Kitabı oku: «Cómo leer y escribir en la universidad», sayfa 5
1.2 Leer es también redactar
Como hemos visto, la lectura comprensiva es un acto complejo que requiere de una suma de condiciones diversas para la captación del significado de un discurso. Cabe, sin embargo, preguntarse lo siguiente: ¿cuál es la relación entre este tema y la redacción?
Sepamos, en principio, que un redactor nunca parte de cero para emitir su discurso. Si alguien se propone escribir un texto sobre mitología andina, ecología, marketing o cualquier otro tema, necesitará recurrir a diversas fuentes de información que le proporcionen un conocimiento más adecuado y preciso del asunto. Dado que el uso del lenguaje es una construcción social y que la información se transmite y recibe dentro de una comunidad, ningún redactor se encuentra aislado del conocimiento cultural; por el contrario, se nutre de este, consciente o inconscientemente, para generar su propio hacer discursivo. Según Julia Kristeva, «todo texto es la absorción o transformación de otro texto» (1978: 190). Todo redactor, por lo mismo, necesita recurrir a fuentes de información: necesita leer esto (las fuentes) para escribir aquello (el producto)17. Si la asimilación comprensiva de las fuentes no se encuentra aislada de la escritura y entre ellas existe, más bien, una relación de necesidad, podemos inferir que tanto la lectura de las fuentes como la producción del nuevo texto son la instancia inicial y la culminación de un mismo proceso: la redacción.
Gráfico I-2-1. Proceso de redacción
De acuerdo con este esquema inicial, el proceso de redacción comienza con el acopio de las fuentes y su lectura, lo que remarca la importancia de esta última, ya que sin los correspondientes y adecuados insumos ningún producto final es posible. La redacción no es un proceso cerrado y aislado en sí mismo, sino que se inserta dentro de una mecánica social. El redactor, al consultar las fuentes, deberá asimilar y comprender no solo su componente informativo, sino también los factores que le dieron origen, la intención del autor, el contexto en que la produjo, el valor que tiene en relación con otras fuentes, etc. Deberá realizar, en suma, una lectura crítica que le permita producir con mayor conocimiento de causa su propio texto. Necesitamos estar en contacto con fuentes diversas que procesaremos para producir nuevos textos, que, a su vez, se convertirán en fuentes de información para futuros novísimos textos.
Como veremos en el siguiente gráfico, en la cadena social de este proceso, el texto que producimos puede, a su vez, convertirse en un eslabón adicional. Será un producto, pero, a la vez, una nueva fuente dentro de la cadena del conocimiento cultural.
Gráfico I-2-2. Proceso de redacción
2. Niveles de comprensión de lectura: la lectura crítica
Para comprender lo que leemos, realizamos un conjunto de acciones que parten de situaciones elementales básicas, como la captación visual del léxico y el análisis sintáctico de lo leído, hasta procesos mentales más complejos, como la interpretación semántica, la realización de inferencias y la representación mental del texto. Cada conjunto de acciones, relacionadas, implica distintos niveles de mayor complejidad de comprensión de lectura, de cuyo dominio dependerá la competencia comprensiva del lector.
Existen diversos criterios para clasificar estos niveles; de ellos, y en razón de que nuestro principal punto de atención es la comprensión crítica, revisemos el que formula Daniel Cassany (2006), para quien existen tres niveles de comprensión lectora18:
• la comprensión de las líneas, es decir, la captación del significado literal, la suma del significado semántico —reconocer palabras, reconstruir una historia o la información recibida—;
• la comprensión entre líneas, es decir, deducir la información implícita —inferir a partir de lo leído, presuponer datos «escondidos», comprender la ironía, el doble sentido—; y
• la comprensión detrás de las líneas, es decir, comprender la ideología, el punto de vista y la intención del autor, desde la perspectiva sancionadora del lector.
Si bien la frontera entre estos niveles de comprensión no es precisa ni tampoco secuencial, independiente y diferenciable, esta clasificación, como afirma Cassany, resulta importante porque sirve para explicar cómo, más allá del discurso aparente que se puede aprehender a través de la comprensión lingüística y mental, existe en todo texto un subtexto que subyace escondido detrás de las líneas. Solo al acceder al tercer nivel de lectura podemos descubrirlo y evaluar comprensivamente un texto, valorar su forma y contenido, así como otorgarle un valor informativo, estético, social o de cualquier otra índole. Y solo en este nivel podemos, en suma, realizar una lectura crítica.
Por otro lado, si, como dijimos, la lectura implica una interrelación que involucra al autor, al texto y al lector, debe quedar claro que, para la comprensión de estos tres niveles en una lectura crítica, debemos poner especial atención a las tres instancias involucradas en el proceso. Así, respecto del autor, precisamos identificarlo, saber quién es, conocer su propósito comunicativo. Todo discurso expresa una manera de concebir el mundo; es necesario, por tanto, conocer la que tiene el autor, y rastrear la subjetividad a partir de la cual enuncia su discurso y la posición que tiene respecto del tema escrito. Además de ello, ya centrados en el texto, conviene ubicar el género al cual pertenece, pues de esto dependerán no solo los elementos de su estructura interna, sino la solidez y pertinencia de su carga informativa; es preciso contextualizar el texto dentro del debate cultural de su lugar y tiempo, cómo es valorado y qué lugar ocupa en ese debate. Finalmente, una lectura crítica sería incompleta si el lector no asume que su propio hacer-lector debe ser también definido. Como lectores, debemos establecer nuestro propósito de lectura, qué buscamos en el texto leído, ya que solo a partir de esta necesidad podremos contrastar nuestros acuerdos y desacuerdos con lo propuesto por el autor, establecer un punto de vista y definirlo.
En lo siguiente, a partir de la distinción metafórica de los tres planos de lectura planteados por Cassany, propongamos ahora una lectura comentada de tres tipos de texto. Como mencionamos, las fuentes de información para la redacción pueden ser de diferente naturaleza: lingüística escrita, lingüística oral, gráfica, etc., de modo que, para explicitar nuestra propia intención comunicativa, apelaremos a tres tipos distintos de discurso: un fragmento teórico (fuente académica), una imagen (fuente gráfica) y un cuento (fuente literaria).
2.1 Análisis de una fuente académica
Leamos, a continuación, un fragmento inicial del primer capítulo, «Una alteridad perturbada», del libro Nos habíamos choleado tanto del psicoanalista peruano Jorge Bruce.
La escena transcurre durante el verano de 2007, al atardecer, en un club exclusivo de un balneario tradicionalmente frecuentado por la clase alta del Perú. Un grupo de jóvenes de ambos sexos toma tragos sentados a una mesa. El mozo que los atiende, un hombre de cierta edad que acaso ha atendido a los padres de esos muchachos y muchachas cuando tenían la misma edad que estos, lleva por nombre de pila Domingo. Conforme avanza el consumo de licor y el estado de embriaguez consiguiente, una de las bromas que surge en la mesa, consiste en solicitar al mozo a gritos para pedirle más trago, solo que en vez de llamarlo por su nombre, le dicen Viernes, y estallan en carcajadas. («¡Qué buena, brother!»). Una muchacha —fue ella quien me relató el episodio— no encuentra divertida la chanza, pero no sabe cómo detenerla. […] Trata de esgrimir un gesto de desagrado en el rostro, decir algo que haga reaccionar a sus amigos, pero ellos la ignoran y cubren su protesta con risotadas. Todo indica que el mozo tampoco puede o no le interesa poner un límite a esa situación, a la que quizás ya está «acostumbrado». Algo me dice que los bromistas no están aludiendo al personaje primitivo cuya huella encuentro en Robinson Crusoe en la isla donde ha naufragado. Y, sin embargo —quizá sin saberlo—, lo están haciendo. Sin proponérselo, por la vía de una humillación abusiva y probablemente inconsciente, están subrayando dos cosas esenciales: la radical alteridad y su grado de perturbación histórica, profundamente marcada por la desigualdad, en la sociedad peruana.
Adaptado de BRUCE, Jorge (2007) Nos habíamos choleado tanto: psicoanálisis y racismo. Lima: Universidad de San Martín de Porres, p. 25.
Podemos identificar que el fragmento presenta dos claras secuencias. En la primera (antes del subrayado), de naturaleza principalmente narrativa, el autor refiere una anécdota que tiene como protagonistas a un grupo de muchachos de la clase alta limeña, quienes se burlan del mozo de un bar, ya mayor, llamándolo a viva voz con el apodo Viernes, cuando, en realidad, su nombre es Domingo. En la segunda secuencia (subrayada), más breve, el autor, por un lado, conjetura una probable relación entre el apodo adjudicado al mozo (Viernes) y el nombre del personaje primitivo de una novela (Robinson Crusoe), y, por otro, concluye en que la anécdota narrada ejemplifica o evidencia la existencia de una alteridad radical en la sociedad peruana y su grado de perturbación histórica.
Una lectura entre líneas nos llevará a comprender la información implícita que hay en el texto, a recuperar la connotación de las palabras, a decir de Cassany (2006), a través de implícitos. Así, por ejemplo, a partir del texto podemos inferir que la clase alta limeña ha sido y es tradicionalmente abusiva con la trabajadora (el mozo «que acaso ha atendido a los padres de esos muchachos y muchachas cuando tenían la misma edad que estos») o que existe en este sector social una resignación entre impotente y humillante ante la continua afrenta sufrida («Todo indica que el mozo tampoco puede o no le interesa poner un límite a esa situación, a la que quizás ya está “acostumbrado”»)19.
Por otro lado, el fragmento nos exige apelar a un cierto de nivel de conocimiento intertextual en tanto necesitamos recuperar información relacionada a la citada novela de Daniel Defoe. En esta, el protagonista, Robinson Crusoe, es un náufrago inglés que llega a una ficticia y remota isla tropical; en ella encuentra a un joven aborigen al que llama Viernes. En ese sentido, la carga del significado del apelativo tiene implícitas connotaciones de alteridad salvaje y primitiva. Dichos significados, una vez recuperados, nos llevarán a adjudicar estas características al mozo aludido y a remarcar que, sobre el abuso del poder socioeconómico de los jóvenes burlones, se añade un componente racial y cultural.
Leer detrás de las líneas, finalmente, consiste en comprender la intención comunicativa, la ideología, el contexto y el punto de vista del autor, y evaluar sus argumentos con las necesidades y la apreciación crítica del propio lector.
Aunque es posible elucidar algunos de estos aspectos en la identificación del marco contextual del fragmento (el título del libro, la condición profesional de psicoanalista del autor, su rol dentro del debate cultural peruano, etc.), esta lectura puede hacerse también a partir de la exploración analítica de lo sugerido, lo no dicho o sutilmente disfrazado o escondido en el propio texto. Observemos, por ejemplo, la forma en que el autor introduce al relato el tema intertextual de la novela de Daniel Defoe: «Algo me dice que los bromistas no están aludiendo al personaje primitivo [Viernes] cuya huella encuentro en Robinson Crusoe en la isla donde ha naufragado. Y, sin embargo —quizá sin saberlo—, lo están haciendo».
Remarquemos que Bruce afirma que es posible (y reconoce incluso como lo más probable) que los jóvenes no fueran conscientes de la relación que existe entre su insulto al mozo y el personaje literario de Defoe, es decir, que al apodarlo Viernes lo hicieran con la misma llaneza de haberlo llamado con el nombre de otro día de la semana, «Lunes» o «Sábado». De ser esto así, ¿por qué el autor introduce y remarca el tema?, ¿lo hace para dar algún giro al desarrollo interpretativo de la anécdota narrada?, ¿busca direccionarla?
Cabe preguntarse, entonces, si, al hacer expreso el vínculo del insulto con el personaje literario, el autor no explicita más bien su propia intención comunicativa. Dicho de otro modo: resulta válido suponer que, al relacionar —él sí conscientemente— el abuso de poder que ejercen los muchachos ebrios (a partir de su condición socioeconómica) con un sustrato causal racial y cultural, Bruce subjetiviza la anécdota para insertarla en el tema que desarrollará de manera extensiva en su libro; integra, entonces, esta experiencia a sus propios saberes. Nótese que, detrás de las líneas, puede evidenciarse la ideología y el punto de vista del autor: la sociedad peruana tiene un componente de discriminación racial y cultural que abarca todas sus esferas.
El aspecto de la evaluación es diverso y corresponde ya a cada lector, pero se debe señalar que, más allá de estar de acuerdo o en desacuerdo con lo planteado por el discurso propuesto, es preciso preguntarse sobre sus motivaciones, no quedarse en la reconstrucción del significado literal sino buscar la intencionalidad del autor en el marco de un contexto de producción determinado. Solo así realizaremos una lectura crítica capaz de hacernos repensar lo leído y tomar un punto de vista personal para nuestra propia producción discursiva.
2.2 Análisis de una fuente gráfica
Observemos la siguiente imagen20:
Gráfico I-2-3. Anuncio publicitario
Aunque se trata de un afiche antiguo que promueve la venta de un producto comercial (veneno para ratas y otras alimañas) en el cual no es posible identificar a un autor personal con nombre propio, podemos inferir que detrás del mismo está la compañía que lo produce y vende. En este caso, Rough on Rats es una marca de raticida que perteneció a la compañía de Efraín S. Wells, fabricante de medicamentos en Nueva Jersey, quien inventó el producto en 1872.
Si indagamos más (es preciso hacerlo), veremos que fue un producto muy popular en su momento, cuya venta se internacionalizó e incluso llegó a nuestro país, tal como consta en el siguiente anuncio publicado en la prensa peruana en 1889:
Gráfico I-2-4. Anuncio publicitario 21
La identificación del género publicitario al que pertenece el afiche nos explicitará que su primer propósito comunicativo es claro: convencer al lector de algo, en este caso, de las bondades del producto para promover su consumo. Si contextualizamos el anuncio en la época de su producción (siglo XIX), veremos que condice con la estética simple y directa de la publicidad gráfica de la época. El nombre del producto «Rough on Rats», resaltado en el marco superior del cuadro y en combada perspectiva, calza simétricamente con el precio (15 centavos por caja) inscrito en la parte inferior. En las bandas ondeadas central y laterales, se señalan los usos del veneno: libra al usuario de ratas, ratones, moscas, pulgas, etc. Dos imágenes internas, al estilo de la época, se articulan directa y explícitamente con el texto. En la parte superior, debajo del nombre del producto, aparece el dibujo de una rata muerta, boca arriba, y en el centro figura un personaje vestido a la típica usanza oriental que parece dispuesto a tragarse literalmente a otro roedor igual al anterior. Y una breve inscripción con letras pequeñas: «They must go» («Ellos deben irse»), que se puede interpretar como un discurso que refuerza la necesidad de eliminar estos bichos.
Podemos preguntarnos, siguiendo a Cassany (2006), cuál es la intención de quien observa esta imagen22. Si al lector le interesara únicamente informarse sobre las bondades del veneno anunciado, la lectura de las líneas y su carga publicitaria informativa le serían suficientes. Conocer la utilidad del producto y su precio satisfaría la necesidad de su lectura.
Esta posición, ciertamente, es válida, como será válido también el que un lector más aguzado la desestime por superficial y simplista. Si, en cambio, como es nuestro caso, entendemos que todo discurso comporta una ideología y pretendemos llegar a un nivel comprensivo mayor del texto, tendremos que descubrir las conexiones que suscita: dónde se sitúa el texto, a quiénes se refiere, qué menciona. Debemos, en suma, descubrir lo oculto, lo que existe detrás de las líneas.
Una observación más detenida del afiche puede devolvernos dos singularidades: la imagen del hombre vestido de oriental dispuesto a tragarse una rata y la frase en letras pequeñas: «They must go». ¿Cuál es la pertinencia de estos componentes en el anuncio? ¿En qué medida ayuda la presencia de un hombre vestido de oriental (chino) a fortalecer la venta del producto? ¿Por qué, precisamente, un chino? ¿Esta elección juega con alguna imagen del constructo social de la época? ¿Por qué las letras aparecen entrecomilladas y en un tamaño pequeño? Para absolver estas interrogantes hace falta rastrear la subjetividad del autor, detectar el posicionamiento desde el cual emite su discurso, el contexto sociocultural en el cual este surge.
El conocimiento del contexto estadounidense de finales del siglo XIX respecto de la comunidad china nos podrá ayudar a comprender mejor el significado oculto: repasemos la situación de la primera oleada de inmigrantes chinos que llegó a EE. UU. como consecuencia de la Fiebre del Oro en California hacia 1850. Durante un tiempo, por la mano de obra barata que los chinos ofrecían, fueron admitidos con cierta tolerancia, pero luego de la Guerra Civil de 1861 y la recesión consiguiente, se creó un conflicto con los trabajadores nativos y el rechazo comenzó a ser más evidente. Rápidamente, la desacreditación de la comunidad china fue creciendo hasta alcanzar ribetes racistas de violencia y hostigamiento que tuvieron su concreción oficial en 1882 con la Ley de Exclusión China (que fue la primera de varias leyes antichinas), en la que se caracterizaba a esta cultura oriental como «inasimilable», por lo que debía ser expatriada.
Por tanto, cuando aparece este afiche, la posición de la comunidad china en EE. UU. era de marginación y discriminación absolutas. Debido a su idioma, de sonidos muy diferentes al inglés, a su vestimenta y a sus costumbres ajenas al mundo occidental, se la relacionaba con el vicio, la suciedad, la enfermedad, la ignorancia, todos rasgos negativos. Dentro del imaginario popular, existía, incluso, una leyenda urbana que hacía referencia a una costumbre china de alimentarse con ratas, lo cual, desde la perspectiva occidental, era considerado un acto repulsivo.
Y eso es, precisamente, a lo que hace referencia la imagen. Para vender un producto contra roedores, el afiche explota la popular leyenda urbana de la época, según la cual las costumbres chinas son repugnantes. Esta situación es racista y discriminadora. En el afiche, notemos que, incluso, enfrentados, cara a cara, rata y hombre, la imagen sugiere, a través de la forma en que fueron dibujadas, que la cola de la rata equivale a la tradicional cola de caballo en forma de trenza que en esa época solían llevar la mayoría de hombres chinos. Una inverosímil conclusión se puede extraer de la forma en que están dibujadas las imágenes: el hombre que se alimenta con ratas se consustancia con ellas y se transforma en otra rata. De este modo, la frase del anuncio, «They must go» («Ellos deben irse»), se resemantiza, refiriéndose tanto a los roedores como a los chinos. Se explica así el entrecomillado y el tamaño de las letras, ya que es un mensaje dirigido especialmente a la comunidad estadounidense que repudiaba la permanencia china en su país. Se podría afirmar, entonces, que no se trata únicamente de convencer al lector de comprar un producto sino de promover una campaña que afianza el racismo imperante en la época. Esta última interpretación se sustenta en el contexto social analizado y en el hecho de que, para vender un plaguicida, se utilice innecesariamente la imagen de una persona de apariencia china.