Kitabı oku: «La promesa de la curación en la medicina tradicional y alternativa», sayfa 3
El estudio de este mercado terapéutico arroja luces sobre la forma de producción, apropiación y reproducción de la oferta y la demanda de sus servicios en contextos urbanos globalizados. Siguiendo la argumentación económica, Stiglitz (1994) señala que una condición necesaria de los mercados es que “asignan los bienes a quienes quieren y pueden pagar el máximo por ellos” (p. 32). En este mercado terapéutico, se establecen y regatean precios por las terapias, se compran materias primas para la elaboración de productos naturales y se venden medicamentos por parte de productores mayoristas a minoristas y de estos a consumidores. Habría que agregar que este mercado provee de recursos económicos a terapeutas que en ocasiones llegan a constituir pequeñas empresas familiares o grandes centros de atención médica, los cuales se conocen en el mercado como ‘centros médicos naturistas’.
Si bien es cierto que este mercado terapéutico urbano se acoge a las reglas de la demanda y la oferta, y que, en efecto, por la prestación de los distintos servicios terapéuticos hay una transacción económica, hay una pregunta que va más allá de este monetarismo básico que tiene que ver con lo que se adquiere como valor simbólico: ¿en verdad es posible pagar por la salud? Lo que aquí se encontró, y este es el aporte que quiero presentar a la audiencia interesada en estos temas, es que los datos del trabajo de campo mostraron que se paga por la promesa de la curación que hace quien ofrece sus servicios, en el marco de estas artes de curar. Esto no quiere decir, de ninguna manera, que muchos de estos terapeutas y sus técnicas curativas no sean exitosos. Justamente, es la promesa de la curación y el éxito de esta lo que les garantiza su permanencia en el mercado de las ofertas terapéuticas.
El concepto de la ‘promesa de la curación’ fue elaborado a partir de los estudios de la pragmática del lenguaje, en particular la propuesta teórica de los actos de habla del filósofo británico John Austin (1990) y del filósofo norteamericano John Searle (1990). De acuerdo con esta propuesta teórica, un “acto de habla” (Searle, 1990, p. 32) proposicional del tipo “yo lo curo” implica que la persona que lo emite “tenga una determinada intención, a saber, cumplir con su palabra” (Austin, 1990, p. 52).
De este modo, la promesa por parte del médico tradicional de lograr la curación del paciente empleando todos los medios que estén a su alcance constituye el elemento simbólico a partir del cual se establecen los términos de las transacciones (Mauss, 1979), económicas o espirituales, entre el médico tradicional y su paciente. Esta promesa a su vez sella la alianza entre médico y paciente comprometiéndolos mutuamente: al médico tradicional a emplear todos los recursos de que disponga para lograr la curación; y al paciente para asumir los costos, en dinero o en especie, que el tratamiento pueda implicar, así como seguir las recomendaciones del terapeuta para recuperar la salud.
Empleando la teoría de los actos de habla,1 en la figura 1 se muestra la manera como en el ‘evento terapéutico de medicina tradicional’ se construye esta relación simbólica.
Figura 1. Actos de habla en la acción terapéutica
Fuente: elaboración del autor.
Analizando la figura 1, vemos que en el punto 1 se definen, de manera general, cada uno de los momentos que componen el evento de curación, los cuales son reconocidos por los participantes que intervienen en él: diagnóstico, pronóstico y tratamiento. Allí se emiten los actos locutivos como ‘consultar’, ‘preguntar’ y ‘responder’, y se establecen interacciones comunicativas o ‘actos proposicionales’ que están en correspondencia con cada uno de los momentos del evento. De esta forma, escuchados los motivos de consulta del paciente, el médico procede a emitir su diagnóstico, que en ocasiones se puede acompañar de la explicación del origen de la enfermedad y lo que el paciente puede esperar del tratamiento sugerido.
En el punto número 2, una vez concluida la escucha de los motivos de la consulta por parte del paciente, el médico tradicional o curandero evalúa las posibilidades de curación y se compromete o no con esta. En caso de comprometerse, hace la promesa de buscar la curación del malestar del paciente. Es el acto ilocutivo. En el punto 3, dadas las condiciones anteriores, se espera que el paciente se cure. Es el acto perlocutivo.
Este análisis comunicativo y pragmático del evento terapéutico de medicina tradicional, presentado en este apartado, escudriña los elementos simbólicos que explican la confianza depositada, social y culturalmente, en sistemas médicos tradicionales, los cuales solo cuentan con el éxito que precede a sus curaciones como fuente de verificación de su acción terapéutica; contrario a lo que ocurre con la medicina diplomada, que sustenta su acción terapéutica en la demostración científica.
Con las ideas expuestas hasta este punto, quiero hacer evidente que la pregunta por estas artes de curar es un asunto de larga duración del cual se han ocupado distintas disciplinas de las ciencias sociales y humanas. Su estudio sirve para dar cuenta de algunos rezagos de sistemas de pensamiento y tradiciones de pueblos milenarios que llegan a las ciudades, para comprender los debates que ha librado el saber médico diplomado en su afán por erradicar lo que ellos consideran creencias no fundadas en la ciencia y cuyas prácticas no tienen posibilidad de comprobación; para analizar los escollos que se tienen que sortear para legalizar e institucionalizar muchas de sus prácticas; para mostrar, como lo señala el profesor Diego Armus (2012, p. 18), “la complejidad de las relaciones entre quienes quieren curar y quienes necesitan curarse”; y, finalmente, para acercarnos a las narrativas sobre la salud y la enfermedad y las historias de vida de quienes acuden a estos terapeutas con la esperanza de alcanzar la promesa de la curación.
Médicos y terapeutas en el mercado terapéutico urbano
Bogotá es una ciudad donde se aglomeran poblaciones venidas de muchos lugares del país y del mundo. Aquí, los contrastes culturales y las desigualdades sociales son notorios. El equipamiento en servicios, aunque es deficiente, va en aumento. Entre los problemas que más aquejan a sus ciudadanos se encuentran la movilidad, la inseguridad y las prácticas de gobierno, frente a las cuales existe un malestar permanente. Sin embargo y pese a estos problemas, sus habitantes apuntan a señalar que es una ciudad de oportunidades.
Como en muchas otras ciudades del país y del mundo, en Bogotá es posible identificar un mercado de servicios médicos y terapéuticos, tanto de la medicina alopática como de la medicina tradicional y alternativa. Los servicios a los cuales hace referencia este libro corresponden a aquellos prestados por médicos y terapeutas cuya oferta se basa en los principios de medicina tradicional (indígena, china, ayurveda), alternativa (homeopatía) y terapias no convencionales (bioenergética). Tal como se advirtió en la introducción de este trabajo, las ofertas combinan sus técnicas de manera aleatoria para cumplir con la promesa de la curación.
En este capítulo se denomina ‘médico’ a quien ha sido formado en alguno de los sistemas de medicina tradicional o alternativa y conoce y aplica los principios filosóficos y los métodos terapéuticos de estos sistemas médicos en la prestación de servicios de atención de la salud y cuidado de la enfermedad. Tal como se ejemplifica en este apartado, algunos son médicos profesionales de la medicina diplomada especializados en el manejo de algún tipo de terapia no convencional. Por su parte, el término ‘terapeuta’ se emplea para nombrar a aquellas personas que conocen y aplican una determinada técnica terapéutica, la cual dista de los cánones de la medicina diplomada y cuyo fin último es aliviar un determinado malestar físico o espiritual.
La inmersión en este mercado permitió identificar las especialidades, las técnicas de intervención, los principios médicos y terapéuticos que orientan la acción médica y sus fuentes de saber, los medicamentos ofrecidos y los precios de sus servicios. Los ejemplos presentados aquí son una muestra de una oferta mucho más amplia existente en el mercado de terapias tradicionales y alternativas que no agotan la gran gama de servicios que se pueden encontrar por toda la ciudad. Si usted ha sido usuario de alguno de estos servicios o conoce de cerca alguna modalidad diferente a las que se mencionan, muy seguramente podrá aumentar la lista. No obstante, de lo que se trata es de proponer algunas categorías que permitan organizar y comprender las dinámicas de este mercado terapéutico. Con arreglo a lo anterior, he aquí la propuesta de clasificación.
Terapeutas de oficio
Son aquellos que sin tener formación como médicos tradicionales o alternativos han aprendido algún tipo de técnica terapéutica mientras sirven como asistentes de médicos de medicina tradicional o alternativa. Prestan sus servicios a partir de la combinación de diversas técnicas terapéuticas reconocidas como parte de la medicina tradicional y alternativa, y derivan su sustento personal y familiar de la prestación de estos servicios.
Terapeutas con formación médica universitaria
Son aquellos que se han especializado en la prestación de servicios de atención de la salud y cuidado de la enfermedad, basados en medicina tradicional y alternativa. Algunos de ellos, concluida su formación en alguna de las facultades de medicina, han obtenido títulos de especialización en medicinas alternativas. Otros han incursionado en el mundo de las medicinas naturales a partir de relacionarse con curanderos indígenas tomadores de yajé. Algunos se han especializado en medicina homeopática, naturoterapia y manejo de esencias florales. Sus maestros o gurús son médicos diplomados que se han apartado de la medicina diplomada en la que fueron formados. Están dedicados de tiempo completo a prestar sus servicios y sus ingresos dependen totalmente de su actividad profesional.
Médicos tradicionales mestizos
Son aquellos que ofrecen servicios de terapias basadas en saberes ancestrales indígenas o campesinos. Aunque no pertenecen a grupos indígenas, afirman estar acreditados por médicos tradicionales de estas comunidades. En esta clasificación podemos incluir a quienes prestan servicios de atención del parto en casa en las ciudades o parteros y parteras, de arreglo de torceduras o sobanderos y de cuidados de la salud basados en el empleo de medicamentos elaborados con hierbas o yerberos. Como los anteriores, sus ingresos dependen de los servicios que prestan.
Médicos tradicionales indígenas
Estos son miembros de comunidades indígenas que se desplazan a las ciudades para prestar sus servicios médicos. En algunas ciudades colombianas como Bogotá y Medellín, los de mayor prestigio son los taitas yajeceros del Putumayo, provenientes de las comunidades indígenas kamsá, inga, siona y cofán. También hay noticia de algunos médicos tradicionales de otras comunidades indígenas como los uitotos y los arhuacos que también prestan servicios de curación. Algunos de estos médicos tradicionales han convertido estas actividades en una fuente permanente de obtención de recursos económicos.
Terapeutas aficionados o cuidadores
Son todos aquellos que a partir de su relación con terapeutas o gurús han aprendido algunas técnicas de curación con las cuales han superado estados de enfermedad, que emplean en sus círculos más cercanos con relativo éxito y que, con el tiempo, les permite algún prestigio como terapeutas. Aunque este no es su oficio permanente, cuentan con algunos pacientes de quienes reciben algún reconocimiento económico.
Gurús de la salud
Médicos diplomados que prestan servicios de medicina tradicional o alternativa acompañada de una prédica organizada sobre la salud, que difunden en libros, portales de internet, programas de tv y programas radiales. El paquete de oferta terapéutica puede incluir talleres de yoga y meditación, y la venta de las publicaciones. Algunos alcanzan prestigio nacional e internacional.
Una característica común de las ofertas identificadas es que trabajan bajo un esquema de acción (De Certeau, 2007) basado en concepciones previas sobre lo que se considera es ‘la enfermedad’, sus orígenes, cuál es la visión de salud y cuáles son sus cuidados. En cada uno de estos casos, la palabra del sufriente es escuchada para ajustarla a determinados principios terapéuticos, los que, por regla general, siempre tienen una explicación a las dolencias. Su éxito se basa fundamentalmente en la cura que alcanzan sus usuarios, quienes son la mejor evidencia de la eficacia de sus tratamientos.
La investigación para este libro logró identificar la existencia de asociaciones de médicos tradicionales indígenas,2 médicos bioenergéticos,3 médicos homeópatas,4 escuelas de formación en medicina tradicional5 dedicadas a la difusión de estos sistemas, así como a la formación permanente de nuevos terapeutas. Igualmente, se evidenció la organización de encuentros y congresos promovidos por universidades, donde se exponen las perspectivas de trabajo de estas prácticas médicas. Estos escenarios son algunas de las formas empleadas para la difusión de su saber y para la consolidación de comunidades de terapeutas.
Terapias y servicios ofrecidos en el mercado terapéutico urbano
A continuación se presentan algunos ejemplos del tipo de terapias y servicios que prestan los médicos y terapeutas identificados en el mercado terapéutico urbano. Aquí, además de caracterizar las perspectivas filosóficas de su oferta, se describe el origen de algunas de las terapias, los productos, precios y las modalidades de atención médica y terapéutica.
Cuando la terapia es un oficio: el plasma o la terapia para el tratamiento del dolor
El siguiente relato es resultado de la observación de un tratamiento para el dolor conocido como ‘tratamiento con plasma rico en plaquetas’.6 Este caso me llamó la atención por las características del procedimiento ofrecido por esta terapeuta para el tratamiento del dolor, quien aprende la técnica sirviendo como asistente de un médico alternativo. Los servicios que presta esta terapeuta incluyen masajes corporales. Hay que decir también que no se encontraron casos similares como el que se describe a continuación, donde personas sin formación médica o terapéutica incluyan intervenciones en el cuerpo como parte de su oferta de servicios.
Esta terapeuta no acredita ningún tipo de formación en medicina tradicional o alternativa, ni se reclama para sí virtudes médicas o terapéuticas que tengan su origen en estos sistemas médicos. Tampoco manifiesta deseos altruistas en relación con ayudar a las personas a superar sus dolencias, ni tiene un discurso elaborado en relación con el cuidado de la salud. Su oficio es artesanal, lo aprendió observando a un médico de medicina alternativa. Su técnica se puede situar en el campo de las terapias no convencionales, cercana a aquellas empleadas por la medicina tradicional y alternativa.
Esta persona ha hecho de su técnica terapéutica su oficio, aquello a lo cual se dedica cotidianamente y que le provee recursos económicos para sostener a su familia, quienes a su vez colaboran con la que podemos denominar ‘pequeña empresa familiar’. Sus tratamientos tienen relativo éxito entre sus usuarios, lo cual le garantiza contar con una clientela más o menos permanente. Esta terapia no convencional la conocí por intermedio de mi madre, quien desde hace varios años fue diagnosticada con artrosis degenerativa,7 enfermedad que le produce fuertes dolores en sus articulaciones y que la ha obligado no solo a someterse a trasplantes de rodilla y codo, sino a acudir a variadas terapias no convencionales para atenuar el dolor. El tratamiento ‘plasma rico en plaquetas’ se lo recomendó a mi madre un familiar que se lo había aplicado luego de una cirugía. Según una de las páginas web donde se promociona esta terapia, esta consiste en “[…] la aplicación de plasma autólogo con una concentración suprafisiológica de las plaquetas, que son activadas para que liberen los factores de crecimiento y sustancias activas de sus gránulos. El objetivo de esta terapia es favorecer, estimular o iniciar el proceso de cicatrización, regeneración o curación del tejido dañado, aplicándose [sic] localmente de forma ambulatoria o bien como complemento a una técnica quirúrgica” (López Capapé, 2016, párr. 1).8
Acompañé a mi madre a esta terapia un día cualquiera de la semana. En principio, pensé en algún consultorio en una zona comercial de la ciudad, ajustándome al tipo de procedimiento del cual ella me había hablado. Sin embargo, el lugar adonde llegamos no cumplía con mis expectativas. El garaje de una casa en un sector populoso de la ciudad servía como consultorio. Ya en la puerta, alcé la vista buscando encontrar algún aviso que me indicara dónde nos encontrábamos. Tocamos la puerta. Nos abrió una señora de aspecto amable, con un uniforme parecido al de una enfermera. La señora saludó de manera efusiva a mi mamá, quien a su vez me presentó con ella.
En el consultorio observé que no había mayores ornamentos ni diplomas que indicaran algún tipo de especialidad médica. Seguía buscando algún indicio que me dijera que estaba en un lugar de características médicas; es decir que me diera ‘seguridad médica’, me refiero a una especie de titulación que permitiera acreditar el trabajo que la señora se disponía a realizar. Ciertamente, hasta aquel momento, no conocía en detalle cuál era el procedimiento que se iba a llevar a cabo. Una sala separaba la parte que se puede considerar el ‘consultorio’, donde se observaban dos camillas y algunos equipos que daban la sensación de tecnología avanzada. Pensé quedarme fuera mientras la intervención era efectuada, pero mi madre me invitó a entrar diciéndome: “Mijo, eso le sirve para su investigación”. Razón tenía. Accedí a quedarme en el lugar. Una vez sucedió esto, se dio inicio al ritual de tipo quirúrgico: quitarse la ropa, colocarse una bata, acostarse en la camilla.
De repente vi entrar una señora mayor de edad (de unos 60 años según mis cálculos), que traía un reverbero y una botellita de alcohol en sus manos. Vi jeringas y algodón. Al poco tiempo, el espacio estaba convertido en una pequeña sala de cirugía. Mientras todo esto ocurría aproveché para hacerle algunas preguntas a la encargada sobre las minucias de lo que se disponía a hacer. Pregunté quién le había enseñado o de dónde provenían sus conocimientos, intentando asegurarme de que tenía algún tipo de experiencia en el procedimiento, a lo que respondió que había trabajado con un médico que le había enseñado. Le pregunté también por su formación y me dijo que era esteticista, pero que llevaba haciendo esto mucho tiempo, que también realizaba masajes y que prestaba servicios de fisioterapia. Mientras tanto, la señora comenzaba a sacarle sangre a mi mamá de uno de sus brazos, el cual pinchaba y pinchaba reiteradamente porque decía que no lograba cogerle la vena, y a la vez me iba explicando en qué consistía el procedimiento.
De esta manera fui tejiendo una conversación con la terapeuta. Le comenté a qué me dedicaba, le hablé de mi tesis y de mi práctica como tomador de yajé. Convenimos volvernos a ver para hablar de manera más detenida e, incluso, me dijo que se sentía animada a tomar yajé.
Cuando la terapeuta al fin logra extraer la sangre, observo cómo la señora acompañante, encima de una camilla que se encontraba al lado, prende un reverbero de alcohol y se dispone a calentar la sangre de mi mamá (el proceso de centrifugado). Me aterró un poco ver el alcohol tan cerca y en general estar presenciando un procedimiento llevado a cabo de manera un tanto irresponsable. Mientras tanto mi madre permanecía en la camilla, indefensa. La terapeuta continuaba con los pasos del procedimiento, a la vez que me contaba de los beneficios del plasma.
Al cabo de unos minutos, y mientras contestaba su teléfono y atendía otros asuntos paralelos, observé que en el proceso de centrifugado se había realizado una separación entre la sangre y una sustancia desconocida para mí de aspecto aceitoso. La terapeuta procedió a extraer con una jeringa la parte aceitosa y comenzó a inyectar a su paciente por distintas partes del cuerpo, principalmente donde ella le decía que le dolía. Así presencié como la aguja de la jeringa que contenía el aceite se distribuía en su espalda, piernas, brazos y rostro, hasta agotar la sustancia. Terminado el procedimiento, la terapeuta me ofreció el mismo tratamiento con el fin de evitar el envejecimiento. Esta terapia podría llegar a costar unos 300 000 pesos, en varias sesiones. Una hora después salimos de allí, pagamos alrededor de 80 000 pesos por lo que le habían hecho a mi madre. En la sala estaba un hombre joven en silla de ruedas y otras personas esperando ser atendidas. Regresamos una vez más. Al parecer el tratamiento logró, por un tiempo al menos, aliviar el dolor de mi madre; sin embargo, por la distancia que debía recorrer para llegar al sitio y también por los recursos económicos de la terapia, mi madre decidió no regresar más.
En el mercado terapéutico urbano, se pueden encontrar personas, en particular mujeres, dedicadas a prestar servicios como los que se acaban de describir. Un hecho común entre ellas es que han trabajado como asistentes de médicos y terapeutas de medicina alternativa. Algunas han comenzado como masajistas. Con el tiempo se independizan, toman algunos cursos cortos para perfeccionar sus técnicas, para luego instalar pequeños locales donde ofrecen servicios de masajes reiki y, eventualmente, como en el relato anterior, pueden ofrecer servicios de tratamiento del dolor.