Kitabı oku: «Pandemia. Bienvenidos al Nuevo Orden Mundial», sayfa 8
Pére, giró unos grados la muñeca del francés, con más o menos disimulo, intentando ver algo más del tatuaje. Sin embargo, el francés se deshizo del saludo al notarlo.
-Bien, Pére, te deseo suerte, de verdad. - Dijo, pareciendo sincero. Dando un par de pasos atrás.
-Supongo que la necesitaré. -Respondió. Dando la espalda a Meniere, y procediendo a salir.
Percibió el silencio del francés como confirmación.
Tras cerrar tras de sí la puerta del despacho, y con ello varias puertas más, simbólicas, bajó la cabeza.
-¿Todo bien? - Joán, preguntando, se levantó como si un resorte lo hubiera alzado del sillón donde esperaba el resultado de la reunión.
-Sí, sí. Todo bien -Respondió, poco convincente.
Joán resopló, advirtiéndolo .
-Tenemos una posibilidad de salir de Barcelona. Hemos de aprovecharla. -Remató, para exponer a continuación, mientras esperaban al tal Osinaga, un resumen de lo ocurrido dentro, subrayando la consecución del vehículo, que al fin y al cabo era el motivo que les llevó hasta allí.
Osinaga resultó ser uno de los tipos malencarados de la entrada. Al verlos de nuevo, el gorila resopló desganado, invitándoles a seguirlo.
-Venid conmigo. Os llevaré hasta el garage, allí están ya vuestras motos. Por si volvéis a recogerlas. - Indicó burlón, dando una información que en vista de la situación no era nada útil ya.
El tener que abandonar su Harley en aquel lugar, no era algo que le hiciera especial ilusión a Pére, desde luego, pero era cuestión de prioridades. Y con las dos Harley no llegarían muy lejos.
Sin embargo, con el nuevo vehículo tenían al menos una posibilidad.
-El señor Meniere me dijo que habrían de cambiarse de ropa. -Indicó, frenando en seco. Invitándoles a entrar en otra habitación.
Dentro, diversos trajes y ropajes esperaban ser usados, envueltos en sacos transparentes de plástico, junto al conjunto de maquinaria y aparatos dispuestos para dar lustre a toda aquella indumentaria.
-El señor Meniere indicó que usted debería elegír entre alguno de éstos . -Señaló a Pére, mostrando una serie de trajes de corte italiano de más o menos su talla.
-Y usted entre estos otros. -Prosiguió el gorila , dirigiendose a Joán, mostrando otro grupo de trajes de chofer oficial del hotel.
-¿Cómo? -Replicó el antidisturbios. -¿En serio tengo que ponerme esto? -Concluyó con un tono entre cómico y ofendido.
-Alguien tiene que conducir- Pére rió al ver la ocurrencia de Meniere. -Si queremos que esto salga bien, piensa que hemos de meternos bien en el papel. - Explicó, mientras se despojaba del uniforme, quedando en paños menores.
Una vez disfrazados como chofer y diplomático extranjero, se dispusieron a seguir a Osinaga hasta el garaje. Allí, este se plantó frente a un Audi A8 L, blindado. De color negro. Con la matrícula roja, indicativo claro del carácter diplomático del vehículo, así como las mayúsculas “ CD” que daban inicio a la especial nomenclatura de la placa.
-CD 30003. -Leyó Pére en voz alta- Asi es que somos franceses a partir de ahora.-Rió, consciente del nivel de francés que tenía, bastante ridículo, pero aún mejor que el de Joán, que sería el que habría de desenvolverse en ese idioma en caso de un posible control, por parte de algún ocasional soldado o policía que sí dominase la lengua.
-¿Cómo que franceses? - Inquirió su primo, con cierta sorpresa.
-La matricula dice eso. Los dos primeros números indican de que país es el diplomático que viaja dentro. 30 es el que llevan los franceses. 001 es el del embajador. Así que 003 supongo que será algún pez gordo. ¿No sabías eso?
-No. La gente con la que trato no suele viajar en estos coches.
-Entiendo. Te sorprendería la de gente de ésta que me suelo encontrar yo en el mío. -Concluyó, bajando y negando con la cabeza.
-Este coche es una pasada. - Dijo Joán al ver mas de cerca el Audi.
-Y seguro, que es lo que importa. -Añadió Pere, dando una vuelta al lateral derecho del vehículo, acariciando la chapa negra, impoluta y brillante.- Si no me equivoco, este coche lleva homologado el sistema de protección más alto para vehículos civiles, el VR9, -Siguió, contento con su regalo. - Puede aguantar impactos de fusiles de asalto y de ametralladoras sin inmutarse. - Se agachó apoyando una de sus rodillas en el suelo, inspeccionando los bajos desde ese punto. -Incluso podría soportar explosiones de dinamita por aquí abajo.
-Veo que te ha gustado tu juguete nuevo. -Sonriendo a su vez, Joán replicó, alegre por el extra de seguridad que dispondrían para salir de aquel infierno.
-Sí. -Respondió, a la vez que se disponía a guardar las mochilas donde llevaban los uniformes y parte de las armas en el maletero - Esto mejor lo llevamos dentro. -Invitó a su primo a cojer del montón un fusil de asalto y un par de pistolas.
-No es mala idea, no.
Una vez hecho ésto, despidiéndose del tal Osinaga con un gesto y un sonido a medio camino entre monosílabo y gruñido, entraron dentro del vehículo, que los recibió con su tapicería de cuero beige y el lujo que su nivel le otorgaba. Pére atrás, como un supuesto diplomático. Joán, delante. Como chofer.
Arrancó el motor V8, y los 435 caballos despertaron, provocando en Joán una pequeña carcajada de puro placer.
-No te animes mucho. -Aconsejó desde atrás. Replanteándose si era seguro tener a Joán al volante.
-Tranquilo.-Refunfuñó.- Ahora preocúpate más de lo que pasará si nos paran después de salir.
-¿Por el idioma?
-No sólo eso. -Corrigió, mientras dirigía el vehículo hacia la salida del garage- ¿ Se supone que somos franceses no?
-Sí, claro.
-Entonces lo más normal es que este coche circulara hacia el norte, hacia Girona, y no al sur, hacia Tarragona como vamos ¿no crees?
-Tienes razón- Chasqueó la lengua, contrariado.-De momento a ver si salimos, luego ya veremos
-Si, ya veremos. -Secundó, poco convencido.
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Arde Castellón
Capitulo 19
La jornada estaba siendo más dura de lo esperado. El calor entorpecía sobremanera la marcha, agotando las fuerzas y los recursos más rápido de lo esperado.
Decidieron descansar y recuperar energías.
Vasia, poco acostumbrado a esas temperaturas, parecía mas afectado que sus dos compañeros de viaje. A juzgar por su humor.
Ya no era quien solía ser. Estaba falto de ritmo y de forma.
Aunque la edad también aportaba su granito de arena. Negativo, claro estaba. Pues Roberto, varios años más joven, parecía no inmutarse aún por los excesos del camino. No así como Marco, o él mismo, que aunque le seguían el ritmo, no lo hacían con el mismo aliento.
La falta de éste indicaba claramente la falta de entrenamiento, y los años que llevaban en la mochila.
Era prácticamente el principio de la caminata. Aún quedaba lo peor. En distancia y dificultad.
Poco entusiasmado con la idea de tener que seguir hasta Pi Gross, se dispuso a probar una de las galletas del ejército holandés que Marcó preparó para cada una de las tres mochilas.
Aquella pasta en su boca no le haría más agradable la excursión.
Cada paquete de galletas aportaba las necesidades energéticas y nutritivas necesarias para un tipo de sus características, pero el sabor distaba mucho de ser calificado siquiera como aceptable. De su etapa en el ejercito ucraniano tampoco guardaba buen recuerdo de aquel tipo de comidas
Quizás el agua le ayudará a tragar aquel engrudo.
Sus dos compañeros de viaje mostraban un entusiasmo parecido al suyo en comerse aquello. El sabor dulzón y el gusto químico que dejaba en el paladar parecía gustarles lo mismo que a él.
Habían decidido acortar la jornada para descansar y recuperarse mientras aún había horas de sol. Y reiniciar la marcha con más éxito al atardecer, hasta bien entrada la noche, aprovechando la bajada de temperaturas que traería consigo la luna.
Roberto, habiendo previsto aquella posibilidad, llevaba en su mochila linternas suficientes para abordar el cambio de planes con garantías.
En cualquier caso, habían alcanzado uno de los puntos marcados en el mapa.
Habían logrado llegar al albergue que Roberto había marcado como objetivo para ese día. Allí pasarían la tarde, y tratarían de descansar.
El albergue en cuestión, era una pequeña cueva que en otros tiempos hizo las veces de refugio para caminantes que cruzaban el monte por ese punto, y que llegada la noche habrían de buscar un lugar donde ampararse del frío en las noches de otoño o invierno. O buscar refugio ante las inclemencias del tiempo para procurar descanso.
Aunque de eso hacía muchos años ya.
La cueva estaba formada por dos grandes piedras que unían sus extremos formando un ángulo de unos sesenta grados. Sobre éstas descansaba otra de un tamaño aproximado que hacía las veces de cubierta. Alguien con más o menos maña había rellenado con una mezcla de piedras y argamasa los huecos que la naturaleza había dejado, aislando así el interior. La entrada en un principio tendría unos tres metros, pero había sido reducida a poco más de uno, con un muro que mezclaba piedra, argamasa y trozos de teja. Todo ello dejaba un espacio interior de unos seis o siete metros cuadrados. Ideal para que los tres viajeros pasaran la noche protegidos de posibles peligros del exterior.
Roberto pasó adentro para acondicionar un poco el interior de la cueva. Mientras el soviético y el extremeño permanecían fuera.
Éste último extrajo de la mochila un aparato de radio, con una pequeña placa solar instalada en la parte superior, conectada a una batería que alimentaba el invento y acumulaba la energía sobrante.
Encendió el artilugio para ver cómo seguía el mundo que habían dejado atrás hacía unas horas.
Marco giraba la pequeña rueca buscando en la frecuencia modulada alguna emisora, con poco acierto y éxito, en virtud del conjunto de pitidos y silbidos alternos que emitía el aparato.
Ese pitido era especialmente molesto a los oídos del ucraniano. Por lo que decidió alejarse hacia el norte. Aprovecharía mejor el tiempo haciendo reconocimiento por la zona, mientras el extremeño se hacía con la radio.
Aquel lugar parecía tranquilo, pero igual que ellos habían llegado hasta allí, algún otro podría hacer lo mismo. Visto que habrían de pasar allí unas horas, no estaría demás echar un vistazo a los alrededores.
Tras tantos años fuera de su país, había perdido los buenos modos que dictaban la especial hospitalidad ucraniana, por lo que era reticente a recibir visitas no esperadas. Más aún en aquellas circunstancias.
Sacó del bolsillo externo de su pantalón una GSH-18, recuerdo de la vieja Ucrania, una vez comprobó no estar ya a la vista de Marco o Roberto. Más por instinto que por otra cosa. Nada hacía pensar que hubiera de usarla. El ocasional canto de algún pájaro, y el incesante sonido de la cigarra como banda sonora parecía apoyar esa idea. El olor que desprendía la pinada a su alrededor, mezclado con el del musgo, que sobrevivía al calor entre las sombras de los árboles, inundaba con su fragancia el ambiente. Sólo interrumpida por un leve olor a quemado, que a pesar de no ser demasiado fuerte, rompía la armonia del lugar.
Ya conocía el origen de aquello.
En frente , el Mediterráneo reflejaba la luz del sol, bañando a lo lejos Benicassim, bastante tranquilo, al menos en apariencia.
Pero el par de columnas de humo que pudo observar desde el camino minutos antes, indicaba que los problemas ya habían llegado a Castellón, desde donde se alzaban dos columnas de humo, origen del olor a quemado.
Las nubes de humo tóxico empezaban a formar una negra boina sobre el cielo de la capital de La Plana.
Extrajo de su mochila unos pequeños prismáticos para intentar averiguar mejor lo que pudiera estar sucediendo en Castellón.
Una gran columna de humo se alzaba en la zona del puerto. En el Grao.
Era de esperar. Los altercados habrían llegado hasta allí al ser aquella una fuente de productos de primera necesidad, que seguramente comenzarían ya a escasear en la ciudad. Quizás alguna turba habría acudido hasta El Grao de forma poco amigable y habría sido recibida de manera parecida. De ahí el humo.
La otra columna negra parecía salir de la zona del centro. Aunque no lo podía distinguir bien, intuyó con ayuda del prismático que el follon estaría por la zona del Parque Ribalta.
La cosa pintaba mal. Y ellos estaban demasiado cerca para su gusto.
Al igual que habían hecho ellos, supuso que algún otro elegiría rutas como aquella para circular sin problemas, o simplemente desaparecer.
Como el tipo que encontró cosido a balazos a tan solo 50 metros, adentrándose entre los pinos que rodeaban la zona.
El tipo vestía vaqueros negros y camiseta azul claro. Estaba recostado sobre uno de los árboles cercanos a la explanada que hacía las veces de Atalaya natural desde donde poder contemplar el paisaje sin desviarse del camino. A unos 200 metros de la cueva.
La camiseta mostraba una generosa mancha de sangre en el abdomen, en su parte derecha, donde un par de agujeros a la altura de las ultimas costillas indicaban el posible origen de esta.
Vasia, con la boca y nariz tapada con una de las mascarillas, decidió acercarse un poco más.
Tomando un par de guantes de la mochila, se dispuso a hurgar en los bolsillos del muerto. En busca de algún tipo de documento. Estaba claro que la muerte no había sido a causa de la epidemia. Pero toda precaución era poca.
Junto a la cartera encontró una placa de la policía nacional. Los datos de la placa coincidían con los del resto de documentos de la cartera, donde pudo encontrar 1.500 euros en billetes de cincuenta.
Por el aspecto del cuerpo y el rostro, aquel policía habría sido asesinado hacía solo unas horas. Aunque parecía haber recibido los impactos bastante más lejos de allí, como indicaba el trapo empapado en sangre que había junto al cadaver. Y las manchas de sangre ocasionales que había observado en los últimos trescientos metros del camino que hasta el le llevó.
El tipo huía de alguien, que al parecer fue más rápido que él, dándole caza en esa zona. O quizás iba acompañado por su asesino durante la huida de Castellón, y fue ahí donde este decidió separar sus caminos. Su placa y su documentación indicaban que era de la capital de La Plana de dónde procedía. Por lo que cualquiera de las dos opciones era válida.
Castellón estaba lo suficientemente lejos para haber sido herido allí y haber llegado hasta ahí por sus medios con esa herida.
Abrió la mochila. Guardo en ella los 1500 euros, la pistola y un cargador que llevaba encima el policía. Seguramente le daria más uso a todo aquello que Ruben, que era el nombre que tenía aquel desventurado en vida.
El móvil del asesinato no fue el robo, sino un ajuste de cuentas o un desacuerdo que subió de tono. Los 1500 euros y la pistola no estarían allí de no ser así.
El tipo o los tipos que se lo cargaron podrían estar ya lo suficientemente lejos de allí. El tal Ruben, llevaría muerto algo más de cuatro o cinco horas, según la rigidez que presentaban sus músculos. Aún no había cambios significativos en la piel y la cara. De hecho, según la foto del DNI, el policía era más o menos reconocible aún . Detalles todos ellos que orientaron al soviético para aventurar una hora aproximada de la muerte.
En cualquier caso, con la GSh-18 en mano, no estaría demás echar un vistazo . Y volver después a la cueva para advertir a sus amigos de las novedades.
Tras constatar la ausencia de amenazas, tomó el camino de vuelta.
Todo parecía tranquilo hasta el punto de encuentro
-Escuchadme -Ordenó .
Roberto estaba de pie junto a Marco, quien al verle llegar apagó la pequeña radio, con gesto serio. Algo habrían escuchado que motivara esas caras tan largas. Pues Roberto mostraba una expresión a medio camino entre la estupefacción y el horror.
-Hemos de estar vigilantes.Este lugar no es del todo seguro. -Añadió
-Lo sabemos. -Confirmó Marco, soltando el aparato de radio en el suelo.- Segun las noticias, parece ser que ha estallado una guerra civil.
Aunque no por no ser esperada, esa noticia cayó como un jarro de agua fría sobre el alma del ucraniano.
-¿Una guerra civil? -Inquirió, como intentando asimilar el golpe.
-Las noticias son algo confusas aún. Pero eso es lo que parece.
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Arde Mora
Capitulo 20
Pére y Joán consiguieron llegar a Mora sin mayores problemas .
De algo bueno sirvió el follón que había montado, y la falta de comunicación entre los distintos puestos de control.
El regalo de Meniere tuvo mucho que ver tambien. El Audi blindado con matrícula diplomática abrió las barreras del puesto de control que encontraron en el camino, sin tener que justificar nada a nadie.
Eso, según Pére, no era más que la confirmación de que el país entero iba a la deriva. A pesar de recorrer los 170 kilómetros del camino entre las dos ciudades, nadie se dió cuenta de que, en realidad, eran dos desertores.
En el único control que no pudieron esquivar, uno de los policías nacionales les dió paso sin pedir documentación o papel alguno. La baza que Pére jugó al huir con ese vehículo y tan particular matrícula, salió como esperaba.
Lo que, según él, dejaba claro dos cosas. La primera, que ya no existía ningún tipo de gabinete de crisis que coordinara una mejor o peor respuesta de los cuerpos de seguridad al caos reinante. O al alzamiento armado de muchos de los cuarteles. Los controles no eran suficientes, y parecían actuar de modo independiente entre ellos. La desconfianza entre unos y otros era patente.
La segunda, que seguramente habría centenares de policías, militares, y demás, que habrían desertado también, dejando la capacidad de respuesta de uno y otro bando bastante mermada.
La conciencia de Pére aún martilleaba su alma con la idea de si habían hecho lo correcto al haber abandonado sus puestos.
Pero sabía que algo oscuro se ocultaba tras todo lo que estaba ocurriendo. No podía tomar partido en ninguna de las opciones sin conocer bien cada una de ellas. Pero sí podía estar junto a su familia en esos momentos tan convulsos.
Estando en Mora, además, podría hablar con Rottweiler. Desde su posición privilegiada, tendría acceso a información más clara y exacta. Util para elegir el siguiente paso a dar.
Porque aunque su corazón le decía lo que estaba pasando, su cabeza no parecía querer aceptarlo.
Tras poco más de una hora de camino, entraron en Mora. Aunque en un principio le preocupó que hubiera algún control en el pueblo , y qué historia inventarse en ese caso, ese miedo se desvaneció cuando al llegar se encontraron con que el puesto de control que esperaban había saltado por los aires.
Pero otro miedo lo reemplazó, pues quienes habían conseguido hacer aquello podrían suponer a todas luces una amenaza aún mayor.
Joán paró el vehículo a 20 metros del desastre que ante sus ojos se presentaba .
Salieron del Audi, armas en mano, lentamente. Mirando todo en derredor. Tras estirar levemente la espalda, como intentando mitigar la tensión del viaje y de los nervios al mismo tiempo, se plantaron ante los restos de un tanque del ejército que aún ardía. Señal inequívoca de que hacía muy poco que ahí se había librado una batalla.
De la garita que acogería a los militares que en ella se refugiaran entre visita y visita solo quedaban cuatro tablas aún humeantes. Los cinco soldados del ejército que encontraron muertos mostraban lo cruento que habría sido el enfrentamiento.
Pére y Joán se miraron con el mayor de los asombros dibujado en sus caras. A pesar de sospechar que cosas como esa acabarían pasando tarde o temprano, no esperaban verlo tan pronto, y mucho menos en Mora.
Algo que llamó la atención de Pére fué la ausencia de cadáveres que pertenecieran al grupo que había provocado aquello. El grupo agresor habría atacado a los militares desde al menos tres puntos distintos, en vista de la disposición en la que habían quedado los cadáveres de los soldados. No se trataba de simples turbas violentas, sino más bien de un grupo organizado, bien entrenado y sobretodo, bien armado, a juzgar por el escenario.
Pensó en otro cuerpo militar.
-¿Ves algún muerto que no lleve el uniforme del ejército? -Pére llamó la atención de Joán, a quien había perdido de vista por un momento, sintiéndose intranquilo por ello.
Joán mostraba no estar acostumbrado a escenarios como aquel. Pálido y aparentemente bloqueado, permanecía en pie, inmovil, mirando a un lado y otro, lentamente, como intentando asimilar lo que ante sus ojos había.
-¿Estás bien?-Pére cayó en la cuenta de que su primo, aunque acostumbrado a la violencia callejera, rara vez se habría topado con una escena como aquella.
-Sí, es solo que... Bueno, esto. - Dijo, señalando con su mano derecha extendida el caos humeante.
-Entiendo. Tranquilo. Aléjate un poco y deja que te de el aire. Lo último que quiero es que me vomites encima.
Joán siguió el consejo y se alejó unos metros, intentando despejarse
e investigar a la vez cualquier cosa que pudiese ayudar.
-¿Y bien? ¿Alguien más por ahí?
-No. Quien montó el follón se encargó de llevarse a sus heridos, o a sus muertos. Porque sangre si que hay por aquí, y no parece ser de los soldados. -Joán se había alejado de Pére unos treinta metros hacia la salida del pueblo. En ese punto encontró varias manchas de sangre en el suelo.
Uno o dos hombres se habían parapetado detrás del vehículo donde el estaba en ese momento. Desde ahí habían atacado a los de la garita, recibiendo una respuesta contundente, en vista de como había quedado el Seat Córdoba que hizo las veces de improvisada trinchera. Todas las lunas reventadas, con los restos de cristales junto a los neumáticos, y los más de 100 impactos de bala que Joán llego a contar en el coche indicaban que aquel Seat había tenido días mejores. Como también los habrían tenido los dos tipos que se habían atrincherado tras el.
-Creo que aquí habia al menos dos tipos.
-¿Porqué hablas de dos tipos? - Inquirió Pére, acercándose hasta Joán para entender mejor lo que éste pudiera decirle.
- Bueno. Mira las manchas de sangre. - Respondió, haciendo referencia a un par de manchas generosas en el asfalto. Una a cada extremo del Seat, que mostraban que los tipos a los que pertenecía la sangre habían sido retirados del lugar siendo arrastrados.
-Entiendo.
-Y tú ¿que viste ahí?-
-Cinco soldados muertos. Al menos tres de ellos murieron a causa de un par de granadas de fragmentación, por el estado que presentan los cuerpos. Con quemaduras, y cortes profundos. Y al menos uno de ellos tiene más de un hueso roto. -Informó, en virtud de la posicion imposible en la que quedó el cadáver. - Los otros dos fueron abatidos con algún tipo de fusil de asalto.
- No parece que hayan sido alborotadores, precisamente.-Joán , aún con el fusil de asalto colgando de su hombro, dijo aquellas palabras palpando con su mano derecha casi instintivamente su arma reglamentaria. Como queriendo asegurarse de que esta seguía allí.
-Precisamente, no.
-¿Y bien?
-Por esta gente poco podemos hacer.-Pére hizo un ademán indicando con la cabeza la dirección donde yacían los soldados. -Será mejor que nos vayamos. Creo que este sitio no es nada seguro. Además, ya tengo ganas de ver a mi madre y a la tuya. Supongo que Rotweiler estará al tanto de todo esto.
-Tranquilo, tu madre está bien.
Pére ya sabía que su madre estaba bien. Rottweiler quedó voluntario al cargo de su seguridad. No tenía nada que temer.
Cuando todo comenzó a complicarse siguió su consejo. Fue a casa de su hermana, la madre de Joán, donde además de compartir la comida y el agua necesarias para aguantar hasta ver una salida, podrían cuidar la una de la otra, y las dos juntas del abuelo Antonio. Por eso Pére sabía que la explosión de su casa le había pillado cuatro calles más abajo. Que no había sufrido daño alguno. Sin embargo deseaba llegar a casa de su tía, y abrazarlos a todos.
-Ya sé - Respondió.- Ahora sólo quiero llegar a casa. Mas tarde volveremos y nos ocuparemos de todo esto. Volveremos con Rotweiler. O esperaremos a ver que nos cuenta. Creo que puede esperar un par de horas - Pére volteó la cabeza lentamente hacia los lados. Dos o tres veces, incrédulo, como queriendo negar lo que sus ojos veían.
Tener que afrontar una posible refriega en ese escenario con solo un fusil y una pistola por barba, sin saber a qu5e o a quienes tendría delante no le hacía sentir demasiado cómodo.
No había mucho que pensar, por tanto. Pasarían mas tarde a ver a Rotweiler, quien ya sabría que hacer con todo aquello. Luego podrían, con más efectivos, asegurar el perímetro, limpiar todo aquel destrozo y dar la atención que merecían los cuerpos de los soldados.
Además, podrían cojer algún juguete para volver ahí más seguros.
No llevaban ni diez minutos en Mora y el trabajo se les amontonaba. Aún quedaba investigar que había pasado exactamente con el bloque donde vivía su madre.
Dejaron el Audi allí, ante la imposibilidad de entrar con el en el pueblo.
El camino hasta la casa lo hicieron despacio, vigilantes, pendientes de cualquier posible ruido o movimiento extraño. Con los rifles de asalto dispuestos.
El pueblo estaba en completo silencio. Un silencio que no hacía mas que aumentar la sensación de incomodidad que sentían ambos. Parecía abandonado. Ni un alma por las calles. Salvo alguna mirada indiscreta a través de las cortinas de un par de ventanas, poco más encontraron que indicara que aún permanecía gente en el pueblo.
En poco más de 10 minutos llegaron.
Llamaron tres veces a la puerta, del modo que solían hacer siempre, sabiendo que de otra manera no recibirían respuesta, y menos aún entrarian.
El portón emitió un leve crujido al abrir su hoja de madera. Tras el, un hombre cuya apariencia indicaba andar cerca de los cien años, les encañonaba con un rifle que parecía ser de su quinta, sino mas viejo.
Pére y Joán se miraron. Sonriendo.
-Somos nosotros abuelo. Puedes bajar el arma.
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