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imponer los intereses sociales privados frente a un aparato estatal que se especializa en el empleo administrativo del poder político para conseguir fines colectivos.
En la concepción republicana, la política constituye el medio a través del cual «los miembros de comunidades solidarias [...] se tornan conscientes de su recíproca dependencia» y tratan de configurar, y transformar con voluntad y conciencia, y a través de relaciones de reconocimiento mutuo, esa comunidad en una asociación de ciudadanos libres e iguales. Y para estas prácticas, además de la solidaridad, que se constituye como una fuente de integración social, es necesaria también la práctica de la autodeterminación ciudadana que emerge de una base social autónoma.
Por ello, para que la sociedad civil fuese independiente de la administración pública liberal y del tráfico económico privado, era necesario también que los ciudadanos republicanos se percibieran a ellos mismos, primero, como portadores de unos principios e ideales específicos y distintos a los que mantenía no sólo el liberalismo más conservador, sino también de los que mantenía el liberalismo progresista; y segundo, que dichos republicanos fuesen capaces de actuar e incidir en la sociedad, haciendo coincidir sus ideales con sus conductas y prácticas cotidianas; lo que significaba que las nociones relacionadas con la autonomía –política y ciudadana– eran cuestiones vinculadas también a su propio autoentendimiento personal.
O dicho de otro modo, los seres o agentes sociales sólo existimos en una comunidad, lo que significa –como afirma Béjar, analizando las teorías del comunitarismo– que «la comunidad no es por ende un atributo sino un elemento constitutivo de la identidad».41 Así, los sujetos se forman como tales sujetos participando en comunidades o grupos específicos. Por tanto, la libertad se define no sólo a partir de las limitaciones sociales que enfrentan a unos seres o grupos a otros, sino también como el ejercicio diario que supone la conciencia de las interdependencias existentes entre los miembros que forman una comunidad o grupo.
3. AUTONOMÍA PERSONAL Y VIDA POLÍTICA
Así, y haciendo un recorrido que podríamos denominar de doble sentido, esos ideales profesados por los blasquistas debían materializarse efectivamente en la vida política, puesto que, en última instancia, sólo los individuos libres, autónomos y racionales, como afirman las siguientes palabras, podían –una vez unidos y organizados libremente– construir una nueva sociedad, sus instituciones e incluso proponer socialmente nuevas formas de conducta.
Cierto que con el poder divino del pensamiento, con el empleo de la razón, con el influjo de la ciencia, con el trabajo de la propaganda, siempre tienen las ideas pocos ó muchos adeptos, constituyen sistemas y hasta forman escuelas, pero verdad también que nunca se convierten en hechos, ni las adoptan los pueblos, ni rigen la vida, si los encargados de realizarlas no se unen, no se organizan, no suman sus fuerzas para crear instituciones, leyes o reglas de conducta.42
Los republicanos valencianos, identificados en muchos casos con el ideario de los krausistas españoles, asumían «la idea de la nación como una realidad construida en el tiempo por la voluntad colectiva».43 La autonomía personal cobraba sentido al extenderse al municipio, a la región, y a la nación, proponiendo una democracia que iba más allá de lo que representaba, puesto que afirmaba los derechos civiles y políticos de los nuevos ciudadanos libres e individualmente formados, para mejorar sus vidas y decidir en toda cuestión. Comunidad e individuo se debían equilibrar y reforzar porque, como afirmaba un articulista del periódico,
al entendimiento humano podrá dársele á conocer que el bien de todos juntos es el bien particular de cada uno, y amarlo ha el corazón por instinto y conveniencia.44
Lógicamente, la única forma de gobierno que garantizaba verdaderamente la aplicación y la instauración de esta dinámica social era la:
¡Bendita mil veces República, única forma de gobierno que garantiza la moralidad, por lo mismo que da al pueblo medios de protesta y le deja intervenir real y continuamente en el gobierno!45
Una de las características del republicanismo popular fue la concepción de la República como un mito, como el motivo movilizador de las mejores energías del pueblo porque se presentaba como la única alternativa moralizadora. Pero, además, frente al reformismo de la Restauración, que promovía la corrupción en las alturas y la inhibición en las masas, la República significaba abrir el camino a la modernización.46
Pero, aunque con frecuencia los blasquistas utilizaban la dicotomía de proyectar dos bandos beligerantes que se enfrentaban a los partidos conservadores, ellos mismos siempre se volvían a autodefinir como
los que buscan el establecimiento de verdaderos, puros principios democráticos; es decir, aquellos por los cuales gobierna la universalidad de los ciudadanos, y son por lo tanto contrarios a todo privilegio divino ó humano, de religión, de herencia, de sangre, ó de condición capitalista.47
El gobierno de «la universalidad de los ciudadanos», siguiendo de nuevo el análisis de Habermas, no significaba, como desde la concepción liberal, gozar sólo de derechos subjetivos frente al Estado o frente a los demás ciudadanos, sino tener derecho a la participación y a la comunicación política. Para el republicanismo, lo importante no era sólo que la política les garantizase la libertad frente a las coacciones externas, sino también la participación en una práctica común,
cuyo ejercicio es lo que permite a los ciudadanos convertirse en aquello que quieren ser, en sujetos políticamente responsables de una comunidad de libres e iguales.48
La formación política adquiría, así, dimensiones que acercaban la acción pública y de gobierno a los auténticos valores que habían inspirado las revoluciones liberales; porque, como apuntaba otro artículo del pueblo: «del despotis-mo no se va á la libertad, ni por la autoridad absoluta al ejercicio de la razón, que es la conciencia».49
En parte, los problemas de la política española, el escepticismo y la compra de votos, eran una consecuencia directa del despotismo que mantenían los políticos del resto de partidos que, defendiendo sus propios privilegios, impedían la participación popular y el libre ejercicio del sufragio.50
El voto, que sólo podían ejercer los varones, se convertía, por tanto, en el símbolo político de la libertad individual, y la venta de votos en la negación de toda capacidad subjetiva relacionada con la voluntad, la libertad y el honor personal.
Refiriéndose a Catarroja, donde los blasquistas sospechaban que el médico compraba con dinero los votos, un articulista de El Pueblo afirmaba:
Aquí el voto no supone juicio ni voluntad, deber y derecho, honor y honra. La facultad de elegir, el voto, el sufragio, esta sagrada creación de la voluntad, este acto inviolable del albedrío, supone en Catarroja el loco afán de un encubrimiento personal.51
Y aunque el populismo blasquista en ningún caso llevó a la práctica la totalidad de ideales que defendían en sus discursos, y jugó sus propias bazas –sobre todo para acrecentar su poder político–, la organización del propio partido y de los grupos afines al republicanismo daban pruebas de estar dispuestos a ejercer esa democracia vinculada a la libre elección de sus representantes, dejando que fuese la propia voluntad de sus afiliados la que asumiera las decisiones del partido o del grupo del que formaban parte.
Ya en el año 1897, cuando se explican en El Pueblo los acuerdos de la Asamblea Nacional Republicana que dará origen al nacimiento del Partido Fusión Republicana, se expresaban de este modo,
la conducta que en el porvenir seguirán todos los republicanos fusionados, es casi seguro que se convendrá que no siendo el nuevo partido de escuela cerrada, será lícito a todos sus afiliados la propaganda individual de distintos puntos de vista políticos, siempre que no afecte á las buenas relaciones de concordia y unidad establecidas en la base.52
Como consecuencia del texto anterior podemos deducir que formar parte del partido no debía implicar renunciar a las propias opiniones, sino establecer puentes para la unidad que debía hacerse desde la base.
Esta democracia comunicativa y participativa más compleja y difícil de llevar a la práctica cuando se trataba de ganar elecciones políticas y formar un partido fuerte– sin embargo, acentuaba la autoformación individual de los militantes republicanos a través de la práctica de la política, y situaba en un lugar central la autodeterminación de los sujetos que deseaban dar origen a un nuevo concepto de libertades públicas, orientadas a la participación y al entendimiento de los ciudadanos.
Pocos meses antes, cuando los republicanos estaban preparando la fusión, mientras el periódico hablaba acerca de los beneficios políticos que les supondría formar un solo partido, se celebró en el Teatro Pizarro un mitin en el que participaron los hombres más significativos del republicanismo valenciano del momento. En la narración del acto el cronista informa que «A petición del público bajo al escenario la exdirectora de La Conciencia Libre doña Belén Sárraga». Resulta insólita la intervención de una mujer en un acto político, y más, cuanto que fue requerida por el propio público, pero, con un considerable aplomo, las palabras que el cronista atribuye al discurso que espontáneamente pronunció Belén Sárraga inciden, de nuevo, en los principios más arraigados del republicanismo de la época; en la necesidad de acción directa e individual desde las bases y en la necesidad de trabajo y lucha para conseguir los objetivos de la unión: «Podremos –dijo– encontrar inconveniente; vernos detenidos por obstáculos; podremos perecer en la lucha, pero habremos luchado». Afirmó que el pueblo siempre vive y vivirá unido, y refiriéndose a los jefes añadió que lo mismo organizan un meeting que banquetean con los ministros. «Todo hay que esperarlo de los de abajo, nada de los de arriba». Opinó que el triunfo está cercano y pidió en corto plazo oír sonar «no aplausos, sino ruido más sonoro y más honrado».53
En base a la intervención de Sárraga en este mitin, cabe volver a señalar que las mujeres compartían con los hombres los mismos valores culturales y también la apertura del republicanismo blasquista a la intervención y participación de las mujeres en sus actos. Radcliff refiere la intervención de Belén Sárraga en una conferencia en Gijón en 1899 que «provocó una seria conmoción». Aun cuando Belén Sárraga era una excepción en el mundo masculino del republicanismo, entre los blasquistas era claramente valorada. Siguiendo la narración de Radcliff,
cuando se le pide a Melquiades Álvarez –la nueva estrella republicana en Asturias– que intervenga en un mitin junto a Belén Sárraga, se niega tajantemente aduciendo que «las mujeres no deben tomar parte en estas actividades».54
La misma estructura de funcionamiento abierto que reclamaba Belén Sárraga en el mitin del Teatro Pizarro, la encontramos en 1901, cuando el Casino Republicano Propagandista del distrito de la Misericordia celebra una reunión para «acordar la línea de conducta que debía seguir en las próximas elecciones de diputados provinciales». Después de una amplia discusión entre sus miembros, se llegó a la siguiente conclusión:
Siendo esta sociedad de unión republicana compuesta por elementos pertenecientes á las distintas agrupaciones en que se halla dividido el partido republicano, procede oficialmente permanecer neutrales, sin perjuicio de que los socios, particularmente, puedan votar la candidatura que mejor les plazca, dejando el local de la sociedad á disposición de los candidatos republicanos.55
Ciertamente, esta nueva forma de hacer política supuso un contacto más directo del partido con el electorado, y logró que la organización fuese capaz de movilizar a sus militantes con celeridad.56
Además de ofrecer contenidos nuevos en su comprensión de la política, el partido y los grupos afines al republicanismo aplicaban sus principios a las estructuras organizativas que formaban, de modo que la participación de sus afiliados se hacía efectiva y posible.
Es común encontrar en el periódico convocatorias como las que siguen: «La nueva Sociedad de Instrucción Laica La Luz celebrará junta general para renovar la mitad de la junta».57 O también,
La Sociedad de Instrucción Laica del distrito de Pueblo Nuevo del Mar celebrará el domingo á las 15 junta general ordinaria en el domicilio social, para la dación de cuentas y renovación de la mitad de la junta directiva según previene el reglamento de dicha sociedad. Se espera la puntual asistencia de todos los socios.58
El modelo individualista del liberalismo clásico se convertía, de este modo, en democrático y social, enraizado en el criterio personal, pero activo y sujeto al compromiso comunitario. Y en la práctica, a través de sus estructuras organizativas, los blasquistas hacían, también, accesible a sus militantes la autoformación y la participación en las prácticas políticas.
El funcionamiento mismo de Fusión Republicana era, al menos desde lo que podemos leer en el periódico, un ejemplo de organización moderna de partido. Para verificar las elecciones a los comités de distrito, se exponía durante treinta días en las sedes y casinos republicanos el censo, donde constaban los nombres de los miembros del partido. Terminado el plazo de exposición de las listas al público, se admitían nuevas afiliaciones, «reclamaciones de inclusión, exclusión o rectificación», durante un plazo de quince días más. Pasado ese tiempo, y siempre a través de los distintos locales que se distribuían por los diversos distritos de la ciudad, se procedía a las votaciones de los comités de distrito que constituían la organización máxima del partido.59
Según Reig, el partido de Blasco en Valencia y Lerroux en Barcelona
representa la primera experiencia de un partido moderno de masas, que mantiene una estructura estable organizativa y propagandística; que es capaz de comunicarse permanentemente con la base social y de movilizarla en los momentos oportunos; que gracias a esto se constituye como una fuerza política que, estando fuera del poder, deja sentir su presencia en cada caso; y que consigue la adhesión o identificación de un amplio círculo de personas que llevan una actividad política en su nombre y a los que hoy llamaríamos «afiliados» o «militantes».60
También Magenti afirma que realmente la novedad del blasquismo fue
una infraestructura moderna en el partit, amb casinos diferenciats (primer, en els diferents districtes electorals urbans i, més tard, en nombrosos pobles de la província) i la possibilitat de realitzar campanyes electorals dinàmiques, noves no sols entre els partits monàrquics sinó entre els mateixos republicans.61
Sin embargo, es posible también que esta estructura organizativa fuese en parte común en el republicanismo del último tercio del siglo XIX.
En base a estas normas de funcionamiento, cuando se convocaban elecciones, los llamamientos del partido a través del periódico para que los votantes comprobasen su inclusión en el censo eran constantes. En la sede de Fusión Republicana de la calle Libreros, los propios militantes blasquistas se ofrecían para solucionar cualquier duda o problema que tuvieran los electores. Posteriormente, en el año 1907, y ya con el nombre de Unión Republicana,62 el partido ofrecía sus «servicios» en los muchos Casinos ubicados en todos los distritos de la ciudad, para asesorar a los electores republicanos y verificar que sus nombres estuvieran correctamente incluidos en los censos del distrito donde les correspondía votar.63
Compr">la socialización de la política se puede definir como un proceso a través del cual los individuos se integran de manera activa y consciente en el juego político, interiorizando valores positivos o negativos del mismo.64
Lo que significa que existe un juego recíproco a través del cual la política promueve hábitos y también determinadas percepciones, apreciaciones y accio-nes que el individuo interioriza, lo que significa que incorpora de forma duradera una dinámica que se extiende a su confrontación diaria con el mundo social.65
De esta forma, los principios ideológicos defendidos por los republicanos, se incorporaron a la política, y puestos en práctica a través de la militancia activa, debieron reforzar las propias identidades de sus militantes varones, los cuales se convirtieron en sujetos «valiosos» que podían tomar decisiones, elegir por ellos mismos, y contribuir con su trabajo a conformar las estructuras y los cargos de representación que organizaban el partido y las organizaciones afines al republicanismo.
Como llegaba a afirmar un articulista de El Pueblo:
Ser hombre y no ser político indica una excentricidad en los tiempos que corremos. Algo parecido al no ser del que hablan los filósofos noveles en sus opúsculos de regalo.66
O también,
Nos pavoneamos los demócratas y los hombres de nuestro tiempo con las grandes conquistas en el papel escritas, que no grabadas en la vida, en las costumbres, en los intereses...67
Pero además, el Estado y las leyes eran los encargados de aplicar y garantizar esa noción de democracia que debía hacerse presente en muchos aspectos de la vida cotidiana.
Al igual que la política, que era parte de una elección personal, también la religión se comprendía como una elección, relacionada con la propia conciencia subjetiva.68
De este modo, una parte significativa de las protestas anticlericales de los blasquistas se relacionaban con la libertad religiosa de la que debían gozar todos los ciudadanos. La debilidad de los gobernantes, incapaces a la hora de respetar esa parte de la libertad que proclamaban las leyes, era objeto de críticas; porque el Estado estaba obligado a terminar con los privilegios que mantenía la Iglesia católica, y a garantizar la libertad de culto.
En 1901, el periódico denuncia que mientras Silvela pide el cumplimiento «de los artículos de la Constitución que garantizan la libertad de conciencia», sucedía que
a los individuos de la Sociedad Bíblica, obrando correctamente con la ley, han sido en muchos pueblos apaleados por los igorrotes católicos a los que no ha pasado nada. ¡Ah! Fariseo, fariseo, así anda todo en España, regido ó rajado por Pantojas o Pantojillas sin más ideales que la satisfacción de sus menguados apetitos.69
La Constitución que debía garantizar la libertad de conciencia no era igual para todos.
De nuevo, en 1909, los blasquistas vuelven a insistir en los mismos principios cuando afirman:
Nosotros lejos de atacar á la Iglesia, más bien la defendemos de los que con sus actos reprobados la denigran y escarnecen; la defendemos con el más amplio espíritu de justicia, considerando que los hombres han de ser libres en la profesión de sus ideas y en el ejercicio de su culto; con la esperanza de una equitativa reciprocidad que garantice la libertad de nuestras conciencias.70
Siguiendo de nuevo a Habermas, mientras que la concepción liberal mantiene una noción del derecho y del orden jurídico consistente en que dicho orden permite decidir en cada caso particular qué derechos asisten a qué individuos, según la concepción republicana, los derechos subjetivos se derivan de un orden jurídico objetivo que debe posibilitar y a la vez garantizar «la integridad de una convivencia basada en la igualdad, la autonomía y el respeto recíprocos».71 Desde la concepción republicana se establecía, por tanto, una conexión interna entre la práctica de la autodeterminación de los pueblos o comunidades y el imperio personal de las leyes.72 Entendidas como un marco colectivo de convivencia, las leyes, que eran universales e iguales para todos, no podían hacer diferenciaciones entre sujetos o grupos, puesto que su función era dar a cada individuo la potestad de ejercer su propia libertad amparado en la objetividad del orden jurídico.
Pero para formar la libertad de criterio y de elección de sus militantes la tarea del blasquismo debía ser acrecentar la razón individual y tratar de plasmarla en la realidad. Lo que había supuesto un esfuerzo de formación y autoformación dirigido, sobre todo y en un principio, a los varones de los sectores sociales más desfavorecidos, es decir, a esas masas irracionales y apasionadas que debían socializarse y aprender a vivir y a vivirse desde parámetros nuevos. Como ellos, también afirmaban: «Toda rebelión está en la cultura. Con un arma se comete un crimen: con una idea se construye un pueblo».73 La garantía de una nueva política, desde su punto de vista, estaba relacionada con ese nuevo sujeto político capaz de discernir, porque previamente se había esforzado para formar sus ideas y sus opiniones con independencia. Como afirma Béjar;
las libertades civiles básicas serán aquellas relacionadas con el intelecto. La autonomía de la conciencia es el derecho liberal más importante y de él se derivan la libertad de pensamiento y la libertad de opinión. Pero el pensamiento ha de hacerse acto y así aparece la libertad de acción.74
Por ello y para que los hombres se convirtieran en sujetos libres era necesario que se «formasen» racionalmente.
En este proceso de autoformación de los individuos blasquistas, la transformación de la identidad genérica masculina se constituyó en fundamental, el eje alrededor del cual giraron muchos de sus programas sociales y culturales.
Las mujeres y la transformación de su identidad genérica, sin embargo, fueron una cuestión secundaria y, mayoritariamente, estuvieron en función de los intereses masculinos. Las mujeres como las que formaron la Asociación General Femenina, en los orígenes del partido, compartieron con los hombres cierto protagonismo y también los mismos principios ideológicos. Pero su cometido social, la «encarnación» en la identidad femenina de los principios que los republicanos mantenían, no fue como en el caso de los hombres una prioridad del partido. Tampoco en las representaciones que el periódico hacía de las mujeres se percibía con claridad un proyecto identitario referido a las mujeres que tan claramente se manifestaba cuando se referían a los hombres.
No hay que olvidar que el idealismo republicano (que Habermas pone también en cuestión)75 se aplicaba sobre una comunidad específica, en un contexto concreto. Aunque las representaciones del periódico, a veces, parecían referirse a un pueblo único e indiferenciado, los procesos democráticos no siempre están orientados de una forma simple y lineal –como decían los blasquistas– hacia la conquista del progreso y del bien colectivo. Las identidades colectivas, aun cuando se representaban como universales, no podían ocultar que las diferencias entre los individuos que, en aquel tiempo formaban la sociedad valenciana, se basaban en ejes valorativos «marcados» por la tradición y el contexto que, en este caso, atribuían a las mujeres cometidos políticamente no significativos. Estas particularidades adscritas a los sujetos (como la etnia, el género, la edad) estaban históricamente determinadas e influían sobre las posiciones, significados y prácticas que dichos sujetos podían o debían emprender en el «nuevo» contexto. Pese al populismo de los discursos republicanos que, de algún modo, parecían contener las aspiraciones femeninas, los blasquistas eran un partido político, también, con profundos intereses electorales que hacían que los varones, que eran quienes podían votar, se constituyeran en el grupo prioritario con el que se comprometió el blasquismo. No hay que olvidar que
en situaciones de pluralismo cultural y social, tras las medidas políticamente relevantes, se esconden a menudo intereses y orientaciones que de ningún modo pueden considerarse constitutivos de la identidad de la comunidad en su conjunto.76
Sin embargo, del mismo modo que la dinámica policlasista que promocionaba el blasquismo, se apoyó en la necesidad de establecer una conciencia laica, autónoma o racional –permitiendo el reconocimiento de los varones más o menos desfavorecidos, como sujetos capaces de gozar de derechos políticos–, también en este proceso, las mujeres republicanas obtuvieron bases, legitimación para poder reclamar sus derechos, sobre todo apoyándose en las nuevas identidades masculinas, que extendía la política hasta la familia y la cotidianidad, en cuyo seno ellas gozaron de ciertas atribuciones. Sin embargo, la ciudadanía política de las mujeres y su consideración como sujetos autónomos en pocos casos se concretó de una forma clara en el proyecto blasquista. Pero, lateralmente, las mujeres tomaron contacto con un nuevo universo público, político y de relaciones sociales que les permitía desarrollar, también, una capacidad de discernimiento progresivamente autónomo.
4. EL OCIO MASCULINO
La necesidad de que los hombres de los grupos sociales más desfavorecidos adaptaran sus conductas a unos determinados ideales resultaba, sin embargo, una tarea compleja. Porque en una sociedad donde la educación y la cultura eran inaccesibles para la mayoría de los ciudadanos, resultaba difícil acercar y popularizar formas de conocimiento y pensamiento, en principio reservadas a las élites intelectuales que formaban parte mayoritariamente de las clases medias urbanas o de los sectores sociales más acomodados.
Las ambiciones del krausismo, que demandaban «una reforma general del país a partir de un ideario armónico, solidario y laico», tuvieron su concreción en la Institución Libre de Enseñanza, a través de la cual los intelectuales españoles aspiraban a difundir una ciencia social y política reformista basada en un nuevo espíritu armónico y racional que, superando el individualismo abstracto del liberalismo filosófico, extendiera ideas relacionadas con una nueva economía social y una organización de la vida social organicista, democrática y solidaria más acorde con las nuevas realidades de la sociedad española de su tiempo. Las doctrinas y los objetivos educativos del kausoinstitucionalismo, pese a no estar inscritos en ninguna escuela específica, tuvieron una notable influencia entre muchos de los políticos e intelectuales de finales del siglo XIX;77 pero la difusión de sus ideas entre las «masas», sobre todo entre las capas sociales más desfavorecidas, fue una tarea que implicó a muchos de los grupos afines al republicanismo.
Combinando visiones, unas veces moderadas y otras veces más radicales, el periódico El Pueblo asumió la tarea de socializar a los ciudadanos progresistas en la nueva ética política y social que el krausismo y las élites intelectuales más liberales trataban de difundir. A través de la acción y de la representación política, los casinos republicanos, las escuelas laicas, los grupos de librepensamiento y las Sociedades Obreras, organizados en torno al partido republicano que había fundado Blasco y a su órgano diario de difusión, trataron de dar coherencia y aplicar en la práctica el proyecto que los regeneracionistas krausistas y los republicanos demandaban para transformar la nación. También, los grupos socialistas, anarquistas, las corrientes relacionadas con la escuela moderna o los grupos que trataban de difundir el esperanto, tuvieron en ese tiempo un espacio abierto para difundir sus ideas en el diario republicano. Así, lograron en las primeras décadas del siglo XX sembrar el sueño de un pueblo republicano emancipado de los poderes emergidos tras la revolución liberal y de la deriva oligárquica del liberalismo español a lo largo del siglo XIX. Pero lograron, además, que ese pueblo, al que los republicanos se dirigían haciendo uso de una notable demagogia, se convirtiese en sujeto activo de la política y de la vida social.
Para la formación de los blasquistas en el nuevo ideario fue necesario socializar a los hombres en nuevos modelos de comportamiento en lo que hacía referencia al disfrute del tiempo libre y, también, a las relaciones con las mujeres y con la vida familiar.
A principios de siglo, la radical segregación entre los sexos en las clases populares hacía que el tiempo de ocio masculino se dedicara sobre todo a las reuniones en las tabernas, donde la charla, el juego y la bebida eran las principales ocupaciones. Este ocio exclusivamente de los hombres, donde las mujeres no tenían cabida, ocupaba su tiempo de descanso y daban lugar a una sociabilidad sin objetivos, en muchos casos irracional. A veces, llena de peleas y discusiones, que condenaba a los varones a embrutecerse con el alcohol y a perpetuarse en hábitos que los republicanos consideraban anacrónicos e inmorales y en cuya transformación se comprometieron, con la intuición de que era necesario modificar ciertas nociones sobre el significado y las vivencias de la masculinidad para poner en marcha algunos cambios sociales importantes.
En todas las novelas del ciclo valenciano de Blasco Ibáñez, La barraca, Cañas y barro, Flor de Mayo, Cuentos valencianos y Entre naranjos aparecen reiteradamente escenas donde se describe cómo este ocio masculino que se vive en tabernas y casinos se significa, por un lado, como un espacio de expansión, de encuentro y distracción, que en algunos casos conduce a una cierta degradación de la conducta de los hombres; y, por otro lado, como ajeno, casi una huida de los hombres de las responsabilidades y presiones del entorno familiar.
Espacio de una supuesta libertad masculina, en el casino los hombres pueden hacer abiertamente comentarios sobre Leonora, la cantante de ópera que en Entre naranjos se había establecido en Alzira, mujer independiente y de vida libre, de la que «sólo hablaban bien los hombres en el Casino, cuando se veían libres de la protesta de su familia».78