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3.4 HOMBRES Y MUJERES SOMOS CUALITATIVAMENTE IGUALES PARA CUIDAR

Yendo un poco más lejos, me gustaría hacer esta reflexión: cierto es que una de las diferencias entre europeos y africanos reside en la capacidad para el esfuerzo y la actividad física, solo hay que echar un vistazo a dos ámbitos del deporte: las pruebas de velocidad en atletismo y el baloncesto.

En ambos deportes hay un predominio claro de deportistas afrodescendientes, también lo son la mayoría de medallistas olímpicos de las pruebas de velocidad en atletismo y la mayor parte de los jugadores de la NBA. Ahora, ¿excluimos a los europeos de la práctica de estos deportes? No. No decimos que como los africanos o afrodescendientes están un poco más dotados para estos deportes, estos tienen que ser un ámbito exclusivo para ellos. De ser así, nunca habríamos disfrutado con las hazañas de los hermanos Gasol.

Abrimos el deporte a todas las culturas y, aunque los europeos poco podamos hacer para ganar una medalla olímpica en las pruebas de velocidad de atletismo o para llegar al nivel de Michael Jordan, Magic Johnson, Kobe Bryan o LeBron James en el baloncesto, se nos permite competir. Y competimos muy bien, porque estamos igualmente capacitados; lo hacemos también a un nivel altísimo, profesional, aunque sea un peldañito por debajo de los africanos o afrodescendientes.


No creo en absoluto que las mujeres, por nuestra capacidad para gestar una nueva vida dentro de nosotras, por nuestra capacidad para generar alimento para ese pequeño ser humano, estemos cualitativamente mejor dotadas que los hombres para el cuidado, para dar cariño, para consolar, para enseñar, para criar un bebé. Pero asumamos por un momento que sí, que estas capacidades fueran un poquito mayores, cuantitativamente mayores. Serían, en mi opinión, en todo caso, como las capacidades para el baloncesto de los afrodescendientes, un poquito mayores; pero esto no impide a los blancos jugar con ellos al mismo nivel, estar cualitativamente al mismo nivel. No impide que ambos estén en la misma liga profesional, en el más alto nivel. Por tanto, no tendría sentido, bajo el argumento que defiende que las mujeres están biológicamente mejor dotadas para la maternidad, excluir a los hombres del cuidado de sus hijos y asignar esta tarea exclusivamente a las mujeres como su responsabilidad. Sería como excluir a los blancos de la NBA o de las pruebas de velocidad del atletismo. Porque si nos ponemos a competir, nosotras ganaríamos el oro y ellos la plata en las olimpiadas de cuidar bebés. En la NBA esto no sucede, por eso Pau Gasol y Marc Gasol no fueron excluidos de la NBA, sino que fueron gratamente invitados. Invitemos a los hombres a la NBA de cuidar a nuestra descendencia.

Los hombres son personas, son seres humanos, y humano es cuidar a nuestra prole, como es hacer ejercicio y movernos (de ahí que el sedentarismo provoque problemas óseos, musculares y articulatorios graves). Como humanos, los hombres vienen preparados con todas las capacidades para cuidar, por lo que no tiene ningún sentido excluirlos de esta tarea, y asignársela exclusiva o preferentemente a las mujeres, aduciendo que están mejor preparadas, y limitarlas a ellas a no poder realizar otras tareas de puertas afuera de la casa porque tienen que encargarse de esta. Los hombres son capaces de cuidar a un nivel muy alto, de suficiente calidad, si se les estimulan estas capacidades y no se les educa de un modo que lleve a que se les atrofien. Estas capacidades para el cuidado de los demás funcionan de un modo muy semejante a las lingüísticas: si a un niño no se le habla y no escucha el lenguaje de otro ser humano, no aprenderá a hablar por muy dotado para aprender uno o varios idiomas que esté desde su nacimiento. Si a un niño varón no se le estimulan las capacidades afectivas y para el cuidado —es más, si se le cercenan con constantes «los hombres no lloran», «los hombres no deben mostrar sus sentimientos», «los hombres son duros», «los hombres deben valerse por sí mismos y no pedir ayuda, sino resolver ellos solos sus problemas»—, se le atrofiarán las capacidades emocionales y no podrá cuidar, cuando nació preparado para, con la estimulación necesaria, desarrollarlas plenamente.

Los presupuestos racistas han estado vigentes con fuerza hasta bien avanzado el siglo XX. De hecho, el racismo científico fue una pseudociencia bastante popular entre los siglos XVI y XX, construida deliberadamente para apoyar o justificar un racismo que contó, lamentable y vergonzosamente, con apoyo de gran parte de la comunidad científica hasta la Segunda Guerra Mundial. Este racismo se basaba en este tipo de razonamientos, mantenían que las diferencias observables entre personas negras y blancas eran la prueba incuestionable de que los africanos no eran iguales a los europeos o a los americanos anglosajones, y que eran la prueba de las diferencias en sus capacidades intelectuales. Estos razonamientos racistas defendían que las diferencias anatómicas (fundamentalmente las obtenidas al comparar la forma del cráneo) mostraban que la dotación de los africanos para lo físico era mayor y para lo intelectual era menor. Y, por tanto, con estas ideas, se justificaba que los negros ocuparan la posición de esclavos, puesto que era aquello para lo que su condición era mejor. Porque su naturaleza, considerada no igual a la de los blancos, no los dotaba para ninguna otra tarea. Ahora estos razonamientos nos parecen deleznables y absolutamente falsos, pero son el mismo tipo de razonamientos que se esconden detrás de ciertas ideas machistas, detrás de las ideas que siguen promulgando que las mujeres son diferentes a los hombres y que, en esta diferencia, están mejor dotadas para lo doméstico y para el cuidado, por lo que este es su papel, este es el rol que deben ocupar preferentemente en la sociedad.

3.5 EL VALOR DE HOMBRES Y MUJERES ES EL MISMO

Establecer la igualdad entre hombres y mujeres, es decir, considerarlos a ambos como personas y, por tanto, a ambos con las capacidades propias de las personas (pensar, cuidar, sentir, crear arte, hacer ciencia, política, educar, etc.), el no definirlos con capacidades diferentes, nos lleva a otro concepto, que en mi opinión es básico para la educación igualitaria: el concepto de equivalencia. De nuevo, para explicarlo de un modo preciso, vayamos a la definición de «equivaler» del diccionario de la Real Academia Española:

‘Dicho de una persona o una cosa, ser igual a otra en la estimación, valor, potencia y eficacia’.

Hombres y mujeres somos iguales en nuestro valor, ¿o alguien diría que vale más la vida de un hombre que la de una mujer, o viceversa? Creo que todos diríamos que la vida de un hombre vale igual que la de una mujer. Otra cosa es que aún no estén igualmente valoradas, hecho que ha causado, por ejemplo, la aberrante práctica de los abortos selectivos cuando se conocía que el feto era una niña. Entonces, de nuevo, si la vida de un hombre vale igual que la de una mujer es porque somos iguales.

Aunque hombres y mujeres seamos diferentes en algunas características, aunque haya diferencias individuales que puedan hacer que a una mujer en particular se le den peor las matemáticas, o que a un hombre en particular se le dé muy bien ejercer de líder, esto no confirma en absoluto que los hombres sean más inteligentes para las ciencias o para el poder. Porque también hay mujeres especialmente dotadas para aprender matemáticas, que llegarán a ser excelentes y prestigiosas científicas, y mujeres especialmente dotadas para desarrollar capacidades de liderazgo, que llegarán a ser primeras ministras. Es decir, hombres y mujeres podemos desarrollar, con la estimulación adecuada, cualquier capacidad humana; todos y todas tenemos esa potencialidad y, por tanto, somos equivalentes.

Los niños y niñas que empiezan una clase de primero de primaria obviamente son todos distintos, pero son todos equivalentes. Todos y todas tienen el mismo valor y tienen la potencialidad de desarrollar todas sus capacidades a un nivel suficientemente bueno, aunque haya niños y niñas que destaquen especialmente en alguna capacidad, aunque cada uno tenga un ritmo y necesite una estimulación distinta. Todos y todas pueden llegar a desarrollar bien las capacidades intelectuales del nivel de primero de primaria. Un buen profesor o profesora lo sabe, cree en esto, ve a sus niños y niñas equivalentes, porque los ve iguales aunque sean distintos. Y por esto los valorará a todos por igual, creerá en que pueden alcanzar los mismos objetivos a un nivel adecuado. Y esta o este profe hará algunas cosas distintas para cada uno; por ejemplo, al niño al que no le salga la erre le pondrá a escribir palabras con erre y a la niña a la que no le salga la ge la pondrá a escribir palabras con ge. Pero será igualitaria en el hecho de que a niños y niñas:

• Los verá como personitas que pueden desarrollar igual de bien las capacidades intelectuales de ese curso.

• Les dará la misma atención y cariño.

• Felicitará igual a un niño que a una niña ante un éxito.

• Ayudará igual de intensamente a un niño que a una niña ante un error, ni más ni menos a unos que a otras.

• Incentivará igual a las niñas que a los niños a participar y a asumir pequeños liderazgos momentáneos.

3.6 SI NO FUÉRAMOS IGUALES, ¿ESTO PASARÍA?

Por último, para terminar de defender la igualdad entre hombres y mujeres, para terminar de defender que ser iguales no es ni ser idénticos ni ser exactamente semejantes, sino ser equivalentes, quisiera que nos hiciéramos estas preguntas:

Si no fuéramos iguales, ante el mismo delito, realizado de la misma manera, con las mismas variables contextuales, deberíamos ser juzgados de forma distinta, ¿no? Sin embargo, no lo somos, así lo recoge el artículo 14 de nuestra Constitución: «Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social».

• Si no fuéramos iguales, no deberíamos tener los mismos derechos, ¿no?

• Si no fuéramos iguales, no habría indistintamente hombres y mujeres desarrollando adecuadamente todo tipo de profesiones, pero hay mujeres políticas, como hay hombres matrones, ¿no?

Defendemos que debe existir una igualdad de trato ante la ley de hombres y mujeres, que ambos deben tener los mismos derechos, porque partimos de la igualdad entre hombres y mujeres. Si la ley debe ser igual para hombres y mujeres, es porque estos son iguales.

Empezar a cuestionar la igualdad entre hombres y mujeres con pejigueras argumentaciones, basadas en haber encontrado en algunos cerebros femeninos pequeñas áreas distintas a las de los hombres (y de ahí establecer que se nos da mal leer mapas y que hablamos más) es un camino peligroso que puede desembocar en discriminaciones hacia las mujeres. Y en que, a pesar de tener los mismos derechos ante la ley o en el papel, esto materialmente no se cumpla, y se quede en papel mojado. En que pasen cosas como que, ante el mismo trabajo, las mujeres cobremos menos. Paremos esto.

Nuestro diccionario ya lo ha hecho, por eso la tercera acepción de igualdad es esta:

‘Principio que reconoce la equiparación de todos los ciudadanos en derechos y obligaciones’.

No tendríamos hombres y mujeres los mismos derechos y las mismas obligaciones si no fuéramos iguales, así que, por difícil que pueda ser reconocerlo, así es: somos iguales y sí tenemos diferencias. Decía Amelia Valcárcel que cualquier pensamiento de la diferencia solo es posible si se basa en una igualdad asumida o tácitamente lograda.

Creo que hablar de lo que nos diferencia a hombres y mujeres, como decía Amelia, solo debe producirse después de haber establecido sin fisuras nuestra condición de iguales. Si no se habla de nuestras diferencias partiendo de nuestra equivalencia, podemos caer en actitudes y argumentaciones propias del racismo, que se llaman machismo. Por supuesto, todos y todas tenemos derecho a ser diferentes, esta es nuestra riqueza y esta es la belleza de la libertad. Pero para que el derecho a la diferencia no sea peligroso debe empezar a partir de la presunción de igualdad entre todos los seres humanos. Sin asumir plenamente el concepto de igualdad entre personas de todo tipo de procedencias y entre hombres y mujeres, es imposible construir justicia. Si no asumimos este concepto de igualdad, nunca trabajaremos para que exista una distribución realmente semejante de estimulación y educación que permita desarrollar las mismas capacidades y el mismo conocimiento a los niños y a las niñas.

Tras todo lo analizado en este capítulo, recordad:

Podemos establecer que hombres y mujeres somos iguales porque semejante es nuestra naturaleza, nuestra condición de ser seres humanos y nuestra calidad, es decir, nuestro valor.

Para llevar a cabo una educación verdaderamente igualitaria, es imprescindible partir de la igualdad entre hombres y mujeres, comprender esta variable que nos define y aúna a todas las personas, a pesar de nuestras diferencias.


CÓMO SE CONSTRUYERON
LOS ESTEREOTIPOS DE GÉNERO

Desde los primeros albores de la historia, la mujer ha aparecido siempre en una situación de dependencia con respecto al varón; el diálogo entre los dos sexos se ha ordenado siempre sobre los ejes de la supeditación de la mujer al hombre en todas las facetas de su existencia.

Magdalena Rodríguez Gil, en La condición de la mujer en la Edad Media

4.1 ¿DE DÓNDE SURGE LA DIFERENTE CONSIDERACIÓN DE HOMBRES Y MUJERES?

En el capítulo anterior analizamos que hombres y mujeres no somos idénticos, pero que no existe base empírica para defender que nuestras diferencias biológicas lleven a que el cerebro de los individuos XY se configure con estructuras psíquicas mejores para pensar, ni que incline de un modo más acusado a la libertad, a la valentía y a las conquistas sociales. De igual modo, no existe base empírica para defender que los individuos XX desarrollen un cerebro cuyas estructuras encargadas de generar razonamientos sean menos aptas, menos hábiles y orienten a ser más frágiles, más sensibles y más frívolas. Como diría Charlotte Perkins: «No hay un pensamiento femenino, el cerebro no es un órgano sexual». No, los cerebros de hombres y mujeres no muestran estas diferencias. Sin embargo, los estereotipos sexistas presentes durante toda nuestra historia las defienden. ¿Cómo se llegó a esto? En este capítulo vamos a explicar el proceso por el que se construyeron, validaron y se han ido perpetuando los estereotipos sexistas.

4.2 ¿CÓMO SE CONSTRUYERON LOS ESTEREOTIPOS SEXISTAS?

Los estereotipos sexistas se construyeron a partir de las diferencias biológicas y genéticas existentes entre hombres y mujeres, que son ciertas, objetivas y objetivables:

• Los genitales de hombres y mujeres son distintos.

• El porcentaje de masa muscular de los hombres es superior al de las mujeres.

• Las mujeres somos capaces de gestar una vida dentro de nuestro útero y los hombres no.

• Las mujeres somos capaces de generar alimento para nutrir a nuestras criaturas en el inicio de su vida y los hombres no.

• El timbre de la voz es más agudo en las mujeres que en los hombres.

• Y paremos de contar, porque no hay mucho más que nos diferencie, más allá de la cantidad de vello corporal.

A partir de estas diferencias biológicas, se inventaron —utilizo esta palabra porque es la que define correctamente el proceso— y se asignaron una serie de características y atributos cognitivos y psicológicos diferentes para hombres y para mujeres. Amparándose en estas diferencias, se definió de un modo distinto a hombres y a mujeres, según lo que se consideró que concordaba con las variables biológicas de cada uno, aunque esto fuera falso. Por ejemplo, al tener los hombres más masa muscular se los definió como más fuertes y valientes y a las mujeres como débiles y frágiles. Al tener las mujeres la capacidad para tener hijos se las definió como más dotadas para el cuidado y lo doméstico. Este fue el origen de los estereotipos sexistas y de definir a los hombres como dotados de más cualidades intelectuales, de mejores atributos psíquicos y, por tanto, superiores. Como vemos, fue un proceso arbitrario que partió de algunas variables físicas.

Siempre que se pretende dominar y ejercer el poder sobre un grupo social, se buscan justificaciones sobre su inferioridad, aunque sean infundadas, y se defienden una y otra vez hasta hacerlas creíbles. A lo largo de nuestra historia, se ha buscado dominar y utilizar a las mujeres, para lo que ha sido necesario defender con argumentos falsos su inferioridad como justificación de que los hombres puedan disponer de ellas a su antojo.

Pongamos otro ejemplo: sería irracional mantener que los hombres que genéticamente tienen menos vello corporal, que son incluso barbilampiños, son mucho más delicados, sensibles, cuidadosos, emocionales y afectivos que los que genéticamente están llenos de pelo en el pecho, la espalda, los brazos y las piernas. Sería absurdo decir que los «peludos» son más brutos, rudos, menos afectivos, más valientes, etc., ¿verdad? En los más de quince años que trabajé atendiendo a mujeres víctimas de violencia de género tuve que conocer a algunos de sus agresores en los juicios a los que acudí para acompañar a las mujeres o para declarar como testigo perito. Puedo asegurar que he visto a muchos hombres «sin pelo» que habían desarrollado una violencia brutal hacia sus exparejas que los terminó llevando a prisión. Y también he conocido a hombres con mucho pelo muy delicados y afectivos. El pelo no dice nada porque las características sexuales secundarias poco influyen en los atributos psicológicos. El pelo del cuerpo no es lo que utilizamos para desarrollar un comportamiento afectivo, ni para empatizar; poco tiene que ver una cosa con la otra. Sin embargo, podría parecer que «pega», que tiene alguna relación, cuando no la tiene. Y a partir de ahí se podría construir una idea que suena lógica, pero que es completamente irracional. De la misma manera, el tener genitales femeninos nada tiene que ver con cómo hacemos operaciones matemáticas ni con las estructuras cerebrales que gestionan nuestras emociones. Igual que los hombres no piensan con su vello corporal, las mujeres tampoco lo hacemos con nuestros genitales. Poniendo un toque de humor, demos un último ejemplo: sería absurdo decir que las personas pelirrojas están mejor dotadas que las no pelirrojas para hacer tarta de zanahoria, ¿verdad? Podría parecer que tiene cierta lógica, pero obviamente es totalmente falso.

4.3 LOS CONCEPTOS «SEXO» Y «GÉNERO»

Para terminar de comprender cómo se construyeron los estereotipos sexistas, necesitamos conocer dos conceptos: el concepto «sexo» y el concepto «género».

Las características biológicas que tenemos por el hecho de presentar genéticamente una configuración XY o XX se denominan sexo. Este viene dado desde el momento en el que se gesta nuestra vida, es natural (no construido por las personas sino por el azar biológico) y está en nuestros genes. El conjunto de características psicológicas y cognitivas diferentes que la sociedad ha asignado a hombres y mujeres se denomina género. Estas son arbitrarias, no tienen una base ni científica ni racional. Son artificiales, es decir, no existen de manera natural, ni real, han sido inventadas por las personas. Estas consideraciones del género femenino como débil, sentimental, frágil, menos racional y doméstico, y del masculino como racional, capaz, valiente, fuerte, duro y orientado al espacio público no se basan en datos reales, sino que se inventaron. Las crearon nuestros predecesores en la historia, los fundadores de las civilizaciones a partir de las cuales se creó nuestra cultura actual. Como dijo Judith Butler: «Los roles masculinos y femeninos no están fijados biológicamente, sino que son socialmente construidos».

El género se construyó desde el principio de nuestra historia de una manera arbitraria y discriminatoria hacia las mujeres. Analicemos esta historia.

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