Kitabı oku: «Más allá del Yo», sayfa 4

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Winnicott habla de cómo se desarrolla la maduración del niño entre un rango de frustración óptima —que él llama «desilusión óptima»– y un extremo de frustración traumática. Cuando la desilusión de que la madre no armoniza completamente con las necesidades del bebé se produce dentro de un intervalo de tolerancia, lo que es aceptable para el nivel de maduración según la edad del niño, no será experimentada como traumática, sino que ayudará a ir integrando que el otro no está siempre disponible para él en el momento que lo pide; pero que puede esperar y será respondido. Pero si el grado de desilusión no es óptimo, el niño vivencia una usurpación de su propio desarrollo y se adapta a las necesidades de la madre, sin aprender a desarrollar gradualmente un sentido del yo «merecedor de amor».

El guion de vida:

El concepto de guion de vida fue exquisitamente desarrollado por Eric Berne, creador del análisis transaccional fundamentalmente en su libro ¿Qué dice usted después de decir hola? Berne definió el guion como «un plan preconsciente de cómo vivir la vida» (Berne, 1973) y «un plan de vida creado en la infancia, reforzado por los padres, justificado por eventos subsecuentes y culminando en una alternativa elegida». El guion es un gran esquema inconsciente, porque fue «decidido» en nuestra infancia temprana, y nos da estructura a las preguntas de quiénes somos, quiénes son los otros y cómo relacionarnos con ellos y qué es la vida. Fue generalmente construido por el niño pequeño a lo largo de su desarrollo para estructurar cómo adaptarse al entorno y a los deseos de sus cuidadores principales y marca cómo vivir la vida, cómo ser y con qué tipo de personas relacionarnos. También anticipa cómo han de discurrir nuestras relaciones con los demás e incluso cómo suelen concluir. En el sentido de que es algo adaptativo, nos ha ayudado a sobrevivir, a adaptarnos; pero también comporta una pérdida o renuncia a nuestro «verdadero yo» (nuestra vulnerabilidad), e implica el vivir la vida en un sentido limitador y restrictivo, acomodado a las normas familiares, culturales y sociales de manera rígida.

Ron Kurtz (1991) en Body-centered psychotherapy: The Hakomi Method también elabora esta idea con palabras claras, afirma que primero aprendemos a sentirnos un «yo», y luego simplemente nos instalamos en él y lo usamos durante el resto de nuestras vidas. De niños hacemos un mapa de lo que somos, de cómo son quienes amamos, cómo nos vamos a comunicar con los demás y cuál es el sentido de la vida para nosotros. Hacemos un mapa de cómo es el mundo, de qué es posible en ese mundo y qué no es posible. Luego, de adultos, usamos ese mapa sin consciencia de qué nos llevó a construirlo en la manera que lo construimos, con los elementos disponibles en aquella edad. Y aun cuando de adultos la experiencia nos muestre evidencias contrarias a ese mapa, no lo cambiamos fácilmente. Pongamos el ejemplo de la persona que se cree indigno de que le quieran de verdad; por más que se encuentre con personas que le muestran verdadero y sano interés, no se lo cree, internamente se descalifica a sí mismo con un «No me conoce de verdad» y quita valor a los reconocimientos que otros le dan: «Sólo me lo dicen para que me sienta bien».

Citando a Ron Kurtz:

Primero somos los que dibujamos el mapa, luego somos los que lo usamos. Pero el hacedor del mapa y el usuario del mapa están haciendo dos cosas muy diferentes. En la infancia hacemos el Yo; cuando adultos, lo usamos. Cuando adultos mantenemos con nuestros hábitos ese Yo que creamos tiempo atrás. Nos olvidamos de esos actos de autocreación. Cuando usamos el Yo, no lo sentimos como algo susceptible de ser cambiado. Mientras más amenace el mundo con cambiar el Yo, más energía gastamos en estabilizarlo. Pero sí puede ser cambiado. El Yo fue alguna vez fresco y flexible. La posibilidad de recrearlo reside en nosotros. En lo más profundo de nuestro ser, está aún el hacedor del Yo. El niño que dibujaba mapas aún forma parte de nosotros. Los borradores de sus planos aún están ahí. Todos pueden ser reexaminados. Aumentando nuestra sensibilidad [como terapeutas] logramos acceso al mapa, al que dibujó el mapa y a la posibilidad de cambiar. Al acceder el núcleo encontramos no sólo al Yo creado sino también el poder que crea». (P. 141; Body-centered psychotherapy: The Hakomi Method)

Con esta cita de Kurtz señalo que el mapa del yo, el guion, y el mundo que la persona se hizo siendo niño puede ser cambiable. No somos víctimas de lo que vivimos en la vida; esto no puede cambiarse, pero sí podemos cambiar lo que concluimos de nosotros mismos y de la vida por lo que ésta nos hizo (nuestros mapas). El esfuerzo, la lucha, las metas y el enfoque hacia conseguir más y más logros en todos los órdenes de la vida no facilitan que desarrollemos un estado de ser conscientes de cómo nos hemos construido y de qué responsabilidad tenemos en lo que nos ocurre en la vida y las relaciones. Es por ello por lo que muchas personas acuden a monasterios, a la naturaleza o hacen el Camino de Santiago para poder reencontrarse. El estilo de vida que creamos en Occidente hace que vivir la vida en un estado de plenitud de consciencia sea muy difícil. El descubrimiento de uno mismo necesita una actitud reflexiva y amable con nosotros mismos. Descubrir quiénes somos realmente es el peregrinaje más importante de nuestras vidas. No podemos tomar al yo por asalto. La fuerza y el esfuerzo hacen que el hacedor de los mapas se esconda. Una vez más, siguiendo a Kurtz, para estudiar el yo, para virar hacia adentro, para dejar atrás las murallas almenadas que defienden la vulnerabilidad de nuestro «Yo verdadero», se necesita paz.

Así como han sido las relaciones dañinas las que nos han llevado a desarrollar un sentido fragmentado del yo, son las relaciones seguras, de apoyo, contención y comprensión las que nos ayudan a reparar este sentido del yo dañado. La no-violencia, la no-imposición, el amor, la presencia de personas que apoyan facilitan que aflojemos nuestras reacciones de defensa y de miedo hacia el exterior para poder mirar hacia dentro de nosotros mismos y reapropiarnos de nuestras experiencias, incluso aunque sean dolorosas. Sólo esto hace que el «falso Yo» ceda para ser conocido y cambiado.

EJERCICIOS DE AUTORREVELACIÓN

• ¿Con cuál estilo de apego te sueles vincular a tus seres más queridos?

    a. La pareja

    b. Los hijos

    c. Los amigos

• ¿Cuáles son los patrones de conducta con los que te muestras más habitualmente a los demás (Yo social)?: ¿complaciéndoles en lo que crees esperan de ti?, ¿mostrándote fuerte y que no los necesitas?, ¿con la actitud de seriedad y responsable de hacer tu trabajo perfecto?, ¿o predicando a los demás sobre la importancia del compromiso y los valores?

• ¿Cuál es la parte de ti que escondes a los demás por miedo al rechazo, la crítica o la no aceptación?

• ¿Cómo sientes que te afecta el no integrar tu «Yo vulnerable» (escondido) y no mostrarlo en tus relaciones?, ¿qué precio pagas?

• ¿Qué asuntos de tu vida se repiten una y otra vez de una manera similar? ¿Qué creencias sobre ti, los otros y la vida te confirmas al final en ellos?

• ¿Cuáles fueron los mensajes parentales sobre cómo has de ser y qué has de ser que te han marcado en tu construcción del guion?

• ¿Cuáles son las consecuencias limitadoras de vivir bajo el guion en tu vida?

• ¿Qué necesitas cambiar en tu visión de ti mismo, los otros y la vida para llevar una vida feliz?

Mecanismos de mantenimiento y continuación del guion de vida

Hasta ahora he explicado cómo se conforma inicialmente nuestro sentido doloroso o positivo del yo y he señalado la idea de cómo estos primeros esquemas de organización de la experiencia se convierten en filtros que a partir de entonces seleccionan qué información asimilamos del mundo y qué información dejamos de lado o rechazamos debido a que no encaja en lo que es conocido.

Sí parece que, aunque paradójico, a partir de nuestros aprendizajes iniciales vamos acumulando información que confirme, o desmienta, lo que es conocido. Nuestro cerebro es un gran órgano de gestión y organización de la experiencia; su función es integrar —digerir— las experiencias que vamos viviendo para elaborar un aprendizaje adaptativo, es decir, sacar una lección vital útil que nos sirva para movernos en el territorio de la vida. En este mismo sentido, es un gran mecanismo de anticipación y previsión de lo que puede ocurrir para saber cómo hemos de enfrentarnos a los eventos que puedan devenir. En esto consiste en parte la memoria, en recordar nuestra historia previa para ayudarnos a manejarnos con las experiencias ya conocidas o tener algunos recursos en nuestro repertorio para saber qué hacer ante lo que es novedoso.

Ahora bien, he dicho que nuestro cerebro es neuroplástico, es decir, capaz de aprender y reaprender nuevas habilidades o conceptos durante toda la vida. Pero también he apuntado que cuando las experiencias vividas han sido demasiado dolorosas, las estructuras que llamamos creencias han podido consolidarse de una manera demasiado rígida. Cuanto más temprano en la vida nos ha acontecido el daño, más inamovible hace que sea la creencia, más difícil de cambiar. Y podemos pensar: «¿Cuál puede ser el propósito de que algo se convierta en rígido y muy difícil de cambiar?». El propósito tiene que ver con la costumbre, crear un hábito que se active siempre de una misma manera, una experiencia que se repita automáticamente. El lado positivo de este tipo de aprendizaje es que nuestro cerebro consciente no necesite el estar aprendiendo siempre lo que ya es conocido, que se pongan en marcha patrones sin tener que pensar en lo que hacer, sentir o pensar. El lado negativo es que estos esquemas van a estar más cerrados a lo nuevo, a incorporar matices de la experiencia que puedan enriquecer y ampliar nuestro repertorio vital.

Aun con lo dicho, no parece suficiente la función que pueda tener el establecer una creencia rígida. Qué podríamos ver de conveniente en que alguien establezca rígidamente una creencia de «No merezco que me quieran» o «No soy importante, soy invisible; y si los otros me conocieran de verdad, me rechazarían». Parece no haber nada bueno en esto; y sin embargo, si volvemos a pensar en que un ser humano vive durante un tiempo prolongado en una relación de dependencia generalmente con los mismos cuidadores, esto hace que las situaciones, escenas, reacciones y experiencias vividas tengan un carácter frecuente, crónico y previsible. Estoy apuntando al carácter continuado de algunas experiencias, lo que las hace estables, predecibles y conocidas. Quizás es más fácil de entender con un ejemplo; pensemos en una situación de negligencia parental en la que pueda vivir un niño al que llamaremos Andrés. Andrés tiene una madre deprimida y un padre que es alcohólico y muestra reacciones violentas frecuente pero impredeciblemente. Esto crea una atmósfera en la que Andrés observa y padece las explosiones violentas, a veces del padre con la madre y otras contra él mismo; esta madre deprimida no tiene la fuerza, la vitalidad ni la autoestima necesaria para parar las agresiones de su marido hacia ella o incluso hacia Andrés. Así que el niño vive desamparado ante el padre y desprotegido por la madre; además, la madre deprimida carece de vitalidad y alegría esencial para ofrecer al niño un vínculo en el que hay contento y orgullo de que exista. Andrés no puede experimentar las conductas de apego que todo ser humano necesita naturalmente para madurar y desarrollar un sentido profundo de «ser digno y valioso»: ser mirado a los ojos con alegría, ser tocado y abrazado con la ternura y la tranquilidad de sentirse cuidado, ser hablado con el tono de voz que transmite cariño, apoyo y alegría de que el niño exista. Estas conductas son las que transmiten un sentido congruente y profundo de que el niño es realmente querido y se está alegre por su existencia. En su lugar, la madre de Andrés está habitualmente entristecida, resignada en su vida, suspira frecuentemente y su mente está en otra parte; por lo que Andrés no percibe un sentido de conexión y presencia plena de la atención de su madre. Por otra parte, la madre manifiesta quejas habitualmente de lo dura que es su vida, del trabajo que pasa cuidando a los hijos y de lo mal que la trata el marido. Andrés «huele» desde muy pequeño que si manifiesta sus necesidades a su madre, ésta se siente a veces desbordada y otras simplemente le atiende aseándole, poniéndole la comida o vistiéndole de una manera mecánica aunque funcional y dándole buenos cuidados físicos. Pero generalmente no tiene la paciencia ni la serenidad para ver cuando Andrés se encuentra inquieto, triste o asustado por la conducta violenta de su padre. Así que el mundo interno y las necesidades emocionales de Andrés no son vistas ni atendidas con la suficiente sintonía; la madre no resuena con la experiencia interna de Andrés mostrando alegría y orgullo cuando hace algo bien, reconfortándole cuando se siente triste o asustado y tomándole en serio cuando está apenado. El niño va desarrollando un sentido doloroso de sí mismo con creencias del tipo «Soy culpable de existir», «No soy importante», «Soy una carga para mamá si la necesito», «Tengo que cuidar a mamá no dándole problemas», «Me resignaré a no necesitarla y dejaré que pase el tiempo con la esperanza de que algún día me vea y me cuide», «Yo cuidaré de mamá y no la dejaré sola con papá»; para llevar a cabo de manera eficaz estas decisiones inconscientes, Andrés tiene que aprender a quitar importancia a sus necesidades y deseos —para no molestar—, incluso a tratar de no sentir, de «no ser débil», que es lo mismo que ser vulnerable y necesitar. Pensemos que esto requiere de un esfuerzo sobrehumano de tratar de anular la vitalidad y el impulso a ser y crecer siendo uno mismo. Y pronto aprende a llevar dentro, oculta, una parte de sí mismo que se siente triste —aunque no sepa por qué, ya que nunca tuvo esas experiencias que debía haber tenido y no tiene con qué compararlas— y una parte que muestra hacia fuera de «niño bueno» que no da problemas, no pide y se las arregla solo (Yo social). Por otra parte, en la relación con el padre aprende a temer a la autoridad, a sentirse habitualmente en peligro y a desarrollar un radar para tratar de predecir, observando la cara del padre, si hoy viene con cara de padre bueno o viene cargado de tensión y dispuesto a explotar con cualquier cosa. Aprende a vivir orientado a detectar en el mundo externo las señales que le hagan predecir si el padre va a reaccionar con ira y si la madre puede abandonarse y dejarse a la depresión. En esta relación con el padre, del que escucha «No vales para nada», «Siempre estás estorbando», «Nunca haces nada bien», «Eres un inútil, aparta que ya lo hago yo», etc., va construyendo su autoestima en relación con el ser o no ser competente. En este clima va concluyendo «No valgo», «No soy capaz», «No puedo pedir ayuda porque no hay nadie», «No puedo confiar», «Estoy solo en el mundo»… Por otro lado, no hay nadie que le proteja y le mantenga seguro en las experiencias de miedo a su padre, así que también tiene que negar su miedo, tratar de no sentirlo y suprimirlo. En esa atmósfera en la que vive desde bebé hasta que es un adolescente que puede salir de casa ha vivido miles de veces el mismo tipo de interacciones y reacciones de ambos progenitores. Así que ha conformado una visión de la vida de «Esto es lo que hay», «La vida es así: peligrosa, sin nadie afuera que me pueda satisfacer, triste y sin esperanza». Como cualquier niño, Andrés basa su autoestima en cómo fue tratado y desarrolla un estilo de apego ansioso con los demás seres humanos, con los que se comporta de manera retraída y con temor a la humillación. Más profundamente consolida un sentimiento de vergüenza de sí mismo por sentirse inadecuado e incapaz de valerse por sí mismo.

Podemos comprender aquí cómo estas creencias dolorosas se han conformado y confirmado en un número incontable de veces; su vida se ha hecho predecible en torno al tipo de reacciones que obtenía con más probabilidades de sus padres o cuidadores primarios. Fue importante para él «asumir» creencias tales como «No soy importante ni merecedor de cuidados y amor», «Tengo que ser fuerte y no necesitar para bastarme a mí mismo porque sólo me tengo a mí». Incluso puede haber desarrollado una parte interna que le trata con rudeza y le critica: «¡Eres débil si necesitas!», «¡Nadie te va a querer, así que no te creas que te quieren!», «¡Te van a dejar si te conocen de verdad!». Esta parte autocrítica tiene la función de inhibir las necesidades naturales de amor y el deseo de estar vinculado para proteger a Andrés de buscar en otros algo que no había y protegerlo de experimentar el rechazo y la crítica externa una y otra vez. De alguna manera, si «se convence a sí mismo» de no necesitar y de que nadie le puede querer, dejará de buscar algo que simplemente no existe en su mundo ni para él. La función de estas partes y creencias tan rígidas y difíciles de cambiar son: a) proporcionar la seguridad que da el adaptarse a lo conocido y no arriesgarse en lo que es desconocido o lo que no está hecho para uno; b) la función de dar continuidad al sentido profundo del yo: «La vida es así y no se puede esperar otra cosa: hay que conformarse y no sufrir por lo que no hay» y c) predictibilidad: es lo que siempre habrá. La función de estas creencias rígidas es, pues, simplemente adaptarse y tratar de no sufrir esperando algo que no va a venir nunca.

Invito a pensar que nuestro sistema es inteligente, y su primera tarea es ayudarnos a sobrevivir ante las situaciones de amenaza. Hemos de aprender a mirarnos y a mirar a otros valorando el cómo se han construido en la manera que se han construido para sobrevivir. Esto nos ayudará a tener una mirada compasiva y una actitud comprensiva hacia el otro, y hacia nosotros mismos.

La rigidez de los patrones de creencias es lo que funcionará como un filtro casi impermeable para toda aquella experiencia que no encaje con lo que ha sido tan conocido y tan duramente aprendido. De adulto, cuando Andrés escucha de alguien «Qué bien has hecho tu trabajo» o «Eres una persona encantadora» lo pasa por alto, y —manifiesta o interiormente— quita valor a lo que le dicen con un pensamiento interno del tipo «No es para tanto, podía haberlo hecho mejor», «Sólo tuve suerte», «Me lo dicen para que me sienta bien, pero yo no soy importante y no valgo». El terror de Andrés es que si se vincula a alguien y se deja querer por alguien que le trata bien, algún día le puede dejar cuando sepan cómo es de verdad.

El sistema del guion de vida

A lo largo de su ciclo vital, Andrés ha ido organizando un sistema de funcionamiento coherente con la atmósfera que vivió, un sistema para adaptarse y sobrevivir. Llamamos a este sistema o patrón de experiencia «sistema del guion de vida» (Erskine y Zalcman, 1979). Está diseñado con el propósito de hacer la vida constante, predecible y ¡segura!, o lo que es lo mismo «conocida». Pero a la vez hace que la manera de vivir sea restrictiva, limitada y pobre, con un estilo de comportamiento poco capaz de adaptarse a lo nuevo y de asimilar las nuevas experiencias que la vida naturalmente nos ofrece. Por otra parte, paradójicamente se convierte en un circuito que se retroalimenta a sí mismo confirmando una y otra vez que las cosas son así.

Veamos el sistema de guion de Andrés representado en un esquema:

SISTEMA DE GUION


En este esquema del sistema de guion podemos ver como el patrón de experiencia (creencias, comportamientos, sensaciones, fantasías, emociones y recuerdos) es consistente en sí mismo; es decir, las conductas que se observan han de ser coherentes con la creencia: «Como no me siento importante, no muestro mis necesidades ni las hago valer». El sistema se retroalimenta a sí mismo, funcionando como una profecía auto-cumplida y acumulando más y más experiencias que se van sumando al almacén de recuerdos que confirman que «las cosas son así». Éste es un instrumento útil para ver de una manera gráfica de qué forma cada uno de nosotros contribuimos y cómo somos responsables de lo que nos pasa una y otra vez en la vida.

No obstante, en este libro estoy defendiendo una perspectiva del cambio posible, de la naturaleza plástica de nuestro cerebro para cambiar constantemente y asimilar nuevas experiencias a lo largo de la vida. En la medida que nuestros patrones de experiencia sean muy rígidos, y esto depende de la intensidad y la precocidad del trauma en la vida, serán más resistentes al cambio. Hemos de adoptar la actitud de poder reflexionar sobre nuestra propia experiencia para poder cambiarla, para situarnos en un plano por encima de ella y poder observarla. Está claro que si Andrés quiere sentir «Soy importante» ha de desarrollar comportamientos diferentes, en los que empiece a dar un valor propio a sus necesidades, escucharlas y hacerlas ver y valer en sus relaciones ante los demás. Además, para que el cambio sea sostenible, habrá de curar sus recuerdos traumáticos relacionados con la violencia del padre, la negligencia de una madre deprimida y la historia de humillación y desvalorización vivida en el colegio y a lo largo de su vida. Curar el trauma será imprescindible para cambiar su sentido profundo del yo, que fue conformado en los recuerdos que corresponden a las experiencias tempranas. Pero además, habrá de ir aprendiendo nuevos modos de mostrarse al mundo y de sensibilizarse a escuchar su cuerpo, sus sensaciones y emociones. Habrá de aprender un sistema nuevo que desarrolle nuevos hábitos, patrones de experiencia y nuevas vivencias. A este nuevo sistema lo llamamos sistema autónomo, ya que es un sistema conscientemente decidido por la persona desde su perspectiva actual como adulto.


SISTEMA AUTÓNOMO


En la aventura y el proceso de desarrollo como personas, todos hemos tenido algunas experiencias que han servido como «pilares» en los que apoyarnos para seguir manteniendo la esperanza, para agarrarnos a que algún día las cosas cambiarían, encontraríamos a alguien que nos querría o tendríamos una familia a la que pertenecer. No sería posible estar vivos si todas nuestras experiencias hubiesen sido dolorosas y traumáticas. Así que, si buscamos en nuestro almacén de memorias, todos podemos encontrar «perlas en nuestra historia». Podemos ayudar a nuestro cerebro y a nuestro cuerpo a recuperar los momentos en los que hemos gozado de estar en relaciones de amor y apoyo, en momentos de goce en la naturaleza o de conexión espiritual con algo superior a nosotros.

Es en estas experiencias positivas en las que nuestro cerebro-cuerpo va adquiriendo resiliencia —capacidad para superar y recuperarse de la adversidad—. Podemos dirigir nuestro sistema de búsqueda de información en una dirección positiva o en una dirección negativa. Como he ilustrado hasta ahora, nuestras redes neuronales recorrerán más fácilmente el camino que han recorrido con mayor frecuencia; ésta es la razón por la que a las personas que han vivido en situaciones crónicamente traumatizantes les resulta más difícil tener una visión positiva de la vida y las relaciones y por qué tienden a activar con mayor propensión «esquemas de experiencia» que contienen una versión negativa de sí mismos y de la vida; porque la primera misión de su cerebro fue ayudarles a sobrevivir. Lo que ocurre habitualmente es que el cerebro se ha organizado en torno a estas experiencias de amenaza y se ha habituado a considerar el mundo y las relaciones como amenazas.

Empecé hablando de la posibilidad de reformar nuestros esquemas profundos del yo, y ello tiene que ver esencialmente con que podamos revisar nuestra historia personal y nuestras vivencias traumáticas con nuevos recursos que no estaban disponibles en el momento de la vivencia; con los ojos y el conocimiento que tenemos como adultos —o niños más mayores— hoy.

Que nuestros «esquemas de experiencia» son moldeables a lo largo de toda la vida ya fue defendido por el psicólogo del desarrollo Jean Piaget. Él propuso su teoría del desarrollo evolutivo del ser humano basándose en dos grandes principios: acomodación y asimilación. Afirmó que los primeros esquemas de experiencia que vienen biológicamente programados —los reflejos— van acomodándose o adaptándose al mundo exterior a medida que interactúan con el entorno (recordemos el ejemplo de cómo se adapta el reflejo de prensión de la mano a los diferentes objetos que va agarrando) y cómo en adelante estos esquemas se van moldeando y enriqueciendo al incorporar nuevas versiones de la experiencia, lo que él llamó mecanismo de asimilación. Asimilar es, pues, ir añadiendo y expandiendo nuestra experiencia a medida que nos enfrentamos a nuevos matices de la realidad que de alguna manera amplían nuestras opciones de manejarnos con aspectos más complejos de lo que nos demanda la vida.

El ser humano, a medida que crece, va madurando sus estructuras y arquitectura cerebral al igual que todo su organismo globalmente; y a medida que madura, va siendo capaz de asumir tareas y aprendizajes más complejos. Ahora bien, el niño ha de ser expuesto a tareas y aprendizajes adecuados a su nivel de maduración en cada edad. Cuando se le pide algo para lo que no está preparado aún experimentará una vivencia de la que no se siente capaz, y si esto es algo que se le pide una y otra vez, probablemente conformará una visión de sí de «no ser capaz» o ser «un fracasado».

He dicho que nuestro cerebro es un órgano de integración de experiencia, y que necesitamos estímulos para poder crecer. Una vez más, son los cuidadores los responsables de proveer al niño de los estímulos necesarios y adecuados para fomentar su desarrollo. El cerebro necesita de estímulos nuevos para seguir desarrollando sus conexiones y aprender, necesita enfrentarse gradualmente a aprendizajes y retos nuevos; es decir, necesita vivir en un estado de estrés óptimo para romper sus rutinas. Si el niño viviera en un estado de aburrimiento —falta de estímulos—, se volvería pasivo y desinteresado. El psicoanalista Winnicott (1965) decía que la madre ha de proveer al niño de experiencias de «desilusión óptima» para que vaya aprendiendo a tolerar y manejar la frustración. Cuando la desilusión es excesiva y reiterada, el cerebro no la podrá asimilar, se verá sobrepasado por demasiado dolor o terror y la vivencia se enquistará como algo traumático.

Cuando una persona ha estado sometida a una atmósfera de crecimiento en la que ha habido excesivo maltrato, negligencia o abuso, su cerebro se habrá ido configurando en un estado de estrés demasiado alto, lo que comporta que ha vivido en un modo de supervivencia, teniendo que reaccionar al entorno externo de peligro en un estado de alarma constante. Esto también provoca un estado bioquímico alterado que afecta al funcionamiento de las neuronas. Digamos que el cerebro aprende a vivir en un modo de alerta. Es por esto por lo que para ayudar a que una persona repare y sane su historia dolorosa, necesitará poder enfrentarse a ella con alguien que sepa acompañarle, llevarle a que pueda reflexionar sobre su propia experiencia y darse cuenta de cómo ella viene configurada a partir de sus experiencias pasadas traumáticas. La persona que acompaña ha de poder ofrecer una relación que provea seguridad, apoyo y comprensión, y que además ayude al otro a encontrar las nuevas respuestas en sí mismo.

Vivimos en una cultura social en la que somos frecuentemente educados para buscar las respuestas a nuestras cuestiones existenciales fuera, pero las respuestas están dentro de cada uno. Sólo hemos de poder desarrollar la actitud de la reflexión sobre lo que somos y hacemos, hemos de mirar dentro de nosotros mismos para reencontrarnos con el «hacedor de nuestro mapa». Y si los mapas construidos no son adaptativos a nuestra realidad presente, hemos de revisar en qué contexto lo aprendimos y qué nos llevó a ello; hemos de aprender de nuestra historia y ser conocedores de que nuestro sentido del yo y nuestro repertorio de conductas es el resultado de nuestro aprendizaje a lo largo del ciclo de nuestra historia vital.

No hay una vivencia que sea traumática en sí misma, fue la falta de haber podido reparar lo doloroso que vivimos en compañía de alguien que nos comprenda, apoye y nos quiera a pesar de todo lo que nos llevó a enquistar la experiencia como algo inacabado.


EJERCICIOS DE AUTODESARROLLO

1. Toma el gráfico del sistema de guión y completa el tuyo propio. Reflexiona sobre cuáles son las creencias profundas y dolorosas de tu sentido del yo más profundo, las creencias limitadoras. Luego considera qué conductas pones en práctica cuando estás inmerso en tus creencias limitadoras, haz lo mismo para tus dolencias físicas y tus fantasías negativas acerca de tu futuro. Finalmente, haz un análisis de en qué experiencias de tu historia fuiste conformando y confirmando tus creencias.

2. Elabora ahora un registro similar para el sistema autónomo. Considera qué quieres hacer con tus creencias limitadoras y qué creencias positivas quieres desarrollar sobre ti mismo, los otros y la vida. Elabora qué nuevas conductas necesitarás aprender y poner en práctica que correspondan y ayuden a alimentar tus creencias positivas. Piensa también en qué recuerdos y experiencias tú ya podías estar en posesión de un sentido positivo de ti mismo, los otros y la vida.

3. Hazte un propósito de poner en práctica tu nuevo sistema autónomo. Recuerda que la memoria se instala por repetición y la práctica consciente de lo nuevo. Proponte el hacer las cosas a pequeños pasos y en pequeñas situaciones de tu vida cotidiana; si te costaba decir que «no» en las relaciones íntimas, empieza por decir pequeños «noes» por ejemplo cuando te dan algo en la cafetería que no era lo que pediste, o a elegir conscientemente satisfacer tu gusto en lo que quieres comer.


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Yaş sınırı:
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Litres'teki yayın tarihi:
20 ocak 2025
Hacim:
439 s. 33 illüstrasyon
ISBN:
9788494480164
Yayıncı:
Telif hakkı:
Bookwire
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