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III. REPRESENTACIONES Y PRÁCTICAS DE LA IDENTIDAD MASCULINA

En la construcción de este nuevo ámbito simbólico, que progresivamente fue privilegiando imágenes y comportamientos adecuados para hombres y mujeres, y relegando los que resultaban inoperativos e incómodos para el modelo de sociedad que los blasquistas pretendían crear, resulta interesante retomar las tesis de Reig y evaluar la importancia que para la construcción de las identidades genéricas tuvieron las tentativas populistas de reagrupamiento sociopolítico.

Los blasquistas, desplazados en su origen de la articulación del sistema y de la representación política, y sin fuerza propia para imponerse, propugnaban un reagrupamiento de toda la sociedad en torno a sus intereses, que eran presentados como intereses generales. Esta representación de la sociedad que se reagrupaba como pueblo,1 suponía una idealización de la totalidad; y como afirma Reig, la idea de pueblo se inventaba o se construía como una unidad interclasista frente al poder y se pretendía que todos se supeditasen a ella.2 Pero además, en los discursos populistas, el pueblo como legitimación última se presentaba como un todo antagónico al statu quo, y era precisamente esta actitud de oposición a lo «existente» lo que abría determinadas vías a la renovación y a los cambios.

Por su carácter unificador, los movimientos populistas son altamente polivalentes y ambiguos,3 porque el pueblo soberano, en este caso, de la Valencia republicana y libre que los blasquistas proyectaban era una totalidad abstracta regida por determinadas ideas-fuerza que contenían grandes dosis emocionales.

Pero cuando intentamos relacionar esa totalización abstracta que construye la idea de pueblo y los papeles que socialmente se atribuyen a las mujeres, surge inevitablemente la pregunta de hasta qué punto las mujeres se sentían parte de ese pueblo soberano que los blasquistas nombraban en sus escritos, y significaban marginado de las tramas de poder, explotado económicamente y sin derechos. ¿Eran ellas también parte de ese pueblo y, por tanto, podían sentir comprendidas sus reclamaciones particulares, o sentir como propias las reclamaciones generales? Ese partido de todo el pueblo que el blasquismo pretendía ser ¿supo representar realmente los intereses femeninos y fue un cauce adecuado a través del cual las mujeres pudieron plantear sus demandas? O, al contrario, ¿utilizó el partido a las mujeres para gozar de cierto poder en la ciudad?

Resulta evidente que las atribuciones de los papeles que los hombres debían representar en la sociedad, se interpretó por el blasquismo –como tradicionalmente ha venido sucediendo en la mayoría de las culturas–, en un doble sentido. Por un lado, el ideal normativo que representaba a los hombres se refería al neutro, es decir, simbolizaba los valores universales a los que debían aspirar todos los seres humanos. Por otro lado, dicho ideal normativo hacía referencia a la conducta concreta de los varones como género específico.4 Los varones eran por tanto, y sin ninguna duda, el pueblo, ya que lo masculino representa a la humanidad en su conjunto. Los hombres fueron los sujetos principales a los que se dirigían los discursos del periódico republicano.

Pero a través de esta ambivalencia que tradicionalmente la cultura proyecta sobre la identidad genérica masculina, los papeles de las mujeres republicanas se vieron, también, teóricamente relacionados con el conjunto de valores y normas que el movimiento blasquista atribuía a los hombres; porque la noción misma de pueblo, al reafirmar la idea de lo universal, tratando de representar al conjunto de la sociedad como un todo indiferenciado, permitía la identificación tanto de los hombres como de las mujeres. Las mujeres, debieron por tanto sentirse comprendidas y parte de ese pueblo, de esa «masa federal», como los blasquistas gustaban autodenominarse haciendo referencia a todos los que compartían unos mismos ideales.

Así pues, aun cuando el objetivo prioritario de los blasquistas fue, en una primera instancia, la transformación de las nociones que hacían referencia al comportamiento de los hombres y a su autopercepción como tales, el proceso que desarrollaron mientras duró su hegemonía al frente del gobierno municipal, implicó necesariamente a las mujeres.

En numerosas ocasiones las alusiones al pueblo identificaban aquilatadamente a quienes formaban dicho pueblo, y las mujeres de diversas procedencias sociales estaban comprendidas. Cuando en el año 1898, los blasquistas colocan en la puerta del periódico El Pueblo un llamamiento en apoyo de Zola que está siendo juzgado por el caso Dreyfus, el texto que demanda la firma de adhesión al novelista dice así:

El pueblo de Valencia sin distinción de clases, lo mismo la gran señora que la obrera, igual el hombre de estudios que el jornalero, saluda al eminente escritor, al primer carácter de nuestro siglo.5

De este modo, las mujeres, no sólo se debieron sentir parte del pueblo sino que como pueblo, también las organizaciones feministas como la Asociación General Femenina –y la publicación relacionada con dicha asociación que, llevaba el nombre de La Conciencia Libre–,6 habitualmente, y sobre todo en los primeros años del periódico, solían firmar y apoyar los llamamientos y convocar a las manifestaciones junto con otros grupos afines al republicanismo. Como parte del movimiento que constituían los blasquistas, las mujeres aportaban su propia organización a los actos generales que se proponían. Cuando se invita a todos los valencianos para que acudan a una manifestación de repulsa ante los atentados cometidos contra los presos anarquistas en el castillo de Montjuich, la Asociación General Femenina y La Conciencia Libre convocan conjuntamente con el Casino Republicano de la Vega, el Casino de Fusión Republicana de Ruzafa, el Centro Espiritista La Paz y otros grupos librepensadores.7

El populismo blasquista, al universalizar a un gran número de sujetos sociales con intereses distintos en un todo único, sin embargo, pone de manifiesto que en la sociedad que los blasquistas pretendían crear los papeles de hombres y mujeres se construyeron en la doble tensión que suponía la igualdad y la diferencia, las aspiraciones a una cierta equiparación y el mantenimiento de las mujeres en posiciones sociales de subordinación, sin que el partido emprendiera iniciativas prácticas para mejorar dichas posiciones. Tendentes a la igualdad, pero distintos en sus atribuciones genéricas, los hombres y las mujeres podían y debían mantener los mismos principios ideológicos, aunque en los ámbitos diferentes que se consideraban propios de cada sexo.

Tal es el caso de las manifestaciones de las mujeres en la guerra de Cuba. La utilización partidista de las madres, con frecuencia iba acompañada del apoyo explícito a las mujeres que eran capaces de protestar ante las injusticias, aunque ello supusiera traspasar los límites que la sociedad atribuía a la feminidad.

Las madres españolas que tanto han llorado y llorarán con motivo de la Guerra de Cuba, se cansan ya de ser hembras débiles que sólo para el llanto tienen fuerza, y protestan con varonil energía contra el desbarajuste actual.

Nos resulta simpática la conducta de esas madres.8

Otras veces, se utilizaba la imagen de las mujeres del pueblo, en este caso refiriéndose a la propia Virgen María, para resaltar las cualidades más tópicas atribuidas a las mujeres.

Hace veinte siglos aproximadamente [...] una pobre mujer toda dulzura y sencillez, como lo son las mujeres del pueblo acostumbradas á luchar con la miseria, á animar con su sonrisa resignada al marido que arrastra la pesada existencia del obrero, sentía los dolores del parto.9

Por tanto, es posible afirmar que, ya que los discursos tienen en sí mismos la intención de producir una apariencia de verdad, las proclamas populistas que utilizaban los blasquistas, aunque parecían tener un sentido único, fueron en sí mismas abiertas e inestables, lo cual posibilitaba determinadas identificaciones relacionadas con los valores universales de la igualdad, la razón y el progreso humano, abiertos, también a las mujeres. Y a la vez, las representaciones incidían en la diferenciación de atribuciones genéricas, complementando los roles femeninos con cierto compromiso ideológico, pero sin desvincular a las mujeres del modelo doméstico, maternal y sentimental, que era el más usual en esa época.

Mientras que la identidad masculina10 predominante, básicamente, no parecía tener fisuras –puesto que proyectaba como deseable un modelo variable pero universal de sujeto basado en una identidad intelectual, racional, que privilegiaba la imagen del varón instruido y comprometido con las ideas del progreso y la libertad–, la identidad femenina fue objeto de debate y polémica hasta tal punto que sería la diversidad, más que el consenso, lo que la definiría. Pero, tras las representaciones que hacían los hombres confiriendo o negando determinada autonomía a las mujeres, se estaba produciendo también una alteración sustancial de la propia identidad masculina. La capacidad de los hombres para comprometerse en mayor o menor grado con cierto igualitarismo, indirectamente aludía y establecía los límites y las premisas sobre las que estaban dispuestos a pensar y vivir nuevos modelos de masculinidad.

Además, el populismo blasquista, por la propia naturaleza de sus discursos –que mezclaba lo público con lo privado y apelaba a las emociones del lector– suponía un instrumento eficaz para que las relaciones entre los sexos y las cuestiones personales fuesen tratadas en el periódico. El afecto, el sacrificio, la vida cotidiana, la vida personal, y otros muchos ámbitos atribuidos a la feminidad eran comúnmente utilizados por los hombres para hacer apelaciones políticas. Sumar el malestar diario y privado ampliaba la función crítica de los blasquistas y multiplicaba el número de sujetos, también las mujeres, que se decían o sentían marginados o insatisfechos; no sólo con la gestión política, sino sobre todo, con muchas conductas y valores vigentes que se referían a las mentalidades y a las costumbres.

Como los republicanos mismos afirmaban, su revolución era en primer lugar una revolución ideológica que concernía al conjunto de la sociedad. Así lo expresaban en un artículo titulado «Educación Popular»: «la humanidad, ya en nuestro siglo, todo lo puede con la fuerza soberana del pensamiento».11 Y la noción de humanidad, en sí misma, comprendía y abarcaba a hombres y mujeres, es decir, al conjunto de la especie. Pero, además, la fuerza de la nueva revolución, al menos en lo que a planteamientos teóricos se refería, consistía en que esa humanidad que compartía nuevos pensamientos e ideales contagiaba ineludiblemente a su entorno y expandía un modo distinto de ser. O, como ellos mismos decían:

Las ideas, cuando se propagan con ardor [...] son como el aire, las respiran los que quieren y los que no quieren. Son como la llama que todo lo purifica y transforma.12

Las nuevas ideas que los blasquistas difundieron, efectivamente, llegaron a formar parte, en cierta medida, del aire colectivo que, de algún modo, ambos géneros respiraron.

Así, no es extraño que en el año 1909, cuando el gobernador civil de Valencia instiga a los republicanos, prohibiendo sus actos públicos y denunciando al periódico, éstos le respondan afirmando que tras su organización había una masa inconcreta de sujetos dispuestos a apoyarles.

Alrededor nuestro se agrupan muchísimos miles de familias, de voluntades que, amparándose en la ley, nos ayudan en esta obra patriótica y progresiva.13

¿Estaban hablando de familias constituidas por grupos afines al movimiento blasquista o eran realmente las familias privadas que forman los matrimonios republicanos? Las «miles de familias» que estaban a su alrededor para apoyarles, eran con toda probabilidad las propias parejas que formaban un nuevo hogar, caracterizado también porque la pareja compartía, además de vínculos sentimentales, una misma visión política e ideológica de la vida social.

Una vez consolidadas las transformaciones referidas a la nueva identidad masculina, la revolución política y social del blasquismo se fue extendiendo, también, a las mujeres y al ámbito de lo privado y del hogar. Al menos esas eran las propuestas que hacia Azzati en uno de sus artículos:

La revolución no puede hacerse más que cultivando vidas para ella [...] Y si mi opinión goza de algún respeto, hablemos menos de revolución y hagámosla más, comenzando la épica empresa en nuestro hogar. Que quienes no consiguieron redimir ni á sus propias esposas ni a sus hijos no son garantía para realizar la revolución ni en las esferas del Derecho ni en el alma de la patria.14

En estas representaciones que constituían la visión del mundo que los blasquistas manejaban, se fueron dando a las mujeres mayores posibilidades para formar parte del movimiento y participar indirectamente a través de sus esposos de los ideales republicanos.

1. NUEVAS IDENTIDADES MASCULINAS

El compromiso ideológico del blasquismo –que como ya se ha mencionado, al menos teóricamente, iba más allá de la conquista del poder político y proclamaba la necesidad del desarrollo moral de la humanidad, demandando «para los pueblos una era de paz, de amor, de libertad y de justicia»–,15 se apoyaba en la creencia de que las ideas tenían un poder transformador e inmortal. Las ideas para los blasquistas, sólo formando parte del desarrollo personal de cada uno de los ciudadanos, serían capaces de hacer de la sociedad y de sus instituciones una realidad distinta.

En este sentido, en el proceso de acción política desarrollada por los blasquistas hay que prestar una especial consideración al hecho de que los ideales que se propugnaban como deseables para los hombres en el ámbito público, se proyectaban también, debiendo formar parte de la vida privada. Desde su punto de vista, la posibilidad de alcanzar alguna transformación política y social dependía, asimismo, de la capacidad que tuviesen como librepensadores y republicanos para vivir cotidianamente de acuerdo con su conciencia y sus pensamientos.

Como afirma Habermas,

los ideales del humanismo burgués marcaron el autoentendimiento de la esfera íntima y de la publicidad, y se articularon en los conceptos clave de la subjetividad y la autorrealización, de la formación racional de la voluntad y de la opinión, así como de la autodeterminación personal y política.16

El progreso, la igualdad, la libertad, la necesidad de la instrucción para mejorar la emancipación de los más desfavorecidos, no eran ideas inconcretas y abstractas que sólo se materializarían en la vida social como resultado de su acceso político al poder público, sino que debían formar parte del quehacer diario, del trabajo continuado de los militantes blasquistas.

Partiendo de estos planteamientos y a medida que los republicanos valencianos, en febrero de 1897, iniciaron la fusión y se desmarcaron definitivamente de las tesis del cambio revolucionario, el partido fue elaborando una propuesta filosófico-política que, como afirma Manuel Suárez al analizar el republicanismo institucionalista, desbordó los límites de la acción política estricta hasta adquirir todo su significado

en el marco más amplio de su interpretación de la vida humana, de la sociedad y de las diversas relaciones que el hombre –como individuo y como ser social– establece en los diversos órdenes de la vida.17

La identidad de los hombres blasquistas se proyectaba, por tanto, en los primeros discursos del periódico como una elección personal, una elección que significaba que no sólo se mantenían ideas diferentes a las del resto de grupos políticos, sino que además esas ideas suponían una conducta distinta.

Y puesto que defendían un liberalismo ético y paradójicamente social, que entendía al individuo participando activamente en la vida de la colectividad, la responsabilidad de los cambios políticos y sociales se representaban como cercana y abarcable, responsabilidad de cada militante blasquista o de cada individuo comprometido con los ideales republicanos, pues como afirmaba Escuder en El Pueblo, con no poca ingenuidad, «¡Que nuestra patria es anómala, inculta, supersticiosa! Pues bien; mejorémosla, que eso sí depende en parte de nuestra voluntad».18 O, bien, también llegaban a decir: «Trabajad todos por y para las ideas. Ellas nos conducirán sobre toda pequeñez á la suprema conquista, á la verdad [...] ¡Republicanos: sedlo!».19

La participación masiva de los hombres en la política hacía necesario construir mecanismos de cohesión y de identificación social que unificaran y canalizaran su fuerza.20

Esos mecanismos de cohesión fueron también un modelo identitario masculino que responsabilizaba directamente a cada militante republicano de los cambios en su entorno, porque muchos de los atropellos políticos que sufrían los demócratas eran el resultado de su falta de coherencia y de la incapacidad para agruparse y crear un frente político y social, que les permitiera contestar al sistema. Cuando se denuncian por parte de los republicanos de Bilbao ilegalidades en las elecciones del mes de julio de 1897, las reflexiones de El Pueblo volvían a incidir en que: «Es inútil esperar horizontes de justicia y prosperidad no saliendo a conquistarlas con nuestras propias manos».21

Y, nada más realizarse la unidad política de la mayoría de los republicanos valencianos en el partido de Blasco, Escuder remarcaba la necesidad de trabajar en la base, en las «provincias», porque sólo ésa era en realidad la tarea que les permitiría expandir las ideas que como republicanos mantenían:

Hecho está lo de arriba: falta hacer lo de abajo. A provincias acudiremos y allí en la brecha nos dedicaremos á la educación y a la conquista del pueblo español.22

Así se creó en torno al blasquismo un sólido tejido asociativo, accionado y reforzado por las apelaciones que hacían referencia a «la fe en los principios», a «la conciencia» y a «la honradez» de sus seguidores. De este modo, se diferenciaban a sus enemigos políticos, y representaban a los sujetos republicanos como los únicos «verdaderamente» revolucionarios y capaces de propiciar transformaciones sociales, ya que sus «principios» no eran sólo palabras abstractas, sino una nueva forma de «ser» y de actuar.

Por ello, los blasquistas promovían a través del periódico reiteradas campañas con el fin de movilizar e implicar cotidianamente a sus militantes. Recogían masivamente firmas, abrían suscripciones populares, promovían manifestaciones, o hacían repetitivos llamamientos a los militantes para trabajar en el partido y garantizar la «limpieza» de los comicios.23

En esta militancia activa de la que hacían gala los blasquistas, habitualmente, encontramos que las mujeres eran, también, invitadas a participar o participaban por su propia voluntad en los actos que se promovían. En los festejos del 15 de julio de 1897, cuando la Juventud Republicana conmemora la toma de la Bastilla (14 de julio), entre los oradores que pronuncian discursos encontramos que se cita como oradora a Dª. Belén Sárraga,24 y en el resumen del acto se puede leer: «Entre la concurrencia vióse gran número de señoras, que llevaban ceñido al cuerpo un cinturón con los colores republicanos».25

También, cuando se invita a los valencianos a que firmen en las oficinas del periódico El Pueblo en apoyo de Zola por el caso Dreyfus, son numerosos los nombres de señoras que figuran en el libro de apoyo, el cual finalmente envían los republicanos valencianos al escritor francés, que está siendo juzgado.

Como resultado de esta invitación a la participación, se promovía una conciencia cívica capaz de movilizarse espontáneamente y con diligencia, manifestándose en las calles y mostrando su desacuerdo con hechos que consideraban onerosos, como, por ejemplo, ante el desastre de Cavite,26 o ante los nuevos impuestos que aplicó Villaverde siendo ministro de Hacienda. En este último caso, de nuevo, la noticia del periódico da cuenta de que en la huelga general que llevaron a cabo los ciudadanos valencianos, también las mujeres y los niños se movilizaron y tuvieron su propio protagonismo.

Muchísimas mujeres y chiquillos desde la seis de la mañana dedicáronse a impedir que se abrieran los talleres, y varios grupos de hombres intentaron hacer cerrar los comercios lo que no fue necesario, pues la mayor parte de ellos ya se habían anticipado a hacerlo.27

Los blasquistas, con esta actitud de movilización popular y de reforzamiento de la militancia, resaltaban la importancia de la acción individual y afirmaban la necesidad de que los sujetos –sobre todo los hombres, pero también las mujeres–, adquiriesen un compromiso tangible con la vida social y política.

Frente al carisma de los líderes, la política de medro y privilegios que, desde su punto de vista, significaba para el resto de los partidos políticos obtener diputados y relacionarse con sectores sociales influyentes para el propio provecho, oponían la necesidad de acciones basadas en la presencia en las calles de la masa federal, que eran en realidad sus seguidores.

Sin embargo, conviene no olvidar que Pigmalión, refiriéndose a los republicanos influyentes, afirma que hubo también intereses particulares vehiculados a través del partido:

La junta municipal del partido estaba compuesta por hombres ambiciosos que aspiraban a ocupar cargos públicos de la administración y política valenciana. Otros, industriales y comerciantes, pensaban hacer grandes negocios al socaire de la política.28

También en el mismo sentido, Martí advierte que

Cal tenir en compte l’afavoriment per part dels blasquistes dels interessos d’una burguesia urbana beneficiada per l’assaig de reforma urbanística [...] fins al punt que J. López Hernando ha pogut parlar, en estudiar la política hisendística del blasquisme, d’autèntica detracció de recursos dels sectors populars per a subvenir els negocis immobiliaris dels propietaris.29

Estas representaciones que los blasquistas hacían de sus seguidores, aun cuando no siempre sus actuaciones tuvieron un correlato exacto con sus prácticas de vida, nos permiten comprender cómo aquellos republicanos –que en los primeros tiempos del partido en Valencia leían o escuchaban El Pueblo, eran «pobres, y en su mayoría iletrados, entendían la democracia a su manera y se dirigían al jefe para resolver cualquier asunto»–,30 fueron progresivamente formados para comprender que podía existir otra forma más moderna y efectiva de hacer política.

Desde este punto de vista, la tarea de los blasquistas se centró en convencer, sobre todo a los varones, de que no sólo era necesario confiar en la integridad que debían tener los líderes a los que votaban; también era necesario que la política se convirtiese en una responsabilidad colectiva. Como decía un artículo del periódico:

Podrán caer los jefes, pero las ideas sobreviven, y la protesta revolucionaria no muere ni morirá, pues se abriga en el corazón de todos los españoles honrados.31

O también:

El único medio de hacer republicanos es trabajar incesantemente por la causa, llevando á cabo campañas de actividad extraordinaria, sosteniendo el calor en todos los corazones y el entusiasmo en todos los cerebros.32

Esta visión se hacía presente, asimismo, en muchos de los artículos del periódico que trataban sobre los políticos relevantes. Los personajes de la vida política que aparecen en El Pueblo no sólo eran valorados por sus acciones públicas, sino que también se solía remarcar la necesaria coincidencia que debían tener su vida y sus ideales.

Las figuras tanto de Cánovas como de Castelar, de Sagasta, o Estévañez se analizan evaluando el conjunto de cualidades y comportamientos que conforman su personalidad; y en muchos casos, su vida familiar, el confort o el sacrificio, la comodidad o las renuncias gozadas o sufridas son las que definen, también, las intenciones públicas y la valía política del personaje. Las declaraciones de los políticos dejaban de tener valor o cobraban todo su valor sólo si eran capaces de ser coherentes con sus ideas, haciendo de su compromiso público un compromiso vivencial.

Desde estos parámetros, el juicio que el periódico aplicaba a los personajes que mencionaba solía ser benigno cuando se guardaba fidelidad a los principios, o podía ser implacable o demoledor en el caso contrario.

2. LA CONCIENCIA INDIVIDUAL, GUÍA DE LAS ACCIONES

Porque, en última instancia, cuando los individuos se comprometían políticamente, la necesidad de coherencia personal se hacía del todo necesaria incluso para mantener la propia conciencia de la nación. En un artículo titulado «Nación sin conciencia», el articulista criticaba los desastres políticos haciendo referencia, de nuevo, a la pérdida de los valores entre los hombres que gestionaban los asuntos públicos sin que los electores les demandasen responsabilidades. Pues no debían ser los mayores o menores éxitos, ni los beneficios materiales, como «los monárquicos [que] se aprovechan del voto para el medro personal», ni las presiones externas, ni el disfrute del poder. La base de cualquier proyecto político renovador era también la conformación de una conciencia autónoma que, en el interior de cada sujeto, permitía que éste se comprometiese con la colectividad y viviera consecuentemente en la línea de sus pensamientos. Ése era el principio que les diferenciaba, según su punto de vista, del resto de grupos políticos, porque no hacían uso de una doble moral y trataban de vivir sin someterse a ninguna moral externa ni a ninguna claudicación material. Por ello también muchos republicanos ilustres, después de abandonar sus cargos políticos por mantener sus ideas y actuar como les dictaba su conciencia, vivían en la pobreza.33

Vivir de este modo era fundamental en la nueva representación de la acción política que en ningún caso era una tarea fácil. Incluso la dificultad de la empresa se convertía en heroicidad y mérito, ya que, en última instancia, ése era también el sentido de un concepto de libertad que se definía como fundamento de una subjetividad ajena a cualquier servilismo. Como afirma Reig, «el tema de la libertad está siempre presente de una forma directa y hasta hermosa» en los artículos del periódico y en las grandes campañas que reiteradamente emprenden y que «muestran una pasión sincera que se comunica al lector».

Desde estos presupuestos, en un artículo titulado «Catecismo revolucionario»,34 cuando el escritor se pregunta retóricamente por las virtudes positivas de un buen republicano, la repuesta dice así:

La primera tener decisión; la segunda no confiar ni un minuto más en otra cosa que no sea la guerra activa á la monarquía, y la tercera y más importante, no dejarse seducir por nada ni por nadie.35

También cuando el periódico menciona que «a D. Alejandro Pidal le sale un hijo librepensador», el articulista matiza sus propias palabras añadiendo: «en el sentido de que piensa por sí, libremente, sin miedo al qué dirán, sin plegarse á conveniencias ni á prejuicios».36 Incluso cuando Benito Pérez Galdós «ingresa en la falange republicana», escribe una carta (que publica El Pueblo), en la que el escritor hace explícito que se reserva la independencia en todo lo que no sea incompatible con las ideas esenciales de la forma de gobierno que los republicanos defienden.37

Incluso cuando las mujeres republicanas tomaban la palabra, continuaban remarcando esa necesidad de acogerse a la libertad interna (que no se deja seducir por nada ni por nadie); libertad que se forma a través de la razón y la instrucción, mecanismos básicos para formar esas subjetividades «verdaderamente» autónomas.

En un mitin celebrado en Sagunto por los librepensadores, se narra el discurso pronunciado por Belén Sárraga con las siguientes palabras:

Hizo la historia de la mujer en la antigüedad y la consideración en que era tenida por los sacerdotes.

Añadió que no quería esclavas ni que siguieran sus doctrinas, sino que se instruyeran y luego con libertad siguieran las doctrinas que les inspirase su libre criterio.38

Los republicanos entendían la libertad como plenamente ligada al desarrollo de la razón individual, pero también como plenamente capaz de distanciarse de los seres o de las ideas que desde el exterior marcaban, observaban o juzgaban las conductas.

En el mismo sentido, cuando en 1898 Blasco Ibáñez agradece a sus votantes su elección como diputado, remarca también la importancia política que tiene para «el obrero honrado» (que le ha otorgado su voto) el desarrollo, a través de la educación, de un juicio autónomo que le permite elegir políticamente.

El obrero honrado que adquiere su instrucción en las horas de descanso, formándose sus opiniones con independencia, y purifica su voluntad de tal modo que sabe resistir las seducciones y da su voto al que cree más digno.39

Aun cuando las palabras de Blasco contienen, sin duda, una clara intención política que pretende redundar en su propio beneficio y en el de su partido, dichas palabras no dejan de remarcar la importancia que para los republicanos tenía la construcción de ese ámbito privado de elección, basado en el propio discernimiento.

Habermas,40 reflexionando sobre tres modelos de política deliberativa, afirma que según la concepción republicana la política no se agota –como afirma el liberalismo– en la función de mediación entre el Estado y los ciudadanos, «sino que es un elemento constitutivo del proceso social en su conjunto. La política es entendida como forma de reflexión de un plexo de vida ético». En la concepción liberal, la política (entendida en el sentido de formación de la voluntad política de los ciudadanos) tiene la función de

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