea descubierto.

Por otro lado, hay que ver como algo absolutamente positivo el hecho de que el niño logre manifestar su rabia, aunque sea de forma inadecuada, porque eso puede defenderle de nuevos abusos. En este punto, recuerdo de nuevo el testimonio de Estrella:

Me ayudó mucho llevar a terapia una foto de cuando estaba en kinder [guardería] y que había rayado, sobre todo la cara. Esto me ayudó a darme cuenta de que antes ya había intentado expresar mi rabia.

Es fundamental que, ante las conductas violentas de los niños, los adultos no reaccionen con agresividad, ya que así estaríamos entrando en un macabro juego interminable. Los niños tendrán que aprender poco a poco que tienen permiso para enfadarse, pero no para agredir, ni a sí mismos ni a los demás.

En la juventud y la adultez es muy posible que estas personas tengan problemas en el manejo de la ansiedad y que incluso puedan sufrir con relativa frecuencia ataques de pánico. También muchas fobias pueden tener su origen en la experiencia traumática del abuso.

c) Sexualización traumática y temprana

La sexualización temprana también parece ser un síntoma común en los menores que han sufrido de abuso sexual infantil. Suelen mostrar conductas sexuales inapropiadas, como la masturbación compulsiva, pública y privada, conductas exhibicionistas, precocidad sexual e interés exagerado por los genitales de los otros, incluso de los animales; muestran conductas seductoras hacia los demás y, por lo mismo, en el caso de las niñas, tienen mayor riesgo de quedar embarazadas en la adolescencia. A veces el embarazo es la alternativa buscada para escapar del abuso 11.

Esta estimulación sexual temprana no solo lleva a tener conductas hipersexualizadas, sino que también genera una forma de vincularse a los otros caracterizada por el erotismo, lo cual aumenta el riesgo de volver a ser abusado.

Por otro lado, algunos estudios indican que las personas que han sido sexualmente abusadas en la infancia tienden a escoger, de manera inconsciente, una pareja dominadora, abusadora, con características perversas, que en el futuro puede dañar a sus propios hijos. También se ha sugerido que el abuso sexual infantil puede predisponer a la homosexualidad y a confusiones en su identidad sexual. Sin embargo, hay que tener en cuenta que muchos homosexuales no han sido abusados sexualmente y que su condición sexual no les determina a convertirse automáticamente en pedófilos. Es un error grave, y una injusticia, identificar pedofilia con homosexualidad.

En la adultez puede existir mayor insatisfacción en las relaciones sexuales, con ansiedad y culpa asociadas. La autoestima sexual es inferior, por lo que se pueden evitar este tipo de relaciones o, inversamente, tener una actividad sexual compulsiva y promiscua; la secuela más frecuente en la vida sexual de adultos que fueron víctimas de abuso son las disfunciones sexuales, desde anhedonia –incapacidad de experimentar placer– hasta frigidez e impotencia.

Es fundamental que los acompañantes espirituales, sobre todo si son sacerdotes o religiosas, no moralicen las conductas sexuales desordenadas que puedan manifestar los supervivientes y sepan entender la raíz del problema. A veces, por no entender la dinámica introducida por el abuso, podemos caer en dar consejos del tipo: «Haga más deporte» o «rece más el rosario». No es que esas cosas no ayuden; ¡por supuesto que sí! Pero por sí solas no sirven de mucho. Debemos evitar también la tentación de minimizar el problema, pensando que así ayudamos más a la persona, con expresiones como: «No pasa nada», «eso es normal, es lógico con tu historia», como el juicio moralizante que solo logra culpabilizar y acentuar el problema.

d) Culpabilidad y vergüenza

Ya se ha explicado anteriormente que la manipulación impuesta por el abusador hace sentir a la víctima que ella es la culpable. El proceso cognitivo por el que el niño o la niña llegan a sentirse culpables es el siguiente:

1) El niño clasifica a las personas como buenas o malas.

2) No puede permitirse que piense que sus padres u otros adultos significativos sean personas malas.

3) Por tanto, la falta de una explicación lógica al abuso le lleva a creer que, si él es abusado, es porque lo provoca, es malo y se lo merece.

4) Él o ella es el responsable de lo ocurrido, pues de lo contrario habría sido capaz de detener la situación abusiva 12.

El abusador poco a poco consigue aislar totalmente al menor, que ya no puede apoyarse ni en su familia, ni su entorno, ni en sí mismo. Barudy, citando a Miller, afirma que «para controlar su angustia, su culpabilidad y soledad, distorsiona la realidad idealizando al agresor y negando su propio sufrimiento» 13.

Para romper este círculo es fundamental desculpabilizar al niño y reconocerle como víctima de una situación injusta. Hay que ser muy cuidadosos a la hora de nuestras reacciones como adultos hacia estos niños, ya que, si ante su comportamiento negativo, huraño o agresivo lo único que recibe son castigos, es probable que el menor termine enclaustrado dentro de su sentimiento de culpa.

La experiencia clínica manifiesta que muchos de los comportamientos autodestructivos que presentan las víctimas cuando son adolescentes y adultos tienen que ver con sus sentimientos de culpabilidad. Más adelante veremos algunas estrategias para acompañar el proceso de sanación de este estado psicológico que es fuente de tanto malestar en la vida.

Por su parte, la vergüenza, según Brené Brown, «es el sentimiento o la idea intensamente dolorosa de creer que somos imperfectos y, por tanto, no merecedores de recibir amor ni de pertenecer» 14. Si bien es una emoción universal que todos experimentamos, los supervivientes de abuso la viven con más intensidad, impidiéndoles en muchos casos romper su silencio. La diferencia entre vergüenza y culpabilidad sería la siguiente: culpabilidad, como «hice algo malo»; vergüenza, en cambio, es algo más profundo que todo el autoconcepto de la persona: «Soy alguien malo». Según esta autora, cuando nos invade la vergüenza, o el miedo a la vergüenza, crecen las probabilidades de que adoptemos conductas autodestructivas y ataquemos o avergoncemos a otros. La vergüenza pierde su poder paralizante y destructor cuando se es capaz de expresarla en voz alta y vencemos el miedo a contar nuestra historia a alguien confiable.

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