Kitabı oku: «El cuerpo en la experiencia psicoanalítica», sayfa 2

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[…] llamamos factor traumático a un estado así en que fracasan los empeños del principio del placer... lo temido, el asunto de la angustia es en cada caso, la emergencia de un factor traumático que no pueda ser tramitado según las normas del principio del placer. (p. 87)

Este nexo entre angustia, desvalimiento ante el trauma y lo no tramitable por el principio del placer, va a ser retomado tanto por Lacan como por Winnicott, cada uno con su estilo, situación que destaco para tomarla como ejemplo del enriquecimiento que pueden aportar diferentes versiones en torno a una cuestión temática.

Encontramos también en Freud (1926) una alusión a la angustia ante la satisfacción masoquista, en la que “el yo retrocede aterrado”, en cuanto que la pulsión de destrucción vuelta hacia la persona propia. Esta idea también puede haber influido en Lacan al relacionar la angustia con el deseo y con el goce (satisfacción masoquista).

Para sintetizar: la última teoría de la angustia en Freud sostiene que la angustia es testimonio del desvalimiento del yo, de su falta de recursos frente a los estímulos, especialmente los pulsionales, así como también el último recurso, que logra ser implementado como señal, para defenderse de esa sobrecarga libidinal (trauma, más allá del principio del placer, tendencia masoquista), poniendo en marcha en ese caso el proceso de la represión.

La angustia en Lacan

Lacan retoma la idea freudiana de que la angustia de castración aparece ante la castración de la madre. A partir de su idea de los tres registros: Simbólico, Imaginario y Real, elabora la idea de falta simbólica, de castración simbólica, como la falta en el Gran Otro representante del orden simbólico. El orden simbólico se instituye a partir de la existencia de una falta. Mientras exista esta marca de una falta, que sería el falo simbólico, está garantizado el deseo y su movimiento de sustitución. Este orden simbólico garante de la falta se correspondería en Freud con el padre de la ley. En Tótem y tabú, Freud nos describe al protopadre, el padre de la horda primitiva, arbitrario y caprichoso, la anti-ley, al cual le sobreviene la muerte en manos de la horda fraterna y la instauración del Tótem, Falo Simbólico, Padre Muerto garante de la ley. De ahora en más, su desmesura, el goce en términos de Lacan, queda interdicto. Hay prohibición del incesto y con esto instauración de la ley y del deseo. El objeto incestuoso debe quedar irremediablemente perdido como objeto de satisfacción pulsional, y el deseo va a estar referido a una falta que va a garantizar su perdurabilidad.

Desde este modelo y tomando elementos del estructuralismo y la lingüística, Lacan reformula el trabajo analítico como el trabajo con el significante, el deseo y su falta: el trabajo con el inconsciente reprimido. Ahora bien, sabemos que en la clínica el “tranquilo” trabajo con la palabra y la asociación muchas veces se interrumpe y es en estas situaciones donde puede emerger la angustia.

Para acceder al enigma de la angustia como fenómeno clínico, Lacan retoma del recorrido freudiano —que ya hemos transitado—, las ideas de Lo Ominoso y de Más allá del principio del placer. La referencia a que algo que debía permanecer oculto, extrañado, se asoma provocando una forma de lo angustioso y lo siniestro, así también la idea de la angustia como testimonio de un más allá del principio del placer.

¿Qué nos dice Lacan? Que ese Gran Otro simbólico, constituido por el deseo ley, el Gran Otro de la falta simbólica, es estructuralmente fallido. Entonces, el motivo de la angustia es que ante la falla —la barradura del Gran Otro simbólico pacificante— vuelve a emerger una amenaza innombrable, representada por la emergencia de lo que Lacan denomina un Deseo en estado puro, sin mediación simbólica. Lacan formula esta amenaza utilizando la expresión “¿qué me quiere?”, donde el me alude a quedar reducido a objeto ante el enigma absoluto del Deseo del Otro.

Por otro lado, Winnicott indica que la conducta intrusiva materna ejemplificaría a la madre que no introduce una falta simbólica, al no ausentarse en un adecuado interjuego presencia-ausencia. Esta hiperpresencia generaría el inquietante “¿qué me quiere?”, el Deseo en estado puro, y la angustia como ese sentirse ser objeto a merced del Deseo del Otro. Esta sería la versión desde Lacan del desvalimiento en el trauma freudiano. Estamos en el más allá del principio del placer, en la emergencia de algo de lo real según Lacan, ante la posibilidad de quedar a merced de la pulsión masoquista según Freud.

Si los padres tienen un deseo de un hijo le otorgan un lugar en lo simbólico. Para Lacan ingresamos como objeto en el campo del Otro, pero ese cuerpo real del recién nacido inmediatamente queda “alojado” en el deseo y comienza a recibir el efecto del significante, de la palabra que lo va tornando sujeto del lenguaje. Se le da un nombre, es alguien para alguien y entra en la cadena significante. Lo siniestro, el asunto de la angustia, es cuando se presentifica ese real alojado en la estructura, al que Lacan llama objeto “a”.

Quiero mencionar un ejemplo clínico que toma Lacan de una paciente de Margaret Little, analista que a su vez fue paciente de Winnicott. La paciente, llamada Frida, era una mujer que no tuvo lugar en el deseo de sus padres, vicisitudes de su historia dejan en ella la huella de no haber significado nada para su padre. Del lado materno, Frida tampoco se siente deseada, más allá del usufructo que la madre puede obtener de ella. Esto la condena a ser ese objeto caído, ese resto, a quedar identificada con el objeto “a”. Usualmente, los padres con su deseo rescatan al hijo de esta posición de quedar identificado al objeto, pero esta operación sólo se produce si a los padres ese hijo les “hace falta”.

Frida, estando en análisis, se entera de la muerte de Ilse y ahí se produce un cambio transferencial, no habla, sólo llora desconsoladamente. Lacan infiere luego que Ilse era alguien en quien Frida sí se debe haber sentido “alojada en su deseo”.4 Little relata sus infructuosos intentos, su utilización de diferentes líneas interpretativas a partir de sus conocimientos sobre el duelo, hasta llegar a su conmovedor relato donde le muestra, de alguna manera, lo dolida e impotente que se siente ante su pesar.

Lacan nos muestra cómo, en este caso, es la analista, Little, la que toca la angustia. Ella también se encuentra en situación de desvalimiento, dado que no le son suficientes sus recursos simbólicos, aquellos que les brindó su formación como psicoanalista. Ella entra en contacto con ese desvalimiento inicial, que sería la verdad última en el ser humano. No importa tanto lo que dice, su formulación desde la palabra, lo que importa es desde dónde lo dice, su posición subjetiva. Es en ese momento que se produce un viraje en la situación transferencial, que es interpretado por Lacan como que a partir de esa angustia del analista, angustia que “no miente”, la paciente registra que hay deseo, deseo en tanto lugar en el Gran Otro, donde ella puede alojar su objeto “a” para dejar de serlo. Se anida en el deseo y recupera su condición de sujeto: la angustia se torna portadora de la autenticidad del deseo.

En sus ideas sobre la angustia encontramos en Lacan desarrollos en torno al acto, al acto analítico, al acting out y pasaje al acto. Estos desarrollos permiten indicar, dentro del quehacer del psicoanalista, algo que va más allá del desciframiento del inconsciente, a partir de poner en relación angustia, capacidad de contactar con el desvalimiento y acto como respuesta singular, irrepetible e inédita ante este contacto. Esta secuencia sería también una aproximación a sus desarrollos en relación a la dirección de la cura.

La angustia en Winnicott

El concepto del desvalimiento del que partimos para observar las perspectivas de cada uno de los autores, adquiere un nuevo sentido en Winnicott si lo relacionamos con su concepción del estado de inmadurez y su lógica consecuencia, la necesidad del medio ambiente facilitador como punto de origen del comienzo y desarrollo de la subjetividad.

Madre medio ambiente, que permite la experiencia de “omnipotencia primaria”, base de la capacidad de ilusionar, crear y de confiar, de sentirse mago y hacedor de su mundo, y de que la vida se torne real y merecedora de ser vivida. Valor estructurante de la omnipotencia que vela la indefensión. Si hay fallos ambientales en estos tiempos fundantes de dependencia absoluta, donde la posibilidad de ser depende de la posibilidad de depender, hay aniquilamiento en vez de integración, y el bebé se ve mandado a reaccionar ante los estímulos externos y pulsionales que se tornan intrusivos y traumáticos. La intrusión, el reaccionar y el aniquilamiento serían a mi entender la reformulación del desvalimiento y el trauma en Winnicott.

En este estado de desvalimiento por fallas primarias de sostenimiento, la idea de trauma se torna emergencia de las angustias inconcebibles: “caer para siempre”, “despedazamiento”, “falta de relación con el cuerpo”, “falta de orientación”. Winnicott nos aporta la perspectiva de lo que el Gran Otro primordial, la madre, puede hacer para velar el desvalimiento y el trauma en los primeros momentos postnatales. Nos brinda así un modo de pensar las condiciones de posibilidad de constitución del velo simbólico-ima-ginario en Lacan. La función estructurante dada por la experiencia de omnipotencia primaria sería un antídoto del desvalimiento y del trauma.

Así como mediante esta capacidad de ilusión, resultado de la adaptación activa de la madre al gesto espontáneo, el infans ingresa al mundo de manera que se “adueña de la situación creándola”, donde el uso del objeto transicional refuerza esta vivencia de ser dueño de su experiencia. Podríamos decir que la transicionalidad posibilita subjetivar la experiencia. Siguiendo a Lacan, permitir esta ilusión funcionaría como un resguardo relativo a quedar en posición de objeto arrojado al goce. Esta experiencia velaría el objeto “a” de Lacan que debe permanecer velado y alojado en el deseo.

La angustia como señal la encontramos en Winnicott cuando ya hay dependencia relativa, conciencia de la dependencia, constitución de un “yo soy”; entonces la angustia emerge como señal y como producto de esta misma conciencia de dependencia. Esto en relación a la clínica, nos brinda valiosos aportes: tener en cuenta la dependencia y su valor en el tratamiento psicoanalítico; la vulnerabilidad del ego para evitar realizar “interpretaciones inteligentes”, pero que tendrían efecto de trauma si el paciente no está en condiciones de “crearlas al hallarlas”; y el uso de los fallos del analista para que emerjan en la transferencia esos traumas tempranos, fallos que pueden ser registrados y hablados por el paciente, dado que ahora él está presente y que en el fallo original fue aniquilado.

Winnicott nos aporta un tercer espacio, el espacio transicional que tiene la originalidad de centrar la mirada en “el entre” y lo que allí se produce como creatividad, juego, metáfora. Creemos que esta idea puede ser pensada también como un aporte epistemológico. La condición esencial para la constitución de la transicionalidad es para Winnicott la posibilidad de “Tolerar la paradoja”. ¿En qué consiste tolerar la paradoja? Para Winnicott es una cuestión de mirada de posicionamiento respecto de la pregunta que no debe formularse en términos de lógica de oposiciones. La propuesta es utilizar este posicionamiento al poner en relación las ideas de: trauma, la emergencia de lo real, aniquilamiento y angustias inconcebibles, como tres versiones de la angustia como testimonio del desvalimiento. Si las abordamos como conceptos, desde una lógica de oposiciones, delimitamos sus diferencias, tarea que es indiscutiblemente fructífera y necesaria.

Propongo otra alternativa no excluyente. Abordarlas en una “puesta en relación”. Si nos preguntamos qué se genera entre trauma, presentificación de lo real, intrusión, reacción y aniquilamiento, podemos pensar que se produce un efecto metafórico, lúdico, una apertura a una multiplicidad de sentidos. El sentido de cada concepto no se pierde, pero sí puede enriquecerse con los matices que le aporta este inter-juego. Adquieren en esta puesta en relación un “espesor metafórico” que considero de valor para el trabajo clínico.

He encontrado en el filósofo contemporáneo Richard Rorty, una perspectiva que considero afín a estas consideraciones. Este pensador propone el cambio de lo que considera viejos léxicos, donde se jerarquizan perspectivas de carácter metafísico tales como el descubrimiento de lo verdadero y lo falso, como el fundamento de la búsqueda del pensamiento, por un nuevo léxico donde las teorías adquieren el carácter de descripciones o de creaciones metafóricas realizadas por una persona a partir de sus determinaciones y contingencias. Encuentro que esta perspectiva desacraliza las teorías para que éstas pasen a configurar “conmovedores intentos humanos de recrear viejos interrogantes”. Desde esta óptica, estas versiones en torno a la angustia se vuelven conmovedores testimonios de cómo cada autor se encuentra, bordea, atraviesa la angustia en su práctica. Nos transmiten más que un saber una sabiduría singular producto de su singular trayectoria.

Quiero destacar el hecho de que, a partir del inter-juego propuesto, la angustia, afecto, testimonio y reminiscencia del desvalimiento, aparece en estos autores como fundamentación de un quehacer del analista que trasciende su función interpretativa del deseo inconsciente. En Lacan esto último fue llamado clínica de la angustia, clínica de lo real, donde la posición del analista que ha atravesado la angustia es el verdadero operador eficaz en el proceso, según lo acredita el ejemplo de Margaret Little. En Winnicott podemos encontrar esto en sus formulaciones en torno a la capacidad del analista de discernir cuándo interpretar un deseo y cuándo escuchar la necesidad en términos de lo que él llama “necesidades del ego”, en sus conceptos de utilización de los fallos del analista para acceder a los fallos primarios y a las angustias impensables. También, en su idea de sostén y manejo en el tratamiento de la conducta antisocial, tema que considero interesante de pensarlo en relación con los desarrollos de Lacan respecto del acting-out.

Si destacamos en la angustia su carácter de afecto ante la ausencia de recursos, vemos como su inclusión en el proceso de un análisis convoca al desafío para el analista cuando se encuentra sin recursos consabidos, cuando su clínica lo enfrenta al ejercicio de la creatividad, a su posibilidad de jugarse en el inevitable “acto o gesto espontáneo” que todo proceso analítico demanda. Se abre un campo de indeterminación del quehacer psicoanalítico más allá del trabajo con el determinismo inconsciente. Si las teorías, el saber consabido, es utilizado para obturar la angustia en el quehacer clínico, no hay lugar donde, a partir de ésta, cada analista cree su propio acto, recreando el psicoanálisis en su práctica, condición imprescindible de su eficacia y autenticidad.

Concluiremos con una cita de Freud (1926): “Cuando el caminante canta en la oscuridad, desmiente su estado de angustia, mas no por ello ve más claro” (p. 92). La apariencia de contradicción (referido a las teorizaciones) es que tomamos rígidamente unas abstracciones y destacamos de lo que sí es un estado de cosas complejo, ora un aspecto, ora el otro.

FUNCIÓN ANACLÍTICA Y DESTINOS PULSIONALES ANTE LOS DESAFÍOS DE LA CLÍNICA ACTUAL

El psicoanálisis inaugura la idea de inconsciente como un desconocimiento estructural humano. A la idea de desconocimiento y de división subjetiva se agrega la de que el desconocimiento apunta a deseos sexuales perversos polimorfos. La asociación libre configura el dispositivo de acceso a esos deseos reprimidos. Los sueños y actos fallidos son la vía regia de acceso a esa dimensión deseante que es puesta a trabajar en el análisis. En este contexto, psicoanálisis es hacer consciente lo inconsciente, llenar las lagunas mnémicas, adquirir un saber referido a los deseos sexuales inconscientes.

La transferencia y su impronta teórica y clínica viene asociada a la temática de la repetición. Primero como repetición en transferencia de lo olvidado reprimido. Repetición en lugar y como modo de rememoración, conservando el objetivo de rescatar un saber a develar. Por impases teóricos y de la práctica del psicoanálisis, el tema de la repetición se va alejando de la rememoración y del saber, para ir configurando algo que insiste más allá de lo adjetivable por el lenguaje, apareciendo vinculado a cierta tendencia conservadora, inercial. Freud nos habla de las resistencias del Ello, cierta dimensión pulsional no tramitada por el lenguaje, dimensión pulsional que no adviene a deseo.

Si partimos del descubrimiento freudiano en relación a sexualidad e inconsciente, podemos pensar en dos grandes líneas, quizás bajo la incidencia explícita o implícita de Lacan: la del deseo inconsciente y su abordaje por vía de la asociación libre en transferencia, adquisición por esta vía de un saber acerca de los deseos inconscientes reprimidos; y sexualidad y dimensión pulsional, vertiente ligada al concepto de ello a la repetición, a una dimensión pulsional que no advino a deseo. Tema que se viene trabajando desde diferentes líneas y ejes temáticos: dimensión del goce, dimensión de lo traumático, clínica del desamparo, etc.

Considero que puede ser interesante y oportuno en este momento retomar la noción de función anaclítica en Freud (madre nutricia, padre protector) y volver a pensar la pulsión y sus destinos desde esta perspectiva, de igual manera, retomar la noción freudiana de apuntalamiento. Esta línea permite, quizás, algunas convergencias posibles de nuestras teorizaciones y prácticas respecto de desafíos de la clínica actual. Retomar estas nociones nos puede permitir rescatar una perspectiva ligada con desarrollos posteriores. Winnicott fue un pensador que, a mi entender, profundizó esta vertiente freudiana ligada a la función anaclítica y solidaria con la indefensión de la cría humana con su concepto de sostenimiento. Este concepto parte del sostenimiento del infans en los brazos maternos, pero, según el autor, se extiende en círculos concéntricos hasta abarcar las leyes que rigen la sociedad.

Lacan, al trabajar el tema de la angustia, afirma que el humano es primariamente alojado como objeto en el deseo del Otro, condición que queda velada a partir de los revestimientos fálicos, velada su dimensión de desamparo, convirtiéndose el infans en his majesty the baby. Si no es alojado en el deseo, queda identificado al objeto como resto5, uno de los nombres del objeto a, aquello que presentifica el registro de lo real desde Lacan. Es dejado caer “sin morada en lo simbólico”. A la hora actual podemos decir como “homeless de lo simbólico”. En la idea de sostenimiento en Winnicott podemos ver una función simbólica legalizante, así como en el “ser alojado en el deseo, en lo simbólico”, como lo postula Lacan, podemos ver una función de sostenimiento. En ambos encontramos diferentes desarrollos ligados al apuntalamiento necesario de la cría humana para la constitución subjetiva.

Quiero retomar esta idea de sostenimiento como círculos concéntricos que parten de los brazos maternos, continúan con la inclusión del tercero, padre, y que siguen en la familia ampliada y que por último, se extienden en las legalidades que sostienen el funcionamiento social. Es interesante vincular esta idea de sostenimiento con los fallos en la legalidad en el mundo actual. Estos fallos en lo simbólico exponen a situaciones vinculadas al desamparo, a la exposición a la angustia traumática, por déficit de cuidado y protección mínima, por déficit de una legalidad que legitime el cuidado de la indefensión.

Me parece importante pensar acerca de cómo rescatar no sólo el deseo caído bajo la represión, sino la capacidad de desear bajo los efectos arrasadores de la angustia traumática, solidaria de una situación social de desamparo que remeda algo de la situación traumática del nacimiento que nos trae Freud en Inhibición, síntoma y angustia (pensemos en los ataques de pánico hoy, en las enfermedades en el cuerpo, la escisión psicosomática, según Winnicott, como expresiones de angustia traumática), y que coexiste con la angustia neurótica en cada paciente. Estas circunstancias conmocionan los cimientos del dispositivo que nos permite trabajar con el deseo, la asociación libre y la interpretación.

Creo fundamental revalorizar dentro de la función analítica actual el brindar un lugar, un espacio donde el desamparo del paciente pueda sentirse alojado como situación de urgencia. Por eso, sugiero repensar la función de apuntalamiento en Freud, el holding winnicottiano. Saber cuándo trabajar con el deseo inconsciente y cuándo atender a lo que este autor llama necesidades del ego. Atender la dimensión real de la transferencia según Lacan, en relación a la instalación de la transferencia y sus consecuencias en las vicisitudes pulsionales. En la constitución de las condiciones que permiten, a veces, que emerja el deseo inconsciente reprimido, y otras en que éste pueda relanzarse, situación que no ocurre ante la actualidad del trauma.

Creo importante rescatar la dimensión de acting en la clínica actual, como la entiende Lacan, en relación al tema de la angustia, y las elaboraciones de Winnicott sobre conducta antisocial, y sus respectivos aportes acerca del acto analítico y de su manejo, abordajes que brindan elementos para rescatar del desamparo traumático, reinstalando las condiciones que posibilitan el trabajo analítico con la asociación, la palabra y el deseo reprimido. Estos desarrollos permiten pensar una clínica que oferte algo de ese espacio faltante en el entorno social, en su legalidad. Un espacio confiable (función anaclítica), una clínica que sepa de la oportunidad, del momento de sus intervenciones. Que vaya creando las condiciones facilitadoras que posibiliten que el desear se restituya y que el deseo reprimido se relance a partir de la asociación de la palabra, que invite a investir al analista y al psicoanálisis como dispositivo eficaz. Considero que uno de los modos que contribuyen a facilitar estas condiciones radica en la posibilidad de que el analista sepa cuándo intervenir discriminando entre la situación traumática actual epocal y la resignificación individual inconsciente de la misma. Saltear este paso puede incrementar la posición neurótica del paciente. Por el contrario, contribuir en esta discriminación puede constituir muchas veces, una marca inaugural, abrir un espacio confiable que discrimina el fallo del Otro a la vez que considera cómo se posiciona el sujeto ante ese fallo, dependiendo de sus determinaciones inconscientes. Esto lleva a repensar los momentos, los tiempos, los modos de intervención del analista.

Creo que reconsiderar esta perspectiva no nos desvía de la temática ligada al psicoanálisis y la sexualidad, por el contrario, creo que puede tornarnos más sensibles, oportunos y eficaces en su modo de abordaje.

LA ANGUSTIA EN FREUD, LACAN Y WINNICOTT. UN APORTE A LA CLÍNICA DEL DESAMPARO

En el siguiente apartado abordaremos, en una primera instancia, la problemática acerca de la puesta en tensión entre angustias primitivas y angustia de castración. En segunda instancia, nos detendremos en la angustia en la clínica, en un interjuego entre el concepto de acting en Lacan y el de conducta antisocial en Winnicott.

Angustias primitivas y angustia de castración

La interrogante relacionada a los conceptos de angustia primitiva y de castración surge como efecto de los diferentes desarrollos y líneas de pensamiento existentes dentro de nuestra disciplina. Efectos del tiempo transcurrido, entre la creación freudiana y el momento actual del psicoanálisis y del mundo. Plantearnos estas inquietudes es un desafío que nos propone el pluralismo psicoanalítico. ¿Si pensamos en términos de angustias primitivas (Winnicott), cómo pensar la temática de la angustia de castración? ¿Pensar en los fallos en la constitución del narcisismo nos aparta de la temática pulsional?

Recordemos que Freud, en el estudio de la zoofobia introduce el tema de la castración como peligro que, si bien dependía de la libido, remitía a una amenaza: la pérdida del pene vivida como externa. Amenaza ante el deseo incestuoso que pone en marcha el mecanismo de la represión. A partir de 1926, Freud comienza a desarrollar el concepto de trauma como el núcleo de la situación de peligro. Este núcleo “es la situación de insatisfacción en que las magnitudes de estímulo alcanzan un nivel displacentero, sin que se las domine por empleo psíquico y descarga […] análogo a la situación de nacimiento” (1926, p. 130). Una vez que definió este núcleo reconsidera a la angustia ante la pérdida de objeto y a la angustia de castración como determinadas por el peligro del trauma.

Vemos cómo varían las condiciones de angustia acorde a las condiciones del peligro en función de los progresos del desarrollo (Freud, 1926).

El peligro del desvalimiento psíquico se adecua al período de inmadurez del yo, así como el peligro a la pérdida de objeto a la falta de autonomía de los primeros años de la niñez, el peligro de castración a la fase fálica y la angustia frente al súper yo, al período de latencia (p. 134).

Freud vuelve a reformular la pregunta clave: ¿cuál es el núcleo de la situación de peligro? Y responde,

La apreciación de nuestras fuerzas en comparación con su magnitud, la admisión de nuestro desvalimiento frente a él, desvalimiento material en caso de peligro realista y psíquico en el del peligro pulsional. Llamamos traumática a una situación de desvalimiento vivenciada. Tenemos buenas razones para diferenciar situación traumática de situación de peligro. La situación de peligro es la situación de desvalimiento, discernida, recordada y esperada. (p. 155)

La angustia es la reacción originaria frente al desvalimiento en el trauma, que más tarde es reproducida como señal de socorro en la situación de peligro. (p. 156)

En 1933 agrega: “Lo temido, el asunto de la angustia es en cada caso, la emergencia de un factor traumático que no pueda ser tramitado según las normas del principio del placer” (p. 87).

En el trabajo Acerca de la angustia en Freud, Lacan y Winnicott (Canteros, 1998), propuse que la angustia como vivencia de desvalimiento en la situación traumática permitía repensar las angustias primitivas en Winnicott, como nuevas versiones de esa situación aportando una mirada enriquecedora, un espesor metafórico al concepto freudiano de gran riqueza para el trabajo clínico. Este sería un primer enlace entre el concepto de angustias primitivas y angustia traumática. Primer enlace con el pensamiento freudiano.

En ese trabajo incluí en el interjuego lo que considero la versión de desvalimiento traumático en Lacan. En mi lectura, Lacan continúa el giro en el pensamiento freudiano que lleva a la formulación de que la verdadera angustia de castración se da ante la castración de la madre. A partir de este giro desarrolla sus ideas acerca de la Castración del Otro simbólico, concepto que en este autor marca el fallo estructural del orden simbólico, y la asechanza también estructural del Más allá del principio del placer. Para decirlo en términos freudianos, el sempiterno acecho del Padre Gozador ante los fallos estructurales del Padre de la Ley de Tótem Tabú.

Volviendo a Freud, en la primera formulación la castración recae sobre el sujeto, pérdida del pene; en la segunda, la castración recae sobre el Otro materno. La castración de la madre remite al encuentro con la madre pulsional. Ahí aparece la angustia. Dentro de la primera acepción distinguimos la angustia de castración, como propia del terreno del complejo de Edipo correspondiente a la etapa fálica, en el que se instituye el superyó. En cambio, en las angustias primitivas de desintegración, de intrusión, de separación corresponderían a los fallos en la constitución del narcisismo, efecto de traumas primarios por falla de sostenimiento previo al estadio edípico, y a la temática de la castración. Si incluimos la segunda acepción de castración, donde la castración se corre del lado del sujeto al lado del Otro, las angustias primitivas ligadas sin duda a la constitución del narcisismo, a sus fallos, no dejan de articularse a la cuestión de la castración y la irrupción de la pulsión como traumática, incluyendo la temática de la intrusión pulsional de la madre por ausencia de mediación simbólica en el psiquismo materno.

Este déficit de castración simbólica en la madre la llevaría a exponer al infans en un encuentro a destiempo con la Castración del

Otro6. Este encuentro incide en la estructuración psíquica, en la constitución del velo simbólico imaginario (Lacan), en la estructuración del narcisismo, generando efectos de escisión, afectando la instauración de la represión primaria (Rousillon) fundante del Inconsciente. Dejo planteado este tema que puede dar lugar a interesantes reflexiones.

Si nos remitimos al entorno social, el discurso social actual coincide con esta figura de la castración del Otro simbólico, de la legalidad y su función de sostenimiento social. Estamos a merced de quedar en posición de objeto ante el goce del Mercado, ante la sobrecarga de estímulos inasimilables, efecto de las nuevas tecnologías, de los medios y de una compleja serie de fenómenos políticos y económicos, frente a los que podemos quedar expuestos a situaciones de desvalimiento traumático7.

Otro aspecto a considerar es la incidencia de los medios en una particular modalidad del tratamiento del dolor humano. Éste es alternativamente exhibido, ocultado y silenciado. Las imágenes del terrorismo y la guerra con Irak son un ejemplo de la “globalización” de este tratamiento del dolor humano, de su manipulación. Nos hallamos ante un vacío de la función de validación empática del dolor8, a la vez que padecemos sus efectos. Esta situación contribuye al incremento de la amenaza de desvalimiento traumático.

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