Kitabı oku: «La razón práctica en el Derecho y la moral», sayfa 2
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Incentivos y razones
1. «NADIE QUE NO SEA UN ZOPENCO»
Este libro es el cuarto de una serie sobre «Derecho, Estado y razón práctica». Este mismo hecho ha dado a su autor ciertos incentivos para completarlo lo más rápidamente posible, sin dejar un espacio excesivo entre este libro y los volúmenes que lo preceden. Hay algunos incentivos que tocan la propia reputación: uno puede parecer estúpido o irresoluto si, después de haber prometido un cuarteto de libros, solo alcanza a terminar una trilogía. También se puede dañar la recepción de los anteriores libros de la serie si se percibe como una serie incompleta. Hay también un débil incentivo de interés mercenario. Pocos autores de obras como esta se hacen ricos con sus actividades literarias, pero el cobro anual por derechos de autor siempre es bienvenido.
También hay incentivos que tienen en cuenta a otras personas. El proyecto estaba financiado por una beca de investigación de cinco años que liberó al autor de cualquier impedimento para leer, reflexionar y escribir. La buena fe hacia la Fundación Leverhulme, que otorgó la beca, y hacia la Universidad de Edimburgo, que la administró, exige que el proyecto completo sea llevado a cabo tal como fue planeado, incluso tras el fin de los cinco años. La relación con los colegas o antiguos colegas, quienes asumieron cargas adicionales para permitir que el proyecto tuviera éxito, se vería deteriorada si nunca fuese terminado. Finalmente, el editor ha ofrecido un contrato para cuatro libros y ha respaldado la serie con la publicidad adecuada, y todo esto sería malgastado en cierta medida si no se completara la serie. En efecto, existen contratos con quienes concedieron la beca, con la Universidad y con los editores que se quebrantarían si se abandonara el proyecto. Estos, sin embargo, son un tipo de contrato que no tiene sentido intentar imponer, así que el riesgo de un procedimiento judicial no entra en los cálculos. No obstante, existe una ética de cumplimiento de los contratos. Se deben cumplir los contratos que se hagan incluso aunque no exista una posibilidad seria de sufrir sanciones legales por su incumplimiento en determinadas circunstancias. Esta es, simplemente, una cuestión de honor. Las personas honestas cumplen sus promesas.
Otro aspecto de las relaciones con colegas concierne a la pertenencia a cierta comunidad laboral. Una Facultad de Derecho u otro departamento académico de una universidad, cuando funciona bien, funciona como una empresa común de todos o la mayoría de los profesores, investigadores y administradores que trabajan ahí. La imagen pública de una Facultad de Derecho (quizá incluso atestiguada por medio de ejercicios públicos formales de evaluación, como ocurre en el Reino Unido en la actualidad) depende, entre otras cosas, de su fuerza como comunidad de investigación. El trabajo de cada participante se nutre en cierta medida del de todos los demás y la reputación del conjunto es valiosa para el reconocimiento del trabajo de cada uno de sus miembros. El respeto hacia el bien común de esta comunidad es otro posible elemento en la motivación de un autor. Cualquier cosa que refuerce el bien común también es buena para uno mismo, pero no de una manera instrumental.
Esto nos acerca a lo que podría caracterizarse como pura motivación académica, aunque no sea idéntico a ella. Una razón, y quizá la más fundamental, para escribir y reflexionar sobre el tema de este libro es tratar de llegar a la verdad sobre el razonamiento práctico en la moral y el Derecho. Un autor debe creer que en sus escritos surgirá alguna nueva verdad, o algún aspecto de la verdad que nunca se ha comprendido adecuadamente, expuesta con una claridad única y apasionante. La verdad es importante por sí misma, y la verdad sobre el pensamiento práctico también es útil, ya que comprenderla puede ayudar a otras personas (así como al autor) a desenvolverse mejor en la práctica de vivir.
El interés por la verdad que ocupe un lugar en la deliberación del autor es más o menos toda la motivación razonable que puede tener cualquier lector ordinario (dejando a un lado casos especiales como revisores de libros y estudiantes que deben leer los libros establecidos en un curso) para prestar su atención a tal obra. Si no contiene alguna nueva idea, alguna verdad o verdades mejor comprendidas y mejor articuladas, ¿por qué la iba a leer nadie? Estos pensamientos motivan o deberían motivar a un autor no solo a seguir escribiendo, sino también a escribir bien, con ingenio y sabiduría, con los lectores finales de su obra en mente. De este modo, el bien de ellos es también el bien del autor —y aquí, de nuevo, asoma la cabeza la cuestión de la reputación como una cuestión secundaria—.
Hasta ahora esta historia se ha contado en términos de «incentivos». Es una historia sobre las razones que tiene un autor —este autor, de hecho— para escribir un libro y prepararlo para su publicación. Sin tales incentivos, ¿cómo podría hacerse jamás un trabajo de este tipo —o, para el caso, un trabajo de cualquier tipo—? Sin embargo, para el momento en que la obra está en manos del lector, los incentivos se han agotado. Si fueron suficientes, habrá un libro que leer, y, si no, no se plantea la cuestión. Los incentivos conciernen a algo que debe hacerse y pueden motivar suficientemente a hacerlo o no. Así que, después de que el trabajo esté hecho, ¿qué pasa con los incentivos para hacerlo?
La respuesta parece ser que sobreviven como razones de un tipo explicativo o de un tipo justificativo. Están disponibles para ayudar a responder preguntas como: «¿Cómo ocurrió que este autor escribiera este libro? ¿Qué razones tenía para hacerlo, y qué razones tenía para hacerlo justamente de esta manera?» En tanto que razones de este tipo, pueden ser sometidas al menos a dos formas de evaluación, la histórico-biográfica y la crítico-racional. La primera se refiere a su exactitud o su adecuación como explicación histórica de la actividad y el logro de un autor concreto. ¿Es verdad que MacCormick estaba motivado por cierto tipo de orgullo para cumplir con sus planes tal como había anunciado, o por un sentido del honor, o de fidelidad a los compromisos que adquirió con varias personas, junto con algunas expectativas de aumento de sus ganancias por los derechos de autor de la publicación? ¿Eso era todo o había tal vez otras motivaciones no reconocidas, o incluso, como podría suponer un freudiano, motivaciones inconscientes o subconscientes (qué represión sexual puede haber tras esas frases tan delicadamente construidas)?
La precisión explicativa, siempre que uno intenta realmente captarla, resulta ser un asunto de historia, de la biografía. Como tal, es inherentemente particularista. Se examina la vida de una determinada persona y se intenta averiguar qué la motivó, y qué es lo que explica las diferentes cosas que hizo a lo largo de su vida o en algún periodo de esta, para poder explicar los libros que ha escrito y otras cosas que ha logrado hacer. El gran libro de Nicola Lacey sobre H. L. A. Hart1 es un buen ejemplo. Su hábil lectura y uso de los diarios y otros papeles personales de Hart, junto con los registros públicos, proporcionan una vívida imagen del carácter de Hart. Esto, a su vez, hace posible entender o al menos hacer conjeturas informadas sobre las razones por las que Hart escribió ciertos libros que transformaron la comprensión del Derecho para al menos una generación de lectores interesados. Por supuesto, en todo caso real, como el de Hart, o el de Karl Llewellyn2 tal como lo ha representado William Twining, también se hace un ejercicio de interpretación y de conjetura. Siempre hay cierto grado de incertidumbre en este tipo de explicación, por muy detallado que sea el relato y por muy excelentes que sean los materiales de referencia disponibles. En cualquier caso, independientemente de cuál sea la verdad del asunto y de qué dificultades y conjeturas implique el intento de llegar a ella, esa verdad es sobre una persona en concreto y sobre la secuencia de sucesos concretos que constituyó su vida.
El examen crítico-racional de las razones que se presentan para dar cuenta de ciertas acciones o actividades de una persona concierne a su adecuación como razones justificativas. Es decir, concierne a su adecuación como una teoría de una acción racional, no su precisión histórica o biográfica como explicaciones. «Ningún hombre que no fuera un zopenco escribió nunca, excepto por dinero», dijo el Dr. Johnson. Para él, solo una de las razones que se han ofrecido en la anterior explicación es una buena razón para hacer este trabajo. Si va a ganar dinero preparando un escrito, entonces hágalo. Si no, no lo haga. En efecto, si el esfuerzo que se debe invertir es desproporcionado respecto de los beneficios que se obtendrán, se debe dirigir la atención a alguna otra cosa más provechosa.
Nótese que esta no es una afirmación sobre la auténtica motivación de ninguna persona. Ciertamente, como un asunto de historia personal, alguien puede haber escrito un libro únicamente por un sentido del honor, o de orgullo, o de compromiso con la verdad. Sin embargo, tal persona, según Johnson, es una zopenca. Esas no son buenas razones en absoluto para invertir la inmensa cantidad de tiempo y esfuerzo que se requiere para escribir un libro, o como mucho proporcionan algunas débiles razones adicionales para hacerlo. Por ejemplo, en un caso en el que las ganancias económicas sean conjeturales o parezca probable que solo sean suficientes para compensar por el esfuerzo invertido, esas razones pueden inclinar la balanza solo lo justo para que sea racional seguir adelante con el proyecto.
Debemos señalar aquí que la afirmación del Dr. Johnson no hace que esta visión sea correcta. Johnson defiende un análisis económico de la autoría, pero no está necesariamente en lo cierto. Se puede discutir. Podemos argumentar que el orgullo de la autoría, la fidelidad a los compromisos, al honor y a la preocupación desinteresada por la verdad son valiosos por sí mismos. Se pueden ofrecer buenos argumentos a favor —y en contra— de todo eso, y puede incluso que finalmente unos argumentadores razonables estén en desacuerdo sobre qué es aceptable como una buena razón para que alguien escriba (o haga cualquier otra cosa). Al menos, y quizá esto sea más probable, puede que estén de acuerdo sobre qué cuenta como una razón adecuada o aceptable, pero difieran sobre la relativa importancia o el peso de las razones cuando se trata de formarse un buen juicio sobre qué hacer en la vida.
A diferencia del análisis histórico de las razones de una persona para hacer algo, la evaluación crítico-racional no parece ser particularista. Puede que el orgullo que sienta cierta persona por algún trabajo sea de hecho bastante idiosincrático, de tal modo que solo ella puede verlo de esa manera. Sin embargo, todos podemos entender el orgullo de la creación, la autoría o el cumplimiento de una tarea difícil, y este tipo de orgullo es un concepto que compartimos. Es particular en cada una de sus manifestaciones concretas, pero solo en tanto que es universal podemos incluirlo en un catálogo de motivos racionales o razones adecuadas para actuar. Pensar en la adecuación de unas razones implica pensar en términos interpersonales, no idiosincráticos. No es: «¿cuál sería una buena razón para mí para hacer esto?» Es: «¿qué buenas razones podría tener cualquiera para hacer esto?» Por supuesto, puede que uno después se pregunte: «¿esa buena razón se aplica a mí en este caso?» Una discusión sobre buenas razones es una discusión sobre un asunto objetivo. Esto es así incluso aunque sea inevitable que todos los que entren en la discusión lo hagan desde sus propias perspectivas, con sus propias experiencias de vida, con sus propias particularidades y (puede ser) con sus rarezas.
Es también inevitable que, cuando uno deja de discutir y vuelve a vivir, aplique criterios de juicio que expresen su propia visión sobre la respuesta correcta a la pregunta objetiva. Si, después de discutir y reflexionar, concluyo que el Dr. Johnson está en lo cierto, dejaré de escribir salvo cuando me paguen lo suficiente por un escrito (o tenga una expectativa razonable de obtener un beneficio suficiente por ello). Entenderé a mis colegas que ignoran el motivo mercenario y escriben por orgullo o por un interés por la verdad, pero pensaré que están equivocados. La verdadera explicación biográfica de las decisiones que toman, aunque sea inteligible incluso para un johnsoniano, revelará que actúan de manera estúpida, es decir, hacen lo que hacen por motivos personales que son objetivamente inadecuados desde la perspectiva del análisis económico de la autoría.
Es importante señalar aquí que existe una obvia interdependencia mutua entre las explicaciones histórico-biográficas de la motivación y sus evaluaciones crítico-racionales. Para poder comprender lo que alguien hizo sobre el supuesto de que era un asunto de decisión, y una decisión en principio racional, se debe disponer de alguna declaración o conjetura sobre el carácter de la acción tal como le parecía al agente. El carácter de la acción incluye, para este propósito, la cosa misma que debe hacerse o que se hizo, así como los resultados y consecuencias remotas de esa acción en la medida que el agente era (o se presume que era) consciente de ellos en el momento. Solo algo que uno cree que puede considerarse —aunque sea equivocadamente— objetivamente como una buena razón para actuar puede incluirse en una explicación de lo que alguien hizo en cuanto que agente racional.
No obstante, debe señalarse enseguida que no todo lo que uno hace puede atribuirse a uno mismo como agente racional. Odiseo no volvió a casa directamente tras la victoria final de los griegos en Troya. ¿Por qué? No por una decisión que tomó sino por un viento en contra que desvió su barco de la ruta mientras navegaba hacia casa. Quienes navegan a vela están a merced del viento. Cuando se enfrentan a vientos en contra, deben tomar decisiones sobre cómo manejar la situación en la que se encuentran (la Odisea es un extenso relato sobre cómo la manejó Odiseo), y se puede dar una explicación racional de esto. Sin embargo, las cosas que nos ocurren, a diferencia de las cosas que hacemos, escapan de la explicación racional o son solo elementos del trasfondo. En la medida que los humanos sufren diferentes formas de compulsión psicológica, fobias y similares, son como marineros arrastrados por el viento, no como remeros que se esfuerzan con determinación.
Un relato de la vida de una persona es una amalgama de las cosas que le ocurrieron a esa persona y las cosas que hizo, teniendo en cuenta las circunstancias que la rodeaban y el contexto. Lo que una persona hizo solo es inteligible en la medida que un observador externo pueda entender como razones, aunque sea como razones inadecuadas, los motivos por los que se considera que esa persona actuó. Otro aspecto de la inteligibilidad concierne a las cosas que simplemente le ocurrieron a esa persona, lo que tal vez incluya rasgos básicos de su carácter derivados de su herencia y su crianza en una mezcla impenetrable. Otro aspecto más concierne al contexto social en el que la persona se encontraba, el entorno en el que se movía.
Por el contrario, la discusión crítico-racional depende de una comprensión de las personas reales tal como han actuado realmente en el pasado y continúan actuando ahora. Asumir una perspectiva objetiva depende de la capacidad de imaginarse uno mismo dentro de las vidas de otros. Las grandes obras de literatura —novelas, poesía, teatro, historia, biografías— así como las interacciones interpersonales hacen que sea posible que cada uno de nosotros adquiera cierta comprensión de cómo sería convertirse en otra persona. Sin empatía no hay comprensión de las (otras) personas como personas. Sin comprensión de las otras personas, no hay autocomprensión. Sin la literatura, la empatía se empobrece. Existe siempre una interacción continua entre el análisis subjetivo y particularista de las acciones y las motivaciones individuales y la evaluación universalista de las razones aceptables para la acción desde un examen crítico-racional de las mismas.
Un estudio de la razón práctica y del razonamiento práctico debe tener cuidado de no dar o aparentar dar una explicación excesivamente racionalista de la actividad humana. No todo lo que hace o parece hacer una persona es el resultado de un proceso de razonamiento. Mucho de lo que «hacemos» es más una cuestión de lo que nos ocurre, y no de respuestas muy meditadas a sucesos que se desarrollan a nuestro alrededor, que una cuestión de acciones conscientes hechas reflexivamente, por razones. Mucho de lo que hacemos es una cuestión de nuestros propios hábitos arraigados. Puede que las acciones y las actividades habituales hayan empezado por alguna decisión, algún razonamiento, pero que hayan dejado de depender (excepto negativamente) de cualquier decisión que tomemos (podríamos, y quizá un día lo hagamos, decidir abandonar nuestros hábitos, pero eso no es algo que tengamos en mente en el momento). Los hábitos y las rutinas son un elemento esencial que permite a las personas dirigir sus vidas con éxito, prestando atención solo a asuntos que realmente necesiten su atención3.
Para comprender a los seres humanos por completo se requiere prestar atención tanto a la voz activa como a la voz pasiva, tanto a lo que hacen como a lo que padecen. La razón práctica es como mucho una parte de lo que se incluye en nuestro carácter como seres humanos, aunque es decisiva para nuestra condición de agentes morales. Puede que incluso algunos nieguen que sea una parte real de nuestra humanidad. Las apelaciones a las motivaciones humanas conscientes en las explicaciones sobre lo que hacemos, según algunos, forman parte de la decoración de la mesa (mantel de encaje y fina porcelana) de la presentación personal, no de la maquinaria interior de la cocina, donde se prepara la acción. Las apelaciones a la razón práctica son cuestiones de mera «racionalización», un proceso por medio del cual se presentan como racionales cosas que no son racionales en absoluto.
Tres líneas de pensamiento que influyeron fuertemente en gran parte del trabajo en ciencias humanas durante el siglo XX contribuyeron en gran medida al escepticismo sobre la razón práctica. Sigmund Freud y sus seguidores nos enseñaron a fijarnos en las motivaciones subconscientes y en la probabilidad de que nuestras motivaciones aparentes enmascaren impulsos más profundos de un tipo esencialmente sexual que se originan en la más tierna infancia. Karl Marx y sus seguidores nos advirtieron de la «falsa conciencia» de las teorías sobre la moral y la justicia, que no eran más que disfraces o reflejos de apelaciones a los propios intereses de clase en el conflicto de clases que es intrínseco a los fundamentos de las economías capitalistas. El conductismo en psicología y sociología enseñó a los científicos a estudiar el comportamiento humano simplemente como comportamiento, sin referencias a la presentación personal de los agentes en términos de sus supuestas motivaciones racionales. Estas visiones científicas, o supuestamente científicas, sobre los seres humanos eran marcadamente diferentes, incluso mutuamente contradictorias en algunos puntos. Sin embargo, cada una de ellas aportó ideas sobre la condición humana que deben tomarse muy en serio, aunque en una forma modificada. Todas ellas disminuyeron la fe en la idea de que la acción pueda tener una motivación puramente racional.
Su conclusión era exagerada. Queda un lugar para el razonamiento sobre razones en los asuntos humanos. Hay algunas acciones y actividades que requieren algún tipo de explicación racional. Esto es cierto incluso aunque también puedan ser esclarecidas de otras maneras, como por ejemplo en términos de motivaciones inconscientes o como algún tipo de respuesta a fuerzas sociales estructurales fuera de nuestro control y (a menudo) de nuestra consciencia. El ejemplo (autorreferencial) de este capítulo es bueno a este respecto. Escribir un libro, o incluso escribir un ensayo o un artículo sustancial, no es un suceso discreto que pueda ocurrir simplemente de improviso por alguna especie de reflejo. No es una acción sino una actividad que se extiende durante muchos días y semanas, a veces incluso meses y años, sometida a muchas interrupciones —para comer, para dormir, para reunirse con amigos y colegas, para realizar actividades laborales de varios tipos, para dedicarse a actividades recreativas y muchas otras cosas—.
Sin embargo, es un proyecto continuado que se retoma tras cada interrupción para continuarlo donde se dejó, o para revisar el progreso hasta la fecha y reflexionar sobre qué se debería hacer a continuación. Es también un proceso de descubrimiento porque, a medida que la argumentación se desarrolla, se pueden ver nuevas líneas por las que puede desarrollarse, y a veces se descubre que algunas líneas planeadas originalmente tienen que ser abandonadas porque ya no parecen correctas o convincentes. A mitad de camino, uno puede darse cuenta de que algunos capítulos anteriores tienen que ser reconsiderados y replanteados significativamente para que lleven de manera razonable hacia los argumentos centrales, de acuerdo con la formulación que ahora parece mejor. Escribir es, por tanto, un proceso reflexivo y autocrítico, en el que lo que se hace siempre se está juzgando respecto a lo que se ha hecho hasta ahora y lo que parece más apropiado hacer a continuación.
Sin duda, la escritura tiene sus propias peculiaridades, pero tiene mucho en común con otros proyectos creativos a largo plazo. Se parece a plantar un jardín y cultivarlo hasta que madure o a adquirir un pequeño negocio —un puesto de periódicos, por ejemplo— y convertirlo en una empresa en buen funcionamiento. (Se debe mejorar la disposición de los mostradores, hacer que los productos a la venta sean atractivos, crear buenas relaciones con los clientes y, en general, buscar una posición de rentabilidad asegurada que justifique el dinero y el esfuerzo que se han invertido en ese negocio.) Un aspecto deliberativo y reflexivo similar puede encontrarse igualmente, o quizá incluso más, en los proyectos que son esencialmente colectivos y cooperativos. Piense en lo que implica construir una casa o un gran edificio público, como una galería de arte4 o un Parlamento5, donde muchas personas participan en una deliberación continua sobre cómo avanzar el trabajo y cómo lograr una coherencia global en la forma final de lo que se está creando. Otro ejemplo más es el de un equipo de abogados que preparan un caso para algún litigio importante y después lo defienden en el debate o el juicio, y, al final, si es necesario, en el recurso de apelación.
Incluso los proyectos más individualistas, como la escritura de una monografía con un solo autor, a menudo involucran muchas consultas con otras personas (de hecho, habitualmente es así en los proyectos que tienen éxito). Pueden realizarse presentaciones de algunas secciones para la lectura crítica por parte de los colegas o seminarios para la discusión de algunas ideas que se están desarrollando pero aún no están bien definidas por escrito. Una característica definitoria de las cosas que se hacen deliberadamente es que implican deliberación. La deliberación a menudo se lleva a cabo más eficazmente de manera interpersonal que en un soliloquio. Pensamos mejor cuando ponemos a prueba nuestros pensamientos con otras personas.
Otro caso pertinente se da cuando uno se pregunta si debería solicitar un nuevo trabajo; o cuando a uno le han ofrecido un nuevo trabajo, por ejemplo en un lugar alejado de donde vive ahora, y se pregunta si debería aceptarlo. Nadie puede estar seguro posteriormente de que la decisión que finalmente se tomó no se vio influida por factores irracionales o inconscientes, pero eso no ayuda en el momento de la deliberación. Pues, en ese momento, lo que se necesita es una reflexión sobre las razones que hacen que algo parezca lo correcto o lo mejor que se puede hacer dadas las circunstancias, frente a las razones que apuntan en el otro sentido, en contra de hacer eso en ese momento o en general. En la medida que uno tome consciencia de alguna motivación subconsciente que pueda estar influyendo la decisión hacia la que se inclina, lo sensato en ese momento es sacarla a la luz. Entonces puede abordarla para evaluar si merece alguna consideración seria a la luz de la razón y, si es así, cuánta y en qué sentido. En todas esas reflexiones sobre qué hacer, las consultas con los amigos y los colegas apropiados pueden ser una inmensa ayuda.
2. TIPOS DE RAZÓN
Se ha dicho ya suficiente para dejar claro que un interés en el razonamiento práctico es un interés en cómo las razones que son justificativas influyen en cómo se decide actuar. La reflexión sobre ellas también requiere una reflexión sobre las razones explicativas, y es poco probable que alguien que carezca de un interés en las biografías humanas o en las novelas, las obras de teatro o las películas tenga mucho que aportar a una comprensión del razonamiento práctico. Sin embargo, la reflexión crítico-racional sobre la manera como las razones pueden constituir incentivos válidos para la acción, o pueden alejar de ciertas acciones o conductas, es el tema del presente trabajo, y las razones explicativas solo ocupan el lugar necesario pero secundario que ya se ha indicado.
Se puede diferenciar entre tipos de razones de varias maneras. Una de las divisiones se refiere a su direccionalidad. Aquí identificamos diferencias entre las razones concernientes a uno mismo, las razones concernientes a otros y las razones concernientes a la comunidad. Otra se refiere a su contenido: algunas se refieren a lo que es bueno para nosotros simplemente en cuanto que animales que tratan de permanecer con vida y mantener un bienestar corporal, otras se refieren a valores más abstractos que nos importan especialmente en cuanto que seres humanos. Independientemente de si estas razones son concernientes a uno mismo, a otros o a la comunidad, tienen un contenido ideal más que material. En el ejemplo de la escritura de un libro que se consideró en los párrafos introductorios de este capítulo, las motivaciones concernientes a uno mismo incluían el orgullo de la autoría, la preocupación por la reputación y las posibles ganancias económicas de la publicación. Las motivaciones concernientes a otros se referían a los compromisos con otros (que eran tanto contratos legales como promesas personales), es decir, la fundación que otorgó la beca de investigación, la universidad que administraba la beca y el editor que había asumido la publicación del cuarteto de libros. También había obligaciones no contractuales hacia colegas que facilitaron el proyecto, y puede haber una ganancia altamente conjetural hacia las personas en general si por medio del libro se logra una mejor comprensión de la razón práctica y termina por afectar a las acciones de las personas de una manera positiva. La motivación concerniente a la comunidad se refiere al aporte que la obra haga al bien común de la comunidad, en este caso la comunidad de una Facultad de Derecho. Las publicaciones de investigación que ayuden a aumentar o consolidar la reputación o el estatus común del lugar merecen el esfuerzo. Todo esto está relacionado con un contenido ideal: la búsqueda de la verdad. Comprender estar cosas es bueno en sí mismo, incluso aunque no haya ningún otro resultado práctico aparte de esa mejor comprensión.
¿Es una omisión no haber incluido la posible motivación concerniente a uno mismo de la satisfacción que se logrará tras completar el proyecto? La respuesta es «No». La satisfacción no puede ser una motivación antes de que el proyecto haya comenzado. Pues solo es racional sentir satisfacción por completar un proyecto si se trata de un proyecto bueno o razonable, así que considerar la satisfacción final con uno mismo en el proceso deliberativo inicial sería irrelevante.
La contemplación de un trabajo en curso es un caso diferente. Cuando se ha empezado una tarea de larga duración, la expectativa de terminarla y de sentir la satisfacción de verla completada es efectivamente una buena razón para seguir adelante y concluir el trabajo. La contraparte negativa de esto es la insatisfacción por el tiempo y el esfuerzo desperdiciados que uno sentiría si abandonase la tarea a la mitad (o en algún otro punto). De hecho, desde cierto punto de vista, el hecho de que un determinado libro que uno piensa en escribir sea el cuarto de un cuarteto es equívoco. ¿Debe escribirlo o no? Desde el punto de vista del momento presente, tomado aisladamente, la cuestión es si se debe empezar o no una nueva actividad o un nuevo proyecto. Para eso, la expectativa de una satisfacción todavía no es pertinente. Desde una perspectiva más amplia la imagen es diferente, pues este libro representa la cuarta parte final de un proyecto mayor, y satisfacer el deseo de completar todo el cuarteto es una buena razón para seguir adelante, aunque pueda no ser apremiante o incluso ni siquiera muy fuerte. Si, pensándolo bien, los tres libros predecesores han dicho todo lo que realmente merece decirse, es mejor anunciar que la serie está completa como una trilogía y que el plan original de cuatro libros se ha reducido por buenas razones, y no ha sido abandonado por pereza.
Esta cuestión resalta un aspecto diferente del razonamiento práctico: su carácter temporal. Hemos diferenciado entre razones concernientes a uno mismo, razones concernientes a otros y razones concernientes a la comunidad, y también hemos diferenciado entre el contenido animal o material de las razones y el contenido ideal. Ahora debemos fijarnos en otras diferencias referentes a las fases del razonamiento. El razonamiento deliberativo precede a la decisión. Las circunstancias frecuentemente nos exponen a dilemas prácticos: si debemos hacer esto o aquello, si debemos hacer esto o no hacerlo y, en su lugar, considerar si hay alguna otra cosa que merece más la pena hacer. Hay incluso ocasiones en las que parece que se ha completado todo en un programa de actividades y surge la pregunta: ¿qué hacer ahora? Los titulados que han llegado al final de una difícil licenciatura estarán familiarizados con este tipo de problema práctico (que no es realmente un dilema, y «polilema» es una palabra que no existe y que debe permanecer así). En este punto, se intenta identificar algunas posibles líneas de actuación y determinar qué razones pueden encontrarse que hagan que una u otra merezca la pena. Las razones deliberativas pueden ser de alguno de los diferentes tipos ya señalados. Si más de una línea de actuación es prácticamente posible, entonces la cuestión es si las razones a favor de seguir una de ellas son suficientemente buenas y, si hay que elegir entre dos posibilidades, la cuestión es cuál de ellas tiene mejores razones de su lado. Además de razones a favor, puede haber razones en contra de hacer algo, y a veces revisamos los pros y los contras de una manera bastante cotidiana. En ocasiones, sin embargo, puede haber razones negativas que excluyen hacer esto o aquello, sin importar las buenas razones que podrían favorecer hacerlo. Tales razones «excluyentes»6 tienen una importancia especial en el Derecho y la moral.