Kitabı oku: «La paz sin engaños», sayfa 2

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La crítica mayor a este modelo es la dificultad para que grupos o fuerzas interesados en mantener el statu quo realicen con prontitud y eficacia las metas pactadas, lo que afectaría sus privilegios. Si se agrega, además, la lentitud propia de la concreción de reformas profundas en un orden social que prevaleció, como en el caso de África o Asia, por varios siglos bajo un sistema colonial y su caótica descolonización, es normal que se produzca impaciencia e incomprensión de la población por la casi nula visibilidad de los resultados.

Aunque es cierto que una nueva sociedad amerita un proceso de largo plazo, no se puede ignorar que la paz requiere una promoción inmediata a la que se sumen instancias nacionales e internacionales; por lo menos, mientras se mantiene la euforia de la firma de los acuerdos. Pero la mayor inconsistencia del modelo es, según sus críticos, la de intentar una “revolución por decreto”. Nadie querrá ceder “por las buenas” lo que considera unos bienes o privilegios adquiridos de manera legal o legitimada por herencia o por logros militares.

Otro cuestionamiento es la insuficiente representatividad de alguna de las partes. En particular, cuando se trata de gobiernos que alcanzaron el poder en elecciones fraudulentas o bajo un sistema político excluyente, casi siempre dentro de una legalidad ilegítima, donde la participación política de amplios sectores sociales fue restringida o reprimida. Respecto a la parte insurgente se critica que asuma, dado su carácter casi siempre de dominio parcial, la representatividad total de los inconformes del país, y sobre población o zonas bajo las que no tienen ningún tipo de control político ni militar.

Además de académicos como Johan Galtung o John Burton, apoyan esta tendencia los partidos y movimientos socialdemócratas y de la izquierda legal, los grupos insurgentes de izquierda y las ONG comprometidas con los problemas de pobreza y marginación extrema.{13}

Se puede reconocer también un tercer modelo, al que se podría denominar mixto. Y sería aquél en el que, a pesar de tomar en consideración los problemas estructurales e incluirlos en la agenda negociadora, los deja en un segundo plano. El principal ejemplo práctico de este modelo fueron las negociaciones de paz adelantadas bajo el gobierno de Andrés Pastrana.{14}

Y, por supuesto, el análisis comparativo, sistemático, y crítico de los últimos procesos de paz entre el gobierno colombiano y los movimientos armados; lo mismo que de su situación económica y social, con especial énfasis en el problema de la tenencia de la tierra, se utilizará para elaborar estrategias estructurales posconflicto que sirvan para la reconstrucción nacional. Los aspectos políticos de desmovilización y reconciliación, reformas institucionales y reparación de destrozos económicos, sociales y educativos, presentados intentan superar de manera realista y concreta las causas originales del conflicto e impedir su reactivación.

A partir de esa revisión crítica quiero demostrar la insuficiencia del logro político de los acuerdos de paz, por lo que es necesario formular estrategias de paz que modifiquen las causas estructurales que dieron origen y alimentan hasta hoy el conflicto armado. En ese orden, es necesario un plan estratégico de índole social y económica, con prioridad en las zonas rurales; con la participación activa de una comunidad internacional respetuosa de los intereses de las partes y de la idiosincrasia del país y, como es tradicional, sin fórmulas impuestas desde los centros de poder; así como es obligatorio que el posconflicto obligue a un cambio sustancial de la doctrina imperante por décadas en las Fuerzas Armadas y de una reducción sustancial de sus efectivos.

Además, una pregunta que el lector se hará a través de las páginas de este libro es si el presidente Juan Manuel Santos, al sancionar la Ley de Víctimas y de Restitución de Tierras (junio 2011), responde a los principales cambios estructurales aquí propuestos. Hay que decir que no. En primer lugar, porque todo indica que salvo el estilo altanero y peleador de su predecesor y los necesarios ajustes a su nefasta política internacional, el presidente Santos ha reiterado la continuidad del modelo económico y político de Álvaro Uribe; lo mismo que de su plan de Seguridad Democrática, por supuesto que con un nuevo nombre: “Seguridad para la prosperidad”.{15} Y, en segundo lugar, porque aunque siendo un gran avance, la llamada Ley de Víctimas y de Restitución de Tierras es insuficiente para resolver el grave problema estructural de Colombia. Pues, hay que señalarlo, la sanción de la ley no es la panacea para resolver el conflicto social y político que sufre Colombia por décadas, a pesar de la euforia gubernamental de que con ella: “hoy estamos dando pasos audaces para superar este conflicto y llegar a una etapa de reconciliación y paz”.{16} Además, hay que tener en cuenta que durante el marco temporal de su realización 2011-2020 y, presumiendo que tuviera un éxito completo, algo difícil, retornaría al estado de cosas vigente al 1 de enero de 1985, en el caso de las víctimas y sus familiares, y al 1 de enero de 1991, respecto a la restitución de tierras; momentos en los que la situación social y política era de por sí muy grave en materia de conflicto armado y violencia social. Sin olvidar que en la mayoría de regiones de desplazamiento forzado el conflicto armado continua latente.

En definitiva, Colombia, que ha probado muchos tipos de paz a medias y con engaños, como se detalla en el capítulo 2 de este estudio, enfocadas en su totalidad resolver de manera coyuntural la gobernabilidad en crisis; lo que necesita son modelos estructurales como los sugeridos en el capítulo 4 y en las consideraciones finales. En palabras claras, una paz sin trampas, con metas posibles, que cambien de una vez por todas las estructuras del violento y desigual statu quo de la realidad social colombiana.

Frente a este panorama, el presidente Santos se enfrenta ante dos únicas opciones: una cargada de retórica y buenas intenciones, con cambios aparentes y para que todo siga igual. Y otra más exigente y comprometida con las mayorías empobrecidas, que lo coloca frente a un choque de intereses con las estructuras del poder tradicional, de las que él es uno de su más altos representantes por razones económicas, ideológicas y familiares. En consecuencia, inclusive al considerar el recalcitrante presidencialismo colombiano, las soluciones no están determinadas por la sola “buena voluntad” presidencial. Es importante, tanto para presionar como para impulsar nuevas políticas, el necesario concurso de otros poderes del Estado y de organizaciones políticas, gremiales y sociales.

La tarea es compleja porque enfrenta un problema difícil, no hacerlo volvería a una frustración que se expresará como lo ha hecho siempre: con violencia. Solo que esta vez será una violencia todavía más cruda, pues frente a ella no quedará ni la más pequeña esperanza de que algo pueda cambiar. El abismo sin fin.

Capítulo 1
Historia y delimitación del término paz estructural

En un brevísimo repaso de la evolución histórica de lo que se entiende por paz se encuentran, como es de esperar, distintas nociones de este concepto, muchas de ellas contradictorias. La más general es la noción de paz colectiva, que prevaleció largos siglos, la de una simple ausencia de guerra o de confrontación notoria.{17} Una paz forzada por el reconocimiento explícito o tácito de la imposibilidad de dominar o exterminar al otro. Hecho común en las relaciones entre tribus, pueblos, ciudades-Estados y, mucho más tarde, entre Estados nacionales, quienes por compartir un propio territorio o unos mismos recursos decidían en un momento conciliar y convivir sin enfrentamientos, casi con seguridad, como una única forma de sobrevivencia. La muerte o las intrigas de un cacique, un rey o señor feudal, eran suficiente motivo para romper el equilibrio y reiniciar la guerra.

Sin embargo, la historia se encarga de recordar las vicisitudes para lograr un estadio transitorio de convivencia pacífica entre los pueblos. Lo común era la aniquilación o sumisión del otro. Lo más extraño era, y sigue siendo, el camino de la reconciliación.

Primero eran las luchas por recursos vitales como el agua, los animales silvestres o el acceso a las tierras cultivables. Ya con la producción de riqueza elaborada, las guerras se desatan por la conquista de estas creaciones y de sus depósitos. Llegaran luego las guerras de saqueos y otras, en apariencia con un simple afán destructor, que se cumplen dentro de un plan estratégico de dominación y conquista de los recursos del otro y de su autonomía.

Después de varios siglos, y dentro de un marco de agresiones continuas, al evolucionar las costumbres se pasa de la venganza privada a la venganza pública. Aparece el derecho, lo que permite la creación de diversos mecanismos de respeto concertado para la convivencia. Con él se crean pactos y acuerdos firmados, en sus comienzos bajo una palabra de honor, que sostienen tenues equilibrios de poder a conveniencia de las partes. Pero es solo hasta la llegada de la modernidad cuando se establecen diversas reglas escritas para la solución de conflictos individuales o colectivos, muchas de ellas codificadas y con garante de una autoridad suprema.

Es entonces cuando se establece que la solución de discrepancias no puede ser apenas retórica o simbólica, se requiere acciones por una solución activa y concreta que permita la transformación de la violencia o agresividad causante del conflicto. Un método muy efectivo para lograr acciones eficaces de resolución del mismo es el diálogo entre las partes. Para alcanzarlo se requiere de un proceso que tenga como objetivo central la disminución de los roces y desconfianzas entre sus actores.

En consecuencia, toda construcción de paz requiere espacios de diálogo, dentro de un clima o fase de distensión en el que las partes del conflicto reduzcan su operatividad ofensiva de forma que se pueda plantear una posibilidad de diálogo, primero; para después al negociar instauraren de forma positiva los resultados de lo acordado.{18}

En la actualidad la obtención de una sociedad en paz requiere, según Fisas, de la implementación de varios factores, siendo los más importantes: la democracia, el desarrollo para todos, los Derechos Humanos y el desarme; complementados por factores de seguridad, identidad y dignidad. La falta de alguno de ellos llevaría a las sociedades a una tensión insostenible y al desequilibrio en sus relaciones pacíficas. Para él, es hasta casi el final de la Segunda Guerra Mundial, en el siglo XX, cuando al hablar de paz entre países o naciones se alcanza esta con el equilibrio dinámico entre las fuerzas políticas, sociales, culturales y tecnológicas en el sistema internacional. {19}

En ámbitos más específicos, en los años noventa, los movimientos ecologistas, a través de los partidos verdes, introdujeron la noción de paz ecológica, donde se considera vital para la especie humana y el planeta las relaciones no agresivas de los humanos con el sistema bioambiental. La paz para los ambientalistas no es otra cosa que la sumatoria de factores que permiten la realización personal o de una sociedad en un ambiente de tranquilidad física, económica y cultural.{20} En otros planos están las múltiples interpretaciones de paz desde la perspectiva de las distintas religiones o grupos de carácter espiritual en todo el mundo.

El auge del feminismo desde los años setenta impulsó un amplio debate mundial sobre la necesidad de diferenciar la paz en dos niveles: uno macro y otro micro. Así como es crucial la ausencia global de la violencia generada por las guerras; se debería dar igual importancia a la violencia que se desarrolla en los espacios pequeños como la casa o la comunidad.{21} Estos movimientos también hicieron hincapié en el carácter casi masculino de todos los actores directos de la violencia y en que la guerra ha sido una forma cultural masculina de afrontar los conflictos.

Ideario que sigue vigente con la creación, en el 2005, del proyecto Mujeres de Paz en el Mundo en el que critican la definición, que ellas llaman convencional, de paz:

[…] que se basa en el opuesto de las fuerzas militares, en los ceses al fuego y los tratados de paz —acuerdos por los jefes de estado— no era suficiente. Sabemos [...] que cuando la firma de un tratado de paz resulta en el retiro de las fuerzas militares y el cese de las disputas, todo lo que queda es la devastación. Niños traumatizados, destrucción de la infraestructura, inestabilidad del gobierno, muerte y enfermedad. Muy a menudo no se tratan las razones originales de los conflictos y por tanto la violencia resurge una y otra vez.{22}

Por ello son contundentes al declarar que “el final de la guerra no significa, automáticamente, la paz” y por lo tanto lo que se debe implementar es una paz con “seguridad humana”; realidad que va más allá que la tradicional seguridad del Estado.{23}

Dicha seguridad humana, impulsada por las féminas, se compone de una serie de seguridades alternas que fomentarían un clima de paz verdadero. Entre ellas citan: “seguridad económica, contar con un ingreso básico seguro; seguridad alimentaria, acceso físico y económico a la alimentación; seguridad médica, acceso a los servicios médicos de base; seguridad ambiental, acceso al agua y aire puro, integridad ecológica; seguridad física, sentirse libre de violencia física y de amenazas, derecho a la dignidad humana y libertad de la persona; seguridad comunitaria, integridad cultural; y seguridad política, protección de los derechos civiles, las libertades y las responsabilidades”.{24} Como se ve un todo alcanzado en muy pocos lugares, pero que las mujeres están dispuestas a promover en todo el planeta.

En el caso concreto de Colombia, como evidencia en varios artículos Eduardo Posada Carbó, de la Universidad de Oxford e investigador de la Fundación Ideas de Paz, pareciera obligatorio pronunciarse sobre el significado de paz, por parte de los más variados protagonistas de la vida pública colombiana, lo que indica una urgencia por saber qué es lo que se necesita para finiquitar la tragedia crónica que es la guerra entre colombianos. Pues como bien señala Posada Carbó: “[de] La definición que se acoja determinará en buena medida la forma como se enfrente el problema”.{25} Por ello, debido a su gran importancia, y con la licencia de citar en extenso, es útil presentar una serie de definiciones de paz que Posada Carbó recogió en los últimos años y que muestran las distintas visiones sobre lo que se entiende por paz en Colombia. En orden cronológico:

 “La paz no es solo el silencio el cese de los fusiles entre ejército-guerrilla. Paz es justicia social y no atentar contra la vida aún desde la misma concepción”: (Monseñor Pedro Rubiano en entrevista a El Tiempo, febrero 12 de 1995).

 “La iglesia siempre ha estado presente en todo lo que tiene que ver con ese concepto que tenemos de paz: bienestar, justicia, respeto a los derechos humanos. Tenemos una concepción de paz integral”. (Monseñor Nel Beltrán en entrevista a El Tiempo, febrero 12 de 1995).

 “El Conservatismo considera que la búsqueda de una paz permanente en Colombia debe ser más ambiciosa que el deseo limitado, aunque legítimo, de superar el conflicto armado o de eliminar el narcotráfico; debe ser, ante todo, un gran proyecto de construcción de la identidad nacional y de la cohesión social”. (Documento del Partido Conservador, Paz de verdad. Propuesta marco para un proyecto de paz permanente, Bogotá, abril de 1997).

 “El problema de la paz no puede reducirse de manera simplista al silencio de los fusiles porque está de por medio el modelo de país que queremos los Colombianos para nuestra convivencia durante el próximo siglo”. (Palabras del entonces Presidente de la República, Ernesto Samper Pizano, al inaugurar las sesiones del Congreso en julio de 1998).

 “No habrá paz sin una reforma política... He dicho que con hambre no hay paz [...] La acción del Estado se concentrará en las llamadas causas objetivas de la violencia: la pobreza y la inequitativa distribución de los ingresos.” (Programa del entonces candidato presidencial Andrés Pastrana Arango, “Una política de paz para el Cambio”, junio 8 de 1998).

 “La paz que he propuesto es la que va más allá de la solución del enfrentamiento armado. Es la paz con la que podremos construir una nueva Colombia, más justa, más democrática, más desarrollada y más equitativa”. (Discurso del Presidente Andrés Pastrana en Puerto Wilches, diciembre 19 de 1998).

 “Lo que pasa es que a la gente no se le puede vender la idea de 39 que se logra la paz sin eliminar las causas objetivas que generan la violencia […] Cuando solucionemos los problemas empezamos a hablar de paz ”. (Palabras de Joaquín Gómez, vocero de las FARC, publicadas en El Espectador, enero 8 de 1999).

 “Solo en una sociedad con justicia social, equidad económica, digna, libre, independiente y soberana florecerá con toda su integridad la verdadera paz […] La paz no es solo el silencio de las armas, tampoco es el fin de los enfrentamientos militares. Es la forma como se construye dicha sociedad ”. (Palabras Raúl Reyes, vocero de las FARC, en El Tiempo, enero 11 de 1999).

 “La paz […] no es solo el resultado de la negociación del conflicto. Es algo integral que no puede ser ajeno a la justicia social ”. (Palabras de Monseñor Alberto Giraldo al concluir la Asamblea Episcopal reunida en Bogotá, publicada en El Tiempo, julio 10 de 1999).

 “[…] La pobreza, la desigualdad de ingreso, propiedad y oportunidades, la marginación de amplios sectores de la población de los beneficios de la vida moderna y, entre otros, la ausencia de un verdadero régimen democrático político y social, constituyen factores objetivos determinantes para la consolidación y profundización del ambiente propicio a la reproducción de los diferentes frentes de guerra en Colombia[…] Una eventual resolución de apenas alguno de los frentes de guerra, y no de todos, resulta insuficiente para alcanzar la verdadera paz, que no es sino la construcción de una sociedad regida por una democracia política y social ”. (Luis Jorge Garay en el libro editado por Hernando Gómez Buendía, ¿Para dónde va Colombia?, Bogotá, febrero de 1999).

 “Me parece y habría que decirlo, que la solución del conflicto armado no es ya el camino de paz para Colombia. Si nosotros pensamos en nuestra cultura de violencia y de muerte y todos estos otros factores, tendríamos que decir, el trabajo no sería solamente un diálogo, sino toda una educación para la paz ”. (Palabras de Monseñor Alberto Giraldo, en la Conferencia sobre Paz, en el marco del LVII Congreso Nacional de Cafeteros, diciembre 2 de 1999).

 “La iglesia ha sido abanderada de esa idea de que la paz es no solamente arreglar el conflicto político […] Paralelo al acuerdo político tiene que haber un acuerdo sobre las reformas estructurales. Colombia no puede seguir siendo manejada de forma tan injusta […] El país tiene que entender que el proceso de paz no es simplemente hacer un acuerdo político con la insurgencia”. (Palabras de Fabio Valencia Cossio, entonces negociador del gobierno en el proceso de paz, publicadas en El Espectador, enero 31 de 2001).

 “[…] La concepción nuestra de la paz no es tan simplista como pensar que la paz es solamente una firma de la paz con la guerrilla. Hay que hacer la paz con los desempleados, con el subdesarrollo, con la ignorancia”. (Palabras de Noemí Sanín, candidata a la presidencia de la república, publicadas en El Espectador, febrero 15 de 2001).

 “Quisiera que pensáramos […] que el problema de la paz o de la guerra pudiéramos concebirlo como la oportunidad de cambio para todos y todas, y no como la oportunidad para la guerrilla y el gobierno […] Yo creo en la paz[…] Pero no es solamente la reconciliación con la insurgencia, no es solamente la reconciliación de la insurgencia con el Estado, es la reconciliación de todos los Colombianos y Colombianas”. (Intervención de Ana Teresa Bernal, Directora de Redepaz en el seminario Haciendo Paz, reunido en Cartagena, 9-11 de marzo de 2001).

 “[…] Qué es la paz […] La paz no es firmar unos papeles […] La firma del papel no quiere decir nada si no hay un espíritu de paz y un espíritu de convivencia y una educación cívica y una preparación para el respeto al derecho ajeno y para cambiar el sistema sobre el cual está montada la sociedad Colombiana […]”. (Palabras de clausura de Carlos Lleras de la Fuente, entonces Director-Presidente de El Espectador en el seminario Haciendo Paz, Cartagena, 9-11 marzo de 2001).

 “El sector privado comienza a apostarle a la paz[…] La negociación debe ser un proceso de refundación nacional, sin que se circunscriba meramente a la solución del conflicto armado”. (Eugenio Marulanda Gómez, Presidente de Confecámaras, “Los empresarios y la paz: hora de actuar”, El Espectador, marzo 21 de 2001).

 “Ahora el nombre de la paz es el empleo[…] La paz no solo se logra derrotando a la violencia. El otro brazo desarmado pero igualmente nocivo contra la paz es la corrupción”. (Discurso de Juan Camilo Restrepo al aceptar su proclamación como candidato del Partido Conservador a la presidencia, enero de 2002).”

 Antonio Navarro Wolf, por ejemplo, señaló recientemente que “la paz no es más que cambiar de métodos para la acción política, o sea cambiar balas por votos en busca del único objetivo de la política: el poder”.

 Marco Palacios sugería una definición similar de paz “a la anglosajona”: “la ausencia de conflicto armado en la lucha por el poder”.

 El expresidente César Gaviria ofreció también otra definición identificada con criterios mínimos: “la paz es la reincorporación de la guerrilla a un sistema político democrático y la dejación de las armas”. {26} [todas las cursivas son del original].

Si se observa con atención, encontramos que a pesar del origen diverso de las opiniones: políticos, académicos, curas y guerrilleros coinciden en reconocer que el cese al fuego o el fin de la confrontación armada no son suficientes para alcanzar la paz en Colombia. Mientras los prelados hablan de una paz con adjetivo, sea “integral”, con “justicia social” o hasta “espiritual”; llama la atención que los otros, quienes representan al llamado establecimiento, plantean la necesidad de “un modelo de país que queremos”, “construir una nueva Colombia”, “construcción de una sociedad”, “cambiar el sistema” y “un proceso de refundación nacional”, como clara demostración de la inconformidad que ellos mismos tienen ante el actual estado de cosas. Sobresale su aceptación de la falta de garantías sociales y políticas, expresión de un modelo débil de democracia, de la cual son sus principales beneficiarios. Lo que en líneas generales confirma el grado de conciencia al que se ha llegado, con el reconocimiento explícito de que mientras no se aborden las causas generadoras del conflicto, su persistencia o reactivación es cuestión de poco tiempo.

Sin embargo, estas opiniones no se plasman en un acuerdo duradero de paz. La razón es que hay un doble lenguaje. Todos quieren la paz, en todos “sobra” voluntad de paz y buenas intenciones. Pero en el seguimiento histórico de quienes opinan, no es difícil reconocer, como lo repetía en una conferencia en la UNAM, en 2002, el exguerrillero, excandidato presidencial y exministro Antonio Navarro Wolf, que lo que les falta es voluntad de cambio. Un cambio que se paga, que no es gratis, porque están en juego los intereses económicos y políticos que representan. Es decir, que cuando estos voceros hablan de paz lo hacen desde una perspectiva ideal, no pragmática, para conmover al auditorio. Pero es un discurso vacío, muerto. De ahí, las dificultades en las mesas de diálogo o negociación. Un grave problema cuando la retórica supera a la realidad objetiva de la violencia.

Otro hecho para resaltar, las definiciones enumeradas reflejan una particularidad y es que Raúl Reyes, Joaquín Gómez y en su pasado Navarro Wolf, a quienes se les puede tipificar como “autores materiales” del conflicto, son de origen rural o marginados de las estructuras del poder central. Los demás son expresidentes del país, jerarcas de la Iglesia católica o políticos profesionales, todos de origen urbano y de una clase alta que los distancia de los lugares más conflictivos en Colombia. Para estos últimos, el conflicto armado es distante, marginal y no afecta de forma sensible su vida diaria.{27} Su influencia en el conflicto semanifiesta en diverso grado en la organización estratégica, como una especie de “autores intelectuales” de este.

Dos perspectivas de la percepción del conflicto: por un lado, los involucrados de manera directa saben que está en juego su propia vida y el margen de espera es mínimo, sus condiciones de vida actuales son precarias y la paz que exigen es inmediata. Por el otro, para los otros, la paz pueda esperar. Además de que su vida no está en peligro latente, sus condiciones de vida no solo son aceptables sino confortables y, por sobre todo, las vidas que están en juego son ajenas.{28}

En general existe una dicotomía entre la opinión que considera que hay que terminar con la confrontación armada y luego hacer las transformaciones que necesita el país y la que considera que antes de superar el conflicto armado se deben implementar cambios de fondo en las estructuras arcaicas de dominación económica y política. Sin llegar a antagonismo extremos, el único camino posible es la combinación de una reducción gradual y paralela de la confrontación armada, con la implementación de medidas que lleguen al fondo de las causas generadoras del conflicto. Es decir, una sumatoria entre el fin de la lucha armada, reduciendo al mínimo su secuela de violencia, y el comienzo de las profundas transformaciones, casi todas de carácter estructural, que demanda Colombia.

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