Kitabı oku: «Johannes Kepler», sayfa 4
1 En aquella época, estrellas errantes, en contraposición a estrellas fijas, eran los astros móviles del firmamento: los planetas entonces conocidos más el Sol y la Luna. (N. de la T.)
2 Könisberg, hoy Kaliningrado, significa literalmente monte regio en alemán. (N. de la T.)
Infancia y años de juventud
(1571-1594)
NACIMIENTO Y ASCENDENCIA
Así fue la época en que nació el primer hijo de Heinrich Kepler y de su esposa Katharina Guldenmann; ocurrió el jueves 27 de diciembre de 1571 a las dos horas, treinta minutos de la tarde [1] en la pequeña ciudad imperial suaba de Weil, hoy llamada Weil der Stadt. Bautizaron al niño con el nombre de Johannes por haber coincidido su fecha de nacimiento con la celebración del día de san Juan apóstol.1
La familia Kepler2 de la que procedía el niño llevaba afincada en Weil der Stadt unos cincuenta años. En 1520 el bisabuelo de Johannes, llamado Sebald, emigró de su ciudad natal, Nuremberg, y se estableció allí. Era artesano y se dedicaba a la peletería. La familia que formó en el nuevo lugar de residencia fue muy numerosa, y sus hijos consiguieron reputación con rapidez gracias a su habilidad. Algunos fueron miembros del ayuntamiento, y el segundo de ellos, que también se llamó Sebald, llegó a ser burgomaestre y administrador de prebendas en la ciudad. Su matrimonio con Katharina Müller, de la población cercana de Marbach, también fue bendecido con una gran prole. El padre de nuestro Johannes fue su cuarto hijo, Heinrich, quien contaba veinticinco años, al igual que su esposa, cuando vino al mundo su primer descendiente. La madre de Johannes era hija de Melchior Guldenmann, posadero y corregidor en la vecina Eltingen. Podemos seguir remontando aún más los orígenes familiares. El padre de aquel Sebald Kepler que se trasladó a Weil der Stadt era Sebald Kepner, maestro encuadernador en Nuremberg. Así, y no como Kepler, lo cita de puño y letra Johannes Kepler en un documento tardío suyo en el que se basan los datos genealógicos mencionados hasta ahora. Se trata de una modificación lingüística arbitraria del viejo apellido Kepler, quizá por asimilación del nombre Kepner, muy frecuente en los registros de la ciudad de Nuremberg en el siglo XV.
Hasta aquí, los antepasados nos salen al paso como artesanos, pero obtenemos otra imagen si retrocedemos aún más en la historia familiar. Sebald Kepner o Kepler, el maestro encuadernador de Nuremberg, pertenecía a una casa de linaje noble, pero abandonó la aristocracia cuando la necesidad lo llevó a ingresar en el gremio de artesanos en Nuremberg. Puede que la alteración del nombre Kepler a Kepner guarde alguna relación con este cambio de condición social. Según una historia bastante fidedigna, este Sebald fue hijo de Kaspar von Kepler, quien hacia finales del siglo XV ejerció como caballerizo de postas en la corte de Worms. A su vez, este Kaspar von Kepler fue hijo del guerrero Friedrich Kepler, a quien el emperador Segismundo armó caballero sobre el puente del Tíber en Roma el 31 de mayo de 1433, día de Pentecostés [2]. Johannes Kepler no fue el único en atestiguar más tarde este nombramiento de manera explícita cuando, sin ánimo de alarde, habló de él a un aristócrata [3] veneciano. La noticia está documentada con mucha más amplitud en la ejecutoria del año 1433 que aún hoy existe en el registro vienés de la nobleza, y según la cual se distinguió a los hermanos Konrad y Friedrich Kepler del modo mencionado por sus méritos militares en el ejército del emperador. En dicha carta de nobleza, el blasón de la familia Kepler experimentó un embellecimiento parejo [4]. El escudo está cortado en un cuartel superior oro y otro inferior azur. En el superior aparece la media figura de un ángel vestido de gules, con alas doradas y apoyando las manos sobre la línea de división. Sobre el yelmo forrado de gules y oro hay un sombrero picudo de oro ribeteado de azur y coronado por una protuberancia de oro, azur y gules, de la que surge un airón de color sable salpicado de un oropel dorado. Este blasón le fue otorgado al abuelo Sebald y a sus hermanos a instancias del emperador en el año 1563, y Johannes Kepler solía lacrar con él. Se desconoce el lugar donde residía y tenía su hacienda aquel Friedrich, antepasado caballeresco. Según una anotación de nuestro Kepler, el emperador Segismundo lo armó caballero «junto a otros caballeros suabos» [5], por lo que podríamos deducir que su patria era Suabia. Sin embargo, no hay que atribuir demasiado valor probatorio a este dato. En la explicación de la ejecutoria se comenta que el emperador quiso recompensar especialmente a aquellos hombres «cuyos antepasados se habían mostrado en todo momento al servicio del Sacro Imperio», de donde se deduce que los ancestros respondieron como valientes vasallos, tal como atestiguan además documentos antiguos que dan fe de hazañas diversas realizadas por portadores del nombre «Keppler» o «Kappler», sin que conste si aquellos hombres pertenecían o no a nuestra saga Kepler. Lo mismo puede decirse de un Friedrich Keppler, noble del siglo XIII registrado en Salzburgo, de quien un documento del registro vienés de la nobleza relata que actuó con bravura y lealtad tanto en tiempos de guerra como en tiempos de paz. No obstante, resulta interesante que ese noble luciera un ángel en su escudo de armas. El hecho de que por las venas de Kepler corría sangre castrense se confirma asimismo porque tanto el bisabuelo Sebald como, más tarde, el abuelo Sebald cobraron laureles militares bajo estandarte de Carlos V y sus seguidores, y obtuvieron privilegios por ello. Desconocemos qué fue lo que incitó al bisabuelo Sebald a cambiar Nuremberg por la pequeña localidad de Weil y abandonar así una ciudad en la que la actividad artística y profesional había alcanzado una tradición espléndida y que ofrecía múltiples posibilidades a la gente capaz. ¿Acaso visitó Weil en uno de sus viajes y quedó prendado de ella, o tal vez algún pariente lo animó a afincarse allí? Sea como fuere, es evidente que portadores del nombre Kepler residían en Weil ya desde finales del siglo XV, tal como manifiestan las matrículas de la Universidad de Tubinga. No se puede constatar nada más al respecto, y lo mismo sucede con otros muchos detalles interesantes de la historia familiar de los Kepler relacionados con Weil der Stadt porque la documentación archivística ya no existe. Quedó reducida a cenizas al final de la guerra de los Treinta Años cuando, aún en octubre de 1648, justo en los días en que se firmó la paz de Westfalia, los franceses sitiaron e incendiaron la ciudad. Gran parte de los edificios quedaron arrasados, y los registros parroquiales y la mayoría de los archivos fueron pasto de las llamas.3
WEIL DER STADT
Weil der Stadt fue y sigue siendo tan pequeña y recogida como orgullosos y ufanos se han mostrado siempre sus habitantes por la libertad que le procuraba el privilegio de ser ciudad imperial. Fundada por la dinastía de los Hohenstaufen, la pequeña localidad adquirió esta libertad imperial hacia finales del siglo XIII, después del interregno, bajo la soberanía de Rodolfo I. La imagen que ofrece en la actualidad aún permite hacerse una idea del aspecto que tenía en tiempos de Kepler. Las callejuelas, el mercado espacioso rodeado de casas con gabletes elevados, las torres y puertas de las murallas de la ciudad, conservadas en gran parte, se presentan a la vista igual que antaño, como un conjunto acogedor. La localidad, erigida en una pendiente suave que desciende por el ancho valle del riachuelo Würm, está inmersa en un paisaje ondulado en los márgenes de la Selva Negra, rodeada de jardines y prados, cultivos y bosques. La guinda del cuadro y su adorno más bello lo constituye la esbelta iglesia gótica de tres torres que, visible desde lejos, destaca entre la maraña de tejados como una catedral espléndida. Cual gallina clueca con sus polluelos, reúne las casas a su alrededor y las acoge bajo su protección; una presencia persuasiva para la mentalidad devota de los ciudadanos de antaño, conscientes de lo que debían ubicar en el punto central de su existencia. Con una diligencia suaba, sus habitantes procuraron mantener la ciudad con buen orden y salvaguardar sus fueros con un espíritu democrático. La mayoría de los campesinos y de los artesanos, entre los que destacaban curtidores y tejedores, debían restringir sus preocupaciones y sus esperanzas a lo imprescindible para vivir. Dejaban que el Sol, la Luna y las estrellas siguieran su curso, y la ciencia elevada quedaba lejos de su horizonte intelectual, si bien del municipio salieron algunas mentes brillantes. Teniendo en cuenta que en aquella época la comunidad consistía tan solo en unos doscientos vecinos con sus familias respectivas, se comprende que la ciudad imperial libre de Weil no tuviera ningún peso en los asuntos de Estado del Sacro Imperio Romano. Si una vez al siglo llegaba el emperador de visita, se convertía en todo un acontecimiento que se registraba con celo en los anales locales. Lo que alteraba los ánimos eran las desavenencias en cuanto a aranceles y leyes de caza con el vecino duque de Württemberg, cuyas tierras circundaban el municipio. También los acontecimientos bélicos apartaban sin duda a los ciudadanos de su quietud. Su disposición para alzarse en armas por defender la libertad la demuestra su participación, junto a la liga de ciudades, en la trágica batalla de 1388 contra el duque de Württemberg, que se libró en las inmediaciones de la cercana Döffingen y dejó sesenta ciudadanos tendidos en el campo de batalla.
La Reforma provocó tensiones y conflictos muy duraderos en Weil der Stadt. La doctrina evangélica encontró adeptos entre los lugareños bien poco después de la aparición de Lutero, pero no logró granjearse a la mayoría. La iglesia parroquial siempre estuvo en manos de los católicos, y en la época en que nació Kepler aún no existía ningún predicador evangélico en la ciudad. Años más tarde, los seguidores de la nueva doctrina, apoyados por el duque de Württemberg, se esforzaron en vano por conseguir que el concejo de la ciudad abrazara la creencia evangélica, que cediera una iglesia o capilla concreta y que autorizara el nombramiento de un pastor propio. El concejo estimó que haría una concesión especial a los ciudadanos evangélicos si les daba libertad para recibir aparte las prédicas y los sacramentos o si permitía que un pastor de su culto fuera a darles la comunión en caso de peligro de muerte. El bando evangélico consiguió todo un logro cuando pocos años después se autorizó el bautismo por el rito protestante en la localidad. La familia Kepler pertenecía al grupo de los partidarios más distinguidos y activos de la doctrina luterana, en especial el abuelo de Johannes, Sebald. El hecho de que ostentara el cargo de burgomaestre siendo mentor de sus correligionarios y a pesar de la supremacía católica, atestigua su valía y el gran respeto que supo granjearse entre sus conciudadanos. Casi al mismo tiempo, algunos miembros de la familia Fickler se sumaron a los impulsores de la causa católica; sobre todo Johannes Baptist Fickler, protonotario de príncipes-obispos4 de Salzburgo, quien durante la Contrarreforma actuó como influyente adversario del protestantismo. Sin embargo, a pesar de las diferencias doctrinales, las familias Kepler y Fickler mantenían un vínculo de maridaje y eso favoreció que, años más tarde, el hijo de Kepler, Ludwig, consiguiera la concesión de la beca que un miembro de la familia Fickler había creado en Tubinga [6]. Todas estas circunstancias explican que se desconozca el lugar donde se celebró el bautizo de Kepler, si se efectuó en la iglesia parroquial de un sacerdote católico o, lo que parece más probable, si lo realizó un pastor evangélico en alguna localidad vecina, posiblemente Magstadt.
Tal como se conserva desde antaño, la vivienda del abuelo Sebald quedaba algo apartada de una esquina de la plaza del mercado, en una calleja corta que conduce a la iglesia, de manera que desde la casa se divisaban la fuente del mercado con la estatua del emperador Carlos V y la imponente torre oriental del templo. El edificio fue víctima del incendio que asoló la ciudad en 1648, pero hay motivos para pensar que fue reconstruido con su aspecto original. Con certeza podemos considerarla la residencia donde nació nuestro Johannes, dado que su padre, Heinrich, siguió viviendo allí después de su boda, celebrada el 15 de mayo de 1571. Aunque desde fuera parece pequeña, la vivienda posee en su interior el espacio suficiente para albergar a una gran familia. Al parecer, el burgomaestre Sebald no incrementó su patrimonio hasta pasados unos años, sobre todo a través de la herencia.
SITUACIÓN FAMILIAR
A la edad aproximada de veinticinco años Johannes Kepler tomó apuntes de las características de sus padres y abuelos, además de algunos lances y contratiempos de la vida, de modo que hoy podemos hacernos una idea sobre sus caracteres y sobre la actividad en la casa donde pasó los primeros años de vida. Lo hizo como anexo a la carta natal de esos antepasados porque en aquel entonces se dedicaba mucho a la astrología y creía que la posición que ocupan los planetas en el momento del nacimiento influye en la actitud general de cada persona. Del abuelo Sebald comenta que se había vuelto arrogante y presuntuoso en sus modos, que era irascible, violento, testarudo, sensible y de rostro sonrosado y bastante carnoso; la barba le confería un aspecto grave; sabía dar órdenes acertadas y sabias e imponer que se cumplieran a pesar de su escasa elocuencia. La abuela era, según la descripción de Kepler, muy inquieta, lista, embustera, diligente en asuntos religiosos, delgada, de naturaleza encendida, impulsiva, eterna maquinadora, envidiosa, hostil, rencorosa. De papá Heinrich dice tan solo que Saturno en trígono con Marte dentro de la séptima casa hizo de él un soldado corrupto, rudo y camorrista. Tampoco su madre sale [7] muy bien parada; era pequeña, escuálida, morena, charlatana, pendenciera y de malos modales. Lo que Kepler pone ante nuestros ojos no es en absoluto una galería genealógica gloriosa, y su descripción de atributos extraña mucho más si se considera que el respeto hacia las personas con las que mantenía algún vínculo era un rasgo propio de su naturaleza. En cualquier caso, hay que tener en cuenta que elaboró este registro tan solo para sí mismo con el propósito de demostrar la concordancia entre la personalidad y las configuraciones celestes. Por otro lado, es fácil que Kepler buscara las causas de los atributos negativos justamente en el cielo para justificarlos, y por eso dejara de lado los aspectos positivos.
Aun así, queda claro que la convivencia en la casa de los Kepler, donde también residían algunos hermanos menores de papá Heinrich, no era precisamente cordial y armónica, y no es necesario que Kepler incluyera más comentarios para comprender que el matrimonio de sus padres era desafortunado. El padre trataba a su madre con severidad y rudeza, y ella oponía un comportamiento insensible con una terquedad insolente. Acibaraban sus vidas entre pendencias y disputas, y ni siquiera el pequeño Johannes, el primogénito, contribuyó a unirlos. Resultó ser un niño de constitución débil porque fue sietemesino [8]. Sus padres no lo trataron con cariño. Con seguridad sus atributos le vienen más del lado materno, como no pocas veces sucede con los hombres de talento. De modo que también él era de constitución pequeña y delicada para ser hombre, de ojos oscuros y cabello moreno. Jamás compartió las inclinaciones marciales del padre. En lo que respecta a su madre, parece haber sido una mujer curiosa. Su condición no queda del todo caracterizada con los escasos adjetivos arriba mencionados. Tendremos ocasión de conocerla mejor en el difícil proceso por brujería en que se vio envuelta en la vejez. Durante el mismo también salió a relucir que la educó una tía suya que más tarde murió en la hoguera acusada de encarnar al diablo. Mamá Kepler era ostensiblemente enérgica e inquieta, interesada por todo, cavilosa, pero también una chismosa y una bocazas. Recolectaba hierbas y preparaba ungüentos alentada por su fe en los poderes y en las relaciones mágicas, como si viera a través de los objetos de la naturaleza. Después de su primer hijo, la vida aún le concedió seis criaturas más, de las que solo tres alcanzaron la madurez, cada cual muy diferente de las demás. Mientras el genio de nuestro Johannes dio fama imperecedera al nombre de la familia, su hermano Heinrich, dos años menor que él, era un perfecto tunante [9]. Padecía epilepsia y era la desgracia de su madre; recibió muchas tundas, le mordieron animales, venía a casa con chichones y heridas, y estuvo a punto de morir ahogado, congelado o por enfermedad. Con catorce años ingresó como aprendiz de un tundidor, luego de un panadero, volvió a ser apaleado y marchó a Austria cuando su padre amenazó con venderlo. En Hungría sirvió a los soldados que luchaban contra los turcos, malvivió en Viena cantando y cociendo pan, fue lacayo de un noble, despedido, robado, herido y mendigó camino de su tierra. Al poco tiempo volvió a irse, esta vez a Estrasburgo, Maguncia y Bélgica, fue tamborilero de regimiento, y cerca de Colonia lo saqueó la cuadrilla de salteadores «Hahnenfeder».5 Más tarde ejerció como alabardero en Praga, regresó a casa pobre y maltrecho y se colgó del cuello de su madre hasta que falleció a los cuarenta y dos años. El equivalente benévolo de Heinrich lo constituyó la afable hija Margarete [10], quien, de toda la familia, fue la más cercana al primogénito. Tuvo un matrimonio bien avenido con un sacerdote. El más joven de los hijos, Christoph, era honrado, correcto y celoso de su reputación; fue un artesano respetable, un estañero. La tendencia castrense de la familia Kepler fluía por él tan diluida ya, que le parecía suficiente motivo de orgullo ejercer a la vez como maestro instructor en la milicia ducal de Württemberg. Volveremos a oír de él más adelante.
Con el tiempo, papá Heinrich no soportó estar en casa [11]. La densidad del aire que reinaba allí y el bullir de la sangre que corría por sus venas tiraron de él. Desconocemos si en su juventud aprendió algún tipo de oficio. En ningún lugar se comenta nada al respecto. Es probable que contribuyera a administrar los bienes de su padre, pero aspiraba a ejercer otra actividad. Cuando en 1574 sonó el tambor del alistamiento se puso en marcha camino de los Países Bajos, donde el régimen de terror del duque de Alba había llevado a la revuelta y al levantamiento. Este era el ambiente que le gustaba. Pretendía calzarse las espuelas en aquel fragor de las armas. A su esposa e hijos los abandonó en casa. Katharina, su mujer, que se llevaba mal con la suegra y se sentía sometida por ella, partió tras su marido el año siguiente. El pequeño Johannes quedó entonces confiado a la tutela de los abuelos, quienes no le mostraban demasiado cariño y lo trataban con dureza. Durante la ausencia de los padres enfermó de viruela con tanta gravedad que estuvo al borde de la muerte. Cuando regresaron en 1576, el padre renunció a su derecho de ciudadanía en Weil der Stadt y se trasladó con su familia a la vecina ciudad de Leonberg, perteneciente al ducado de Württemberg. Allí mismo compró una casa e intentó emprender una nueva vida, pero al año siguiente volvemos a verlo en servicios militares belgas. No parece que la suerte le fuera favorable en aquella ocasión, porque corrió el peligro de morir en la horca. A su regreso perdió su patrimonio por actuar como aval, y entonces vendió la casa, abandonó Leonberg y en 1580 arrendó para sus hijos la posada de la pequeña aldea badense de Ellmendingen, cercana a Pforzheim, entonces muy frecuentada. En cambio, como es natural, tampoco allí permaneció mucho tiempo. Ya en 1583 lo volvemos a ver en Leonberg, donde adquirió bienes inmuebles. Cinco años después abandonó a los suyos para siempre. Se cree que participó como capitán en una batalla naval napolitana y que debió de morir durante su regreso a casa en la región de Augsburgo. Su familia jamás volvió a verlo.
Los niños creen que el devenir del mundo tiene que ser tal como se les muestra cuando empiezan a pensar, y aceptan las tempestades como les salen al paso. Sin embargo, al joven Johannes, taciturno y sensible, debió de costarle mucho superar todas las impresiones lacerantes que tuvo. A su mente infantil le resultó difícil comprender el orden del mundo que conoció, y las imágenes negativas que se adhirieron a su alma no fueron fáciles de borrar. El sentimiento religioso se manifestó en él desde muy temprano, y en su desamparo buscó la ayuda de Dios, del todopoderoso, del que todo lo ordena y resuelve, del que lo abraza todo con su poder y a quien él se sentía subordinado.
LA ESCUELA
Pero hubo algo más que lo apartó de su pesar interior, que despertó su amor propio y procuró alimento a su espíritu: la escuela. Tuvo la suerte de que justo Württemberg contara con un sistema de enseñanza bien desarrollado. No solo existían por todas partes escuelas alemanas donde aprender bien o mal a leer, escribir y contar; además, tras la implantación de la Reforma, los duques de Württemberg decretaron que en todas las ciudades pequeñas debían erigirse también colegios latinos que asumieran la labor de las antiguas escuelas monásticas y cuya función consistiera en formar nuevas generaciones preparadas para el oficio espiritual y el servicio a la gestión territorial. En Leonberg existía una de estas escuelas dividida en tres niveles. Dado el peso que tenía entonces la lengua latina como idioma común entre los estudiosos y como vía hacia una formación superior, la enseñanza del latín se impartía con el mayor celo y se exigía que los escolares aprendieran a leerlo, escribirlo y hablarlo con soltura. Empezaban con él ya desde el primer año de asistencia a las clases. Una vez que sabían leerlo y escribirlo, el segundo año se dedicaba a inculcar la gramática, y durante el tercer año se leían textos clásicos antiguos, sobre todo comedias de Terencio, con la intención de favorecer considerablemente la expresión oral. De hecho, el reglamento escolar exigía con toda severidad que los chicos hablaran entre ellos en latín. Apenas se valoraba el fomento de la lengua alemana porque se creía que a través de la escritura latina también se «aprehendería» la del alemán. La consecuencia de esto fue, sin duda, que después quienes sabían poner por escrito las frases más bellas en la lengua que los obligaba a pensar con claridad y lógica, el latín, solían expresarse, en cambio, con afectación, de un modo retorcido, deshilvanado y casi ininteligible en sus textos alemanes.
En una de estas escuelas Kepler adquirió la base de la maestría estilística con que más tarde expresaría sus ideas en lengua latina. Al parecer, sus padres lo enviaron en un primer momento a la escuela alemana. No podemos presuponer en ellos ninguna capacidad para comprender la finalidad de las escuelas latinas. Pero, como los profesores del colegio alemán trasladaban gustosos a sus alumnos más aventajados al colegio latino para allanarles el camino hacia un futuro mejor, también Kepler, que reveló desde temprano una mente despierta, ingresó pronto en el centro que lo conduciría a metas más elevadas. Entró en el primer curso con siete años, pero tardó cinco en completar los tres grados de su colegio [12]. Esto no se debió a un rendimiento deficiente por su parte, sino a que tuvo que interrumpir la asistencia a clase durante meses e incluso años debido al cambio de domicilio de sus padres a Ellmendingen, al corto entendimiento de ambos y a la precariedad de su situación. Requirieron al muchacho para trabajos duros de labranza, y durante esas pausas tuvo que arreglárselas solo lo mejor que pudo.
Kepler guardó especial memoria de dos acontecimientos de la infancia que lo encaminaron hacia su dedicación posterior. En el año 1577 su madre lo llevó a una colina y le enseñó el cometa que surcaba el firmamento por aquel entonces [13]. En 1580 su padre lo sacó al cielo raso de la noche para contemplar un eclipse de Luna [14]. Ambos fenómenos celestes dejaron una huella indeleble en su impresionable intelecto, hasta el punto de que mucho más tarde aún recordaba pequeños detalles.
EL SEMINARIO
¿Qué futuro le esperaba a aquel muchacho? Su constitución débil no servía para la ruda labor agrícola y su talento destacado apuntaba hacia cotas más altas. La recomendación de los profesores, la religiosidad del chico y por supuesto también consideraciones de carácter económico, pudieron alentar a los padres a consagrarlo al oficio eclesiástico, una elección que Johannes acogió, sin duda, con gran alborozo. La senda hacia ese objetivo estaba trazada y era llana. Quien acababa la escuela latina y demostraba su valía en una prueba selectiva, el examen territorial, ingresaba en uno de los seminarios donde se preparaba a los pupilos para continuar los estudios en la universidad territorial de Tubinga, donde por segunda vez eran admitidos en un colegio para cursar sus estudios de teología. Esa fue la vía que siguieron miles de jóvenes prometedores en Württemberg hasta nuestros días, y no pocos adquirieron con posterioridad fama mundial. También Johannes Kepler emprendió este camino.
La previsión inteligente de los duques y de sus asesores fundó gran número de seminarios semejantes en el reducido territorio suabo. Se instalaron en monasterios que en su momento habían desarrollado una vida floreciente, como la conocida abadía de Hirsau, y que quedaron clausurados con la implantación de la Reforma. Estaban divididos en centros elementales y superiores. Los primeros, las «escuelas gramático-monásticas», continuaban y completaban la instrucción iniciada en la escuela latina, mientras que los superiores preparaban directamente a los alumnos para los estudios universitarios. El reglamento escolar y extraescolar era estricto. La jornada comenzaba con salmodias, en verano a las cuatro de la mañana y en invierno a las cinco. Cada hora tenía asignada una ocupación. No había libertad para salir. Una indumentaria uniformada consistente en un abrigo sin mangas y hasta las rodillas diferenciaba a los alumnos monásticos y favorecía el espíritu de compañerismo. Los directores de aquellos seminarios recibieron el apelativo de abades, rememorando aún el pasado católico. Las clases las impartían preceptores, sobre todo teólogos jóvenes que acababan de terminar sus estudios en Tubinga. También aquí el latín ocupaba el lugar dominante y constituía el idioma habitual del alumnado. Pero a esta materia se sumaba ahora la enseñanza en griego. Los adolescentes debían configurar su ideario a partir de la lectura de los clásicos de la Antigüedad, fundamentalmente Cicerón, Virgilio, Jenofonte y Demóstenes. Además, de acuerdo con el sistema de enseñanza del trivio y el cuadrivio, se les impartía primero retórica, dialéctica y música y, después, ya en el seminario superior, se aprendían nociones de astronomía esférica y aritmética. La lectura de la Biblia, practicada con fervor, debía colmar la cabeza y el corazón con el bien de la fe cristiana. Tanto la manutención como la enseñanza eran gratuitas.
El 16 de octubre de 1584, el candidato Kepler, de trece años de edad, puso el pie en el peldaño más bajo de la escalera que debía ascender: después de superar el examen territorial ingresó en la escuela monástica Adelberg erigida sobre una abadía premostratense próxima al monte Hohenstaufen. Continuó el ascenso y dos años después, el 26 de noviembre de 1586, entró en el seminario superior [15] instalado en el antiguo monasterio cisterciense Maulbronn, conocido por su valor artístico y su significado histórico.
El muchacho que se mudó a la comunidad de aquella escuela monástica era un tanto singular, no tanto por su rendimiento, ya que se ganaba todo el aplauso de sus profesores y ejecutaba lo que le pedían con un esmero impecable. Lo que lo diferenciaba del resto de sus compañeros era un carácter vuelto hacia sí mismo que lo arrastraba a una introspección casi tortuosa, el tipo y el contenido de su actividad intelectual, que se deleitaba realizando extraños ejercicios, el temor religioso con que satisfacía las demandas de su conciencia, su participación precoz en los conflictos confesionales de la época que lo inquietaban o la gran sensibilidad con que reaccionaba ante los problemas de la vida en comunidad. A una naturaleza semejante le tuvo que costar imponerse y mantenerse firme frente a la robusta condición de quienes con frecuencia desean llevar la voz cantante (sin estar designados para ello) en comunidades de este tipo, y frente a quienes se complacen en someter y atormentar a otros, máxime cuando educadores jóvenes e inexpertos no saben aplacar las groserías de la multitud adolescente.
Con posterioridad, Kepler tomó notas sobre las consecuencias de su introspección y sobre detalles sueltos de su mocedad y juventud [16] brindándonos con ello una ojeada a su intimidad y a su situación dentro del internado. Mencionando nombres y datos sobre las causas, comenta peleas y desavenencias, amistades y lazos de unión con sus compañeros. No pocas veces se le opusieron algunos o la mayoría, y la rivalidad en la pugna por los primeros puestos tuvo mucho que ver con ello. En otras ocasiones se vio obligado a defenderse del descrédito de su padre o a desprenderse de una amistad molesta. La falta de autocontrol en el discurso, la arrogancia y la crítica mordaz provocaron la enemistad del resto. Despertaba indignación y enojo entre sus colegas cuando ejercía como delator bajo la presión moral impuesta desde arriba. Sin embargo, procuraba deshacer el entuerto y aliviar su conciencia intercediendo por el malhechor. Daba mucha importancia a conseguir el reconocimiento de sus profesores y no soportaba que no estuvieran satisfechos con él. No le dolía menos notar que entre sus compañeros circulaban comentarios envidiosos sobre su persona. Le resultaba sencillo practicar la virtud de ser agradecido y exteriorizarla. Siempre dirigía su esfuerzo hacia la moderación, «porque sopesaba con atención los motivos de las cosas» [17]. Aprovechaba bien el tiempo. Siempre estaba ocupado, pero no persistía en una cosa porque a menudo lo asaltaban ideas y objetivos nuevos. Apuntaba sus ocurrencias en un pedazo de papel que luego guardaba a buen recaudo. Nunca se deshacía de los libros que lograba adquirir pensando que en cualquier momento podrían serle útiles. Se consideraba creado para ocupar el tiempo con cuestiones difíciles ante las que los demás se arredraban. A una edad temprana [18] se entretuvo con los distintos metros poéticos. Pronto acometió intentos poéticos propios. Quiso escribir comedias. Más tarde se entretuvo escribiendo poemas líricos a imitación de los modelos de la poética antigua. Sentía una predilección especial por los acertijos. Le gustaba jugar con anagramas y con alegorías audaces. Se complacía en emitir afirmaciones paradójicas en sus escritos, como por ejemplo que el cultivo de la ciencia evidenciaba la decadencia de Alemania, o que se debe aprender antes el francés que el griego (también consideraba paradójico este aserto). Al copiar en limpio sus composiciones siempre se distanciaba del borrador. Ejercitaba su capacidad retentiva memorizando los salmos más extensos, y también intentó aprenderse todos los ejemplos de la gramática de Crusius.