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Otras escuelas y aportes

Entre 1766 y el final del siglo XVIII se inauguraron instituciones de enseñanza veterinaria en cerca de veinte ciudades y pueblos en toda Europa. Algunas tuvieron corta vida, pero muchas de ellas han sobrevivido hasta el presente. En Italia la primera escuela veterinaria se estableció en Turín en 1769, seguida de la de Milán en 1791 (Reyes et ál., 2004). Charles Vial de Saintbel, contemporáneo de Bourgelat, graduado en Lyon y exiliado durante la Revolución francesa, fundó en Inglaterra el Veterinary College of London en abril de 1791 (Schonherr, 1991; Reyes et ál., 2004). El patrón fue similar en casi todas las nuevas escuelas. El Estado enviaba a estudiar a inteligentes jóvenes, en principio a Lyon y posteriormente a Alfort con el deseo que cuando regresaran estuvieran en capacidad de organizar escuelas similares. Es decir, los Estados, desde el pensamiento público, se preocupaban por la salud y, en particular, por la salud animal (Reyes et ál., 2004).

En España, el rey Carlos III (Borbón) envió, en 1784, a Segismundo Malats y a Hipólito Estévez para estudiar veterinaria en Alfort. En 1792, Malats, con el patrocinio de Carlos IV, fundó y dirigió una escuela veterinaria en Madrid hasta cuando Napoleón tomó España y la suspendió en 1809. Solo reiniciaría labores bajo el reinado de Fernando VII. Esta escuela de Madrid vino a ser parte de la Universidad de Madrid en 1857 (Reyes et ál., 2004). Córdoba y Zaragoza se crearon en 1847; León, en 1852 y Santiago de Compostela en 1882. No obstante la creación de la Escuela de Madrid, continuó activo el Protoalbeiterato, de manera que los nuevos veterinarios debieron compartir parcialmente el ejercicio de la profesión con los antiguos albéitares hasta mediados del siglo XX (Cordero del Campillo, 2003).

En 1798 se fundó la Escuela Superior de Veterinaria de Hannover; en 1822 la de Toulouse; en 1830 la de Portugal y en 1840 la de Bruselas (Reyes et ál., 2004). En Alemania, antes del final del siglo XVIII, se practicaba en Prusia un control intuitivo de las enfermedades animales, ejecutado en una parte bajo la administración central y en otra, bajo la administración provincial. Se cita que la mayoría de las instrucciones para el control de enfermedades eran inefectivas y no hay mención de veterinarios en los documentos oficiales al respecto. En 1821, al comenzar la instrucción veterinaria en Alemania, hay un crecimiento importante de las políticas públicas de veterinaria y se publica el libro de Friedrich Müssemeier sobre control de la enfermedad animal en Alemania (Reyes et ál., 2004).

Como resultado de la comprensión e interés creciente de la importancia social, económica y política de la profesión médico-veterinaria, otras escuelas fueron formadas en diversos países: Viena, Austria (1768); Copenhague, Dinamarca (1773); Skara, Suecia (1775) y Budapest, Hungría (1781). En Gran Bretaña, el primer centro se fundó en inglaterra, el Royal Veterinary College de Londres (1791), seguido en Escocia por el Royal (Dick) School of Veterinary Studies, Edimburgo (1823). Al finalizar el siglo XViii, diecisiete escuelas estaban en funcionamiento (Reyes et ál., 2004).

Fueron grandes los aportes de los veterinarios al conocimiento de la salud de los humanos. Chaveau, patólogo y fisiólogo francés, trabajó en atenuación viral y en inmunología; Arloing se distinguió por sus trabajos en tuberculosis y ántrax; Bernard Bang descubrió la B. abortus y Jacob Traum, la B. suis; el primer tripanosoma patógeno fue descubierto en india por Griffith Evans; otros avances importantes en la microbiología médica se cristalizaron gracias a los aportes de Brauell, Chavert, Frosh, Guerin, Jensen, Joest, Johne Kitt, Mc Fadyean, Nocard, Sallmon, Schutz y Toussaint. Gastón Ramón logró la preparación del toxoide diftérico que controló la mortal enfermedad en los niños. El toxoide tetánico fue otro de sus aportes.

Comentarios finales

Los problemas comunes en los saberes médico y veterinario, la evidencia de la cooperación en el lógico concepto de Una Salud, el ingenio y la creatividad rindieron frutos; los protagonistas de ayer y los del mañana fueron y serán mujeres y hombres que se decidan por la investigación y la innovación desde la salud como concepto global, como una opción de vida. Gracias a quienes participaron en la salud pública y en la lucha contra las enfermedades, nacieron teorías, metodologías, escuelas y especialidades con las que hoy se forman nuevos profesionales que contribuyen a generar conocimiento útil y a ofrecer respuestas para la solución de los problemas de salud. El proceso avanza por los aportes de los pioneros y la intuición y perseverancia de las actuales generaciones de estudiantes y de docentes investigadores; ellos constituyen la esencia, la semilla renovadora para lograr, mediante la innovación, la transformación social y productiva del país.


Comenzó la gente a tan de golpe a caer enferma... de calenturas terribles, que murieron

más de las dos partes o la mitad de los españoles y de los propios indios murieron tantos

que no pudieron contar.


Fray Bartolomé de Las Casas

Escritos sobre la epidemia de influenza después del segundo viaje de Colón

Introducción

Con el encuentro de dos poblaciones —la una aislada por siglos, la otra acostumbrada a los viajes y al contacto con diversas etnias y culturas— y con la fauna propia de los nuevos territorios y la presencia de las especies introducidas, se inició no solo la globalización de las culturas y los mercados, sino un importante proceso de interacción con agentes bióticos del Viejo y el Nuevo Mundo.

El registro de los eventos de salud en que se pone en evidencia la relación humano-animal se remonta a la época precolombina y se publica en la del descubrimiento. En este aparte, se presentan algunos de los hechos y observaciones compendiados por Cordero del Campillo (2003), quien señala que los europeos llegados a los nuevos territorios dieron cuenta de su sorpresa ante los conocimientos médicos de los indígenas.{4}

La relación salud humana, salud animal y medio ambiente fue evidente en la conquista con la presencia del caballo, los perrillos de los indígenas y los perros hispánicos que amalgamaron asombro y destrucción y conocimiento médico y veterinario prehispánico y colonial, incluyendo noticias de enfermedades y sus métodos curativos, los cuales se transferían entre médicos, veterinarios, cirujanos, boticarios, albéitares, herradores y herreros.

El encuentro de los dos mundos supuso, pues, el intercambio de nuevas especies, la transferencia de nuevas tecnologías ganaderas y agrícolas y el inicio de la globalización (Castillo Matos, 2003). La Corona española dio instrucciones expresas para que se estudiara la flora medicinal del Nuevo Mundo, para introducir sus productos a Europa, incluida su aclimatación en los llamados jardines de plantas. Otro hecho que llamó la atención fue la existencia dentro de los nativos de “profesionales" que practicaban cirugía y medicina con notable eficacia, con las contaminaciones mágicas propias de la época, que no faltaban tampoco en Europa.

La época precolombina

Existían jardines botánicos y parques zoológicos, como los de Tenochtitlan, no solo con fines ornamentales o lúdicos, sino como fuente de alimentos y, en el caso de las plantas, como remedios medicinales. El cuidado de estos lugares estaba a cargo de los motolinía; el cuidado y curación de las fieras lo realizaban los tecuanpixque y los de las aves, los calpixque, considerados como los veterinarios de la época precolombina.

La explotación de los camélidos era muy organizada, no se consumían animales enfermos y los afectados de sarna eran separados y enterrados; los indígenas practicaban el pastoreo; tenían métodos para la conservación de la carne (tasajo); regulaban la caza y protegían las especies animales. Usaban los patos criollos para el control de insectos en las viviendas. De acuerdo con los escritos de Fray Pedro Simón (citado por Sourdis, 2008), los indios de los alrededores de Cartagena comían papagayos, periquitos, guacamayos, catarnicas, perdices, paujiles, iguanas y puercos zainos.

La globalización dio sus primeros pasos con el descubrimiento del Nuevo Mundo: se produjo el encuentro de americanos, europeos y africanos; aparecieron pavos, llamas, vicuñas, pecarís y miles de especies vegetales y animales desconocidas por los europeos, pero también otras nunca vistas por los aborígenes americanos. Aparte de los “animales de la conquista", como el caballo y el perro, llegaron los “animales de la colonización" como los vacunos, los ovinos, los porcinos, las gallinas y los conejos, y nuevas plantas y semillas como el trigo común, la cebada, la caña de azúcar, la vid, el arroz, el café, los cítricos, el olivo, el melón, el mango y el cáñamo. De igual manera, salieron de América importantes productos como el maíz, el cacao, la papa, el tabaco, los pimientos, el tomate, la calabaza, el girasol, el cacahuete, la vainilla, la canela y muchos más.

La introducción de animales en el Nuevo Mundo

Desde el segundo viaje de Colón (1493) y por disposición real, en todas las expediciones posteriores, llegaron a la isla de La Española, caballos, asnos, cerdos, ovejas, cabras, conejos y gallinas. El embarque se hacía desde Sevilla y las islas Canarias; el transporte de los animales era complicado, muchos morían durante la travesía y los que llegaba a tierra firme estaban en condiciones deplorables, debían sufrir el cambio de clima y alimentación y adicionalmente exponerse a las plagas del trópico (Pareja, 2003). A partir del primer pie de cría y del mayor número de animales que llegó en el tercer viaje de Colón (1498), la Corona organizó en 1525 un centro ganadero adonde llegaron además, vacunos andaluces, caballos de Granada y cerdos de Extremadura y de la isla Gomera (Sourdis, 2008).

Rodrigo de Bastidas se convirtió en un importante ganadero de La Española: tenía más de 10.000 cabezas de ganado. En 1524 acordó con la Corona que para la conquista de Santa Marta llevaría doscientas vacas, trescientos cerdos y veinticinco yeguas (Friede, 1960). En 1525, el 29 de junio, día de Santa Marta, llegó a Colombia al puerto que hoy lleva ese nombre, y con aquel pie de cría inició la ganadería en la costa Caribe colombiana (Sourdis, 2008). Posteriormente se introdujo más ganado en la región. Pedro Fernández de Lugo desembarcó en la Guajira y pasó por el Valle de Upar, donde se escaparon algunos animales que dieron origen a ganados cimarrones.

En 1558 Francisco Ruíz fue comisionado para establecer una ruta entre la isla Margarita y la provincia del Nuevo Reino de Granada, a fin de llevar vacunos, mulas y caballos. Viajó con sesenta hombres y ochenta caballos y logró abrir la ruta ganadera desde el oriente hasta Santa Fe. Sebastián de Belalcázar estableció la ruta ganadera del sur hacia el interior del país; introdujo animales de Guayaquil, donde llegaron siguiendo la ruta de Pizarro, desde La Española hasta Panamá y de allí, atravesando el istmo, hacia Perú (Sourdis, 2008).

Para su expedición a la Nueva Granada, Gonzalo Jiménez de Quesada se comprometió a llevar, comprándolos a sus expensas, cuatrocientos caballos, trescientas yeguas, quinientas vacas, mil cerdos y tres mil ovejas y cabras. El ganado llegó desde La Española hasta el puerto de Santa Marta; desde allí por el río Magdalena hasta Honda, y por tierra hasta la sabana de Bogotá. La mayoría del ganado fue introducido por Miguel Díaz de Armendáriz, comisionado por el Rey como Juez de Residencia en 1546. También organizó la llegada de veinte mujeres solteras. En el altiplano se establecieron varias haciendas como el Hato del Capitán Subia, en Ubaté; la Hacienda de Chapinero, El Salitre y la Dehesa de Bogotá (Gutiérrez, 1988; Sourdis, 2008).

Las órdenes religiosas recibieron extensas concesiones de tierra de la Corona y donaciones de particulares. La Compañía de Jesús organizó, desde el siglo XVi, explotaciones ganaderas importantes en los llanos de Casanare, Meta y Orinoco, hasta que en 1767 fue expulsada por Carlos iii. Para ese año las existencias de ganado en las haciendas de la Compañía de Jesús eran 46.298 vacunos y 4989 equinos. Tales haciendas abastecían el interior del país; en épocas de escasez enviaban ganado a la región Caribe y tenían fincas que servían de descanso para ganados y arrieros en Apiay y Firabitoba. Después de la expulsión, las haciendas fueron rematadas a los mejores postores, para financiar la burocracia de la Corona y la guerra contra otras potencias. Las misiones quedaron en poder de los dominicos y las haciendas, en manos de los particulares. Los jesuitas dejaron como legado un recurso humano (vaqueros, arrieros y peones) bien entrenado y una cultura musical y ganadera para la región de los Llanos Orientales (Sourdis, 2008).

En las llanuras naturales de la Nueva Granada, los animales se adaptaron y se reprodujeron en forma vertiginosa; se formaron rebaños salvajes que deambulaban por los montes, se conocían según las regiones, como cimarrones, mesteños, cerreros o baguales. Su adaptación al trópico originó animales resistentes y ágiles y así se formaron los ganados criollos. La cultura del cuero floreció.

En opinión de Codero del Campillo (2003), desde el punto de vista del desarrollo ganadero, el origen de los inmigrantes fue clave: 20% de León y Castilla, 16% extremeños, 37% andaluces, con algunos vascos, especialmente vizcaínos. Hubo personas con conocimientos agropecuarios —en especial estancieros, con tradición en la lidia, cuidado y producción ganadera (Del Río Moreno, 1998)— que aplicaron su saber en los nuevos territorios y bajo las nuevas circunstancias; las órdenes religiosas, en especial los jerónimos y los jesuitas, contribuyeron al excelente desarrollo pecuario.

Por lo anterior, Carlos i dispuso que se creara la Mesta (organización ganadera de la Corona de Castilla) en todas las provincias de las indias. En algunos lugares se regalaba la carne a quien desarrollara la res para obtener el cuero, mercancía que se enviaba a España en grandes cantidades.

En 1587 se enviaron desde Santo Domingo a Sevilla 35.444 cueros, más otros 64.350 procedentes de México, cifras que en 1598 llegaron a 150.000. La cacería de reses silvestres era permitida, se aprovechaba solamente la lengua y el panículo carnoso subcutáneo como alimento y la grasa para usos industriales. Lo mismo ocurría con los cerdos. En el siglo XVi, el consumo de carne en Hispanoamérica era muy superior y su precio mucho menor al de España y otras naciones europeas. Los caballos se adaptaron muy bien y abundaron desde las praderas norteamericanas hasta la pampa argentina.

Durante los siglos XVii y XViii la ciudad de Cartagena se convirtió en antemural y llave de entrada del Virreinato de Nueva Granada; para 1778 contaba con cerca de 14.000 habitantes, sin contar la población de paso de los barcos que fondeaban para aprovisionarse de agua y alimentos. La construcción de las murallas tuvo un costo muy elevado; los dineros para esa obra se obtuvieron de distintas cajas reales americanas y del impuesto de sisa que correspondía al tributo pagadero por cada cabeza de ganado que se sacrificara. El abastecimiento de alimentos de la gran ciudad fue prioritario, pero a su vez complejo; frecuentemente se debieron imponer restricciones al comercio de los territorios cercanos; la carestía de los alimentos de primera necesidad era notoria; las sequías y la calidad de la tierra constituían limitantes para la cría de ganado (Sourdis, 1988). Estas interacciones facilitaron el intercambio de patógenos. Desde los inicios, los problemas comunes fueron evidentes en cuanto a Un mundo, Una Salud, europeos y americanos, plantas y animales.

Epidemias en el Nuevo Mundo

Según Cordero del Campillo (2001), la primera epidemia de origen europeo que llegó a América en noviembre de 1493 fue la gripe o influenza, que además parece haber sido de carácter zoonótico. Los caballos y cerdos que Colón embarcó en la isla Canaria de La Gomera, en su segundo viaje, enfermaron de un proceso respiratorio compatible con influenza, que afectó también a algunos tripulantes, entre ellos, al propio Colón. La morbilidad y la mortalidad fueron muy altas entre los aborígenes y media a baja en los europeos. Es la primera zoonosis de la que se tiene noticia y una de las dolencias que con la viruela y el sarampión produjeron grandes bajas en los nativos del Nuevo Mundo.

Los primeros escritos de los sanitarios indicaban diferencias en susceptibilidad frente a las enfermedades infecciosas. Diego Álvarez, médico que acompañó a Colón (citado por Cordero del Campillo), describe cómo la influenza (primera zoonosis introducida en el Nuevo Mundo) afectaba con mayor intensidad a la indios que a los españoles, debido a la carencia de experiencia inmunitaria previa. Fray Bartolomé de Las Casas describe que “murieron más de la mitad de los españoles y de los propios indios murieron tantos que no se pudieron contar".

La fiebre amarilla, enfermedad viral de áreas tropicales, se describe en textos mayas y aztecas. En el Popol-Vuh, libro sagrado de los mayas quiches, se describe una enfermedad llamada xekik (vómito negro). Diego de Landa (citado por Cordero del Campillo) describe en 1480 una epidemia entre los indígenas. El virus está presente en los primates americanos de la zona ecuatorial, con ciclo selvático en el que intervienen mosquitos del género Haemago- gus y el urbano en el que interviene Aedes. La enfermedad alcanzó gran difusión durante los siglos XVII y XVIII, condicionando acciones bélicas como la invasión holandesa a Brasil, los ataques piratas a Cartagena y La Habana, la represión francesa de las rebeliones negras de Haití y la construcción del canal de Panamá.

Los navegantes que vinieron con Colón fueron víctimas de fiebre amarilla en Isabela en 1494, y en Santa María la Antigua del Darién, primera ciudad levantada en tierra firme, terminó la expedición de Diego de Nicuesa por la misma enfermedad (Laverde, 2006). Cordero del Campillo (2003) anota que hay disputas sobre el origen de la fiebre amarilla, inequívocamente americana, según Finlay, o traída desde África en 1498, en el tercer viaje de Colón, quien la padeció en las Islas Azores. La enfermedad es endémica o enzoótica en los monos americanos, pero también en África tropical es una zoonosis.

Según Escobar (2004), la primera descripción de mordeduras de personas por vampiros y su posible relación con una enfermedad mortal (seguramente, la rabia) aparece en la crónica titulada Historia natural de las Indias, escrita en 1526 por Gonzalo Fernández de Oviedo, conquistador, historiador y naturalista español:

Los murciélagos en España, aun cuando muerden, ni matan ni son venenosos, pero en tierra firme, muchos hombres han muerto de sus mordeduras. En dicha tierra firme, se encuentran muchos murciélagos que eran muy peligrosos para los cristianos cuando Vasco Núñez de Balboa y Martín Fernández de Enciso llegaron allí para emprender la conquista del Darién. Aun cuando entonces no se conocía, hay un remedio sencillo y eficaz para curar la mordida del murciélago. En ese entonces, algunos cristianos morían y otros caían gravemente enfermos a causa de ello, pero más tarde los indígenas les enseñaron cómo tratar las mordidas. Estos murciélagos son exactamente iguales a los que hay en España, pero generalmente muerden por la noche, más comúnmente en el extremo de la nariz o en la punta de los dedos de las manos o de los pies, chupando una cantidad de sangre tan grande que es difícil de creer a menos que se haya observado. Tienen otra peculiaridad que consiste en que si muerden a un hombre entre cien, volverán a morder al mismo hombre en noches sucesivas, aun pudiendo escoger a muchos otros. El remedio para la mordedura consiste en sacar unas cuantas brasas del fuego, tan calientes como sea posible tolerar, y colocarlas en la herida. También hay otro remedio: lavar la herida con agua tan caliente como pueda tolerarse; la sangría entonces se detiene y en breve plazo la herida sana. La herida en sí es pequeña, ya que el murciélago hace un corte circular y muy pequeño en la piel. Me han mordido a mí y me he curado con agua caliente, tal como lo he descrito (Fernández de Oviedo, 1526, citado por Escobar, 2004).

La viruela también entró con los europeos, aniquilando a un tercio de la población indígena. Este hecho, narrado por varios cronistas citados por Cordero del Campillo (2001), resultó favorable para la conquista. Así lo indica el albéitar Suárez de Peralta cuando dice que “Fue mucha ayuda para los españoles". Gómara describe el papel de la promiscuidad en los baños en la difusión de la viruela, mencionando con cierto sentido de revancha que “Me parece que (los indios) pagaron aquí las bubas (sífilis) que pegaron a los nuestros".

Con la expedición de Juan de Aguado, en 1495 entró el sarampión que los indígenas llamaron Pequeña lepra (a la viruela la denominaron Gran lepra). Las precauciones tomadas (eliminación de los baños comunitarios), fruto de la experiencia con la viruela, hicieron que el sarampión no tuviera tan mortíferos efectos.

Otras enfermedades como el tifus exantemático (Rickettsia prowaseki), transmitido por los piojos humanos (Pediculus capitis y corporis) afectaron a la población local. Al parecer existía una variedad de piojo local y un tipo de tifo causado por la Rickettsia mooserii, transmitida entre los roedores por el piojo Polyplax espinulosa, que alcanzaba a los humanos por medio de las pulgas de las ratas. La variedad local de tifo tenía baja morbilidad, mientras que el hispánico alcanzaba el 60% (Cordero del Campillo, 2001). Se desarrollaron creencias como la indicada por Don Quijote a Sancho: “Los españoles y los que embarcan en Cádiz para ir a las indias Orientales, una de las señales que tienen para entender que han pasado la línea equinoccial que te he dicho, es que a todos los que van en el navío se les mueren los piojos".

La sífilis aparece en las crónicas coloniales como bubas o buas. Su origen es discutible; se afirma que fue llevada a España por la tripulación de los Pinzón y se esparció con rapidez por Europa, tal como lo describe Francisco López de Gómara en 1555:

Los de aquesta isla Española son todos bubosos, y como los españoles dormían con las indias, hinchiéronse luego de bubas, enfermedad pegajosísima y que atormenta con recios dolores. Sintiéndose atormentar y no mejorando, se volvieron muchos de ellos a España por sanar, y otros a negocios, los cuales pegaron su encubierta dolencia a muchas mujeres cortesanas, y ellas a muchos hombres que pasaron a italia a la guerra de Nápoles en favor del rey don Fernando el Segundo contra franceses, y pegaron allá aquel su mal. En fin, que se les pegó a los franceses; y como fue a un mismo tiempo, pensaron ellos que se les pegó de italianos, y llamáronle mal napolitano. Los otros llamáronle mal francés, creyendo habérselo pegado franceses. Empero también hubo quien le llamó sarna española. Hacen mención de este mal Joanes de Vigo, médico, y Antonio Sabelico, historiador, y otros, diciendo que se comenzó a sentir y divulgar en italia el año de 1494 y 1495, y Luis Bertomán, que en Calicut por entonces pegaron a los indios este mal de bubas en viruelas, dolencia que no tenían ellos y que mató infinitos. Así como vino el mal de las indias, vino el remedio, que también es otra razón para creer que trajo de allá origen, el cual es el palo y árbol dicho guayacán, de cuyo género hay grandísimos montes. También curan la misma dolencia con palo de la China, que debe ser el mismo guayacán o palo santo, que todo es uno. Era este mal a los principios muy recio, hediondo e infame; ahora no tiene tanto rigor ni tanta infamia.

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