Kitabı oku: «Johannes Kepler», sayfa 11

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Además de este documento, Kepler escribió otro en el que fijaba en otros términos las condiciones para el trabajo en común con Brahe [181]. Por recomendación de Longomontano, Kepler lo remitió a Johannes Jessenius, un profesor de medicina procedente de Wittenberg que entonces se encontraba asimismo en Praga, el cual tenía amistad con Tycho y algo más tarde mantuvo una relación cercana con Kepler. El escrito no debía llegar hasta Brahe. Más bien tenía que conformar la base para las conversaciones que Jessenius estaba dispuesto a mantener con aquel en nombre de Kepler. Sin embargo, fue a parar a manos de Brahe a pesar de que, como decía el propio texto, este recibiría algunos de sus párrafos con gran desagrado. Era indispensable establecer con precisión las condiciones del acuerdo porque pronto surgirían dificultades en la vida en común de ambos hombres. Brahe escribió ya en marzo al barón Hoffmann [182] hablándole de ellas y manifestándole su deseo de que se resolvieran con facilidad. No da más detalles en la misiva, pero es fácil imaginar lo que apesadumbraba a Kepler. En Graz había disfrutado de total libertad para sus estudios, por muy limitado y sujeto que estuviera en otro sentido. En cambio, ahora tenía que someterse a una organización ajena y a menudo molesta. A través de la tiranía que manifestaba hacia sus ayudantes, Brahe, sin saberlo o pretenderlo, hizo que también Kepler sintiera la dependencia a la que estaba sujeto con más intensidad de lo que era capaz de soportar. Kepler se consideraba demasiado bueno para hacer de amanuense. Su susceptibilidad creció, por un lado, a medida que aumentaba la arrogancia de Brahe en su manera de vivir y, por otro lado, cuanto mayor sentía y reconocía su propia superioridad en cuestiones de astronomía teórica no solo con respecto al resto de colaboradores, sino también con respecto al propio maestro. A eso se sumó que el ruidoso entorno de Brahe, aquel estilo de vida totalmente extraño para él, lo repugnaba en extremo. En el escrito recién mencionado, Kepler deja este punto muy claro al afirmar que era imposible que ambos mantuvieran por más tiempo una vida satisfactoria en común porque el interminable trasiego doméstico lo encolerizaba y lo inducía al arrebato desmedido en el discurso y en las críticas. Pronto surgió una tensión latente que no tardó en desencadenar la explosión que despedazó casi del todo los lazos entre ambos.

El 5 de abril, miércoles santo, se produjo una discusión entre Kepler y Brahe en presencia de Jessenius, sobre las condiciones de su trabajo en común. Al parecer tuvieron una desavenencia grave a pesar de que Brahe mostró bastante buena disposición hacia las condiciones que exigía Kepler [183]. En cualquier caso, Brahe estimó conveniente poner de inmediato por escrito sus declaraciones durante la discusión [184] y que Jessenius sirviera como testigo. Cuando Kepler explicó que deseaba regresar a Praga al día siguiente con Jessenius, Brahe intentó retenerlo durante un par de días porque esperaba la llegada inminente de una respuesta de la corte imperial en relación con las prometedoras gestiones que había efectuado para emplear a Kepler. Sin embargo, Kepler se mantuvo firme en su propósito, y el 6 de abril partió con Jessenius. Poco antes de salir ocurrió otro incidente. Al despedirse Kepler manifestó su arrepentimiento y se disculpó por no haber dominado sus emociones. Brahe susurró a Jessenius que convenciera a Kepler para que elaborara una disculpa por escrito, y Jessenius prometió hablarle del asunto durante el camino y recriminarlo por haberse comportado tan falto de dominio y tan irascible, algo indigno de un hombre respetable e instruido. Pero los consejos de Jessenius no surtieron efecto. Aquel mismo día o el siguiente, Kepler envió una enérgica misiva a Benatek [185] con la que oxigenó su corazón apesadumbrado y en la que soltó abiertamente todo lo que había ido acumulando en su interior. La carta no se conserva, pero sí un escrito de Brahe destinado a Jessenius del 8 de abril, en el que glosa la carta de Kepler y comenta con la máxima acritud la actitud impertinente del joven. Kepler se había comportado exactamente igual que un perro rabioso, como a él mismo le gustaba decir de su irritabilidad [186]. Brahe, que también se había dejado llevar por la cólera, declaró que no deseaba discutir con quien gastaba una lengua tan insolente y reflexionaba tan poco para moderar su actitud. No quería volver a tener ninguna relación con Kepler y deseaba no haber tratado jamás con él. No menciona nada sobre el porqué de la disputa. Parece acertado pensar que Kepler se había molestado por una humillación en la mesa, ya que Brahe comenta en su carta que Kepler no podía disculpar sus insultos desenfrenados y sus bromas insolentes ni con la excusa de su vino (el de Brahe) ni con la de un agravio por su parte.

De modo que la ruptura parecía definitiva. Pero, como suele ocurrir con estos arrebatos, afortunadamente el tono de máximo enojo no duró. Después del apasionado paroxismo, Kepler contempló de pronto la desavenencia desde el otro lado. Su ira colérica, tan intensa como había sido, mudó de golpe en contrición. Así como antes había considerado las injurias recibidas mayores de lo que fueron en realidad, ahora exageraba su culpa por no haber refrenado su comportamiento. Se apoderaron de él una vergüenza y un arrepentimiento profundos. Recordó todas las ventajas que Brahe le había reportado, y las abultó también. Se reprochó la ingratitud más despreciable. Con gran abatimiento lo abrumaba la idea de que Dios y el Espíritu Santo lo hubiesen abandonado a sus ataques desenfrenados y a su alma enferma. Suplicó perdón al Dios de bondad infinita y se afanó, según él mismo, por una reconciliación cristiana. Cuando Brahe acudió a Praga pasado un tiempo, hizo llegar a sus manos una nota [187] en la que ponía de manifiesto todos estos pensamientos y sentimientos del modo más conmovedor, además de autoinculparse y asegurarle su arrepentimiento y buena voluntad. En ella se responsabilizaba de todas las desavenencias, se retractaba de sus acusaciones y rogaba el perdón de sus agravios por caridad divina. Prometía unirse a Brahe en todo tipo de tareas, complacerlo en todas las cosas honestas y demostrar con hechos que su carácter era y siempre había sido distinto al que podía inferirse del talante desenfrenado de su alma y de su cuerpo en días anteriores. Este cambio de actitud de Kepler reconcilió a Brahe con facilidad. Puede que este reconociera la pertinencia de algunas de las quejas de Kepler, pero desde luego no lo hizo abiertamente. Así se superó el conflicto que podría haber sido tan funesto. El barón Hoffmann y Jessenius contribuyeron en calidad de amigos a la reconciliación. Kepler sufrió un trastorno muy doloroso durante aquellas semanas de verdadero desamparo en que se dejó llevar por los arrebatos de su fuerte temperamento y sobrepasó, uno tras otro, los límites del enojo y de la compunción. Todo esto solo se explica a partir de una disposición de ánimo enfermiza, tal como él mismo se disculpaba pretextando su deplorable estado de salud. Aquel hombre que, como él dijo una vez, «había traído sensibilidad hacia su profesión» [188], sobrellevaba con dificultad la separación de su familia y la preocupación ante un porvenir incierto.

Una vez pasada la tormenta y depurado el aire, Kepler regresó a Benatek y retomó su participación en los trabajos. Había permanecido tres semanas en Praga y ahora lo apremiaba volver a casa. De nuevo buscó la oportunidad de hacer el viaje con el mínimo coste posible. Un familiar de Brahe, Friedrich Rosenkrantz, pensaba desplazarse a Hungría y estaba dispuesto a llevarlo con él hasta Viena [189], pero aún no estaba listo para partir. De modo que Kepler tuvo que esperar al mes de mayo. Durante este tiempo se dedicó con intensidad al desarrollo de estudios propios. Las condiciones para un trabajo conjunto volvieron a discutirse, pero ya no se llegaron a poner por escrito. El punto principal del acuerdo consistió en [190] que Brahe se comprometía a conseguir una dispensa del emperador para que Kepler fuera llamado a Bohemia durante dos años para colaborar en la inminente publicación de las obras planeadas por Brahe. La condición indispensable fue que los estados estirios dieran su consentimiento y estuvieran dispuestos a seguir pagando el salario de Kepler durante ese tiempo. A dicha retribución debía sumársele aún un sobresueldo de cien florines, para cuya dotación Brahe convino en interceder igualmente ante el emperador y hacerse él mismo fiador de dicha cantidad. Kepler prometió cumplir con su trabajo de tal modo que en primer lugar sirviera a la gloria de Dios, luego a la de Tycho Brahe y en último lugar a la suya propia. Brahe aprovechó la primera ocasión que tuvo para iniciar gestiones con el vicecanciller imperial Corraducius [191] y lo encontró con la mejor disposición. Corraducius prometió solicitar al emperador que mediara entre el archiduque Fernando y los estados estirios para que dieran su consentimiento. Brahe quiso asumir los gastos del traslado de Kepler. En principio quedó abierta la cuestión del lugar de residencia ya que, mientras Kepler pretendía instalarse en Praga, Brahe dio gran importancia a que permaneciera cerca de él. Si no quería residir en Benatek, Brahe podría procurarle un alojamiento adecuado en las inmediaciones. En realidad, Brahe prefería que Kepler se quedara en Estiria antes de que se mudara a Praga. En tal caso podría comunicarse con él por carta. En el fondo Brahe tenía sus recelos hacia Kepler. No quería que entablara demasiadas relaciones privadas. Sobre todo, temía que Kepler trabara relación con su odiado enemigo Ursus [192], contra quien Brahe había iniciado un proceso judicial justo en aquel tiempo. Quería evitarlo a toda costa. Esta suspicacia se manifestó también cuando Brahe preguntó a Herwart qué le había escrito Kepler acerca de su modelo del universo, pues la contienda con Ursus estaba relacionada con ese tema. Sin embargo, la cuestión quedó completamente resuelta por sí sola porque el emperador deseaba tener cerca a su matemático, y aquel mismo verano u otoño Brahe abandonó Benatek y se trasladó a Praga. Además, también cesaron los recelos ante Ursus, a quien acosó hasta el último momento y con la máxima dureza, puesto que falleció en agosto de aquel mismo año.

PLANES Y EXPECTATIVAS TRAS EL REGRESO

El 1 de junio Kepler emprendió al fin el viaje a casa acompañando a Friedrich Rosenkrantz y provisto de una cálida y lisonjera carta de recomendación del matemático imperial [193]. Pero la alegría del reencuentro se iba a disipar muy pronto. Aquella carta de recomendación no causó en modo alguno la impresión deseada en las autoridades estirias, las cuales no habían dejado de trabajar durante su ausencia en las medidas de la Contrarreforma. Sin duda alabaron el fervor de su matemático, pero literalmente le aconsejaron (en realidad fue una orden bajo amenaza de cese) que dejara a un lado la astronomía y se dedicara a la medicina, y que encauzara hacia el bien común su interés por las especulaciones, las cuales resultaban más bellas que provechosas en aquellos tiempos de necesidad. Como sus cinco meses de ausencia en Bohemia habían demostrado que era capaz de ausentarse de su hogar, en otoño tendría que viajar a Italia para formarse en el ejercicio de la medicina [194]. Kepler pensaba y confiaba en que a su vuelta podría aguardar tranquilo una respuesta afirmativa desde Bohemia. Pero con este cambio de planes en las autoridades volvió a invadirlo la inquietud porque la mencionada condición indispensable de su acuerdo con Brahe amenazaba con fracasar y, por tanto, también el propio acuerdo. ¿Qué podía hacer? Ante estas circunstancias, el proyecto de una estancia en Bohemia pasó a un segundo plano. Llevarlo a cabo habría supuesto una renuncia segura a su salario. A Kepler le pareció más sencillo desistir del plan, ya que junto a Brahe tuvo ocasión de comprobar lo difícil que era tomar posesión real de los fondos concedidos por el emperador [195]. En este sentido hasta el mismo Brahe pasaba apuros. De modo que, aunque todo hubiera estado en orden, Kepler habría tenido recelos para ponerse en semejante aprieto y arriesgar además a los suyos. Consideró en serio la idea de formarse en la medicina. La medicina y la astronomía, o mejor la astrología, no distaban tanto en aquella época. También Copérnico y Tycho practicaron la ciencia curativa y la elaboración de medicamentos. Solo que le resultaba imposible abandonar en aquel momento sus investigaciones astronómicas. Su espíritu se resistía con rotundidad. Las nuevas ideas que tenía en la cabeza debían madurar y salir a la luz. Lo que había comenzado con éxito no debía quedar en la oscuridad, y menos ahora que el empleo de las observaciones de Tycho auspiciaba numerosos avances en su labor. No debía dejar que la cosecha se atrofiara justo en el momento de su desarrollo más espléndido. De modo que pensó dedicar todavía algunos años a sus indagaciones astronómicas, aunque pensara instruirse a la vez en la medicina para conservar su sueldo y contentar a los Estados.

Pero entonces pareció abrirse ante él otra vía que podría meterlo de lleno en la ciencia celeste tan anhelada por su espíritu. ¿Acaso no podía serle útil al archiduque Fernando como matemático, del mismo modo que Tycho era requerido por el emperador? Las diferencias religiosas deberían ser en este caso un obstáculo tan baladí como lo eran las confesiones del emperador y su matemático. Hacía ya tiempo que había pensado en algo así. «Yo pagaría a lectores para preservar mis ojos, que ya desfallecen, y para ahorrar tiempo. Enviaría mensajeros acá y acullá para hacerme con libros y para procurarme el consejo de hombres doctos. Construiría instrumentos. Emplearía a otros para las observaciones, pues yo estoy menos capacitado para hacerlo. Del mismo modo, contrataría gente para realizar los cálculos» [196]. Volvió a dirigirse al canciller bávaro en busca de consejo y ayuda, sin manifestar, no obstante, abiertamente sus intenciones con respecto al archiduque Fernando. Pero, como Kepler apelaba a las relaciones mutuas entre las cortes de Munich, Graz y Praga, seguro que Herwart von Hohenburg comprendió hacia dónde quería apuntar. Este era, sin lugar a dudas, mejor político que Kepler, y por eso le aconsejó que marchara a Bohemia y se quedara junto a Brahe, el cual «no dejará de emplear los medios necesarios para que sus proyectos se hagan realidad» [197].

Con el objeto de presentarse y ofrecer sus respetos al archiduque o para causarle al menos una buena impresión, y por si se daba el caso de que el emperador se dirigiera a Fernando para pedirle consentimiento, Kepler compuso un ensayo astronómico en forma de carta en cuanto estuvo de vuelta para enviárselo a su soberano. En ella solicitaba [198] su protección, hacía alusión ya desde el principio al gran beneficio que el emperador, primo de Fernando, había obtenido de la ciencia celeste al contratar a Tycho Brahe (punto en el que no olvidó hacer constar el elevado salario de este), y aclaraba que sus estudios astronómicos estarían acabados si careciera del favor del archiduque. Tomó como pretexto para el escrito el eclipse de Sol que se produjo aquel 10 de julio. Junto a cálculos sobre el eclipse, el ensayo incluía otras consideraciones acerca de la teoría del movimiento lunar en la que Kepler había desarrollado ideas muy novedosas y relevantes. En realidad, aún no había tenido ocasión de consultar el material de Brahe concerniente a la Luna, y solo había oído hablar de sus métodos y datos para calcular los eclipses. Pero le había quedado bien claro que debía seguir caminos diferentes para el desarrollo de la teoría lunar. Brahe se aferraba a la idea de que los movimientos de los planetas y de la Luna solo debían representarse a través de desplazamientos circulares uniformes y superpuestos. Por eso Tycho introdujo aún más epiciclos en su teoría de la Luna, la cual manifestaba un movimiento con ciertas desigualdades extrañas y complejas. Ya en Bohemia Kepler se opuso a esta idea frente a la enérgica protesta de Brahe porque le parecía que «la sencillez es más acorde con la naturaleza» [199]. De modo que Kepler atribuyó a la Luna un movimiento no uniforme dentro de su órbita. Lo que lo animó a pensar así fue su argumentación física totalmente original y trascendental sobre los fenómenos dinámicos. «Existe una fuerza en la Tierra que acciona la Luna» [200] (in Terra inest virtus, quae Lunam ciet). Pero esta fuerza se debilita a medida que la Luna se aleja de la Tierra; de modo que aquella se moverá más despacio cuanto más se aparte de esta. Nunca hasta entonces se había oído una teoría semejante. Pronto veremos cómo estas consideraciones llevaron a Kepler a lograr sus grandes descubrimientos. Además de esta teoría innovadora, su ensayo incluía una alusión al nuevo método que pretendía aplicar para la observación de los eclipses basado en el principio de la formación de imágenes a través de pequeñas aberturas. Este procedimiento observacional no era nuevo, si bien hasta entonces solo se había aplicado de forma muy rudimentaria. Pero Kepler sí ideó y construyó un instrumento con el que obtuvo valores numéricos precisos sobre el curso y la magnitud de los eclipses. Así, provisto de los datos observacionales del eclipse inminente, esperaba «subsanar posibles imperfecciones en la teoría lunar de Brahe y poder demostrar la corrección de sus resultados teóricos a través de la experiencia, que todo lo esclarece» [201].

Kepler no consiguió el éxito que pretendía con el envío de este ensayo. Al parecer, Fernando lo recibió benévolo y lo agradeció con un presente, pero ahí acabó la cosa. Ni la teoría lunar ni los eclipses despertaban entonces especial interés en el archiduque, si bien, gracias al entusiasmo por los fenómenos celestes, Kepler consiguió olvidar la inestabilidad de su situación. Montó el instrumento recién ideado en la plaza del mercado de Graz, y el 10 de julio observó con él el eclipse que había calculado previamente [202]. En los días posteriores se afanó por interpretar las observaciones. De repente, el 22 de julio, entendió con claridad que el empequeñecimiento aparente del disco lunar durante los eclipses de Sol se explica a partir de causas ópticas. Dio con las leyes que rigen la formación de imágenes a través de pequeños orificios y con ello superó una dificultad que había causado mucho trabajo a Brahe. Pensó en reunir lo antes posible todos sus resultados para publicarlos.

RECRUDECIMIENTO DE LA CONTRARREFORMA Y EXPULSIÓN DE GRAZ

Unos días después se produjo una sacudida que lo arrancó de sus estudios, arrojó por tierra las consideraciones que había tenido en cuenta hasta entonces para encontrar un futuro lugar de residencia y desencadenó la catástrofe. El 27 de julio de 1600 el archiduque promulgó un decreto que ordenaba [203] que todos los residentes del castillo y de la ciudad de Graz y de todos sus territorios (incluidos todos los doctores, procuradores y nobles, con excepción de los antiguos miembros del estamento señorial y caballeresco), fueran convocados por las autoridades municipales en la iglesia, so pena del pago de 100 ducados, el día 31 de julio a las seis de la mañana con objeto de rendir cuentas sobre la Reforma. Aquel día el archiduque se presentó en la iglesia acompañado de un gran séquito. Tras la prédica del obispo de Seckau, Martin Brenner, los comisarios de la Reforma tomaron asiento en una mesa situada en el centro del templo. Entonces fueron llamando a los asistentes, más de mil ciudadanos y funcionarios, de uno en uno para preguntarles por su credo [204]. Todo aquel que no fuera católico o no se mostrara dispuesto a convertirse en breve al catolicismo y a recibir la confesión y la comunión, era expulsado y debía abandonar la región en un corto plazo de tiempo, previo pago de un diezmo. La labor de los comisarios duró tres días. El 2 de agosto también Kepler fue llamado y, dada su negativa, desterrado de la región. En el registro de los 61 hombres que corrieron la misma suerte, aún existente, Hans Kepler aparece en decimoquinto lugar con la observación «deberá abandonar el territorio en el plazo de seis semanas y tres días» [205]. Kepler sería cesado en su cargo territorial el 12 de agosto en caso de que, «en contra de lo esperado, no pudiera permanecer por más tiempo en la región». La destitución se produjo después de que él mismo hubiera solicitado una carta de recomendación y una indemnización. Los Estados le concedieron una indemnización por valor del sueldo de medio año [206] que le fue abonada el 30 de agosto [207]. El 4 de setiembre las autoridades dispensaron el certificado requerido y en él incluyeron grandes elogios hacia su labor docente. Lamentaban que no hubiera podido continuar su trabajo sin aflicción y recomendaban sus servicios encarecidamente [208].

Entre las voluminosas actas de la Contrarreforma se encuentran tres fragmentos, todos fechados el 3 de agosto, en los que se comunica al archiduque que Kepler, junto a otros, se mostró dispuesto aquel día a convertirse al catolicismo. Los escritos proceden del padre capuchino Peter Casal, secretario de Fernando, del canciller Wolfgang Jöchlinger y del procurador de audiencia Angelus Costede [209], miembro de la Comisión de la Reforma. Pero si se examinan estos informes, se aprecia que todos ellos remiten a la declaración de un tal Ludwig, padre capuchino, que al parecer había mantenido una conversación con Kepler a raíz de su negativa. El hecho de que el rumor se difundiera tan rápido y fuera comunicado al archiduque por tres vías distintas a la vez, demuestra el valor que se atribuía a la postura que adoptara el matemático territorial. Algunos biógrafos han inferido de ello que Kepler vaciló en sus creencias o fingió vacilar. Debemos rechazar de plano esta afirmación. En todo momento, tanto antes como después, Kepler manifiesta tal firmeza y determinación que es imposible pensar que se volviera indeciso de un día para otro. Él mismo presentó su dimisión a los Estados en los días que siguieron al 3 de agosto. En el certificado de las autoridades se expone que fue expulsado y cesado «por defender públicamente y con firmeza la religión de la pura Confesión de Augsburgo» [210]. Quien sostenga que simuló dudar tal vez para ganar tiempo, ofenderá la memoria de un hombre que mantuvo durante toda su vida la rectitud más sólida y sagrada con su creencia religiosa, y que a menudo demostró con creces estar dispuesto a sacrificarse por su fe. Aquella noticia se explica mucho mejor de otro modo. Tal como revela una serie de declaraciones concretas que trataremos más adelante, Kepler siempre entendió por Iglesia «católica» a toda la comunidad de personas que se han convertido en hijas de Dios a través del bautismo. Cuando hablaba de la Iglesia católica romana, solía emplear la expresión religión papista. De modo que más tarde afirmó con frecuencia pertenecer a la Iglesia católica. Seguramente se declaró católico ante Ludwig en este sentido, por lo que aquel informe se basa en un malentendido. No cabe duda alguna acerca de su sinceridad que, a pesar de su prudente sensatez, destacaba por la religiosidad y la firmeza de convicciones en los momentos decisivos.

Los mismos que atribuyen una actitud vacilante a Kepler han planteado, y tratado de responder, el interrogante de por qué esta vez no se excluyó a Kepler del destierro, tal como había ocurrido en el año 1598. Como ahora se trataba de una medida completamente generalizada y dirigida en concreto contra los funcionarios territoriales, esta pregunta no requiere, ya de antemano, indagación alguna. Más bien al contrario: si Kepler hubiera sido una excepción habríamos tenido que buscar las razones. Este sector responde la cuestión justificando la expulsión de Kepler porque redactó en secreto «cartas de consuelo y tratados breves» que puso en circulación entre sus correligionarios de manera clandestina. El partido católico pudo haber interpretado esta distribución de «libelos» como una «agitación de predicadores». Pero el contenido de los denominados libelos y tratados breves se deduce de las explicaciones recién expuestas, donde se ha mencionado todo lo que los documentos existentes dicen al respecto. Quien examine estos textos sin prejuicios concluirá que solo con mala intención podría verse en ellos «agitación de predicadores». En aquella época de desórdenes, Kepler se vio en la necesidad de aliviar con amigos su desamparo religioso y de conversar con ellos sobre la difícil situación en la que los situó la persecución. Sufría al saberse en desacuerdo con las personas que tenía más cerca. Sus declaraciones eran, en gran parte, meras justificaciones ante sus propios correligionarios. Buscaba y ofrecía consuelo, no agitación. Si esto merece un castigo, la culpa no es de quien actúa así, sino de quien impone un castigo a tal acción. El papel de agitador religioso, en cualquiera de sus variantes, fue ajeno a él durante toda su vida.

La difícil situación en la que Kepler se encontró tras la expulsión no le dejó tiempo para pensar con detenimiento. Tenía que actuar. La regularización de su patrimonio le trajo complicaciones. Los terrenos se devaluaron mucho porque el archiduque decretó que nadie podría arrendar a un católico las propiedades que no hubiera vendido dentro del plazo de tiempo estipulado. Además, los enseres domésticos se abarataron mucho. Como todo el patrimonio de su esposa consistía en bienes inmuebles, Kepler sufrió grandes pérdidas. No obstante, parece que se le permitió arrendar de manera excepcional. Del mismo modo, consiguió una reducción parcial de las «tasas de salida» que consistían en el pago del diez por ciento de las pertenencias que cada cual llevara consigo. Él solo tuvo que abonar la mitad de las tasas. Y esa cantidad también debía haberse restituido, según un decreto posterior del archiduque, si bien esta orden nunca se ejecutó. Kepler intentó quedar exento del pago del diezmo alegando la devolución que le habían anunciado tras la expulsión de dos años antes. Si no hubiera regresado cuando lo hizo, habría evadido el tributo. Le permitieron llevarse consigo a Regina, su pequeña hijastra. El abuelo, Jobst Müller no opuso ninguna objeción como tutor, aunque tanto él como la familia que se quedó en la región tuvieron que acogerse sin lugar a dudas a la fe católica (la hija mayor de Michael, hijo de Jobst, ingresó más tarde como religiosa en la orden de las dominicas).

La gran preocupación del desterrado era la duda de hacia dónde dirigirse. Como le habían retirado el sueldo, los pactos con Brahe carecían de sentido, y comunicó de inmediato al matemático imperial este cambio de circunstancias [211]. Este respondió en el acto [212]. El emperador acababa de concederle una audiencia en la que tendría oportunidad de exponer sus compromisos con Kepler. Pero, si ahora había que fijarlo todo de nuevo, Kepler debía marchar de inmediato hacia allí con o sin esposa y enseres. Él haría todo lo que estuviera en su mano. «No vaciléis, apresuraos a venir cuanto antes con absoluta confianza» [213]. Brahe necesitaba a Kepler ahora más que nunca porque su ayudante principal, Longomontano, lo había abandonado definitivamente hacía muy poco y había regresado a Dinamarca. Sin embargo, su generosa oferta no pudo disipar del todo los viejos recelos de Kepler. ¿Debía abandonarse por completo a los buenos deseos de Brahe y emprender el viaje hacia lo desconocido? No era factible escribir a Herwart. Dada la estrecha relación que mantenían las cortes de Múnich y de Graz, el canciller bávaro no podía intervenir en aquella situación delicada. Este ya le había aconsejado marchar a Bohemia y le había manifestado su buena disposición para protegerlo allí. Kepler volvió a escribir a Mästlin en setiembre. Le expuso su infortunio y le comunicó su intención de viajar a Linz con su familia para dejarla allí y encaminarse él solo hacia Praga con el fin de tantear qué hacer. Si se topaba con grandes inconvenientes regresaría a Linz y emprendería la marcha hacia la patria suaba surcando el Danubio «si es que Dios me conserva la vida durante tanto tiempo» [214]. En tal caso empezaría la carrera de medicina con la esperanza de obtener una «professiuncula»19 en Tubinga. Como no recibiría la respuesta de Mästlin antes de partir, Kepler le rogaba que le escribiera a Linz. Estaba preparado. Ahora, que debía dar el paso y no había marcha atrás, sintió todo el consuelo que pudo darle la grandeza del alma. «Jamás habría pensado que en compañía de otros hermanos sería tan dulce sufrir perjuicios y oprobios o tener que abandonar el hogar, tierras, amigos y patria por la religión, por la gloria de Cristo. Si ocurre lo mismo al padecer el verdadero martirio y al dar la vida, si el regocijo aumenta cuanto mayor es el daño, entonces también es muy fácil morir por la fe» [215].

Kepler partió de la ciudad hostil el 30 de setiembre de 1600 acompañado de su esposa e hija adoptiva. Dos carros portaban sus enseres. A medida que se adentraba en aquel otoño debieron de entristecerlo los recuerdos de los años trascurridos, los amigos y compañeros que dejaba atrás, su primer libro, en el que proclamó su descubrimiento, la fundación de su hogar, las horas felices y desdichadas que le dispensó la calle Stempfergasse. Graz quedaba atrás.

1 En 1582, el papa Gregorio XIII proclamó la sustitución del calendario juliano por el gregoriano. La reforma comprendía, entre otras medidas, que al jueves 4 de octubre de 1582 le siguiera inmediatamente el viernes 15 de octubre. Esta reforma entró en vigor en el acto en los territorios católicos, pero se demoró aún muchos años en los protestantes. (N. de la T.)

2 Trad. «gusto por investigar». (N. de la T.)

3 Trad. «joven glorioso». (N. de la T.)

4 Sémele fue una diosa griega amante del dios supremo Zeus (el Júpiter romano) de quien concibió y dio a luz a Dioniso, también llamado Baco. Minerva (diosa romana identificada con la Atenea griega) era hija de Zeus (Júpiter) y de Metis. Cuando estaba a punto de nacer, Zeus (Júpiter) se tragó a Metis para eludir una profecía y, en el momento del alumbramiento, Zeus ordenó a Hefesto (Vulcano) que le abriera la cabeza de un hachazo para que naciera Atenea (Minerva). (N. de la T.)

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