Kitabı oku: «Más allá del Yo», sayfa 5

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CAPÍTULO 2
LA CONSTRUCCIÓN DE LA MENTE HUMANA: CÓMO LOS VÍNCULOS INTERPERSONALES MODELAN LA ARQUITECTURA CEREBRAL
(Neurobiología interpersonal)

Los vínculos interpersonales configuran las conexiones neuronales de las cuales emerge la mente.

Los patrones de relación y la comunicación emocional afectan directamente el desarrollo del cerebro.

DANIEL SIEGEL

En este capítulo quiero exponer al lector una visión de cómo las experiencias a lo largo de nuestro ciclo vital van moldeando también nuestra biología, muy particularmente cómo nuestro cerebro va madurando basándose en las experiencias vividas, y también deseo exponer cómo la base de nuestra forma de percibir la experiencia sigue residiendo en un «sentido del yo sentido en el cuerpo». Como ya he señalado, nuestro cuerpo y nuestra biología son como la caja negra que llevan los aviones y que registra todas las incidencias de nuestro viaje en el transcurso de nuestro trayecto vital. Es por esto por lo que, aun cuando muchas veces queremos olvidar, no podemos prescindir de nuestra historia. En el capítulo 1 ya señalé cómo en los dos o tres primeros años de nuestro desarrollo se sientan las bases del sentido del yo que corresponde al constructor de nuestra personalidad: lo que creemos ser. Estos esquemas básicos que empiezan a definir «quién soy» están registrados en las capas más profundas de nuestro cuerpo y en el cerebro profundo, el subcortical. La integración de nuestro «yo» para ser vivido en un sentido único y completo pasa por la consciencia y procesamiento de todas aquellas experiencias que han quedado encapsuladas y no digeridas en nuestro sistema psicobiológico, nuestros registros y memorias corporales. El procesamiento y la integración harán posible que dispongamos de un funcionamiento coordinado de nuestro sistema psicobiológico y de un sentido integrado y unificado del yo que nos sentimos. En última instancia, cuando nuestro sistema ya no necesita estar pendiente o atado a las cuestiones de supervivencia podrá orientarse al crecimiento y la trascendencia.

En este capítulo me propongo, pues, explicar desde la perspectiva más neurobiológica cómo nuestro cerebro se va desarrollando de una forma dependiente de las experiencias que vivimos; y estas experiencias son proporcionadas por la calidad de los vínculos interpersonales. Sigo las propuestas de la «neurobiología interpersonal» del doctor Daniel Siegel (1999) y otros muchos neurocientíficos que en la última década han puesto de manifiesto la importancia de las relaciones tempranas y su impacto en la maduración cerebral y la regulación emocional.

No pretendo tanto el hacer una exposición prolija y rigurosa de todos los mecanismos neurobiológicos implicados como ofrecer una visión general, pero suficientemente específica, para entender cómo nos construimos y cómo ello determina nuestro funcionamiento en los sistemas básicos de la regulación y modulación de las emociones, los mecanismos implicados en el almacenaje, procesamiento y recuerdo de la memoria, y la integración o fragmentación o rechazo de la experiencia. Y, por supuesto, las aplicaciones e implicaciones de esto en el manejo y construcción de nuestra experiencia y en nuestra capacidad de afrontar los retos de la vida en nuestro momento actual.

Descripción básica de nuestra arquitectura cerebral

Nuestro cerebro es un órgano de exquisita complejidad que tiene como misión fundamental gestionar nuestra vida psicobiológica y el complejo sistema y subsistemas que sustentan nuestro funcionamiento. Ello implica organizar, procesar, dar sentido y manejar todo lo que ocurre en nuestro entorno interior y su relación con el entorno exterior. Su función es integrar y digerir nuestras experiencias al objeto de organizarlas y dotarlas de significado útil para adaptarnos al mundo y por tanto saber cómo movernos y manejarnos en él. El cerebro es, pues, un órgano de metabolización y procesamiento7 —integración— de lo que vivimos: registra y selecciona lo que nos sirve para llevar la vida y elimina aquello que no es ya útil. Empleando la palabra ‘procesar’ indico esta función de digerir e integrar: en el capítulo anterior traté esto de una manera un poco diferente cuando hablaba de acomodar lo que ya tenemos en nuestro almacén de memoria y asimilar lo que es nuevo para expandir nuestro repertorio de aprendizajes y ser capaces de afrontar nuevas situaciones y retos.

Al hablar del cerebro no nos referimos sólo al órgano en el interior del cráneo, sino a todo el sistema nervioso que está repartido por todo nuestro cuerpo al objeto de detectar la información acerca de su estado y enviar órdenes para su funcionamiento en relación con lo que necesite el organismo o lo que requiera el entorno exterior. El cerebro es un sofisticado escáner que se encarga de «observar» y analizar el estado de nuestra biología veinticuatro horas al día para detectar qué está bien o qué está yendo mal para recuperar el estado de homeostasis, equilibrio y bienestar. Es el escáner más preciso del universo y contiene una representación o mapas de los estados del cuerpo y los aspectos percibidos de la realidad externa relevantes para la vida.

Como órgano complejo, contiene unas células nerviosas especiales llamadas neuronas. Éstas son las células del cuerpo que han alcanzado un nivel más alto de especialización, pero que han perdido la capacidad de reproducción. Son células excitables que reciben, procesan, almacenan y conducen información a través de impulsos eléctricos para activar a la neurona siguiente; podríamos asimilar la función de la neurona a la de un cable por el que circula la información hasta el cable siguiente. Hay en el cerebro unos 22.000 millones de neuronas, aunque la cifra exacta no se sabe; diferentes estudios indican entre 10.000 y 100.000 millones. Cada una de estas neuronas se comunica con otras 1000 neuronas, por lo menos, al tiempo que puede recibir hasta 10 veces más conexiones procedentes de otras células nerviosas. A lo largo de la maduración, las neuronas van estableciendo conexiones unas con otras formando extensas redes de conexiones neuronales que van asociando experiencias y aprendizajes, esto constituye el mecanismo de la memoria: cuando una situación nos recuerda algo que ya aprendimos, la red de conexiones que contiene la experiencia aprendida se activa y dispara de nuevo, poniendo en marcha un patrón de conductas, emociones y pensamientos ya establecidos anteriormente. Estas conexiones entre neuronas se llaman técnicamente sinapsis, se realizan y modifican a lo largo de toda nuestra vida. Para que nos hagamos una idea de la complejidad de nuestro cerebro, el número de conexiones sinápticas es en torno a ¡un cuatrillón! (un 1 seguido de 15 ceros, que es un billón multiplicado por un billón). ¡Sí, un número inimaginable, superior al número de estrellas del universo!, hasta donde sabemos, cercano al infinito.

Toda esta vasta cantidad de conexiones es un indicador de la inmensa cantidad de información que este órgano es capaz de manejar y el potencial de aprendizaje para el que venimos equipados los seres humanos. Somos los mamíferos con mayor capacidad de aprendizaje y creatividad del planeta, hasta tal punto que hemos sido capaces de modificar el medio en el que vivimos de una manera sustancial, para lo bueno y para lo malo. Nuestro cerebro es maleable y modificable por el entorno y a su vez puede moldear el propio entorno, este fenómeno es lo que llamamos neuroplasticidad, e implica la capacidad del cerebro de establecer siempre nuevas conexiones y aprendizajes.

El concepto de cerebro triple

El cerebro humano es el resultado de la evolución de nuestra especie durante unos 600 millones de años. Tal como apreciamos en la figura 2.1, nuestro cerebro está formado por estratos que relatan la historia de la evolución filogenética de la especie a lo largo de la historia. Siguiendo al doctor Paul MacLean (1952), neurocientífico de la Universidad de Bethesda, nuestro cerebro está conformado por tres capas que se han ido generando a lo largo de millones de años de evolución. Es el único órgano de nuestro cuerpo en el que pueden verse los estratos de nuestra evolución.

Disponemos de un cerebro primitivo, el cerebro reptiliano, ubicado en el tallo cerebral. Se denomina cerebro reptiliano porque es el cerebro que está y estaba ya presente en los vertebrados inferiores. Este cerebro se encarga de las funciones básicas, pero vitales, del mantenimiento de nuestra vida, de nuestra supervivencia. Así, rige nuestro metabolismo, nuestro ritmo cardíaco, la función de reproducción sexual, la temperatura corporal, los ritmos de sueño y vigilia y muchos otros. Es nuestro cerebro instintivo y automático. A lo largo de millones de años de aprendizaje ha seleccionado aquellas funciones vitales necesarias para mantenernos vivos. Se ocupa de la regulación instintiva de la vida; en él reside la «sabiduría inconsciente» y milenaria de la especie, es también la base de nuestra intuición y nuestro legado ancestral como especie sin consciencia. A mí me gusta equiparar esta área de nuestro funcionamiento con la parte de nosotros mismos en la que reside nuestra «fuerza vital», el instinto de vida, la parte de nuestro yo que se encarga de mantenernos vivos y lucha por ello. Pienso en las personas que cuando están deprimidas tienen una parte de sí mismos que desea abandonarse a morir, y no obstante, hay algo más fuerte que sigue agarrándolos a la vida. En todo ser humano, por muy dolorosa que haya sido su historia, hay momentos en los que ha habido conexión con la vida y el impulso a vivir. En la psicoterapia podemos recurrir a esta parte de nosotros cuando la energía vital puede ser tan baja que la persona se siente tentada a «dejarse ir»; y podemos acceder y estimular esta parte de nuestro yo que siempre ha tirado adelante.

Por encima del cerebro reptiliano se formó el cerebro paleomamífero,8 llamado así porque refleja la evolución del cerebro en los mamíferos inferiores. También se conoce con el nombre de cerebro límbico o cerebro emocional. MacLean propuso esta capa del cerebro como mediadora y articuladora de las reacciones emocionales. Está relacionado con la memoria, la atención y las emociones, entre otras funciones. En esta región del cerebro los procesos ocurren también de una forma rápida y veloz, sin que medie nuestro proceso de pensar o tomar decisiones de manera consciente; todo ocurre de manera reactiva y automática.

Para el propósito que nos ocupa en este libro, nos interesan especialmente algunos núcleos de esta región del cerebro. El primero de ellos es el denominado «amígdala»; la amígdala (ver fig. 2.1) es como un detector de humo en nuestro cerebro, se encarga de activar de manera súbita toda nuestra respuesta organísmica ante un peligro real o potencial. Imaginemos que vamos cruzando una calle de manera tranquila y de repente observamos que se abalanza un coche sobre nosotros. ¡No podemos pensar!, todo nuestro sistema biológico se pone en situación de alarma vital para tratar de salvar la vida y saltamos a la acera. ¡Uf!, una vez en la acera tomamos consciencia del peligro que hemos corrido y de haber estado cercanos a la muerte; entonces experimentamos miedo y puede que nuestro cuerpo se ponga a temblar. Pero antes simplemente hemos tenido que saltar, sin pensar. Ésta es la función de la amígdala: poner en marcha la alarma de todo nuestro sistema para enfrentarnos a un peligro inminente: luchar o escapar. He de decir que este núcleo está completamente maduro al nacer y está implicado en el registro de nuestra memoria. Particularmente, media en el tipo de memorias que técnicamente se llaman memorias implícitas, se refiere a recuerdos que están registrados en nuestra memoria corporal y sensorial sin ser conscientes de estar recordando. La amígdala es responsable también de los recuerdos de procedimientos automáticos necesarios para nuestro funcionamiento (memoria procedimental) en la vida diaria. Aquí me refiero a este tipo de recuerdos que también están grabados en nuestro cuerpo y son vitales para tareas tales como tragar, andar, montar en bicicleta, conducir un coche… Alguna vez tuvimos que aprender a tragar un filete, a andar y a montar en bicicleta; pero una vez aprendido esto, ya no necesitamos pensar más en ello, nuestro cuerpo simplemente lo recuerda y lo ejecuta sin más. Es más, si queremos explicarlo a otros lo más probable es que nos volvamos torpes.

Figura 2.1.


El hecho de que la amígdala esté completamente madura en nuestro nacimiento justifica que muchos de nuestros aprendizajes hasta los dos años y medio o tres de nuestra vida son recordados como memorias corporales y sensoriales (somatosensoriales). Por ejemplo, después de cientos y miles de experiencias de estar en la proximidad del cuerpo de mamá, el niño ha aprendido corporalmente si estar próximo a otro cuerpo es una experiencia que le va a proporcionar bienestar o, por el contrario, frustración y malestar (si la madre está ansiosa, asustada o irritada cuando coge al niño); su cuerpo recordará —incluso de adulto— un abrazo y se relajará con él, o se tensará ante la anticipación de algo desagradable. Lo mismo ocurre ante la experiencia del contacto físico en general. El contacto ocular es también una experiencia emocional primitiva que activa nuestros recuerdos sentidos (memoria procedimental) de estar en intimidad. Aquellos niños que han crecido con madres depresivas no han registrado la experiencia de ser mirados con vitalidad y alegría, se encuentran con los ojos de alguien que emocionalmente no está; o aquellos que han crecido con padres que expresaban odio, envidia o lujuria en sus miradas. Estos seres humanos evitan el contacto ocular con otros porque recuerdan somáticamente estas primeras experiencias.

Otra estructura importante en los procesos de memoria que también se ubica en el sistema límbico es el hipocampo. Su nombre, hipocampo,9 refiere su forma de caballito de mar en los mamíferos superiores. Esta estructura está al cargo de «traducir» las experiencias vividas (por tanto, vivencias corporales y sensoriales) en experiencias narradas o explicadas. Es, pues, una estructura clave implicada en poder contar lo que nos pasó como algo que ya ocurrió en algún momento de nuestra historia vital. Pensemos que contar lo que hemos vivido implica «hablar de lo ocurrido» en lugar de revivirlo; esto último —revivir— a veces ocurre cuando rememoramos recuerdos todavía muy cargados de dolor o miedo: volvemos a experimentarlo como si estuviese ocurriendo de nuevo. Hablar de lo ocurrido conlleva el haber traducido algo vivido a un código simbólico: las palabras refieren experiencia, pero no son la experiencia original misma. He de señalar que el hipocampo sólo está maduro en torno a los tres años de vida del niño, así que lo vivido hasta esa edad se recuerda esencialmente en un formato «somatosensorial» (corporalmente y como recuerdos sensoriales: olores, sonidos, imágenes, sensaciones táctiles y kinestésicas; el tipo de memoria implícita mediada por la amígdala); y es por eso por lo que muchas personas dicen no tener recuerdos de esos años de vida, en realidad se refieren a que no son conscientes de recordarlo ya que nuestro cuerpo recuerda toda nuestra historia. El hipocampo es, pues, como una estructura encargada de digerir e integrar la experiencia para sacar un significado adaptativo para manejar la vida. Para poder hacer esta traducción de lo vivido a lo narrado, el hipocampo se encarga de tres tareas básicas:

a) Contextualización. Algo importante para que nuestros recuerdos tengan un sentido adaptativo es que estén referidos y localizados en un contexto. Esto nos permite atribuir lo que vivimos a la o las situaciones en las que fueron aprendidos. Por ejemplo, necesitamos saber que si un profesor nos trató con desdén en 4º de primaria, fue éste y no todos los profesores. Tener la experiencia ubicada en el contexto en el que ocurrió permite enmarcar las situaciones en las que esto puede tener sentido y no generalizarlo a todo el mundo o a cualquier situación. Cuando no es así, la persona puede activar una reacción en contextos que no guardan relación con el mecanismo de funcionamiento. Como ejemplo pongamos que una persona tuvo una historia en la que su padre le pegó con crueldad, que además era autoritario y frío; de adulto la persona tiene reacciones de miedo y rebeldía con figuras que representan la autoridad tales como su jefe, autoridades institucionales, etc. Esto ocurre porque el recuerdo traumático se activa ante las mínimas señales del otro cuando se coloca en su rol de autoridad. Las personas traumatizadas gravemente generalizan lo que han vivido a otros contextos ajenos al trauma.

b) Secuenciación. Otra característica importante de cualquier experiencia es que tiene un comienzo, un desarrollo y un final. Que algo tenga un final —y toda experiencia siempre lo tiene— es el requisito necesario para que forme parte del pasado. Los recuerdos por definición son experiencias que ya pasaron; pero para eso han de ser archivadas como tales. Cuando las vivencias han sido excesivamente dolorosas o han comportado un terror intenso, pueden quedar registradas en el sistema psicobiológico como memorias vívidas, que vuelven a ser revividas en toda su intensidad emocional y sensorial cuando estamos en una situación que contiene algún estímulo que lo recuerda. Este tipo de revivencias son denominadas flashbacks o, como las denomina el doctor Bessel van der Kolk (2015) «destellos rememorativos». La persona puede tener la vivencia de que lo que hace, piensa o siente «no es ella».

Sabemos que cuando la persona se ha sentido desbordada y abrumada por sus emociones, y no ha podido escapar de la situación de amenaza, el sistema de alerta del organismo permanece disparado ante un peligro que no cesa. Esto conlleva una desregulación bioquímica, que requiere mantener la activación del sistema más allá de lo normal, ya que la amenaza no desaparece debido a que uno no puede evitarla. El exceso de estrés sostenido demanda una mayor secreción de la hormona cortisol para incrementar el nivel de azúcar en sangre debido a la necesidad de un mayor consumo energético. El exceso de cortisol inhibe el funcionamiento del hipocampo, y por tanto dificulta que la experiencia vivida pueda ser elaborada e integrada como un recuerdo pasado. Entonces, estas experiencias continúan siendo recordadas como vivencias intensamente sentidas y se viven como si nos siguieran ocurriendo. Las fobias o el pánico son un ejemplo de este tipo de recuerdo (siempre que el pánico no sea debido a una amenaza vital que esté ocurriendo en el presente). Para las personas traumatizadas, el pasado sigue activo en el presente, viven las sensaciones físicas como peligrosas e inacabables.

c) Simbolización. Esta característica se refiere a la cualidad de poder transformar una experiencia de sus cualidades experienciales (sensaciones sentidas, elementos sensoriales —imágenes, sonidos, olores—, etc.) a algo que pueda ser contado con palabras. Es por este proceso de simbolización por el que podemos expresar a los otros lo que nos pasó, y en esta experiencia de compartir vamos elaborando el sentido adaptativo que la experiencia tiene para cada uno de nosotros. Cuando podemos contar algo que ha sido muy doloroso a otro que nos puede escuchar, comprender y reconfortar, y sin ser enjuiciados por ello, podemos sacar una lección positiva a lo que hemos vivido que nos sirva para manejar mejor la vida en adelante.

Aquí he de reseñar una vez más que no son las experiencias mismas las que han podido ser traumatizantes para la persona, sino la falta de haberlas podido expresar con alguien que estuviera presente para apoyarnos y ayudarnos a recuperar el sentido de dignidad personal. Es con este proceso de contar nuestras historias a otros y en la calidad de las relaciones que tenemos como vamos coconstruyendo la historia que nos contamos de nosotros mismos, a los otros y qué es la vida.

En muchas culturas todavía se impone una ley de silencio cuando se dan situaciones de maltrato o abuso a otros seres humanos. Conocemos casos de mujeres que han sido acosadas o violadas y la familia, o incluso el pueblo o el sistema de justicia, culpa a la víctima de lo ocurrido. En esta situación hay crítica y silencio, la víctima no puede hablar del dolor y el terror de lo que vivió con nadie que sepa y quiera apoyarla, y así nunca puede acabar de digerir lo que vivió, quedando, pues, grabado como una experiencia traumática que no acaba de terminar y que queda archivada como algo desadaptativo, mal elaborado y enquistado en nuestra biología.

Pongo el ejemplo de una mujer adulta de 40 años, llamémosla Irene, que en la actualidad tiene un sentido de la autoestima bajo, no se siente capaz de establecer relaciones de pareja con hombres en los que pueda confiar y, en general, no confía en los seres humanos; además presenta frecuentes desbordamientos emocionales de miedo, furia o tristeza. Cuando tenía 6 años sufrió abusos de un compañero del colegio al que iba que tenía 6 años más que ella, y en una ocasión su padre la encontró cuando el otro niño la estaba tocando. La reacción del padre fue explosiva, y en lugar de proteger a su hija del abusador, creyendo «absurdamente» que era un acto voluntario de su hija, se puso a gritar «¡A esta niña habría que matarla!» corriendo detrás de ella. Irene llegó a casa y su madre la consoló, pero nunca más le volvió a hablar de ello ni la tranquilizó preguntándole qué había pasado y manifestándole que ella no era mala por eso. No se habló nunca más de ello en casa y el padre era habitualmente explosivo en su ira y descalificador de la niña y en general de las mujeres. Irene concluyó de sí misma, y luego se confirmó a lo largo de su relación con su padre y su madre: «Soy sucia», «No valgo para que me quieran», «No puedo confiar en los demás». La vivencia quedó, pues, guardada de manera traumática, no sólo por el abuso, sino esencialmente por la falta de haber podido reparar su sentido de la dignidad y haber podido ser calmada y reconfortada por sus propios padres. Hoy Irene siente pánico y desconfianza cuando un hombre se manifiesta seductor con ella, no sabe diferenciar el cortejo normal y tolera situaciones en las que le pueden decir cosas humillantes; sigue sintiendo vergüenza de sí misma si percibe que le gusta un hombre o si la ven en público con un hombre que le gusta, y tiene grandes dificultades para saber calmarse a sí misma cuando se siente desbordada por sus emociones.

Como vemos, el hipocampo tiene una función primordial en la integración de nuestros recuerdos y la elaboración consecuente de nuestra historia personal. Ya he apuntado en los párrafos anteriores como bajo una vivencia de mucho estrés y amenaza de la que no se puede escapar, el hipocampo queda paralizado por el exceso de la hormona cortisol (también se observa anatómicamente destrucción de neuronas en el hipocampo y un volumen más reducido en él en personas con traumatización crónica) y se impide el que las vivencias traumáticas queden integradas. Así pues, la cualidad de los recuerdos traumáticos es que quedan registrados en nuestro organismo como vivencias almacenadas en el formato original en el que fueron vividas: como recuerdos sentidos, con emociones intensas, sensaciones olfativas, imágenes vívidas, sonidos amenazantes, e incluso sensaciones internas que son vividas como peligrosas en sí mismas: taquicardia, nauseas, sudoración, ansiedad, pánico. Podemos decir que la vivencia es el recuerdo mismo: revivencia. Muchas personas con hipocondría son fóbicas de sus sensaciones físicas porque contienen los recuerdos de reacciones traumáticas.

Otra característica de estos recuerdos traumáticos, y debido a la inhibición del hipocampo, es que quedan almacenados de manera fragmentada, no integrada. La persona no ha podido extraer un sentido integrado de lo que vivió como una experiencia con un sentido único. Estos fragmentos de experiencia pueden ser simplemente imágenes —visuales, auditivas, kinestésicas, olfativas, gustativas— que vuelven inesperadamente como flashes tortuosos (reflejados en muchas de las películas que relatan los problemas de los veteranos de guerra, que reviven imágenes atroces de lo que ocurrió como si estuviesen de nuevo en la escena original). Podemos decir, que los recuerdos traumáticos quedan «congelados» en nuestro sistema neurobiológico en cápsulas de experiencia y memoria que pueden irrumpir en cualquier momento de la vida cuando algo del entorno actual puede estimular el recuerdo. Así es, cuando en el momento actual la situación ofrece algún estímulo que alberga alguna semejanza con los estímulos que formaban parte de la escena traumática, éste actúa como detonante del recuerdo que permanece encapsulado, irrumpiendo de manera repentina y sin control por parte de la persona. Podemos decir que los recuerdos traumáticos habitan en un sistema de recuerdos fuera de la consciencia habitual de la persona. Esto es la base de la disociación, en la que aspectos de nuestra experiencia, incluso de nuestro yo, quedan aislados de nuestro recordar consciente.

Sabemos que las personas que han vivido vidas crónicamente traumatizadas no quieren recordar, presentan lagunas de recuerdos de períodos más o menos extensos de sus vidas, y en sus vidas cotidianas tienen problemas para recordar cosas que han hecho recientemente. Muchas de estas personas atribuyen sus problemas de memoria a la edad o a problemas de origen físico cuando en realidad son las secuelas de su vida traumática y la manera como han podido sobrevivir a ella: «tratando de olvidar».

En este punto quiero remarcar algunas conclusiones importantes de las funciones de la amígdala y el hipocampo en relación con la memoria y la construcción de un sentido lineal del yo (vivirse con un «yo integrado y único») a lo largo de nuestro período vital:

• Nuestros recuerdos de los dos o tres primeros años de vida son de naturaleza sentida, son grabaciones corporales que se activan en nuestra manera de sentirnos en las relaciones con los demás y el mundo.

• Cuando los recuerdos son de naturaleza traumática no han sido integrados como memorias narrativas normales y siguen siendo «recordadas» como vivencias experienciadas, en el mismo formato en el que fue vivido: sensaciones físicas, olores, imágenes, emociones, respuestas reflejas…; son, pues, revividos.

• Los recuerdos traumáticos se almacenan en sistemas de memorias (redes neuronales) que llevan una vida casi independiente de la memoria normal y consciente de la persona. Es como si una parte de la persona no quisiera saber nada de otra u otras partes de la persona que están ancladas en el dolor de lo que fue traumático. Existen, pues, al menos dos sistemas del yo: el Yo que lleva una vida «aparentemente normal» y el «Yo —o yoes— que recuerda el trauma». Más adelante desarrollaré este concepto de los diferentes «Yoes».

• Cuando los estímulos de la situación actual disparan la cápsula de experiencia dolorosa traumática, los recuerdos vívidos irrumpen descontroladamente en el sistema habitual de la vida provocando que la persona vuelva a experimentar lo que puede ser una situación con un cierto nivel de malestar como una amenaza terrible o con pánico; son los flashbacks o «destellos rememorativos». Cada vez que se revive el recuerdo traumático se produce una retraumatización, es como estar otra vez viviendo en peligro para la vida.

• Cada vez que la persona revive un trauma (retraumatización) quedan asociados en nuestro sistema de recuerdos nuevos estímulos que corresponden a las situaciones actuales. Esto hace que cada vez la persona vaya extendiendo a más y más circunstancias su angustia y su pánico.

• Las personas con vidas traumáticas se vuelven fóbicas a recordar, a ponerse en contacto con situaciones que les puedan recordar el trauma o a sentir, ya que sentir es recordar. Son personas que huyen de sí mismas, han sobrevivido tratando de no pensar y no sentir el trauma. Esto les lleva a conducir sus vidas con un sentido de la vida sin color, robotizado, sin placer, siendo intensamente reactivos a los demás y a las situaciones y con escaso sentimiento de ejercer control en sus vidas y en sus relaciones. Suelen ser personas que escapan de sí mismas trabajando mucho, en adicciones a la comida, al sexo, al juego… para no pensar o entrar en contacto con su experiencia traumática.

• Como han aprendido a desconectarse de una parte importante de sus experiencias internas y de sus sensaciones corporales, no saben emplear sus sensaciones como señales de placer o displacer que les ayuden a seleccionar las relaciones en las que se meten ni las situaciones en las que se sienten mal. Permanecen habitualmente en contextos donde son maltratados y alternan entre estados de aparente bienestar con estados de depresión, cansancio y tristeza intensos, ataques de ira o reacciones de miedo irracional.

Hasta ahora, he descrito algunos fenómenos de memoria que implican esta separación entre dos sistemas: el de la vida aparentemente normal y el de la vida traumática. Los especialistas en trauma psicológico llaman a este mecanismo disociación, que implica separar lo que estaba unido. Desarrollaré este concepto de disociación más adelante; baste ahora quedarse con la idea de que a lo largo de nuestro desarrollo, cuando vivimos experiencias de negligencia, rechazo, abandono o maltrato, vamos inhibiendo o apartando de nuestro contacto con otros seres humanos aspectos de nuestro yo que tememos que vayan a ser rechazados o maltratados; es como si quisiéramos desterrar o deshacernos de aspectos de nuestro yo que nosotros mismos rechazamos porque otros los rechazaron. Éstos son aspectos marginados de nuestro yo, que tratamos de ocultar a otros, en casos más extremos incluso a nosotros mismos, pero que sin embargo forman parte de nosotros y llevan una existencia escondida o fragmentada: es como la sombra de la que no podemos escapar. Y apunto aquí que todo lo que fue separado en el Yo ha de ser unido para poder gozar de un sentido unitario de quienes somos y disponer de flexibilidad y capacidad para llevar una vida feliz. Estas cápsulas separadas de la consciencia retienen energía vital que resta a nuestra capacidad de gozar la vida.

7.El procesamiento es, en general, «la acumulación y manipulación de elementos de datos para producir información significativa».
8.‘Paleo’ significa «primitivo»: se refiere al primer cerebro propiamente mamífero.
9.Hipo, del latín «caballo».
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Litres'teki yayın tarihi:
20 ocak 2025
Hacim:
439 s. 33 illüstrasyon
ISBN:
9788494480164
Yayıncı:
Telif hakkı:
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