Kitabı oku: «Pandemia. Bienvenidos al Nuevo Orden Mundial», sayfa 9

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La dulce Katia

Capitulo 21

“(...)Esperaré mil años

Solo para verte sonreír de nuevo(...)”

The Resistance . Muse.

Una vez acabó la primera guardia, Vasia reemplazó al extremeño con una cara que mostraba la insuficiencia de descanso obtenido en las cuatro horas escasas que duró éste.

Quedaron de acuerdo en hacer una guardia cada uno. Salvo Roberto, que habría de estar más descansado, al caer sobre él la responsabilidad de guiar el camino e improvisar rutas alternativas si fuera necesario.

En cualquier caso, tampoco había tiempo para mucho más, pues al acabar el turno de vigía de Vasia, y descansar, quizás, un poco más, saldrían hacia el nuevo punto en el que, si por bien era, estarían ya a esas horas el día siguiente.

Eso según los cálculos de Roberto, quien valorando la distancia aún pendiente, el estado físico de sus acompañantes, y las irregularidades y desniveles del terreno, concluyó que con unas 15 horas más de marcha, descansos aparte, estarían ya en la comarca del Montsiá, cerca de La Senia. Cerca del punto que Vasia remarcó en el mapa.

El Pi Gross.

60 kilómetros aún les separaban de allí.

Había basado sus calculos en la velocidad media que habrían de llevar. Unos 4 kilómetros por hora. Y en los descansos a asumir.

La jornada siguiente sería especialmente dura. Por lo abrupto del terreno. Y por el cansancio acumulado.

Marco pensó que lo mejor sería aprovechar el tiempo que aún tenía para descansar.

Chasqueó la lengua, resoplando y negando con la cabeza. Mostrando así el enfado que le causaba aquel descubrimiento.

No había sido lo suficientemente previsor.

O simplemente no pudo estar en todo.

Había preparado el resto del equipo que Roberto delegó en el. Y lo hizo de manera impecable. En virtud de las cosas útiles que las mochilas que le facilitó llevaban dentro. Todos los preparativos, unidos a la tensión, y a la preocupación del momento provocaron ese olvido que para Marco era bastante grave. En función de las posibles consecuencias que acarrearía.

Tras rebuscar esparciendo todo el contenido de la mochila en el suelo, admitió el error.

La cajetilla de Orfidal quedó en la mesa de la cocina.

“Ahí estará bien”. Masculló renegando.

Para Marco, esas pastillas suponían la diferencia entre pasar una noche medianamente aceptable o una para olvidar. Como las muchas que había pasado ya tras la masacre del Bernabéu.

Aún llevaba dos en uno de los bolsillos de la cartera. Insuficientes a todas luces, según los tiempos calculados para completar la ruta. Ida y vuelta incluidas.

Y no apostaba un euro por conseguirlas en Mora, una vez llegaran.

Suponía que las farmacias y las tiendas encargadas del almacenaje y la dispensación de medicinas habrían sufrido actos vandálicos y robos, en su mayoría. Y las que no, estarían ya bajo la protección de la policía o el ejército.

Tampoco abrigaba esperanza alguna de conseguir algo parecido al Orfidal en casa de Monica. Su hermana no compartía la filosofia de la medicina tradicional y la industria farmacéutica. Más aún en el caso del orfidal.

Marco compartía muchos de sus puntos de vista en cuanto a la corrupción de la industria farmacéutica mundial en su afán por crear enfermedades para después vender sus soluciones. Y para no facilitar la solución a otras muchas. Un cliente curado es un cliente perdido, solía decir su hermana, aludiendo al credo que le suponía al fabricante de productos farmacéuticos.

Tras admitir la dependencia, o la adicción, según se mirara, al orfidal, necesitaba esas píldoras para no pasar la noche en blanco.

Miró el plástico que aún contenía aquellas dos pequeñas dosis de veneno. Y decidió apostar esa noche por otra alternativa.

Confió en que después del tiempo que Roberto les había guiado por el monte a marchas forzadas, quizás el cansancio y agotamiento que sentía le diera una oportunidad de abrazar a Morfeo.

Sólo tenía que controlar un poco la ansiedad latente en su cerebro, la cual solía hacerse notar siempre que su mente no estaba concentrada en alguna tarea.

Tras recoger todo de nuevo en la mochila, se introdujo en ropa interior en el saco de dormír. Frío no iba a pasar, precisamente.

Incluso agradeció que con la caída del sol la temperatura se hubiera hecho más llevadera.

Roberto roncaba plácidamente. Ajeno a todo. Algo más acostumbrado que él a noches así.

La pequeña y fina lámina de espuma que éste había añadido a cada saco de dormir no parecía suficiente. Ademas de la dureza del terreno, Marco advertía cada pequeña irregularidad de este.

Aún así no le importaba. Su adolorido y cansado cuerpo, una vez en posición de decúbito supino, parecía ir desconectando con la realidad poco a poco. La crudeza del camino había conseguido agotarlo, dejando poca energía para otra cosa que no fuera abandonarse al aletargamiento que iba sintiendo.

Cerró los ojos.

Parecía que iba a tener suerte, después de todo. El orfidal no iba a ser necesario esa noche.

La idea de quizás dormir sólo un par de horas, y después despertar, como en otras ocasiones cuando aún no era esclavo del orfidal, cruzó por su mente un instante.

No le importó.

Estaba demasiado cansado para que eso le importara. Eso, o cualquier otra cosa.

Se dejó llevar. Sintiendo como los brazos de Morfeo parecían acunarle. Comenzando su mente a mezclar realidad e irrealidad.

Flotando.

Ya había comprobado , durante la reforma intermitente que llevaba a cabo en La Casona, que no había nada como el trabajo duro y extenuante para caer vencido en un colchón varías horas, sin problemas ni ayudas extra.

Dormía.

Aún sentía la leve y agradable caricia de la suave brisa que entraba por el hueco de la entrada a la cueva. Aún no estaba profundamente dormido.

Incluso pensó si esa brisa se tornaría molesta una vez avanzada la noche.

Creyó abrir ligeramente los ojos.

A unos dos o tres metros de la entrada de la cueva había alguien en pie. No parecía Vasia. El ucraniano estaría vigilando fuera.

A medida que iba abriendo más los ojos, pesados los párpados, como si una gran losa le impidiera levantarlos, pudo advertir la silueta de una mujer morena, con el pelo largo.

Abrió más los ojos, inquieto y curioso a la vez.

No podía ser.

Katia, vestida con la más dulce de sus sonrisas le miraba tiernamente.

El vestido blanco, largo y vaporoso, no hacía sino aumentar la apariencia angelical de sus gestos.

El extremeño abrió los ojos tanto como pudo, incorporándose de golpe del improvisado y duro colchón.

-¡Katia! - Gritó, quedando ahogado el nombre de su amada en un sollozo espontáneo.- ¿Cómo es posible? -Preguntó, incrédulo, quedando hincado de rodillas, incapaz por un momento de alzarse en pie a causa de la emoción desbordada.

-Si, Marco, soy yo.-Dijo por toda respuesta. Alegre, dulce y tierna. Aproximándose, mientras éste se levantaba e intentaba secarse las lágrimas del rostro.

-Pero, ¿cómo es posible? -Repitió. Llegando hasta ella. Fundiéndose en un abrazo interminable.

-Todo es posible.-Rió. Con su risa ingenua, y un poco infantil, calmando con ella todos los dolores del alma Marco, quien no parecía dispuesto a soltarse del cuerpo menudo de la ucraniana.

-Y ya nada es posible -Apostilló, cambiando el gesto a uno más serio y solemne, intentando suavizarlo con una media sonrisa .

“Ya nada es posible”. Retumbó.

Marco no quiso escuchar esto último. No quería saber nada más. Solo quería tener de nuevo entre sus brazos a Katia.

El mundo podía irse a la mierda. Para él nada tenía sentido sin ella.

Y todo cobraba sentido de nuevo en ese momento.

La miró aún incrédulo.

Feliz.

Se separó a escasos centímetros, para así poder acariciar tiernamente el rostro de Katia, disfrutando cada milímetro de piel con sus dedos. Perdida su mirada en la profundidad del negro de los ojos de ella, quien devolvia el contacto visual con la más cálida expresión de cariño.

Abrazándole.

-¡Te he echado tanto de menos! -Confesó, tras besarla en los labios. -¿Porqué tuviste que irte?

-El mundo no nos pertenece, Marco. Ya lo sabes. Somos ceniza.Todo es mentira. Supongo que mi hora había llegado.-Indicó

-¿Quien marca nuestro tiempo en este mundo? -Preguntó, sin recibír respuesta. -No quiero volver a perderte. -Continuó, con un nudo en el estómago al considerar de nuevo esa posibilidad.- No volveré a equivocarme. No debí dejarte sola. -Apoyó su cara sobre la cabeza de Katia, humedeciendo su negro cabello con las lágrimas que iban limpiando su alma- No tuve tiempo de despedirme siquiera. No volveré a equivocarme.

-No fue culpa tuya. No quiero que sufras más por ello. Tú no podías saber lo que pasaría.

-Pero podía haber estado allí, al menos.

-Todo hubiera pasado igual. No te castigues más. No pudiste evitarlo

-Entiendo- Dijo, poco convencido.- Quiero ir contigo.-Pidió, tras romper el abrazo y sujetar la cara de Katia entre sus manos. Suplicando, mientras las lágrimas amenazaban de nuevo con nublar sus ojos.-Déjame ir contigo, nada me retiene aquí, solo quiero estar a tu lado. - Apostilló, abrazandola fuertemente, como si con ello pudiera evitar perderla de nuevo.

-No puedes venir conmigo. -Explicó, casi susurrándole al oído, mientras le besaba en el cuello y en la cara. -Aún no. Aún tienes cosas que arreglar aquí. Aún tienes que ayudar a algunas personas. Mónica te necesita. Roberto también, y Vasia. ¿ sabes? no es tan fuerte como parece. En verdad, ya nadie es lo que parece. Tu tiempo aquí aún no ha terminado, muchos más te necesitarán dentro de poco. Aún no es el momento. Pero pronto, pronto podrás venir conmigo.

-Debe haber alguna manera de volver atrás, de cambiarlo todo.

-No es posible. -Dijo, mientras comenzaba a desasirse de sus brazos. Marco no quería soltarse, pero vio inútil sus esfuerzos por seguir abrazado a ella. Las fuerzas parecían abandonarle.

Impotente y sin energías , cayó de nuevo de rodillas, apoyando sus manos en el suelo. Llorando como un niño. Abandonándose al dolor con el que tanto tiempo había bregado.

-No quiero seguir aquí sin ti, ¿no lo entiendes? Nada tiene sentido. -El sollozo le impedía acabar las frases- ¡Por favor Katia, por favor! -Dijo, negando con la cabeza, suplicando. - ¡Me quedaron tantas cosas por decirte, tantas cosas por hacer, nos quedaron tantas cosas por hacer! necesito más tiempo.

-Aún no, cariño. -Respondió la ucraniana, arrodillándose también, besándole tiernamente en los labios, besándole en la frente, mientras acariciaba el rostro de su amado. -Acaba lo que aún tienes pendiente. Solo un poco más de tiempo.

-Solo un poco más.-Le besaba. - Pero aún no.No te preocupes, cariño. Se todo lo que no pudiste decirme, ya lo sé todo. Siempre lo supe. De una u otra forma, lo decías cada día, a cada momento.

“Aún no.... aún no...” se clavaba sangrante en su cerebro.

Comenzó a llorar de nuevo, mientras las fuerzas parecían abandonarlo aún más, quedando sentado sobre sus talones, a modo de rezo. Impotente.

Katia se alzó en pie.

Se inclinó. Besando larga e intermitentemente la cabeza de Marco.

Despidiéndose.

-Aún un poco más, cariño, solo un poco más. Acaba lo que te queda por hacer.

- Y luego estaré contigo.-Insinuó Marco, a modo de pregunta, esperanzado.

-Sí, lo sabrás en su momento. Ahora concéntrate en encontrar soluciones.

-¿Soluciones?

-Sí, Marco, todo esto es solo el principio, pero eso tu ya lo sabes. Deberás encontrar soluciones. - Respondió, secando con sus manos las lágrimas de Marco.

-Lo haré.-Prometió, recomponiéndose ante la nueva esperanza, aún sin saber muy bien a qué se refería Katia.

-Debo partir, cariño.

-Entiendo.-Suspiró, viendo cómo Katia salía de la cueva, alejándose después en la negrura de la noche. Lanzándole un beso al aire, poco antes de desaparecer.

El extremeño sintió cómo la estancia se tornaba negra. Oscura, paulatinamente, a la vez que todo comenzaba a dar vueltas a su alrededor , obligándolo a tumbarse de nuevo, mareado.

Así estuvo un rato . Dejando que el dolor retenido tanto tiempo se hiciera con el. Hasta que sintió cómo alguien le agitaba suavemente.

-¡Despierta Marco, despierta!

Abrió los ojos, para ver cómo Roberto, entre asustado y preocupado, le intentaba devolver al mundo real.

El valenciano nunca le había visto en ese estado. Aún imaginando el infierno en el que estaría viviendo.

-¿Todo bien? -Preguntó, sintiéndose estúpido al instante por la pregunta. “¿Sólo se te ocurre eso?” Se dijo a sí mismo.

Marco, aún desconcertado por el sueño y la visión en su subsconciente de Katia, no acertó a articular palabra. Aún aturdido.

-¿Un mal sueño?- intuyó Roberto, basando su cuestión en las mejillas aún bañadas por las lágrimas de su excuñado.

-Quizás.- Respondió, limpiándose un poco, avergonzado, y sin saber si aquello había sido o no un mal sueño. -¿He dormido mucho? -Preguntó desorientado. Quizás había llegado su momento para otra guardia.

-No, tranquilo, tres horas si acaso. Poco. Te desperté porque me preocupé un poco al verte así, bueno, así como estás. Y porque tenemos visita.

-¿Visita.?

-Sí, visita. Vasia encontró a alguien merodeando.

-Aún nos quedan cosas por hacer. -Indicó, en vista de la nueva noticia y de lo extraído del extraño sueño que acababa de tener, disponiendose a averiguar que pasaba fuera.

-¿Cómo? -Preguntó Roberto extrañado

-¡Aun nos quedan cosas por hacer! -Repitió, forzando a medias una sonrisa, dando una palmada en la espalda a Roberto.

Textocorrido Textocorrido

Resurrección

Capitulo 22

Mónica intentó abrir los ojos.

Incluso el pequeño gesto de mover levemente los párpados le pareció un esfuerzo enorme.

Se sentía agotada. Además de aturdida.

Le llevó unos minutos poder saber si estaba despierta o dormida, sumida en un extraño sueño, o más bien en una pesadilla. Una pesadilla horrible de la que deseaba despertar .

Cayó en la cuenta, aún con los ojos cerrados, de que ya no sentía dolor. Su cuerpo parecía adormecido.

Pensó para si misma, que no iba a sufrir demasiado antes de morir.

Porque, ¿qué otra cosa le esperaba si no?

Mónica nunca tuvo miedo a la muerte, aunque sí a una agonía lenta y dolorosa. Eso le daba pavor. Pero la muerte, la muerte no.

Intentó abrir los ojos de nuevo, más por instinto que por otra cosa.

Lo que vió la dejo completamente descolocada.

En lugar de ver las ruinas que esperaba, en las que se había convertido su casa después de la explosión, alcanzó a ver frente a ella una pared pintada de un blanco impoluto, donde un reloj colgaba marcando las 12.

Giró la cabeza hacia su derecha. Pudo ver otra pared, a medio metro escaso, con una ventana de aluminio lacado en blanco, que asomaba tras una cortina a medio correr.

Fuera, tras la ventana, creyó oír el sonido lejano del canto de pájaros.

A medida que iba esforzándose por despertar, sus sentidos comenzaban a despabilarse y su cerebro a funcionar, aunque con dificultad.

Mónica sospechaba que estaría bastante drogada. Eso explicaría la ausencia de dolor, el cansancio y la lentitud de reflejos.

Por no hablar de la empanada mental que llevaba encima.

Sintió su cuerpo recostado en un colchón demasiado duro para su gusto. El olor a suavizante que desprendían las sabanas que la cubrían hasta el pecho le hizo transportarse lejos en el tiempo y la distancia. Recordando vívidamente la ropa de cama de la casa de Roberto.

Intentó moverse. Se descubrió atada de manos a una especie de baranda que asomaba por los bordes de la cama.

Intento mover las piernas. Las fuerzas no le acompañaban, pero notó que podía moverlas. Buenas noticias. Podía mover las piernas, la columna vertebral estaba bien. Eso eliminaba uno de sus temores cuando cayó al suelo en una postura imposible, enterrada por los escombros tras la explosión.

Una de cal y otra de arena. Pues al intentar mover su pierna derecha un fuerte dolor confirmaba las sospechas de tener roto algún hueso. La tibia, o el peroné, o quizá ambos.

Al menos estaba viva.

Eso era mucho más de lo que hacía poco hubiera podido esperar .

Aunque determinar cuánto tiempo realmente comprendería ese “poco" era ya más complicado.

¿Dónde estaba realmente ?.

Miró a su alrededor. Parecía estar en una habitación de hospital, a juzgar por el tipo de cama sobre la que descansaba, y el gotero que la acompañaba a su lado izquierdo. Un aparato apagado en uno de los rincones de la sala y que Mónica supuso era para controlar las constantes vitales de anteriores huespedes corroboraba esa primera impresion.

De estar en lo cierto, no acertaba con el lugar en el que podía estar. Conocía el hospital que correspondía a las urgencias o posibles ingresos de Mora D'Ebre. Pero la habitación en la que se encontraba no se parecía en nada a las que había en allí.

Un segundo vistazo a su alrededor le informó que los clientes habituales de aquel lugar eran de un poder adquisitivo bastante superior al suyo.

Lo que le hacía preguntarse qué pintaba ella alli. Ya que de dinero no andaba demasiado sobrada, precisamente. Tampoco sabía de nadie en Mora que pudiera haber ejercido de ocasional alma caritativa , rescatándola de su casa en ruinas y llevándola hasta ahí.

Sin embargo ahí estaba.

En esos pensamientos andaba cuando escuchó como se abría la puerta.

Alguien entró. Pensó que debía ser médico, a juzgar por el atuendo. A poco más de un metro, tras él, iba quien, según pensó Mónica, debía ser una de las enfermeras del hospital.

El supuesto doctor mediría un metro noventa, aproximadamente. Según las huellas del tiempo en su cara, su edad estaría en torno a los cincuenta. El pelo gris y no demasiado abundante parecía apoyar esa suposición . De aspecto atlético, su aspecto insinuaba el paso regular por el gimnasio. Bajo la bata blanca , una camisa, blanca también, dejaba intuir ligeramente un torso con la musculatura esculpida.

Aquel tipo tomó una carpeta de la mano de la enfermera, pareciendo mostrar especial interés en lo que allí podría estar escrito. Alzó ligeramente la mirada hasta encontrar los ojos de Mónica observándole.

Manteniendo el contacto visual y añadiendo una sonrisa a éste, continuó acercándose a la cama donde se encontraba Mónica .

-Buenos días, ¿como se encuentra hoy nuestra nueva invitada? - El supuesto doctor saludó de modo efusivo. Mónica percibió un extraño acento en las palabras de aquel hombre, un acento que quizá, debido a las drogas que llevaba encima, no supo definir en principio a que país podría pertenecer. No era un acento de una lengua de origen latino, y tampoco de un país del este, como Rusia o Ucrania. Ese tipo de acentos los conocía bien, por Vasia, y sobretodo por Katia.

La pobre Katia.

- Veo que aún está bajo los efectos de la anestesia. No se preocupe, pronto pasará. Supongo que se estará preguntando qué es lo que le ha sucedido. - Aunque extranjero, el supuesto doctor hablaba un perfecto castellano. Y en cuanto al acento, Mónica ubicó su posible origen en Alemania, o Austria. Suiza tal vez.

-¿Dónde estoy ? -Mónica se sorprendió a sí misma por el tipo de voz que salió de ella, gutural y para nada femenina.

El doctor soltó una breve carcajada al oírla.

-Todo a su tiempo, todo a su tiempo. Hace un par de horas ha salido de quirófano. Hemos visto necesario operar por las fracturas óseas que presentaba en su miembro inferior. Todo ha salido muy bien - El alemán soltó aquello como felicitándose a si mismo.

-¿Porqué estoy atada a la cama? ¿Estoy secuestrada?

-¿Porqué habría de estarlo? Mire a su alrededor ¿hay algo que le haga suponer que esta secuestrada? .

- Quizá lo que me hace suponer algo así es el verme atada a la cama, ¿no le parece? -Alegó suspicaz.

-Está atada por su propia seguridad. Para evitar que posibles convulsiones le hicieran caer al suelo.

-¿Convulsiones?

-Sí, claro. -Aclaró ante la expresión de sorpresa e incredulidad de la mujer -Las convulsiones por el tratamiento a la que ha sido sometida.- Dijo, como toda respuesta. Evitando dar explicación alguna. El alemán, volvió la mirada a su carpeta, dejando a Mónica en interrogante, mirándole, y esperando algún tipo de explicación complementaria a sus palabras. Sin embargo, el doctor quedó como abstraído, mirando el informe que llevaba en la carpeta. Al cabo de unos segundos cambió su expresión a una bastante más alegre, con cierto tono de sorpresa, como un niño que de repente recibe un regalo que lleva tiempo esperando .

Mónica mostraba no estar tan ilusionada con la situación.

-Si no estoy secuestrada, al menos podré saber donde estoy, supongo.

-Todo a su tiempo, todo a su tiempo. -Repitió. -No sea impaciente. - Pidió, entregando la carpeta a la enfermera que lo acompañaba, dejando ver algo en su mano derecha que a Mónica le llamo la atención. En un primer momento pensó en una cicatriz, pero enseguida se dio cuenta que no lo era. Parecía una marca hecha a propósito en la piel, un tatuaje que no pudo ver con claridad, por la distancia que la separaba del alemán

Algo parecido a un trisquel.

-Está usted en un hospital del Centro de Defensa y Salvaguarda. Entre otras cosas, nos estamos ocupando de gestionar correctamente la crisis que golpea ahora mismo al país. La crisis epidemiológica causada por el virus Yersinia Pestis. Y usted es, digámoslo así, una invitada. Una invitada especial, según nuestros informes. -Dijo, sonriendo, refiriendose a los datos de la carpeta.

“Centro de Defensa y Salvaguarda. ¿Que diablos era eso?” Pensó.

-¿Y qué tengo yo de especial? -Aquello parecía una broma.

El doctor río sonoramente.

-Créame si le digo que es usted muy valiosa. -Dijo, convencido. -Muy valiosa para nosotros. Para mí, en especial. Pero de eso hablaremos más tarde, ahora le conviene descansar.- El alemán hizo un leve gesto a la enfermera, invitándola a acompañarlo e irse.

Mónica seguía sin saber dónde estaba. Pero sospechaba que la respuesta no iba a ser todo lo agradable que pudiera esperar.

Al menos estaba sana y, más o menos, salva.

Fue entonces cuando vio algo que la descolocó. La enfermera , antes de salir, alzó la mano para graduar una especie de rueda pequeña que Mónica supuso sería para controlar la temperatura del aire acondicionado. La manga de su bata cayó ligeramente varios centímetros, dejando ver , también en su mano derecha, la misma marca que llevaba el alemán.

Un trisquel.

Cuando ambos desaparecieron tras la puerta, Mónica intento zafarse de las ataduras que la mantenían sujeta a los barrotes de la cama, sin éxito alguno. Entonces, un poco más espabilada , pudo ver como ella tenía vendado el brazo, a la altura de su muñeca, la derecha. No recordaba haber sufrido ninguna lesión, ni tener ninguna herida precisamente ahí. Pero de todas maneras no podría averiguarlo hasta una nueva visita del alemán.

Se sentía demasiado cansada para especular o pensar en nada.

Quizás lo mejor sería hacer caso al alemán y descansar.

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