Kitabı oku: «Republicanas», sayfa 7
Las tabernas, el juego, el alcohol, donde hombres con hombres se distraían y hablaban, ajenos a la presencia femenina, demarcaban el espacio real y simbólico no sólo entre los géneros, sino también entre las responsabilidades sociales que tenían los hombres con respecto a su trabajo, su familia y su propia personalidad, que sólo entre hombres se mostraba finalmente sin cortapisas. Las presiones sociales exigían de los hombres cargas y compromisos que sólo se subvertían en el espacio donde se encontraban solos; en las tabernas, por ejemplo, donde podían expresar finalmente una masculinidad, provisionalmente, al margen de sus deberes sociales.
Como se narra en La barraca, refiriéndose a los encuentros masculinos en la taberna de Copa, «cuando un padre de familia ha trabajado y tiene en el granero la cosecha, bien puede permitirse su poquito de locura».79 Pero, seguidamente, en la descripción de la actividad de los hombres en el local de Copa, se muestra cómo este «poquito de locura» sobrepasa ciertos límites y las reyertas y peleas se hacen presentes. Los conflictos sociales, la rabia de los labradores por la explotación a la que les somete el «amo» de la tierra, se vuelve contra los mismos labradores que, aletargados por el alcohol, se enfrentan entre ellos en las tabernas y garitos, incapaces de comprender que sus disputas bravuconas no son la solución a las arbitrariedades de los propietarios.
Así, esta noción de la identidad masculina violenta, que se expresaba sobre todo en el tiempo de ocio, perpetuaba a los hombres de clases populares en valores y hábitos de conducta que el blasquismo, como ya hemos dicho, consideraba necesario transformar.
Por tanto, el ocio en las tabernas, en el juego o en los toros se significaba por los republicanos como una válvula de escape a través de la cual se expresaba una masculinidad, en muchos casos chulesca, prepotente y agresiva, promocionada por el poder para perpetuar en el inmovilismo y en la ignorancia a los grupos sociales más desfavorecidos, principales practicantes de este tipo de entretenimientos realmente muy extendidos en la época. Como cuenta Pigmalión «había entonces en Valencia muchos garitos y casas de juego defendidas por chulos baratos y matones».80
Una de las expresiones más directas de esta relación que los blasquistas establecían entre la identidad masculina y la violencia, la encontramos en un artículo humorístico titulado «El símbolo» y que firmaba Luis Taboada. El texto dice así:
A algunos les parece muy bien la costumbre de llevar navajas en el bolsillo y se mueren por sacarlas y fingir que matan a uno detrás de una puerta [...] Y esgrimen el arma con encantadora agilidad, y se hacen la ilusión de ser unos homicidas terribles [...] En fin la navaja desaparecerá cuando muramos todos. Hay quienes ya vienen al mundo con ella.
Y, a continuación, se establece en el texto un corto diálogo:
—Corra Ud. D. Nicomedes; corra usted que ya ha salido de cuidado su señora.
—¿Y qué ha soltado? ¿Niño ó niña?
—Un niño, un niño muy hermoso, con su navajita colgada al cuello.81
Los niños parecían nacer vinculados irremediablemente a la «navajita», símbolo inequívoco de su masculinidad. Ser hombre suponía que era necesario ostentar y practicar formas de valor y violencia que daban prestigio al individuo dentro de la comunidad. Los sujetos más desfavorecidos parecían obtener un cierto reconocimiento social demostrando que eran valientes y capaces de amedrentar e imponerse por la fuerza sobre los demás.
Como decía el periodista Escuder, la vida para los pobres era dura, los obreros vivían en condiciones de habitabilidad precarias, en casas insalubres y oscuras, «amontonados en cuchitriles, revueltos los sexos, sin abrigos, incómodos», y, en este estado de penuria, añadía: «la embriaguez suele ser su única diversión».82 Esta precariedad en las condiciones de vida de los más necesitados con frecuencia suponía que la embriaguez y las peleas entre hombres iban unidas; y aunque estas expresiones de la masculinidad estaban para los blasquistas relacionadas con sus deficientes condiciones materiales, desde su punto de vista, eran intolerables y anacrónicas, responsabilidad de las autoridades que no hacían nada para solucionarlas. Parte del problema era que los gobernantes no se preocupaban tampoco de elevar el nivel cultural de los hombres que vivían en el atraso y en la subordinación, manteniendo hábitos de conducta y formas de pensamiento antiguos y bárbaros. La continuidad del sistema político de la Restauración no se manifestaba sólo en prácticas de poder político caciquiles, arbitrarias y antidemocráticas, sino en la extensión y perpetuación de toda una tradición cultural que suponía, también, unos usos cotidianos que extendían las prácticas políticas hasta las conductas personales.
Además, los agentes de la autoridad, aplicando unas fórmulas políticas, también irracionales, arbitrarias e injustas, continuamente dejaban tranquilos a los «chulos» y violentos con los que, incluso, compartían ciertas conductas y determinados ambientes. Como era frecuente leer en el periódico El Pueblo:
Ni en África ocurren actos de barbarismo como en Valencia [...] Desde que el productivo oficio de matón es respetado por los agentes de la autoridad y protegido por las personas influyentes, la seguridad pública en esta ciudad es un mito.83
En cualquier caso, los republicanos incidían en las conductas violentas que enfrentaban a los hombres para solucionar los conflictos. Así, incluso cuando las actividades violentas tenían lugar entre los propios republicanos, admitían que la violencia entre los iguales no era la solución.
La solución a los problemas de la violencia, de las peleas, incluso de la embriaguez, no era el tolerarlos amparándose en la propia arbitrariedad y complicidad de las autoridades, ni tampoco dictar órdenes para reprimirlos. Como se puede leer entre líneas en el artículo anterior y se afirma con rotundidad en otro artículo titulado «La moral conservadora», las soluciones a esos problemas se relacionaban con otra noción de las relaciones entre hombres, una noción que tuvieran como base determinados ideales, como la fraternidad y los razonamientos, que debían desterrar las pasiones y el instinto como métodos antiguos en los que se basaban las relaciones humanas.
En el artículo titulado «Pueblos bárbaros», las palabras del propio Blasco Ibáñez lo expresan del siguiente modo:
No hay en el mundo gente más valiente que nosotros –se dicen–; al enemigo que cae lo escabechamos; la matanza o el incendio son nuestros medios de convicción; nuestra ley la del más fuerte; nuestra diversión, ver correr la sangre. Vivimos aislados de la civilización que es el afeminamiento; seamos fieles al taparrabos y al rompecabezas; símbolo del valor.84
Para cambiar la sociedad había que iniciar un proceso de culturización, de civilización, o de «afeminamiento», como lo hubieran llamado los «valientes» de entonces, un proceso que consistió en que los hombres más desfavorecidos, los trabajadores que disponían tan sólo del tiempo de ocio para instruirse y participar en otro tipo de prácticas culturales y políticas, debían racionalizar y encauzar su tiempo libre y sus diversiones. Debían, por tanto, transformar en claves lógicas y razonables, tendentes a un fin preciso, los parámetros que regían sus pautas relacionadas con las diversiones para hacerlas social y políticamente útiles.
Por todo ello, la resignificación que el blasquismo pretendía hacer de la identidad masculina asociaba reiteradamente el embrutecimiento del pueblo con el aprovechamiento que las ideologías reaccionarias hacían de la brutalidad y la incultura de los hombres. Un pueblo culto y progresista debía utilizar de una forma más adecuada su tiempo libre, ya que determinadas diversiones, además de ser bárbaras y atrasadas, aletargaban a la masa e impedían a los individuos preocuparse por los problemas que tenía la nación.
En este sentido, también, las corridas de toros fue otro de los temas favoritos que utilizaron los republicanos para relacionar, ocio masculino, violencia, incultura y política.85
Para los republicanos valencianos el problema era que desde la política nacional se favorecía la incoherencia de estos comportamientos y no se promovían otro tipo de distracciones relacionadas con la educación o la cultura del pueblo.
Como decía otro articulista del periódico; «No me gustan las corridas de toros. Pero, ¿y las carreras de caballos, el boxeo, los cabarets? Hagamos una campaña culta contra todo esto».86
Desde el punto de vista de los blasquistas, un caudal inmenso de energías masculinas que debían destinarse a hacer frente a la incultura y al atraso nacional se «distraían» en diversiones ilusorias y anacrónicas, y los políticos no prestaban atención a la instrucción y al fomento de la capacidad intelectual del pueblo, que en este caso, eran en realidad los hombres. La ley del más fuerte, las peleas entre hombres, el valor torero y sanguinario, debían dejar de ser símbolos del valor masculino. Las prácticas embrutecedoras del juego, la embriaguez, los toros o el uso de la violencia personal mantenían la ilusión entre los hombres, sobre todo entre los de clases populares, de que podían «ser alguien» e imponerse sobre los demás; o las distracciones «bárbaras» podían ayudarles a evadirse momentáneamente de la miseria y de la mediocridad en que vivían. Como los propios hombres, la nación debía dejar atrás sus propios mitos e implicarse en la «verdadera» civilización. La «civilización», relacionada con una nueva autopercepción de los sujetos, suponía que los hombres se hacían conscientes de que las transformaciones sociales y la mejora de sus condiciones de vida dependían también de ellos mismos, de su propia capacidad de instruirse y comprometerse políticamente, aplicando su tiempo de ocio en tareas útiles que realmente reportasen algún beneficio a la colectividad.
En este sentido, la educación, el pensamiento, la racionalidad, el compromiso social y las actuaciones políticas debían ser los nuevos símbolos de la masculinidad. El valor viril era saber enfrentarse políticamente a quienes pretendían mantener a los más desfavorecidos en el atraso cultural y en la subordinación. El nuevo valor masculino era comprometerse en las organizaciones obreras que defendían los intereses de los trabajadores y reivindicar pausadamente, pero con contundencia, los derechos que las leyes otorgaban a los ciudadanos. Por ello, la violencia masculina individual debía transformarse en violencia colectiva y política. Y esta nueva valentía masculina para enfrentar las injusticias sociales era el «verdadero» signo de la virilidad.
Así, cuando una delegación de republicanos españoles visita Bélgica y los socialistas belgas «presionan» para que los republicanos españoles acudan al parlamento de aquel país, los socialistas granadinos felicitan a los obreros belgas por «vuestra protesta, honrada, viril y revolucionaria».87 Igualmente, no dudaban en alabar con palabras que hacían referencia a su virilidad a un ex-concejal republicano que se resistía a las presiones de Capriles que en 1904 ejercía de gobernador civil de Valencia y con el que los blasquistas republicanos mantenían enfrentamientos:
La junta directiva del Casino de Unión Republicana acordó en la sesión de ayer felicitar al digno exconcejal D. José María Codeñea por la viril y gallarda contestación dada á Capriles con motivo del requerimiento de éste para que aceptase una concejalía interina ó de esquirol.88
Del mismo modo, en un artículo titulado «Lo que aquí falta», cuando los blasquistas acusan a los liberales y a los propios republicanos de fomentar la pasividad política no dudaban en preguntarse:
Qué de extraño tiene la metamorfosis de ciudadanos viriles en inmensa borregada, si han matado las energías populares los mismos que debieron trabajar por robustecerlas y desarrollarlas.89
La «auténtica» virilidad para los blasquistas, se relacionaba directamente con la capacidad de los hombres de intervenir políticamente y hacer frente a lo que ellos consideraban injusto y arbitrario. Así, no era extraño que en un artículo titulado «Sólo quedan las mujeres» llegaran a decir:
Un amigo nuestro dice con muy buen sentido que todavía España tiene un áncora de salvación: las mujeres.
Ellas son las que de años á esta parte dan pruebas de virilidad en España, las que se imponen á las autoridades en motines y asonadas, las que silban á los malos españoles.
Los hombres han quedado reducidos al papel de tropa asustadiza y ni se resuelven á dar un silbido allí donde hace falta por temor á que les resulte perjuicio.90
Simbólicamente, la nueva virilidad no se basaba en una violencia prepotente y personal que se ejercía entre iguales, sino en la capacidad de los nuevos sujetos para hacer frente y denunciar los problemas colectivos que eran siempre políticos. La violencia colectiva, aunque la ejerciesen las mujeres era, por tanto, además de un exponente de la virilidad, una forma legítima de transformar la política.91 Por eso los blasquistas trataban de espolear la masculinidad de los hombres afirmando que, en los últimos años, las mujeres eran las únicas que demostraban virilidad en España al enfrentarse a las autoridades. Y, por eso, también eran capaces de titular otro artículo con palabras que decían: «Gobierno femenino». Los fracasos de la Marina y la pasividad con que el Señor Moret aceptaba las agresiones que había sufrido la embajada española en Washington, les llevaba a afirmar:
No es extraño que esto ocurra, ya que la nación está regida por seres débiles y por un gobierno cuyo inspirador es un hombre con espíritu femenino.92
Hábilmente demagógicos, los blasquistas utilizaban los atributos genéricos con más o menos valor según se refiriesen a lo «viril» o a lo «femenino», según su propia conveniencia. Sin embargo, para los blasquistas las apelaciones a la virilidad no remiten exclusivamente como mantiene Álvarez Junco a «valores culturales violentos», ni resultan excesivamente groseras como parece que fueron en el caso de los lerrouxistas, que hacían referencia a los órganos sexuales masculinos para afianzar el carácter revolucionario del propio Lerroux.93 La valentía viril se entendía no como agresiones entre iguales que se enfrentaban personalmente, sino con el compromiso colectivo ante lo que política y socialmente se consideraba ilegal, arbitrario, injusto o denigrante. La violencia que a nivel individual era considerada por los blasquistas detestable, sin embargo, se consideraba deseable cuando era colectiva y se ejercía con un fin político.
Pero para que los hombres pudiesen ser ciertamente esos nuevos sujetos «viriles» y para que comprendiesen con detenimiento el origen de las injusticias sociales, los trabajadores y obreros que tenían un tiempo reducido para formarse y ejercer la política debían emplear su tiempo libre en tareas políticamente útiles. En este sentido, en el relato de una conferencia en el café Dos Reinos de Pueblo Nuevo del Mar, el señor Monfort Nadres contrapone y sanciona dos modelos excluyentes que tenían los obreros de vivir el tiempo libre. Por un lado, estaban los que se entregaban a los hábitos de conducta relacionados con el ocio que el blasquismo pretendía erradicar y, por otro lado, los obreros con hábitos de conducta que el blasquismo promocionaba. Por supuesto, estas representaciones trataban de significar dos modos antagónicos de vivir la identidad masculina. Así, en su charla el citado señor
dijo también que los obreros, lejos de procurar por el estudio, por la cultura emancipadora, se entregan a las corridas de toros y al aguardiente. Otros sacrifican horas de descanso al estudio.
A continuación, en el mismo artículo, al narrar los actos que siguen a la conferencia, tenemos un ejemplo de cómo los blasquistas practicaban ya esa nueva identidad masculina que ligaba política, cultura y diversión, promocionando formas de conducta que estaban transformando la imagen y los roles que socialmente debían desempeñar los hombres. Como colofón al encuentro de los republicanos en el café,
Una banda de música sin otro uniforme que la blusa, entretuvo a los obreros ejecutando piezas populares. Al terminar el acto se tocó La Marsellesa.94
En los primeros tiempos del partido, estas campañas de los republicanos para reformular la identidad masculina y encauzar el tiempo libre de los hombres, fueron constantes. En las elecciones de diputados de 1903, cuando Blasco Ibáñez tiene que enfrentarse a Soriano y pronuncia un mitin en el Centro de Unión Republicana, aparece la misma contraposición entre dos formas de entender y vivir la masculinidad.
Así, Blasco habla de Valencia como de
un pueblo donde se avergonzará el hombre de llevar armas mortíferas, donde el hombre de ciencia encontrará la inspiración de sus investigaciones; el artista sus musas; el escritor sus fuentes de creación.
Y continúa su discurso afirmando que ya se había hecho algo de este programa y se continuaría haciendo porque «un pueblo que jugaba en las tabernas ahora leía».95
La ciencia, las artes y la creación debían sustituir a las vergonzosas armas mortíferas. La lectura ya ocupaba el tiempo que antes dedicaban los obreros a los juegos de taberna.
Durante los años que comprende la presente investigación, determinadas organizaciones más o menos afines al republicanismo se pusieron también en marcha para difundir otras nociones de identidad masculina relacionadas con la educación y la cultura. Desde el periódico se daba publicidad a sus actos y, como cuando anunciaban el «Festival Musical de la plaza de Toros» organizado por las Escuelas de Artesanos, los periodistas republicanos siempre volvían a insistir en que al citado acto debía «acudir el que sienta cariño hacia esa institución, que tantos seres arranca del vicio y tanto difunde la ilustración entre la clase trabajadora».96
También la tarea de los casinos en estas transformaciones de la identidad masculina debió de ser fundamental, porque durante ese tiempo libre de los hombres era también cuando se acordaban informalmente las estrategias de los partidos políticos y cuando, habitualmente, tenían lugar las conversaciones y el intercambio de opiniones.
El mundo de la vida política, reservado también exclusivamente a los varones, contaba con el espacio privilegiado de los cafés y casinos, donde los hombres discutían y se reunían con sus amigos compartiendo informaciones y buscando aliados políticos en el ambiente distendido de esos lugares de ocio.
En la novela Flor de Mayo se explica que en el café de Carabina, el tío Mariano aguardaba la llegada del alcalde y de otros de su clase escuchando con desdeñosa superioridad al «tio Gori, viejo carpintero de ribera que durante veinte años iba al café todas las tardes a deletrear el periódico desde el título a la plana de anuncios, comentando especialmente las sesiones de las Cortes ante unos cuantos pescadores que en días de holganza le oían hasta el anochecer».97
Los cafés y las tabernas de barrios y pueblos eran, pues, centros de ocio y a la vez de tertulia, donde tradicionalmente, también, los hombres se informaban, discutían y fraguaban alianzas.
Emulando a esos cafés y casinos de los barrios y pueblos, la vida asociativa de los casinos y centros republicanos combinaba la vida política del partido con un tiempo libre que podía ser evasión y distracción para los hombres, pero que trataba a su vez transformar los hábitos de conducta masculina, haciendo la sociabilidad reflexiva y el tiempo de ocio un espacio abierto a la cultura, progresista y comprometido con ese desarrollo personal que se entendía como la base de los cambios sociales.
Apoyándose en algunos hábitos de conducta ya establecidos, como era el de acudir a los casinos, los blasquistas, con un claro fin, pretendían imprimir a la sociabilidad masculina un claro matiz ideológico.
Así, cuando en 1903 se puso en marcha la Universidad Popular en Valencia, con sede en el Centro de Fusión Republicana de la calle Libreros, los blasquistas ya podían afirmar que
por fin, las mesas, los naipes y las fichas de dominó se arrinconarían unas horas mientras duraban las clases, y tal vez el ambiente instructivo de las enseñanzas, de los profesores que diesen sus lecciones desde sus cátedras populares, acabarían por avergonzar a los jugadores que se dedicarían a leer y a instruirse.98
El tiempo de ocio del que sólo los hombres disfrutaban (puesto que las mujeres de clases populares, durante el tiempo que les dejaba libre el trabajo remunerado, permanecían en la casa o se reunían con las vecinas para coser y charlar) fue, por tanto, uno de los ámbitos desde donde se impulsaron muchas de las iniciativas que el blasquismo proponía con respecto a la identidad masculina.
Pero los casinos, a medida que el partido republicano se fue consolidando como un eje fundamental de la sociabilidad masculina, ampliaron sus competencias y se convirtieron en espacios de sociabilidad familiar. Bailes, veladas musicales o teatrales, conferencias instructivas, pronto se programaron contando y reclamando la presencia de las mujeres de los republicanos. La vida política y asociativa, se convirtió también en vida de relaciones sociales disponible para todos los miembros de la familia republicana. Como espacios alternativos, los casinos no dudaron en programar actos propios para celebrar determinadas fiestas, como la conmemoración de la Primera República o la toma de la Bastilla; y más tarde, los casinos programaban continuas actividades relacionadas con la diversión y el entretenimiento. Incluso las fiestas tradicionales como las navidades, pascuas o carnavales se celebraban en los casinos republicanos adquiriendo, por supuesto, otros matices mucho más acordes con sus presupuestos ideológicos. Así, en 1909, en un artículo titulado «Los bailes del carnaval en nuestros Casinos», el periódico felicitaba a la directiva y comisión del baile con estas palabras: «Así se trabaja: uniendo el arte, el recreo y el buen gusto con la hermosa nota de los ideales que se sustentan y defienden».99
Desde el ambiente de hostilidad que los blasquistas expresaban ante esas formas de identidad masculina que se manifestaba de forma violenta en tabernas y cafetines, hasta la autocomplacencia que mostraban ante sus propias formas de diversión y sociabilidad, se había recorrido un interesante camino. Aquellos ideales que en los primeros tiempos del partido debían servir de guía a la conducta masculina continuaban sustentando la programación de un acto, tan aparentemente insustancial, como era un baile de carnaval. Los que compartían los mismos principios políticos se divertían y recreaban en familia para mostrar en público, en sus propios casinos, un nuevo estilo de vida.
En 1908 el partido contaba ya con una Comisión de Fiestas que, para «dar mayor brillantez á la conmemoración del 11 de febrero», acordaba contactar con los demás casinos del partido para que «estudien la idea y colectivamente lleven á la práctica toda iniciativa». Para tal «efecto se reunieron algunos presidentes y acordaron en principio celebrar una fiesta de caridad, un festival escolar y un acto político».100 En las fiestas de caridad solían participar activamente las mujeres, y en los festivales escolares el protagonismo se reservaba a los niños. El acto político final formaba parte, por tanto, de una compleja red donde la representación del «hacer» republicano se extendía a la fiesta e implicaba a diferentes grupos de edad y género.
La nueva sociabilidad masculina y el tiempo de ocio de los hombres, al hacerse política y culturalmente «útil», había logrado «reunir» en algunas ocasiones a los hombres y mujeres republicanos, proyectando indirectamente un nuevo modelo de relaciones familiares que se mostraban en público
1 Sobre el tema del populismo, véase J. Álvarez Junco (comp.): Populismo, caudillaje y discurso demagógico, Madrid, cis, 1987, pp. 219-270; J. Álvarez Junco: El Emperador del Paralelo. Lerroux y la demagogia populista, Madrid, Alianza, 1990.
2 R. Reig: Blasquistas y..., p. 14.
3 También Townson afirma que «populismo es un concepto escurridizo que se ha usado para cubrir una variedad de formas políticas [...] Sin embargo, “populismo” ha sido usado específicamente para hacer referencia a una política que intenta movilizar el apoyo a través de la atracción de un líder carismático. Su mensaje es moralista, emocional y antiintelectual e inconcreto». En N. Townson: «Introducción», en N. Townson: El republicanismo en..., p. 27.
4 S. de Beauvoir: El segundo sexo. La experiencia vivida, Buenos Aires, Siglo Veinte, 1987, p. 54.
5 El Pueblo, 15 de febrero de 1898.
6 C. Fagoaga: «La herencia laicista del movimiento sufragista en España», en A. Aguado (coord.): Las mujeres entre la historia y la sociedad contemporánea, Valencia, Generalitat Valenciana, Direcció General de la Dona, 1999, pp. 91-111.
7 El Pueblo, 19 de febrero de 1898.
8 El Pueblo, 2 de agosto de 1896.
9 El Pueblo, «Hace veinte siglos», Blasco Ibáñez, 24 de diciembre de 1897.
10 Desde esta perspectiva y en referencia a los hombres, se trata de considerar las cargas sexuales y de género que tienen los símbolos y el lenguaje de la política. Para una reflexión al respecto, véase G. Bock: «La historia de las mujeres y la historia del género: aspectos de un debate internacional», Historia Social, 9..., pp. 69-72.
11 El Pueblo, 9 de marzo de 1896.
12 El Pueblo, 11 de marzo de 1897.
13 El Pueblo, «Nuestra Obra», 18 de septiembre de 1909.
14 El Pueblo, 20 de agosto de 1909.
15 El Pueblo, «Fin de siglo», Alfredo Calderón, 26 de enero de 1898.
16 J. Habermas: Historia y crítica de la..., p. 22.
17 M. Suárez Cortina: «El republicanismo institucionista...», pp. 61-81.
18 El Pueblo, 1 de mayo 1896.
19 El Pueblo, «A trabajar», 9 de mayo de 1910.
20 En el estudio de Litvak en torno a la sociología del anarquismo español se afirma también que «la exaltación de la acción social se llevaba a cabo no sólo como norma de existencia humana, sino también como una más ancha apertura de idealismo benéfico y fervor altruista». L. Litvak: Musa libertaria. Arte, literatura y vida cultural del anarquismo español (1880-1913), Madrid, Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo, 2001, p. 171.
21 El Pueblo, 10 de julio de 1897.
22 El Pueblo, «La fusión republicana», 5 de junio de 1897.
23 El Pueblo, «Elecciones», 11 de abril de 1899.
24 Mª. D. Ramos: «Feminismo y librepensamiento en España. Contra las raíces de la sociedad patriarcal», en C. Canterla (coord.): VII Encuentro de la Ilustración al Romanticismo, Cádiz, Universidad de Cádiz, pp. 313-330; Mª. D. Ramos: Belén Sárraga: una líder social del 98 en Andalucía, Córdoba, Publicaciones Obras Social y Cultural Cajasur, Actas del Primer Coloquio Internacional Andalucía y el 98, 2001. También véase, C. Martínez, R. Pastor, M. J. de la Pascua, S. Tavera (dirs.): Mujeres en la historia de España. Enciclopedia biográfica, Barcelona, Planeta, 2000, pp. 681-685.
25 El Pueblo, 15 de julio de 1897.
26 El Pueblo, «La manifestación de anoche», 16 de julio de 1898.
27 El Pueblo, 2 de julio de 1899.
28 Pigmalión: Blasco Ibáñez novelista..., p. 48.
29 M. Martí: «La societat valenciana de la Restauració...», p. 160.
30 Pigmalión: Blasco Ibáñez novelista..., p. 49.
31 El Pueblo, 9 de febrero de 1896.
32 El Pueblo, 14 de mayo de 1899.
33 El Pueblo, «Ladrones y hombres honrados», 4 de octubre de 1897.
34 También Litvak y Álvarez Junco mencionan este tipo de «catecismos» libertarios o republicanos propios de la toponimia cristiana. La sustitución de los valores religiosos enlaza también con la idea del sacrificio por las ideas y con la veneración de las figuras míticas de los «mártires del progreso». L. Litvak: Musa libertaria..., pp. 79-80; J. Álvarez Junco: El Emperador...
35 El Pueblo, «Catecismo revolucionario», 4 de febrero de 1897.
36 El Pueblo, 23 de noviembre de 1898.
37 El Pueblo, «Carta de Benito Pérez Galdós», 7 de abril de 1907.
38 El Pueblo, 24 de abril de 1899.
39 El Pueblo, 7 de mayo de 1898.
40 J. Habermas: «Tres modelos de democracia. Sobre el concepto de una política deliberativa», Debats, 39 (1992), p. 18.
41 H. Béjar: El corazón de la república. Avatares de la virtud política, Barcelona, Paidós, 2000, p. 174. Cita textual de las teorías de Sandel.
42 El Pueblo, «La fusión republicana», 11 de noviembre de 1897.
43 Hay que matizar que la formulación que Suárez Cortina atribuye a los krausistas españoles fueron en sí mismas contradictorias. M. Suárez Cortina: «El republicanismo...», p. 72.
44 El Pueblo, 3 de julio de 1897.
45 El Pueblo, «La plena inmoralidad», 16 de enero de 1897.
46 R. Reig: Blasquistas y..., p. 202.
47 El Pueblo, 9 de marzo de 1910.
48 J. Habermas: «Tres modelos de democracia...», p. 19.
49 El Pueblo, «Nación sin conciencia», 20 de septiembre de 1898.
50 El Pueblo, «Escepticismo», 13 de noviembre de 1902.
51 El Pueblo, 13 de marzo de 1901.
52 El Pueblo, «Asamblea Nacional Republicana», 1 de junio de 1897.
53 El Pueblo, «El meeting de ayer», 8 de febrero de 1897.
54 P. Radcliff: «Política y cultura republicana...», p. 386. Radcliff hace referencia a la Aurora Social, 7 de octubre de 1899.
55 El Pueblo, 4 de marzo de 1901.
56 M. Cerdá (dir): Diccionario histórico..., pp. 149-150.
57 El Pueblo, 9 de julio de 1901.
58 El Pueblo, 6 de julio de 1901.
59 El Pueblo, 6 de julio de 1901.
60 Reig cita, para apoyar sus tesis, el trabajo de Romero-Maura. R. Reig: Blasquistas y..., p. 226.
61 S. Magenti Javaloyas: L’anticlericalisme blasquista. València: 1898-1913, Simat de la Valldigna, Edicions La Xara, 2001, p. 39.
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