Kitabı oku: «El cuerpo en la experiencia psicoanalítica», sayfa 3
La angustia en la clínica
Ante este marco epocal, ¿cómo repensar la cuestión de la angustia en la clínica? ¿Qué hace un analista en su clínica ante la angustia? A veces, nos encontramos con pacientes que sienten intensas angustias. Otras, con la ausencia de angustia como afecto vivenciado por el paciente y el registro de la angustia del lado del analista, soportado a través de la contratransferencia, como sucede en las patologías de escisión, en la obra de Winnicott, y como aparece en el terreno de la psicosomática.
¿Qué hace un analista ante estas situaciones? ¿Interpreta sentidos? ¿Introduce construcciones a través de la palabra? ¿Verbaliza el registro afectivo nominando el afecto? ¿Interviene de otros modos ante este registro, además de verbalizar o, a veces, en lugar de verbalizarlo?
Desde diferentes líneas teóricas dentro del psicoanálisis, entre las que se inscriben Winnicott y Lacan, ante ciertos desafíos clínicos donde aparece la angustia del lado del analista, nos encontramos con un quehacer del analista que puede incluir o no la palabra pero, en tal caso, no en tanto su valor como vehículo de un sentido reprimido o construido. Dentro de esta línea de intervenciones, encontramos las ideas acerca del acting y el acto analítico en Lacan y las de sostén, manejo y confiabilidad del marco en Winnicott, ideas entre las que he trazado un puente en capítulos anteriores.
Recordemos que Winnicott en la conducta antisocial invita a detectar la esperanza contenida en la agresividad o molestia del antisocial, que busca recuperar los cuidados hogareños del sostén arrebatado. Un sostén vivenciado y que fue abruptamente perdido en un momento madurativo en que se esboza la capacidad de registrar la deprivación ambiental. Ante estas situaciones postula el valor del manejo, que consiste en ofertar un sostén firme que sobreviva a los embates de agresividad. Lo esencial es recuperar la confiabilidad del marco a través del manejo adecuado. Esta capacidad de manejo dependerá del modo de tramitación de la angustia del analista ante estos desafíos.
Dentro de su teoría acerca de los tres registros: Simbólico, Imaginario y Real, Lacan entiende el “acting” como un llamado al “Gran Otro de la Ley”, del “Orden Simbólico”, como una interpelación al Otro al sentirse a merced de quedar identificado con el “resto”, el “desecho”, una de las versiones del objeto a, sin morada en lo simbólico. Interpelación que toca el enigma humano acerca del lugar en el Deseo del Otro.
Podemos ver en ambas descripciones, más allá de las diferencias intrateóricas, una amenaza de “exclusión”, de “caída”, de “desalojo”, y un llamado angustioso de sostén. Ante este tipo de cruces interteóricos, podemos plantearnos si no hay un riesgo de caer en un reduccionismo, donde se pierde la riqueza que cada concepto guarda dentro de la coherencia intrateórica. En mi opinión, estas críticas, si bien pueden responder a un deseo de preservar la claridad conceptual, pueden surgir ante un temor al borramiento de las diferencias entre los conceptos, efecto de la utilización de una lógica binaria basada en el principio de no contradicción, profundamente arraigada en nuestra condición de sujetos modernos provenientes de una tradición de pensamiento occidental regida por una lógica identitaria. Por ello, propongo la utilización de una lógica que trascienda el binarismo. Una lógica que “tolere la paradoja al modo winnicottiano” para abordar la intertextualidad dentro de las diferentes teorías vigentes hoy en el psicoanálisis.
En La angustia en Freud, Lacan y Winnicott (1999) sostuve que esta lógica que tolera la paradoja permite que se produzca un interjuego —en este caso Winnicott-Lacan— productor de un plus de significación; un “espesor metafórico” que enriquece nuestro trabajo clínico. Además de marcar diferencias desde la lógica identitaria, con la lógica que rige la transicionalidad, podemos rescatar los matices que aporta cada perspectiva, cada punto de vista. Hablar de matices nos lleva a ir más allá del logos, a establecer puentes entre lo inteligible y lo sensible. Accedemos de este modo a otro pensar, un “sensible pensar” tan necesario en el mundo actual y en la clínica actual.
Creo que de este modo nos inscribimos dentro de corrientes actuales del pensamiento contemporáneo, que nos traen una dimensión lúdica del pensar y una toma de distancia con el pensamiento sistemático regido exclusivamente por la razón y por lógica de la identidad. En el artículo La resistencia del pensar (2006) Cragnolini trae la idea de “razón imaginativa”. Sostiene que la razón busca lo universal, en tanto “La imaginación multiplica perspectivas, recoge sentidos diversos, teniendo en cuenta precisamente las singularidades; lo característico de una idea de razón imaginativa sería la posibilidad de abarcar sin síntesis, sino en estado de tensión constante ambos aspectos, lo universal y lo singular […]”
Y agrega:
Lo propio del perspectivismo […] la generación de perspectivas implica la posibilidad del cambio de las mismas, de acuerdo a las circunstancias y a su valor “al servicio de la vida”. Esa necesidad de los nihilistas decadentes (Nietzsche) de detenerse en los “extremos” es una voluntad de aseguramiento de lo real […] enmascarada en la idea de voluntad de verdad. El carácter provisional de las perspectivas […] no busca seguridades últimas, fundamentos […] opera a partir de un continuo movimiento que genera sentidos como modo de enfrentamiento con lo caótico, pero que recrea esos sentidos en una tarea continua de disgregación de los mismos. (p. 20)
Pensar desde la Shoa significó un llamado a cuestionar ese pensar instituido.
Volviendo a la relación entre acting y conducta antisocial, vemos también en ambos autores una propuesta de un quehacer por parte del analista que va más allá de la labor interpretativa. Así como Winnicott nos habla del manejo y de la confiabilidad del marco, Lacan comienza a desarrollar sus ideas en torno a la angustia del analista y del acto analítico, como modos de ofertar ese sostén en el deseo que muchas veces define un proceso analítico.
Es significativo que Margaret Little, prestigiosa analista paciente de Winnicott, sea tomada por Lacan en el Seminario de la Angustia, como ejemplo de lo que un analista hace cuando puede contactar con la angustia en su clínica, tramitarla y transformarla en acto creativo. Recordemos a Frida, una paciente de Little. Era una mujer que no tuvo lugar en el deseo de sus padres. Estando en análisis, se entera de la muerte de su amiga Ilse y ahí se produce un cambio transferencial, no habla, sólo llorar desconsoladamente.
Little (2017) relata sus infructuosos intentos, su utilización de diferentes líneas interpretativas intentando utilizar todos sus conocimientos sobre el duelo brindados por su formación:
Nada de esto la alcanzaba, estaba totalmente fuera de contacto […] Después de cinco semanas, su vida estaba en peligro, ya sea por riesgo de suicidio o agotamiento, de alguna forma tenía que llegar a ella. Por fin le dije lo muy doloroso que era su angustia, no solo para ella y su familia, sino que para mí. Le dije que nadie podía estar cerca de ella en ese estado, sin verse profundamente afectado. Yo sentía pena con ella y por ella en su pérdida. El efecto fue instantáneo y muy grande. En menos de una hora se tranquilizó, se tendió en el diván y lloró tristemente. (pp. 114-115)
Lacan nos muestra cómo en este caso es la analista la que toca la angustia. Ella también se encuentra en situación de desvalimiento, dado que no le son suficientes sus recursos simbólicos, aquellos que le brindó su formación como psicoanalista. Little entra en contacto con ese desvalimiento inicial, que sería la verdad última en el ser humano. No importa tanto lo que dice, su formulación desde la palabra, lo que importa es desde dónde lo dice. Es a partir de este acto que se produce un viraje en la situación transferencial que es interpretado por Lacan a partir de esa angustia del analista, angustia que “no miente”. La paciente registra que hay deseo, deseo en tanto lugar en el Gran Otro, donde ella puede alojar su objeto “a” para dejar de serlo. Se anida en el deseo y recupera su condición de sujeto. Así, tiene un lugar donde alojar su desvalimiento.
En este punto, recordemos fragmentos del valioso testimonio de Little acerca de su análisis con Winnicott, dado que da cuenta de la posición ante la angustia del propio Winnicott como analista. Dice Little:
Me dejaba entrever lo que un análisis como el mío exigía de él. Exigencia que él estaba dispuesto a atender y no sólo bajo la condición de que el análisis resultara exitoso. Él debía soportar la angustia, la culpa, el dolor y la pena, la inseguridad y la impotencia. Él debía soportar lo insoportable. Debía, además, asumir toda la responsabilidad. (2017, p. 63)
¿No es esta una descripción acerca de soportar lo traumático? Y ¿cuál es el núcleo de la angustia en Freud? La situación de desvalimiento ante el trauma. El hallarse sin recursos en situación de desvalimiento ante los estímulos, especialmente los pulsionales. No poder tramitarlos por el principio del placer.
Estos fragmentos dan cuenta de cómo la angustia, lo insoportable a soportar va quedando del lado del analista. Éste genera efectos al poder albergarla en la transferencia y poder transformarla en sensibilidad, capacidad de inquietud, responsabilidad y en acto creativo. Esto llevó a Winnicott, según relata Little, a poder soportar el silencio y el llanto, a quitarle las llaves de su auto; a llamar a una amiga para que la sostenga. Y también lo llevó a internarla. Desde la posición subjetiva de poder estar sin recursos consabidos e ir creando su clínica y sus aportes.
Vemos cómo se abre un campo de indeterminación de nuestro quehacer, más allá del determinismo inconsciente, campo que la clínica de la angustia torna imprescindible. Podemos preguntarnos ¿cuál podría ser un denominador común de este quehacer? ¿Sería un quehacer que “aloja”, le otorga heim, hogar, morada a lo unheimlich, núcleo traumático, objeto a? ¿Dónde lo aloja? En la transferencia, brindando holding, soportando la transferencia, alojando en ella, incluso, la angustia no sentida por el paciente realizando su acto, su gesto creativo en el devenir transferencial.
Este quehacer del analista que brinda un lugar para alojar lo traumático establece una diferencia frente al efecto desubjetivante del entorno epocal, que amenaza con exclusión, desempleo y desalojo. Esta diferencia genera efectos de subjetivación, brindando confianza y credibilidad9.
Creo que este interjuego entre la perspectiva de Winnicott y la perspectiva de Lacan nos permite, en la dirección de la cura, tener en cuenta la importancia de que el encuentro con esa dimensión traumática de la condición humana ligada con la dimensión pulsional se produzca en el punto del proceso, que permita que la angustia dé lugar al nacimiento subjetivo y no a una reiteración traumática en transferencia. Detectar el cuándo y el cómo se da ese encuentro en la clínica define, muchas veces, el destino del proceso analítico. Creo que cuando Winnicott nos habla de holding apunta, precisamente, a poner en primer plano esta cuestión. Sus ideas de ilusión, omnipotencia, estructurantes, el ser femenino y el hacer masculino, el respeto al ritmo del paciente, el valor de la identificación sensible, el valor de tolerar la paradoja, como base de la transicionalidad. La utilización de los fallos del analista como modos de ir subjetivando en transferencia son aportes invalorables que enriquecen este aspecto fundamental del proceso analítico; los modos y efectos del encuentro con lo traumático. Le debemos al pensamiento de Lacan el acento en el carácter estructural del fallo del Orden simbólico, de la legalidad y el inevitable encuentro con “eso” traumático, esa dimensión de objeto que, a veces, pero no siempre, se ubica en el fantasma y que un análisis debe intentar llevar al punto de tornarlo causa de deseo. Creo que Winnicott enriquece esa clínica donde no se logró estructurar el fantasma y donde la amenaza de quedar identificado al objeto se consumó, dejando secuelas de escisión.
¿Podemos pensar que a veces las adhesiones teóricas inclinan unilateralmente la perspectiva hacia el extremo de velar excesivamente lo traumático, con un aporte que abusa del sentido sin considerar el límite de lo historizable, o con un holding mal entendido propiciando un análisis interminable o hacia un exceso opuesto que, pretendiendo generar efectos de corte apure el encuentro con lo traumático, sin el tino y el tacto que requiere la singularidad de cada encuentro? ¿Podemos pensar que los nombres de “angustia primitiva”, de “aniquilación”, de “desintegración”, de “angustia señal” serían los nombres de esa vivencia testimonio de cómo se dio ese encuentro en cada sujeto? Estas ideas nos permiten pensar en la posibilidad de incidir en la constitución de la angustia, señal deficitaria o inexistente en el psiquismo de algunos pacientes, tema preñado de consecuencias en el terreno de la psicosomática, según lo he podido comprobar en la clínica con pacientes que padecen alergia y asma en la que investigo desde 1973.
El contexto epocal nos lleva, hoy más que nunca, a reconsiderar y a revalorizar el incluir en nuestro quehacer ese “alojar en transferencia”, aportando esa dimensión de espera ausente en el discurso social. Incluir esa paciente dimensión de espera que va construyendo un paciente de análisis. Poder estar sin recursos, sin echar mano a los recursos consabidos para obturar la angustia. En ese caso, estos “recursos” pueden obturar nuestra creatividad, e ir creando el modo de intervención oportuno a la singularidad de cada encuentro e, incluso, llevar a reiterar la situación traumática en transferencia. Este es un punto de urgencia de nuestra clínica actual.
Me interesa contribuir con estas reflexiones a la idea de que fortalecer el pensamiento psicoanalítico cursa por poder tomar el aporte de cada perspectiva en una tarea interteórica dentro del psicoanálisis e interdisciplinaria con otras corrientes del pensamiento contemporáneo. Creo que lo que hoy está en juego es la dimensión subjetiva de la condición humana y el motivo es suficientemente fuerte como para que nos escuchemos entre nosotros y escuchemos a otros, que es escucharnos también como otros; marca fundacional de la creación freudiana, comprometidos en un esfuerzo de recreación constante de nuestra teoría abonada por nuestra práctica clínica.
APUNTES ACERCA DEL SUJETO, EL EGO Y EL SELF. PUNTUACIONES PARA PENSAR LA CLÍNICA DESDE DISTINTAS PERSPECTIVAS
La idea de sujeto es solidaria del concepto de Inconsciente.
Es el sujeto de deseos reprimidos, no sabidos pero actuales y activos, el que entra en conflicto con las aspiraciones conscientes, aspiraciones del yo, marcados por el Ideal del Yo o Súper Yo. Lo anterior, subraya la escisión estructural humana, el inconsciente. De ese modo se pone en cuestión la idea de individuo, de coherencia, de autoconocimiento, de psiquismo igual conciencia. De ahí la herida narcisista que representó el descubrimiento del Inconsciente.
En Lacan el inconsciente denota la sujeción al Otro del lenguaje a los significantes que alienan a la vez que constituyen a ese sujeto. Desde la perspectiva estructural, sujeto es un lugar entre S1 y S2, lugar evanescente que se manifiesta en los equívocos del lenguaje y que convalida la utilización de la asociación libre como método en el ejercicio del psicoanálisis. Sujeto barrado como vacilación subjetiva ante la emergencia de esos equívocos; vacilación del desconocimiento yoico en tanto desde “ese yo se cree saber lo que se dice”.
Cuando hablamos de sujeto, hablamos de deseo. Damos por sentado una estructuración psíquica. Un aparato psíquico compuesto por instancias, ya sea que consideremos la primera o la segunda tópica freudiana.
Esta estructuración lleva implícita una legalidad que da cuenta de esa estructuración. Esta legalidad puede ser descripta desde Freud en términos de represión, atravesamiento del Edipo y constitución del Ideal del Yo o Súper Yo. En Lacan, en términos de función simbólica de Nombre del padre y Metáfora paterna. Redescripciones de una legalidad siempre fallida, pero vigente en tanto permite una estructuración psíquica y la existencia del deseo y la represión.
Winnicott nos habla de necesidades del ego, idea aplicable a la extrema inmadurez, al hilflosigkeit freudiano, a la extrema dependencia de la cría humana y al riesgo inminente de trauma ante la ausencia de un Otro primordial que sostenga la inmadurez, la asista. Es una idea aplicable a la asistencia de los estados ligados al trauma, al dolor más que al deseo y al conflicto. Al trauma como factor desestructurante, desubjetivante. En su teorización, necesidades del ego quiere decir necesidades ligadas a la dependencia del Otro, efecto del estado de inmadurez y/o de amenaza de desvalimiento traumático. Aquello que el Otro debe registrar y aportar para la consecución del proceso de subjetivación. Ese aporte Winnicott lo llama sostenimiento. El desarrollo del ego apunta a considerar la dimensión temporal, el proceso que crea las condiciones de subjetivación.
¿Cómo entender su idea de maduración? Esta idea puede asociarse a una maduración preformada, instintual. Desde una perspectiva estructural se puede desestimar la maduración asociándola a esta primera acepción.
La teoría del desarrollo del ego nos lleva a pensar en un cuerpo inmaduro humano, requerido de significaciones en acto. ¿A qué podemos llamar significaciones en acto?, al cuidado corporal, al holding, al handling necesario, imprescindible para cumplir un desarrollo madurativo llamado proceso de integración. La maduración, entonces, se produce en el particular interjuego entre lo que el infans, la nueva subjetividad a construir trae, y lo que el Otro le significa en el modo de asistirlo.
El ego, Yo, alude al carácter de unidad al que conduce la tendencia a la integración. Es aquella parte de la personalidad que logra concebirse como unidad (Winnicott, 1965). El Otro, en los inicios, debe aportar para la consecución del proceso subjetivante la experiencia de ilusión, esa paradigmática experiencia de hallar-crear el objeto. Ese ser uno con la madre que permite velar, desconocer todo registro de diferencia en estado de extrema inmadurez (yo-no yo, interno- externo). Primero, ilusión estructurante, condición de ir subjetivando acompañado de una progresiva desilusión estructurante que permite el registro de diferencias acorde al ritmo madurativo del crecimiento.
El atender las necesidades del ego en la clínica permite considerar si hay un ego que logró diferenciarse, o que no llegó a este estado. No alcanzó el “yo soy”. Tener en cuenta esta diferencia, considero que es fundamental para que las intervenciones sean adecuadas. Permiten distinguir cuándo atender al sujeto y trabajar con el deseo, y cuándo atender las necesidades del ego y sostener ante la emergencia del dolor de lo traumático, ya sea que el trauma esté en relación con injurias tempranas, que llevaron a un déficit en la estructuración, o con fallos en el sostenimiento social que producen efectos traumáticos, amenazando las estructuraciones alcanzadas.
Ideas como integración, unidad, pueden despertar resquemores de retorno a la idea de individuo, dejando de lado la escisión estructural contenida en la idea de inconsciente. Aclaremos que, en este contexto, integración del yo como unidad, implica la posibilidad de delimitación del otro materno con quien se tuvo la ilusión de unidad. Otro materno que supo “jugar” a ser uno con el infans, para velar la indefensión de la inmadurez y llevarlo a ser uno diferente y diferenciado. Ese logro es efecto de un buen sostenimiento que integra la idea de legalidad y sensibilidad en el modo en que esta legalidad se va ejerciendo.
Si pensamos, desde el marco de la perspectiva estructural, la perspectiva del desarrollo nos permite considerar cómo se va subjetivando esa estructura, tanto en el proceso de constitución subjetiva como en la situación clínica. El self, dice Winnicott, “es el potencial heredado que experimenta una continuidad del ser y adquiere a su propio modo y a su propia velocidad una realidad psíquica y un esquema corporal personales” (1965, p. 59), y que
no es el Yo, es la persona que soy yo y solamente yo, que tiene una totalidad basada en el funcionamiento madurativo. Se halla ubicada en el cuerpo, pero puede disociarse del cuerpo. Se reconoce a sí mismo en los ojos y en la expresión del rostro de la madre como espejo. La vida del self es lo que otorga sentido a la acción y al vivir. (Winnicott, 1991, p. 322)
Entiendo que la idea de self marca una perspectiva que considera que cada subjetividad porta algo único, singular, que debe ser reconocido por el Otro asistente como modo de reconocimiento primario de su alteridad. Reconocimiento en acto, en el trato, en el modo de respetar el ritmo singular, el “gesto espontáneo”.
El rostro materno puede ser el espejo que registra al infans en su singularidad irreductible, o puede no serlo, dado que también puede imponer su propio gesto. Las incidencias clínicas de esta idea permiten ejercitar una escucha sensible, brindar un modo de trato adecuado. En estos niveles, la significación no pasa sólo por la palabra dicha, como con el infans en la etapa pre-subjetiva, sino que en la oportunidad, el tino, el tacto y el modo de sus intervenciones.
EL NACIMIENTO DEL SELF EN LA CLÍNICA. TESTIMONIO DE REIK DE SU ANÁLISIS CON FREUD10
el sentido del self basado en la experiencia de vivir
como una persona aceptada.
(Winnicott, 1991, p. 322)
El buen sostenimiento, la respuesta al gesto espontáneo, y al ritmo personal, brinda la posibilidad de vivir desde el Self, del verdadero self. De sentirse vivo, primer sentido que da sentido a todos los venideros. Da la posibilidad de creer, de confiar y de crear. Los fallos del sostenimiento, el ingreso a la vida desde una posición de sumisión y acatamiento conducen a un vivir desde un ser falso, un reaccionar primario en lugar de un ser y existir, espontáneo, personal. El sentimiento que acompaña este falso self que sucumbió a la defensa de escisión Winnicott lo llama sentimiento de futilidad, escepticismo vital, efecto de no poder creer, de no poder confiar que lleva a sentir que la vida no vale la pena de ser vivida. Sus derivas pueden llevar a las búsquedas vicariantes de sentirse vivo a través del consumo de drogas, de la hiperactividad y de otro tipo de adicciones. También puede llevar a buscar ser atacado y reaccionar, como modo de sentir, de sentirse vivo y real, situación que detectamos en las llamadas patologías actuales. Vemos también el incremento de depresiones, expresión de ese sentimiento de futilidad.
Entorno social y modos de subjetivación
El entorno social y sus cambios geopolíticos, científico-tecnológi-cos, económicos inciden en los modos de darse la subjetividad. Si pensamos con Foucault, en tiempos de la biopolítica, ya no interesamos como individuos a disciplinar como en el Paradigma de la Soberanía sino como integrantes de flujos poblacionales. En tiempos de la soberanía y su versión pater-familia, la amenaza era el castigo ante la trasgresión o indisciplina, en los tiempos actuales la amenaza es ser dejado caer por pertenecer o no pertenecer, a regiones, poblaciones y su relación con las fluctuaciones del mercado y sus necesidades económicas. Bajo esta lógica, la amenaza es el desempleo, la pérdida de competitividad, quedar fuera del sistema, caer en situación de desamparo (Freud), ante la indiferencia del otro del mercado. ¿Qué muestra la subjetividad actual? ¿Que muestra el cuerpo hoy (el cuerpo como sede del Self)?
Hoy escuchamos desesperanza, descreimiento del Otro ante esta situación traumática que en grandes sectores se va naturalizando, y va produciendo efectos de desensibilización, escisión, y refugio en nuevas fantasías epocales de invulnerabilidad. Vemos cierta docilidad patética del self frente a esta amenaza que se manifiesta como una entrega a los excesos de la demanda laboral, incrementados por los efectos de estar permanentemente conectados, efecto de las nuevas tecnologías. Surgen ataques de pánico, depresiones, afecciones en el cuerpo, injuria a las condiciones necesarias para ese sentimiento primario de sentirse vivo y real.
En la actualidad, se complejizan las estrategias en la medida en que se complejizan las relaciones de poder. El poder judicial representante, según Foucault, del paradigma de la Soberanía, donde el soberano castiga la transgresión, hoy retorna y condena, encarcelando a los contrincantes. Nuevos modos de entrecruzamiento entre las estrategias del poder soberano y de la biopolítica. El dejar caer convive con criminalizar al contrincante.
En este contexto, la pregunta que surge es la siguiente: ¿Cómo ejercer hoy el psicoanálisis para atender y responder a este contexto epocal y a sus efectos en la subjetividad? Creo fundamental la plasticidad, la maleabilidad del analista, de su encuadre, como primer modo de respuesta que dice: te escucho tal cual eres y puedes “estar con” y así respondo a tu llamado. Si esperamos al paciente “neurótico clásico” reiteramos otra experiencia donde rige esta lógica del descarte. Creo que es necesario un darse, un brindarse abierto mucho más incierto, un poner el cuerpo como modo de brindar al paciente la experiencia de ser “alojado” en transferencia11, investido. Esta condición, si bien siempre es necesaria, creo que hoy es imprescindible. El paciente de hoy necesita ser escuchado y además necesita ser alojado, condición que lo rescata de la amenazada y los efectos del desamparo contemporáneo.
Debemos abocarnos a revisar la temática del amor en transferencia desde esta perspectiva. El amor como cuidado del otro en el trato singular con cada paciente y en cada momento, pero también, en un “dar lo que no se tiene”, poder estar sin recursos consabidos, pero eso sí, estar, no dejar caer, “sobrevivir”, testimonio de que hay lugar en el deseo. Un más allá de toda posición programática dura. Margaret Little muestra esta temática en su testimonio de su análisis con Winnicott al establecer un paralelo entre el análisis con la señora Sharp, muy adscripta a lo instituido por el psicoanálisis Kleiniano vigente en su época y en su entorno, y el análisis con Winnicott. Lo muestra también en el caso de su paciente Frida. Ella, como analista12.
Si bien el tema del self, solidario de la importancia de la adecuación del otro en Winnicott, surge por su interés por la patología de escisión, creo que es un aporte a tener en cuenta también en el campo de las neurosis. La amenaza de quedar en la situación de desvalimiento traumático forma parte de la vida y siguiendo lo que sostuvimos en relación a la sociedad actual, es una amenaza que también afecta a aquellos pacientes que tienen un funcionamiento a predominio neurótico. Por estas razones me interesa traer el testimonio de Theodore Reik que me parece un verdadero hallazgo.
Una experiencia de hallar- crear el deseo
El testimonio de Reik y su análisis con Freud es a mi modo de ver un ejemplo del ejercicio del análisis que tiene en cuenta la dimensión del self.
Este testimonio de un análisis de Freud por Reik, su paciente, nos permite acceder a un Freud trabajando en los inicios del psicoanálisis, relatado por un analista de la talla de Reik, que participó junto al maestro, en los orígenes del nacimiento del psicoanálisis. Muestra una experiencia psicoanalítica viva. Un Freud creando psicoanálisis. Un Freud real, habitado por su ambivalencia con su vecino vienes Schnitzler, escritor que también incursionaba desde la literatura en la oscuridad del alma humana. Por qué no pensar que es precisamente a partir de conocer su ambivalencia por su autoanálisis que consigue un cierto saber-hacer con ella, a partir del cual capta la ambivalencia de su paciente, sabe del doloroso trabajo de aceptarla y soportarla. Es ese saber que se traduce en la sesión en adecuación y sensibilidad en el modo de aproximar el deseo inconsciente a su paciente.
El self en los comienzos es reunir las condiciones de sentirse vivo. Ese es el primer sentido el que le da sentido a todos los sentidos en la vida. Un sentirse vivo coproducido entre el infans y la madre suficientemente buena, heredero de la adecuación y sensibilidad de la madre. Cada vez que logramos adecuación y sensibilidad estamos dando nacimiento, fuerza, vigor al self del paciente. Cada vez que logramos ejercer el manejo de la transferencia, captando desde una escucha sensible que necesita el paciente, le damos cabida a aquello que no tuvo lugar en los tiempos primordiales del nacimiento del self. Hacemos diferencia en la repetición y generamos una mayor fuerza, intensidad en la capacidad de investir. Dicho en los términos de nuestra convocatoria, facilitamos que el verdadero self se atreva a investir. Vamos construyendo un creer y un confiar que hace que la vida valga la pena de ser vivida.
Reik relata que súbitamente cae enfermo. Le sobrevienen mareos, opresión en el pecho. La más vívida sensación de muerte, se pensó en algo cardíaco. Luego de meses de padecer se lo comenta a Freud, que le dice que no cree que sea una afección cardíaca, era demasiado joven para padecerla. Reik le pide tratamiento a Freud. Hoy pensaríamos en un paciente con un ataque de pánico. A medida que avanza su tratamiento, Reik le cuenta una de sus angustias en relación a su mujer y le confiesa haber conocido a una muchacha que le despierta atracción, y de la ocurrencia de divorciarse para casarse con la joven, afirmando que no se puede divorciar de alguien que está muy enfermo. Le relata que permanece todo el tiempo libre al lado del lecho de su mujer, Freud le dice: “quizás sería mejor quedarse solo un momento, algo así como un cuarto de hora, y luego ir a otra parte, y volver al cabo de un tiempo para permanecer junto a ella solo durante unos instantes”. (Reik, 1956, p. 209)